Friday, July 29, 2011

El comercio y la industria en Pepino, 1776-1970


Diálogo Digital / UPR / Ahamkara / Sadhana / LIBROS / Carlos López Dzur / 2 Premio en UCI, Irvine / Proyecto de Pueblo para Puerto Rico / Kool Tour Activa / Codice / Blog personal / Blog / Carlos López Dzur / Microrrelatos / Carlos Lopez en PR / La Naranja de OC / Revista Sequoyah 80 / Anti-Manual para micro-empresarios / Puerto Rico.Dzur / Escribirte

Por CARLOS LOPEZ DZUR / Historiador
De la mezcla y admisión de una intrínseca presencia indígena en lo que hoy es el Pueblo de San Sebastián quedan como legado la prevalescencia de la toponimia de Pepino, barrios y lugares como Cibao, Aibonito, Bahomamey, Babumamey, Guacio, Capá, Emajagua, etc. y diez sitios arqueológicos con restos de materiales por lo menos en siete barrios. No en balde el interés del ilustre criollo Narciso Rabell Cabrero por la paleontología [1], los fósiles taínos y la rica herencia del poblador prehispánico en el suelo pepiniano y sus alrededores.

SIGLO XVII: Del siglo XVII, cuando la defensa estratégico-militar de la costa occidental de Puerto Rico se vuelve esencial para la Villa de San Germán y Aguada, lo que será territorialmente Pepino, pueblo del centro-occidental, queda inmerso en el panorama. Está en el mapa del conflicto. El indígena recibió, tal vez sin beneplácito de su parte, la dispersión de nuevos colonos españoles que irían hacia las tierras del interior durante y después de la «invasión, conquista y colonización». Con éste entrará a ser parte de la población de los pardos. [2] En 1765, el número de esclavos es bajo entre el total de pobladores de Pepino (11 varones y 22 hembras, esto es, el 5%).

Este ensayo se apoya en el reconocimiento objetivo de que, en el siglo XVI, disminuye la extracción del oro que marcará para los colonos españoles la necesidad de incrementar las actividades agropecuarias. El indígena taíno en los predios de Guajataca se libera así de la imposición metropolítica de España de sumirlo en la extracción de oro, pero el elemento criollo y peninsular tendrá que vérselas con una economía de subsistencia y de exportación limitada.

Lo que define este momento económico –el fin del proceso aurífero y la renuncia del indio-taíno a participar en ello– ha sido ya analizado por investigadores como el Dr. Fernando Picó, Walter Cardona Bonet y Juan Rivera Fontán, entre otros. Aquí lo diré de otro modo, utilizandso lógica de razonamiento de unas gentes que tuvo ricas memorias de hechos que, no contradicen lo investigado académicamente.

«Entendamos ésto: Mirabales, del que me dice usted que es uno de los más antiguos barrios o zonas de siembras y criaderos de cerda y cabras, es también uno de los que todavía, en 1777, el capitán de milicias Cristóbal González de la Cruz, mencionara como lugar remoto, lleno de riscos y barrancos... ¿No apunta esta situación a que la producción será demasiado baja, año con año y que, siendo así, animará muy poco a los pobladores del barrio a doblar esfuerzos de siembra? ¿Por qué sembrar si no hay acceso a mercado o si está tan remoto? ¿O si ya está cubierta la subsistencia» [De Entrevistas, ver Nota 7]
La explicación fue sorprendente. El comprador viene, casi como si fuera una cita. El vendedor lo espera con todo el tiempo de su parte.

«Por muchos años, en los siglos de los piratas que venían a Aguada, lo que se espera que se venda, o se ofrezca en trueque, es lo que se vende y todo se cumplió. ¿Quiere ron? ¿No plátanos? ¿Carne de cerdo? ... así era... no se urgió nada que no se pactara... no había ajoro ni prisa. El que viene al trueque avisa para que se le espera y se vaya a recibirlo con sus mercancías; no hay lejanía entonces ni por qué preocuparse, si lo que te sobra es tiempo. Nadie emplaza cuando la vida es tranquila y el carácter sigue a ese modo de vivir [... ] Entonces, no se comerciaba con mayoristas ni oficiales del gobierno ni con sus aduanas. Aquí, en los bosqies, la gente supo por qué estaba en el hoyo, o para que le servía su barranco. Sabía el por qué del cerdo que engorda y que mata». (D. Dolores Prat, loc. cit)
Lo que esta anciana describió es el comercio clandestino en las costas y cómo Mirabales fue el barrio que lo comenzó todo. «El que se viva, a distancia o lejanía del tráfico comercial» determina muy poco y, al decir del aguadeño González de la Cruz, si lo peligrosa es el área por «tan remota y tan tierra adentro», se aprovecha para paliar los ilícitos, hasta que vengan otras condiciones o conveniencias, «las de legalidad y la ausencia de peligros. O persecuciones» (Ver Nota 7).

Por el acecho de piratas y corsarios antiespañoles, el Oeste (Aguada-Pepino, en el sector de la base territorial) tendrá que trajinar ante el riesgo. Sus potenciales colonos buscan las tierras del interior. «Es bajo esa tensión que Pepino y el resto del partido aguadeño se fueron destacando en la producción agropecuaria que de tierra adentro se vincula mar afuera». Para los primeros treinta de 1700, no fueron fáciles como no fueron para la isla entera una etapa que Maria Elena Carrión cifra en dos siglos, de 1626-1789, y de la qie explica: «El contrabando fue el principal modo de vida en Puerto Rico por casi dos siglos. La Isla podía comerciar exclusivamente con España y sólo con los puertos de Sevilla (y luego Cádiz) desde el puerto de San Juan. Era completamente ilegal negociar con países extranjeros o con cualquiera de las otras Antillas, españolas o extranjeras. Sin embargo, para los habitantes de la Isla no existía contradicción alguna entre ser leales a España por un lado y traficar con sus enemigos por otro». [3]

Pepino puede que sea un pueblo de mayor antiguedad que lo alegado por las fuentes de historia tradicionales que sólo consideraron los escasos documentos oficiales. En el discurso de la historia disponible, casi siempre adquirido y basado en los archivos eclesiásticos que «ponen de relieve de un modo especial alguna forma descrita», «se corre el riesgo de exagerar su alcance... Así, el estudio histórico se ve deformado de alguna forma al atanerse casi exclusivamente a los textos oficiales» [4] y, en cuanto su antiguedad, participó de buena parte del ciclo de la economía informal descrita por Carrión.

El Dr. Padilla Escabí, estudioso del «proceso de conversión de hatos en cotos y partidos» especula críticamente que hatos ubicados en el Partido de Aguada pudieron haberse fundado durante el tercer período del gobernador Esteban Bravo de Rivero.
La villa de Aguada, por su ubicación, proveyó el principal puerto de entrada de peninsulares y extranjeros a la aldea del Pepino y a los suburbios o núcleos poblacionales que se irán agregando desde el 1700. [5]

En el siglo XVIII, se cuaja en el centro-oeste de la isla «la lucha entre los propietarios de la tierra (estancias) y criadores de ganado» (W. Cardona, 17). Este es el periodo de pugnas agrarias durante el cual se concretó, en encarnizada circunstancia, el hecho de que «la fundación de cada pueblo es realmente un triunfo de los sembradores contra los dueños de vacas».

¿Da sembrar a cualquier poblado la certeza de una permanencia y crecimiento? ¿Por qué sirve de garantías a dueños permanentes o a quienes toman tierras y animales para negocios? En su trabajo sobre los primeros pepinianos, Méndez Liciaga hizo interesantes observaciones sobre lo que parece haber sido su estilo de vida, aún con el cuidado y salvedades que son necesarios ponderar cuando se depende de crónicas. Escribe: «Observaban nuestros antepasados muchos usos y costumbres comunes a la raza india que fue la primitiva pobladora del país» (Méndez Liciaga, 21); lss casas tenían entonces «la misma construcción que las de la raza india». En términos más sutiles de conducta, se valoraba el «aislamiento en los montes, su vida sedentaria, su afición a los bailes y a las bebidas fuertes y espiritosas» (ibid). Agrega el gusto de mecerse y domir en hamacas, fumar cigarros y enterrar a los hijos, cerca de un árbol, aún inhumarlos en caso de epidemias, pero conservar su osamenta (22, 23).

Antes de cuajarse como tales, los nucleos poblacionales o futuros barrios. cuando aun no existe el proyecto de una Carta Puebla de vecinos, forjaron criaderos, cotos de mediano tamaño o pequeñas fincas, trabajadas por las familias, sin suficiente recursos para hacer contrataciones. La abundancia de esclavos está por de pronto ausente. Y hasta es posible que el trato interrracional con las indias fuese la base de los compadrazgos y guaitios que Méndez Liciaga refiere.

Se prefiere una familia grande, con predominio de varones, para compensar la falta de peonaje y la mítica idea de la debilidad de la mujer para las faenas. Se entiende, en aquellos años, la vulnerabilidad de la isla y riesgos que conlleva el comercio exterior y la vida militar. Del comercio exterior, en los dos siglos de la piratería, habría que decir lo que R. Laydi en su libro: «El gran corsario se reconvirtió su actividad en la de negrero, mercader o marino. El corsario de menor entidad se dedicó a la piratería o el contrabando. Las bases terrestres de bucaneros y filibusteros en las Pequeñas Antillas aceleraron su transformación en colonias de explotación normales -inglesas, francesas y neerlandesas- sin dejar de ser plataformas dedicadas al tráfico ilegal con los puertos coloniales del Caribe». [6]

El campesino / contrabandista / del 1700 y aún el posterior de la época de Cofresí es un individuo objetado. «Es difícil determinar dónde empieza la piratería y dónde termina el corso, que degenera fácilmente en aquélla; el mismo individuo es considerado a veces corsario por sus compatriotas y pirata por los enemigos». Para 1731, el gobernador español en Puerto Rico, Matías de Abadía, muestra la gran hipocresía institucional de esos tiempos. «Mientras atacaba fervientemente la actividad clandestina con los ingleses, a través de los corsarios se lucraba personalmente del comercio ilícito con franceses, holandeses y daneses. La práctica del corso se convirtió en una estrategia contraproducente para España pues, al producir tantos conflictos durante ese siglo, empeoró las relaciones con Inglaterra» (Carrión, loc. cit.).

ANTES DE QUE EL PUEBLO FUESE ALDEA: Puerto Rico no fue reconocido como provincia ultramarina, con el derecho a enviar un delegado o representante a las Cortes del Reino hasta 1809 y en el reconocimiento influyó la invasión napoleónica a España y la visión del contrabando como epidemia de la que ya ni los mismos uncionarios coloniales podrían sistraerse. Tal gobierno, tan estructuralmente antidemocrático, no podía solicitar hombres de armas sino por virtud de imposición. En el hogar del criollo se evitaba, en cuanto fuese posible. Dar carrera militar a los hijos y verse sujeto a servidumbre involuntaria, no fue un ideal.

Para una España, burocrática y políticamentemente insensitiva, las vidas de los criollos tenía un valor instrumental y pragmático, no sentimental. Los hijos criollos eran, resuelta y acumulativamente, mano de obra, peonaje de su imperio. «Para ser funcionario, se nace. Se trae esa pasta», decía Dolores Prat [7](loc. cit.) Mas el crioilo, sin educación, adquiere la misma suerte de trato y expectativas que el indio y el negro. En general, los pobrs no tiemen otra ideología que la sobrevivencia.

Los afortunados que llegan a América, nacidos en España, con alguna educación formal, quizás no hayan perdido ni perderán la esperanza de tener esclavos, crecer en movilidad social y sustraerse de la costumbre de prohijar una prole que sería condenada peonaje de familia propia o ajena. A la menor oportunidad, quien se educa busca el oficio en el comercio, a veces como ventorrilleros o viajantes. Especulaban con el tráfico de esclavos, o la administración; aprendían oficios menos pesados que la agricultura, por ejemplo, notarías, sastrería, artesanías de paja y cuero y, en último caso, el servicio religioso y las milicias. [8]

Otros son los acostumbrados a la paz del campo, a su bucólica sensualidad y paliques, pese al duro trabajo que realizaban para medrar económicamente. El criollo empobrecido consideró que la milicia ofrecía muy pocos estímulos. Y la política española, cortesana, en la que tendría nula representación, por su condición de 'indiano', fue menos divertida desde un batey, o una hamaca, en disfrutara de su improvisado cigarro de tabaco o buches de café prieto, que hablar de piratas y herejías.

Al Pepino de los albores, a las que solía llamársele Las Vegas, en tiempos de Cristóbal González de la Cruz, el futuro Capitán Poblador, le corresponde una etapa de clandestinaje y una de oficialización que comienza con las gestiones de hacerle un Casco Urbano, con iglesia y Casa del Rey. Esta etapa nueva que sigue a la clandestina es la que surge animada por el Gobernador Ramírez de Estenoz. [9]


buscar en helen santiago


pero, quien menosprecia a la mujer campesina, que sigue al varón en estas aventuras, es el peninsular que llega por primera vez y juzga.

Por su parte, la campesina realizaba labores de ordeño, alimentación de aves y cerdos, además de labores domésticas consabidas: preparación de alimentos, costura, o mucho remiendo, lavado de ropa y limpieza de la casa, entre otras tareas. Empero, mientras F. Abbad y O'Really especulaba falazmente que la gente, en casi toda la isla, sería «de, por sí muy desidiosa y sin sujección alguna por parte del gobierno» y que, por tal razón, se rehuyeron la alternativa de las milicias y la vida religiosa y moral, manifestándose una repulsión al trabajo, la verdad fue que mucha de tal gente (menospreciada por ellos) escaparía de las costas y puertos, yendo hacia los campos a fin de criar hatos de ganado vacuno y de cerda. Y esta vida les gusta, la comparten con indígenas que toman como esposas. Las negras son más costosas y escasas. Entre los pioneros de nuestros lares, abunda más el pardo que el pardo-oscuro y mulato.

Una delegación, presidida por el Teniente General Alejandro O' Reilly, investigaba el contrabando y el mercado negro en la isla, por comisión de la Corona. La visita sirvió para dar noticias sobre la exigua población de la isla (del informe de O' Reilly data el primer censo de pepinianos) y para promover en España la necesidad de repartos de tierra baldía, pretensión que caería en oídos sordos. [11]

El pepiniano incipiente comprendía ciertos hechos que no se presentaban tan claros a los funcionarios conservadores y corruptos que pululaban por las Cortes Españolas y, localmente, en La Fortaleza. El irrupto funcionario español consideraba una traición el desinterés mostrado por los criollos ante la alternativa de enlistarse en el servicio militar. Y no entendió que, materializada una agresión (como las ya ejecutadas por corsarios y archienemigos de los monarcas peninsulares) el patriotismo y amor al terruño unía a los nativos, inspirándoles el vigor insospechado por la defensa, con uñas y dientes, de la integridad de la isla.

Por otra parte, entre los criollos, la milicia española se asociaba a otra cosa, a la prepotencia peninsular y al rezago de los criollos en la ostentación de cargos públicos. No significaría que, aunque España no produjera una suficiente presencia militar para controlar su áreas de territorios coloniales, se le negaría la ayuda. Bien es cierto que ante prepotencias del goboerno algunos comerciantes españoles negociaran con los colonos del imperio español y se abriera muchas veces a congrragusto el contrabando como la constante que «rompe los leyes» y el mapa de interrelaciones en tiempo de paz ante Inglaterra, Francia y los Países Bajos. La piratería prosperó enel Caribe debido a puertos británicos como el Puerto Real en Jamaica y el establecimiento francés en la isla de Tortuga en la costa del noroeste de Hispaniola. Grupos de hugonotes había establecido el poblado de Petit Goave en la isla. La isla toda fue un asilo de piratas y privateers, amada de contrabandistas de todos nacionalidad-después de todo. «La Tortuga era el sueño de mi abuelo Manuel Prat para edificar una Mova Catalunya y ejercitarse en las habilidades que aprendió antes de venir a América». [12]

Juzgar como dóciles e indolentes a los criollos fue la flagrante petulancia de los eternos socios de la desigualdad de posición social y poder, creada por la sociedad colonial. Si el natural de la isla, como se decía eufemísticamente para aludir al mestizo con sangre indígena o al mulato (por su cruce con esclavos), fue dócil y «desapegado al trabajo y toda empresa» (O' Reilly), ¿por qué es la historia de los gobernadores coloniales una sucesión de coroneles obsesionados con las conspiraciones locales y el intenso contrabando y trato de criollos con los vecinos piratas del Caribe?

¿No fue tal preocupación la que trajo al Teniente O' Reilly como evaluador a la isla? Del mismo modo que los utuadeños, para los pepinianos, comerciar con los piratas fueron «quizás la única manera de obtener herramientas y otros bienes que, de otra forma, no entraban a Puerto Rico o eran de mala calidad» (Angel Ortiz).

En los llamados «cuentos de piratas y bucaneros» que se animaera en la tradición de la familia Prat-Vélez hubo especiales menciones de Cofresí y sobre cómo funciona realmente el patrotismo de los criollos y se van resolviendo las carencias econónicas, especialmente aquellas que conciernen a herramientas, o equipos que por España no llegaban. Históricamente, se conocen los ataques más feroces que piratas extrenjeos realizaron contra villas puertorriqueñas: en 1528 (San Germán), en 1595 (el incendio de la ciudad de San Juan por Francis Drake), en 1625 (ataque de Belduino Enrico y el nuevo incendio de la capital), en 1702 (ataque inglés a la villa de Arecibo) y en 1797, cuando 7,000 tropas inglesas y 64 buques de guerra, comandados por el General Ralph Abercromby, atacaron San Juan, nuevamente. El último de estos ataques produjo una movilización de miles de milicias puertorriqueñas para combatir la invasión inglesa de 1797. Para los Prat, que no vieron ésto, basta el eco de su leyenda, vecinos que supieron y lo marcaron imborrablemebte como hito para us memorias.

En la historia privada de la familia Prat-Vélez, de Mirabales, hay testimonios significativos sobre el patriarca Manual Prat en tareas de disuadir a su hijo mayor (Edelmiro Prat Vélez) de enlistarse en el servicio militar, o cursar tal carrera. Le dijo que si quería ser útil a la Mare Patria que se hiciera médico, que más se lo agradecería el país, que está lleno de anemia y de bubas (sic.). Y también se recordó cómo, en la misma familia, uno de ellos (Luis Prat, o Prats) que se hizo capitán del ejército recibió maldiciones (entre los suyos) el día que se fue a San Juan. También se alegaba que Manuel Prat y Paché Vélez trataban con piratas y esclavistas de Jamaica y Haití, desafiando grandes penalidades impuestas por el gobierno español, ya que el tráfico de esclavos había sido abolido por España en 1820. [7]

buscar sobre piratas.....


Refiriéndose específicamente a los más antiguos parientes de su familia en el barrio Mirabales, de San Sebastián, mi entrevistada Dolores Prat Prat, y su hija Laura Alicea Prat, viuda de Ortiz, afirmaron durante varias entrevistas, realizadas en su hogar, en diciembre de 1972, que tenían memorias que respaldaban, por tradición oral, acerca de vínculos con la piratería y el tráfico negrero de sus parientes. Quejas en torno a ésto datan de la gobernación de Francisco González Linares y Miguel de la Torre y «a fin de limpiar de cuestionable reputación» la familia hizo una gestión ante el mariscal Juan Prim y Prats, Conde de Reus, según el relato de un expediente en la Sección IX, en la Serie de Santo Domingo, del Ministerio de Estado (que hoy correspondería a Asuntos Exteriores en el Archivo de Indias y que guarda una veintena de legajos sobre Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Luisiana y la Florida, de 1729 a 1834). Legajos en esta sección proveen una documentación fundamental para conocer la Cuba de fin siglo, de «la Revolución Francesa y de la independencia del continente» (Luis Miguel García Mora) El grueso de la documentación parte de 1785; pero en un addendum del Archivo del General Polavieja, ex-Gobernador de Puerto Príncipe (Haití), entre 502 documentos, vuelve a mencionarse la piratería y el tráfico esclavista en el Caribe, lo mismo que en la Sección XV del Tribunal de Cuentas, donde menciona la petición de Prat en favor de los los vecinos de Cuba, a saber, Vélez Cadafalch y Monse de Prat (sic., posiblemente, refiriendo a Manuel Prat como Monsier De Prat).

Los documentos de la Sección XV, del Tribunal de Cuentas, en A.G.I., Sevilla, se fechan entre 1851 y 1887, lo que coincide con los testimonios de la nieta y biznieta de Manuel Prat y Ayats, uno de los aludidos, en el sentido de que partió a Cuba poco antes de 1868, poco después de (nombre ilegible) Vélez y su mujer. Tema del lengajo: contrabando en las antillas. Unas invocaciones atardías a que el ex-Gobernador (pariente en el documento) Prim para que intercediera por ellos.

Dos instituciones importantes entonces, en Puerto Rico, quizás en toda América, mas refirámonos al Pepino en sus albores, fueron el compadrazgo y el trueque. En ambas, se depositaba dignidad y confianza, pese a la simplicidad de vida de aquellos aäos. No siempre se pudo valorar ésto por quien viene de Europa. Trueque solía considerarse como trámites y negocios donde no se utiliza la moneda de circulacoón oficial. Trueque mienta subrepticiamente negocio sucio o contrabando, evitar ek benefoicio al fisco.

ampliar

El puertorriqueño / criollo / y peniniano incipiente comprendía ciertos hechos que no se presentaban tan claros a los funcionarios conservadores y corruptos que pululaban por las Cortes y Gobernaturas Españolas y, localmente, en La Fortaleza. El típico funcionario español consideraba una traición el desinterés mostrado por los criollos ante la alternativa de enlistarse en el servicio militar. Deserción o figas como polizontes. El funcionario no entendió que, si se materializaba una agresión (como las ya ejecutadas por corsarios) el patriotismo y amor al terruño unía a los borincanos, inspirándoles el vigor insospechado por la defensa, con uñas y dientes, de la integridad del lar nativo.

Por otra parte, entre los criollos, la milicia española se asociaba a otra cosa, a la prepotencia peninsular y al rezago de los criollos en la ostentación de cargos públicos.


____

Bibliografía

[1) Cf. Narciso Rabell Cabrero y la paleontologíay L. Figueroa, Colonization of Puerto Rico (1997). Un censo realizado en 1778 arroja la cifra de 2,202 taínos puros en la isla en una población de 46,756 blancos y 34.867 pardos libres (o lo que pudiera significarse como pardos, gentes de razas combinadas, esto es, indios mezclados racialemente con criollos o blancos o con africanos. La Dra. Loida Figueroa cree que el exterminio total del taíno, en los primeros 30 años de la colonización, es una falacia. Los colonos exageraron la dimensión de la desaparición del indígena como modo de forzar una mayor introducción de esclavos negros. El Obispo Rodrigo de Lasbastida halló en su oportunidad que los hacendados y encomenderos solía mentir acerca del número de indígenas asignado a ellos en las encomiendas, descubriéndose además seis años después que en las fincas rurales había un alto número de indígenas mezclados con africanos. No se reportaban como indígenas, porque las nuevas Leyes de Indias les protegían, garantizándoles libertad, fingiéndolos como negros era más fácil aplicarlos a la servidumbre y burlar los logros legislativos en materia de protección logrados por los defensores sacerdotales Fray B. Las Casas y Montesinos.

[2} Este pueblo se fundó en medio de la gran frustración de las autoridades coloniales con el régimen agrario-feudalista y la representación política en base a estatamentos (la nobleza, el clero y estado llano), es decir, sin representación proporcional a la demografía. Eugenio Fernández Méndez, Crónicas de Puerto Rico (Editorial UPR, Río Piedras, 1969), ps. 18, 316-16, 342.; Ciríaco Pérez Bustamante, Las regiones españolas y la población de América, en; Revista de Indias, Año 2, núm. 6, 1941, y Gabriel A. Puentes, Instituciones políticas y sociales en América y en el actual territorio argentino hasta 1810 (Bs. As.; 1956) p. 209.

[3] Maria Elena Carrión, «Contrabando en Puerto Rico (1626-1789)», en, Enciclopedia de Puerto Rico, 14 de noviembre de 2008. Para esta autora: «En general, el contrabando probó ser imposible de erradicar en la Isla». «Una de las medidas más creativas de los españoles para acabar con el comercio clandestino fue otorgar patentes de corso, primero a españoles y luego a criollos, a finales del siglo XVII. En teoría, estas licencias de corso permitían interceptar naves que transportaran mercancía de las colonias hispanas, capturar la mercancía para la corona, así como quedarse con parte de las ganancias». El área del Caribe como nido de piratas y corsarios fue contexto de preocupaciones y avatares para los puertorriqueños de los pasados siglos. Los antecedentes de esta realidad histórica, muy poco romántica entonces, datan de los mediados de 1600. «Throughout history pirates have terrorized the world's seas. The 1600's and early 1700's were known as the Golden Age of Piracy».

[4] Para fines de investigación y acceso documental, Puerto Rico fue parte del Virreinato de la Nueva España de 1534 a 1821. De 1509 a 1526, perteneció a la Audiencia Judicial de Santo Domingo, del Virreinato de Santo Domingo. En 1782, la isla de Puerto Rico se convirtió en Intendencia del Virreinato de Nueva España. En el siglo XVI, la zona geográfica de «Pepino formaba parte de los territorios circundantes al segundo centro minera español que era Utuado». No obstante, el primer predio de Pepino («Sitio de Mirabales») que para el 1700 se documenta como en proceso de colonización y donde Sebastián González de Mirabal tenía ya 400 cuerdas, «cerca al Salto de Guacio» estaba comprendido en la juridicción del Partido de Aguada. Este litoral costero fue también el segundo bastión militar de la isla, «lugar donde se abastecían de agua y comestibles los barcos españoles en trásito y por donde entraba el Situado Mexicano» (Eliut González Vélez, San Sebastián de las Vegas del Pepino, Apuntes sobre Sus Barrios, Publicaciones Vegoeli de Guacio)

[5] En lo que será el Partido de Aguada, para el año de 1707, hay hatos y fincas y criaderos de cerdos como son Olgadera, Añasco, Malpaso, La Laguna, Piñales, Calvache. En lo que vendría pertenecer con el tiempo a Pepino, en ese mismo año, había dos criaderos o bases para antiguos barrios, Peralonso y Jagüey. Eliut González, en sus notas históricas sobre los barrios, data la antiguedad de Salto y Juncal en 1700 y 1707. Pepino tuvo criadero llamado Espinal en 1700 y en Babumamey para 1707 se criaba ganado. Ver: Salvador M. Padilla Escabí,El poblamiento de Puerto Rico en el siglo xvIII, en Anales, 1-2 (1985)

[6] R. Laydi, Piratas, corsarios y filibusteros (Barcelona: Maucci, 1961). Esto también fue reconocido por Fray Iñigo Abbad y Lasierra en 1782 «al señalar que el intercambio ilegal con extranjeros continuaba dominando la actividad económica en la Isla». «En realidad, esta práctica (las patentes de corso) fue una gran oportunidad de lucro para individuos ambiciosos y especialmente para oficiales del gobierno» (Carrión, op. cit). Cf. véase: Luis R. Negrón Hernández, Jr. Roberto Cofresí: El pirata caborojeño

[7] Entrevistas con Doña Dolores Prat Prat, viuda de Alicea, 10 al 18 de diciembre de 1972. Ella fue la única hija de Eulalia Prat Vélez y Cadafalch (1830-1890), cuyo padre Manuel Prat y sus tíos fueron prósperos hacendados en Mirabales, Cidral y Las Marías. Esta familia se fue yendo a la ruina, desde 1865, al mudarse sus cabecillas a Cuba y, tras la muerte de Edelmiro Prat (1821-1865), por suicidio.

[8] Andrés Méndez Liciaga, Boceto histórico del Pepino (Tipografía La Voz de la Patria, 1924), ps. 2, 9, 28, 84-85 y 117; obáétvese que en el texto hay citada la segunda edición del Boceto. realizada por el Ateneo Pepiniano. Conúltese además, Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo 12, p. 42. y Reseña del estado social, económico e industrial de la isla de Puerto Rico (Imprenta de La Correspondencia, San Juan, 1899), ps. 15, 314-316.

[9] Vid. cf. Carta del Gobernador Ramírez de Estenoz, 16 de agosto de 1757, en: A.G.I., Sección Santo Domingo, legajo 2282, fol. 5.; Carta de Muesas a J. Arriaga, 29 de diciembre de 1769, en: A.G.I., Secc. Santo Domingo, legajo 2300; Carta a S. M. de Francisco Danio, 1 de octubre de 1710, A.G.I., Sección de Santo Domingo, legajo 2295, núms. 6, 17 y 38; legajo 538, núm. 26, folio. 4; legajos 162 y 559, ramo 4 y Testimonio de la causa fulminada por el Provisor y Vicario General del Obispado contra el Padre Don Manuel de Mirabal. Año 1711, en: A.G.I., Secc. Santo Domingo, legajo 2295. Además: Real Cédula al Gobierno de Puerto Rico para que informe sobre la Iglesia de San Sebastián del Pepino, 14 de octubre de 1778, en: A.G.I., Secc. Santo Domingo, legajo 2380 y Carta del Consejo de Indias solicitando informes sobre la petición de José Feliciano González, 16 de noviembre de 1776, A.G.I., Secc. Santo Domingo, legajo 2283.



[10]


[11]

[11]

[11]

[11]
[11]


CONTINUACION / PARTE 2
____

Links / Enlaces / de Historia Pepiniana / Notas sobre el magisterio en Pepino desde principios del Siglo XIX al XX / Cartas de lectores / Website de San Sebastián del Pepino / Poetas del mundo / San Sebastián del Pepino: Convocatoria de Estudio / A 70 años de Bajo la sombra de un pino / del compositor pepiniano Juan Francisco Acosta De Arce / Máscaras y hamaqueros del Pepino / Hilda Serrano: eterna apasionada de la música / Por Miguel López Ortiz / Los Oronoz / Rodón / Visita del Gobernador Horace Towner a Pepino / Comevacas y Tiznaos en Pepino de 1898 / Narciso Rabell Cabrero y la paleontología / Enrique Cebollero y sus aventuras / Por Horacio Hernández Campán / Víctor «Tito» López Nieves: Magisterio en Pepino / El hombre extendido / Indice /

No comments: