a Lilith, esposa de Adán y primera mujer antes del nacimiento de Eva
Contigo haré las paces. Estoy agradecido
aunque te acusen: Que abríste la puerta de lo prohibido.
Que rechazaste el orden del Establecimiento
y aquello que pretendió ser la mala ley
contra tu rango / privilegio de Primera Madre.
Amaste la Luna llena. También yo y toda autonomía.
¿Y cómo te llaman hoy? Luna Negra.
Que te reclamas desde el ovario,
que llevas las mamas desnudas y tu cabello ondulado,
abundante, que es rojo y lo rizas y con él
inventas tu perfil y media luna y te ocultas
con un manto y, ¿quién ha visto tus nalgas tan hermosas?
que no se desdiga con delirios, al soñarse
otra vez con gozo por tu opulenta figura?
Haré las paces con el misterio que te alude,
bello animal, ambivalente corazón del inframundo.
Te veo en tránsito a una civilización que te olvida;
pero son ellos los seres aberrantes, malignos,
seres de la piedra, pigmaliones en cuita,
kairós sin Olimpo.
Ellos que cometen desacato y te maldicen,
comen de tu pan y se van, opositivos,
desagradecidos, tentados por los homicidios,
ávidos del deseo, porque nada más hermoso
ha sido visto, desde que nacíste,
perfecta entre las bestias, más perfecta
que el simio y el primate que es el hombre.
«Mala bestia», te llaman, «Doble-Opuesto,
diablesa, Luna Negra, Serpiente, Apátrida,
Infanticida, Transgresora».
Aquí estoy organizando esta memoria.
Te anticipo con amor: Lilith, me agradas.
Y nada human es más real que tú.
En consecuencia, te llamaré como Adán
al bendecirte, mi descanso.
Y aseguro ya que fuíste, has sido y serás
La más amada, Caminante nocturna,
Placer Militante, hembra grata.
4-13-1990 / EHE
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