Tuesday, March 31, 2009

El segundo David en el Valle de Guadalupe



For true evangelical faith...cannot lay dormant; but manifests itself in all righteousness and works of love; it...clothes the naked; feeds the hungry; consoles the afflicted; shelters the miserable; aids and consoles all the oppressed; returns good for evil; serves those that injure it; prays for
those that persecute it: — Menno Simons

A los Rednitz se les olvidó que el molokano Güeldres, con su mujer, vino al valle antes que ellos. Como fundador y anciano merece su respeto. Y no es que sea asunto de antiguedad. O del estilo de personalidades. O que para pesar el mérito de acuerdos ya tomados lo único a considerar sea quien llegara primero. La colonia tiene una Constitución, con simples reglamentos y guías normativas, que cuando se violentan es obvio. En este momento, la voz en el Valle es que, desde que el molokano se fue, la Constitución ya no existe y se vive en un clan privado. Los hermanos son como fantasmas. Autómatas, aficionados al trabajo, su único mundo. Por solidaridad, casi animal, se cubren las espaldas unos a otros y la vida es por inercia lo que se pueda bajo este imperio de los bávaros... La gente buena trabaja muy duro. La mayoría de las niñas, virtuosas, con una timidez atroz... Se vive para eso, sin gozo y los Rednitz han prosperado, se sienten el centro del mundo y, como borregos, las mayorías a obedecer al grupillo, a seguirlo, y escudarse en la esperanza de que un día será castigado por Dios mismo.

El molokano ha dicho que lo único imprescindible para que una comunidad sea vibrante es que colectivamente impere la claridad del pensamiento y cuando es necesario el relevo de la dirigencia que se haga, por consulta colectiva y amplia, y sea el mejor. Y se expulse al impío porque Dios es un Dios de ley. Es sabio al oír. «A Dios nadie lo hace pendejo». Sí, él utiliza en alemán y en ruso palabras con las que tiemblan los mal nacidos. O los hijodeputas como decía a los nazis. Ciertamente, la personalidad del Abuelo Molokano fue compleja: tierna con el tierno, ruda con el descarado.

De hecho, cuando propuso muy claras normas de organización, revisión y asamblea (para este simbólico experimento: edificar la Nueva Jerusalén) en tierras mexicanas, recibió apoyo y Chichihuatl, como antes Guadalupe, dijo con diáfana consciencia colectiva: «Tenemos Constitución... El molokano Güeldres no es que sea príncipe, es un Orientador de Dios, como Menno». Y fue que él escuchó a todo el mundo. Negoció consensos y se fue, por momentos, contento, confiado... «No soy imprescindible. No soy dictador. Ya no soy necesario».

Al cabo del tiempo, sucedió que los Rednitz, o el grupo de bávaros como se bautizó a su clan familiar, han querido redefinir las Enseñanzas de Menno desde la misma década de 1920. Combaten a quienes, casi veinte años antes, como los molokanos y los sucesivos emigrados holandeses, firmaron el acuerdo de la fundación, que es mucho mejor que lo que otros pretenden. Hay alegría porque el molokano ha regresado.

Los molokanos, influenciados por la dirigencia de Güeldres, entendieron que el fundamento de la comunidad serían las obras de justicia que se manifiestan como amor: vestir, alimentar y albergar a los pobres, tradicionalmente perseguidos, orar por ellos y compartirles una fe evangélica viva, realista y consolante. «Y el trabajo cooperativo, como pequeños propietarios los que pueden, es la clave práctica». El gobierno cedió una cantidad de tierras. Otras habría que comprarlas y pagarlas. Güeldres sabía cómo se ejecutan los negocios. Es abogado y, sobre todo, gran organizador. El se había cansado del anabaptismo radical holandés. Las ideas de Menno sobre el pacifismo le animaron a tomar otra vez el toro por los cuernos y su consciencia política sobre la inminente primera Guerra Mundial hizo que se evitara, no sólo luchas inútiles y martirilogios, sino los sufrimientos personales al mudarse a México.

También es cierto que el Molokano Güeldres no comulga con el azar filosófico ni cree en casualidades. Cuando un suceso acontece, hay una causalidad humana, cuando no económica y política, que lo explica. «El mal es provocado. No hay azares ciegos». Entre muchos religiosos, es muy común que se adormezca la fe, o se reviva, por causas de señales que se designan el Destino, lo metafísico. La fe se toma en abstracto, desde imaginarios inclinados a alimentar las incoherencias neuróticas, y es cuando él, llamaba a la razón como realidad y a aprovechar las certezas que se basan sobre lo tangible. «Aún esta cosa maravillosa del compromiso humano con la paz y lo más depurado del cristianismo primitivo ha tenido que pasar por el fuego de prueba de la experiencia histórica y la razón», dijo él cuando regresó, con su hijo Iván, su esposa Claudia Delfzij y otros, a poco de finalizada la segunda Guerra Mundial. Quien se fue llegaba y, hasta cierto punto, más crecido, maduro y combativo. Habló ante los hermanos menonitas y echó de menos a los rusos que había organizado. Si se abandonó el Valle de Guadalupe, no que fue que como profeta se sintiera relevado e inapto, sino porque una misión especial lo requería. En cambio, a su regreso captó que los bávaros daban las directrices. «No es justo porque avisé que regresaría».

El modo como lo explicó, aludiendo a Rednitz, fue franco. Dijo que Menno Simons, reformador de los anabaptistas, hizo un análisis histórico para salvar los valores que habría de seguir la Familia del Pacto y, para rescatar la enseñanza de los valores, él / Menno Simons / analizó las doxas o teorías de waldenses, hermanos bohemios, albigenses, huteristas y anabaptistas de Lyon. Hoy las sectas son más y hay metodistas, hermanos moravos (de la Unitas Fratum) y bautistas alemanes y otros grupos de creyentes y no todos honran, con sus obras El sermón del Monte.

Y, entonces, localizó a una joven mujer que estaba oyéndole. Apuntó con el dedo a mamá. Menno escribió alguna vez: «Hay niños de la paz. Sus corazones rebosan con paz. Sus bocas hablan la paz y caminan hacia los rumbos de la paz». Allí hay una que vivió en medio de la barbarie de Europa, en una nación que se declaró neutra cuando comenzó la guerra. Sí, explicó la labor con la Cruz Roja que hizo mamá y el amor que le inspiró el sufrimiento de los judíos. Sus desvelos por alcanzar su grado en enfermería y salvar vidas.

Y lo mismo dijo sobre su hijo que vio los bombardeos que destrozaban muchas ciudades de los Países Bajos. Estaban en la Vieja Jerusalén, en medio de la violencia, pero, eran «niños de la paz, que alimentaban hambrientos, consolaban a los oprimidos, y devolvían el bien por el mal que le hicieron a sus ciudades y sus vecinos». Y, como Claudia, el Dr. Iván Güeldres, trabajó en el rescate de judíos para honrar el principio menonita de amor por los oprimidos y socorro a los enfermos y torturados. En los Países Bajos había unos 140,000 judíos al comienzo de la guerra que empezó poco después de la invasión alemana. Tan sólo sobrevivieron unos 40,000 hasta el final de la guerra... y mamá, la Niña / Esposa / Virgen de Iván Güeldres, absorbió mucho de ese dolor. Fue visto, contado por las víctimas, consolado, guardado por ella... y el residuo de ese dolor explica, para mí, que para alumbrar mi vida biológica, sin contaminarme, pasaran años y años...

En la cultura de la guerra, hay maneras distintas de destruir a los niños de la paz y evitar los quehaceres que realizan. Cuando éstos no tienen la etiqueta de cristianos, cualquier pretexto sirve para obstruirlos y, en su persecusión, no sólo colabora el Estado. Cualquier gente se presta para convertirse en la piedra de tropiezo. Cuando son cristianos verdaderos, principalmente es obra del Estado que sean suprimidos y la misma Iglesia tradicional e institucionalizada, como aliada del Estado, participa. «Los Niños de la Paz tienen enemigos, en la práctica, entre todas las capas de la población pagana. Y por esa razón, con los paganos, la gente del Otro Lado, nuestras relaciones deben ser cautelosas. La maldad viene con ropajes temibles y son sicarios , en actividades diversas: los aparatos represores del Estado, las mafias, las pandillas, los ejércitos, la delincuencia solitaria, o el delito organizado; pero a veces, la forma más común y pagana, es la dulce maldad de la indiferencia, el chisme, la diversión, el hedonismo del ego, las masturbaciones mentales, la ausencia de solidaridad, la cómoda vida privada y fascinaciones del individualismo, o la misma fe y erotismo mal canalizado», decía el molokano.

Para explicar lo que llamaba el Otro Lado y, debido a que observó que los Ancianos Bávaros a instrucciones de los Rednitz, se rehusaban a darle el acceso que correspondía a la Admistración del Gobierno de la Colonia, amparándose en su prolongada ausencia, dijo que si bien los molokanes cultivaban viñedos, «hoy lo que se observa en el Valle es la Vieja Jerusalén de la Bacanalia» y las tierras de ordeño de los molokanos se habían convertido en viñedos, como si Chichihuatl también fuese una sucursal de la familia Domecq. La prosperidad se ha cambiado por el progreso, en un vulgar sentido de capitalismo y materialismo.

Y preguntó: «¿Dónde están los molokanos rusos, aquellos cuyos ancestros estaban en Tambov, aquellos que Porfirio Díaz, consideró en su Ley de Inmigración de 1883 y de Colonización de 1905, como colonos progresistas?»

Güeldres, el Viejo Barbón, asesor de Basilio Pivovaroff, Pablo C. Blumenthal y Simón Babishoff, en aquellos años de 1905 al 1907, fue uno de los creadores de la Empresa Rusa Colonizadora y la colonia rusa en Guadalupe y recordaría que la siembra de trigo, hortalizas y cría de vacas y borregos, fue la razón por la que puso su dinero en la idea y, sobre todo, dio el plan práctico de organización que discutía con las 104 familias originales.

Han dicho que es un expositor pedante porque cada vez fue más evidente, «nos echó en cara», que puso la fortuna de sus padres, su herencia, en promover causas utópicas y hubo no pocas gentes que le pedían: «Préstame; yo te pago» y les dijo: «No. Tú eres vicioso y vago». Esto también se supo sobre él. No todo el mundo es adinerado, es cierto. El lo fue. «Entonces, tengo el derecho a invertir y a prestar a quien me plazca». Les callaba las bocas. Y Rednitz, el cómplice de Von Graf, asesino del premier socialista de Baviera, fue uno de los que pidió prestado.

«Y... ¿a cuenta de qué?»

«Pero: ¿no es usted es usted socialista?»

«No, señor Rednitz. Soy un ácrata de Dios».


12 de octubre de 1946
Estamos recién llegados otra vez a Chichihuatl, a considerable distancia de Guadalupe, donde mi padre invirtió mucha energía de su liderazgo y de las finanzas que heredera de sus padres. Aquí están los menonitas y hermanos amados como los Arnol, aquí hay bávaros y hermanos espirituales que vinieron después de la Primera Guerra Mundial. Algunas familias que dejaron la colonia de Guadalupe dicen que allá el grupo original está en desbandada y que los intereses vinícolas han triunfado sobre la edificación de la Nueva Jerusalén y que a las sabrañas dominicales arriban muchos campesinos, como si fuese a un jolgorio de borrachos... y es la misma gente a la que él no dio dinero, pero, hizo que los menonitas le mataran el hambre y le cosieran camisas o pantalones...

Este día es importante. He abierto mi hospital, atendí varios partos con ayuda de Claudita. Por otra parte, he comenzado a fabricar mi propia casa y me maravilla Claudita, porque es afanosa y cocina para todos los que me ayuda en la construcción, nos sirve de comer a todos, y la casa no se techa todavía, pero ella ya tiene en sus alrededores, sectores marcados, siembra una hortaliza. Ha comenzado a cultivar repollo, betabel, coliflores y tomates. Hay en las esquinas, como sus linderos naturales, un limonal. Que lo que tenga espina proteja lo que es suave. Ella lee sobre la conducta de animales... Ha designado un área para lo que será el jardín. Y asegura, por el amor de Vermeer y Van Gogh, que germinarán los tulipanes y olorosos geranios, donde ella quiera y diga.

Cuando terminemos la casa, tendré mucho más tiempo para dedicarme a amarla. Es tan jovencita todavía que mi padre la llama Niña de Paz, la designa como si fuera una Virgen que yo no debo poseer, siendo su esposo desde antes de llegar a Ensenada. Espera hasta que cumpla veinte o veinticinco años. A los 21 años que ya los tiene cumplidos, la guardo. No la forzo a intimidad porque tiene memorias de guerra, sorbió con lástima la violencia de otras víctimas que atendió y necesita de mí espiritualmente, no como el amante. Quiero que crezca fuerte y hermosa... Cuando esté nuestra casa preparada y tengamos nuestra habitación, la haré mi mujer y nos casamos al estilo de la Doctrina de Menno, y haré que el Molokano oficie mi boda, pese a que ante la ley holandesa cumplimos.

Escuchamos hace un par de semanas a Papá. Regresó con su pasión de siempre y, cuando lo escuché, muchas de sus palabras se me figuraron mensajes para mí. Sabe que en Amsterdam lo hallé armado como si fuera un soldado de la resistencia clandestina. Un soldado pagano con una metralleta. Sin embargo, ante la congregación confesó, armas he tenido en las manos y nunca he disparado contra ser humano alguno... y ha vencido la tentación y me pregunto por qué. El es un Niño viejo de la Paz y, ante mí y ante Claudita, nos emplazó a que nazca otro niño que tenga esa naturaleza. Tú has bendecido mi sangre, me ha dicho. Creo mutuamente nos halagamos diciéndonos estas.

«Cuando nazca, como si fuera un símbolo de sabiduría, pónle por nombre: Simón, como el fundador de los Molokanos, Simon Uklein, porque junto a Hilario Pobirokhin en 1765 fue bendición para los rusos... Simón, para la gracia de Holanda, Menno Simonsz, o Simonis. El regenerador de los Anabaptistas y fundador de la Iglesia Menonita, que tenga un homenaje humano y social en nuestra sangre, ¿ah, hijo». Nunca le comenté a mi padre que Simón era el nombne que yo en mi corazón había elegido.


___


Estaban profetizando mi nacimiento. Papá escribió que no nacería sin que una casa fuese hecha para mí y una habitación privada, ya preparada para amar a Claudia.

En ese tiempo, ella dormía con una hermana que, pasados algunos años, dejo la comunidad, y regresó a Holanda.

Ella no nació para esta fe y la extrañaba que Claudia, «la hermana consentida» pudiera internarse en los montes y vestir con los anchos atuendos de una campesina, meter sus manos delgadas y delicadas en la tierra, sembrar, madrugar a alimentar los gansos de una granja y estar a las 9:00 de la mañana, lista y entusiasmada, para cocinar para otros y su esposo. «Has cambiado, Claudia. ¿Dónde quedó la artista? La digna consentida por mamá...»

Claudia cuidaba, con esmero al Molokano Güeldres. Tenía la paciencia de escucharlo cuando llegaba. El se vestía con su rubaja azul, una especie de camisa larga y pareja, que le dio la famosa facha de Cosaco. Sus conversaciones nocturnas, si llegaba a la casa, eran de nunca acabar. Cuando Iván atendía enfermos, lejos de la propiedad suya, su padre venía y montaba guardia, porque «los bávaros rondan y los Rednitz, por envidia a mi hijo, son lobos disfrazados de ovejas y están dentro del mismo redil».

A veces pienso que Abuelo dio a su nuera detalles de la vida comunitaria de Guadalupe y Chichihuatl que a mi padre, siempre tan ocupado con enfermos y partos, no le pudo decir, pero, las mujeres menonitas son asesoras a la sombra del marido. La estructura matriarcal permite que el esposo las oiga y tome en cuenta lo que digan. Mi padre no tomaba decisiones inconsultas.

No porque mi papá haya muerto, sin suficiente tiempo para educarme directamente, si bien me vincula con sus escritos, mamá todavía me enriquece con otras cosas que no son tan obvias si dependieran exclusivamente de lo dicho por papá. Además, hay espacios de cronología y de vivencias que, por su muerte prematura, él no llenó. No pudo. Tal vez, si hubiese vivido más, las sabría por su boca.

«Entonces, si es cosa de la rivalidad personal entre la primera familia Rednitz con mi abuelo paterno, ¿por qué nos maltrata su familia entera? A tí, mamá, cuando estás desamparada, a mí, siendo niño... ¿Qué daño podemos hacer a ellos o hicimos? ¿Qué quiso de nosotros, si aún de lo que fue nuestro, en cuanto propiedad material, fuimos despojados? ¿No tiene ya el liderazgo de las colonias? ¿No le basta? ¿Tanto puede su rencor porque no lo haya querido como socio en nada?»

«Liderazgo tiene; pero no todo lo que fue de Güeldres, tu abuelo».

«¿No todo? ¿Qué quieres decir?»

23 de septiembre de 1962
Ha muerto de 82 años de edad el 'Príncipe Molokano de Dios', como lo describiera Paul Fataivich y su nieto Gabriel Kachiriski Kotoff. Es una expresión que lo titula con mayor veneración que la que se le ha profesado en Chichihuatl, donde se ha olvidado que, desde sus días de estudiante en San Peterburgo, ni mencheviques ni bolcheviques, ni ortodoxos ni heterodoxos rusos, olvidaron su paso por Moscú y Rusia. Ni su paso por muchas partes de Europa, ni su paso por Canadá y México. Papá fue un hombre de mundo y un Niño de la Paz, con toda la autoridad con que nacen los organizadores natos, o los hombres de charisma que impresionaban a Max Weber.

Por desgracia, los blasfemos, gente del Otro Lado, del lado oscurecido y de la empedernida perversidad, lo juzgan con ojos tenebrosos y cavernarios. Lo observan vestido de campesino y dicen: «puerco cosaco»; lo observaron, joven y lúcido, y lo juzgaron el vanidoso ruso-flamenco, uno que se gloría de sus opiniones propias, esté o no equivocado y le dijeron lo que a mí han dicho: «Por su boca, se expresa el sionismo, o la izquierda, o la herejía». ¡Qué diferencia el que ha dicho que mi padre es el Príncipe Molokano de Dios y Rednitz que lo llamó, tergiversando a Menno, al evaluar a Jan van Leyden en su crítica The Blasphemy (1535), el que se empeña en ejercer el rol del «segundo David» en la Nueva Jerusalén, ya no Münster, sino en el Valle de Guadalupe.

Olvidemos ese asunto. Como pensamiento para que leas alguna vez, si yo faltara, con previsión digo, que tu Abuelo bendito murió muy feliz. Sus últimas palabras te las dedico y fueron: «¡Cuida de ese nieto como a tus ojos y al vientre maravilloso de la niña que lo parió!» Claudita tenía la edad de 35 años cuando pudo alumbrarse de tí, al fin, quedar fecundada después mucho empeño mío por tener mi heredero, y tu abuelo, príncipe de los molokanos de Guadalupe, ha dicho que la Niña Virginal de la Paz ha parido y me dio la dignidad de padre ante los santos de la tierra...

No se quiso morir hasta que no viese este milagro. «Un día la Niña será madre. Dios lo decidirá». De Claudita hablaba como si ella no creciera hasta envejecer o el juzgarla no dependiese de leyes positivas, las de la biología... Extraña transformación, porque no de todos los seres humanos él diría lo mismo. «Hay hombres carnales que siempre serán carnales», decía. De hecho, fue Claudia quien hizo una labor espiritualizadora en Papá. Por seres críticos, de tal envergadura, lloró y la Virgen-Madre del Cristo tuvo sentido. No que él creyera que no hay que cumplir la tarea de fecundarla. Que hay Divina Concepción. Lo recuerdo diciéndome en privado: «Trata, trata. No hay mujer más linda en toda América como esa Dama del armiño...

Conozco cuán rigurosamente Papé se ha planteado este proyecto de Menno: el cristianismo comprometido. Crear el Reino de Dios en la Tierra sin necesidad de sangrar con la espada la dimensión histórica de lo humano.

El sabe que no es la primera vez que las teocracias se vuelven instrumentos para las fechorías de la voluntad impura de las dirigencias.

El diálogo que, entre Claudita y Papá surgió, llenó sus últimos días de dulzura y es que ambos, una vez nacíste, han puesto en tí, Mi Hijo, su esperanza, porque ella es el arte que sana más que mi ciencia, que es práctica, y es más que el juicio de la ley y la organización que mi padre se representara. Discutieron una síntesis: lo Divino, el Arte y el Servicio social. Leyes, medicina, estudio.

Escucha entonces, hijo mío, al Príncipe Molokano. Anticipó una visión y se sale de los marcos conocidos. Crece. Vamos a esperar lo debido y, cuando sea jovenzuelo, decide qué estudiarás para mejor servir a este experimento... No te vayas de la Comunidad Experimental cuando comiencen a ofrecerte las mala mercancías que son las tentaciones y se ofertan por dos vías para la disuación del justo. Con dos espadas se ataca al Nuevo Hombre: la maldad que aterroriza y la maldad entretenedora. La primera disuade porque los cobardes se hinchan de ínfulas de patriotas, trunfadores, heroicos achievers... y los cobardes sucumben, alegando que la Maldad es inderrotable y, peor que la maldad es estar muerto, o ser esclavo... no se atreven combartirla. También la maldad se engendra dulcemente, como hábito que entretiene y se vuelve vicio.

A mi padre lo atacan los simpáticos blasfemos. Se quedaron en sus casas cuando murió. No llegó al recinto de su sepelio, a la sabraña de su último tributo, los que no soportarán nuestras miradas. Claudia y yo que buscamos a los sinceros y valientes. No a los ingratos. ¡Qué bueno que no llegaron!

Ello ocultarían, no pueden, sus sonrisas hipócritas, o sus palmadas que no transmiten afecto ni los muchos colores de su maldad quedarían encubiertos para quedar bien. No vendrán vestidos de blanco porque sus corazones, o son demasiado negro y se translucen o ya tienen los bombillos y la parafernalia de la fiesta. La maldad entretenida que chisma, que oye la radio y la TV... y sólo busca la novedad, aún en los días de sepelio y luto... La atención de ellos está en las cosas mundanas...

La maldad entretenida es lo que motiva que sea más interesante que se conozca a Yuri Gararin porque pisa el suelo lunar y será divertido que se comenta que desafía a Dios o que los emplazamientos soviéticos en Cuba desatarán una Tercera Guerra Mundial.

¿Quién es Rednitz para decir al Príncipe Molokano de Dios que no es importante que vuelva a las sabriñas, al foro de los menonitas rusos, a decir que hay una maldad que entretiene y otra que atemoriza y que, si no se discute, con rigor y sabiduría será la angustia del chisme o de la falsa consciencia?


Sí, Simón. Hay una maldad peligrosa y es la maldad temible, la violenta, la de la guerra, una de la que él fue su coherente expositor como lo fue Menno; pero, si él dijo que es importante que nos eduquemos en la Iglesia sobre los peligros de la subyugación, dominación y explotación extranjeras, siendo que constituyen la denegación de los derechos humanos, la destrucción de la paz y la utilidad del Estado, los Rednitz y su grupo de bávaros, infiltrados en el Valle, reaccionaron con blasfemia y aseguraron que los comunistas están luchando en las trincheras del segundo David, como suplantadores en la Nueva Jerusalen del Valle de Guadalupe... y eso es mentira, ¿sabes? David es espiritual. Es un batallador social y no necesita una espada... Sí. Estudia el ejemplo de Papá.



___

Sequoyah / 12

Mamá Claudia y la pintura



No me culpes, Pamela. El día que te ví y no pude contenerme y decirte: «Hoy me enamoraste», noches antes conversé con mamá y la inmensidad pictórica, estética, con que observa a la gente. Ella me habló sobre los Arnol, tu bella familia. Los evocaba como la artista que es y con las manías que tiene.

Dijo que tus hermanas les recuerdan los rostros que pintaba Johannes Vermeer. Sabía su referencia a «La Niña con pendiente de perla». Así son ellas en la vida real, como esas niñas de los retratos de Vermeer. Mas para aludirte, para describir con ese amor que mamá desde los lienzos evoca, buscaba en su mente, en su experiencia estudiosa que data de sus años en Rotterdam, cuando ella misma era adolescente, un artista especial y recordó a una pintora de Varsovia. Son a sus rostros los que tú perteneces.

Tamara de Lempicka tiene un cuadro [Portrait de Mlle, Poum Rachou, Niña con Osito] que recuerda el estilo con que ella pinta. Es el cuadro de Lempicka el que mejor capta muchos momentos espirituales que te ha visto, porque, ¿recuerdas? ... Mamá Claudia cosió con telas una muñeca de trapo que tú amaste mucho. La aferrabas a tí como la niña que Lempicka pintara, con el Teddy Bear en los brazos. Ella cita muchos rostros de Tamara, títulos de cuadros donde hay algo tuyo; pero, no me culpes. Es manía de mamá y su privilegiada memoria. Cierto es que un día que visité tu casa fue como uno de los días más íntimos de mi erotismo adolescente. Ese día pensé en tu desnudez y tendría la sensibilidad, o el erotismo estético, que tan distintivo es en mamá. Que todo lo observa hermosamente orientador. Lee señales en las formas, descubre mensajes en libros acumulados de arte, que le envía su hermana mayor que vivió entre nosotros y se regresó, porque Chichihuatl la deprime.

Ahora recuerdo que Doña Susana Arnol, tu mamá, nos invitó aquel domingo a probar sus pancakes, con sirup de maple y que, en el camino que va a la cocina, te hallé aún no vestida del todo. No tenías las faldas habituales que te llegan a los tobillos, ni tus zapatos de cordón. Te ví descalza con una regadora de latón. Ahora sé que duermes con la muñeca de trapo que te hizo mamá Claudia. Que tienes un ropón blanco que tiene vuelos en sus mangas cortas y que no se extiende más abajo de la mitad de tus muslos.

Desde esa mañana, tus muslos de pubertaria se me han grabado en la memoria. Tus piernas, Pamela. No me culpes.

Creo que ese día ví cuán abundante es tu pelo rizado, cuán lindos son tus brazos, cuán lozana eres en tus extremidades. Sin embargo, a los doce años de edad, eres misterio para mis ojos. No creo que se abunden otros momentos, por ahora, en que te pueda mirar como la niña de Tamara de Lempicka que con su manos izquierda sostiene al Teddy Bear y con la derecha la agarradera de una regadera de latón verduzco, yendo hacia donde tenga un rosal.

Este diciembre, de 1972, cuando te sientes a la mesa, no sé si mi rubor me delate. Sin que nadie me hubiese visto, yo sí te ví salida del cuadro de Tamara y, si bien conozco tu carita, tus ojos azules, tu boca pequeña de muñeca, ahora conozco un poco más... ahora te observo diferente. Eres más linda. Quizás en lo que mi mamá no repara cuando habla de rostros femeninos, como la figura existiera menos en los cuadros, hoy te ví de cuerpo entero.

No sé, si en las fascinaciones de Mamá con la pintura, la Mille del Teddy Bear será la misma Jovencita con Vestido Verde que Tamara pintara en 1930. Es tan hermosa. Ya está su pelo, igualmente amarillo, desoculto de la cofia, y su cuerpo se viste de sus formas espléndidas. Con la mano, dobla el ala del sombrero blanco. Evita que el sol la golpée, o la ciegue, para que sus ojos permanezcan abiertos.

En ocasiones te he visto ese gesto, Pamela. Sólo que no vistes con un traje verde tan ceñido. Tus senos aunque túrgidos, son pequeños. ¡Qué sensualmente encantadora te imagino, si fuera cierto, que Tamara de Lempicka te ha pintado para mí y la única pista que me da es Mille, vestida de blanco, y yo el Teddy Bear que le prometo desde mi corazón! Si yo pudiera pintarte, lo haría... pero me temo que no tengo talento para nada. Mis versos no te hacen justicia, amada mía.

Quisiera decirte que, por lo visto del trasunto de tu desnudez, estoy tan feliz como si me obsequiaras tu fotografía. ¡Ah, pero no se nos permite este tipo de regalos mundanos! Ni siquiera que grabe tu voz en una cassettera. Ni que tenga una canción que conozca y que hable de amor y que se pueda oír un Gran Te Quiero de mis labios.

¿Qué puedo tener yo, qué regalarte?

Imagino que este aislamiento es más intenso para Mamá Claudia porque la mitad de su vida, por lo menos, la vivió en ciudades que ella menciona como «hermosas, pero a veces tristes». Mamá Claudia dice que Chichihuatl es como un pedacito, reconstruído con recuerdos, de Almelo o las casas de Groninga, Frisia y, ¿por qué no? Amsterdam... pero, hay un vendaval silencioso de cronopios en el Valle de Guadalupe y sólo con la imaginación se podrá recobrar la viveza, o la intensidad de la belleza que hay aquí y es que, a base de muchas renuncias al mundo, nos encerramos... negamos lo que en verdad queremos y queremos sólo la sombra de lo que se está prohibiendo. «¿Dónde está la luz en este Valle?»

Mamá, quien se aflje muy pocas veces y se expresa con lágrimas, refleja una tristeza que está en cuadros que evoca.

Ella dice que la fotografía que más ama se hizo en el Renacimiento. Dice que Da Vinci la pintó cuando hizo su «Dama del Armiño» y que ya, que no recuerdo a mi abuela, Claudia Rosa, consulte la belleza de «La Joven» que pintara Sandro Boticelli. Se trata de un perfil de mujer con ojos verdes. Viste una blusa roja, como no verás que ninguna mujer en el Valle de Guadalupe utilice, porque «hemos olvidado la alegría de los colores». Un día, si tengo tiempo, saco los libros que mamá esconde del alcance de los Rednitz. Los mete en baúles. Le mete llave. Son su riqueza privada, una parte sagrada de su vida. «No todo hay que decirlo», me ha dicho a veces.

Claudia Rosa cuidaba sus largas trenzas, se hacía un moño con su cabello abundante y rubio. En la coronilla, se ponía una diadema con cuatro grandes perlas. «Hemos cambiado las perlas por rastrillos que necesitamos para arar la tierra, por utensilios que en la cocina se requieren, por tarros para vaciar la leche del ordeño; pero, ¿sabes, Simón? Las mujeres del Valle siguen muy bellas, como Pamela y sus hermanas que parecen sacadas de los retratos de Vermeer».

«¿Tienes muchos recuerdos de tu vida en Almelo?»

«Los más felices»

«Como tus libros de arte».

«Sí. Antes de que nacieras, yo pintaba bastante. Y miraba esos libros, ya no, porque me lo sé de memoria».

Monday, March 30, 2009

Memorias de Iván sobre Claudia

Dijo Mamá Claudia (para que yo no sufra ninguna ambivalencia y confusión el día en que me toque defender las memorias familiares) que ella e Iván nacieron el uno para el otro. Son almas que unió la voluntad desde lo más transparente y cardinal del servicio. Se hallaron en circunstancias difíciles y llegaron juntas de Almelo y Amsterdam hasta Ensenada. Se enamoraron a primera vista. Se trataron como si se hubiesen conocido desde remotas edades y eternidades.

Rememoro la historia antes de que mis padres llegaran a México a mediados del decenio del '40. Desde muy niña, Mamá estudió pintura y la artesanía de porcelanas porque a eso se dedicaban sus padres antes de mudarse de Rotterdam a Almelo.

El padre de Claudia nació en Rotterdam y allá tenía una mansión, residencia principal, con vista a las riveras del río Nieuwe Maas. Allá él divorció a su primera mujer y procreó tres hijos que Mamá Claudia no conoció, hasta que cumplió catorce años, porque la separación del Abuelo Delfzij de su primera mujer no fue agradable. Esta mujer con la que procreó los primeros tres hijos fue vanidosa, orientada a los gozos materiales y al derroche, grosera y acusaba al marido de ser ahorrativo y mezquino. El no lo era, en rigor, y el hecho es que le dejó la residencia de lujo, la casi totalidad de lo que ella le pidió, y aún una casa más pequeña que preparaba como sorpresa para su hija en los costados del central Erasmusbrug y, en el horizonte, la vista del río, probaría que no se ataba con cortedad su mano al dar. Y amaba a Rotterdam, su ciudad natal, y la parte metropolitana más grande de la Boca del Rin {Rijnmond] en el Sur de Holanda.

El abuelo materno se enamora platónica y calladamente de las bellas. Le han gustado las mujeres bellas y elegantes, no por lujuria de la carne. El las compara con arte. Las identifica con diosas. Ha tratado con ese tipo de mujeres que pueden comprar porcelanas y arte miniaturista. El ha vivido entre artistas y joviales burghers, como los que, con rápidas y vigorosas pincelas capturara Frans Hals e imitaran los artistas que han pintado para las porcelanas de la Empresa Delfzij. Mas nunca fue tan feliz como cuando conoció a la señorita Arhaus: la pintora. Eran tan juvenil como brillante, aunque pintaba poco y soñaba mucho. Eran un carnaval de ideas a las que ninguno hizo caso, hasta que él se interesó. Lo flechó con un encanto que sólo a él pertenecía. El fue quince años más viejo. «Para mí, no hay nada viejo. Hay ganas de vivir, o de morir. ¿Usted qué desea?»

Un día él se dio la oportunidad de quererla y escapó a Almelo, se casó y, de plano, que necesitaba ese incentivo porque su esposa lo tenía hasta la coronilla. Quería dejarla más rápido que corriendo. «Y ya, como lo había exprimido, pensó que no tenía más». Firmó la petición de divorcio a ciegas, con celos sí... pero sin ganas de reconsiderar que él pudiera quererla por los hijos y esperar un miklagro... y Claudia Rosa Arhaus, la madre de Mamá, fue mucho más que lo que él deseara. Fue ayuda idónea y no derroche y, sobre todo, alguien con quien pudo continuar una vida sexual y romántica. Con Claudia Rosa Arhaus de Delfzij, reobtuvo una vida íntima llena de amor, respeto, transfiguración, ternura y sexualidad compensada, y como fue posible nacieron las dos hijas y el varón que crió en Almelo y se trajo al Valle de Ensenada, con la mediación de Güeldres. Al abuelo paterno lo bautizaron el Molokano o el Cosaco, porque era muy barbado, con el don de lenguas, la oratoria persusiva y, claro está, debido a que hablaba el ruso, el alemán, el francés, el inglés, como si hubiese nacido mamándolos de cuna.

El refinamiento artístico y la sensualidad refinada, facilitó el despertar de la habilidad de comunicación intuitiva con los mundos angelicales... Mamá Claudia nació en 1925, cinco años menor que Iván Güeldres y tenía esa genética espiritual de los Arhaus, la de su madre Claudia Rosa.

El abuelo Delfzij nunca descuidó dar su cariño a los primeros hijos que dejara en Rotterdam; pero les enteró de que se había casado por segunda vez. No fue ésto una razón de alegría para su primera mujer que terminó avejentándose por los corajes y haciéndose tan amargada como para no disfrutar de todo lo que Delfzij le dejara. Que era prácticamente todo lo que él tuvo en Rotterdam, lo que heredara de su parentela tradicionalmente porcelanera. Y como castigo de sus vanidades, fueron sus hijos, mismos que culparon a su padre rico, por pedir mesura a su mujer en el uso del dinero, quienes hallaron que, con el bombardeo del 1940, rehacer la vida, sin capital y sin patrimonio, sería doloroso.
12 de mayo de 1964
Me recuerda Claudita que, a solicitud de Claudia Rosa Arhaus, casi 20 años de nuevas riquezas, hechas e incentivadas en el curso del segundo matrimonio, la cedieron él y ella para los hijos que él dejara en Holanda. «Nos quedamos con lo necesario para viajar a América y comprar un terrenito que, tras la guerra, se compraba con irrisorias cantidades. En Holanda, la etapa de reconstrucción sería mucho más cara».

Te recuerdo, hijo mío. Que yo no traje fortuna. Sólo la experiencia de la guerra, mi título profesional y mi deseo de trabajar, aunque me escondiera en los montes para hacerlo, para olvidar la guerra. La riqueza mayor que traje fue el vientre de tu madre (Claudita) y la devoción al mutuo amor, a la alegría creadora de los dos...

Puede que te digan que el Molokano Güeldres fue rico y llegó como apoyo. Por gratitud a él, admito que es cierto; pero, de Amsterdam a México, el no pude cargar lo que tuvo. La guerra es cruel y empobrece. Hemos tratado de vivir de nuestro trabajo. Ambos, hijo mío.

Claudia Arhaus de Delfzij conocía bien el negocio de las porcelanas, y le dijo a su marido que tenía nuevas ideas de arte contemporáneo, alusivas a la vida holandesa, con que se ilustrarían sus porcelanas. Y, de pronto Thomas de Keyser y Bartholomeus van der Helst, retratistas, se unieron con Claudia Rosa para los negocios en Almelo y funcionarios y personajes corporativos con mucho dinero requerían las porcelanas de Delfzij; — ya, con los años, no se supo si preferir las escenas campesinas, típicamente holandesas, antes pintadas por Adriaen van Ostade, que las vanidosas solicitudes de los funcionarios y millonarios de Amsterdam y Rotterdam.

En 1940, Claudia «la Muñeca de Porcelana», la hija primogénita en el nuevo matrimonio de Delfzij, cumplió quince años y habiendo muerto la primera esposa de su padre, la llevaron a Rotterdam para que estudiara en la Willem de Kooning Academie, esto es, la Academia de Bellas Artes en Blaak 10, y si bien los estudios de arte le encantaban, desde dos años antes la hacían alternar su vida en Almelo con clases de verano en la Academia. A los 15 años, cuando se le admitió con propiedad, sin que entendiera por qué lo hizo, ella abandonó la Ciudad. Hizo la travesía sola desde Rotterdam a Almelo. Dijo que fue la nostalgia lo que la motivó a dejar la Academia. No hizo más que llegar a Almelo, después de varios días de viaje, cuando el 14 de mayo, un ataque de la aviación alemana desangró el corazón de la ciudad. Fue bombardeada sin piedad por los Nazis.

Si la adolescente se hubiese quedado, tal vez habría sido una de las 800 víctimas alcanzadas por las bombas. La hermosa casa de Delfzij y la planta de artesanos y su almacén de invaluable porcelanería, ubicada en lo que hoy son los edificios de Mittal Steel Company N.V., subsidiaria de Arceklor Mittal, de Luxembourg, quedaron parcialmente destrozados. La casa resistió más.

Los hijos de Delfzij, por primera vez, dijeron: «Somos pobres» y, en Rotterdam, de un día para otro, y por meses y años, 80,000 personas estaban desamparados, buscando un parque, jardín o rinconcillo entre los diques de Schielands Hoge Zeedijk para guarecerse.

14 de mayo de 1962
«Me ha preguntado mi amada Claudia si recuerdo, o reparo, en la fecha que es hoy. Es el aniversario del Bombardeo alemán sobre Rotterdam. Es la fecha que a mi padre y a mí nos hizo faltar al juramento que hicimos: ser pacifistas y luchar por comunidades utópicas, al amparo de la Luz de Dios. La invasión alemana inspiró una feroz resistancia en toda Holanda. El ejército holandés capituló se reportó lo acaecido en Rotterdam y la amenaza de bombardeo a otras ciudades por la Luftwaffe alemana... Sí, desde la cocina, Claudia recuerda cómo salvó su vida, huyendo con una premonición de una ciudad que quedaría sin corazón, «Stad zonder hart».

Dejo en Das Notizbuch unas palabras para nuestro pequeño que duerme con la inocencia de sus dos añitos... Quiero que un día sepa que él es parte del milagro de que nos hayamos salvado de la Segunda Guerra... Para ese tiempo, entre 1940 y 1944, yo hacía estudios de Medicina en la Academish Medisch Centrum de la Universiteit van Amsterdam... Ví a los jóvenes, aún a prometedores y brillantes profesores, tomar las armas y unirse a la resistencia clandestina... Yo ví que lo hizo mi padre, que en era un profesor de Leyes y Filosofía, en la misma facultad.

Ciertamente, me sorprendió cuando llegué a su casa y lo encontré, limpiando un fusil del que pensaba no separarse, hasta que la tierra húmeda y lodosa de Holanda no sea rescatada de las alimañas... «¿Papá que haces con ese arma?» Arriesgaría su vida quien admitió la doctrina de Meno y ayudó a organizarse a los molokacanes en Guadalupe y otros menonitas en Chihuahua... «No te preocupes». Lo que haces no estás bien, le dije. ¿Has perdido el juicio? «Mir geht es ausgezeichnet!»... porque en México se le espera y dijo que aquel año de 1940 sería el último que regalaría al mundo, a la historia profana, antes que de una vez y por todas vistiera el pantalón vaquero de mezclilla y sus botas de labrador...

Hoy es un día de milagros, Claudia, grito. Escúchame. Mi padre y yo regresamos y en medio, de bombardeos y escaramuzas, él sobrevivió. Y nosotros y tu padre, que me entregó tu mano, para que te buscara el camino con los menonitas. El sendero nos ha salvado y, en medio de las balas y el miedo, los que nos quedamos en la universidad, nos lanzamos a las calles, a la atención de los heridos... y en las noches a leer los libros, a tomar exámenes, a responder a la Academia en estado de emergencia... y recuerdo que llegaste, con dieciseis o diecisiete años, a Amsterdam con tus padres, a buscar un edificio, en funciones desde 1880, que instituyó en tal fecha la Vrije Universiteit de Amsterdam... Claudia, tu madre, se matriculaba en la universidad libre de los protestantes en el programa de Enfermería... ¡Qué flexible son las mujeres angelicales!

Me han hablado bastante sobre ellas y ya conocí la que anhelara, como el porcelenero halló la suya, tu madre, Claudita.... ellas, las mujeres angelicales, dominan la fuerza cósmica del Tripura Sundari y nacen ya con el despertar de la comunicación intuitiva con esos mundos del servicio y el consuelo... Amplificada la pureza de sus cuerpos y sus mentes, ellas tienen las habilidades de curar a través del magnetismo, con la mirada o la imposición de manos... Curan renunciando al egoísmo y la violencia... Ví a tu madre, hijo mío, en Amsterdam, y no he visto una enfermera más hermosa, dedicada... y el mismo día que la ví, atendiedo enfermos y heridos de guerra, le dije: «¿No te gustaría ir a la Nueva Sión de la mano conmigo?» Su respuesta fue sí, pequeño Simón...»

Adán Rednitz y los Kumes


En los desiertos montañosos de Baja California, a treinta millas del Este de Ensenada, hay una ranchería de indígenas Kumeyaay. Viven en lugares tan remotos como La Huerta, en relación con el rancho de los indios Aldama que se relacionan a trueque por productos de las granjas de los menonitas. Los Kume envían a sus más jóvenes individuos a las tierras que cultivan que cultivan los Rednitz. Estos han preferido las compra-ventas de cabras con los Kumes, porque con trueque se entretiene el alemán con ventaja y el indio es conforme y trabaja muy duro, repara las cabrerías y cercados de Iván, el hijo del Bávaro. Con el español que aprendieron los Aldama y Kumeyaay, se entienden suficientemente para hacer negocios. A los indios, socarrones y curiosos, la villa rusa, la sucesiva villa holandesa y, recientemente, la acentuada predominancia de las casas alemanas, les llamó la atención desde principios de siglo.

Con la adquisición de la Granja de los Güeldres, los Rednitz se han acercado a la granja de los Arnol, una de las familias menonitas más antiguas del Valle de Guadalupe. A la tercera generación, se le codicia porque Gustavo Arnol, nacido en la granja, tiene diez hijas hermosas y la más bella es Pamela. Sus hijas han ido casándose; pero las cinco más pequeñas están solteras y, a más viejo se hacía, don Gustavo más hermoso legado de hembras procreaba en su esposa. Ella prepara la sabrosa discada, carne preparada con cebolla, pimientos, tocino y salchicha guisada en un disco para arar, que aprendió cuando vivió en Chihuahua. Aprendió a preparar salsa, a la mexicana y comprar a trueque las tortillas de harina. Con la venta de galletas, con jalea de manzanas amarillas y textiles típicos, hay quien dice que los Arlon están entre los menonitas más ricos y laboriosos del Valle.

El padre de Gustavo fue un gran minero en su natal Bélgica. Fue quien construyó los primeros pozos que mediante molinos de viento extraen agua del subsuelo. A los Kumes le impresionó la tecnología que vieron de su tierra y hasta los jefes de las rancherías remotas, se pusieron en vigilia y en orden para saber de la Familia Arnol. Y todavía, don Gustavo, cuando ya el inventor fue enterrado, comparte lo que sabe. Dice que el Vientos, no los molinos, son los amigos del hombre y de la tierra seca. El ha organizado su lechería y siente que el trabajo, sol a sol, lo ha bendito y lo hizo fuerte.

Aunque trabajan para Rednitz, por temporadas, los Kumeyaay [a los que simplemente, mencionan como «Kumes»], los jóvenes indígenas manifiestan su curiosidad por los molinos de viento. Por generaciones, han preguntado por el Molinero Arnol. Los indios le creen un Shamán que trabajo con el Espíritu del Viento y el Agua y, ciertamente, le profesan respeto.

Adán, Jr. se siente un jefazo, cuando su padre lo hace responsable de la conducta de los Kumes y ante ellos los inviste de gran autoridad. «Lo que me hijo diga vale como si fuera palabra mía. Hijo mío es jefe» y los Kumes y los Aldama entienden. Sin embargo, para Adán, Jr., hay una frustración. Los Kumes conversan con admiración de Gustavo Arnol. Antes, cuando Adán, Jr. no había nacido, hablaban con admiración del Dr. Iván Güeldres, que llegó a viajar a sus rancherías, como invitado de honor o en emergencias para dar servicios. No hay una reciprocidad que él entienda. Hoy por hoy, siendo su padre quien les da empleo temporario y les adquiere sus cabras, le tratan con indiferencia, si se compara con el entusiasmo que les inspira el Molinero Arnol y el mismo «Niño Simón».

Lo que ha descubierto Adán es que puede que esos malandros del subdesarrollo, malagradecidos indios, pueden que se hayan admirado con las mujeres de la aldea que, de por sí, siendo mexicanas por ley, siguen vistiendo al estilo de las «Pennsylvania Dutch». Acaba de leer un artículo en la revista «Tú» de los que dicen los Gringos sobre las niñas menonitas de México. Han evaluado, con peculiares juicios, que son más hermosas que las inmigrantes alemanas. Esto ha bastado para que su ego de (EMO)tivo punk se ofenda. Es otro mentís contra los criterios que sustenta su padre Adán Rednitz, Jr. que, a los 60 años, se ha llenado de arrugas. Todo el dolor y la mala voluntad que trajera el Bávaro lo ha introyectado en sí.

Adán Rednitz, padre, ha contado en secreto a sus hijos lo que únicamente los Ancianos y la Junta de Hermanos, que ya se echa de menos en la Iglesia y en las Granjas, supo. Fue información que se manejó en su tiempo; pero que el Molinero Arnol no volvió a mencionar. Cuando vino a México en 1918, de seguro, se creyó que sería de la primera Guerra Mundial. Mas, en realidad, él fue uno de los participantes sobrevivientes de la Huelga de Mineros de junio de 1917. La misma fue suprimida, con terror y violencia por un soldado alemá, el Mayor General Richard Karl von Tessmar.

Durante la Primera Guerra Mundial, las fuerzas alemanas ocuparon a Luxembourg en 1914, pero, «el buen hombre no fue como esos Güeldres, vengativos, acuciosos, que son agentes sionistas; corderos pacifistas en apariencia; pero lobos».

Parte de la venganza de los Rednitz, por el presunto hostigamento, que recibieron de los Güeldres, es que ninguna de la niñas de Gustavo Arnol, «el mejor de los vecinos y hermanos de los Discípulos de Menno», despose a Simón. Y ésto es tarea muy difícil porque es Gustavo y su esposa, Susana, la que desean ese matrimonio para la menor. La Consentida Pamela.

Pamela es lista. La maestra Fredrika de Bülow y Mamá Claudia han conversado que tiene la belleza de las antiguas doncellas de Treveri, más célticas que germánicas. Los holandeses llaman a la provincia belga de Luxembourg la Antigua Aarlen.

Cuando el Molinero Arnol vivía fue el más íntimo amigo y querido hermano que tuvo el Dr. Güeldres y mi abuelo.

El Abuelo contaba contaba, por haber vivido la guerra, que Aarlen / o la municipalidad de la familia Arlon, fue una de las primetras víctimas de la Invasión Alemana de 1914. Ese año ejecutaron más de un centenar de habitantes, a solicitud del Coronel Richard Karl von Tessmar. Y durante la segunda Guerra Mundial, la tierra de la Familia Arnol estuvo entre las primeras invadidas otra vez la Alemania nazi.

Don Gustavo es el hombre, maravilloso hombre, que me ha subido a su carreta de latón, tirada por percherones, para que sienta la alegría de un Domingo durante la Semana Santa. Lo recuerdo con su sombrero de ala ancha, sus pantalones con tiradores y sus zapatos de labriego. A doña Susana, como sus hijas mayores, vistiendo con sus cofias, los vestidos largos y botines negros. También Mamá Claudia no perdió la austeridad de sus costumbres; pero, como era artesana y cosía, sus vestidos fueron sabiamente por ella misma y la ceñian para que se respetara la hermosura física de su silueta. Sabía que la belleza externa es importante. La mujer bella es alegría y adorno para el hombre. Y, me acostumbré a ver la belleza de Pamela, y bendecirla y escuché de sus labios, las confesiones de la mutua atracción.

Le enseñe a decir en español que la amo y que me quiero casar con ella. Por lo menos, sería como una clave, para tener algo tan privado que no lo entienda si no ella y yo.

«Este es nuestro secreto»

«Sí» dice ella.

«Si Dios lo quiere, un día me casaré contigo».

«Wen Gott es so will».


Siempre reía porque se le acaba su limitado vocabulario en español. A todo cuanto salía de mi boca, en español, decía sí.

«Eres la muchacha más linda del mundo».

«Sí».

«Vamos a tener muchos hijos».

«Sí».

«Van a ser muy feos, pero tú lo querrás».

«Sí».

«Más feos que tú».

«Sí».


Para enamorar a Pamela, en ocasiones, Adán, Jr. se ha hecho acompañar con los más fornidos y adustos Kumes. Se ha presentado por los alrededores de su escuela y se ha despaseado cuando cree que a Pamela, o a sus hermanas, puede hallársele y vérsele con semejante compañía. Y les presume que se casará con la más linda de cualquiera de las niñas que vea, todas con las caritas rosadas, los ojos azules, como los ángeles que ellos visualizan en las iglesias, o dibujados en estampitas.

«Así de hermosas son las belgas».

Y los Kumas no entienden lo que él dice, porque Bélgica, belga, Holanda o holandesas, son referencias sin sentido. Lugares o gentes que no existen en su vocabulario.

«El Niño Simón, hermosa verga, para ellas».

«Valió madre platicarles».

«Niño Simón chuqui, chuquis».

«Mögen Sie es?»

«Verga»,
ríen los Kumes totalmente desorientados.

«Ich bin enttäuscht».

La presunción fue incómoda. Ahora sabía que los Kumes le perdieron el respeto y se dedicaron a enseñarles el peor y más agresivo lenguaje que sabían. Fue a mostrarlas el paraíso y se reído de él los ignorantes. No puede asimilar la ironía, o que ha salido mal.

«Verga para tí, pitero de mierda», y se iban riendo por el camino.

Y aunque supo que no entendieron la diferencia de una belga y una verga... no se sentía capaz de instruirles, o rebajarse a explicarlo.

«Valió queso», dijo, «verga me vale todos ustedes, indios».

Les imitaba las risas.

«Verga, verga, me valen queso... ja ja ja».

Sunday, March 29, 2009

Cuéntamelo todo


Mamá Claudia, cuando ya estaba enferma, sólo me conversó una vez sobre Los Rednitz (a los que llamaba Regnitz). Fue un domingo, meses antes de morir.

Ella tenía ideas que, por de pronto, consideré extrañas. Decía que no olvidara el amor a cada cosa, a cada circunstancia, aplicado a todo, porque ese amor sobre el que ella hablara era el verdadero Ser y lo que nos hace y hará cardinales y transparentes. Para ella, el Ser no es una cosa neutra, sino algo que nos busca. El Ser viene por nosotros y nos corresponde, como criaturas o almas animales, hacerle espacio. Mamá dice que el Espíritu se recibe, que se enciende como la zarza de fuego, y que la personalidad cardinal, transparente, es la buena tierra, la Sión interior, donde ocurre tal epifanía. La Biblia es un libro de metáforas sicologistas, esotéricas, en buen sentido, no pagano.

Dentro de lo que deseara explicarme, había el juicio posible que emitiera contra la Familia Rednitz y su explicación para mi queja de que ellos nos hastían. O buscan para incentivar sus pleitos. En la escuela, por ejemplo. En las ya casi desaparecidas Juntas de Hermanos de los Discípulos de Menno.

Supe que los Regnitz que llegaron al Valle de Guadalupe son alemanes de Bavaria. Lo fue el padre de Adán, Jr, y el abuelo bávaro. Se radicaron con la secta en el decenio de 1920. Mamá redondeó ese decenio, pudo ser a mediados. Sin embargo, tenía la seguridad del motivo por el cual llegaron. El primer matrimonio de los Rednitz se consideró una víctima de lo que llamaron la Abdicación de Noviembre, o la Declaración de Anif. El rey Ludwig III liberó de obligaciones y juramentos al personal que servía a él y el Estado. En ese momento, el abuelo de los Rednitz ostentaba una oficina miltar. Lo que advino, inmediatamente, fue un nuevo gabinete, con un tipo de gobierno republicano, bajo el premier socialista Kurt Eisner.

Mamá Claudia había escuchado a Iván Rednitz, padre, dando referencias de la llegada de la primera familia Rednitz al Valle de Guadalupe. Y ocasionaba curiosidad y zozobra que dijera que el primero de los Rednitz fue militar y vivió los pocos meses del Gobierno de Eisner. «Vivimos la época del terror». Otras familias de Bavaria que llegaron muchos antes que los Rednitz se enteraron que Eisner fue asesinado en 1919. Y en los años que subsiguieron a este derrocamiento violento se originó una represión muy sangrienta contra los comunistas. Se estaba ya en los preludios del Nazismo. Un advenimiento del poder totalitario, extremista y homicida, que Mamá Claudia marcara con el hito del incidente de la Cervecería, el Putsch de 1923 y la conversión de Munich y Nuremberg en baluartes del Tercer Reich.


11 de marzo de 1960
«Con la Comunidad de Chichihuatl, en Guadalupe, vivió un hombre que ha dicho en sermones en los campos que, antes de hacerse pacifista, sirvió a la monarquía Wittelsbach en Bavaria. Culpa, con mucha amargura, que el revolucionario socialista Eisner fuese con su presión sobre el gobierno de Ludwig la causa de que perdiera el empleo. La monarquía cayó en noviembre de 1918. El oficio del hermano de Bavaria, ingresado al Discipulado de Menón, fue militar y tuvo un cargo administrativo en el servicio castrense. Hasta la fecha, él parece un varón de Dios, disciplinado para el trabajo, aunque ocasiona incomodidad cuando se gloría de que su jefe en el ejército bávaro fue Anton Graf Von Arco, quien fue condecorado por el régimen Nazi como héroe del movimiento. Nos parece inapropiado que, a pocos días de que la Fuerza Aérea Alemana bombardeara, varias ciudades holandesas y de los Países Bajos, el Anciano Rednitz predique ante los menonitas holandeses que lo han acogido, sin preguntar sus expedientes, sino confiando que es un hermano por devoción a los preceptos de paz, misericordia y perdón... Anton von Padua Graf, recordado por muchos alemanes de Bavaria como el asesino del dirigente socialista Kurt Eisner en febrero 1919, no es digno de encomios en el Valle de Guadalupe. Es hecho conocido que Von Padua Graf fue un aristócrata, monárquico y autoproclamado anti-Semita, a pesar de que él mismo tuvo ascendencia judía. El asesinato del judío Eisner constituyó un acto de guerra racial en el que se validarían ciertas aspiraciones ultranacionalistas. Con el asesinato de Eisner, un judío acomplejado de su genética quiso probar que era valioso para cualquier grupo aunque se le rechazara su membresía solicitada a la Sociedad Thule Society, en parte porque es en parte judío...»


Ahora es mamá Claudia quien prosigue con su interpretación sicológica y espiritual de qué pudiera estar sucediendo con el primer Rednitz.

Aún en la pasividad, en el lugar seguro donde se escondía, «aquí en el Valle», él seguía siendo un soldado negativo, organizador de impulsos que subrayan agresividad, destrucción y separación. Un representante de la maldad temible, según la frase del Benefactor Molokano. Fue el primer gran divisor que se asentó en Chichihuatl y el modelo de su ideología los enseñaba a los suyos para crear el grupillo bávaro. Esencialmente, su problema, sus conflictos internos y crisis existenciales, radicaban en un simple hecho: no creer en la bondad fundamental de las personas.

Es redescubrir al hombre innatamente bueno, al ángel espiritual, lo que puede convertir al menonita en exponente sincero del Reino de Dios en la Tierra. Y si un ácrata ateo, como fue el benefactor Güeldres, pudo redescubrir al hombre en la piedra angular de su Sión interna, en las doce puertas de la carne y en el alma biológica y decir, «Gracias, Dios mío, que nos hicíste buenos, potencial e innatamente aptos», todo el mundo tiene la oportunidad. El ateo Güeldres se hizo molokano y, sucesivamente, menonita.

Iván, padre, pidió a los Güeldres de la Admistración y al Obispado menonita, hospitalidad y, en tales fecha, dijo que no huyó por razones políticas, que era un estudiante de Leyes y dio simpatías a Eisner y al Partido Independiente Social Demócrata de Alemania. «Tengo mucho en común con usted, profesor. El amor a la ley, entre otras cosas». Esta fue la mentira; pero, la esposa de él, quien era más afable y con mayor estabilidad emocional, conmovió a los Güeldres. En apariencia, fue más sincera y declarativa sobre la razón para el refugio.

«Estamos desesperados, señor mío... Sé humilde, Adán... No terminaste la carrera. Eras brillante, con un buen empleo... ¿Sabe, señor mío? El sabe mucho. Fue oficinista, con responsabilidades administrativas. Puede ser útil aquí. No somos gente de campo; pero estamos en miseria».

«Comprendo».

«Hemos sido perseguidos».

Güeldres asumió equivocamente que el régimen represor de Eisner y sus partidarios lo aterrorizaban.

Lo que vendría en aquellos años, después del asesinato de Eisner, fue y había sido razón suficiente para abandonar el país. Los Güeldres disciernen estas razones. Las compadecen. «Quédense. Veremos cómo se les ayuda y ocupa».

De las categorías de personalidad, como decía Mamá Claudia, los Rednitz son más que los inteligentes, los planeadores extroversos. De mis ancestros, en contraposición, ella dice: «Dos seres maravillosos porque eran Inteligentes, perceptivos que curiosos, más analíticos que reflexivos, más artísticos e ingeniosos que refinados y sofisticados, bien informados más que cultos y más versátiles que originales, pero, ¿sabes, hijo mío?... siempre compasivos y profundos, porque creen que Dios honra al hombre bueno. Dios le abre el espacio para que sea Dios Quien les infunda el Ser-espíritu».

«Pero: ¿confiarán los Rednitz su Ego a Dios?»

«Claro que no. Creyeron que a Dios lo pueden engañar identificando la fe con lo que no lo es, sino con la dependencia en sus rasgos de personalidad... Son organizadores mundanos, líderes fuera del círculo de Dios, mentirosos, carentes de escrúpulos, responsables en apariencia porque son obreros eficientes para la maldad y el engaño. ¿Y qué hacen aquí? ¿por qué elijen una comunidad de 300 familias, aisladas y dóciles? Son planeadores, con el corazón deliberado por sus causas, no la causa de todos. La comunidad ha sido el medio para su fin egoísta y personal. Son prácticos, pero no concienzudos, parecen serios, mas no confiables... ¿Es confiable la persona que afirma tercamente que el hombre es malo por naturaleza y que no tendrá redención? ¿Tomó Jesús la cruz en vano? ¿Se hizo humano en la carne y en el dolor del alma: para que simplemente se burlaran de su sacrificio?»

«Entonces, Mamá, ¿desprecias a los Rednitz tanto como yo?»

«No he dicho que los desprecio, aún cuando nos produzcan ansiedad. Hablo sobre los dos. Reconozco que son agresivos, con mucha sutileza; es un rasgo cardinal que los distingue... pero pienso que sufrirán mucho más que nosotros, porque niegan la realidad de lo que está dañado por sus actos. No son humildes. Han venido ocultándose en un lugar que no les pertenece y no se hizo para eso. Esta colonia no es el medio natural para que vivan. Tendrán que transformar la aldea a su gusto para que se queden. Es por lo que han luchado por el poder comunitario desde 1920 y lo van a seguir haciendo. No van a cejar hasta despojar de tierras a cada holandés, o a los rusos que dejaron la Villa de Guadalupe y se mudaron con nosotros».


Lo que está claro es que el Abuelo bávaro no aprendió español. Su hijo mayor, sí. Y tuvo seis, al menos. Con gente que habla español, hace sus desvergüenzas y los culpa. El ordena la desvergüenza y deja sin empleo a los holandeses que pueden cumplir el trabajo desde dentro de la comunidad para mantener su cohesión de grupo. Quien controla las oportunidades, controla el poder y se vuelve el poder económico de quien no tiene propiedad.

Es obvio que, no en todos los seis hermanos Rednitz, hay el mal influjo del Abuelo Bávaro. Algunos han desertado la aldea por antipatía con él, pero, principalmente, porque los negocios de vino tientan. Y Ensenada necesita de estos expertos del Valle de Guadalupe, que destilan buen vino y hacen quesos sabrosos. El ruso se regresa a la vida humilde y anónima de Chichihuatl. El bávaro ambiciosa toma la Ruta del Vino y se a Guadalupe. Allá despoja, con su codicia, y olvida que había sido un hermano menonita y su visión de prosperidad no es acumular por egoísmo y sentido de grandeza ante los hombres.

No es suficientemente irrebatible lo que yo sospecho. O tal vez lo que Mamá Claudia no dijo, «porque sólo a Dios corresponderá que lo diga y que se juzque más allá de las dudas». El Abuelo bávaro de Iván, Jr. fue un militar, adepto a Anton von Graf. Y peor un cómplice y las armas del gobierno monárquico las traficó para que se hiciera resistencia a Eisner y se atacara a los comunistas. Ese fue el papel que tuvo y la razón para que se le persiguiera.

Un instinto de autopreservación, un impulso de vida en el peor sentido con que se infiera el significado de vida, cuando estuvo recién casado, lo hizo mudarse de país porque, como soldado reprimió a los militantes socialistas. Fue un asesino. O el traficante de armas para los asesinos.

Cuando más destacó como criminal, ya no era miembro de la Armada. Se le dio de baja con la Abdicación de Ludwig. Mas se quedó, con sus gestos conspirativos, al lado de Von Padua Graf. Y, sin la necesidad de clandestinidad, traficaba y se daba el lujo de buscar a sus viejos aliados en la Armada y visitar la cárcel para favorecer a los homicidas. Opera con mañas de enemigo infiltrado y utiliza su mujer dulzona y llorona, a sus hijos, a sus nietos...

El Abuelo Güeldres dio una buena explicación del por qué ha sido la costumbre de los Rednitz entrar a la casa mis padres en el Valle de Guadalupe y al consultorio que el Dr. Güeldres tuvo en Chichihuatl. Se infiltra, aprovecha noches y ausencias, aprovecha sombras oportunas.

A su regreso de Rotterdam y Almelo, pasada la guerra y la victoria sobre Hitler, el Abuelo Molokano documentó sus sospechas sobre los Rednitz y su papel de complicidad en el asesinato de Eisner.

12 de marzo de 1960:
«Lo hablé en dos o tres ocasiones con Adán Rednitz. Su padre había conspirado con invasiones de morada y suficiente razón fue para que se expulsara de la colonia. No digo que mis papeles valgan, al punto de clasificar como robo lo que haya sido la intención del invasor. Digo que es inmoral que un Anciano rebusque escritorios, archivos, cajones de documentos que no son suyos... Y, por conversaciones que tuve con mi padre, una vez regresó de la resistencia y organizó viajes de cooperación con organizaciones de refugiados judíos, se han perdido una serie de fotos que él había adquirido. Las fotos las escondió en mi casa y, con las mismas pensaba que enmendaría un error que cometió a mediados de 1925. Entre 1920 y 1924, en la celda 70 de la Prisión Stadelheim, estuvo recluído Anton Von Padua Graf, sentenciado a muerte... eventualmente, con su sentencia reducida a cinco años, por un juez anti-socialista y ultraconservador. El Anciano Rednitz, de los menonitas del Valle de Guadalupe, aparece en fotos tomadas en 1925, visitando a Anton en la prisión, por lo que la amistad con el asesino convicto parece estrecha. Una vez, como segunda indiscresión de mi apasionado padre, lo advirtió: «Usted visitaba en la prisión al asesino de Eisner, ¿verdad?» y, por supuesto, Rednitz lo negó. «Sucede que las fotos no mienten. Las fotos que yo tengo» y tenía una carta de alguna parentela de la mujer de Von Padua Graf, o de la esposa de Rednitz, que también fue de la cepa de los Arco-Zinneberg... Dicho ésto, ya sé lo que Rednitz y los Arco-Zinneberg temen a tantas millas de Bavaria. Crímenes, o complicidad con los torturadores, sí, los Nazis».


Una frase de Mamá Claudia, Pamela la adoptó y me placía al oírsela. «Cuéntamelo todo». Todo lo que me hiera, lo tendría que decir a mamá. Todo lo que vea y no entienda. A ella, por confianza, ir para que me absolva. Es una frase, no digo de perdón, de consuelo. De fe en la bondad innata que he traicionado porque no me sinceré del todo con mamá. Guardé mis mañas para desobedecerla. Quien es afable lo cuenta todo y no teme. Yo no soy tan afable. El ángel de la Sombra me amarga, me sugiere el mal. «Tén una pequeña radio, díle a tu madre, obséquiala. Abba está de moda, escúchalos. ¿Qué necesidad de que tu madre lave a puño todo ese traperío de la familia y de otras vecinas... cuando basta una carta a los Arhaus, a los Delfzij, y te compran una lavadora eléctrica, una nevera tan grande como la de los Rednitz, para que siempre tengas helados en la casa y no andes sediento? Se necesita ser tan jodido, olvidado de Dios, para que no hayas probado jamás la Cocacola ni hayas visto cubitos de hielo, excepto los de las granizadas que caen ocasionalmente sobre los campos?»

¿Y me dices cuéntamelo todo? Si te cuento todo lo que el demonio dice, te echas a llorar, me abrazas y lloras y me quema tu angustia...

Me gustaba que ella me dijeran cómo soy, o cómo voy siendo. Que aplicara sus categorías de personalidad para marcar la diferencia que me particulariza frente a seres como Adán Rednitz..

«Te hace afable para Dios el que eres cortés y cooperativo, más que desprendido y flexible. Eres cálido más que indulgente y servicial; eres considerado, tierno, bondadoso, todavía no lo suficientemente compasivo ni justo».

«¿Crees que soy cariñoso?»

«¡Qué pena, hijo mío, que te sientas solo! Siquiera eres abiertamente afectusoso conmigo! Pero no es culpa tuya. Ni son cosas de genes ni de introversión dañina... Eres muy jovencito aún para saberlo todo... pero cuéntamelo todo, hijo mío. Yo te ayudo. Cuéntamelo todo...»

____

Saturday, March 28, 2009

¿A dónde me llevas?



Vagar en el corazón es la soledad sin caminos. Es el desierto. Adán Jr. me condujo en su camioneta a la salida más apartada de la aldea; yo me metí al corazón como un refugio. Según la noche avanzó fue más temible. Ni imaginé que había tal cantidad de abrojos. Cosa distinta son las tierras en Chichihualt. Yo tenía el control instintivo de sus caminos; me aprendí de memorias los espacios para mis pisadas. En cambio, este trayecto de hoy me pierde, me asoma a vulnerabilidad. A saber la amargura de las distancias físicas y del alma.

Siempre la Naturaleza me pareció muy hermosa; amaba los plantíos, los riachuelos, cada avecilla y las bestias: vacas, burros, cabrillas... tuve inclusive mi carromato, el buguie, aunque para nada me ha servido, porque lo jaló un caballo percherón, que ya no es mío. El Anciano Rednitz confiscó la propiedad que fuera de mi padre, él y sus cómplices.

La vida de Chichihualt es ardua. Es sudar y no tener nada. Es un aprendizaje amargo.


Octubre 5, 1975:
«... the life that endures, and preserves itself through death is the life of the spirit. Spirit gains its truth only by finding itself in absolute dismemberment»: G.W. F. Hegel

A lo que me refiero es tal vez a la historia de perpetuas batallas, al reino donde la felicidad se vuelve una quimera: el Estado más sabio cae y con él, sus provisiones y proyectos, sus cálculos,su orden de paz o guerra, la virtud del hombre bueno y la alevosía del hombre malo son sacrificadas.

A lo que me refiero es al paradójico poder del golpe destructivo y sus celadas que al fingir su concreta libertad y esencia activa, o lo que se plazca en la aldea llamar espíritu, Geist, pájaro iluminado, acosa bravamente hasta el tuétano que cruje con el sinsentido del fracaso y del desmembramiento.


En los andurriales que percibí, yendo en soledad por los caminos una vez que dejé Chichihualt, yo tuve miedo. Tragué, entre las tinieblas, las noches más oscuras que las noches, gemidos que saben a peligro, buitres en acecho, silbidos de culebras venenosas. Y para mi caminar no llevaba nada. No tuve tiempo para recoger algunas cosas y echar a un morral.

A duras penas, recuerdo la conversación de mis captores. Fuera del pueblo de Guadalupe, el de antiguos molocanos que se fueron al Valle Central, si algo me convenía, sería viajar 20 kilómetros hasta la Ciudad de Ensenada, rumbo al norte. «Sin duda, no querrá pasar por el Desierto de Calaviña y dormir recostado contra los nopales». Escuché las risas. Y en su hablar en español de mis captores, hay un gesto de rebeldía. Dentro de la secta de Meno, en la escuela o en la iglesia, no lo hacen. Está prohibido hablar en español, ya no en código escrito; pero, en la práctica. Adán, Jr. es uña y mugre con René, su primo. Han luchado, desde hace años, por formar una palomilla. Es difícil entre jovencillos tan cuidados del mundo, en cierto modo, tan espirituales como los define Mamá Claudia que habla de personalidades trasparentes, espacios de impulsos cardinales.

«A pie este pendejo se muere en el camino. Es molokano, cruzado con putas de Almelo».

La referencia a putas Almelo es una irreverencia y, especialmente, en la misma noche del sepelio de mamá. Lo de molokano refiere posiblemente a mi abuelo a quien llamaban el Defensor de los Molokanos y de la fugaz República Soviética de Bavaria.

He puesto mi otra mejilla. No sé por cuánto tiempo más. Los delincuentes me sujetan por cualquier movimiento. René y Adán, Jr. se despachan con sus vulgaridades y su común devoción por la punky-(EMO)tividad.

«Son jojoyitos ponedores, como Pamela, ¿ah?»

«Que te aflojó la pepa, ¿ah, Simón? … pero lo vas a pagar».


Las alemanas de Chichihualt son menos paridoras. Con la excepción de mi madre, las holandesas han dotado un promedio de diez hijos al matrimonio. No optó casarse cuando quedó viuda y fue por lo que asaltaron su casa con la manipulación de su patrimonio y el mío.

«Ich bin bestohlen worden», protesto desde lo hondo del corazón.

«Por no seguir la ley de las putas de Almelo, Claudia murió sola. Fue un desperdicio, Simón. Ella sí fue un jojoyo y… petatlán. Valió queso».

Otro de los malotes, primo de René, observa: «No quiso trato con la familia Rednitz. Ahora en el Valle de Guadalupe quien controla es el alemán. La época de los rusos y los neerlandeses valió Die Mutter».

«A huevo», riposta René.

Y dentro del camioneta, volvieron a golpearme porque estaban cerca de dónde me iban a tirar.

«Con razón Hitler y la Lufwaffe [la Fuerza Aérea] les dio en la madre a los holandeses antinazis, apretados hasta para dar el culo», dijo René el Emo, aludiendo a Holanda y tal vez al bombardeo de Rotterdam, la segunda ciudad holandesa más importante en aquel tiempo.

«Los holandeses valen queso».

«Bélgica vale verga».


¿Para qué presume estas cosas René, el Emo, si tiene que comenzar, sobre todo, por explicar el neo-nazismo punk del que se nutre? Si lo hubiese oído mi padre con su burla de los crímenes nazis sobre los Bélgica y Holanda, le habría sermoneado duramente. En Rotterdam, no es sólo una buena parte de la ciudad lo que fue destruído y los hogares de 78,000 personas. Se trata de 800 personas asesinadas.

«Se trata del principio mismo que a Chichihualt y al pueblo de Guadalupe da sentido. La inhumanidad de la violencia. Al Valle de Guadalupe, no llegaron los primeros adeptos a la secta molokana a crear negocios de quesos y cultivar viñedos. La prioridad fue no verse sujeto, nunca más, al servicio militar, a la coacción y la violencia».

En este momento, cuando las costillas lastimadas por la tunda, me quitan concentración, me alegra que me haya recostado con las botas puestas. Visto con mi oberol, pantalones de pechera azul y una camisa negra, y mi pelo está recién recortado. ¿Qué tal si no me hubiera vestido propiamente y me asaltaran con mi imprevisión en su favor? ¿Qué tal si me golpearan aún más despiadadamente y me tocara morir?

«¿Dónde me dejarán?»

La tonta idea de llegar a Tijuana fue mi único propósito, pero yo conocía otro mundo que los olivares y viñedos de Guadalupe. Había oído decir que Tijuana es la ciudad más grande y poblada del estado de Baja California. Su capital, según creo.

«Si tienes prisa, lo más cerca es Calafia; pero Ensenada está a casi 70 millas al Sur de Tijuana… cuando llegues a Ensenada, sigue al norte… y leerás un letrero que dice Aquí empieza la Patria».

Los blasfemos


Para dar carrete a mi discipulado, zahiriéndome, Adán, Jr. me comparaba con mi padre que, ya muerto, ni ocasión tendría de armarse con una de sus ocurrentes frases y darse defensa ante lo que la familia Rednitz llamara el rearmamiento moral y espiritual de la Familia del Pacto. ¡O dar defensa a su persona y la mía!

«No eres como tu padre», me decía un pretendiente celoso. El sí lo conoció más tiempo que yo, que apenas lo avizoré por retratos y bocetos que Claudia pintó y lo que pueda yo recordar antes de mi edad de seis años que es muy poco.

«No tienes su estatura. Ni su verga ni su conocimiento».

«Um Gottes Willen!», exclamo yo. No quisiera responder en sus términos y en el lenguaje bravucón que me habla. Sé más español que él. El que conversa así, tan sangrón y carrilludo, es un descerebrado. No parece educado en esta comunidad que aún se dice santa, apartada del mundo.

«Eres un flaco, rata escuálida, puto».

«Oh Gottogott!»


Pienso que exagera. Delgado sí. El sí es fofo, vale queso este pretencioso huevonudo.

«¿Entiendes lo que te hablo? Verstehen Sie mich?»

«Ich verstehe».


Y entiendo aún mucho más sobre lo que él no entenderá: ¿Por qué Pamela se fijó en mí y no él para su amor adolescente? Este boquirroto se cree un «hijo de papi», el ladronazo. Como sabihondo Emo, si se atreve a jactarse con sus estupiditas de punk, es que porque ha leído la revista «15 a 20», o el magazine «Tú» y su padre se lo ha llevado a desbalagarse por el Malecón de Ensenada. «Para que vea mundo, pazguato», me dijo. Cree que el Cinemo Star lo hizo más viril que yo. Utiliza un español irreverente y, ciertamente, se cree un niño burgués.

«Iván fue un indecente», René se echó a reir.

Ese día alegó que no disfruté de la familia rica, ambiciosa e influyente, como la que tuvo Papá Iván y mi abuelo cuando en el decenio del ’30 y ’40 fueron protegidos por Alvaro Obregón y, aún antes, por el gobierno de Porfirio Díaz. El segundo simpatizó, como mi abuelo, con los molokanes; en cambio, Papá Iván pasó por la colonia Hegue, que representara el Reverendo Johan Loeppky y Benjamín Goertzen.

«¿Y tengo yo alguna culpa de que tu padre nos robara?», profería yo.

Si mi padre hubiese vivido, me habría dicho que los hombres actúan conforme a ideologías. Habría citado a Gramsci, o a los anarquistas que leía, con tanto discernimiento. «No hay organización sin intelectuales, es decir, sin organizadores y dirigentes. Una masa humana no se distingue y no se hace independiente por sí misma». Pero estoy ante un Emo acomplejado y, si alguna lástima tuve por él, se fue acabando en la medida en que se metió en mis asuntos y empezó a imitar a su padre, siendo hipócrita como él y desperdigando sus blasfemias para vilificar a papá. Antes, según fue conociéndole en la escuela, podía comprender que no tenía la capacidad de organizar a nadie. Que no podría ser otra cosa que el que no sabe independizarse a sí mismo de la familia que lo forma, la de un ladrón y blasfemo, sin la capacidad de ser el Jefe.

«Wer sind Sie? …¿Crees que Pamela te preferirá?» Das hier ist meine Freundin»

«Das hier ist meine Verlobte».


No es con los güevotes que se gana el cariño y el respeto de Pamela. No pienso volver a hablar con René, el Emo.

Mi madre comentó otra idea sólida de mi padre, que sí, siendo cristiano, leía sobre política al punto que lo clasificaron ein Sozialist, ein Liberaler, ein Linker. Lo dijo muchas veces: «Ich interessiere mich für Politik» y fue escándalo cuando aseguraba, en sus predicaciones, que la guerra, o los métodos violentos del poder, es la segunda tentación más fuerte después del sexo. El sabía utilizar el púlpito en la iglesia y sacar el máximo provecho del privilegio de dar un sermón porque él vio la comunidad de los menonitas en Ensenada moviéndose hacia la dirección de los alemanes como Rednitz. Y los doscientos molokanes rusos que llegaron a Baja California y se establecieron en el Valle de Guadalupe, de veras, fueron como los pre-reformistas de Lyon, como los originales fundadores del menonismo y los anabaptistas entregados a la fe. Los anabaptistas de Suiza y Holanda sufrieron años de persecuciones. Sabían organizarse con la resistencia pasiva y es el por qué Menno Simonsz, contemporáneo de Lutero fue exitoso.


3 de diciembre de 1969
«Escribo para que sepas, cuando ya hayas crecido y aprendido a leer el alemán, hijo mío, que vivimos un tiempo tenebroso y las trincheras aún vigentes de la utopía comunitaria, van hacia el peligro… Antes, por causa de las guerras mundiales, había más compasión y connatos de corazones ablandado por la persecución y el sufrimiento… Había diálogo con las Juntas de Hermanos en nuestros grupos de resistencia cotidiana a la ignorancia y el fanatismo. No había obispado corruptos y los jefes intelectuales, ya ancianos, como J.F. Wiebe, Klass Heide, Johan Loeppky
y Benjamín Goertzen, cuidaban lo que se hizo en México, de Ensenada a Chihuahua, de Hermosillo, Sinaloa a Veracruz… Insistían en que se educara a los pequeños, niños y niñas, como yo espero educarte, aptos para comprender la seriedad de los problemas de la vida diaria, la bondad del trabajo y las labores de campo, que son tan importantes como cuidar de los hermanitos menores y aprender a organizar la comunidad de los vicios y las presiones externas… Hijo mío, ora siempre en silencio, nunca jures en voz alta porque el tentador oye, y no es un ente metafísico, es el vecino y el que te ordena que alimentes sus cerdos, o cuides sus vacas… No discutas en público el concepto de nación, pero no lo rechaces. La política, válida y proactiva que quiero que practiques es la paz y el consenso».


Mentira es que el tema de la fornicación haya sido para él priortario, consejos fue que dio en privado. Como médico. De la poesía de William Blake, quien glorificaba la inocencia y la energía del deseo, el erotismo, «arrows of delight», habló con quien pudiera entenderlo. Cuando murió se apoderaron de sus libros y sus anotaciones.

Escucho a este patán, hijo de Rednitz.

«Iván fue un indecente».

«Was haben Sie gesagt?»

«Lo que oíste, lo que sabe todo el mundo».


«Ich verstehe Sie nicht».

«Ni en alemán entiendes… Que iba por su jojoyo a Tijuana a matar la rata, a buscarse su puta».


Otros dijeron que se deleitaba con traguitos de Courvoisier, el cognac de Napoleón, y se le subían a su cabeza. Entonces, sería que hablaba de sexo y se iba a curarse la malilla, la abstinencia de un buen ano.

«Seguro que a picar el ojo de payaso… porque no creo que mujer alguna de entre los menonitas de Chichihuatl le satisfaga sus indecencias».

«Was haben Sie gesagt?»

«Lo que oíste».


Hombre de ciencia, al fin, Iván Güeldres parecía fascinado por el hecho de que el estrógeno ejercía una poderosa influencia sobre las habilidades del cerebro femenino: es decir, en su memoria, concentración y en su sensibilidad. Esta hormona promocionaría un crecimiento de las neuronas femeninas, a su juicio; pero, al opinar sobre estas cosas con campesinos, cosa que nunca hizo, seguro que no le comprenderían.

Los Rednitz sí, porque hurtaban sus libros y necesitaban desfigurar hasta lo indecible todo lo que pensaba y dejó escrito para mí.
___

Recuerdos de Mamá Claudia



A todos, mis pretendidos custodios, tuve que servir, ordeñé sus cabras, cargué como burro leña para sus casas, cajas de uvas para los Viñedos de Santo Tomás. Tuve quien señalara mis faltas a cada momento. Yo debía mostrar mi respeto y gratitud ante mis padrastros espirituales y hermanos mayores; pero fueron amos, disciplinadores por el corrupto y codicioso premio de mi obediencia. A la postre, yo fui desobediente. El niño armónico que describía Fredrika, «el niño de paz que Claudita nos ha dado», como dijo el Benefactor Molokano a su hijo, tenía su lado oscuro.

Mi cuerpo se hizo fuerte, exteriormente saludable. En general, dijeron: «Simón crece con hermosura y con gracia ante Dios». Dí las gracias, pero me sentí, secretamente, esclavo de tareas ajenas y, en desfavor, no faltaron los que alegaron que soy un inútil, indigno del pan que me llevara a la boca y de la educación que adquiría en sus escuelas. Ese grupillo son los influyentes bávaros.

Mi vida adolescente estuvo llena de sueños y, en cierto modo, de candor. Salí de mi hogar a los 17 años de edad. Me eduqué en la colonia menonita más que con el padre y la madre que perdí. A Mamá Claudia apenas me dejaron enterrarla.

Ella fue otra persona que me amó y por quien acepté la doctrina de Meno. La escuché de sus labios y había más dulzura en su exposición que en la de otras bocas, predicadores y veedores que me dieron una perspectiva miserable del mundo y de la interacción con los demás. Inclusive de mi interacción contigo, Pamela.

A mamá y a Pamela les faltó el valor de desertar. Lo propuse. Que confiaran en mí y me sonreían. La verdad es que carecí de las palabras convincentes para el sueño que forjé. «¡Vivir juntos fuera de Chichihuatl, trabajar para ellas, para las dos!» Vano entusiasmo. Llegué a pensar que yo sería capaz de dar techo y alimento a ambas, a mi madre y Pamela. Defraudé a Mamá cuando dije que tenía el derecho a robarme a la chica, de 14 años, y falté a la obediencia y virtud que me instruyó mi madre.

«¡Calla, hijo mío!»,
fue lo que me dijo. Fue como si dijeran: no puedes, porque no eres un varón dotado de las virtudes del segundo David. Fue como si sintiera que me acusaran por no servir para nada. Y no tener nada, sino mis manitas de pubertario.

En fin, para mi consuelo, Claudia Arhaus Delfzij [¡ay, Mamá si supieras!] no supo sobre mi desobediencia. No tuvo el tiempo para conocer todos los detalles de mi idilio. Oculté mis temeridades. Pamela y yo eramos muy jóvenes, acaso temerosos. A duras penas, yo aprendía a meditar, a planear. En verdad, debí ser un chicuelo, mas no tan inexperto como se me decía. Pamela me dio su confianza con la idea de forzar el paso a un nivel de respeto que yo quise y no había logrado... Soñaría despierto una que otra vez y sentí una rabia vergonzosa cuando mi virilidad se manifestaba y fui comparado con mi padre. Para ser un hombre con decencia, la aldea me pidió no jurara por mis estúpidas verdades e inquietudes. Ni invocara el nombre de Dios en vano. El mero hecho de arribar a la adolescencia se tomó como una amenaza. Las niñas me miraban con cierta curiosidad.

«Er sieht sehr gut aus», se dice sobre mí.

«Es ist schön», asintió Pamela.

Mamá no permitió que yo hablara mal de mi padre. A él lo aludí con amargura en ocasiones. Ha de ser difícil crecer sin el hombre que te da una genética agraciada y una visión que deja escrita, anticipada y sistemáticamente preparada para cuando valga, por la edad. Discutiría en sus méritos sobre qué ser hombre, honrar el trabajo y la comunidad y hacerlo cara a cara para exigir lo que se merece, inclusive un amor privado, la pareja. Una de las cosas que Mamá protegió fue un libro que él anotaba y del que hizo que leyera lo siguiente. «La comprensión crítica de uno mismo se obtiene, pues, a través de una lucha de hegemonías políticas, de direcciones contrastantes, primero en el campo de la ética, después en el de la política para llegar a una elaboración superior de la propia concepción de lo real».

Me dijo que papá lo escribió para los dos porque, a lo mejor, un día tendríamos que irnos del Valle de Guadalupe. Las Sombras, los ángeles de los umbrales, echaban raíces en algunas gentes, para que se nos dificultara la vida. «Llegará el día en que tendrás que exigir, no sólo pedir». Estúpidamente, exigí a quien me amaba y no se trata de eso. Por el contrario, es a quien obstruye a quien hay que demandar.

Claro, entiendo. Adán Redniz, hijo del Bávaro, es uno. Nacido en Ensenada, él adquirió las tierras de mi padre. Allí, donde tuvo sus corrales de gallinas, diez vaquillas y el consultorio médico de la aldea, se me dijo que yo no era tan escuincle, a la edad de 10 años, como para no aprender las tareas del granjero. Ese día me mintió directamente y yo le creí. «Tu padre me ha pagado con esta granja. El se está dedicando al juego, al vicio, se ha endeudado conmigo. Los narcos son sus verdaderos enemigos; pero, él no desea escuchar mis consejos y yo no quiero preocupar a tu madre. La Hermana Claudia no merece que yo la entristezca».

Trabajé (¡y no fue necesariamente coser y cantar!), sino que encallecieron mis manos; pero ya siendo pubertario, me dediqué a acariciar el bello rostro de mi madre, aprender a su lado die Geschichte der Seele, y soñar. Me cuidaba de comentar lo que Rednitz me dijo sobre los vicios y deudas de papá, porque ella «no merece que yo la entristezca».

Para que no me identificara con alguna tierra y me atreviera a pensarla que es mía, o fue de mi padre alguna vez, yo trabajé en los viñedos de Rednitz, en los ordeños de las vaquillas de los Güeldres [ahora propiedad de Rednitz] y, siempre tenía un nombre diferente la granja a la que me enviaba, porque yo sería el peón de todos.

Esperaron sus tancalotes llenos con mercadería: cada vez más acopios de uvas, huevos y quesos que apuntalaran los valores, servidos en Ensenada: trabajo, sencillez y familia. Habría podido ser feliz. Sí, yo aún creía en esos valores. Trabajar duro, uno de mis favoritos... pero quería bondad. Faltó que me amaran.

En las granjas de la Familia del Pacto de Meno no hacía falta un soñador lleno de parábolas: yo era el perro con cencerro del que se burlaba el hijo de Adán Rednitz. Soñador fue el Molokon y se le pagó mal. Nadie siquiera fue a su sepelio y se le tuvo que enterrar en Guadalupe, en cementerio ruso, no como a mamá que murió entre los suyos y se quiso su tumba entre los neerlandeses... Pero ella no soñaba como perra con cencerro... Supo que me enamoré de la chica que uno de los Rednitz, más o menos de mi edad, separaba para sí, sabiendo él que ella me amaba sólo a mí. Y la familia del niño advirtió: «No es bueno que Simón la visite; porque, esa hija del granjero Arnol, él la quiere para Adán, mi hijo».

Muerta mamá, fueron a ver la maestra Fredrika y, en cierto modo, le dijeron lo mismo. «No queremos que Simón se ilusione con la hija del granjero Arnol, porque es prometida de mi hijo Adán». Se esperó que yo aceptara un piadoso donativo monetario para que salga de Chihihuatl y me abra camino en otros rumbos. La ayuda de los hermanos para el huérfano fue parte del complot sutil contra mí. En un sobre que leía en el exterior «Para el niño Simón Güeldres», había unos fajos de dólares que no me habrían sostenido ni una semana.

Yo escupí el sobre y no lo acepté. Fredrika me abrazó y me dijo: «Eres un hombre». Yo me abracé al féretro y lloré porque no pude entender lo vacío de la sabriña. Sólo llegaron unos niños de la escuela de Fredrika.

Cuando se investigó, en mi ausencia, por qué pudo darse esta distancia afectiva entre los adultos, si Claudia Arhaus fue tan buena, se alegó que se supo el embarazo de Pamela y que yo había sido el responsable. El feto murió, pero no la deshonra. «Fue el castigo a Simón que se burló de ella».

Tuve muchos recuerdos de Mamá Claudia que circularon por mi mente cuando me acosté. Analicé si, en verdad, tenía una formación menos utópica que papá. Ella provino de una familia de artesanos, gente de arte, como los Arhaus y Delfnij. Estudió Bellas Artes en Rotterdam y, finalmente, enfermería antes de radicarse en Ensenada. Me conturba la idea de si tendré profesión, o algo más sofisticado que me haga útil para el trabajo, o ganarme la vida. Lo único que sé es que no prospero. Y seré un niño armónico, un soñador o perro con cencerro, pero ésto ya no sirve aquí. El único peón que vale es el que es dueño de la tierra que cultiva o del ganado que arrea.

«¿Cómo que estudiarás, o que lees en las noches? Tú no sabes qué es un televisor, no has ido a un cinema, no tienes, como yo, cassettes, no sabes bailar... no sabes conversar lo que le interesa a la gente, te ruborizas, te agüitas por nada y pareces un espantapájaros con ese oberol de tirantes... si llegaras a Tijuana, los paisitas se reirían de tí...», me había dicho Adán.

«¡Y así quieres casarte, no la amueles! ¡Madura, pendejo!»

También recuerdo la destreza de mamá al pintar. Cuando exigieron a Claudia que entregara a los veedores de la aldea, la cámara fotográfica de su esposo y todas las fotografías que él tomara antes de su muerte, ella dibujaba su retrato de memoria y me dejó sus bocetos hechos a puro carboncillo. Ví muchos de sus esbozos: retratos de mi padre, guapísimo, perfiles de sus abultadas y crecidas patillas, sin bigote, la sonrisa permanente, labios finos y mejillas que se arrugaban en hoyuelos de coquetería y sonrisas inevitables.

Ella recordaba, sin dar señas de sentirse ofendida porque se dijera en la aldea que atraía a otras damas y que inclusive, por celos de una mujer, lo mató un pistolero de la Mafia, Iván Güeldres transmitía una poderosa felicidad y seguridad en sí mismo. La educación amplió su encanto y valor. Era conversador y amable. El se olvidaba de la indiferencia que la colonia pedía ante asuntos del mundo. Lo enardecía la injusticia, los golpeadores prepotentes y, asimismo, los que atacaban por la vía de la crueldad silenciosa. La indiferencia. Lavarse las manos ante el atropello es el más vil y cobarde de los pecados. Según supo Mamá Claudia con el tiempo, Iván defendió a una mujer golpeada en cierta cantina. Que se metió donde no le llamaron, cierto.

«¿Y quién justificará al menonita que entra a un congal? Nos está escrito en la doctrina de Meno que nada debemos buscar fuera de nuestra aldea», preguntaron entonces.

Mamá fue hermosa. Su rostro, en particular. Posiblemente, ninguna mujer a papá lo atrajo más que ella. Y si bien entró a la cantina, no fue a procurar sexo, o embriagarse. Hay todavía bastante misterio en el asunto.

«Pero yo está muerto, hijo. Ora por él y olvida los hechos, no sea que se inspire venganza en tu corazón y por pistas desorientadoras , te veas en condena y con peores caminos», me aconsejó ella.

Cuando supo que yo noviaba, interesándome en Pamela, Mamá se explayó para compartir en torno a la maravillosa fisiología de la sexualidad y la idea del Molokon y mi Padre de que «con los hermosos cuerpos femeninos, se emancipa la erótica de los santos». Me dijo que era maravilloso oír a papá enamorarla con semejantes ocurrencias, aunque, con rubor tranquilo, se quedaba callada. Con sus ojos comunicadores, asintía a lo escuchado. Habló pues sobre una sexualidad, me dijo, que no he de confundir con lujuria ni fornicaciones.

Me alentó A que no hablara contra mi padre ni menos creyera en lo que dice la gente que lo envidió o lo conoció muy poco. Me dijo, además, que si él viviera, me habría instruído para que comprendiera lo que llamara la «fisiología maravillosa de las hormonas». A juicio de Mamá Claudia, a flor de piel se observa que tengo su bondad, su ingénita gracia hereditaria, quizás no su alegría ni su espontaneidad, porque su muerte marcó mi carácter. No sé. Y el trabajo desde niño en el campo.

¡He sido triste, introvertido y limitado, sin él! Ella lo nota. Pero pese a trágicamente inesperado de vivir sin él, tengo sus virtuales atractivos. No su imponente estatura ni la diversidad de su cultura, pero «inspiras respeto: tienes una inclinación al cultivo de ideas propias».

A la sinceridad de mi padre la confundieron con rebeldía; de la mansedumbre aparente, ya se sospecha que es un misterioso potencial, ¡el espíritu!

Cinco años más joven que mi padre, mamá fue una raíz profunda que se hundía en tierras espirituales, en suelos indescriptibles. Supe que crecía en fe, en paciencia, en fondos oceánicos. La paciencia la perdí cuando mi madre murió y no sé cómo me obseden ambos. ¡Pero la amé y, posiblemente, más que que a der Artz, Vater Iván!

Mamá Claudia, al verme trabajar en rudos oficios del campo y después clavado en los libros de mi padre, no se extrañó que a la edad de catorce me interesaran irme del Valle. Sea a Tijuana, o los EE.UU., o la misma Holanda.

«Con mi alemán y mi español, puedo salir a la ciudad y estudiar con mi padre; si me hubiese dicho, házlo, no me iría a menos que viniese ella conmigo».

«Adán me dice que parezco un espantapájaros. Que no estoy a la moda. Que ni siquiera otra gente que no está a la moda viste tan ridículamente como nosotros».

«¿No me repites que Pamela es preciosa? Y ella no viste a la moda. Ni sabe lo que es una minifalda ni sabe de modas... fíjete que es maravilloso que veas belleza donde otro no la ve. No la ropa lo que hace al hombre o a la mujer entes hermosos...»

Para ir fortaleciendo mi sentido de independencia, Mamá Claudia, me habló sobre «la principal piedra del ángulo, escogida y preciosa», la piedra viva, que se llama Sión y fue valiente al decirlo: la Sión verdadera no es necesariamente una colonia, o una aldea. Es una palabra del corazón, la misma que yo estuve buscando para decir Te amo, atiborrándo un cuaderno («Das Notizbuch») con memorias sobre ellos, cartas enviadas y poemas, confesiones sobre un papel porque me sentía víctima de escarnios, maltratos y prejuicios.

Cuando mi madre me reveló que la piedra viva, la cabeza del ángulo, jamás me permitiría quedar por siempre avergozado, mis palabras se soltaron y los edificadores que desecharon como indeseables los dones que había en mí comenzaron a temer y alejarse.

«Cuando te aislan es porque te temen y respetan».
Octubre 5, 1975:
Es hostil el sentimiento de creerse un vecino ejemplar, decente ciudadano. Es pesadillesco decir con alguna jactancia ... ¡al fin triunfé, lo tengo casi todo, útiles a la mano, la concreta excelencia del producto! ¡Cautela! pues de pronto el ideal regulativo de la comunidad, su voz orientadora, revienta con sus voces acusantes y la imagen más secreta y más querida por secreto empeño de belleza y de cuidado, sale a flote; te escupe la cara... Por una curiosa desviación, que es pasado al que díste la espalda y cariño que tuvo manos ávidas y ojos feroces y ambiciosos, se te dice: ¡Ya se supo, vuelve y díle al rey, aquí estoy y vengo a decir perdón y avergonzarme, ya se supo! El tenía una niña y era preciosa como Claudia, y también otra señora (que no le amaba tanto y lo encaró a las violencias, al orgullo ordinario, a los pequeños botines de las irreflexiones, a las valentonadas de lo nuevo y precario). Bajo el encubrimiento, todo fue tan infiel como el capricho, todo fue improvisado e ingrato, ¡el pasado cuando vuelve es la tristeza; el presente lo vuelve desperdicio! ¡Pero yo sólo soy el desperdicio suyo!