Saturday, January 02, 2010

La ropa limpia




En apariencia, Mano [nominativamente, Manolo] nos pareció un chico bueno. Casi siempre se le observa solo, acomplejadón porque era un bodoquito gordo, aunque tenía más estatura que nosotros. Andábamos cazando algunas chicas, por eso de ir al cine en grupo. Con una parejita del sexo femenino y Mano vivía, al lado, vecinos de una niñas que nos gustan.

Entonces, sin conocerlo, lo abordamos. Nos dio confianza que el gordillo viste impecablemente limpio. Calza unos tennis shoes blanquísimos, tanto que parecen nuevos. Y las medias igualmente blancas, como la camiseta de cholo. Los pantalones son negros. Brillan por una negrura sin desgaste. Siempre es así, medias relimpias, la blanca camiseta. Todo lo que utiliza es pulcro. Tiene su reloj de oro que marca horas de sus soledades, porque siempre anda solo, y casi no sonríe.

Tuvimos algún recelo. El no trabaja. Ha de tener una madre que lo quiere y lo mima. Que se desvele para tenerlo muy alimentado, higiénicamente vestido. O bien, que lo complazca en sus gustos cuando le obsequie y le compre. El oye música por un apartico, con audífonos, minicomputadora digital, juegos que lo joroban, al caminar, porque derrama su mirada sobre la pantallita y se asoman imágenes que medio lo sonríen.

«¿Quieres ir con nosotros? ¡Vamos a bebernos unas aguas frutales y comernos unos taquitos!»

Se metió las manos en los bolsillos. Sacó apenas dos pesos con la centavería y un pase de autobús.

«¡No, no puedo! Tengo dos pesos y mi pase de autobús, que está vencido... ¡Vean!»

Mi otro amigo de parrandas tiene vista de lince y vio que el pase no caduca hasta el año que viene, en diciembre del año. Pero guardó silencio.

«Yo conozco a tu tío. Por él es que sé que hace dos meses se murió tu padre.

«Sí. Se murió el viejo», le dijo con sequedad.

Total que nos fuimos los tres. Comimos, bebimos y gastamos más de lo que pretendíamos. Mano resultó buen colmillo. Pidió a costa del amigo y mía y, a la hora de pagar, ni siquiera quiso dar la propina, como solitamos. Un peso, carajo. Un peso que no dolería a nadie. Era de esperarse. Nos había advertido. «Estos dos dolaritos los quiero para el autobús. Esta noche debo ir a algún otro lado».

La desazón fue mucha para esa mañanita. Olvidamos preguntar por la razón por la cual invitamos a Mano. Mas mi amigo, «El Lince», como lo llamamos por su mirada astuta, no se quedó satisfecho. Visitó al tío de Mano. Mintió diciéndole que, aún siendo de él íntimo amigo, no le quiere decir por qué él anda, preferentemente solo, o es un adolescente entristecido.

«¡Ese sobrino mío, amigo tuyo! vaya... Es un hijodelagranputa. Dejó morir a su padre. Sólo vive viendo vídeos de pornografía con sus juguetitos... De alguna manera, él fue quien mató a mi hermano. Pudo donar la sangre que él necesitara, no lo hizo. Pudo cumplir con las llamadas necesarias que yo le encomendé, era sólo agarrar el teléfono, ayudarme en las gestiones de salvarlo... pero se pegó a una computadora a ver encueratrices y pingas chorreando en culos... Mi hermano enfermó grave... pero no... toda su puta vida se concentró en su ego, hasta el punto de decirme: 'Deja ya que se muera. El no tiene remedio. Ahora voy a ser el rey de la casa. Y lo suyo es sólo mío. Tú no te metas'.»

Lo que dijo al pobre Lince lo llenó de escalofríos. « Por eso yo ni lo quiero a medio metro de mi casa... y tú no vuelvas más, si eres amigo de él, de tí no puede salir nada bueno».

También yo ví a Mano otra vez. Sin la ayuda de él, llegué casi a su puerta. Me encontré con la nena que te gusta y le dije que me gusta su hermana. La acompañé a donde iba, al bajar hacia la calle por unas escaleras y nos topamos con Mano, que subía a su apartamento.

«Ahí viene. ¡Cuidado!», me dijo la niña que te gusta cuando ya comenzaba a decirle sobre tí.

«¿Quién?», pregunté.

«¡Ese vago! ¡Hipócrita, que esclaviza a su madre! y la tiene lavando todo el día, ese pendejo que se siente el rey del mundo y su madre lo consiente...»

«¿Cómo sabes? Sí, míralo. Siempre va limpio y parece que no anda en malos pasos...»

«Pero un día andará. Dejó la escuela y su madre, toda un mar de llanto, le cuenta a la mía, que está acabándose los ahorritos, que le dejó su padre a ella, para cuando estuviese viuda, porque a él le dio cáncer».

Y ví, con una mirada que le dí, ya desde la distancia, que se encerró en la casa. De su balcón salió una mujer con un cajón de detergentes y mucha ropa que lavar, rumbo a la lavandería.


03-12-1982/ Microrrelatos

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Indice: Las zonas del carácter / Monografía: Filosofía de la Acción

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