Thursday, March 13, 2008

El terror de la historia


Dios viene cuando le da la gana.
Entra al mundo y al hombre sólo cuando le place
y no le importa que le digas: «No vengas».
No oye consejos de nadie. Se mete a las prisiones.
Se goza en la cantina y sale del bar enterito.


Echa sus pláticas con quien menos lo quiere.
Se da un nombre de granuja y predica el dolor
o el regocijo. Se alegra del que adquiere un consuelo
en medio de esta razón a ultranza, el vil racionalismo.


La fe se manifiesta cuando uno la comprende.
A veces, no sé cuántas, Dios es el terror manifestado.
Si el cura que lo predica es un pedófilo, o un villano
que esconde la sotana y folla con mujeres, El calla.
El no se mete al mundo por razón del majadero.
Los pendejos y los criminales delinquen.

Y el mal en el mundo sigue su explotación perenne.

Uno, sin embargo, descubre algún consuelo.
Tropieza y se va de bruces y, al final se levanta.
Uno dice que no hay dolor que dure para siempre.
La vida que recordamos es corta y se parece
a un mambo; hay tan hermosos abismos y placeres
que uno se tira por ellos, se ríe y danza.

Cuestión de inteligencia emocional que se midan
los riesgos; yo, en las páginas de un libro apolillado,
me encuentro un pasaporte de alegría
y voy con mis perdones, tan lirondo, cantando.

A veces la paz me la brinda un agudo siseo
de serpiente; a veces, por lo mismo, la tristeza
la desata el pájaro en la rama, sin nido, o me alcanza
un bolero, la evocación de algo extraño, melodioso,
la nostalgia perdida, el lloro de algo vivo
que está en los sumideros. Me compadezco.

La paciencia y la resignación culminan la miseria.
Desde los días de mi parto, comenzó el llanto
que hoy, sólo en ocasiones, escucho; se transformó

de llanto en hambre y evoluciona, en lamento
menos dolorosamente. Al fin, es desaliento, estrés,
porfía en rutinas muy poco deseadas. Al fin de cuentas,
por mucho o poco que haya sido, digo adiós al hastío.

A veces me descubro menos infeliz y aseguro,
«no lo merezco». Veo a otros que padecen mucho más
y carecen de ojos y no ven otros bosques y piernas
que caminar no pueden ni explorar lo dulcemente dado.


Una linda mujer me quita las fatigas.

Una musa de carne y hueso me devuelve propósitos.
La dicha aún musita lindamente y me llama.
Esta es la paradoja. El dolor se alquimiza.
La piedra bruta tiene días para forjar el oro.

Esta es la fe por la que digo: «Aún podemos. Tras la sinrazón
que limita y desfigura, lo sublime da pálpitos, hay claros
en medio del olvero. Hay misterio de amor en arquetipos».
Pero es verdad. La historia asusta. Te jala los pies
Y tú te cagas o te mueres de risa. Todo depende
del Dios que te da ventanas y de entrar por ellas
como luz en tus ojos.

En vano que le digo: No vengas.
No entres a casa. Estoy como mi desnudo lloro.
Sin una frazada de tu fe en el centro de la cama.

El optimismo es un dios tan profundo que te crispa
Los nervios cuando se vuelve dual y se filtra en la Maya
de tu rincón humano, el orden natural y el tiempo.

5-9-2003 / El hombre extendido

Reseña del libro «El hombre extendido», por David Páez

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