Tuesday, November 02, 2010

Las juderías / 27 / El primer hijo


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27. El primer hijo en La Bodega

Claro está, cundió la alegría. Se elevaron las risas y se conversaron múltiples planes de crianza, una vez que nació el primer hijo de Abram y Sara en La Bodega. Desde una ventana del edificio salió el sonido del shofar. Y otro día, con celebraciones, se oyó una orquesta de clarinetes, bombardinos, trompetas y tambores, que operó en mejores tiempos en el lugar. En La Bodega se dieron clases de solfeo y música a jóvenes y niños, y a Benavito le gustaba oír ensayos musicalees y cantos. Gran pared separaba la escuela de su casa; pero él advinaba la música más que escucharla. «La música», según decía, «habla como Dios». Ha-Shem vocaliza con música o vibraciones de las esferas.

Le dijeron alguna vez que la música que se oye desde La Bodega es profana, que más parecida es a la profanidad de Tiro-Sidón que a Jerusalén y él les dijo a los judíos, con tales quejas, que ambas ciudades son «ejes de una misma cultura... para el porvenir», sólo que Jerusalén es más espiritual que Cartago, alegría material; pero «aún en lo material, la música es voz divina, que no ofenda y alegra». ¡Qué pena que Benavito no haya escuchado estas celebraciones por el nacimiento de su nieto!

Malka (sólo Benavito decía correctamente su nombre, con el acento final) le comentó con el judío Becerra, «si mi Simón viviera, ¡qué feliz estaría de oir otra vez música en la casa!», pues, él nunca pensó, como piensa su hijo, que vivir en La Bodega sea como vivir en un vientre estéril, rodeado de viejas cosas, como esos acopios de vinatería. Cada cosa en La Bodega es su Jerusalén en retoño. A todo le supuso futuro porque Sara hizo real la promesa. Le dio un hijo en la vejez. En La Bodega comenzaron sus amores y fructificó en Ceiba Mocha; pero, «el fuego de las caricias, aquí fue encendido». La Bodega... Desde entonces, idea de Benavito fue que vendrá el día en que este edificio se llenaría de nueva vida, hijos, nietos, amistades.

El primogénito de Abram fue la materialización de su profecía. Andrés, que fue el primer hijo de Benavito, se crió en Santiago de Cuba con el Dr. Moritz, antes de irse a Cárdenas, a buscar a Alicia, «no nació aquí ni aquí dí mis amores a Alicia» y el primer hijo de Benavito con Malká nació en Ceiba Mocha, «pero aquí, como cesta que para mis huevos se acomoda, fue milagro». «Este es el primero, hijo mío», le dijo Malká a Abram, que nace en La Bodega y por eso la familia Becerra festeja. Trajo música santa».

Sara estaba feliz con su primer hijo y le recordó al esposo, «Sea por Dios que nos sirva para el acercamiento». Andrés estaba tan feliz como si fuese suyo y se lo dieron a que lo cargara en brazos (fue la primera vez para) que vea cómo se siente.

Que nazca este primer hijo de los Abram ben Abram-Riga no fue como tarea fácil para quien pensara como «vientre estéril» al almacén de La Habana. En torno a la procreacón y la vida, Abram las cree sus derechos, por esposo legítimo de la mujer a la que hizo madre. En cambio, Sara le dijo: «Dios da la vida. Tener un hijo es sólo un privilegio, un acto de confianza». Y, si en el rigor de ese planteamiento, ambos coincidieran, Abram no se molestaría con lo que ella implica. «Sea por Dios que nos sirva para el acercamiento». Difícil tarea acercarse a una mujer con costumbres de higiene, conocedora de su cuerpo y sus emociones, y que bendice su cama antes de subircon el esposo a ella. Como una antigua escandinava, recurrió a la Sabiduría de los Dragones (en las proias de sus barcos vikingos). Es que Sara, cuando piensa en el fresno sagrado («yggdrasil»), cree que sus raíces se extienden a través de todos los mundos; pero, hay un dragón (que llama Nidhug o, a veces Níohöggr) que siempre vela la hora de entrar en la cama y con qué clase de espíritus se entran . A estos espíritus inmundos, espírutus costeros, les denomina Landvaettir… Cuando ha subido a la cama, para intimidad con su esposo, a ella le resulta como si oyera a esos espíritus que él teme: celos por su ausencia de que otros varones la miren, miedo a la envidia que puede más que la ostentación. Estarse ausente de la casa, tal vez para encubrir el sentimiento de culpa, afianza una carencia en Abram y, entonces, el Dragón espiritual que tiene no vence a los espíritus del Ain Hará, el mal de ojo, y avanza como una infección que se adhiere a las sábanas de holanda de su cama los sentimientos de desprotección, culpa y dolor injusto.

«Te escuché acostar al niño con un rezo extraño, no habitaual: bli ain hará o kein aine ore? ¿Por qué rezaste así, o pronunciaste eso? Y luego… la cinta roja que pusiste en la muñeca de nuestro hijo… Sarita, eres una mujer inteligente; no lo eduques ni te fíes en supersticiones… Yo sé que piensas aún no era el tiempo adecuado para que tuviésemos familia. Si no te sientes preparada para ser madre, consulta con mamá. Ella le dio un hijo a un pobre viejo».

«No dudo que ella sea la verdadera Mano de Miriam. No te voy a pedir amuletos contar el mal de ojo».

«Ni yo me voy a prestar a comprar nada de eso».

Sara le contó que cada vez que con sus padres viajara por el mundo ella portaba una joyita en forma de mano que llamaba el hamsa (le dijo que es, no una superstición pre-israelí), sino diseño de la vieja sabiduría alegorizada. «Me habría gustado regalar a nuestro hijo el ‘hamsa’ que me colgaba al cuello, pero lo perdí… Es un simple adornito: una palma de mano, sobre la que se graba un ojo y se medita con ésto asore la eliminación de los males posibles: el mal de ojo y en conservar la modestia, jamás el sentimieto de venganza».

«Los negros santeros cree en esas brujerías y amuleto».

«Pero ésto que te digo lo enseña el Talmud: ‘Soy de la simiente de Iosef, que no es afectado por el mal de ojo’. Y cuando viajó a Egipto, a la Corte del Faraón, estaba bajo La Mano del Altísimo. Seguro que tenía su hamsa». Y sobre la cama, donde ahora él comenzaba a buscar sus besos y querer encimarla, porque ella no permitió durante el embarazo que Abram la tocara, le contó sobre la visita de dos parientes de María Lecsincka y su hija Paquira: unos muchachos que han recién llegado a La Habana….Los vio hambrientos, sucios, con zapatos descosidos y desgastados en sus manos, con el cabello crecido y semibarbados. Preguntaron por los hijos de Benavito, esto es, por Andrés y por Abram, aunque no saben sus nombres… «y ellos me movieron a darles de comer y ropa de su talla, ropa que ya tú no usas… Eran mulatos, de piel muy oscura, pero ambos tenían los ojos azules de tus Lecsinska y te diría que muy bellos, excepto que ambos sufrían de los ojos alguna anomalía. Uno tenía un ojo extrábico, o túrneo y el menor se servía del mayor como lazarillo. Era ciego… y por lo visto y, desde que se fueron, con todo lo que les dí y la promesa de seguir ayudándolos, puse la cinta roja en la muñeca de nuestro hijo, pero que sea señal generosa para él y nosotros…»

«Y Andrés, ¿vio a los pordioseros? ¿Te ayudó? ¿No les atajó en la puerta o calle para que no subieran a nuestro segundo piso?»

«¿Cómo atajarles o ignorarles? ¡Son tu familia! Hijos de Francisca José, dijeron. De Paquira».

«¿Cómo asegurarlo? ¡Puede que hayan sido impostores!»

«¡Abram, admite que tienes familia en necesidad! Ya lo sabemos. Estos hombres, ya no tan jovencitos, hablaron suficientemente para que se entienda por qué han pedido caridad. Son familia de María Lecsincka, viuda de Antonio, hermano de tu padre. Nos visitaron, avergonzados por la mala suerte de Paquira y sus hijos. Dieron datos correctos: Paquira, recogida por el Dr. Moritz y sujetada a la justicia de Ruy, el rabino de Ceiba Mocha. Enumeron sus hijos, los mulatos… Y que, en la casa de su padre, a su madre y ella se les le tuvo en reclusión hasta que nació la niña llamada Alicia, que tu padre casó y… dijeron que, en 1885, se enterró a María Lecsincka, y que a Paquira (Francisca María) no se le perdonaron sus infielidades y que la niña Alicia no fue nacida de Antonio, como lo tampoco fue Rachel. Y ya lo sabemos que son muchos hermanos en esta prole de adulterios… pero, ¿no son los Abram-Lecsincka y los Moritz-Abram tu sangre?»

«Te recuerdo que el mismo Benavito a Rachel la divorció de Antonio, reprendió a las Lecsinka y la Halajá y otras normativas que nos guían repudian a las adúlteras… La única mujer, en nuestra parentela, que mi padre honró fue Alicia, porque ni a la propia Rachel, en que tuvo su hijo, la quiso para el matrimonio. Y Moritz, siendo aún rabino, dijo que Alicia fue más joven, virtuosa y bonita, que las Lecksincka y que, si acaso Paquira, que fue la más hermosa, también destacó por la más puta. Y ahora, como le viste los ojos turbios y descompuestos a la simiente de Francisca, se te ha metido el miedo al mal de ojo. Ay, mujer».

«El mal de ojo que yo temo, el verdadero ain hará, es que no comprendas que la Torá prohíba maldecir; o que no ofrezcas bendiciones al prójimo… Mira que entre el corazón y el cosmos hay vínculos e influencias recíprocas a todo nivel».

«Sara, si lo que quieres es que le compre una manita hamsa contra el estúpido mal de ojo a nuestra bebé, está bien. Vamos a la joyería. Lo compramos. Le quitamos esa ridícula pulsera de tela roja. Le compramos una pulsera con su nombre… ¿eh? Pero no me hables más sobre ésto y ese mojonerío de los pordioseros que, en nombre de los Lecksincka, vino a chantajearnos… Creí que Andrés iba a servir para algo y proteger la casa…»

«El no estaba aquí. No lo culpes. El ni se ha mudado. El viene y se va. No nos descuida; pero él recién ahora es que accede a vivir aquí, y nos hace falta, en casos como éstos».

«Pues, díle que tan pronto me vaya, haga guardia en la puerta y no deje que vuelvan esos desgraciados».

«Eso es lo que llamo mal de ojo, la visión ostentosa, la tuya».

«Maldita sea. ¿Por quá tienes que hacer de la cama, en que te solicito momentos de intimidad, un lecho de demonios?»

«¿Ves como maldices?»

«Yo me voy pa’l carajo», gritó y comenzó a vestirse para irse a no sé qué lugar.

Ciertamente, se olvidó del niño que nació en La Bodega. Y que, en uno de sus viajes, tres meses atrás, sirvió para atender el embarazo. La primera vez que se puso en servicio de la familia, aunque ya atendido decenas y decenas de partos, especialmente, en Guantánamo.

Entretanto, Sara reza y medita sobre cómo crecer bajo la Mano Protectora del Hamsa espiritual, invisible:

Al niño, huérfano, le colgaron al cuello, atada a un hilito de plata, una Mano, decorada a su alrededor con palomas, porque las palomas reconcilian con la Divinidad. También ataron al hilito varios pecesitos de oro, bajo las palomas que parecen sobrevolar sobre los peces. «Y todos estos símbolos hablan sobre la sencillez y pureza. Los peces son inmunes al mal», agregaron cuando ya estaba en la puerta de salida. Previamente, le enseñaron la Oración del Viajero y el niño la practicaba, según se alejaba de la casa: «Tefilat HaDerech».

Estaba triste porque se separaba de quienes le protegieron en Cartago, cuando murieron sus padres; pero, se sentía capaz de cumplir la misión que le enconmendaron. Toda su fe dependía de la Mano de Dios, mano de Cinco Dedos, cada uno de los cuales es un Libro de la Torá, o una advertencia o una protección contra el Ayin hara, el mal de ojo. Y como el niño apretaba la Mano de Hamsa, símbolo de Chai el Viviente, intuyó que alguna de su fuerza proviene del altísimo y la Vida («Chaim») no se manfiesta con temor de su siglo y las gentes. Como temibles son nombrados los sacerdotes del Moloch en el País de los Filisteos y, aún en Cartago, la tradición de los semitas da culto a la sumisión y adoración al Moloch o Demiurgo, describiendo como rituales agradables los sacrificios y crímenes de sangre.

Fue por ésto que sus protectores le dijeron: «Ve y lleva este encargo a donde yo te digo». El niño no debe criarse entre los sacerdotes de Moloch que hablan sobre un «pueblo santo» que no lo puede ser porque su crueldad es mucha y la dispersa de Tiro a Sidón, de Jerusalén a Cartago.

Y el viaje asignado es largo, mas siempre se siente en la ruta correcta y el niño va dejando de ser niño, y la Mano de Hamsa lo proteje de ojos malos y asediantes. Ha buscado el hilo de plata y ya no existe, pero, algo dentro de su corazón, es exactamente la Mano Protectora de su Dios y está adulteciendo sin miedo. Y Chai el Viviente le instruye para que, en cada cultura y ciudad que pise, rechace la superstición y el fanatismo. Ya sabe que no aprieta pescaditos de plata o palomas, adas al hilito, cuando las frota sobre su pecho. Es el instinto de superación lo que palpa sobre sí. Va por el mundo a cumplir con la misión que le dieron sus antiguos protectores: Crecer bajo la Mano Protectora del Altísimo.

De hecho, él y la madre no viven juntos. Ella se quedó en La Habana. Acá está cerca de sus raíces espirituales. En Guantánamo, si se fuera con él, como propone, sólo alternaría con su esposo y una criada que él dijo que le conseguiría. El resiente que Sara se sienta tan desvinculada de los americanos. «Son gente como tú y yo». Ella le dice que los militares no son igual a ella y, menos los que en la Base de Guantánamo, están. «Gente que quiere hacer carrera con la muerte y que interviene, en obediencia a capricho del Pentágono, coadyuvando a toda operación de matanza». Ella tiene un definitivo concepto de lo que es imperialismo y al tema él le saca la vuelta.

Mas hoy, con ésto del niño, con sus primeros meses de vida, se festeja. Nació en septiembre y estamos próximo a una primera Navidad. Han adelantado el colgalejo de guirnaldas con bombillos de colores. Al esposo, modernizado con las cosas Xmas y Santa Claus, como acostumbran los esnobistas de El Vedado, se le ha ocurrido por primera vez que en la sala de su casa en La Bodega haya un árbol de pino y que sea a los pies del árbol que se ponga un Establo de Nacimiento. El a colegas, a quienes hablara sobre la hermosa mujer que tiene en casa, judía devota, aunque con «amplios criterios, casi cristiana», han mostrado interés en visitarles. Ha meditado que la casa debe oler a cosmopolismo.

En la madrugada, cuando ella dormía, regresó de la calle y se metió otra vez en la cama. Sara despertó y sintió muchos demonios que trajo consigo. Lloró lo más silenciosamente que pudo para no despertar al esposo que olía a alcohol.

«No es que haya que esconder los candelabros ni negar nuestro judaísmo. Se trata de que no haya indicio de que somos muy ortodoxos y metidos en nuestras costumbres», le dijo en la mañana cuando después de varios días de celebraciones se regresó a la Base de Guantánamo. Hizo sus recomendaciones. Prometió volver a la menor oportunidad y traer un hamsa y una pulserita con el nombre del nene.

Pero fue tarde ya. El niño murió el mismo día. A siete horas de él irse a cumplir con los demonios.

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