Thursday, March 05, 2009

La receta


Me vestí con un cuerpo de penas: un niño con SIDA. Y los curas españoles fueron a pedir una limosna a una mujer muy rica del Patronato del Hospital de la Sociedad Católica de Catecúmenos. Soy el niño con SIDA por lo que fui con ellos, los sacerdotes. Me vestí con cuerpo tal, siendo de alma antigua, para predicar por la causa. La filantropía.

El niño les inspiró una gran ternura. Fue que yo abrí la boca e invoqué la crueldad de España con los indígenas y pedí que, en memoria de Morelos e Hidalgo, fuese generosa. El niño habla con madurez. Y lo fue. Ella me besó y me bendijo. A los curas se le salían los pedos. El cheque les temblaba en las manos. Por cierto, el hijo de la señora es un enfermo mental y se escondió ese día. Los catecúmenos le quitan el apetito, siente náuseas ante ellos y, la presencia del jerarcas católicos, de poca o mucho perfil, ocasiona que lo ataque una arritmia cardíaca. Recetaron por tal condición los beta blockers.

Ella contó la historia de su hijo al niño que la enternecía por su cabeza pelada. Sí, me contó la historia y también yo receté.

En poco tiempo, ya no necesitó de los beta blockers. Dije a la madre del enfermo: «Esto es lo que su hijo necesita: flores de zempasuchitl». Fue un regalo que hice a las pocas horas. Así supo él que yo vine a ver su madre y que los curas no comen gente. Son simplemente ignorantes, hijos de la fantasmagoría de la historia y de la ciencia de los gachupines. El muchacho rico como que presentía que pasaríamos por su casa.

En los tiempos de los tenochas, los padres llamaba a la hermana menor ante el enfermo. «Huetzcani iuctli»: Hermanita sonriente. En fin: se decía como les expliqué: Traed agua con semillas de zempasuchitl, acariciad con un trapo sus pies, sus rodillas, su pecho, acariciad su cabeza. En esa receta, daba la clave de su curación.

La mujer rica leyó la notita que dejé en la bolsita de semillas para su hijo. Al seguir las instrucciones, fielmente, redujo su hipertensión. Ella misma se llenó de una fe extraña porque amaba al hijo.

Aquella misma mañana, él necesitó del remedio. Y ella lo vio mal, tanto que creyó que moriría. Mas leyendo mi receta, fue por una de sus hijas, la menor Catherine, la niña sonriente. Y la hizo seguir las instrucciones que dí.
Frótesele el pecho con un paño y aplíquesele la cataplasma con zempasuchitl.

Santo remedio: bajó su presión sanguínea y muscular en un santiamén.

Eso sí, explica el niño del Cuerpo de Penas, que «entre nosotros, siglos atrás, no usábamos beta blockers, sólo la sonrisa de una niña»... Desde que nadie se brinda para tareas de amor, la cura tarda. Los mamarrachos no curan a nadie. Un niño entristece por tan tonta razón como es que madie le chupe sus deditos ni le besa su frente...


02-08-1980 / De: Cuentos para esoteristas y otras menudencias

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