Por esta razón, el primer asunto al que me referiré es qué se entiende por bohemia y la Enciclopedia Libre Wikipidia define: «Cofradía, grupo de artistas o literatos que viven al margen de la sociedad, reuniéndose en los cafés para hablar de literatura o intercambiar ideas estéticas». Se informa que, posiblemente, el origen de la bohemia surgió con el romanticismo y con la revolución que este movimiento entraña: una rebelión del corazón que dio «rienda suelta a la pasión y al amor, muchas veces ese amor imposible que atormenta el alma».
Al juzgar el romanticismo y las propuestas de arte puro, otra autora contemporánea expresó lo siguiente:
«Ser bohemio es ser humano, pero un humano atrevido. Ese humano que destapa sus sentidos sin miedo; que canta o que escribe los más disparatados conceptos del amor. Cada uno de nosotros es poeta a su manera. Cada uno de nosotros lleva en el corazón un alma de bohemio, porque cada uno de nosotros ansía la libertad, la soledad, el romance, los sueños y aquello que llamamos la conquista de nuestro propio ser... La bohemia exalta los sentidos. Despierta nuestro ímpetu de amar la vida. Ser bohemio es querer sacar a flote ese ente que vive dentro de nosotros esperando su turno para disfrutar la vida en su totalidad, imaginando versos para vivir su propia creación. La bohemia es un desafío a la vida misma. Es una inquietud extravagante, muchas veces celosamente guardada. El bohemio le canta a las amarguras de la vida y también a las conquistas eternas. Lleva el alma entristecida, siempre tratando de fingir una sonrisa, esa sonrisa que trata de esconder la mueca del dolor que provocara una partida o, quizá por el dolor de haber vivido muy aprisa... ¿Será acaso la bohemia una rebelión contra el diario vivir o quizás una vida de ociosos, posiblemente algo intelectuales, pero con ganas de vivir la vida cantando y soñando? ... ¿Es ese pretender de artistas que todos llevamos dentro, o acaso la pura afición al arte, a la música, a la ociosidad... o al ensueño?»
Obviamente, el grupo de poetas de esta antología y la fundadora del grupo Bohemios por Amor no corresponden al tipo de bohemios que un poema tradicional, titulado El Brindis del Bohemio (que suele recitarse para despedir el año, a las 12:00 de la noche) hiciera tan famoso. La bohemia del bar de mala muerte, o del rincón de taberna, puede que no siempre incluya al «perfecto bohemio», que suele ser un poeta. Y, de hecho, no todos los poetas son bohemios, ni aún los consagrados. Nueve de los 22 poetas incluídos son mujeres y ésto implica unas diferencias de contenido y estilo de expresión; pero, en lo que se centra el grupo como tal y su propósito es en la tarea de concebir la poesía como un «arte» o «potencial» de la palabra que requiere de disciplina cultural para revelar la armonía del espíritu. La poesía —como dijera Luis Ossa Gajardo, poeta y ensayista argentino– no es sólo cuestión de palabras, sino de sentimientos. Por esta razón, el lugar de la bohemia que se propuso para el grupo son los entornos constructivos, el ambiente de un salón comunitario, o de escenario de arte, siempre cálido, familiar y acogedor. Y los bohemios del grupo han avalado en su nombre la frase «por amor».
La bohemia vale por su concurso a la fraternidad y a lo que la poesía puede originar e impulsar para transformar la humanidad: acercar a los individuos solidariamente, eliminar fronteras, fortalecer el trabajo, crear belleza, devolver la autonomía de la consciencia al colocarnos en la recuperación del lenguaje en su forma más elevada y fundamental, como propuso Martin Heidegger en un ensayo sobre la esencia de la poesía. Y añadiría el poeta español Pedro Salinas en su libro Defensa del lenguaje: «Los poetas son los que usan el lenguaje en su máxima altura y para un fin de mayor altura».
Los poetas de la Antología bohemia por amor son trabajadores, estudiantes, algunos de sus miembros jubilados, cuya vida siempre fue productiva; algunos son profesionales, otros con actividades más humildes y asalariadas. De modo que, al presentar su poesía soy consciente de que muchos comienzan a transitar por el mundo de la creación, aunque su sensibilidad se haya manifestado desde la edad temprana. Son esencialmente poetas inéditos, no necesariamente salidos del Establecimiento académico profesional. Aquí la bohemia no es referencia al ocioso, al desclasado, ni a un sentido de «al margen de la sociedad».
En términos generales, la muestra recopilada por Maricela R. Loaeza recauda del grupo los siguientes temas:
(1) el amor a la familia (sean padre, madre o hijos)
(2) cómo vivir, la cotidianidad, y el significado de la vida
(3) el fracaso amoroso
(4) la codicia y la ambición
(5) la pasión y el amor
(6) la muerte y el destino
(7) la relación con Dios
(8) el poeta y su relación con la poesía (la soledad creativa)
(9) el proceso creativo-cognitivo y la afirmación de la persona
(10) la hermosura de la mujer
(11) la emigración y el impacto del abandono del hijo/a
(12) la angustia existencial, el desafío al tiempo
(13) nostalgia del paisaje y la Madre Tierra
(14) y como tópicos menores, la Navidad, la libertad y el humor.
En los planos léxicos y semánticos de la palabra, los poetas incluídos son apostróficos, es decir, invocadores que, con sus recursos de lenguaje y figuras de pensamiento, dan noticia al lector de una poesía, casi siempre confesional e intimista. Ninguno de los textos es estrictamente épico y objetivo. La intención lírica abre la subjetividad de todos ellos y, en no pocos casos, como alegoría con intención didáctica. Quizás el único poeta que introduce temas como la dieta, el uso de aretes por frivolidad y el poner «al mal tiempo buena cara», lo hace más con humor que con una objetividad del crítico de costumbres y es, a la sazón, Silvano Maciel Olid (nacido en 1915), profesor normalista jubilado de Nayarit y el poeta de mayor edad entre los incluídos.
En los planos fonológicos y sintácticos, los poetas de Antología bohemia aportan sus construcciones rítmicas de verso llano, con parcial identidad acústica entre versos, porque ellos llenan escasamente los cometidos estrictos de la métrica y el cómputo silábico de la versificación. Sin embargo, adoptan las formas estróficas (por ejemplo, cuartetos, tercetos, etc.), pero con rimas libres y al gusto.
En términos generales, son poetas con una formación de partida dentro de la poesía tradicional, donde la estructura rítmica y las rimas son el recurso básico de orientación. Las metonimias y las sinécdoques son más abundantes que las metáforas y símiles nuevas y originales. Ignoran la vanguardia como su modo de esquivar el ropaje verbal, menos hermoso o exquisito, de la Nueva Poesía y los elementos de extrañeza y alienación que la vuelven riesgosa, aunque más veraz, ante la inteligencia común de los lectores. Como bien observa el Dr. Luis Torres, de la Universidad de Calgary, en su libro Aproximaciones al estudio de la literatura hispánica (New York: 1999): «La poesía muy rítmica y repetitiva suele ser propia de la inspiración popular: reúne a la gente para que asuma una tradición recurrente, rememorial».
Mario H. Gallareta Pino, uno de los bohemios (nacido en Mérida, Yucatán, en 1923), parece cómodo con la idea de que la rima es ya expresión constante y confiable de belleza y que en el Parnaso (espacio de la musa) se captura la profunda inspiración y la lucidez:
Rimaré la expresión de excelsos pensamientos (...) /
hasta alcanzar el razonar egregio (...) /
convertir prosa llana en expresiva y dilecta,
considero de este modo que soy afortunado
porque entonces he llegado a ser poeta...
[«Recreación poética», de M. H. Gallareta Pino]
Seis de los poetas bohemios de la antología convalidan la noción de musa / inspiración y escriben un texto colectivo que abre la antología, «haciendo honor a las musas» y los «desvelos» y «noches claras» de bohemia. Con el mismo título «Bohemios», Maricela Ramírez Loaeza enfatiza que ha sido en las «noches de poeta» que se formó la bohemia, pero el amor que la conexiona y desata es posible «durante el día».
El asunto de poetas «inspirados», es decir intervenidos por las musas, mágicamente portadoras de verdades absolutas y universales, es criterio que me desagrada, siendo yo un poeta de una vanguardia poética, existencial-postmoderna. La poesía, como todo quehacer válido, está sujeta a la disciplina cultural, a una «praxis» premeditada, seria y laboriosa. En consecuencia, ante estos poetas emergentes, comentaré ciertas cosas, siendo que son cultivadores del acento rítmico, un elemento que establece las diferencias entre poesía y prosa, pero que no garantiza que las frases hilvanadas en forma de verso cuajen como elocuencia del mensaje.
Armando Ortiz, en su ensayo Las letras de hoy: Una preocupación interminable, al enfatizar la necesidad de una técnica poética en contraposición a la confianza en las musas, escribió: «El futuro de la poesía es duro. Hay que redimir el talento. Los poetas de hoy y mañana deben, sin más, aprender a mostrar muchas imágenes, en pocas palabras».
La economía de palabras, ir al grano, es algo que se aprende. La mucha retórica enfada y empalaga. Una idea clara, aunque se diga poéticamente, vale mucho, aporta al conocimiento poético y no requiere muchos versos ni muchas explicaciones.
En la poesía, lo más eficaz que se debe capturar e intuir es lo que se ha llamado «intensificación del lenguaje» no por insistente reiteración de motivos, o por reduplicaciones o descripciones prosopográficas, o por repeticiones de sonidos (recursos fónicos o cacofónicos), sino por imágenes. Una imagen que, si bien profundice en el plano verbal, axiológico y ontológico, sea orgánica, sincera y el «núcleo viviente de su propia esencia», como explica Luis Ossa Gajardo.
Los poemas «se producen» reelaborativamente por una destrucción y conocimiento premeditado de lo superfluo, repetitivo y estereotipado, del lenguaje y sentido común. El poema es una victoria de la excitación espiritual que desafía la prosa cotidiana, el habla utilitaria de la necesidad y la descripción técnica de lo que existe en un aspecto material y literal. El poema no es una fórmula, o una estructura de mensaje predecible, como el cliché, la consigna, el kitsch publicitario y, aún siendo una búsqueda de sentido, el poema es la concentración imaginativa del lenguaje. Lenguaje intensificado por su aptitud asociativa y su evocación de correlaciones emotivas y sonoras.
Esta, que es la teoría poética de Ezra Pound, también subraya la necesidad de eliminar toda redundancia y todo amparo de fórmulas de dependencia a las musas y las reglas de los parnasos precedentes o remotos, que sólo esclavizan el mensaje poético. No significa que se haya prohibido el juego de las estrofas y las formas con la sonoridad. Significa que, si el poema nace de un modo desorganizado, en forma bruta como piedra no pulida, sólo la reelaboración concienzuda sobre ese material nos hará entresacar la belleza y lo intuitivo que esconde.
Dijimos, al enumerar el temario general de la antología, que uno de los más recurrentes es el proceso creativo-cognitivo y la afirmación de la persona. Denise Abraján (n. 1983) es un ejemplo del anhelo de aproximarse al proceso. Ella discurre sobre el destino y el valor de encarar la realidad: «¡Qué destino tan largo!», escribe en uno de sus poemas; «que me hagas tu destino / ... que te dejes morir conmigo», expresa en «¡Dame la oportunidad!»
Pero, ¿qué es el destino? Por sus textos aún no lo sabemos. Sin embargo, algunos versos explican la imposibilidad del develamiento de ese misterio. En «Renacer» la frase clave y causativa es: «Me he escondido de la realidad» (loc. cit.) y en otro texto, «No quiero hablar», explicita el miedo: «El miedo deja mi interior vacío» (loc. cit.)
Todo ésto nos lleva a reflexionar sobre aquella advertencia del poeta español José Hierro: «Unicamente con verdad no se escribe poesía, hay que persuadir». En el género de la «sinceridad última e irreversible» (Mario Benedetti), que es la poesía, es importante persuadir de que la verdad (aún mi verdad) está siendo esgrimida y captada, si es que se quiere que el «Renacer» del que Abraján como persuadora que discursa sea creíble y coherente.
Con la poesía (y no importa que ésto haya que decirlo con referencia a los poetas más jovencitos entre los incluídos o los más experimentados y maduros), no debe fundarse el paraíso de los bobos, donde las alegres fantasías se forjan a la medida de quienes las imaginan. El prerrequisito del texto poético es la sinceridad; pero su estructura de verdad sicológica, o de su verdad objetiva hic et nunc (de su aquí y ahora) no surje si se perpetúa una actitud de escondite, un «no quiero / ni quise hablar» y «de la realidad me escondo».
Denise Abraján dice:
Sentir que puedo renacer
pero no quiero hablar,
sentirme mejor que ayer
pero no quiero conversar...
(...)
¿Qué más da si me llaman?
Pero no quiero platicar.
[«No quiero hablar», de Denise Abraján]
En un sentido paradigmático, ese escondite / miedo / terquedad es la negación de la función de la poesía como sinceridad última e irreversible y lugar desde donde radica la dificultad de decir «Te amo» y abrir al prójimo, lo mismo que a nosotros mismos como persuadores del verso, para que se nos escuche y se nos obsequie «un minuto / que ya nada (te / nos) cueste». Ciertamente, ella quiere hablar y no sabe cómo por de pronto. Su actitud mienta el silencio necesario (porque el silencio es una forma de hablar) antes de hallar una verbalización adecuada mediante el verso. Ese es el meollo de su proceso cognitivo y creativo. Es su reto futuro para que renazca.
Vicente Aleixandre, poeta español, decía que «la poesía es comunicación, algo que sirve para hablar con los demás hombres». En los textos de Abraján, esta posibilidad ha sido cerrada jactanciosamente. Su mundo textual es cruel y «su mano» extendida es «áspera». Ella cierra el tiempo, seca su alma y, finalmente, alega en sus versos su proceso cognitivo-creativo, dejando en el aire lo que es su mejor poema: «¿Qué haces tú?», todavía acusativo. Pero, al menos en este nuevo texto, rescata la intersubjetividad, el deseo de preguntar a otros, al hablante / oyente ajeno.
La idea de este comentario sobre Denise Abraján es ésta: abandona el hermetismo, descubre la poesía de la calle. Define y persuade sobre aquellas cosas por las que aún callas y sufres. En ese poema, la frase «sembrar amor / para salvar un ser… / ¿Qué haces tú? Por este mundo cruel / para alimentarlo / con la fuerza de tu piel», se expresa lo más hermosamente solidario de toda la antología.
Mas, en la Antología bohemia, no hay poetas sociales, adueñados ya de todas las luces. En conjunto, están metidos en sus invocaciones apostróficas bohemias, apostando sus emociones al tiempo y al destino, como algo demasiado indefinido, hermético e incomunicable. Son poetas aún no fogueados con lo que Pablo Neruda llamara la «capacidad demoledora» de la poesía. Creen bona fide que el poeta es un inspirado, pero no un inspirador, que es todavía más importante que ir a tomar la poesía como terapia personal. No entienden la relación del poeta con la Historia. Se asoman idealísticamente a la historia de Dios, como el sustentador ético de la vida, pero no la hacen la historia de su pasión dolorosa encarnada en cada individuo. Se quedaron con la oscura noción aristotélico-medieval de que «en la poesía hay más verdad que en la historia»; pero de un modo dogmático-absoluto, incapaz de revelarse como explicitación e imaginación en lo concreto y cotidiano. Poetas de una universalidad y humanidad abstracta que parece adormecerse con los cantos de las sirenas.
En la antología, hay autores que toman de la poesía su aspecto terapéutico y la Cura («Sorge») más que el estético y filosófico (e.g., Judy Landeros, Margarita Covarrubias y otros). Bueno es que vayan equilibrando los tres aspectos. Suelen ser los contribuyentes más jóvenes de la colección. Este primer aspecto es útil e importante como un comienzo en la voz sincerativa, como rito iniciático en la ars poetica; pero no debe ser la meta, según se adquiere el training en la manipulación creativa de la palabra. El riesgo de perpetuarse en el plano terapéutico es quedarse en los planos descriptivos y en la rememoración de un afecto perdido y una invocación literal del Ayúdame Dios mío, que yo no puedo. ¿Cuándo saldrá una intuición del misterio de Dios? algo que sea más que el consabido pedirle auxilio que, de por sí, desgasta a Dios al convertirlo en un receptor de nuestros recados.
Pero, en el plano léxico-semántico, ya se asoman algunas inquietudes definitorias de tono y estilo. Por ejemplo, Omar Soto es un poeta que construye una atmósfera poética de sopor, angustia, el descenso hacia la muerte y lo umbrío, el encuentro con el vacío y lo etéreo («no hay sustancia, no hay materia, / sólo una sombra precipitándose en tus entrañas»). La personificación del amor ideal penetra en la angustia por la vía de lo onírico («sueño postergado») y «certeza de ese amar(se) más allá de toda piel»).
Sus prosopopeyas son numinosas, subliminales. Poeta del rumor y de la niebla, recuerda a los metafísicos ingleses. El mejor de sus poemas en la antología es «Sueño».
El guerrerense Alejandro Manzo tiene un par de buenos textos entre los siete incluídos. El mejor es «Tus ojos» porque va al grano. Se concentra en unos ojos inspiradores y transmite la emoción de que esos ojos son la sinécdoque o la percepción simbólica del alma o del encuentro intersubjetivo. En otros textos, Manzo tiende a ser redundante. Debe trabajar con la economía de palabras y en que sus parábolas didácticas tengan una imagen y una coherencia interna con el mensaje total.
Lucio Camarillo Barrera (n. 1963), quien aporta siete textos a la antología, es muy sensible a los temas ecológicos. A mi juicio, es el poeta más hábil y con más recursos de comunicación y actualidad temática en la colección.
De todos los autores, es Maricela Ramírez Loaeza, la recopiladora de los textos, quien se interesa en dar un texto objetivo que cierra la antología con un vuelco esperanzador. «Somos el México», parábola didáctica, que alude a la cultura patria, a la nostalgia de lo que se dejara atrás al inmigrar. «Nos carcome la ausencia», dice ella, pero como «golondrinas viajeras, regresaremos un día» (loc. cit.)
En conclusión, si bien trabajan el lenguaje como propiedad comunal, como decir compartido, apostrófico y refencialmente tradicional, estos poetas se han insertado en un ambiente espiritual de conviciones, creencias, costumbres, valores morales, que les alía a nombrar lo ya nombrado, con pocas rupturas con la estructura horizontal de la palabra y su sociabilidad.
¿Qué les falta? Un límite extremo al cual puedan llegar sin ser ofensores ni prosaicos, sin ser incomprensibles ni demasiado confesados y tradicionales. Falta la densidad del verbo solitario, «la dimensión vertical y solitaria del pensamiento», al decir del crítico y teórico Roland Barthes, la elección de un tono, el ethos, una individualización estilística, la parte privada del ritual creador. No son poetas atrevidos; son sólo íntimos y sus textos se parecen a todos los textos escritos en el siglo XIX por los románticos bohemios.
Para darse esta condición del poema que crea su propia identidad, en desafío de ruptura, el poeta debe armarse y enriquecerse con su propia mitología personal y secreta de escritor, formarse un infralenguaje que abandone la pura literalidad y haga crítica del conocimiento. Necesitan muchas lecturas de lo viejo y lo nuevo y vivencias aún no logradas.
En algún nivel, esta mitología personal proviene de una profunda crítica de la historia y de las experiencias biológicas mismas de su persona. Deben descubrir o redescubrir, encarar y desenmascarar, la realidad espiritual como dialéctica. El poeta que ocasiona una intensa tensión entre su sensibilidad y su intelecto es quien suele provocar su propia ruptura con el lenguaje tradicional y todo lo que este lenguaje oculta como filosofía.
¿Para que sirve la poesía? Si la palabra como tal es un ente desafiado, o emplazado a salir de sí mismo y otorgar a otros entes su significado, el filósofo Martin Heidegger indica que sólo el poeta, con su química verbal, puede llevar a las palabras desgastadas y discursivas a «su propia Realidad-en-verdad», no como adorno y utilidad narrativa y prosaica ni como transitoria exaltación del espíritu, sino en un sentido fundacional, como instauración de un orden consustancial al pensamiento.
El lenguaje desgastado suele ser muy mentiroso, traicionero y encubridor. No obstante, el pensamiento es el poema original. Por el rescate de ese poema original (que es la Historia y la verdad de la palabra), el poeta debe arriesgarse, evitando el desgaste de la palabra, el oscurecimiento de sus relaciones, su degradación en la novelería, el adorno y la instrumentación como prioritarias sobre la verdad.
De esta tensión que surje del lenguaje, requiriéndose a sí mismo que devele sus propias esencias es que se nutre el poeta cuando juega con sus sonoridades, la perceptividad de imágenes y metáforas y, sobre todo, su correlación con lo emotivo. Con este ejercicio de la palabra contra sí misma, es que brota la poesía como «el más peligroso de los bienes» (Martin Heidegger), siendo el oficio de poeta «la ocupación más inocente de todas»; pero también la que mejor muestra las paradojas, en ese sentido no de lo inverosímil y de lo inútil que parece valioso, no siéndolo. Paradoja en el sentido de razonamiento y enunciación que llevan una válida síntesis de lo contradictorio. La paradoja suele ser el lenguaje de Dios más que la ironía.
En la etapa en la que percibo a los autores de la Antología bohemia, hay mucho Yo exaltado concentrado en la tarea de contar sus intimidades y carencias y, frente a todo material histórico, objetivo y social, poca reacción. El poeta de la calle es el duende que falta, como decía Federico García Lorca. Falta un Yo social, porque «no hay Yo sin un Nosotros».
(1) No hay verso político ni solidario en la antología
(2) Con excepciones, no hay evidencia sobre el impacto que produce el cruce de fronteras; los traumas que dejan miles de seres humanos muertos de sed en el desierto; los delitos de los coyotes, las mordidas y las coacciones a las familias.
(3) No hay voces que testifiquen la necesidad de paz, organización y una diplomacia no orientada a la guerra. Falta lo histórico-social.
No que estas temáticas fuesen indispensables en la muestra; pero, como lector, me extrañó ese vacío cuando vivimos en una de las épocas más convulsionadas de la historia, especialmente, después de 9/11, el Acta Patriótica y las guerras de Afganistán, Iraq y las globalizaciones repudiadas, el Estado Mundial vs. la noción de Estados soberanos y naciones libres; en fin, ¿quién hablará acerca de las mentiras triunfantes por la manipulación mediática y gobiernos corruptos?
En el futuro, cuando les llegue el tiempo de hablar, ellos decidirán su camino y su paso del Yo exaltado al Nosotros social más protestatario, pero siempre poético.
12 de mayo de 2005
Orange County, California
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