Friday, November 29, 2013

La libertad apremia


La libertad apremia



Por Antonio Martorell / Pintor y Artista boricua

“What’s in a name?” ¿Qué encierra un nombre? ¿Qué significa un nombre? Comenzamos citando en el difícil, como llamamos en esta tierra al idioma inglés, a William Shakespeare, el  poeta británico: “What’s in a name?”

Frente a este tribunal estadounidense y en el lenguaje de quienes pretenden regir nuestros destinos nos preguntamos: ¿qué encierra, qué significa un nombre? Porque los nombres provocan ecos y resonancias al pie de estos muros, rebotan y se multiplican, marcan el tiempo en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años. ¿Que encierra un nombre? Cuando decimos Rosa evocamos tanto la mujer que responde a ese nombre como al color, el olor y la textura de la flor y también las espinas que la guardan, pero cuando decimos Oscar en español puertorriqueño, cuando decimos Oscar  y no Óscar con acento en la o, esas dos sílabas traen consigo dos tiempos y una compartida eternidad. Si para algunos Óscar con acento en la primera sílaba, llanamente, nos remite a la estatuilla dorada premio de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas en Hollywood, Oscar, con agudo y doloroso acento al final, es un nombre fraguado en el crisol de una lucha centenaria y libertaria.

Es un nombre que rehúsa el encierro, aún el del propio nombre. Oscar Collazo primero, de quien celebraremos el año próximo su centenario, y Oscar López después, cada uno desde su particular y heroico modo de luchar por la independencia de su  patria, acentuaron para siempre y de manera inequívoca ese nombre que se ha convertido en sinónimo de premio, apremio y castigo injusto en nuestra conciencia de pueblo. El premio de ese nombre nos convoca con apremio esta tarde de noviembre frente al tribunal mal llamado Federal, pues será Tribunal Federal en los Estados Unidos, pero en Puerto Rico tenemos que llamarlo por su verdadero nombre contestando la pregunta del bardo inmortal: “What’s in a name?”

Federal  no, Colonial  sí, ése es su nombre: Tribunal Colonial.

Y es desde fuera de los muros de este Tribunal Colonial que exigimos la excarcelación de nuestro compatriota Oscar López Rivera que lleva 32 años, 5 meses, 3 semanas, 3 días, 21 horas, 26 minutos preso en la cárcel federal (esa sí Federal, aunque en funciones coloniales) en Terre Haute, Indiana, en los Estados Unidos de Norte América.

Oscar, Federal , palabras que precisan definición, significado cabal. Sumemos a ellas la  palabra Justicia, esta vez sin apellidos, ni federal, ni insular, ni estatal. Justicia a secas, Justicia  pelá,  Justicia con mayúsculas, en negritas, entrecomillada, en bastardillas y subrayada. 

Justicia  con los ojos vendados y anteojos a la mano, Justicia con balanza y sin espada para cortar cabezas, Justicia como dama desnuda de prejuicios para vestirla con las prendas de la bondad. Sin pena,  pero con gloria. Esa es la justicia que reclamamos hoy para Oscar López Rivera, la justicia que merece y esa justicia es la excarcelación para que comparta con nosotros la libertad por la cual ha luchado y que nunca le abandona. Cuando en ocasiones he conversado con Oscar por teléfono, y recuerdo como ahora la  primera vez desde Chicago, me he sentido intimidado por su prolongada y cruel reclusión. No sabía cómo hablarle a alguien sometido por tanto tiempo a un cautiverio inhumano. 

¿Cómo comunicarle aliento desde el desconocimiento de la privación, desde nuestra enajenación de su experiencia? No debí haberme sentido intimidado. Lejos de tratar de ofrecerle un consuelo torpe e ignorante, ha sido él quien me educa en el sufrimiento y su superación. Él quien me señala y me alienta en el camino de la libertad con su voz pausada y tierna. Estamos leyendo en las páginas de El Nuevo Día sus cartas a Karina, la nieta, bajo el bello título de Las manos en el cristal . Si antes celebramos su valiosa obra pictórica que sigue gestando tras las rejas, estas cartas nos deslumbran con su decir diáfano, el amoroso abrazo letrado dirigido a su lectora primaria y ahora a todos nosotros. Me permito citarlo:

«Soy un luchador de 70 años. Hace 32 que estoy encarcelado. No voy a abundar en las razones políticas que me condujeron a este encierro porque otros ya lo han hecho. Solo quiero reiterar que respeto la vida por encima de todas las cosas, y que no he lastimado ni lastimaré a ningún ser humano. La  primera vez que te ví en el verano del 91, en la cárcel de Marion, Illinois donde estaba recluido entonces, fue a través de un cristal. Tú estabas en brazos de tu madre y movías los ojos con curiosidad… Se hacía difícil entretenerte mientras estabas en el cubículo de las visitas, así que para distraerte y ayudar a tu madre que intentaba pasar el mayor tiempo posible conmigo inventamos un  juego peculiar: ponías tus pequeñas manos de bebé en el cristal y yo también  ponía las mías de modo que coincidieran las cuatro y pudieran “tocarse”. Las manos saltaban, se perseguían, se comportaban como arañas envueltas en los hilos invisibles del cariño. No nos tocábamos, el cristal lo impedía, pero surgió un lenguaje especial entre tú y yo; entre las tiernas manos tuyas, Karina, y mis viejas manos, pálidas de encierro, deseosas de poder volar, pero contentas y  sumisas cuando tú las acariciabas”.

Hasta aquí la cita. Empezamos esta tarde con un nombre como pie forzado, como punto de  partida, el nombre de Oscar que es también el destino de la marcha que aquí comienza. Antes de salir a caminar es indispensable una reflexión sobre la justa conclusión del nombre, del sustantivo que nos sustenta: Oscar, y esa conclusión es el verbo, la acción de la cual el nombre de Oscar es eje y ojo que nos guía, que mira adelante. Y viene al caso unas palabras que atrapé al vuelo hace apenas unos meses.

Desde la Inglaterra renacentista de William Shakespeare a La Playa de Ponce, cuna de Cheo Feliciano, esa Playa de Ponce que busca un renacer, escucho la voz compasiva de Sor  Isolina Ferré que nos dice: “Servir es nuestra manera de hablar”.

Servir, palabra noble, por desgracia confundida en el habla boricua con servil, con esa r que cuando es final convertimos en l, servir, y no servil, es un verbo prodigioso en la vida y obra de Oscar López. Sirvió como migrante y marginado en Chicago, sirvió y sufrió los desastres de la guerra como carne de cañón en Vietnam, sirvió como líder comunitario y laboral a su regreso, sirvió y sigue sirviendo en la lucha por la libertad de nuestro pueblo aún privado él mismo de libertad sirviendo una injusta y excesiva sentencia. Sus cuadros viajan de plaza en plaza en esta isla y por las comunidades  boricua de la diáspora. Su palabra en la prensa nos alienta en esa voluntad de servicio a la cual la  palabra se incorpora y nos anima a luchar en tantos modos como diversos somos los boricuas para que la colonia desaparezca de nuestro horizonte, para que este tribunal que aquí contemplamos sea un mal recuerdo, una ruina política superada. 

Ahora que tantos de los nuestros emigran de la Isla, necesitamos más que nunca que Oscar regrese, que nos ayude en la tarea inconclusa de crear el país. Si el nombre de Oscar nos convoca hoy frente a este espacio cerrado a la esperanza, eco de su prisión en la tierra alta del continente, es para marchar hasta el estadio abierto de la confluencia nacional clamando por su excarcelación y celebrando su libertad. Si el nombre de Oscar nos une, tanto más es el verbo, la acción de servir la que señala su infinita espera sufrida por la libertad, en la libertad y para la libertad. La libertad apremia. También Oscar.

Sábado 23 de noviembre de 2013 frente al Tribunal Colonial de San Juan de Puerto Rico.


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