Saturday, May 24, 2008

Los pordioseros (12)



Al hombre que no está vacío, al que se escondió
en tí, en lo más pleno del hueco de los días,
al hombre rico, no porque tenga
poder sobre las cosas y las gentes,
el humilde es precioso.
Y es identificable.
Le gusta. Lo conmueve.


El hombre pleno al humilde lo escucha.
De él estará maravillas. Otros, habitualmente ciegos,
contentos de sus cegueces, no lo exaltan.
Los ricos admiran los humildes
por extraño que parezca; los orgullosos, no.


Para el hombre y la mujer llenas de alma,
hábiles con los ojos, sutiles por la fina audición
de sus oídos, seguros por emociones satisfechas,
los humildes no son seres opacos,
desfigurados por los derroches
de ansiedad y de prejuicio.
Ellos sí tienen claros sus valores.
Ellos sí redefinen lo que otros no entienden.
Los humildes son seres gloriosos.
Son los verdaderos poderosos.
Están llenos de espíritu.

2.

Divinos son sólo los humildes.
Humilde, el pueblo santo, separado.
Sublimes, cuasi heroicos, ellos,
no porque anden en fachas,
no por las opresiones, no por sumarse
o no sumarse a la lucha de clases.
Sublime los humildes no porque sean
pobres, analfabetos, cabeciduros, neutrales.
no porque sufran de graves atropellos.
Humildes, simplemente, por sencillos.
Transparentes, tolerantes.
Se equivocan, sí. Erran y no saben
que han errado, pero piden perdón
y sufren.

Los hombres plenos, sabios, triunfadores,
con alma a flor de piel, o a veces escondida,
me dijeron: Humildes son los dulces,
los que siempre sonríen, los cantarinos,
los que no ofenden, los que nunca roban
ni engañan; los que no mienten.
Ellos porque saben esperar y son merecedores.

3.

Nada tiene que ver que vayan en andrajos.
Que anden en fachas, o descalzos,
o que sean en cierto modo un colmo del ridículo.
Humilde no es la pose piadosa, la pretensión
de puros y doctrinariamente iluminados,
elevadamente espirituales. No.
Nada tiene que ver ni la edad ni el sexo
ni la belleza ni el ancestro.

Los humildes sonríen. Aman de todo a todo.
Se resisten a ser los sufridores,
los lastimosos, los amargos.
No se sienten desde el fondo del corazón
el residuo, el gabazo sobrante, los pobres.

Los humildes son tan espontáneos
y se mueren, se enferman, se desnutren;
pero son compasivos, aún ante la horda
de puñales que se lo comen vivo.
Dúctiles sólo para ser generosos,
paradójicamente compasivos.

4.

Los humildes no mienten. Aprendieron
que la vida es dura y que el cielo no se tapa
con un dedo. Por eso son cordiales y se armonizan
con un tiempo que no tiene reloj ni tiene odio
ni prisa ni maldición para nadie.

El hombre pleno, el que mira donde se esconde
el corazón y se apertrecha amable, solitario,
su inspiración la alimenta de la riqueza moral
de esos seres primordiales que huyen
de la violencia y el rencor que incide al mundo.

A los hombres vacíos le gustan los rabiosos,
los mayoritarios, vengadores miserables,
huecos seres como ellos, presto a llenar y llenarlos
de sendas porquerías; a los hombres, plenos,
ambiciosos, a los conocedores, la riqueza
es más dulce cuando la nombran los labios
del humilde y la observan con los ojos
del asombro y la grata inocuidad
de lo inesperado.

5.

Los humildes no son una masa,
como son los rebaños obedientes
y las hordas imbéciles;
los humildes son la excepción, nunca la norma.
Ellos no quieren nada que no se hayan ganado.
Ellos no van a matar por hacer puntos.
Antes prefieren pasar por los más tontos.

En la miseria tienen un ideal, el trabajo.
En la ignorancia, una virtud, que los enseñen,
con paciencia abuundante porque paciencia
a ellos sobra, son los persistentes verdaderos,
y serlos los ensancha con sonrisa y dulzura
y por eso, ¿qué es lo más grato
que se tendrá ante los ojos?
¿Qué canción más melódica al que escucha?

¡Ellos, ellos, humildes obreros
de la vida cotidiana, ángeles caídos
de los cielos, seres bellos
que ni siquiera imaginan su encanto?
¡Seres útiles, dispuesto a toda labor,
la que ninguna quiere, por doler en la carne
y encovar los lomos!

¡Ellos, ellos, son la gente
que Dios ama, ellos son
la gente que yo amo!

18-03-2001 / De El hombre extendido

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