Saturday, March 21, 2009

El hombre que buscaba el alma


A Paolo Sarpi (1552 – 1623)

La verdadera soledad lo convenció de que el alma es una piedra que se quiebra, o un agujero al que la gente se asoma y se atreve a escupir. Gente que dijo, por Dios que te amo, daba la espalda a sus juramentos y lo hostigaba. Se aficionaron a la inmundicia de sí mismos y la ocultaban bajo la sotana, no amaban al prójimo. Y podían hacer todo el daño que desearan con disimulo de bondad y de cielos inefables.

Paolo fue más práctico. El dios / alma / cielo inefable que ansiaba / no se riñó con el anhelo de una Patria humana. Y la patria celestial, Sión de lo Alto que alardearon muchos en Roma, se convirtió, con sus meditaciones, en fe de que hay principios generales que la explican y tales principios pertenecen a la Física, tal como la entiende Kepler, Cusa y otros pocos que, queriendo leer, Paolo Sarpi no pudo por causa de censura: «Que la Iglesia, como institución, es la Patria, Fra Servite, y la Puerta del Cielo, el alma».

Un teólogo de alma podrida, que no sabe qué es el alma, ha dicho que el alma es «el aliento de Dios». Alardea con tal metáfora. Sea lo que sea, hay que darla por sentada. A Dios no se le pide cuentas de lo que haya hecho. Fra Paolo lo llama «el acusador» y persona a quien conoció muchísimo antes de la muerte de Clemente VIII en marzo. El acusador urdió su asesinato, tal vez para esa misma noche, y ahora se atrevía rebatirle que el concepto del tiempo físico pudiera ser distinto al tiempo del reloj. A él la eternidad le parece imposible, Dios mata primero, después regala moradas santas y eternas, al que se porta bien. Dios no quiere que nadie sepa qué es el alma.

Fra Paolo Sarpi, el Servite, opina diferente. Confiere al alma cierta presencia física, como quien busca un crisol infinito en la existencia terrenal. «Aún el alma biológica tiene un sentido. Dios se siente halagado de que sepamos el sentido y belleza de lo que El creó»

«Sólo la oración mantiene el aliento de Dios, que es el alma que nos importa; a esa alma biológica que enaltece usted, a la Iglesia está concedido que se reviente. No investigue alma alguna. No defina. No consulte demonios. No busque las explicaciones que ofrece la ciencia vanidosa, se lo advierto, porque a la Iglesia fue dada la potestad de reventar esos brotes de soberbia».


La palabra reventar en su boca es lo que más le desagrada. Y es por eso que Sarpi piensa que es grosero.

Y Clemente creyó que su inquisidor es pío, que es bueno, no la hiena que es. Quizás, medita Paolo Sarpi, es mal sicólogo o no es tan tolerante como se le instruyó que fuera, sólo basado en la fe. Llegó a decir a Clemente: «A usted y a mí se nos quiere matar y no es precisamente algún representabnte del bando de Venecia. Usted defiende al enemigo que se acomodó en su sombra... y hablaré claro y sin miedo para definir el peligro en que estamos y la antipatía que ese hombre y sus aliados nos tiene, al ponderar el problema. Yo daré sus nombres, si me escuchara».

«No, Fra Paolo».


Clemente exigió el silencio y, entonces, Paolo replicó: «Yo no lo puedo perdonar».

Simplemente, al peón de llevanzas de Paulo, es quien más escupe sobre él y el que tiene propósitos homicidas. Entonces, como precaución, admitió la protección del Senado de Venecia y oró por el Papa.

Este enemigo acecha. A sus víctimas las sataniza primero y hace que el Papado allane el camino de sus ejecuciones. Es el inquisidor por excelencia. Fra Servite quedó memorizado ante el Papa Clemente por su severo expediente de monje sancionado. Por consiguiente, el Prelado piensa que las preocupaciones del hermano Sarpi son raíces de amargura: culpas ocultas. No en balde dijo que no perdona.

«Eres hablantín y reacio».

Asegura que Sarpi es rencoroso. Empero, le reconoce sus dotes de oratoria. Es brillante en todo: astronomía, fisiología, derecho... Esto no evitará que lo conduzcan al jalón de orejas. Posiblemente, con el tiempo, a la excomunión, a la hoguera.

«¿Y ahora de qué te has quejado?», preguntó Paolo a su verdugo. De alguna simpleza, de seguro... porque forma sus tormentas en un vaso de agua. Agita una mínima burbujita y vea el maremagnum.

«Mencionaste a Gerson y Bellarmine y ésto, como parte del profesorado, aquí es herejía».
«Sí. Hay que mencionar lo que existe, por lo menos. No meter la cabeza en un agujero para decir: Gerson y Bellarmine no existen. Con mi boca dí razón de ellos», se justifica.

«El religioso es un siervo que calla».

«No. El religioso es un propietario de libertad y combate el mal con ella»,
insiste Sarpi.

Recuerda el día que aludió a su padre, Francesco, de San Vito. Mediocre aprendiz de negocios. Fue el inicio de un propósito de envidia que crecería con faenas para desmoralizarlo día a día. «Y es que el padre tiene cepa de pirata calvatrueno, de mercachifle venido a menos»; no vio disposición de que Francesco dotara a la iglesia de ingresos. No fue la actitud tampoco de su tío, el monje. No lo quería ni de monaguillo en la iglesia de San Vito.

Jjuzgó que, desde pubertario, Paolo es suspicaz y desafiante. «Se cree más listo que lo que es». Pietro había dicho: «Estudiaré con ahinco», aseguró. Se cambió su nombre a Paolo.

«Te falta humildad», le dijo.

Hablaba con amor sobre Venecia, acerca de cada una de las islitas del archipiélago. El nuncio hostigador, al oirlo hablar así, lo miró como a zorro de pantanos. Se imaginó a un futuro demagogo o mercanchifle sobre una góndola que navega sus peligros. Este tentará el Demonio, a los diablos del poder y sus fantasmas. «Reventaré tus ínfulas, Paolo». En aquel tiempo: ser venciano fue como ser islámico o usurero judaico. Con ese escrúpulo lo juzgaba.
Recuerda el día el Papa Clemente bajó los humos a ambos. «Basta de agresividad disfrazada de consejos» y de él dijo: «No molestes a Pietro. Es un sacerdote bueno». Y fue el comienzo.

2.

A mi regreso a Venecia en 1588, ninguno como él me arrebató la abundancia sublime, aquella paz y humildad de mis días en el noviciado. El entusiasmo con que me acerqué, con mi tío a la diestra, para entrar a la Orden Siervos de María. Yo sí fui sincero, pero hallé la piedra de tropiezo. El me obsequió, sistemáticamente, su hostilidad.

«Te voy a reventar, ya verás», me dijo.

Lo expuse ante el Papa como el hostigador y en represalia se me dejó incomunicado, prácticamente, por orden del Santo Oficio, en una apartada casa de Arcetri, en las afueras de Florencia. Defendí las nociones copernicanas, hablé con pasión de lentes de espionaje, aquellos ojos telescópicos, y habían pasado diez años de que mi hostigador intentara mi homicidio.

Para 1616, todavía insistía en que no debo mencionar ciertos hechos o ciertas gentes. Nombrarlos es como fornicar con el Demonio, o traer baales a la Casa de Dios... Nicolás de Cusa, hombre inspirador, se ha vuelto sed en mi boca. Lo necesito, inquiero sobre él y lo retiran de mí como si fuese una plaga. Y él pregunta: «¿Qué demonio tienes ahora en el alma?» ... porque es la Oreja que informa toda Transgresión. El Nuncio de la farsa, el Gran Inquisidor.

El día era esopecial. Trajo la carta papal. Pidió que fuera él quien me la diera personalmente. «Exijo la sumisión de los venecianos». Que renunciara al Tribunal de los Diez, que dejara sin asesoría en Derecho Sagrado al Senado de Venecia. Y él sabía que yo diría que no.

Como si se supiera por oído mis pisadas y leyera mis oraciones, o si soy capaz de maldecirlo y lo hago, fue el primero en llamarme apóstata, el Monje maldito. El urdió, a la muerte de Clemente, que Paulo se entronizara en Roma. Fue su compinche de siempre, el peor entre los Vicarios que conocería y, como enemigo, el Inquisidor sería un perro faldero, ahora con protección papal, sin condiciones. El acusador de los hermanos me daría su odio por entero, y yo bajo mis sotanas, reciprocaría.

Y en la noche del 5 de octubre de 1607, me atacó. Los cuchilleros de Roma supieron que dije que no renunciaré a las buenas cosas que aprendí en el monasterio y estaré hasta el último de mis días en la Iglesia, en la que está hecha de justicia y libertad. Si la Iglesia es para siervos en cadena, en vano habría de morir Jesús como el Ungido. En vano, los ángeles delante de María. En vano el tiempo físico, preconizado por Nicolás de Cusa, corre diferente al tiempo del reloj humano.

Recuerdo mis estudios. Los desvelos. Mis primeros libros. Mis debates. Girolamo Fabrici d'Acquapendente me llamó Oráculo del siglo y diserté, ante el Duque de Mantúa, sobre cómo la decadencia de Venecia tuvo su origen en la toma de Constantinopla por los turcos en 1453. Se descubrió, por igual, un nuevo mundo y se desplazaron las corrientes comerciales. Los viajes de Colombo fueron un giro de necesaria mano a la Rueda de Dios, el Señor Tiempo y el Kairós divino. Recuerdo toda mi vida, sin miedo de morir, sin arrepentirme de nada. Estoy herido, mal herido en una cama de hospital.

3.

Se acabó el apogeo, el control del comercio con Oriente, la grandeza que la región veneciana tuvo. Vino, tenía que venir, una lucha y la amenaza y la necesidad de pensar sobre un Dios que apiada de las miserias, que es el Dios de todos, el puede entender el hombres desde el tiempo del reloj, aunque no busque el alma y su fe sea sencilla...

Venecia, en algún momento, se alió con los francos contra los lombardos, se alió con el Imperio Bizantino contra los normandos. E hizo tolerancia y benevolencia con el Islam y se pudo sobrevivir y prosperar, aún cuando el Imperio Bizantino se pusiera en guerra con los árabes, porque se entendía este giro y Paulo V no estaba allí como un agente retardario.

«¿Por qué tu dios, perseguidor, siembra tanto rencor por la humanidad del planeta? Tú ni entiendes al Dios de Cardenal de Cusa ni al dios relojero de los venecianos... ¿Por qué no han de volver las naves de Venecia a Alejandría, Beirut y Jaffa, por qué no una República que también piense en los hambrientos y haraposos en vez de pensarse sólo en construir imponentes catedrales y adquirir prebendas de reyezuelos corruptos y monjes beodos y lujuriosos?»

«Dígame, ¿usted seguiría lo dictado por el Concilio Trento?»

«Yo sí»,
dije.

«Usted mencionó, Fra Servite, amor y benevolencia para el árabe, ¿qué objeto tiene eso? Son enemigos de la fe y de la Orden de los Siervos de María. Ahora es el Cisma lo que debe preocuparnos. La herejía protestante, Fra Servite».

4.

El mandato del Papa Pío IV, terminado el Concilio de Trento, me importó más que todo lo que el Nuncio me alegara y debatiera. Explica mi poco interés en los obispados, pero soy sincero. La enseñanza me ha llamado mucho más la atención, más que las leyes y las matemáticas. «Las matemáticas son el Libro del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal que fue prohibido».

«Pues incluye, por igual, la Historia del Concilio de Trento y mis escritos sobre ciencia experimental en el Indice de Libros Prohibidos... si se me exhorta a no leer a Cusa y sobre su interés por la música de las esferas y los soles cósmicos, si la amistad de Cusa con Vicenzo Galileo es tan reprochable como la mía con su hijo, me temo que prohibir las ideas de Galileo, confiscar su telescopio, también será conveniente a su mentalidad; pero a mí no me cuesta elogiarlo, seguiré haciéndolo y no comprendo cómo usted, cómplice de asesinos, no pidió a la Iglesia por mí el auxilio económico durante mi convalescenia. Los dolores en la cruz de mis cuchilladas no han sido pagados por Roma», mencioné.

El Gobierno de Venecia no me dejará morir ni alegaró que soy un protestante. Un hereje. Un apóstata.

5.

«Su vanidad no ha sido todavía reventada».

«Un poco más y lo logran. El Gobierno Terrenal está siendo conmigo más misericordioso que la Curia Católico-Romana, ¿no es una vergüenza para su jefe Paulo V?», enfatizo.

El mismo interés sincero y razonable que le conocí al Papa Pío IV yo lo profeso: el deber de condiciones éticas intachables. Emtre los papas que conocí, tres de ellos, Pío fue el mejor, el más sabio y quien se interesó en crear seminarios especializados para la formación de los sacerdotes y confirmó la exigencia del celibato clerical. Los obispos no podrían acumular beneficios y deberían residir en su diócesis.

Recuerdo 17 años de vela, de lectura, quemando mis pestañas hasta altas horas de la noche, antes de que se me diera la oportunidad de ser Veedor episcopal de la República de Venecia y terminar este libro. Estoy orgulloso de mi Istoria del Concilio Tridentino. No es polémica con la Curia o indisponerme con Paulo ni sus perros falderos lo que me satisface... limpio el templo. Humildemente, Pietro Soave o Polano lo hace; que lo informe por mí, yo doy la mente y mi fervor. El da el cuerpo como libro. No es éste sino un recurso de limpieza, no apostasía, desde Londres... en el fondo, ¿por qué estudio así? ... sino por una viva investigación del alma. Este es un deseo no mezquino; pero, Paulo quiere quitarme la vida. Antes fue sólo oponer su inquisidor ante mí.

Uno estudia porque el alma te desafía a que la busques. No es tan obvia como decir, la tengo y con ella hago lo que plazca. Es un pabilo encendido, trapo asfosforado en el interior del encéfalo. El alma es un candil en el trayecto del Puente de Varolio... mentira que yo haya dicho éso, que salga una máxima de escarnio. Mentira que sea intermediario de intereses anglos.

«Quieres una subvertir la religión católica y hacer de Venecia una república protestante y no te dejaré, porque primero...»

6.

El 5 de octubre, quienes me atacaron me dejaron por muerto. Sobreviví al estilo de sus feas faenas para herir y asaltar a quien no lo espera, homicidas de oficio. El cirujano dijo: Agnosco stylum Curiae Romanae, y le dije: «Lo sé y el Papa Paulo V, algún grado de complicidad contrajo en el empeño de matarme».

Cuando no estuve en mis estudios, sí... hasta de mala gana, intervenía en disputas de la comunidad. Disputas que siempre nacen del miedo que tiene la gente a ser libre, o a tolerar. La gente dependiente y maliciosa crea rencillas para llamar la atención. El que está ocupado, con los asuntos de la libertad y su quehacer de justicia, no molesta a nadie. Pero intervine. Que no sean las rencillas estúpidas como madejas sin fin.

En verdad, en 1601, el Senado de Venecia, quizás por darme algún dinerillo que ni necesité ni pedí, me recomendó para una ocupar un obispado en Caorle. «Es una aldea pequeña y no te quitará tiempo», me dijeron.

Yo hablé de la búsqueda del alma; no de dinero o de cosas mundanales; pero enemigos no faltan. Entonces, ví que los enemigos los tuve en las Nunciaturas. Hablar sobre espejos y telescopios significó: Mirarte a tí mismo, porque Dios no es suficiente; mirarte con incredulidad, ¿acaso se pide con ello la ayuda del demonio, ser tentado? Y el telescopio: invenciones de los demonios, ateos, pecadores... para espiar al prójimo, en aras de satisfacer vanidad y concupiscencia...

«La ciencia sería tan dañina como dice en sus manos, no en las mías», contesté. Arguyó que no debo hablar a nadie, ni escribir siquiera, a riesgo de que, como hereje, sea ún hostil a la Iglesia que lo que soy. A su juicio, camino en cercanía de ellos, los cismáticos, doy íntimas palabras a los protestantes, visito sus casas y los hago participar de la misa.

«Pero aún no te hemos reventado», dijo.

Venecia a que vine me conoce. Me aclamó. La Curia Romana es la que me juzga enemigo y apóstata. El, sobre todo. Muchos amigos me nominan para representar la Iglesia en Milopotamo, Caorle, Nona en Dalmacia. Son los honestos. Sin embargo, Roma parece el corazón de Jezabel. Me aísla, desata su desprecio. Es que se ha declarado ell' interdetto.

Entonces, ellos condenan a los herejes. Acosan. Yo los estudio a fin de ver la bondad de sus interpretaciones. Conversar no me hace hereje, en ese sentido despectivo. No soy un religioso comido por el miedo, aunque la Curia Romana no entienda mi actitud. Todavía, como el primer día en la Orden, intento redescubrir mi alma y sé que está atraída por herejes, de quienes no entiendo por qué han de ser despreciados con esa saña. El poder de Roma.

Aprovecharía mi tiempo libre para escribir una historia de los Papas y una historia del Concilio de Trento.

Herejes: hereje ese pillaje y ese cáfila de monjes usureros que no quieren otra ley que sus complicidades. En años sucesivos, tras mi regreso, hice claro que no se prohibirá que seleccione a mis amigos, ni espíritu ni de carne.

Y el nuncio papal (de muchos que conocí y me envidian y prefieren que se me vea la cara, que el que yo esté en soledad meditativa) y había uno, que el obispado lo anhelaba para unode su protégé, que no soy yo.

Entonces, me acusó de ser un perverso veneciano y dijo:

Sarpi niega la inmortalidad del alma. Duda de la sabiduría de Aristótoles. Con la fe en extravío se hace de extraños pensamientos. Sarpi es un hereje consumado. No conviene que intervenga en ningún obispado, grande o pequeño. Ese silencio suyo es aparente. Hilvana algún programa con el Senado de Venecia. Tiene amigos en el Concilio de Trento. Es un fantasma maligno en la Costa del Mediterráneo.

Y las sectores financieros del Diablo mueven sus recursos hacia el Norte, a bastiones marítimos, donde los herejes urden planes contra la Iglesia... Prefiere el libro de oraciones de los ingleses, pero no acaba de declararse anglicano. De Lutero habla como si fuese un delincuente. A los calvinistas lo enumera entre los fanáticos y es difícil que Fra Sarpi se vea cómodo entre protestantes, aunque en muchos detalles lo es.

«Quédese con el obispado. Dígale a Clemente Octavo que mi hábito santo no tiene culpa de lo que pienso, sino las bocas como la suya», lo confrontó.

«Usted, hermano Paolo, no quiere darse cuenta que estos tiempos son difíciles. Que los Habsburgo son los enemigos».

«¿Quién no es un enemigo para usted? Para mí, el enemigo es la usura y la ignorancia».

«Sabemos que usted, hermano: odia a Roma, la Inquisición... lee a Johannes Kepler... y a los escépticos, a herederos de Tácito, Michel de Montaigne, Pierre Charron. Fra Paolo, usted lee de malas tradiciones y su interés en la política se inclina a la República, no a la Iglesia. Y mucha de la violencia que usted observa, en desobediencia a Roma y la Santa Madre Iglesia, es influjo activo de solitarios y eruditos, vínculados a personalidades sospechosas. Sepa que los viejos Imperios de Oriente utilizaron a sus sabios. Y el método del imperio Romano, tal como lo ejercieron los paganos y los piratas templarios, provocaría, no sólo confusión, escaramuzas, codicias por poder, que a nada santo invocan. La usura veneciana compromete la Iglesia en toda Europa y quien defiende la usura es partidario de los Habsburgo».

Entiende lo dicho, pero le sacan en cara su poca fe en la misa, oficia muy pocas veces y lo evita cuando es posible. No quiere que se ventile esta cuestión como si dudara de la validez de una y cada una de las normas papales. Según se agudiza la crisis de los territorios italianos, se le pone entre la espada y la pared. El riesgo de traicionar la causa de Venecia, en la que cree, es distinto a esos detalles por lo que lo hastían. ¿Cuántas misas oficia a la semana? ¿Cuántas veces ésto o lo otro?

7.

Fra Sarpi algún tipo de alma prefiere para sí. No la complicada. No el alma llena de simonía y ambición material. Alma tan típica de aquella Venecia que entró en conflicto con el Papado, por causa de lo mismo, la injusta acusación. «Usted complica la vida, Servite».

Sarpi defendía las tesis que se aplicaron en Venecia: los tribunales seculares pueden entenderse con ofensas que los sacerdotes llevan practicando contra las leyes de la ciudad y hay que prohibir que se funde iglesias hasta debajo de las piedras.

«Esas congregaciones viven a costilla de la fe de los bobos, recogiendo limosnas para curas corruptos y mujeriegos». Y ni siquiera piden el consentimiento de la Ciudad y los curas adquieren propiedad, lucran en privado y se escudan en su membresía a institución, no punible en el entero territorio de la república. En 1606, se demandó la sumisión incondicional de los venecianos. Y se preguntó al hereje Servita: ¿con quien está?, si con los sumisos y los insurrectos. Y dijo que estaba con los que «buscan el alma». Con los que fueron huérfanos y siempre se sintieron solos; Paolo, hijo de comerciante, vive entre libros, come poco, estudia mucho, se interesa en las ciencias, en los idiomas, en las tecnologías. A veces, es cierto, se olvida de orar mucho, aunque a Dios lo ve en todo.

Es injusto que le digan: hereje, malcreyente, hipócrita. QuIere al pueblo, a los pobres, a los niños. Es todo. Las pupilas de los niños le han permitido una observación que tiene rango de postulado científico: «El iris se contrae». Los niños han visto que traza fórmulas matemáticas, dibuja símbolos que no son las letras que conocen. Dirán que vivir tan fastiadiado y sólo lo enloquece; pero, otros colegas del curato no le dado ni el respeto intelectual que merece y no son niños ignorantes. Son los presuntos doctos.

Para consuelo propio, habla sobre cristales bruñidos y telescopios como el que está perfeccionando Galileo. Para él, que Harvey reclame ser el descubridor de la fisiología de la circulación cardíaca o de la sangre en las venas es cosa de un memorandum, deshonestidad y robo. «La gente no respeta el conocimiento. No respeta a Dios».

Afirman que se ha vuelto un ateo filósofico. Alguien peligroso como Bacon. Y él sólo dice que busca el alma y que Dios lo agradece. Dios no es tonto.

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