17. ¡Qué camarada ni qué ocho cuartos!
«¡Llámame Sara!»
Era hija de un revolucionario de armas tomadas. Conocía
más los pasos que daba Abram, mi padre, que él los suyos. «Hija de Joachim, ¿lo
conoces? Cuando dijo que, ella se dio cuenta que tampoco habría conocido a los
que se dieron tratos de camaradas con él, Leopoldo e hijo. Y, aunque era sólo
una chica, ante la cual no se explicaba que supiera tanto, el coqueteo con
ella. Buscó ese lado político.
«Te diré 'camarada'».
«¡Qué camarada ni qué ocho cuartos!... Sara y Abram en la
guerra, Camarada es una palabra sagrada. Lo era para mi padre...»
De abril a junio, el Blitzkrieg en el año '40,
Abram se desanimó de golpe y porrazo de pedir que sea su novia. Ella estudiaba
medicina, igual que él, pero tenía más mundo. Y la primera vez que é le llamó Camarada, ella protestó: «¡Yo no soy
Camarada! No todavía ni con cualquiera».
Se equivocó, al decir Churchill le ha representado una
visión de energía y del mundo europeo que le había faltado. Sí. A ella, en
sobre aviso, ya le habían dicho que Abram es, «o parece que es», como su padre,
hermético y místico. Él le dijo que iría a cruzar la raya y que se uniría a los
ingleses en la resistencia. Combatiría al Tercer Reich. Ella dijo que tiene
contactos con la sede de la Cruz Roja Internacional en Berna. «Los británicos
son de mala pasta», le dijo.
Es allá, en Berna, donde ha estado y donde tendrá que
regresar. «Yo debo personarme ante los cuarteles de la AEF (Allied
Expedicionary Force)», le dijo él y no se atrevía a preguntar por qué Berna. Se
aterra ante una observación. «Ella es quien, a cierta distancia, lo anduvo
siguiendo. Lo saluda si lo ve. Lo busca». Parece que da guiños con sus ojos
espléndidos. El le gusta.
D. David Ike
Eisenhower advino como Jefe de Operaciones Militares de los Estados Unidos en
Europa, en 1942, y Comandante en el teatro de guerra europeo. Y la familia de
Joachim de Riga, con autoridad y rango en la resistencia, asignó a Leopoldín
misiones de trabajo revolucionario, le preguntó: «Es Abram, pariente tuyo y en
tu casa, ¿confiable?... porque ya me pesa la sospecha de que nos harán escombros
y lo que sucedió en Rotterdam ocurrirá en cada gran ciudad europea... y bueno
es que se joda todo, Leopoldín, que no se pierda mi tesoro mayor». Sara, su
hija.
«Supe, Joachim, que no es partidario de ninguna idea
política... Dijo. Toda guerra es la señal de un pueblo sin Dios, me dijo».
«Pues se joderá. Hay que tomar partido».
Y puso a Sara a seguirlo. Efectivamente, en la capital
suiza, a las orillas del río Aar, Leopoldín hizo que Sara y Abram se
conocieran. De 1942 a 1944, la Universidad de Berna, seguía abierta, con la
meta de originar los médicos de emergencia que, predicha la blitz irremisible, la nación necesitaría
al igual que naciones entre los Aliados.
«Tenemos que mover nuestras redes ahí, gente en las
universidades, gente que organice, médicos y enfermeras y, en fin, gente que
salve vidas, y ese es nuestro trabajo», decía Joachim.
«Llámame, Sara».
¡Qué mujer, viaja sola! Conversa sin miedo y al punto. Se
muestra tan independiente y confiada que el pensamiento de Abram se remonta a
La Habana, donde deben estar Benavito y u mujer pensando en él. Este es su
hallazgo. Si Otilio viviera utilizaría la misma metáfora con que hablara sobre
la mujer que dio a su padre, «con señal de renovación moral me enviada en un
cestillo».
«Esta es hija del faraón». Con ese sentimiento le vino la
imagen de su madre. A Cuba no llegaba, con ella, la Ley de Moisés, sino Ley de
Misericordia, encarnada en la esposa de Benavito y «es para humillación de los
collados antiguos, que serían enterrados en mortandad, en guerra por su
desobediencia y ambición», quienes la menosprecien. En su reinterpretativo
discurso, su madre sería la cepa nueva y la honra que Otilio había sacado a
Temán y Parán para separarla del «viejo mundo», trasladándola a Cuba
como semilla de renuevo. «Cuba: insel der Hoffnung», Cuba: isla de la
esperanza.
Y ahora, ella dice, si sobreviviera la guerra... «me iría
a Cuba, con mi padre». Y a él, le sabe a decisión sabia, llevarla consigo.
Hablaba con un español correcto, además de francés y alemán.
Hizo claro que no es tiempo de romanticonerías. El tiempo
fue muchas veces escaso, para darse a recuerdos nostálgicos. Mas ella analiza;
«Eres bastante faldero. Tu hogar te obsesiona. Aún se percibe la ansiedad de
separación de madre / padre... de tu casa. Y eres inmediatista... sólo es bueno
lo que te gusta de ese presente idealizado junto a tus padres, camarada».
«¿Eso crees de mí?»
«Eso y mucho más».
A él, nunca le habría gustado salir de Cuba bajo las
actuales condiciones de mundo.
«Hablas sobre Cuba todo el tiempo y yo hablo sobre lo que
tenemos que hacer, si queremos seguir vivos, planear irnos a Berna, terminar la
carrera, combinarla con labor social... Por mi parte, todavía no pensaré en el
Paraíso Tropical, ni en el Tikkun ha-Olam (el mundo restaurado), sino en
tanta gente herida que requiere socorro de la Cruz Roja... de momento,
me miras con ojo tal que pregunta: ¿Para qué? ¿Para estar aquí, oyéndote
platicar de una Cuba idealizada que tienes en la cabeza y que yo sé que está
saqueada por dictadores?»
«¡Es que me fascinó que conozcas la cultura hispánica! o
que quieras conocerla»
«Y lo que conozco, si algo fundamental me han contado
sobre mis ancestros, es que alguna vez fuimos una familia en la judería de
Sevilla. Que en un día de primavera, Ferrant Martínez, quien fue Arcediano de
Écija, se levantó y llevó arengas de odio por todo rincón de la Ciudad de
Sevilla que recorría... Eso fue en 1391, pero, si fuese hoy, no cambiaría mi
reacción y lo sufro como si fuese ayer... ¿Acaso no oyes arengas que exhortan
en cualquier ciudad de Europa ir contra la raza judía? En aquella época vivían
en Sevilla, sin mayores dificultades en su convivencia, judíos, moriscos y
cristianos, pero arcedianos como Martínez rompen esos equilibrios... un día se
levantaron por el lado equivocado de la cama. Originaron motines populares en
las juderías, insultaron, saquearon tiendas... ¡Oh, Amado Jah, no sabes lo que
un predicador puede hacer en pueblitos de calles estrechas y con sólo dos
puertas! ... ¿Sabes que Camarada, para mí, es idea con bello significado? Un
camarada no es un compinche que sacas del populacho enardecido, como esos que,
movidos por las arengas del Arcediano de Écija, sea que la fecha sea hoy o
1391, cien años antes de la expulsión de los judíos durante el reinado de
Isabel la Católica, sofocaron las aljamas... ah, no creas, Abram, no te diré
'camarada' si no te gusta... pero entiendo cuando yo lo digo y sale de la
conciencia. Del camarada espero lo mismo en una judería de Sevilla que en
Berna, lo mismo en Cuba que Leiden, que no sea uno de los atropelladores si
entran por la Puerta de la Carne a mi barrio y mi campo... La otra puerta, en
el barrio en que nacieron mis ancestros, se llamaba Mateo Gago... Ah, me
cuentas y recuerdas a la Abuela, su belleza... yo recuerdo, insistes... Todavía
no me has dicho que yo sea bonita, pero, por tu mirada sé que lo piensas. Te
digo que estoy triste hoy... En la vida de mis ancestros se repite la memoria
de un día entero. Allá la plaza, donde se iniciara la matanza, donde 4,000 hombres,
mujeres y niños fueron degollados sin piedad, en las calles, en sus propias
casas, y en las sinagogas y recuerdo a mi padre y abuelito, cientos de años de
dolor en los ojos de ellos».
Dijo que, pasado algún tiempo, no sin recelo, volvieron
algunas familias judías a Sevilla. Quisieron sus tiendas y sus casas. Mas jamás
volvió a haber ya un barrio judío. Las arcaicas sinagogas fueron expropiadas.
Sobre una, dijo mi abuelo materno, se reedificó la parroquia de Santa María de
las Nieves, que bautizaron la iglesia de la gente blanca, y sobre otra,
construyeron la parroquia de Santa Cruz, que ubicara en la Plaza de Santa Cruz.
«Un día Joachim de Riga, me llevó, siendo yo niña a
Sevilla, y me dijo: «Mira, hijita. En esa iglesia y en ese patio, hará 500
años, no éramos los Riga. Éramos sefardíes. Ahora ya todos los que nos traten
serán camaradas, porque si no conocerán qué temibles podemos ser... ya no
seremos sumisos nunca más. Ni pondremos la mejilla para las bofetada ni
nuestros cuerpos para los cuchilleros... que hoy comience la historia de la
rebelión, la historia de verdaderos comunistas y más que comunistas, anarcos»
Cuando el futuro Enrique III alcanzó la mayoría de edad
para reinar, encarceló al Arcediano de Écija don Fernando Martínez. La mayor
parte de los asesinos se quedaron riendo.
«Eso es lo que no me gusta de la historia del mundo».
«Entonces, no hay más remedio que matar», dijo.
«No dije eso: sólo reconstruir la historia, humanizar la
historia y darnos el lugar que merecemos, aunque sea como volver a Sevilla y
mirar los patios de la Plaza de Santa Cruz y, desde allí, recordar el lugar
donde tuvimos sinagogas y se amontonaron nuestros muertos», dijo Sara.
«Eres valiente».
«¿Crees que podremos irnos juntos a Berna, camarada?»
Supongo que, antes de la intensificación de los
conflictos y de que los EE.UU. entrara en la guerra, en presencia del propio
Conde Folke, quien presidía la Cruz Roja Internacional, ambos dijeron como
muchos de los judíos: «Vamos a servir a la Cruz Roja, aunque tengamos que morir».
Al investigar la vida de ellos en Berna, hallé
referencias a la valentía de ambos. Una crónica explica que saltaron en
paracaídas desde alturas inmensas. Escribieron tan orgullosos sobre este hecho
que ejecutaron con éxito: el brolly-hop y reprodujeron a mano una carta,
tres copias, 'por si alguna se pierde' y la enviaron desde tres puntos
diferentes de Europa, olvidando la mención de su matrimonio, pero no sus
nombres.
Su relato apareció en la prensa, por una de las cartas
perdidas y recuperadas, que había sido escrita en sobre con membrete de la Cruz
Roja. Sin que mi familia lo esperara, un periódico en Ámsterdam interceptó el
mensaje y elaboró una historia con el contenido de aquella carta de mi padre al
Dr. Simón ben Abram. Y se reprodujo en Cuba.
Con el tiempo, tal artículo apareció. Lo pude leer en la
vieja casa de La Haba. Lo ataron al tefilín. Mis padres, otrora mencionados
como héroes de la Cruz Roja. En Berna, Suiza, la vida de la pareja puede que no
haya sido tan tranquila como se supuso que fue años antes en Basilea, Leiden u
otros puntos. Es que las fotos les recuerdan a ambos al pie de los blood-wagons
de las ambulancias en los teatros de guerra.
Cuando yo dije a mi padre que me sentía tan feliz de que
nunca tuvieran que matar a nadie, ni en defensa propia, vi sus ojos llenos de
lágrimas. Y me dijo que, por amor a su Camarada, sí tuvo que matar. «Era mi
regreso, o aquella Sevilla de la que los Riga me hablaron cuando ambos hicieron
juramento. Una Sevilla, no vista, pero desangrada en la invisible impunidad de
la Plaza de Santa Cruz».
18. El Moisés cornudo y sin timbales
Cinco senderos son, sus dedos ricamente teñidos de
pasado; otros cinco, hábiles comunicantes con futuro.
A su epidermis se añaden: el cielo de las uñas con su
color de pétalos rosados e insinuante red de venas azulosas; también el verde
imperceptible, la esperanza tejiéndose en lo oculto, utópicamente vital,
señera, en su imperio.
Sus dedos largos, tan finos, tienen el rastro de edades,
sus muchos alcoiris y en terso corazón, labios melodiosos. Ella es una piedra
que juega con los lirios.
A sus manos las desplaza suavemente como si fueran ramas
lentamente acariciadas por el viento. Ella se sabe un árbol, o una hidriade...
(aún es graciosa cuando atrapa la pureza de las cosas y se rebela contra el
estío del mundo).
Los nudillos, cinco besos son, los más sólidos,
apasionados y fieles y las yemas de sus dedos, mapas, geografías, viajes
trazados en la carne que buscara horizontes (donde abundara más el amor que las
cosas).
Yo no creo que su cara tenga arrugas, sino pecas, besos
de mariposas, revuelo de muchos gestos que visitan su rostro y escriben en la
piel su amor y la llenan de memorias y relámpagos.
[Carlos López Dzur: «A las manos de mi abuela»,
1980]
*
Al finalizar el día sábado, las especies (que había
molido en el almirez) mi padre nos las daba a oler y, al apagar una vela,
ungiéndola en una copa de vino, decía que la eternidad había sido separada del
tiempo «con las horas», igual que el gozo y la discordia, el descanso y la
faena, y con tal havdalah, cada perico a su estaca y cada chango a su
mecate. Se dividía al día santo así, con rito de separación, de las otras
horas, las que él llamaba horas inmundas de la Historia.
No me gustaba que dijera que la historia tiene horas
inmundas. Acepto la realidad como es: «Si un elucidario de horas acontece en la
historia para el aprendizaje», decía Mamá, reprendiéndolo, algo que también su
esposo habría dicho.
No tiene que ser una condena la hora mundana, con sus
muchos afanes, si uno divide lo agradable de lo que no lo es... Con dosis,
hasta lo amargo, se dulcifica. No, no es que quiera juzgar a mi padre e
imponerle ideas; pero yo le busqué diálogo para consolarlo cuando le miraba
amargado y, en su lugar, me desautorizaba con malas palabras.
«Usted se pone a estudiar mis libros de biología y se
deja de jeringar con pendejadas».
Para ese tiempo, un viejito siempre esperaba al tío
Andrés que de viejo adquirió la manía de mascar tabaco. Dicha amistad mía que
salía a avisar, si acaso Andrés estuviese en la casa, no agradaba a mi padre.
El Cotorro me parecía un viejo simpático y divertido. Mas si entiendo el punto
de vista de Abram. Con el pasado de Benavito, sus mujeres y la mentada Paquira
y Rosa Belén se entretuvieron los tabaqueros y con los cuentos, pasados de boca
en boca, se enteró El Cotorro. Este viejo, lector de La Partagá y Regalías El Cuño,
todo lo cuenta a su modo. Se mete en lo que no le importa («y nos toma de
punto»). Entonces que se vaya a chacotear a otra parte, que «somos gente
decente».
Él fue quien me contó que mi abuelo había vivido
caricaturizando a Antonio, su primo de Cárdenas, y sobre los odios que éste
sentía por la España represora del Carnicero Weyler y, poco después, su rencor
por los invasores. De hecho, Leopoldo le parecería otra versión de Antonio,
sólo que sus odios se concentraban en destacar el rol de las falanges
anti-comunistas en Europa. Y creía que Occidente debía, aliarse con los
comunistas, y destruir el fascismo y el nazismo. «Y Leopoldo, por dinero americano,
le vende el alma al diablo, porque no es nada consistente con lo que cree».
También fue el Cotorro quien me narró, por primera vez,
que Leopoldo se personó en La Habana, tras su primer viaje a Texas, y se peleó
a golpes frente a La Bodega y tuvo que salir La Sueca y evitar que se mataran,
a puros puños, aquellos dos viejos. A esta historia se la tituló sobre cómo y
por qué le salen cuernos a Moisés. «Todo este asunto es una mala traducción del
Éxodo y sobre el momento en que él descendió del Monte Sinaí, con las tablas de
piedra en que escribió el nuevo pacto, explicó en cierta ocasión Benavito. Leyó
un texto en una sinagoga de La Habana. Avizoró, con ojos de nueva profecía, que
el Altísimo, el que es Luz secreta, traía a una mujer luminosa y, en su
experiencia de fe, tan personalísima, sería La Sueca o una mujer como ella, con
la piel suave e inefablemente hermosa.
Tal vez sería por una de esas bromas acerbas de Leopoldo
que, si dicha por confianza, produjo una violencia indeseada:
«¡Ah, Benavito! tú glorificas a esa mujer, mi
hermanastra, y tú no sabes con qué puta madre se la buscaría Otilio, mi padre,
que después de parirla, la envolvió en unos paños y la dejó frente a casa».
Y aún dudó que fuese hija de Otilio. Fue la razón, no
otra que tal blasfemia de Leopoldo, para que se enfrascaran a golpes. Sugirió,
en adición: «Que las suecas están imbuidas de liberalismo e ideas modernas
sobre la sexualidad», dijo Leopoldo.
«¡Te repudio! ¿Cornudo porque la casé demasiado jovencita
y ya soy viejo? ¿Que ella me haría cornudo? Ni a mí ni a nadie y no hay pendejo
que la ofenda», le dijo, se vale que la proteja y le peleó duramente hasta que
le dolían los nudillos. Después vino la cura. Ella cariciosamente, restándole
gravedad al motivo del altercado.
El comenzó a bendecir las manos de su esposa que le daban
devoción y cariño, como si fuese un mozalbete todavía. «Tierra buena es esa
mujer, gloria para mis manos».
«Bla bla blah», lo burló Leopoldo. Con el tiempo, argumento
para reconciliarse en los Días de Perdón. «Lo que dije es que ella ha pintado a
un monigote asexual y cornudo». Y con esto se aludía al 'quod cornuta esset facies sua' que, de seguro, ambos habían leído
del libro de Habacuc, de una mala traducción latina.
Se mal traducía «manos» por «cuernos», por lo que, según
decía Benavito, Otilio y él, como esposo, trajo a Dios de Temán y la señal de
su Santo del Monte de Parán «y su gloria cubrió los cielos, y la tierra se
llenó de alabanza y el resplandor fue como la luz; rayos brillantes salían de
su mano. Como fue en medio de la primera Guerra, dijo que allí (una mujer
hermosa para el Caribe) había escondido su poder; aunque «delante de su rostro
había mortandad y a sus pies salían carbones encendidos. Se levantó y midió la
tierra; miró e hizo temblar a las gentes; los montes antiguos fueron
desmenuzados. Los collados antiguos se humillaron».
«Sí, primo. Recuerdo todo eso. Lo hablaste en la
sinagoga; pero, glorificas a una mujer mortal, ordinaria, una que yo conozco.
No compares la Señal del Monte de Parán y la gloria que cubrió los cielos con
ella. ¿Qué de especial observas en mi hermanastra, a no ser su guapeza y
juventud, que fue de apetito para tus amores? ¿Que pinta con sus lindas y
delicadas manos? ¡Pues, yo diseño planos! y soy mejor arquitecto», dijo con
tono machista.
«Tú lo que eres es un hablador. Juzgo la situación de la
viuda de tu padre y, ¿quién si no mi esposa es su única compañía? En llorar a
Otilio, como una rata en la planta baja, se le ha sido la vida a tu madre...
¿No ves que mi reina es la consoladora? Para pintar y consolar tiene las
manos».
Al llegar e instalarse en La Bodega la mujer de la discordia trajo consigo sus libros de
arte. Alguna vez, muy niño, abrí uno de los libros que pertenecieron a ella y
que se almacenaron en un sótano de la casa. Vi una reproducción del Moisés
cornudo (de Miguel Ángel) en una página; seguramente, de donde ella sacó la
idea para pintarlo al óleo.
«¿Y dónde están las gandumbas del hombre que habló con
Dios? si es que te crees Moisés, Benavito, y piensas que es a ti a quien ella
pintara», había preguntado el provocador.
El Moisés que fue dejado en un canastillo y rodó por los
ríos de vida, sin saber que habría de ser el judío más luminoso, cubierto de
velos, para que pudiera hablar a las gentes en los campamentos de Aarón... «no
soy, Lleó, porque yo soy más temperamental y te parto la cara y te rompo las
Tablas de la Ley en las narices... pero deja a la mujer que yo adoro, a la
hermana que ofendes, trátala como tal hermana buena y fuera de tus puercadas y
blasfemias, ah».
Y si no volvieron a trenzarse a golpes es que la Dama
Virtuosa dijo: «Por amor a mí, no lo haga usted, Benavito».
19. Mi abuelo, según El Cotorro
« ¡Qué poca pinga!», pensé. Ahora, sin querer, imagino el
tipo de conversaciones que Benavito sostendría con los gentiles y que sacaban
sus indiscreciones, ¡ay, qué abuelo! cuando iba a arreglarse las barbas con el
padre de Lleó.
«Cuando quería, tenía el habla de un poeta y, cuando no,
era un albayalde», decía a Leopoldo, con insultos, hasta del mal que moriría.
Sin duda, del barbero es que supo El Cotorro que el falso Moisés es Leopoldo,
un liberador de pueblos en base a la sangre de su hijo y sus empleos
mercenarios con los constructores o desarrollistas de Texas.
«Es que lo es», El Cotorro.
El Abuelo sacaba de su albarda, el nombre de Miguel
Ángel, pero si con una versión de Moisés
se ofendía al Patriarca, porque este careciera de cojones con tamaño, en su
pintura, o escultura, y tuviera con dos cuernos, seguro que el modelo mienta a
Leopoldo que así pinta a un hombre sagrado y les dijo más: «Que no jodan
conmigo porque conozco los nombres de todos los herniados de vejiga, víctimas
de la vesicocele y la anorquidia, que hay en la cuadra».
20. Llegada de Abram a La Habana
Como parte de la euforia con que Abram vino, recuerda
Mamá, que llamó a Andrés, quien fue el primero en llegar de los hijos de
Benavito y quien de veras le escribiera. De hecho, en 1940, Andrés fue el único
que vio morir y estuvo presente en las exequias de su padre. A él si tuvo el
tiempo de bendecirlo.
«Murió, ya sabes, y me bendijo», le dijo cuando lo vio.
No supo por qué Andrés sintió que su hermano lo abrazaba
por primera vez.
«¿Te dejó algún mensaje para mí?»
«Lo que dijo siempre: Que su dios es el Viviente Chai,
Eeel Chad, el que Es y Será, y que no quiere muerte ni sacrificios
de sangre...»
Estas palabras las sintió como una bofetada. Mas su
contento podía más. Volvió a abrazar a su hermano mayor... Sí. Mi padre vino
eufórico y le presentó a una mujer muy hermosa, «Mi esposa y Camarada». En
vano, sería preguntar cuántos años se tardó en querer de veras regresar, o
cuándo realmente pudo.
Teóricamente, el Armisticio se firmó el 22 de junio de
1940, y había llegado en 1944. «Llegaste tarde. Te dimos por muerto». Mas,
tarde y seguro, aquí el vivo, casado, y ya con diploma de médico. Ofertas para
irse a Baltimore, y el Gobierno de los Estados Unidos pagaría sus estudios
postdoctorales.
Aquí, sin embargo, Andrés el Tonto medita que ha
encarado sus fracasos desde que, por orgullo, quiso labrarse su futuro sin
ayuda. «Cuba jodida, desde que llegué. La fábrica de botellas en ruinas y, con
la guerra, ya no hay negocios de telas ni exportaciones. Yo, en la prángana»,
se quejó el tío.
A la casa, cuando su padre vivía, iba por la compañía de Malká.
A Andrés le gustaba los alborotos de la capital y, en
esto no fue distinto a Abram; pero él sigue el olor de la gente de su
querencia.
«Soy como un perro».
Abram no. Apenas llega y le ha dicho a Sarah La Abeja y Malká
La Sueca que lo primero que le corresponde ahora es lavar las camisas de fatiga
del Ejército, quitarse las pesadas botas, y terminar sus estudios médicos.
El que siempre valoró la espiritualidad de Abram, «uno
con los ojos puestos, en un más allá sin geografía, obsesionado con saber si
Dios es visible en realidad, si se hace carne», no supo decir si éste es la
copia del abuelo, la sombra de él.
Razonó, «pero buen gusto tiene», miraba como Abram, como
su padre en su oportunidad, trajo suecas. Esta judías hermosas que parecen
muñecas, hechas para la sensualidad. Hay que volver a colocar la semilla
sefaradí.
«Y uno acá, perdiendo la cabeza y los cojones con las
mulatas, como Rosa Belén», meditó. Llegaba a pensar que suecada y hermosura / o heterodoxia / eran lo mismo.
En menos de media hora, tiempo que se entrevistaron, El
nuevo medico preguntó sobre todo, tomó la voz cantante. Él, que era silencioso,
introspectivo, estaba ansioso de información. De todo, excepto el ir a dar
respetos a la tumba de su padre.
No se preguntó cómo fue su muerte, no le quiso presumir
un milagro, no sea que le crea jactancioso.
En días del Yom Kippur, al presentir su
muerte, pidió perdón a Andrés.
«Si viviera un poco más, querría ver que regreses a casa,
bene mío!»
Dicen que Benavito se retractó de tantas injusticias que
cometió con su hijo mayor, aunque siempre añadió la frase «de tontejo y de mierda» al aludirlo porque era su forma de
disfrazar su cariño y marcar su distancia, como el gran fiscalizador ante la
prole de su cepa.
«¿Quién gobierna?
«Fue reelegido presidente Ramón Grau San Martín».
«¿Y la hacienda?»
«...»
«¿Y Lleó? ¿Y sigue de chismoso El Cotorro?
Independientemente de mis escrúpulos, si bien admiré al
hombre de ciencias que fue el Dr. Abram Matías, héroe en Berna (Suiza),
ex-estudiante en Leiden (Holanda) y graduado en Johns Hopkins (Baltimore), dudo
que tenía buenos ojos para averiguar lo oculto.
Me habría gustado que, de veras, hubiera visto a la luz
de Dios. O que confesara que tal Luz fue mi madre, judía luminosa, ya que
cuando tenía sus días excepcionales de amor, o necesidad de consuelo, recurría
a ella y, entonces, si le decía 'camarada, camarada de Berna'.
Paulatinamente, cambió su testimonio de lo visto en
Europa como salvación y ella en sus quehaceres, por cosa tan vulgar como decir
que Adonai se representa en forma de
parásito. Y que contra los parásitos no se puede luchar. Esos mentados bichos
son las emociones de la gente.
Mi madre dijo que la llegada de Abram a La Habana fue
eufórica. La misma euforia con que se recibiera a Malkah.
«En aquellos primeros días», según contó mi Abuela, el hijo
mayor era irreconocible. Se sentía heroico, aunque no lo dijera.
Antes de viajar a Europa, él vivía tan encerrado en sí
mismo y en sus libros que, entre 1934 a 1940, aunque le hablaron sobre la
realidad de Cuba y sobre cómo había una dura represión contra los movimientos
comunistas y socialistas de las centrales azucareras, a él sólo interesó lo que
pasaba en los alrededores de La Bodega. Su mundillo, su torre de marfil. Se le
podía preguntar quién estaba gobernando la nación durante esos seis años y no
sabía. Los tabaqueros de las Calles Obispo y Neptuno sabrían más.
«Lo único que tenía sagrado era el Viejo Benavito. Ni
siquiera a su madre quiso de ese modo», me dijo Mamá.
Extraño que esto fuese así, porque, cuando viajaba a
Matanzas se enteraba de cosas horrorosas. Veía tanta hambre y desesperación.
Quizás la única hacienda en Ceiba Mocha, donde había un nivel de salubridad y
lealtad al patrón, fue la suya.
Y se lo decía a la gente campesina, que sufrían penurias,
y antes fueron exitosos y preguntan fórmulas de productividad y secretos para
evitar el caos, ¿cuál es tu secreto, Dr. Abram: «Empieza en la parcela misma
como caridad y misericordia, amar a sus jornaleros; hartos es que bien se
afanan... lo que Grau San Martín no trajo ni traerá la Coalición
Socialista-Democrática que se organiza con Batista».
21. Ni a Gobierno ni extranjero vendería la tierra
Durante el primer mandato de Batista, él cooperó en la 2ª
Guerra Mundial con los aliados y declaró la guerra al Imperio japonés, la
Alemania nazi y la Italia fascista. Leopoldo e hijo festejaron esta señal, «como
las cosas buenas de Batista». Se discutía el aprobarse una nueva
Constitución, que introdujera en la práctica política cubana el
semi-parlamentarismo y una cierta intervención del Gobierno en la economía, a
través de un sistema de cuotas, puesto que la industria azucarera se vio
duramente afectada por las politiquerías y el asunto de querer oponerse al
Norte, al invasor potencial de Cuba a través de su historia.
Con Batista, ladronazo, a la larga, ofrecieron a Benavito
comprarle cada pedacillo de tierra que tuviera en Ceiba Mocha. Nunca, les dijo,
y fue en fecha de un festejo de Tu B'Shevat o Comienzo de Primavera,
cuando para reverenciar el renuevo de los árboles iba a sus frutales de Ceiba
Mocha e invocaba las almas renovadas de Eretz Israel, porque cada
arbolito es como crio humano. Lleva dulces a los vecinos para los guajiritos y
se cocinaba una 'matbucha' o ensalada de verduras para que comieran
todos los peones.
De hecho, la mejor porción de su tierra se la dio a
Andrés, el Tonto, y éste le dijo que no le interesaba la agricultura y, aún
teniéndola escriturada a su nombre, Andrés se la dio de palabra a Abram, ten tú la tierra, hermano y dijo para si:
«Si no me dio cariño, que tampoco me contente con su hacienda. El respeto debe
ser primero».
En vano, mi padre le decía por si sirviera el consuelo:
«Te respeta en el fondo. A mí también me llamó klotz / será como ilota».
La palabra alguna vez crecía y se iría a entender con
tristeza que comno tratamiento afectivo y respetuoso es poco».
Después de todo, las tierras de Benavito y Andrés (no
fueron para el último tales sueños de ser empresario exitoso, con oficinas en
el enorme edificio de La Bodega, donde ni a alquilar de una puerta en el primer
piso se le ofreció). Lo que fue suyo daba de comer a cientos de guajiros.
«Caridad y misericordia. Ellos doblan la espalda, no quiero que siembren caña
para el gobierno corrupto ni los americanos; pero que me cuiden el pedacito que
me ayuda en mis faenas, el laboratorio de patología, cuiden mi templo, porque,
¿quién quita que seas tú, Abram, el futuro patólogo?»
22. Presentaciones de rigor
Mamá no sintió que fue adecuadamente presentada. Al
instalarse en la casa ni siquiera su esposo recordó cuán cansada pudiera
hallarse. Es una delicada Camarada. Antes de retirarse a la habitación, por
estar su yerno presente, lo dijo. Le molesto que Abram saliera en la noche, yéndose
a caminar por la ciudad.
«¿Algo de faldas o misterios?»
«¡Nada! A ver La Habana, si está donde estuvo ayer cuando
la dejé».
El barrio y localizar amigos que creyó que tuvo, pudo ir
otro día.
Sara, cuando se quejó, sólo adujo el cansancio y el afán
por desempacar y recapacitó que es preferible no dejar a su anfitriona sola.
Tendrá mucho que preguntar sobre ella y él.
Su esposo hizo claro que deseaba pasearse solo (porque su
hermanastro lo opaca, por ser gregario) y ahora necesitará la visibilidad de
sus instintos, su individualidad. Entonces, dijo a Sara que lo atendiera, o que
dejara que se fuera a donde quisiera. Y, para corregirla:
«Esta es nuestra casa, ¿ah Malká?»
«Haz lo que quieras hacer, Abram. A mí, déjame
descansar», le dijo al marido.
Cuando conversó con ella (y así la trataría Sara, empezó
a familiar ese nombre en la casa), simpatizaron profundamente. «Mi padre me
llamaba la Abejita», confesó Sara.
«Pues, como eres tan dulce, así te llamaré», le dijo
Malká, la sueca. Le dio el debido tour por
la casa y le mostró algunos de los retratos que hizo de Benavito y de su
parentela.
«Te pintaré. Me queda energía».
La Abejita Sara comenzó a sentirse feliz, zumbar,
curiosear todo lo que veía. Cuando aludió a que había estudiado medicina, con
Abram en Berna, aunque no tenía su carrera terminada como él. La Abuela la animó. «No dejes eso sin acabar»
y se refirió al servicio médico, o todo cuidado de salud, como lo sagrado: «La
medicina es la más generosa de las ciencias. Así lo había entendido Gregorio,
Ruy, Otilio y Moritz, para quienes la medicina era el sacerdocio mayor.
Hablaron sobre Leopoldín. Se habla maravillas sobre el
jovenzuelo entonces. Del propio padre de Sara y su destino final, en la
posguerra, Sara sólo supo que Leopoldín fue el héroe caído que quiso ser. Siempre
quiso morir por una gran causa. A ella le interesaba ‘vivir’ por lo que esa
causa fuera. Él sí murió. José Finat Escrivá de Romaní, embajador de España en
Alemania, le escribió una carta que Leopoldo extravió. O la escondía para
seguir cultivando el mito de un hijo heroico. Se sabía su mentira, se evitaba
que ser comentara. Decirlo simplemente.
Sara se atrevió porque supo que la carta se abrió y se
leyó. Andrés la obtuvo a finales de 1941, ya muerto Benavito. Lo que se pidió fue que no se hablara mal del
chico. Darlo por heroico, por vivo y destacado en mil combates.
El texto de la carta fue bastante vago, se dijo entonces.
«Será un joven con la edad aproximada de 30 a 35 años y colgada a su cuello
estaba una pequeña Estrella de David y corresponde a la descripción que se
diera de él. Como nadie lo reclamara, se incineró el cadáver, que ya estaba muy
deshecho».
Es cierto, insistió Sara. Su padre Joachim también había
muerto en tal combate. “Pero no vimos los restos. Fue una ataque de sorpresa contra
la tropa en que estaban”.
De algún modo, estas cosas llevaron a hablar sobre
Leopoldo, quien se desvió en fervor de ideologías por las que, como judíos, no
consideraban convenientes; causas de extranjeros que destruirán a la familia de
Jacob», y juzgaron la alianza de los opresores, jefes de Babilonia, «ciudad
codiciosa de oro», y que, al final, serán quebrantados. Y dando ejemplos
recientes, el sionismo y sentimiento anti-semita entre los judíos. El asunto árabe.
Sara, la Abejita, sí se atrevía a hablar así, no Malká,
quien sobreentendía que así coincidió con Benavito, su esposo y sus profecías.
El profetizó que Leopoldo, «con el báculo de los impíos, el centro de los
señores», sería cortado y se vería cautivo de los que le cautivaron y que los
que él llamó amigos. Y, a pesar de su pretensión de predicar las Siete Lámparas, fue llamado Leopoldo
a Oscuras y su hijo, el desobediente soñador, murió sin gloria y su cadáver
siquiera fue recuperado e inscrito en fosa que lo pueda contar entre valientes
de uní u otro bando.
«No fue fácil la vida con mi hijo», se sinceró cuando
habló sobre este. «Cuando vivía mi esposo, Abram no tuvo ojos para mí. Su padre
era el Juez y Anciano Sefatzer, nuestro Rey (y era una devoción
merecida)... Tenía mucha influencia entre algunos grupos judíos habaneros
entonces: El Centro, Adath Israel y El Patronato... Con el Patronato
sigo con mis caridades para los pobres, pero no es que simpaticé con las causas
de ellos, que son más políticas que de la Fe».
La referencia carácter arduo de su hijo, o la gravitación
excesiva de Benavito sobre él, interesó a Sara, mas no creyó que sería
conveniente discutirlo en tan apresurado momento de su llegada; es mujer recién
casada y apenas conoce a la familia del esposo.
«Si te digo que es una tumba. Con él no hay ayuda confesional. Falta
algún giro de ternura». A cinco años por lo menos de tratarse, antes del
regreso a Cuba fue lo mismo.
«No sé cómo mi vida de pareja funciona. Al menos, es ardiente
y tierno como un animalito que no sepa que el habla existe para complemento del
afecto humano». Ahora se jacta para halagar a Malká, a quien ya gusta de
llamarla La Abuela:
«Esto es cierto. Nunca me levantaría una mano. No sé qué
haría si lo hiciera. Lo mato».
Durante los días sucesivos, Sara volvió al tema de
Joachim de Riga, su padre convencido de que la guerra que Alemania libraba
contra el mundo era, sobre todo, una guerra contra la más alta visión de la
historia, la de Sión como Ciudad Deseada y «linaje escogido, pueblo santo».
«Pero tu sionismo es espiritual, ¿no Sara?»
«Lo que no es espiritual fue la que cayó contra nosotros.
El sionismo espiritual ha tenido que
conseguirse tras milenios de lucha y poco ha sido lo aprendido. Esto de la
guerra es salvaje, yo lo sé».
Cuando el jefe de la Gestapo alemana, Adolf Eichmann, se
asignó la tarea de destruir a los judíos en toda Europa, tanto Sara, como
Abram, siguiendo el consejo de Joachim: combinaron el ministerio de la medicina
y la honra de su fe con la autodefensa, las armas. Todavía dudaba; pero la destrucción
y la mortandad de judíos y civiles en Rotterdam les convenció .
«He visto a mi hijo y no lo reconozco», dijo su madre. Su
temperamento auto-centrado, indiferente a la bulla, lejano como quien dice
adiós, sin prodigar besos y últimos abrazos, «y ha venido como una tromba. Mira
que antes de preguntar por su padre, o Andrés, me dijera: 'Vengo loca por ver
al Cotorro'... Ahora, ¿es siempre así?»
«Hasta yo misma necesitaré mi tiempo para saberlo», dijo
Mamá.
23. Sara de Riga, Abejita y La Bodega
Al segundo día de vivir en La Habana, Sara tuvo la
oportunidad de ver el exterior de lo que sería su casa. Amó el urbano paisaje
de este edificio que designaron La Bodega Había sido un almacén de vinos y, en
el sótano, sus cavas estaban vacías. Descubrí la reminiscencia de enormes
toneles. Una muchedumbre de ratas campeaba por sus restos, huidizas en la
oscuridad. En pasadizos, o túneles, se les contenía su propagación o salida,
con venenos y trampas.
En el primer piso, se habilitó la Clínica Médica de
Benavito, que después compartió brevemente con el Dr. Otilio Matías y heredó mi
padre. Había arrendamientos de oficinas comerciales y profesionales, como las
que tuvo el ingeniero Leopoldo Matías Aarhus, la oficina de exportaciones de
Novás, el bufete legal de los Díaz y las oficinas de viajes, boticas y
maicerías, de otras gentes que no recuerdo.
El edificio tenía tres ristras de ventanas barrocas del
siglo XVII o XVIII, con logias voladizas y vidrieras emplomadas en el segundo
piso, añadidas en 1900. En el interior, yo descubrí el ancho alféizar de las
ventanas y, por tanto, supe que antes que mi familia alguien tuvo allí su
residencia. A principios del siglo XIX, la segunda planta del edificio se
utilizó como escuela de música, lo que explica la cantidad de viejos
instrumentos de viento y tambores destartalados que hallé en el declarado
sótano.
Cuando yo le describí a mamá, ya en el exilio, cómo
recordaba La Bodega, me dijo que ya hurgó esos lugares y sótanos. Todavía no
había la peste a ratón muerto que me sorprendía en ocasiones.
El anterior propietario del edificio reforzó paredes,
desde dentro y fuera de la enorme estructura, y ordenó que se hicieran
cornisamentos o dinteles en las áreas habitadas como viviendas. En el exterior,
a ras de la calle adoquinada, las paredes frontales de la palazón, sin balcones
frontales en la planta baja ni en la tercera, cada puerta de entrada o pórtico
residencial, se flanqueaba con un largo y corrido macizo, sobre el cual se
apoyaban los estilóbatos, con columnas cuadradas espaciadas cada veinte pies. Y
la estrecha calleja, sombreada por casas menores, tenía un tráfico humano
intenso.
El tercer piso, también deshabitado, vacío, todavía
guardaba indicios de mercaderías de sus viejos acopios. «Y antes que nacieras,
sí que no había un tercer poso deshabitado. Tuvimos vecinos».
En el interior, ya supo sobre todos mis rinconcillos de
juego o escondite. Cuando mi padre se fue a Baltimore a estudiar, jugábamos
mucho a las escondidas.
A veces Mamá fue más niña que yo... pero veía el interior
de las almas. Me hizo querer a Andrés, porque sufrió mucho, y querer a papá. Y
quererla. Por de pronto, viéndolo a él por dentro, me habló sobre Andrés.
Según crecí, recuerdo muy pocos automóviles. Los
transeúntes y, en especial, los pordioseros, a menudo utilizaban los muros
macizos para sentarse y facilitar su tarea de mendigar. En tiempos en que vivía
Leopoldo, antes del arribo de Sara La Abejita, también se quiso eliminar los
macizos que la gente tomaba por asiento.
Mi padre me vedó mi salida a la calle. Le tomó tirria a
la cáfila mendicante que se reunía en las cercanías de su puerta.
Ya en su vejez, conocí a Andrés y me aficioné a él.
«Yo te confiaba a él porque te quería, te cuidaba. Y
salías con tu tío Andrés, Te lo permití, aún en contra de tu padre. Me alegraba
que te enseñara el mundo fuera de la casa. Que dijera: «¡Mira las parejitas,
nalgas fría! Son colegialas enamoradas y sus cucaracheros!» y, ¿sabes por qué?
porque supe que tu padre, se crió, aislado del mundo, y por eso es como es. Es
malo ser tan solitario y abrir los ojos al mundo, al exterior, muy tarde en la
vida», me contó La Abejita.
24. El Tío Tonto que se hizo rico
Tío Andrés fue hombre mucho más simple que mi padre. Su
judaísmo, sin ascetismo, nada tenía de ultramundano ni heroico. Mercader de
telas en Almelo (Holanda), se hizo muy próspero que, en Overijseen, olvidaron
que vino con una mano atrás y otra delante. Antes de ser almacenista y
exportador de telas, fue sastre de día y conserje de noche en las industrias de
tela de algodón y, sin los ahorros de sus desveladas y el apoyo financiero tan
menguado de Leopoldín, él no tendría para coser ajeno al día siguiente ni una
chaquetilla de lino. La maldita guerra lo hizo otra vez botellero y hasta lo
puso a coser.
El pudo haber ido a Ceiba Mocha, donde tenía una enorme
extensión de la Hacienda de Simón Benavito, pero dijo: «Si yo no labro la
tierra, ¿por qué voy a ir a pedir que me alimenten de ella?»
A peones de su padre, aunque ya la tierra estuvo en su
propiedad, no pidió jamás ni un gajo de bananos. Ni una naranja. «Pero los
hombres buenos y humildes no tienen que pedir... te dan. Vienen a obsequiarte
aquellos que saben que no es su tierra y que, en el fondo, el generoso eres
tú».
Su madre Rachel, la más pequeña de las hijas del Dr.
Moritz, fue el primer amor de Benavito. Seguramente, algo de su humildad la
aprendió de ella. Rachel vivía a la sombra, opacada por su hermana Paquira,
aunque tenía la misma belleza. Era retraída, solemne y matrera. Disimulaba su
interés por los hombres, con su aire muino y tristuno. Hecho que mortificó y
desalentó a Benavito y sus primeros devaneos por ella hasta que un día supo que
Antonio, por lastimar el orgullo de su esposa Paquira, cometió estupro y que,
en ocasiones, a pesar de la resistencia de la muchacha, ella se gozaba.
Cierta complicidad de moscamuerta. A sabiendas de
tales circunstancias, él compitió por quitársela siendo demasiado jovenzuelo.
«Te digo esto, hijito, para que aprendas a quererlo y entiendas por qué
Benavito, herido por engaños de Rachel con Antonio, rechazara a ambos... él era
perceptivo, adivinaba el engaño, por más oculto que se mantuviera.
«No creas que los rechazos y los odios son por siempre.
No conocimos a Benavito ni tú ni él lo suficiente; sólo podemos juntar
pedacitos sinceros de las memorias de aquellos que nos hablaron sobre él... Hay
días que una persona que nos quiere, nos hiere. Al otro día, se lamentar y
perdona. Hay juegos de odio y desamor, que se aprenden muy tardíamente. Ese fue
el problema con Andrés», me decía Abejita.
25. Antonio, Rachel y su cuadro
Sufría muy profundas crisis religiosas que, a menudo, las
ocasionaría su antipatía por Antonio López y después sus diferencias con
Leopoldo. A su juicio, el primero dio mala vida a las dos hijas del Dr. Moritz
Abram Matías. Este fue uno de los parientes que él más admiró.
«Nunca pienses que él no quiso a su hijo y sé prudente.
No digas, sin saber, que su padre no le quiso. Recuérdale lo que ya sabemos con
seguridad. El amó a Rachel, tu tía-abuela. Y, aunque Rachel, fuese imprudente,
inmadura en muchas cosas, ¡qué ironía! era hija de un sabio y el Dr. Moritz,
padre de Rachel, es bien querido... De Antonio López nada sabemos, excepto que
Andrés no lo considera su padre. Y su padre es tu Abuelo Benavito».
No lo voy a preguntar a Mamá de este modo: «¿Te dijeron abejita por chismosilla desde pequeña, y
porque metes tu naricita en cada flor que ves?»
Antonio presentó el síndrome de la jactancia de un macho
estéril. Por eso no es el padre de Andrés. Es costumbre de los judíos que estas
cosas se hablen con sabiduría y, si es posible, con alegorías que hagan que los
culpables mediten y los ofendidos perdonen. Antonio era más tonto que Andrés y,
peor aún, era violento y envidioso. Se lo dijo su mismo padre Gregorio López,
el patriarca de Cárdenas y Ruy, el rabino de Ceiba Mocha.
A ellos les oyó Antonio, alguna vez en sus reuniones de
predicación, elucidaciones que no entendió, incluidas pues profecías en torno a
hombres («entre nosotros») que se haría cómplices del Derrumbamiento de
Occidente.
Sucedería sin que nadie lo pudiera evitar. «Fascinados
por Babilonia, la guerra forjará a los sacerdotes de Aarón, a los hijos del
Sacrificador. En el sacerdocio de Benjamín contra los espíritus malignos, se
profetizará en paz y en sabiduría. El Dios Altísimo se transformará en Chai, la
manifestación de lo viviente, y el pecado («masick») se lavará con
ciencias, con remedios sin violencia ni derramamiento de sangre».
Esta fue la visión de la generación de médicos a la que
se sumó la noción de uno que querrá ser el Moisés que pegue su cornuda
jactancia, pero que no tendría méritos por causa de su esterilidad.
Su padre se lo dijo. Supo siempre que se hablaba sobre la
mucha amargura con que Antonio vivía su rebeldía a medida que se manifestaba su
némesis. Sus erecciones, aunque
firmes, sólidas, eran de expulsión escasa; pero, con el mucho onanismo, aceleró
su mal. «Mucho apetito y sed y poca leche», pensaba
«Un cuadro que no terminaré es el que mi esposo me pidió, uno sobre Antonio. Pinté a Ruy
Abram, en su lugar, porque me exhortó a la carrera en medicina, y fue el
primero considerado como patriarca», arguye Malká. Se escucha la voz en la
sala. «Y es que siempre hay alguien que es instrumento de la voluntad de Dios y
a éste le toca ser el Juez».
Ya había pasado la primera generación de los ancestros
llegados a Cuba, precisamente a Cárdenas en los tiempos de Narciso López. «Pero
si es la voluntad de Benavito que lo pinte, lo haré». Le dieron descripciones
orales, una que otra foto, hoy perdida, ha visto. «Horribles fotos que, por
razones químicas, se vuelven borrosas por el calor y la humedad. El alma se va
de ellas».
«¿Es ésta Raquel?», preguntó Sara.El Tío Andrés ha
llegado a la casa al tercer día de que su medio-hermano Abram llegara a Cuba,
con la dulce Camarada. Apenas él la conoció dos días antes y la oye. Ella sólo
pudo decir gracias cuando Abram ante
él la festejaba como hermosa y Andrés dijo: «Sí. Lo es».
Dos hermosas de la Suecada, están en plática ante un
cuadro que Malká pintara de Rachel, madre de Andrés.
En vida, su pintora le dijo a Benavito: «La viejita más
linda que he visto». A él agradó su afán de reproducir las pinturas de la Época
Victoriana y, en adición, que pintara a las mujeres que tuvo, a partir de
alguna fotografía vieja... y ella, aún pintó a las mujeres de Otilio Matías de
Neves, con la satisfacción de Benavito, pero reproches de Leopoldo. Una primera
fue Claudia Aarhus o Aargaus, siguió la segunda esposa, y luego...
Carmencita... Al ver que ella a todos hacía retratos, con más elegancia y
virtud de la que tenían, en realidad, Alicia quiso ser pintada.
«¿Alicia? ¡Otra dama para conocer!
«Toda estas mujeres son maravillosas. Si bien por
momentos se peleaban entre sí, durante las ceremonias del Yom Kippur, se
perdonaban y eran como amigas en los momentos de necesidad. Ya, cada una a su
casa, los celos quedaban con su raíz de amargura y el mal sabor de muchas otras
cosas inconfesas. Pero la Humanidad es peor: los gobiernos laico han heredado
la teología de los matarifes y una eterna moral de resentimiento».
«Es cierto, Malká», le dijo La Abejita..
«Vi que mencionaron 'mi cuadro' de Rachel», se aproximó
Andrés.
De unos años acá, elegía sus mejores galas para visitar a
la familia. Es cuando se dice que está más pobre; pero, le quedan guayaberas de
los viejos acopios de sus talleres de costura.
«¿Conociste el cuadro que pinté para Andrés? Rachel, de
quien hablamos. Se lo regalé para que se reconciliara con su madre», expresó.
Algo dijeron sobre el sepelio de María Lecsinka, cuando
Benavito tenía sólo diez años y echó una mirada de amor a Rachel. «La amaba
desde pequeña», dijo Andrés.
«¡Qué tierno, ah!», reacciona Sara, « y qué bueno que
llegaste, quiero el cuadro que se pintara de tu madre.
«Es mi tesoro valioso y, si escondido, mejor decir, que
lo tengo celado».
Andrés cayó, de pronto, en un silencio lleno de
nostalgia. Recordó memorias de su madre y cómo le decía que Benavito creció
hasta la adolescencia con el recuerdo de aquel día, cuando la vio en el sepelio
de María y no se imaginó que otras muchachas existieran más bellas hasta que
llegaron las suecas a La Habana. Entonces, la cepa de las Lecsinka daba el
prototipo de hermosura que los judeznos buscaban en Cuba, «no las rusas, como
se dice ahora».
«¡Ah! Sigue presentando a Sara tus cuadros... No quise
interrumpir...
«No lo haces».
«Abram madrugó. Dijo que iría a Ceiba Mocha. No me
explicó qué significara al decir 'poner orden'... ¿Usted sabe, don Andrés?»
Prefirió el silencio por respuesta, pero sonrió.
«Este cuadro fue de los primeros que pinté. El Dr. Otilio
Matías de Neves cuando en 1917, vino a Cuba. Yo vine con todos ellos».
Entonces, dizque habría conatos de una propuesta de
guerra contra Alemania, en la que EE.UU. y Cuba serían aliados.
«¡Buen momento fue para que Otilio, Leopoldo, todos...
llegáramos!»
26. La sabia Becerra
Tío rascabuchó en todo oficio, con cierta vergüenza,
durante su adolescencia, porque nada tuvo de intelectual ni hombre de
distinción, pese a su pinta y guapeza. La Señorita Becerra lo descontó como su
alumno de primeras letras. Nunca aprendió a leer con soltura el hebreo ni el
inglés; pero tenía un conocimiento práctico del alemán que sorprendió a mi
abuelo.
«Lo que bien se aprende, se aprende por necesidad», fue
un dicho muy propio de Andrés.
Cuando la Abuela sacó bocetos al carbón de una mujer
llamada Becerra, él desanduvo el camino que lo llevaba al comedor y se unió
otra vez a las dos mujeres. Fue otro golpecillo de nostalgia.
Recordó a mi Abuelo intentando, al menos, «uncir a este
par de mulas (Abram y Andrés) al arado. Lo que dijeras, en protesta contra su
disciplina, lo usaría en contra del confeso para señalar que es tonto, que no
aprende de las erranzas y equívocos...
«Que yo fallara, particularmente, en el aprendizaje con
la Señorita Becerra, entonces, judía tan joven y bonita, esmeradamente educada,
que sabía hebreo y alemán, y que no le hacía mala cabeza a la idea de
emparentar con Abuelo, molestó a mi padre. Soy el hijo que desaprovechó la ocasión
de casarse bien con becerra muy sabia, entonces tan jovencita y linda», medita
Andrés.
«¡Ella sigue como maestra y cuando tengas hijos, Sara,
acuérdate que mejor tutora para un chico judío, como ella, no hay ninguna en La
Habana!»
27. Pintura, política y sentido común
Sara explica que lo suyo es leer historia, medicina y
política. «Sé sobre arte lo que sabe una enfermara», le dijo. Mas Joachim de
Riga la hizo trotamundos y, siempre que recorrían a Europa en turismo, o por
las participaciones en conferencias de su padre, se metían a los museos.«En un
museo británico vi la Nueva Arcadia que los pintores de la Era Victoriana
habían recreado. Esas pinturas que han sido tu escuela».
«También yo vi ese arte del desnudo. Dejé de pintar esos
temas porque acá es la mente es pequeña. Y tuve algunos escondidos en el sótano
de la casa. La humedad y el polvo daña... Una copista de Arte Victoriano, vivir
de eso no es lo mismo que, por causa de la primera guerra, hacer sexo y
prostitución como una alternativa al hambre. Acá dicen que, en los Países
Bajos, los suecos descubrieron el amor libre antes que los faunos a seducir las
ninfas... Los ojos de los censores están en la Sinagoga. Uno me dijo que vale
más ser mujer honesta que caer en boca de Leopoldo cuando tengo mis colores a
mano: Puede que mi madre haya sido una prostituta, pecado ha de ser de Otilio,
no mío».
«Eso fue, como las copias que hice de cuadros de la Nueva Arcadia, otra de las cosas que
Benavito me prohibió, que pintara el rostro de Antonio... te digo, él tenía etapas
de censurador, ¿verdad, Andrés?.... pero tenía sus razones y las comunicaba.
Una cosa diferente, te lo advierto, porque como madre he observado a mi hijo, a
tu esposo, es incomunicarse».
A Abram hay que sacarle lo que piensa con un tirabuzón.
«¿Y cómo se lleva con Abram, don Andrés?»
Como Abejita susurrona, dulcificó la pregunta: «Sé que te
quiere, pero no sé. Quiero oírlo de sus labios».
«No hemos sido criados bajo el mismo techo; pero me
quiere».
«Te quiere, Andrés», aseguró.
El tío Andrés no había entendido, ni la propia Sarita, las
enseñanzas profundas que Malká comprendía con el ejemplo de su nombre y por qué
lo admitió, con orgullo, según creció. En un principio, su nombre fue Mikvé que
refiere un lugar donde las aguas de origen natural se reúnen… «Shmi Mikvé… cierto: Koroim li … me llamaba ‘manantial’, no la alberca artificial
donde se realizan inmersiones. O l—a tevilá…
Cuando conocí a mi esposo, me dijo: Serás el lugar de mi mi tevilá, el más sublime Otzar, No Malká, mikvé, estadio para algo elevado antes de que seas Malká… porque
todas las mujer viven la mikvé, las
aguas del útero, recaudan el líquido o manantial amniótico antes de la muerte y
morir como reinas… En la tevilá de
las aguas de la mikvé se sale a la
vida, se emerge de las aguas… Cuando nos sumerjamos juntos en las aguas, la mikvé nos unirá en la dimensión del
casamiento. En esta dimensión existencial,
llámate Malká, ¿es así como quieres llamarte?»
«¿Por qué sufrir por que no te ha llamado esposa, o hijo
o lo que sea?», adujo entonces Andrés. Repuso: Aprendí a tomarme la vida con
filosofía... quizás no es la palabra adecuada porque yo respeto a los filósofos
de la vida, a los doctores... y los jueces sefardís... y recuerdo lo que decía
Moritz cuando juzgaba, todos sus hijos y parentelas tenían el espíritu hecho
garras... Sí, he andado en fachas. Me ha tocado parecer muy ingrato e infeliz;
pero yo no lo he sido, aunque pareciera que anduviera 'como pordiosero', según
me calificó Alicia... Ahora que soy más pobre que nunca antes, me siento más
rico, porque antes de morir, Benavito me bendijo y, en su larga agonía, dio sus
explicaciones... El supo que yo soy su hijo. Lo soy porque Antonio es un Moisés
cornudo, estéril... yo no nací del aire y, así como Antonio mentía al hablar de
Alicia, hija consideraría suya y a quien a él correspondería dar herencia y
dote, el día que muriera, mintió al querer que yo fuera su hijo, aunque fuera
para dar idea de que él podía ir preñando mujeres por el mundo.
Esquivando tal vez malos recuerdos, respetando heridas
que Andrés aún tiene no plenamente cicatrizadas, las dos mujeres han vuelto a
hablar de bombardeos sobre Rotterdam, recuerdos de Sara La Abejita en los
patios de la Universidad de Leiden... ¡La más antigua de Holanda! y, en general,
sobre la Tierra de Rembrandt y de las grandes editoriales, que había allí.
Como quien oye un discurso que le agrada, con poco
simbolismo, sin menos hermetismos que los que oyera de sus ancestros, Andrés se
entretuvo con la boca de Sara. La Abejita está sintetizando un material amargo
al criticar una estructura o maquinaria intolerante, con impulsos radicalmente
xenófobos y racistas.
El proyecto histórico del antisemitismo es predador, se
hizo belicista desde su nacimiento y no se ha medido en ferocidad y crueldad.
Se refirió a los orígenes sevillanos de los Riga, no obstante, son judíos
racialmente más mixtos que un café cubano, con mucha leche, azúcar y chorrillos
del ron.
«¿Sabes cuál es la esencia después de tanta mescolanza,
Malká?»
Dijo que un sentido de aborrecimiento de la estructura
sociológica del mundo y aquella concepción que se iniciara con la visión
aristotélica, expuesta en La Política: «el griego tiene derecho a mandar sobre
los bárbaros» porque, por razón natural y para la conservación de las especies,
uno es el que Manda y otro el que Obedece.
«No sé que habría dicho de que yo crea que, en el mundo
político y sus ideologías orgánicas, lo que impera es un racismo cristiano vs.
un racismo islámico, un racismo sionista vs. un racismo occidental y
medio-oriental y, en este laberinto sin salida, hemos vivido 4,000 años», se
explaya Sara..
Y agregó: «Yo sé que soy judía porque aborrezco la
estructura de ese mundo malo que engaña a la gente haciéndole creer que el
interés del amo es el mismo que del esclavo y que los amos son necesarios, o el
que fuerte de músculos que obedezca... Toda la llamada capacidad de
inteligencia, dirigencia y previsión, de la que se sirve la estructura
sociológica y gubernativa de este mundo está podrida y ya, como mi padre, no
creo en el Estado ni en la manera de pensar de Occidente; no quiero decir que
todos los seres humanos estén podridos. De hecho, somos los más impuros
genéticamente, los más híbridos... Somos, como los Dionisos descuartizados en
medio de un ambiente de niñas desnudas, el cuadro que llamaste tu obra maestra
y que has tenido que enrollar, esconder, al punto que lo diste por perdido...
¿Acaso no somos impuras, híbridas las dos, por suecas?»
Comenzó algo de humor en la conversación; pero se tomó de
nuevo el hilo.
«Yo oigo las voces de mi parentela sevillana, desde la
Edad Media, pasada a espada, me siento dionisíacamente descuartizada, y me veo
en 70 millones de indígenas que sólo en América han sido descuartizados por el
genocidio y el racismo... ¿Sabes? viendo sangre y matanza durante la Guerra, me
despertaba en la noche con los pensamientos de mi padre: ¿Es diferente esto que
vivimos, nosotros, gente europea y judía, gente tan diversa, que las vivencias
de los 80 millones de negros del África que murieron en el océano Atlántico...
El costo social en vidas que demandó la invasión colonialista y la sustentación
de la estructura sociológica de mando y servidumbre del mundo fue más de 200
millones de seres humanos muertos... y recuerdo, cuando leí algún texto de
Nietzsche en la universidad sobre el significado de Dionisio descuartizado,
como proeza de vida, uno que renacerá eternamente y regresará de la
destrucción, pero híbrido, con la voz de indígenas, negros, mujeres... porque
en Europa, aunque a las mujeres se les tome como vacas, por 300 años, la
Iglesia Católica y el fanatismo de los misóginos la fue matando... entonces,
son cinco millones de mujeres ejecutadas en la guerra contra las brujas...
¿Quiénes seremos los próximos en ser sujetos de crimen? ¿A quiénes
corresponderá ponerse en el lugar de Dionisio?»
Andrés oye y piensa que le gustaría oírla mucho más. Se
acordó de su socio gallego que le discute sobre si el Cura Las Casas tenía o no
la razón al alegar entre 30 a 50 millone4s de indígenas muertos en La Española
o Cuba, si es posible que la población probable no llegara ni a 14 millones.
«Es cierto que se vive del exagerar; pero es cierto que los crímenes se
cometen. Y uno es ya demasiado. Lo importante es que, en la Controversia de Valladolid, cuando se opuso a Las
Casas. Ginés de Sepúlveda defendió matar unos pocos porque la guerra es justa
si se lanza contra los indios y
Bartolomé de las Casas que se opuso dijo: 14 indios que se maten son 14
millones y 30 que se esclavizan son 30 millones de esclavos…
28. La moral descuartizada
«¿Quién es ese Dionisos que descuartizaron y de quien usted
me hablara una vez?», preguntó Tío Andrés a Mamá... En los días en que Sarita
quedó sola y frustrada. Andrés es quien la consuela si ella se queja. Abram que
se fue. La descuida. Además, su esposo gestionó la acreditación de todos sus
cursos, diplomados y credenciales. No hizo lo mismo para colaborar con ella. En
Europa, es ya médico por derecho; en América, en Cuba, las leyes sobre
validaciones de titulaje y derechos a una plaza son distintas, regidas por
otras organizaciones. Mi madre lo entendió de este modo: el vela lo suyo. De la
educación de su esposa no toma nota. No le brinda el lugar que ella merece.
Papá se fue, por esta razoncilla, a Baltimore. Viene
'virao', se dice, y tempus fugit... Fue el primer acto caprichoso en que
se impuso. Ella aún esperaba que viajaran juntos y ella quedara, por algo de
sus gestiones, total o parcialmente acreditada. «De ambos fue el mérito y la
colaboración de equipo. Cuando se concedió la medalla de servicios a la Cruz
Roja, Gustavo, Rey de Suecia, nos extendió la mano a los dos. Con nombre de
ambos, la carta dice «esta pareja se ha sacrificado por la misericordia de los
heridos y en amor por la paz». Son ejemplos para el mundo. Y ella no quería
dejar una carrera incompleta, no después de los peligros vividos. Su servicio
debe continuar, en paz o en guerra. El egoísta fue su esposo.
Fue y vendió unas porciones de la Hacienda de Ceiba Mocha
(y lo frustró que Andrés fuese el dueño legal de una porción que habría
comprometido a venta). Tuvo que pedir gestiones en su favor, humillarse, y era
tan orgulloso que para no hacerlo personalmente lo negocio con la esposa. Sara, mi madre, le dijo que no cuando oyó la
oferta. «Lo que te sugiero es que hables con Andrés, haz que venda lo que tiene
abandonado, que te preste ese dinero y, entonces, vienes a Baltimore»).
Eso es cobardemente abusivo, meditó Sara. «¿Cómo quitarle
a tu hermano lo suyo, si yo apenas lo conozco, y a ti es quien corresponde
hablarlo?»
A meses de haberse marchado a Johns Hopkins, Andrés ha
vuelto a visitar La Bodega. «Le he echado de menos, Don Andrés. ¿Pasa algo?»
No negó, después de evadir el tema, que Abram le presumió
mucho dinero, creyendo que Andrés, por mezquino y gustoso de malvivir y dar
lástima, sufre necesidades. Quiso que le acompañara a ver cómo se hace pagar
por las tierras de Ceiba Mocha.
«Tierra que fue algo así como sagrada para Benavito». Y
la vendió y cobró; no le dijo a Malká, su madre, venderé mi porción de tierra,
aunque allí estuviese el Laboratorio (lugar de meditaciones de su padre; allí,
archivos valiosos). Andrés no quiso decir que Abram actúa como los ladrones, a
las sombras.
Después de todo, él es heredero y, si no piensa explotar
las tierras como su negocio patrimonial, ¡ah, tempus fugit! corra y
antes que venga la decadencia natural de todo, peor ruina y abandono de tal
propiedad, véndala. Venda, venda y lucre... Esa es la lógica porque la guerra
dejó sus efectos, puso presión de vida y creó angustia.
«Si otra guerra llegara, la vida no valdrá la pena. Lo
que planifico, Andrés, es capitalizar el momento. Estas tierras sirven para la
caña y Batista y sus asesores creen que el mercado de posguerra impulsará a los
cañeros. Por eso me han pagado bien. Me da tristeza que a mucha gente que
sirvió al Abuelo, que comió de sus fincas, se le dirٔá que se vaya. Mas ya han
vivido de nuestras costillas, por mucho tiempo. Siembran para sí, como asunto
de subsistencia, y sólo uno que otro se le ocurre llevar algo del fruto de la
hacienda a nuestro mercado de maicería... Creo que debes saber más que yo de esto,
Andrés», comentó Abram. A Tío le dio asco que se oyera de su hermano algo así.
Era cortante. En ocasiones, desconcertante. Andrés nunca
se consideró romántico como él se considera, o Leopoldo que lo dijera de
sí mismo, y romántico porque se le iban
los ojos tras las nalgas de las mulatas, o con unas copas de vino, se mal
portaba, desbordado de subjetivismo y emociones, y sacaba un lenguaje de
joyería exquisito para hablar de cosas prosaicas. Andrés no necesitaba divagar
sobre la necesidad de amor y compañía. Las tenía y pensaba, con tristeza, que
mi padre, teniéndola, no la observa. No la ve.
«A veces, al menos, en La Habana, me siento arrinconado.
Como si por judío yo apestara. ¡Qué extraña es la soledad, Andrés! Tú y yo
somos un par de románticos, dos seres aislados en una sociedad corrupta...
Bueno, perdóname que bebiera. Tú eres el romántico; yo, el paquetero. Soy tan
soso que no se decir un chiste. ¡Qué pujón de mierda! yo no sé cómo ser la pata
del Diablo... Sigo atado al modelo de Europa y, ¿sabes? con esta guerra que ha
declarado Alemania, Europa se puede convertir en la misma mierda... como en los
años del '19... Andrés, me gustan tus amistades y esta gente a las que tú les
coses guayaberas, con ese amigo andaluz y todos esos canarios que cosen para
ti... ¿Cómo se llama el árabe ese con que andas?»
«Te quedaste pensativo, Andrés».
«Ser judío ni en La Habana ni en ninguna parte me ha
pesado. A mí no me apesta».
«Es que tú no eres un profesional».
«No tengo esas preocupaciones que son quejas de aquellos
que se dan por víctimas de Leyendas Negras y que, sin embargo, son los menos
que sufren…Protegen las instituciones españolas que
más han sido criticada por la Leyenda Negra. Son los jueces de la Inquisición, quienes
desprecian la influencia judía y musulmana; comienzan despreciando a sí mismos…
por eso me quedé pensativo. Mira, en La Bodega vivía Leopoldo,
ingeniero, que llegó de Suiza… pero ahí no pudo vivir un sastre judío; yo era
ese sastre judío... ¿Sabe a dónde se fue mi mente loca la mía, que no tiene
nada de romántica? … a los días en que el libanés Said Selman cosía para mí; yo
le corté las primeras guayaberas; yo lo puse en pie con el negocio y pedí un
espacio de renta en La Bodega para él. Mas la Inquisición estuvo allí,
protegida por Benavito. Dijo: No. El es árabe… Después te escucho a ti, que
llegas de la guerra y de Europa, haciendo discursos sobre la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de
1948, en defensa del dogma católico que alguna vez se formuló en Trento, con
Felipe II y lo describes como normativa fundamental y base de partida para la ejecución
de una política efectiva, ¿pero de qué? Mira el trato… ya no hay reinos y
virreinatos; pero si hay imperios emergentes, como Inglaterra y Holanda, yo
estuve allí… El «orden mundial» frente al Islam y el Protestantismo, las redes
del comercio en la posguerra, ¿quiénes las coordinarán ahora? ¿Los Aliados y
los judíos?... Se me fue la mente a Ceiba Mocha y todo eso que me vas venido
diciendo: ‘Lo que planifico, Andrés, es capitalizar el momento. Estas
tierras sirven para la caña y Batista y sus asesores creen que el mercado de
posguerra impulsará a los cañeros’. Oye, hablas de Batista como un amigo y uno
por encima de la Carta de la Declaración de Derechos Humanos…»
«Tengo prisa, eh. Deja que te pregunte, ¿por qué el
discurso, qué armas, eize neshakim, y que hasta
filosófico te oyes? Como abogado del mismísimo diablo»,
«No sé si con usted, o conmigo mismo, estoy enojado. A
más viejo, más le da a uno con pensar en el pasado, con recordar… Algo será».
«¿Contra mi te armas? O pienso que con el 'rey de las
guayaberas', «Eugenio», volverías por tus fueros y hacer plata; ¿necesitas
dinero? pero lo que observo es que vienes con todo, arrasando y nada con los
gringos, que son el futuro. Ellos son el mercado. ¿En qué dirección vas, eize kivun? Es bueno recordar buenos
tiempos, ¿verdad? Pero… Ha-im zeh rajok?
¿Está lejos la meta? ya estamos en los ’30, cuando se te veía muy listo.
Algo más que un sastre, diseñabas, importabas, vendías y viajabas, ahora no te
entiendo, eize
neshakim?»
«Dime lo que armas tú… Sí, sí… en cinco años, con sus
diseños y los míos, a mediados del '30, las ventas de ambos subieron como la
espuma... No, yo no era el Rey de las Guayaberas, ni me las inventé. Pero Said,
el Libanés, tampoco inventó nada, sólo que las vendía con el complemento del
sombrero de yarey... Éramos generosos con la historia y una pareja que sabía de
lucro. Abrir minas de oro, sin robar a nadie. A la historia la tomamos por
base. Las yayaberas originales, si uno mira con cuidado a los retratos
viejos o busca en los archivos de Benavito, son del siglo pasado, tiempos de la
guerra contra España... Estoy enojado, Sobre todo, porque pensé que cuando
Leopoldo y tú me decían que yo era romántico, al menos entendían que es serlo…
no. Literariamente. Ni putas. Nunca me leí a Bécquer, chico, ni a Martí ni a
Espronceda... sé de ellos porque El Cotorro a veces los leyó, en voz alta en
centros tabaqueros, y estando yo presente, decía: 'Del poeta romántico Víctor
Hugo, y dedicado a Andresito, el rey de las guayaberas', y decía un poema. Y no
tengo memoria para recordar uno, me lleno la boca de melao y cago el poema.
Siempre tengo en la cabeza 50,000 cosas a la vez y, aunque no haya orden, lo
que es práctico o procedente se me queda... ahora, cuando el Libanés / o
Eugenio / como ahora le dicen / es el rey, ¿de qué soy yo rey?... ah, de los
recuerdos procedentes, o de los Klotz... Por eso me fui a la hacienda de
Ceiba Mocha... Siempre supe que más rey que yo, al recordar la parentela de los
ben Abram, era Benavito. El tenía el archivo de Ruy, el rabino de Ceiba Mocha,
papeles científicos de los Moritz... Entonces, ni rey del recuerdo soy. Y si yo
no salvo ese archivo cuando diga algo de memoria, voy a parecer un mentiroso,
sin prueba. Y entonces voy a ser el Rey de los Paqueteros; pero, hice el
intento de ver lo que eran papeles importantes de los abuelos... nuestros
abuelos. Ya hablé para que nos autoricen la visita, ir sacar esa obra de la
Hacienda; pero pusieron trancas y cerrojos en las puertas de su Laboratorio...
allá, la gente del Gobierno de Batista, dice que es propiedad privada… ¿Qué
piensas sobre ese asunto de maltrato que no te enojas? … Me enojo contigo y la
gendarmería porque los obreros están yéndose sin el mínimo pago, se sienten
robados y traicionados. Después de que los maltratan, peones que han servido a
los López-Abram y los Moritz, desde que nacieron, entiendo que maldiga a la
cepa de judíos que viene de La Habana... y en eso de hacer memoria y pasar
corajes con las autoridades, me acordé de Doña Sarita... y, al acordarme de
usted, se vino a la cabeza unas 50,000 cosas», se explayó. Vio que ella
llegaba.
«¿Como qué cosas, don Andrés?», preguntó Sarita.
« ¿Quién es ese Dionisos que descuartizaron y de quien me
hablara una vez?»
La pregunta tomó de sorpresa a Mamá... Sabía que no
hablaron de eso. El tema fue dinero, inversiones, propiedades, reparto de lo
que haya quedado, tras la guerra. Lealtades y quien se va y quien se queda.
« ¿Dioniso? ¿Dionisos?»
El Dr. Abram aprovechó para irse. Fingió su mejor cara
ante la burla.
«No recuerdo que haya mencionado su apellido; pero usted
dijo que lo descuartizaron... y ahora...»
Y mamá, que es pícara como la pata del Diablo, se echó a
reír, interrumpiendo que él decía que ahora que viene de Ceiba Mocha, ha sabido
de unos cuántos descuartizados... por culpa de la venta de terrenos sagrados.
«Sí, los lugares sagrados del extinto Rabino Ruy López y Benavito»...
Para tranquilidad de Andrés, en primer lugar, le explicó
el por qué de su risa y le dijo, ya calmados ambos: «Lo que me ha contado es
serio. Los nuevos dueños estarán cometiendo un abuso con el peonaje».
Después que Sara explicó que el Dioniso descuartizado es
una mera alegoría mítica, un cuento, una pequeña historia falsa, con ciertos
símbolos serios como el dios Dioniso y su muerte, toda una narrativa que es
invento de los Griegos, mencionó a Federico Nietzsche.
Hubo otras oportunidades para retomar el tema. En verdad,
Andrés, ante su hermano, lo planteara tal como debía hacerlo.
La última vez comenzaron con el tema de un Super-Hombre
escapadizo/
«A él sí lo tomo en serio porque Nietzsche sí fue real.
Era tan real como esos vecinos que a usted le contaron que van varios
descuartizados en Ceiba Mocha, desde que se vendió la tierra que heredara mi
esposo... Estoy muy decepcionada, don Andrés. En vez de irse a estudiar lo que
deja es un desastre. El corazón mío está hecho garritas... Don Andrés, hace un
mes que se fue y cada día descubro más cosas de ese hombre tan oscuro con el
que me casé. Yéndose como se fue, nos hirió por igual a su madre y a mí...
También tengo 50,000 qué preguntar... ¿Por qué me posterga? ¿Por qué no se
organizó de modo que sigamos juntos, sin esta separación, y que este tiempo en
Baltimore también me sirviese para proseguir mi carrera? ¿Es egoísmo? ¿Por qué
no esperar para conseguir el dinero, lo más limpiamente posible, y no irnos con
estas prisas ni quitar la felicidad que habría representado un poco más de
tiempo junto a Doña Malká?»
Sara La Abejita dijo que, por su suegra, no hizo
escándalo. No era aún el momento apropiado para irse, si apenas ambos llegan.
¿Un viaje la ida por la vuelta? A ella ha querido conocerla, darle su calor,
«ah... tú tienes un concepto ' tempus fugit' que es distinto al mío».
Es el catastrofismo apurón de Abram vs. la Dulce Camarada. Ciertamente, el tiempo fluye y, siendo
así, «aprovechemos para querer lo que vale la pena».
Puesto que entendemos lo que envejece, lo que se fluye
hacia la aniquilación, «seamos cautos».
«Acabamos de salir de la guerra. Vivamos intensamente el
amor y la paz ahora, significándola con el contacto con Doña Malká, mira que
perdiste a tu padre y no llegaste ni a su sepelio. El no pudo bendecirte y se
moría de ansias por hacerlo. Eras su hijo favorito y no estuviste al pie de la
cama para cerrarle los ojos... Abram, no huyas otra vez porque el reloj del
tiempo marque unas horas. No quieras ser 'an
achiever who forgot the love because of his hurry'... ¡Ay, Don Andrés! El amor duele y se fue por más que le dije espera. Ahora
es que aquí, donde necesitan... Entiendo que, después de una guerra, como la
que vivimos quiera... seguridad... pero, ¿con egoísmo?»
Fue la primera vez que Tío Andrés vio que La Abejita
lloraba. No es tan liviana la pata del diablo que llegó a La Bodega, según se
comenzó a decir con sorna entre la judería de la Calle Obispo, casi todos
oriundos de Rusia y quienes, a la muerte de Stalin, declararon días de luto.
Todos lo hicieron, mas no la familia de Ben Abram.
Ahora que han visto a Sara, también recuerdan al Yo
absoluto y stirniano de Benavito, o las altiveces de su hijo, quien no creyó
dignas las muchachas judías de su calle, al parecer, sin ataduras sentimentales
con el pueblo-nación. El hablaba sobre los rebaños sin «unicidad espiritual»,
pero, mira al hijo que no da explicaciones. Ni contesta los saludos.
Él sí ha de sentirse un elegido, hombre superior, «odiador de rebaños». Que Abram depositó en su nombre una
cuantiosa suma en un banco de La Habana se corrió como rumor, con muchos ecos,
y la que da caridad al Patronato, desde que murió Benavito no sale. No se
presenta a las Fiestas Santa. «La Sueca no debió ser tan fiel, como se dijo».
Son viejas racistas, europeas, con una diluida judaicidad, y Jezabeles que se
creen diosas porque son hermosas hasta en la vejez.
Al verla que lloraba, Andrés la abrazó. «Han dicho en la
calle que te crees diosa. En lengua vana, te han llamado dura. Hoy sé que no lo
eres. Que vienes fraguada por ternura. 'Der neustein Zeil', los tiempos
materializaban infortunios mayores. Keiner kommt devon. Die deutsche
Kathastrophe», le susurró Andrés, que comenzó a tutearla y a fluir en
cariño desde ese momento.
¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije: dioses sois? Si
llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no
puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros
decís: Tú blasfemas, porque yo dije: Hijo
de Dios soy?
Entre otras cosas que dijo Sara a Andrés fue su primer
encontronazo con judías de la Calle Obispo. Seguramente, él se refiere a las
mismas mujeres que le*? han acusado de creerse diosa y, sin embargo, a sus
espaldas la mientan como la Pata del Diablo. Se las halló y la emplazaban a que
fuesen al templo y ofrezca su donativo al Patronato, porque hay una enorme suma
que Benavito prometió... y está a nombre de Abram, su esposo.
« ¿Cómo es que el muerto promete, al plazo de cinco años
de enterrado? Lo prometido se pagó. Ya lo pregunté a la Viuda y me dijo que,
durante los años de guerra, su mano fue generosa. Sostuvo muchos hogares.
Protegía judíos, desde su anonimato... Si tienen trabajo en las sastrerías, o
viven de su oficio, no esperen ya más de los muertos».
«Hay un fondo enorme en el banco».
«Mi esposo vendió una finca que heredara; pero no se me
ha dicho que el dinero lo adeuda o si estuvo comprometido. Él se ha ido al
extranjero»
«Usted defiende bien sus intereses. Sabemos que nos
habría protegido, aún en contra de las veleidades de un hijo»
Contaba este diálogo con las mujeres, cuando La Abuela bajó
de su habitación a verles y antes de dar el hola, en hebreo como estilaba, ‘boker tov, shalom’, preguntó: «Veleidades
de un hijo, o de un esposo, ¿eso dijiste?»
«Hablaba sobre la cuenta de banco que su hermano abrió y que
el depósito está en conocimiento de media humanidad. Toda La Habana lo supo,
menos usted y yo... No sé en cuánto vendió su hacienda y, como es suya, no me
interesa... pero, sobre lo que me interesa, una cosa es que usted se sienta
satisfecha con su súbita ausencia. Vea. Llegó y se fue. No ha dedicado tiempo a
mí... Tengo la moral descuartizada en trozos...», se quejó otra vez e irrumpió
en llanto.
Andrés volvió a abrazarla. Y viéndolo, preguntó: «Vienes
a quedarte».
«No».
« ¿Conversó contigo? Deseamos que ocupes la sección de la
casa, donde habitara Leopoldo?»
«No sabía, señora mía», contestó.
«Abram es un sepulcro, se lo dije una vez. Y, peor, cueva
con muchos fantasmas caprichosos. Dispuso de su heredad sin respeto por ti,
Abuelita. Y de nuestro tiempo, sin respeto a lo que deseamos. Nos ha cortado.
Ha pospuesto el fin de carrera... Si la casa de mi padre se vendiera, como
esperamos, tendría dinero para no depender de él; pero, yo he llegado con poco
dinero personal, casi con las manos vacías, y vine porque nos casamos y me
prometió protección, no abandono...»
«No, no... abandono no. Nos tienes a nosotros y otra
cosa... ¿Piensas que mi hijo no desea que termines la carrera médica?»
Espero que sea ese tipo de machista, Abuela».
«Conversaremos eso. No desesperes... Yo quise
matricularme en la Escuela de Artes de San Alejandro, que dirigía Leopoldo
Romañach. Hablé sobre el asunto con Benavito, 'yo quiero mis clases de arte' y
porque Jan Sluyters me hizo un cuadro, estuvo celoso... ¿Quién ese Sluyers? Le
dije: 'Deseo esa misma técnica aprendida que tuvo él'... Bien, Benavito, con
todo y lo que me veneraba, me dijo: «¡Te quiero sin fama. Tus cuadros que sean
míos. Te quiero mucho más fuera del cuadro que te han pintado y te quiero, sin
arte, aunque seas un garabato. No voy a compartirte con nadie!...»
Un día que la halló y ella acariciaba una paloma, que
anidó en el balcón de la casa, le dijo. «Tu pureza de corazón no dejaré que
Batoni vuelva a pintarla, ni Sluyter ni Romañach... te quiero mía, no tocada
por la codicia y la vanidad del mundo».
Ahora La Sueca mira a la nueva Dama Virtuosa, «El arte no
salva vidas, aunque consuela. Tu caso es la ciencia de la salud. Tú si sanarías
al enfermo». Sara intensifica su queja.
«No me dejó estudiar, ¿ah? Me recetó la soledad de la
casa... pero 'te quiero blanca', así como decía Alfonsina Storni».
Tenían muchas cosas en común. Viendo que Andrés el Tonto
llegaba, Malka dijo.
«Ah, yo creo que los tres tenemos cosas en común».
«No sé que Abram decida, pero yo no he muerto y siempre,
viendo como es la política, es bueno que haya un hombre en la casa. Si mi
esposo no quiere ser ese hombre, que se quede en Baltimore, Abejita. Que se
quede».
En fin que para contestar la pregunta de Andrés sobre el
Dioniso descuartizado de Nietzsche el discurso final de Sara fue el siguiente:
«La moral en que creo tiene mucho de éxtasis, música, arte, alegría o arrebato.
La gente que me ha visto sabe que yo no omitiría nada para calcular, de este
modo, hacer un daño y el monto de un beneficio. La moral de lo sagrado no
descuida lo que ama, provee, limpia y protege. Y si uno desea proteger, se
deshace del miedo. El miedo es parte del Adversario. Dioniso, como Jesús,
simbolizan esta misma dinámica de no omitir, descuidar ni temer, que como
dinámica es superior al mero creer de la Culturalina y la Moral dogmática de la
Moralina... Los mismos que han matado a Jesús son los que descuartizaron a
Dioniso. La misma gente que crea guerras, miserias, prostituciones y
cobardías...
«¡Qué bueno, Sarita, que me explica estas cosas y me
educa un poco!», dijo él.
29. Don Andrés vuelve a La Bodega
Que Abram estudiara en Europa se justificó por huelgas de
agitadores y, tras actividades de la asociación secreta del ABC, se cerró la
Universidad de La Habana. Un judío no era legalmente sujeto a entrada, pero,
con dinero la diligencia se allana. Dijo mi padre que él habría querido
matricularse. Dondequiera que uno se meta hay sabios.
No sin soledad de sus padres, si bien para honra de su
intelecto, hizo su primer doctorado en Leiden y Berna, y fue donde la guerra lo
sorprendió. Regresó a La Habana y se olvidó de su camarada, que es la propia
Sara, su esposa.
Cuando ella lo cuestiona sobre como dejó en la marcha
ideales comunes, él huye.
«Y ahora cuando hay paz, cuando seguir más estudios es
una vanidad, cuando la necesidad es mayor en tu país, si la intención es
servirlo, como acordamos en Europa, ¿cuál es tu plan de vida? ¿Te acuerda
cuando hablamos de una 'isla de la esperanza'? ¿Lo restaurado de nuestro Tikkun ha-Olam», analizó la esposa. La
Camarada. La Abejita..
En Cuba, después de llegar, Abram cedió a creer el cuento
de que se entraría a una etapa de prosperidad. «Pues más prospera la corrupción
y truculencia política».
De todos modos, Andrés estuvo en Ceiba Mocha... y salvará
los archivos personales de Benavito y allá... supo que los vecinos de la
hacienda, descuartizaron a dos de los que quieren comprar lo que Abram vende y
la Policía está investigando. ¡Por eso vine! y voy a pensar si me quedo ahí
donde vivía Lleó... ustedes saben que yo estoy para servirles, más ahora... sé
que soy de la familia y mi padre vivió aquí, aquel que me bendijo, y me dijo
nunca dejes a las mujeres solas, desamparadas».
«¿Admites al fin quedarte en La Bodega?»
«No sé si la habitaré».
`Andrés decidió que sería mejor que Abram mismo, a su regresara
de Baltimore, le pidiera que ocupara un lugar en La Bodega. No lo haría antes,
aunque Malká se sintió. «¿Crees que no
tengo autoridad para pedirte que habites con nosotros? ¡Sea Y es un pena… Yo,
viuda de Benevito, sabiéndote hijo suyo, fue que te pedí que convivas con nosotros. Esta es mi casa,
Andrés. Gústelo o no a Abram, quédate. El piso de Leopoldo estaba libre, sin
alquiler».
`Mas, sin querer ofenderla ni desairarla, Andrés dijo que
se sentía cómodo donde estaba viviendo, barrio negro, entre zapateros y que se
mudaría poco a poco, «y una vez él venga, lo discutimos entre los tres. Abram
me recela y no sé por qué. Mejor vecino lejos, que mal hermano cerca».
Es que no se puede construir nada con una espina de
fastidio en el zapato. Ella lo comprendió.
Intuitivo y perspicaz como es, pese a su facha bonachona,
supo su cuento. Mas bien, lo investigó. El meollo de este asunto de recelos es,
tiene que ser secuelas de unas batallas ocultas, antiguas, relacionadas a las
mujeres que, en vida, tuvo. Aún inciden en los hijos. Fue antes de conocer a
Malká. O sus primeros días de ella en Cuba. Conoció la historia de Rachel, que
fue concubina del Patriarca.
La historia es la que duele mucho a Abram,
Otro tanto a Tío Andrés.
30. Peor que un matrimonio mal lleva'o
Tuvo escrita una carta que jamás envió:
«Papá: Si Dios es Luz, o se manifiesta en ella, te
escribo desde Leiden, Holanda, lo vi con el rabillo del ojo. Dios es real y he
visto su luz encarnada en una mujer que me saluda, no la conozco, pero es una
señal cuando más triste estoy... Casi había dejado de creer, mas recordé lo que
me has dicho sobre Mamá Malká, la consoladora sueca que Dios te entregó: Sea
Dios en ti, mamá. Que tú fuiste para mi padre su luz...»
Él, quien a la bondad experimentada se la llamara tener ángel o ser reprendido por uno y dijo que en Sara de Riga vio, «que no estoy
solo y Dios me envía sus ángeles».
Parece que son muchos años los que llovieron. En la Cuba
que añoraba, desde Europa, a dos años de tener su mujer, a Sarita, en tierra de
aclimataciones, dice que se acabó la camaradería divina. Que él ángel volvió a
ocultarse. «Esto pesa más que un matrimonio mal lleva'o», así repite y describe
las reacciones de Benavito. Imagina que alguna vez sintió como él y, en cuanto
a pensarlo, escribe y guarda la carta. Sara la halló. Buscó en baúles del
sótano. Ella hurga todo.
Ahora se siente engrandecido y la euforia del regreso se
transformó en olvido, porque su padre también decía que los peces grandes se
comen a los pequeños. Al visitar Ceiba Mocha, la vieja hacienda, sus
sentimientos se volvieron confusos.
¿Quién diría que un hombre que dijo, con convicción
feroz, que para conocer lo Valioso, lo Bello la Esperanza, o lo Consolador (el
Bien) no necesitaría otra cosa que el combustible intuitivo de una primera
mirada y un veloz convencimiento, hoy se recula en la idea contraria?
«¿Reconoces esta carta? ¿Por qué nunca la enviaste? ¿Te avergüenzas
de mí?»
«Ligereza mía y olvido».
Fue en días en que el ejército norteamericano quiso
reclutar a mi padre y lo hizo. Está en su cuerpo de médicos en hospitales de
veteranos, pero le dijeron: «Te pagaremos nuevos estudios». Aprovecha sus becas
con dinero federal, sus privilegios en la Base de Guantánamo. «You're a
nice, brilliant science man, with a bravery in combat expedient and service;
you speak three or four languages. You'll have a great future with us».
Esta fue su alternativa para ser un hombre del
Renacimiento: Hombre de acción, no sólo de pensamiento. Se abrían unas puertas
de fama ante la némesis del Tempus fugit. Muy distintas cosas le decía
su padre: con aquello de que él es un gusano de Jacob.
«Me puso en el mismo lugar que a Andrés, el espacio
insignificante del klotz / del Tonto»; pero, cierto oficial británico,
vetarro espía de las Fuerzas Armadas de los Aliados, a los que siendo Abram,
soldado, cortó una pierna, utilizando como anestesia una botella de whisky y
bajo estas condiciones le salvó la vida, aunque gritara como una puta
maltratada, ha dicho: «Este es un varón heroico, no un simple médico y aprendiz
de guerra. Me salvó la vida. Es un pragmatista aguerrido y heroico».
«¿Te fijas, padre, la diferencia entre un gusano de Jacob
y ser un héroe?», meditó él. «No soy malagradecido. Sarita me dio gávilos. Una
esperanza de vivir juntos en Cuba; ella, tan hermosa y yo tenía pesadillas,
sicosis de guerra, mas con ella, con sexo y caricias, me hizo madrugar sin
miedo, dispuesto a limpiar vísceras, recolocarlas en su lugar, a diario. Vi
sesos volando por los aires en medio del fuego de los bombardeos... y yo sé que
ella merece menciones de heroísmo; aunque digan que sus expedientes son
demasiado 'pacíficos dentro de lo oscuro'. Es una heroína que no rebato... Yo
pregunté: ¿Qué me quiere decir?... y me hablaron sobre Leopoldín, «agente de la
izquierda, colaborador de Stalin».
Sara no me habló de que la izquierda estuvo detrás de
ella. Una Camarada Divina no se habría comportado así, y no si se casó conmigo
para enlazarme a unas redes, con etiqueta peligrosa.
31. Sepelio, boda, celos y etiquetas
El mismo día de la boda de Abram y Sara informaron, en
medio de la recepción que hallaron un cadáver parecido al de Joachim de Riga.
El sepelio fue en una casa muy hermosa en Sevilla. Un simbólico acto que
organizó la gente que tenía al Camarada Riga en la más alta estima.
La casa tiene su historia, reconstruida muchas veces. Se
la quemaban, la bombardeaban. Fue motejada como la Casa del Luto durante la
guerra civil. «En aquella casa, Sarita y yo, hicimos la Noche de Luna de Miel.
Una formal luna de miel y la oí, me dijo: 'En paz el amor es más dulce'. Antes
de soltero, ella y yo fornicábamos. Ahora disfruto cada orgasmo. Estamos en
paz, en esta casa, la que durante la guerra el General Franco dijo que la odió;
pero mira... la Guerra Civil terminó, la Guerra Grande en Europa y, mira qué
feliz soy»...
Esta es la Gran Madrugada después de que al Dioniso de
Nietzsche lo han despedazado... pero, Abram no amó la casa, aunque en ella dio
sus lindos amores... Ella la amó más. Cuando salió de Cuba, volvió a ella.
Cuando vivió en Suiza, en Holanda, siempre volvía a Sevilla, donde tengo algo
suyo, aunque sea trotamundos
Para Abram, la experiencia fue otra. Fue la primera vez
que visitó a España, con su abejita trotamundos, y ella confesó: Leopoldín la
reconstruyó, como regalo de bodas para nosotros... «¿Cómo demonios lo conociste?
¿Por qué nunca me dijiste que lo conocías y que él era un agente menor de otro
agente mayor de la izquierda? ¿Por qué me involucraste con tus etiquetas en la
Izquierda hegeliana, paquetera?», ese abrupto de celos no lo esperaba. La hizo
llorar.
Ella lo abrió sicológicamente. «Me hablaste sobre esperanza y miedo, dos
emociones que, en el peor de los casos, van juntas Se supera el miedo y la
esperanza es mágica. Cuaja gozosamente.. Sacaste todas tus filosofías... Que no
confunda las leyes de la abstracción con las verdades del movimiento y de la
vida. Ni la ley de la no-contradicción con la unidad absoluta, o identidad
excluyente... Que si hay un Dios Único y Verdadero no es que es el que Hegel
describió con El Estado, Espíritu divinizado de la Historia. La vieja historia
hay que destruirla sin reduccionismo filosófico y sin caer en una consciencia
personal de individuos egoístas, estáticos y solitarios... Hay que aprender la
paz y el perdón...
Entonces, pensé que atacaste a mi padre, por defender el
tuyo. Atacaste su idea de la Unicidad, a Stirner que fue para él como un ídolo.
'Pues a veces nos compete demoler los ídolos y perdonar a los padres, que nos
maleducan con ellos', me dijiste y me dolió mucho porque él dijo también que
los peces grandes se comen a los pequeños. Eso no cambiará... ¡Qué pena y qué
ironía!»
A Sara dolió como otro golpe lo que dijera acerca de la
judería de Sevilla, en los predios de la Plaza de Santa Cruz. Los ideales de
Joachim de Riga son mucho más profundo que conservar esta casa, el patrimonio.
¿Es eso lo que interpretaste, Abram? ¿No fue tu camaradería divina otra cosa,
sino una defensa a proteger, conservar algo tan material, como el piso / el
chalet / lujoso en Sevilla? ¿Qué en tu caso? ¿Es la espiritualidad de tu padre,
el Barrio judío, La Bodega habanera, la tierra en Ceiba Mocha? Pues, te digo...
que yo tengo mejores propiedades en el espíritu y no vine a Leyden ni Berna a
estudiar, ni huyendo de Franco ni de ninguna guerra... Vine a servir con lo
poco o lo mucho que sepa. No huyendo de nada y ni de conspiradores rojos ni
azules».
Mas él se obstinó. «Tu padre me utilizó para sus planes,
expuso en risgo nuestras vidas, por sus asquerosas actividades con el
comunismo... No seas paquetera conmigo y me vuelvas a mentir. Yo te creí una
muchacha pobre, idealista, sí. Tuve pena de que te vieras en estos bretes y te
hiciera daño guerra, no quise verte con un fusil al hombro, llena de callado
temor, como yo, anhelos de sobrevivencia, tú asustada de morir y de no haber
cumplido nada... Estos «engendros diabólicos», encarnados en su peor maldad por
los alemanes, deben ser combatidos y yo dije que por ti cruzaría la raya del
pacifismo. Sarita, por ti. Te vi indefensa y, como lo más puro. Pero tu padre
no es puro. Me persigue y no veo ya la señal de Dios en ti, pero no me digas
que los rusos, estalinistas, son unos pobres diablos. Ni me hables, como mi
padre, del Zorro Blanco con alegorías, si puedes decir que es el Mariscal Erwin
Rommel, el Zorro del Desierto, quien pasó al ejército nazi desde Holanda hasta
Loira, Francia... Te agradezco eso; pero yo estoy cansado de metáforas y ya
entiendo que los peces grandes, el Oso Blanco, el Zorro del Desierto, el Águila
del Norte, todos se comen al pez pequeño y eso no cambiará... Tal vez te conocí
para que me abrieras los ojos. Tú y tu parentela sirven al Oso Blanco, al nuevo
colonialismo ruso, que tiene a Europa del Este en sus manos, a la vieja Austria
de los Lecsinka en sus manos y ya no son sombras de un Coco, o los diablos
azules de mi niñez. Si mi padre Benavito está equivocado como dices, siendo que
él propuso la unicidad, ¿qué existe? Si no hay unicidad, lo que hay es
identidad excluyente... yo no quiero ser excluido, o ser uno de los
excluidos... mejor vuelvo a Cuba. No sé si quieras venir conmigo, ahora que sé
que tu identidad es esta casa de Sevilla. ¿Vienes o no conmigo?»
32. «¿Vienes o no conmigo?»
Fue una pregunta dura. La hizo de forma tal que habría
que decir que se fuera sola. A Sara le dolió más que las penurias de la guerra.
«Nunca le dije que yo era tan pobre que no tendría un lugar para regresar. Le
dije que la guerra, así como fue en España, así como posteriormente cayó sobre
Europa, puede dejar a una y otras personas en la miseria. Pero, no me pida sin
amor, ven o quédate. ¿Dónde estaría la pasión de este hombre, que marcas rayas
en tierra de este modo?... ¿No perdiste, Andrés, tus mejores negocios con las
telas y las guayaberas? Así estuvo mi padre, poniendo su fortuna en la apuesta
por la libertad, y dejó en abandono la casa de sus padres, su herencia. El
todo, cuanto fue suyo, lo dio por los ideales que creyó. El hizo gestos
liberadores. No inventó ni la guerra ni la injusticia. Sólo tomó partido. Sí,
con los rojos, rojos y en clandestinaje».
`Joachim se habría ido a Israel si hubiese cuajado el
proyecto de la Causa Judía y un Hogar para recoger a todos los sobrevivientes
del Holocausto... habría vivido, como casi vivió durante toda su vida, en
penuria, siendo rico, dándolo todo por un ideal mayor que él... «Ni yo ni mi padre
ofenderíamos jamás al tuyo, porque no lo conocimos».
Trató de dialogar sobre él con Abram, «que me dijeras,
pero, ¡qué puta mierda! Abram, tampoco lo conocías como deberías para que me
hicieras, con tus solas palabras, quererlo, con el mismo rigor con que yo quise
y conocí, como hija única a mi padre, y tanto lo conocí que anduve con él para
arriba y para abajo, yendo donde él fuera, siempre de su mano, en el peligro o
en el disfrute... Así deben caminar padres e hijos que se conocen. No soy mujer
de rincones, Andresito. Estoy donde están los seres que amo... y yo amé, a
primera vista, a Abram. No se me dijo que le coqueteara para liarlo como agente
político a mi padre. Le buscaba porque me gustó. No compartimos aulas, pero
hacíamos la misma carrera. No dialogamos mucho antes de hacernos novios, porque
él era retraído y cortante y machista... y una vez dijo a Leopoldín, « ¿y esa
putica, qué quiere?»
«Le habló así sobre mí, sólo por jactarse de que tiene su
atractivo, o que alguien le coqueteara en el campus, como Rosa Belén a
Leopoldín cuando lo vio en el Barrio Colón, o en las Charangas del Bejucal, en
La Habana».
Fue una pregunta dura: «¿Vienes o no?» y ella contestó:
«¡Claro que nos vamos a Cuba! Yo te amo» En la noche, le hizo el amor mecánicamente.
«Y yo gozosa, Malká, porque nunca había conocido sobre la cama ninguno. No tuve
hombres con quienes comparar lo sentido; pero él se despachó, '¿y esa putica
qué querrá conmigo'?... Nunca le diré que lo supe. Se lo dijo a la persona
equivocada, a un camarada verdadero y fue su primer insulto contra mí; cosas
del amor, yo lo perdono».
33. Cómo se maneja la envidia
... el árbol muere / susurran
entre su follaje /
reflexiones y silencios /
normas y contratos /
miedos y rebeldías:
Ana Lucía Montoya Rendón (poeta colombiana)
Revuelo en la Calle de La Bodega. Acostumbrados a viajar
a Basilea, Leiden, Austria, Inglaterra y Europa, un día dijeron: «Andrés se
recompuso». Y el único que no lo ha revalorado es Abram, el nuevo médico. Es
cierto que jamás a Don Andrés se lo escuchará refiriéndose a libros o filosofía
de la historia. No cita a grandes hombres ni figuras, como obras de Carlyle,
Gibbon y Michelet. En ese renglón, sigue siendo el mismo bocarrota. Un judío
que maldice, pero no busca pleitos. Al menos, a nadie arrancó el sollate,
aunque sí tiene su chispa truculenta para echar cuentos y contar anécdotas. De
hecho, ni murmuró maliciosamente ni se colocó a salvo de ninguna crítica. Bien
decía: «Salvo está el que repica» y, enumeraba con sosiego, las estupideces que
fue capaz de cometer, aunque esto, sabido por el Safetzer, ya sirviera en
caliente para agravarlo.
Ha tenido, aún más claro que Abram, y esto también se lo
decía Novás a Leopoldo y Benavito (porque Novás, el gallego, es más escritor y
mejor lector que comerciante) que el «despertar de Occidente» vino del
debilitamiento del poder musulmán, no del fanatismo de las Cruzadas y sus
muchos siglos de lucha y barbarie. El verdadero reino de Dios en la Tierra hay
que buscarlo en la relativa tranquilidad de las ciudades y en el comercio,
acumularse privadamente un poquito de dinero y traducir ese dinero a razón y
paz.
«La guerra es mala y con la guerra la ambición destruye»,
dice Novas. Hay un corillo frente a La Bodega.
Sucede que Andrés «se muda con ellos» y ahora, él quien
fue sastre, «viste con buena tela, mejor que los doctores y renteros».
«Cállate, Novas. Deja que hablen los judíos de la calle».
Los occidentales tienen que aprender de Bizancio y el
imperio musulmán aprender de los judíos.
«Sólo hay una Edad de las Tinieblas, la de las guerras;
pero ábrele un espacio a la curiosidad, viaja a Bizancio y vas a ver que la
Convivencia soluciona todo, abraza a los rivales y el mundo comienza a verse
con ojos más optimistas, con espíritu menos oscurantista y fanático».
La Abuela está frente a La Bodega. Está en charla con La
Abeja y Novás, y una cáfila de envidiosos y fariseos la rodea.
«No creas que yo me pongo a discutir con los judíos
tradicionales, esos de muchas señales y rigurosos en guardar el sábado, Shabat
meramente ritual y externo; lo mismo rehúyo a los musulmanes y libaneses, jihadistas... Yo, cuando quiero
escribir, o meditar en algo y que me provoque ideas claras, invito a estos
locos, Andrés y Eugenio, el libanés... Son ocurrentes, respetuosos. Los otros,
judíos sionistas, se entretienen con embelecos eslavófilos de los 'Protocolos
de los Sabios de Sión', y se me asemejan a los nihilistas de la novela 'Padres
e hijos' de Turgenev y ellos no son capaces de inventar la imprenta, o
difundir en el mercado las brújulas, o los esmaltes, o desarrollar la industria
del tejido o el vidrio... o elaborar, o renovar un sistema de cuño de moneda, o
sustituir el flujo del oro y plata con cheques, creando una banca financiera
como los judíos italianos... yo, si quiero enterarme de novedades e
invenciones, me busco a los locos ocurrentes como Andrés, o al libanés de las
guayaberos.», le dijo La Abeja.
`Un día, escucho del vecino que preguntó a Eugenio y al
tabaquero de La Partagás, «¿oye de dónde sacaste eso de las yayaberas, que ha reventado como un tiro
en las ventas?»
«Cosas de Andrés, hijo de Benavito, el médico de la
judería».
«¿Cómo?»
«Pues... él dio la idea, dizque porque vio fotos viejas
de su pariente el Dr. Moritz y cómo vestía en los días en que las tropas de
Linares Pombo atacaron a Santiago».
«A, veo que se muda».
La puerta al piso de Leopoldo, que ocupará Andrés en La
Bodega está aislada de las escaleras que van a la casa, en el segundo piso, que
ahora ocupa .La Sueca y Sara, La Abejita. Es que hace un año se fue a cursos en
la Escuela de Medicina Johns Hopkins (Maryland), obtuvo una beca Gilman y se
dedicó a anunciarlo, con elogios a las bellezas arquitectónicas de estilo
federal del Homewood House y de la Torre del Reloj del Gilman Hall.
Todavía estaba eufórico, como si no hubiera llegado a
Cuba, como si fuera un primer pasadía en el campo... y, al fin, dijo que olvidó
el recado de Malka: «Que Andrés se quedara. Ahí (donde se hospedara Leopoldo)
no molesta».
Cuando se va, ni escribe ni telefonea. Su esposa se lo
advirtió.: «Tú no contestas mis cartas, o más bien, escribes telegramas, como
si no pensaras en mí y yo no fuese importante. Parece que te armas de olvido».
Esta vez Abram se obliga a dar cuenta a Malká y Sara.
Los envidiosos de esta familia judía, en La Habana,
presionan.
El gobierno auténtico de Grau es uno de pillaje y, aún
cuando se discursa la creación de un Tercer Frente, coalicionando fuerzas
contra las derechas tradicionales y los intereses corruptos, ni Miguel A.
Suárez ni Félix Lancís, el médico amigo de su padre, podían (ni podrán) con el
paquete. Dentro de la Presidencia de Grau, crecía con poder el Bloque
Alemán-Grau Alsina (BAGA), grandes desfalcadores de la hacienda pública. De
este grupo, algunos ya se asomaron por La Bodega. Enviaron sus agentillos desde
que se supo que la Familia Abram y sus cepas de López, Lecsinkas y Matías,
vende lo que tiene y parece que se van de Cuba.
Fue él (Abram, e inconsultamente) quien vendió una
porción de La Hacienda de Ceiba Mocha. «Mi hijo puede que se vaya. No la
familia», le dijo Malká a los Alsina.
«No dejan de preguntar cuáles otras cosas venderemos».
«¿Y qué les dijeron?»
«Que no estamos vendiendo nada».
El Gobierno envía citatorios. Hay mucha judeofobia entre
abogados locales y Benavito, el Resuelve-Todo está muerto. Hay muchos sastres y
colchoneros en La Habana judía, pero no un abogado de méritos en quien se pueda
confiar. «Y hemos sabido cómo actúa la gente del bloque germanófilo de La BAGA.
Lo que, a petición de ellos, no se vende, o sujeta a compraventa, se expropia. Eminent
domain. O sencillamente, descuartizan al que defiende el lugar o propiedad
que ellos interesan. Y ha pasado en Ceiba Mocha», orientó la madre.
«Por fortuna, estás con los americanos, ¿o no? ¿Sacarán
la cara por ti?», preguntó la esposa, yendo a un punto en que Abram coloca su
confianza. Mas su manera de ella articular (lo que realmente él piensa, o ella
piensa) le parece despiadada. Esas intuiciones intelectuales de La Abeja son
como picaduras de un aguijón insolente. Ya son muchas veces que él le teme. Es
una abeja / reina / brava. Y pica... Ahora señala al hecho que lo ha convocado
a que venga y participe de lo que haya que hacer. Han matado a dos personas en
los terrenos recién vendidos. Los peones no se quieren ir hasta que no vaya
alguien de la familia y les diga que la venta fue legítima. Hay muchos
ladrones... y, tras la Caída del Dictador Machado (1933) y las conspiraciones
del Movimiento Cívico-Militar y la Pentarquía, en Cuba todo es un simulacro,
los mismos ladrones aliados con los militares. Sergio Carbó hizo Coronel en
jefe a Batista.
«El Dr. Ramón Grau parece el más ladrón de todos». Miguel
A. Suárez es el Zar de las Villas y agente de Batista... «Pero volvamos
al caso del peón macheteado frente a las puertas del laboratorio de Benavito y
su cabaña de retiro».
34. Abram vino. La ida por la vuelta
Hay que liberarse de la propiedad de las personas.
Ir «hacia arriba» por su Santo Aire... (...)
Y entonces sí. Para darle fin inmortal
sin decir palabra, armarnos hasta el olvido:
Fanny G. Jaretón (poeta argentina)
Abram vino de Maryland a ver la familia. Están en la sala
y les dice: «Un día van a comprender. Esto vale la pena. Las cosas estarán
bien. El mismo Félix Lancís me ayudará a moverme aquí cuando se cumpla mi
regreso, ¿lo recuerdas? Lancís estuvo en el sepelio de Papá Benavito; supongo
que ya será poderoso... Había sido primer ministro, cuando me fui».
«Lancís está en desgracia», apuntó Malká.
«Yo vine, a la ida por la vuelta. Estudio mucho. Allá mi
vida es dura, casi no duermo, haciendo tareas, leyendo... Mi mente no puede
centrarse en historias de descabezados... o conspiraciones. Dejo al Dr. Lancís
el asunto y alarma por expropiaciones. Yo no creo que le quieran robar a Papá,
porque fue judío», dijo. Como siempre metiendo la cabeza en el agujero.
Será serio asunto. Viéndolo, en rigor, Abram no vino para
hacerle arrumacos a la esposa que dejara abandonada ni a la madre. El vino a
ver si al Dr. Lancís y Sánchez (a quien supuso el Primer Ministro de Grau)
cuenta con la habilidad real para solucionara estos entreveros.
Entiéndase que no cuenta con ese poder. Anda en la cuerda
floja. Lancís renunció en octubre de 1945, o lo destituyeron, porque no se
puede servir a dos señores. O se es limpio, o se es un asqueroso.
«El ya no está en el gobierno ni para bien ni para mal»,
le dijo La Abeja. Ella sí que no cierra sus ojos ante la realidad social y
política. Cuando le escribió sobre esto, vino. Abram no duda que ella sabe
mucho más de lo que dice.
Es hija de conspiradores. Espiona de la izquierda.
Lo sabe porque hace recortes periodísticos de todo. Es
estudiosa. Recién llegó a Cuba, al parecer, se aislaría en el almacén de los
bombardinos (de una vieja escuela de música próxima a la habitación donde Simón
en vida dormía, hoy lugarcillo que se conoce como el sótano) y fue como una
ratita, que se come los periódicos viejos que leyó y ordenaba en el lugar.
En los primeros días en La Bodega, acabada la guerra, a mi
padre le gustaba entrar al sótano, sorprenderla y sobre el tendedero de diarios
y revistas, interrumpiéndole los recortes y picaderos que Sarita hacía,
levantarle las faldas, desabrochar su blusa, besarle intensamente los pezones y
acariciarla en las nalgas, hasta verla caliente. Sin una plena desnudez suya,
la amaba.
35. «Como una espía rusa»
Con los días y semanas, antes que se le ocurriera irse a
Baltimore, descubrió que ella no dejaba sus ideas importunas. Se interesaba
todavía en la guerra, en las suertes de cada resistencia, en diversidad de
naciones. Ahora, él... que deseaba besar sus manos, según descubrió estaban
tiznadas, sucias con la tinta de los periódicos, pues Sara recorta notas sobre
la Huelga de marzo de 1935 y el asesinato del 8 de mayo de Antonio Guiteras, y
Abram protesta.
«¿No dijiste que vienes aquí a tirar como basura los
periódicos viejos? ¿Por qué cortas y archivas notas?»
Sí. Ella tira los periódicos. Cada vez parecen menos y no
se oyen las ratas ni se observan las latas del veneno que ha regado.
«¡Coño, si hasta apuntes vienes haciendo! No puede uno
amarte. Dejas el tizne de la gaceta en mis cachetes»
Halló un cuadernillo con fechas. Por cada recorte de
prensa, Sara elabora una ficha. Una bibliografía.
«¿Vas a escribir un libro, o qué?»
Había sido ella quien le dijo que, una vez que se
destruyera la violencia, lo que hay que hacer es ir «hacia arriba» por el Santo
Aire de la paz, el perdón y el olvido. Dar un fin inmortal. Mas si se juzgara
lo que hace, Sara La Abeja se regodea en el pasado. Se deleita, al parecer, con
la figura de Guiteras, asesinado en El Morrillo, Matanzas, cuando se aprestara
a abandonar a Cuba, no para hacer paz ninguna después de la Huelga del '35,
sino a fin de preparar una expedición armada contra el régimen. «Yo me fui,
pero a estudiar. No a preparar conspiraciones», es su regaño, «pero a ti las
conspiraciones te gustan. Aquí está la prueba», dijo levantando la evidencia de
sus recortes.
«A ti, ¿qué te tiene que importar lo que Trujillo haga,
si mata o deja de matar, allá dentro de sus fronteras, a 17,000 haitianos? ¿Qué
es esto, mujer? Haití no es Cuba. En la república de los dominicanos que sean
ellos quienes solucionen sus problemas». Dijo para reubicarla en el futuro que
Cuba y él, los gringos y él, que 'estamos' por la reconstrucción que les
compete en términos de la solidaridad de posguerra. El Plan Marshall. El Hogar
sionista. La Guerra Fria, Cold War Policy.
«Y esto es un dando-y-dando: ¿Qué nos debe importar, a
partir de ahora? El Plan Marshall en Europa. Este es el mundo real en 1947. No
Guiteras. No Trujillo, sea que él mate o no, a los diablos de hollín. Sean dos
o cuatro los gatos... Voy a gestionar una 'Beca Gillman' para ti; sólo
dame tiempo. Ve poniendo en orden tus cosas, no haciendo recorticos sobre
viejas tragedias, ¿no me lo predicaste tú? Que Jesús es la encarnación sombría,
antinatural, del Occidente cristiano que crucificara su Dios en la cruz como su
maldición a la vida, y que hay, en su lugar que honrar un futuro. Si hay Cristo
futuro, si lo hay, renacerá eternamente como el Dioniso descuartizado y
regresará de la destrucción, pues, nena, yo estoy regresando de la
destrucción... ¿Quieres quedarte como rata de bodega, comiéndote esta carroña
de recorticos que huelen a sangre?»
«Atiende, Abeja, de una vez, ya que te ataste a ese odio
nietzscheano contra el saber oficial, académico, el Sistema frío del Canon, la
Universidad, el Estado... hay que reconstruir y ha de ser con la ciencia y por
eso me fui, cuando te quedaste, oliendo las faldas a mamá, o compadeciendo al
tonto de mi hermano... pues, que se quede él y tú. Háganle sombra a Mamá. Malká
se morirá un día, igual que Benavito, y llorándole, endiosando el 'No a la vida y al progreso' no se
cambia nada».
Y, como la buscó en el sótano por un poco de sexo, se lo
pidió:
«Tiéndete».
«No soy una vaca».
«Pues recoge toda esa yerba y tírala. No quiero ver más
recortes y ven a la recámara. Que hace casi un año que no tengo sexo».
Ella no quería ni verle. Y tuvo que hacer el amor con él
durante el día, costumbre que aborrece.
36. Andrés, Sara y el Trenecito
... reposará espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y
de poder, espíritu de conocimiento y de temor a Jehová... y acontecerá que la
raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por
las gentes...: Is. 11: 2-3
En la cocina, la cocinera preparó unos mokoli y shuhá
de cordero porque el vino echando de menos la carne, como se prepara en Cuba.
Para no dar idea de cuánto discutieron, a horas de su llegada, por los dichosos
recortes y el «amor a deshoras», ella
bajó a comer, y la vieron que hizo unas miguitas de una especie de albóndiga,
pero menos comía que picaba.
Malká sabía que Sara estaba enojada; pero Abram estaba
satisfecho relleno. Tuvo sexo y comió, con sabor criollo, con el antojo de su shutá
y las bourekas que mojaba en el caldo de ternera.
Aunque se mandó un aviso a Andrés de que almorzara o
cenara con ellos (a fin de que se discuta durante el día, tarde o noche, una
vez completa la mudanza, ¿cuándo se instala en La Bodega), ese día no se le
halló en la casita que alguna vez compró en el barrio de los zapateros. Tenía
una casita en Jesús del Monte, cercana a Luyanó, y allí se recogió con Rosa
Belén por unos años.
A más enamoradiza e involucrada otros devaneos, él dejó
la casa, le pidió que pagara renta, que ella nunca pagó, y se mudó al barrio
Colón, cerca de Trocadero y Monserrate. Mas, en Jesús del Monte, es donde más
le gustara quedarse, especialmente, por andurriales de la Calzada de la Víbora.
Este lugar le trae muchos recuerdos. En especial, la zona
donde estuvo El Cacahual, porque su padre lo llevó, siendo niñito, a recoger de
las aguas en botellas para después llevarlas a su laboratorio en Ceiba Mocha
para análisis. Serían aguas supuestamente medicinales del barrio Arroyo Naranjo
de La Habana. Ahí están las canteras de piedra de San Miguel y, a 12 kilómetros
del Capitolio Nacional en la carretera de La Habana a Santiago de las Vegas, el
paradero de las berlinas y autobuses que hacían el servicio entre estas dos
ciudades.
A su regreso de Almelo y Barcelona, devolvió la
jovialidad de su niñez la construcción del trenecito callejero; pero, no el que
se hizo en tiempos de España, sino el ferrocarril de La Habana a Güines. El
trenecito que parece de juguete, con sus vagones colorados. Este se construyó
cuando anduvo ausente, en 1937. Y un tramo de su ruta va de La Habana a
Bejucal, y otro de Bejucal a Güines. O de La Habana a Güines y él, en ese año,
se tomó el atrevimiento de invitar a las dos damitas de La Bodega, a que
deambulen con él y vieran el cielo y el paisaje urbano. Sara aceptó.
«Vamos de La Habana a Güines», les dijo y sabía que
pasaría por Bejucal, donde tiene amigos charangueros, gente muy distinta a la
del Vedado y los barrios elegantes. Lo verían con las suecas y cómo tenía moral
para congraciarse con Malká y la nueva judía, que adorna el bloque de La
Bodega. Y Sara sí es andariega, se expone al mundo, sin miedo de la gente y,
sobre todo, de la mulatería. Ha conocido gitanos, turcos, griegos e hindúes, y
se ha paseado entre sefardíes que hablan el ladino, aunque su español lo
conoció, del modo como su hoy esposo Abram, había conocido el hebreo, en
estudios talmúdicos en la Sinagoga.
37. El Cotorro, el relator de chismes
A El Cotorro lo conoció en uno de los viajes, en la
parada del trencito, rumbo a Bejucal. El sí quedó impresionado al verlas pasear
en tren, sin ningún rumbo fijo, sólo ver a la gente real, no sólo a judíos de
los templos, ni la gente selecta que entra a sus casas. Esta gente casi nunca se
le puede ver fotografiada en El Diario de
La Marina, o en Bohemia, o en
aquella revista a la que el Ing. Leopoldo Matías se aficionó a leer, San Antonio.
«¡Abre que voy!», gritó el Cotorro.
No se había dado cuenta que ella tenía un rostro
angelical y que la diferencia de edad con abuelo ya fenecido debió ser
significativa. Es que fue como un tesoro oculto, siempre con talit,
cubriéndose el rostro y ahora se acompañada con la chiquilla. Mas no es una
chiquilla, se lo corrigió. «Es la esposa de mi hijo», oyó a Doña Malká que le
dijo, al tiempo que la joven aludida extendió la mano a El Cotorro.
Él hasta sintió hasta deseos de llorar. Era la primera
vez que una mujer de esa belleza, «a leguas venida de otros charcos», de Países
Bajos, donde los cielos azules se perpetúan en los ojos, le extendía la mano,
saludándole, desenguantada, por lo que él podía deleitarse con su temperatura y
suavidad.
«Pensé en una sevillana. En una gitana y usted es una
sueca de almanaque», dijo él. Y Andrés sabía que su «abre que voy» era una de
esas frases tan pícaras que se estilan cuando una mujer tan atractiva sorprende
y hay que comérsela con la mirada, deteniéndose a curiosear sus curvas,
abriéndose paso entre obstáculos que no la deja ver. No es perdonable que se
pierda un instante de complacencia.
Ya tendrían oportunidad, El Cotorro y él, para conversar
sobre el impacto anímico que le causó su compañía.
«¡Coño! Como chismoso te graduaste».
Sara sólo se reía y la otra animaba: «Que nos diga lo que
sabe, Andrés, que no me enojo por nada».
«Lo primero es lo primero. El cubano ama la belleza»,
dijo.
38. Confidencias de El Cotorro
En las esquinas de la Vieja Habana, frente a la antigua
Casa Basallo, no sólo sobre su madre, Rachel, sino sobre Sara, la primera vez
que se le vio en público, describiéndola como una «kifer, a good piece of
skirt, a good khyfer», siempre destaca El Cotorro entre gringos, judíos
polacos o rusos, a quienes oyó los comentarios.
«Como sabía un poco de cada idioma, yo describía para
ellos las 'hembritas de La Habana'. A mulatos como yo, se nos trababa la lengua
al intentar la descripción de lo que vimos. Las primeras suecas y una salió a
la calle en pantalones vaqueros de La Bodega.
«No son del estilo de Rosa Belén y
las turistas gringas, claro que no».
Comenzó con Doña Malká. El chisme. «Usted sale a comprar
libros y artículos para pintar, carboncillos, pinceles o lienzos y alborota la
calle todavía».
El Cotorro les presumió que ha leído a casi todos los
románticos franceses, de Hugo a Dumas y aún a Walter Scott y Wordsworth en
traducciones. «Sólo que yo leo para las tabaquerías».
«¡Ay! pero está de mata-tu-madre soportar la belleza de
usted», indicó El Cotorro, desarmado por aquella sonrisa y mano extendida que
sostuvo en la suya más de lo que se espera de; saludo tan casual.
«Señora, me pongo a sus pies. Soy uno de tantos que dejó
Cárdenas, tierra de La Bandera, y me vine a Bejucal. Es que allá hay mucha
miseria. No hay trabajo, por la guerra, trabajo... Don Simón se lo pudo haber
dicho. Mi padre y yo vivíamos por Ceiba Mocha, de donde era él, que en paz
descanse. Si él no hubiese muerto, yo me habría quedado en mi terruño».
Conversador y peguiche, se quedó haciendo cola a
la caminata de la suecada, sirviendo de guía, porque dizque conocía el barrio y
las calles de Bejucal mejor que Andrés. Son de la misma edad y afinidades, «mas
yo, fuera de lo que veo en La Habana y Cárdenas, no tuve otro mundo».
Entre cuento y cuento, hizo remembranzas en torno a
cuando conoció a mi abuelo, cuya muerte repercutió en Cárdenas. «Andrés no me
dejará que mienta». Ahí tira otro cuento. Es que, para ellas, contó la historia
de Rachel y el hermano de Benavito, pasó revista a las cepas de Simón ben
Abram. Introdujo al recuerdo de Doña Malká la vida y amores de Alicia, que fue
con la edad de 19 años, veedora sobre Rachel. Detalles tales como la mentira de
que Doña Alicia fue hija de Antonio, fracasado mito. No lo creyó nadie.
«No pudo ser hija del boticario, porque él tenía secos
los testículos».
Alicia fue la muchacha que cuidó al Dr. Moritz Abram,
«aquel que te dio la idea de las guayaberas».
«¡Te graduaste! De chismoso te graduaste», intentó Andrés
en vano de callar a El Cotorro.
«¡Demonio, cállate ya!»
El Cotorro pormenorizó el invento de la guayabera: «No es
una bobería, niña», se entusiasmó El Cotorro que tenía cuerda para todo tema. Y
hasta dijo que él único que sabía que nació en las márgenes del río Yayabo en
la región central de Sancti Spíritus, por el año de 1709, era el Dr. Moritz.
«Aquellos camisones de telas de lino con grandes
bolsillos es cosa de los andaluces y los cosían para el trabajo y el clima
tropical. Y toda la gente de campo, y los muchachos, los solteros de esa región
del río Yayabo, utilizaban las yayaberas,
después de su día de trabajo, para llenar los bolsillos de sus cotones de
guayabas para obsequiarlas a las novias».
«El Dr. Moritz las vestía y se iba a guateques
campesinos, bautizos o fiestas de Tu B'Shevat, en la primavera con
ellas; a Benavito le gustó cargar guayabas en bolsillos de yayaberas; me
lo dijo Moritz», agregó Andrés.
«A eso iba, precisamente. Recuerdo cuando se lo dijiste a
Eugenio, tu socio. La idea es de tu gente y tú dijiste: Para hacerla camisa
para la ciudad, hay que coserla en tela menos pesadas que las yayaberas del
campo y crear el mito de que son para vestir en bautizos, o llevar en los
bolsillos caramelos para las enamoradas, ¿eh?»
«Sí, sí... yo le dije eso a Eugenio, el libanés», asintió
Andrés.
«Y tú... no me dejarás que mienta... Cuando don Simón en
vida se fue a Europa y dejó embarazada a Rachel, cuando no se sabía si fue
Antonio o tu padre, él vestía de guayabera... Esto me lo contó mi padrecito,
que en paz descanse, y él no mentía. Regalando guayabitas a las muchachas de
Ceiba Mocha, con su guayaberitas bien planchadas y el sombrero de carey, era el
Don Juan que encandiló a todas la hembras de la comarca, ¿o no?»
«¡Coño, yo lo que te digo es que no mortifiques a Doña
Malka, que es la reina!»
«¡Eso sí, señora! Usted llegó a la vida de él para ser la
reina de reinas».
Según las conoció, ella se daba el gusto de pintarlas y
una manera de comprenderlas y perdonarlas. Simón ben Abraham no tuvo esos
recursos de perdón. ¡Y cuán grande debía ser el odio de éste por Antonio, que
hasta renunció a su apellido paterno, como un símbolo!
«Ruy López, tu abuelo, era un gran hombre», se lo dijo
Benavito en su lecho de muerto. «Tuviste un abuelo muy digno, Andrés, bene
mío».
Pero ya era tarde.
39. El homenaje a Moritz
Es el teorizador Cotorro quien alega que Abuelo hizo un
homenaje simbólico a la cepa de Moritz, siendo que Antonio, su hermano, le
deshonró la hija para ofender sus creencias, más que a la hija Rachel. La
pérdida de su virginidad no la tomó ella como razón para vergüenza, según fue
costumbre de las mujeres, sino que vio premiado el rijo de su cuerpo y el
estímulo para precipitar el pedido que hizo a su padre.
«Cásame con Benavito».
«No con mi bendición», dijo Moritz, callándola.
Este aún no decidía sobre tal solicitud, mas ella se
atrevió a faltar al honor de su casa, ahitada de pretextos, como gallaruza de
los bajos fondos, y se entregaba a herr Simón, buscándole a deshoras. Y
como sucede a las mujeres que se pasan de listas, a las que urden fainadas y
sólo piensan en cingar porque en nada útil se consuelan, su padre la juzgó
bribona y lo mismo hizo Benavito, que no le cumplió sus promesas, excepto no
pedir a Alicia. Sentía que no podía querer a ninguna de las dos, por más
hermosas que fueran.
«No te cases con ninguna de ellas», fue el consejo de
Moritz. «Vete al extranjero y estudia y acuérdate que del embarazo de Rachel se
jactó tu hermano primero. El hijo de tu mocedad no es fruto maduro de ningún
amor. Antonio lo reclama para ofender el recuerdo de su legítima esposa
(Francisca María) y pintarse con fértiles gandumbas... pero es tu hijo. Y él se
lo ha ofrecido a la perdición».
«Pero si él ninguna culpa tiene», protestó.
«Pero hereda la Marca de Caín».
«No entiendo, Dr. Moritz».
«Has de ser el Rabino cuando Ruy y yo faltemos. Y el
Sacerdocio que representamos no es otro que la Salud y no permitiré que la
marca de Caín pase, como maldición al sacerdocio».
«¿Cuál es la marca de Caín?»
Entonces, Moritz dibujó dos testículos y gesticuló de un
modo que Benavito entendió que era un desafío y un menosprecio a las
gallinerías del boticario de Cárdenas. Cinco años antes, Antonio deshonró a
Rachel y era un hombre casado. Hizo correr maledicencia con su jactancia.
«Educamos a nuestra comunidad en cierto racionalismo
moderado, como el aprendido del Séfer
ha-Emunoth (Libro de las creencias) de Isaac Shem-Tob ben Shem-Tob, y del Iggereth
Musar (Epístola sobre la
moralidad) de Solomo Alami, y fracasamos. Antonio es el ejemplo... Hemos
dependido de textos de las tertulias intelectuales de la Aljama de Huesca, y
judíos que amaron mucho sus bienes materiales y nos hablaron, poco y falseadamente
sobre la Revelación».
Este es un repaso de sus reflexiones, tal como se lo
recordaba en su boca, la adorable Malká:
«Moses ha-Sefardí, más tarde bautizado como Pedro Alfonso
de Huesca, otro oscense, fracasó como nosotros y se hizo católico y Abraham bar
Hiyya (alias de ha-Bargeloni) nos legó su libro 'Megil-lat ha-megal-lé',
que es libro de jactancias suyas como falaz revelador, y en su meditación sobre
el alma, hegyon ha-néfes, ¡ay,
Ha-Shem! también muy poco nos ilumina!... ¡Simón, vete y déjanos con nuestros
pecadores, adoradores de fortuna y placeres terrestres! Necesitamos otro séfer ha-Ikkarim».
¿Quién quedará, que tenga tu inteligencia, entre
nosotros? ¿Quién que haya aprendido el hebreo, lenguaje santo del Alfabet? ¿Quién
que saque luz de la Torá y salud de los lombricientos de los campos? ¿Quién que
alimente a los guajiros que sufren, sin preguntar eres o no judío, siendo que
todas las criaturas de Dios comen y necesitan un techo y vestidos?...
¡Cómo hemos
fracasado! No lo imaginas... Astruc ha-Leví nos habló sobre las tres leyes que
rigen la vida humana: la natural, la convencional o positiva y la divina, o
revelada, que sólo la Revelación salva, pero nos quedamos sin revelación...
Hemos perdido la «vara
del tronco de Isaí», la raíz de la Vara de Isaí de la que debe retoñar el
«vástago sublime», ¿y quién ha de ser?...
«Que sea uno de tus hijos, no el pobre Antonio, tu
hermano, hijo de Ruy, ni simiente que haya encarnado con el mal cascarón,
marcado de desobediencia...»
En tal ocasión de la caminata de la Suecada por Bejucal,
El Cotorro narró los recuerdos de su padre, quien sirvió a Simón ben Abram y a
Ruy López, padre de Antonio y Simón. «Y vecinos, judíos y no judíos, recordaron
que Ruy emplazó a los que pecaban con fornicación ante todos. Y les pidió que
suplicaran el perdón» porque era fecha próxima al Yom Kippur y pidió
ayunos mayores a 24 horas para que la carne estuviese contrita como el alma.
Mas, en vez de humillarse, Antonio y su mujer, Francisca
María (Paquira), declararon la guerra contra Mercedes Sbarbí, Ruy el Rabino y
la gente que amaba a los Moritz. Y un día, en 1900, una vez que hubo fruto en
el vientre de Rachel, se encendió la ira del Dr. Moritz Abram contra Antonio
por todas las blasfemias y ruindades que éste cometía, tras la muerte del
rabino Ruy.
Muerto Ruy, hallándose en la invalidez y tendido en cama,
el Dr. Moritz designó a Benavito el nuevo juez, sucesor suyo, como lo fue de
Gregorio y cohen de Ruy en la orientación de los asuntos morales y espirituales
de su comunidad judaica.
Y, así como uno de sus últimos actos, divorció a Paquira
de Antonio, con carta de separación que él redactó, en puño y letra, y no
despreció al niño Andrés que nació, ilegítimamente, de Rachel, su hija.
E hizo mucho más porque Simón se iría a Europa. En fervor
de protección, se llevó a Rachel, para que pariera su hijo, en la casa que
tenía en Santiago de Cuba, y anunció la promesa de que nunca más volverían a
Cárdenas en su vidas ni él ni los que estaban bajo su amparo. Antonio se quedó
expulsado en Cárdenas y guardándose secretos de marrajería.
Mas él no puede engendrar. Y Ruy y Moritz sabía que tenía
la marca de Caín.
Entre las mujeres que vivieron en su casa, ni Paquira ni
Rachel, ni Alicia ni otras, fue virtuosa, einer tugenhafte Frau. Carmen
sí ganó la distinción de serlo y Rachel, con enojo, la burlaba como La Quedada,
que no se casará nunca. Carmen se debatía, entre el desaliento por no hallar
marido, y el remordimiento y la atracción, que sentía por hombres que no eran
del clan.
«Monina Andrés, ni deuda con Rachel, porque la amaste. Ni
duda con Benavito, por que te amó», le dijo El Cotorro y, en decir esto ya
había un consuelo de amigo, con testigos, pues allí estaban Malká y Sara La
Abejita.
«Y, como sufres, te lo conté a riesgo de que me llames
chismoso».
40. ¿Quién es el faraón?
«Mira que no me has dado
prole»: Gn. 15: 3
Pasaron años de estudios en Baltimore. Ocasionalmente,
venía en Navidad. Ya, por lo menos, sus cartas fueron más largas y continuas.
Un día, porque echó de menos a su padre, soñaba con él, le envió una de las
lindas cartas que Sara ha guardado y pensaba que su esposo no sería capaz de
escribir:
... un día el padre Asura que le dio mazdah de
fuego, medha de varón y la Estrella
que resplandecía en su noche, trajo la espada e invocó a Zaín en su muslo y él
se fijó en Sara y juró por los contenidos potenciales de lo fértil que se
entretendría con su hermosura porque a todo su contenido decía, Teth,
te(t)quiero, serpiente, me gustas, Sara, y quiso hacerla su amiga, con más amor
que al padre que tenía oculto.
«Hijo de Attar, porque te doy espada de Zaín, me separas
como al grano o la pastura que no sirve a la tierra ni al rebaño que te confié,
hijo de Attar, ¿por qué ya no miras a lo alto. Mi Estrella resplandece en el
horizonte y te dice: «Escucha. Es hora de partir».
Y Sarai era tan hermosa. Más hermosa que la Espada de
Zaín que buscaba arrancarlo de la fijeza aparente de la noche y de la vibración
primaria que él escuchaba de continuo dentro de sí. El silencio de Taanug,
placer oculto del Viviente... Para entonces, ya Abram iba y la amaba aunque no
había estrella alguna en el cielo que a ambos les pudiera solazar; la amaba en
la blancura del día.
En la negrez de la noche la amaba. La amaba en la soledad
y en la indiscreta presencia de las bestias. La amaba por lo que escurre un
segundo para el ser y por los manantiales huracanados de las horas; sabía
amarla hasta envejecer y morir y volver a renacer, él arriba, ella abajo;
tendidos bocarriba, cavándose como pozos, perforándose con besos y con
chicoleos, sabían volverse uno y destilar la alegría por las nalgas y sudar
entre los senos, bañarse de saliva los muslos y las mejillas, lamerse las
oquedades y protuberancias de la Taavá para
mayor alegría y, sin embargo, pese a tantos deliquios, no había fruto.
«Tengo deseos de tener un hijo», le dijo a Sara. Se lo
dijo, por primera vez, en 1950, cuando la halló en el sótano que había
convertido en una oficinita con sus cosas. Por ejemplo, esos recortes de la
Guerra de Corea. A veces comentaba que es triste que Corea del Sur buscara el
apoyo de los EE.UU. y sus aliados y trataba de entender exactamente como el
bloque comunista ayuda a Corea del Norte.
Aunque mi padre halló sus recortes, se hizo el
desentendido.
«A lo mejor es que ella se aburre», meditó... Es una
mujer inteligente en un planeta donde la mitad de la población es analfabeta.
¿Quién le dará conversación, si acaso su madre sola, que casi no ha salido de las
cuatro paredes? Tal vez Malká, su propia madre, habría sido una gran pintora,
viajando por Europa con exposiciones y codeándose con los hombres y mujeres más
lúcidos del planeta, otros artistas, intelectuales...
… y Benavito le cortó las alas, por celos de su juventud.
Abram hizo lo mismo con Sara y ahora se detiene a
pensarlo: tal vez ella habría sido la que le compitiera con su prestigio
médico, o aptitudes para la investigación. «Es tan minuciosa como lo fue el Dr.
Moritz», y esa caligrafía suya se lo recuerda.
«Tienes una caligrafía que mienta, en cierto modo, la
devoción de Moritz por hacer notas, apuntándolom todo, le dijo y Sara trató de
ocultar las que había hecho en torno a Alfred Krupp, condenado al fin de la
Segunda Guerra Mundial como criminal / genocida / por su participación en la
industria bélica nazi. El industrial siderúrgico acababa de ser indultado.
«Para él, sí ha habido lástima; pero para mi padre, no.
Con esas maquinarias de guerra, construidas por Krupp, lo hicieron polvo». Y
este año, cuando su esposo viene, uno que ella quisiera considerar su camarada,
el país que él alega que es «vocero de la paz, el progreso y la democracia»,
tal país ha detonado la primera bomba de fusión nuclear (bomba de hidrogeno).
No ha de ser muy distinta la mentalidad de Krupp, el criminal de guerra, a la
de estos hombres en el gobierno de los EE.UU. que han probado un armamento tan
mortífero en algún atollan del océano Pacifico, hace apenas un mes, en
noviembre.
«¡Qué Navidad me puede regalar Santa Claus y qué mundo
futuro que pueda yo legar a mis hijos, ahora que mi esposo me propone que me
embarace y no me niegue en mis días fértiles, si he visto cómo una Bomba H
borró del mapa el atolón!», piensa mientras él le acaricia el cuello y besuquea
sus orejitas.
«Te he dicho que ya me gustaría un hijo tuyo», insistió
con tono zalamero, «y en la recámara, esta noche».
Están, por el momento, en dos mundos diferentes. Ella
piensa que se ha casado con un contrarrevolucionario de marca mayor. Un
defensor de toda esa gente del Pentágono que lo doblegó con sus becas de
estudios y prebendas. Analiza que la explosión de la Bomba H equivalió a
10,000,000 toneladas (10 megatoneladas) de TNT.
Es decir, 500 veces la potencia (20 kilotoneladas) de la
bomba de fisión nuclear que fue arrojada sobre Hiroshima. Y, como su padre
Joachim murió en un bombardeo, entre las cosas que ahora odia están la
dinamita, el TNT, el Vergeltung I y II, misiles. Vergeltung huele a venganza y a la muerte de su padre. La V-2 fue
lanzada por primera vez sobre Londres y un avión sin piloto V-1, cargado de
explosivos, que ni siquiera es tan destructivo como la V-2, hizo añicos el
cuerpo de Joachim.
«Yo no quiero tener hijos», ella le dijo. El cree que son
boberías que dicen las mujeres. « ¿Acaso no es la maternidad el ideal mayor de
las mujeres?», piensa él y le manosea los senos, por encima de su blusa. «Lo
que te pasa es que estás resentida por siete años que llevo en Baltimore; pero
estoy ganando dinero, aprendiendo, y te envío regalos... Estás enojada porque
no te atendí bien. Sí, al principio, fui olvidadizo. Hice que Malká y Andrés se
enojaran; pero, yo hablé con él ayer. Le dije a Andrés: 'Seguramente, Sara
quedará embarazada. Voy aprovechar esta Navidad y la cama que nos compraste. La
cama matrimonial, King-size. Te voy a
dar un sobrino, ¿eh?' Traté de ser más cordial que nunca antes para que acabe
de ocupar ese piso. El piso de Leopoldo, como le dices... Yo estoy poniendo de
mi parte. Pon tú de la tuya* dónde abre este signo?», dijo el esposo.
Con un refregón del Viento, el Anciano de los siglos
que Abram llamó Varuna y que antes, con más ternura, llamara Padre
Asura, se personó y dijo: «Quien te ata a Simjá, la alegría, quien
te dio una espada de Zaín para que tengas verbos y energía en tus palabras y el
poder de Hashem, no te vea afligido ahora que has conocido mujer y amor en tu
carne y que has pasado por el viaje de la libido y si no has dado parte de tu
disfrute; a ella que está triste... no es por mi causa. Eres tú quien se
comporta como un mal amigo.
«Y se quejó de que Sarai era infértil y que sólo los
rebaños le dicen pastor, padre, auxilio mío. Mas él recordó a su padre cuando
le dijo: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la
tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré»: Gn. 12:
1-2
Entonces, el Anciano dijo: Comienza el viaje de nuevo.
Obedece y sigue la Estrella que resplandece en el horizonte. Ámame como el día
en que eras tan simple y no tenías la espada de mi palabra. Todo lo que salía
de tu boca entonces era sinceridad... Te hice varón, un poco solitario,
introspectivo, y no compartí contigo el placer de la carne, el viaje de la
libido. Mas el día en que conociste a Sarai te hiciste egoísta y mentiroso.
Mediste el placer que ella da en menoscabo a la amistad que te di. ¿Qué te ha
pasado que, cuando te doy, me quitas?
Juraste por la Verdad / mi Emet / mi silencio, en el cerebro oculto, pero tu verdad es un
espectro desde el tiempo en que te di el habla y la energía de la palabra que
vibra, sonoramente, una vez que sale de la boca.
Dijiste que vas a buscar los Gemelos que abundan en los
atrios de Canaán. Que irás al Bazo, donde las emociones se digieren y apuran y
a rompe y rasga la vida es más que siete. Trasquilo y no desollo,—porfiaste.
¡Ay, pirujo! mira a quien saqué de los traspatios para
mostrar en el encino de More mi plan, mira cómo da un solo con sus vaniloquios
el tontarrón que llamé Hijo de Attar cuando peor es que el Santo de Pajares. Te
dije: — Ve solo, deja todo para esta tarea» y te llevaste la diablesa con mi Ojo
de Ayín. Sal de Ur, solo, como sin sombra, triste—, sería yo quien enseño
la plenitud de la alegría, y te llevaste al sobrino Lot de manguindó y a la
pizpireta de Sarai, otra que ama sus arrequives y al atajo de tus disparates da
asenso por fidelidad.
Pero no te entristezcas,
Abram. Yo soy el amigo fiel.
«Sarita, yo sé que entre nosotros muchas cosas han
resultado mal. La beca que se te iba a dar, por ejemplo. Mi madre que piensa
que vender algo de mi padre ha sido robo. Cosas de autoridad... Todo tiene una
explicación», comenzó a decir. «Yo te acepto, con tus ideas; pero el sistema
no. Nunca quité el dedo del renglón. Te defendí, niña, delante de los faraones.
No tienes ninguna culpa respecto a lo que fuera tu padre... no tienes por qué
arrastrar su némesis...»
«Yo arrastro a gusto lo que aprendí de él. Eso es ser
camarada; pero tú no sientes merecedor y tomas y haces, a hurtadillas».
«No, no, óyeme... Dije que eras heroica, inteligente, con
estudios médicos... Y que mereces la misma oportunidad que yo, pero fue
terrible. Lo fue los proyectos de los EE.UU. ahora son tremendos. El caso es
que ya no se confía en personas que son profesionales, capaces, comunistas
quizás y forman pareja, tú sabes... habrás leído acerca de Ethel y Julius. El
pasaba por un simple ingeniero, ella como una actriz o secretaria de no se
qué... Mas para el Gobierno de posguerra, gobierno de guerra fría y gusanos que
no se pueden matar, traficaban con información militar e industrial
clasificada... y es atroz, porque entre los secretos está como se fabrica una
bomba atómica... y yo sé que eres buena, leal, que te mueve el altruismo; pero,
¿qué sucede si otro piensa otra cosa? Los que recopilan datos sobre tu familia,
Joachim y su gente, te mejor que yo. Yo no los puedo defender si Tail-Gunner Joe que rastrea pisadas y
expedientes y, desde 1950, se le antoja decir que es un monstruo... a mí se me
dijo, únicamente, de qué se trata la Guerra Fría y cómo el proceso de
recomendaciones es en este sistema... y el sistema lo determina el Senado, los
comité pentagonales, antes de que pase a las universidades, y esta gente
examina todo, por lo que se me advirtió que colocarte a ti pudiera ser
contraproducente. Que yo mejor viaje solo...»
«¿Viajar solo? ¿Qué quieres decir?»
«Este nuestro futuro será grande. Si vienes conmigo puede
que vivamos en las bases aéreas de Norteamérica, conoceremos oficiales de
rango... puede que viajemos a España, Japón, Panamá, Norteamérica y Puerto
Rico... Mira, con esto de la histeria anticomunista que desde los '50 y el caso
de los Rosenberg, los EE.UU. no quiere pagar por esa clase de gente ni el
Gobierno Federal, ni en el establecimiento científico, en sus universidades,
¿te fijas? A eso se dedica el senador de Wisconsin... »
«¿Y quieres un hijo que ni vas a ver? ¿Preñarme para
qué?»
«Viajar solo es una manera de decir... si aceptamos o no,
lo mejor que pueden darnos por ahora... yo ser un médico en sus bases, trabajo
seguro, ayuda para ser residentes y ciudadanos por naturalización... una vez
logrado esto, puedes retomar la carrera...* cerramos el signo?
« ¿Cuando ya esté vieja?»
«Lo que te quiero decir es que los faraones mandan y
vieron el expediente investigativo de tu familia y dicen que no convienes ni
para la CIA, que habría que inventarte de arriba a abajo... Escucha esto;
¡Joseph Raymond McCarthy! Grábate ese nombre y, si él que ahora hace
acusaciones temerarias, demagógicas, inverificables con los hechos, por sólo
presumir su patriotismo, te hallara beneficiada de becas de posgrado, ¿qué
harán de los dos? Tú y yo sabemos que no somos Julius y Ethel Rosenberg, no
somos neoyorquinos prestigiosos, no somos... Queremos servir a un país que
amamos y que prevalece con sus práctica salvajes, con ladrones y dictaduras...»
Mejor le habría gustado que no viniera ni dijera nada.
Sara le está dando una mirada a su esposo que él no la olvidará jamás. Le ha
dicho, con los ojos mentiroso y cínico.
« ¿Y me pides un hijo?»
«¡Ya no te quiero sola en esta casa! No le veo futuro a
vivir. Y el año que viene me asignaran la Base de Guantánamo».
«Entonces, el Faraón llamó a Abram y le dijo: ¿Qué es ésto
que has hecho conmigo? ¿Por qué no me dijiste que era tu mujer? ¿Por qué
dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por mujer?
Ahora, pues, he aquí tu mujer. Tómala y vete»: Gn. 12: 18-19
Tú sí que te has vuelto, mentiroso, Abram, y los atabales
traes a cuestas, bellaco. ¿Qué hiciste? Plagas han caído sobre la casa que te
acogió y te dio asnas, bueyes, rebaños. Te prospero cuando la miseria hiere
como atracador en los caminos y sembraste la mentira: «Es mi hermana», pero,
¿pensaste en mis ojos, Abram?... se han llenado de su hermosura cada vez que la
contemplo; ¿qué? por qué me expones al Otro lado, el maligno Sitra Ajra
de los gañines que, por la tentadora delicia que dan como carnada, se cobran y nos
destruyan las copas de la dicha: la emoción, el compromiso, la unidad, ¿qué?
¿piensas que no tenemos metas, qué sólo tú has sido amparado por tu dios?
Toma a Sarai. Llévatela lejos, pero ámala y no la
expongas, Abram, al riesgo de la codicia ajena. Hermosa es como Cybele frigia,
ardiente y saludable es como Ishthar; como a prostituta hitita la soñé en
templos de Astarté y el dolor comienza a llenar la casa, en luto, se ha
convertido mi corazón por su causa.
Me dijo la mujer: «Yo soy el sereno placer de Abram. El
es mi esposo y soy el agua de su alegría. Sentirme suya es mi voluntad innata y
no puede ser de otro hombre, aunque sea el Faraón y el más poderoso varón de la
tierra. Yo sólo tengo un dueño y en la tierra, Abram es el alma de mi grosura.
El es mi rey».
41. Yo, el primer hijo en La Bodega
Claro está, cundió la alegría. Se elevaron las risas y se
conversaron múltiples planes de crianza, una vez que nació el primer hijo de
Abram y Sara en La Bodega.
Desde una ventana del edificio salió el sonido del shofar.
Y otro día, con celebraciones, se oyó una orquesta de clarinetes, bombardinos,
trompetas y tambores, que operó en mejores tiempos en el lugar. En La Bodega se
dieron clases de solfeo y música a jóvenes y niños, y a Benavito le gustaba oír
sus sesiones de ensayos musicales y cantos. Gran pared separaba la escuela de
su casa; pero él adivinaba la música más que escucharla.
«La música», según decía, «habla como Dios». Ha-Shem
vocaliza con música o vibraciones de las esferas.
Alguna vez acusaron que la música que se oye desde La
Bodega es profana, que más parecida es a la profanidad de Tiro-Sidón que a
Jerusalén y él les dijo a los judíos, con tales quejas, que ambas ciudades son
«ejes de una misma cultura... para el porvenir», sólo que Jerusalén es más
espiritual que Cartago, alegría material; pero «aún en lo material, la música
es voz divina, que no ofenda y alegra».
¡Qué pena que Abuelo no haya escuchado estas
celebraciones por el nacimiento de su nieto!
Malká (sólo Abuelo decía correctamente su nombre, con el
acento final) le comentó con el judío Becerra, «si mi Simón viviera, ¡qué feliz
estaría de oír otra vez música en la casa!», pues, él nunca pensó, como piensa
su hijo, que vivir en La Bodega sea como vivir en un vientre estéril, rodeado de
viejas cosas, como esos acopios de vinatería.
Cada cosa en La Bodega es su Jerusalén en retoño. A todo
le supuso futuro porque la primera Sara hizo real la promesa. Le dio un hijo en
la vejez.
En La Bodega comenzaron sus amores y fructificó en Ceiba
Mocha; pero, «el fuego de las caricias, aquí fue encendido» en La Bodega...
Desde entonces, idea de Benavito fue que vendrá el día en que este edificio se
llenaría de nueva vida, con hijos, nietos, amistades. La familia crecerá y él
podría verlo. Humanidad y heredad prosperrada.
El primogénito de Abram fue la materialización de su
profecía. Andrés, que fue el primer hijo de Simón Benavito, se crió en Santiago
de Cuba con el Dr. Moritz, antes de irse a Cárdenas, a buscar a Alicia, «no
nació aquí ni aquí di mis amores a Alicia» y el primer hijo de Benavito con
Malká que nació en Ceiba Mocha, «pero aquí, como cesta que para mis huevos se
acomoda, fue milagro».
«Este es el primero, hijo mío», le dijo Malká a Abram, primero
que nace en La Bodega y por eso la familia Becerra festeja. Trajo música santa.
Sara estaba feliz con mi nacimiento y le recordó al
esposo, «Sea por Dios que nos sirva para el acercamiento». Andrés estaba tan
feliz como si fuese suyo, él su padre, ella, su esposa, y se lo dieron a que lo
cargara en brazos (fue la primera vez) y que vea cómo se siente el peso de su
nacido.
Que nazca este primer hijo de los Abram, esto es, otro ben Abram-Riga,
no fue como tarea fácil para quien pensara como «vientre estéril» al almacén de
La Habana, sólo porque de fuera parece tan deteriorado.
En torno a la procreación y la vida, Abram admitió
derechos, por esposo legítimo de la mujer a la que hizo madre. En cambio, Sara
le dijo: «Dios da la vida. Tener un hijo es sólo un privilegio, un acto de
confianza». Y, si en el rigor de ese planteamiento, ambos coincidieran, Abram
ni se preocupó con lo que ella implicara. No fue el esposo que esperó, según lo
iría descubriendo.
«Tal vez puede que la vida nos diga… no es en La Habana.
América es grande».
«Estoy hablando sobre amor y lealtad en el matrimonio. Sea
por Dios que nos sirva para el acercamiento. Entiende. De mi Fe no me separo,
pero de ti puede que suceda, ¿me entiendes?... porque hace rato…»
«No. Cállate. No me digas eso».
«Me tendrás que callar toda la vida. ¿Crees dialogar
alguna vez? ¿En funcionar en equipo como en la práctica éramos ‘camaradas’ durante la guerra?»
Difícil tarea acercarse a una mujer con higiene,
conocedora de su cuerpo y sus emociones, y que bendice su cama antes de subir
con el esposo a ella. Como una antigua escandinava, recurrió a la Sabiduría de
los Dragones (en las proas de sus barcos vikingos). Es que Sara, cuando piensa
en el fresno sagrado («yggdrasil»), cree
que sus raíces se extienden a través de todos los mundos; pero, hay un dragón
(que llama Nidhug o, a veces Níohöggr) que siempre vela la hora de entrar en la
cama y con qué clase de espíritus se entra.
«Oigo que dices ‘cállate’ como un dragón que trae plaga,
epidemia a una tierra nueva, a un mar o puerto nuevo», le dice la esposa.
A estos espíritus inmundos, espíritus costeros, les
denomina Landvaettir. Cuando ha subido a la cama, para intimidad con su esposo,
siente como si oyera a esos espíritus que él teme: celos por su ausencia de que
otros varones la miren, miedo a la envidia que puede más que la ostentación.
Estarse ausente de la casa, tal vez para encubrir un sentimiento de culpa,
afianza una carencia en Abram y, entonces, el Dragón espiritual que tiene, no
vence a los espíritus del Ain Hará, el mal de ojo, y avanza como una infección
que se adhiere a las sábanas de holanda de su cama los sentimientos de
desprotección, culpa y dolor injusto.
«Te escuché acostar al niño con un rezo extraño, no
habitual: 'bli ain hará o kein aine ore'?
¿Por qué rezaste así, o pronunciaste eso? Y luego la cinta roja que pusiste
en la muñeca de nuestro hijo. Sarita, eres mujer inteligente; no lo eduques ni
te fíes en supersticiones. Yo sé que piensas aún no era el tiempo adecuado para
que tuviésemos familia. Si no te sientes preparada para ser madre, consulta con
mamá. Ella le dio un hijo a un pobre viejo».
«No te mortifiques. Abram. Sé sobre ciencia y medicina
tanto como tú; pero, soy genuinamente judaica. De la Torá proviene mucha de la Sabiduría en que quiero que se eduque».
«Pues, mi madre fue como la Mano de Miriam. Y mi padre un
rabino y yo les pediría un amuleto para cortar el mal de ojo, así que ante la
conducta de Landvaettir, o tus espíritus
o emociones contrariadas e inmundas, si me tocas y no quiero, es mejor
que lo pida».
«¡Carajo, Sara, somos dos médicos, dos racionalistas!».
«Tú, incrédulo y ateo. Nada hay de racional en que a cada
instante me digas que me calle, que no opine. ¿Con quién crees que te casaste?»
Mamá me ha contado que cada vez que viajaba con sus
padres (y fue andariega como Andrés, vio el mundo) ella portaba una joyita en
forma de mano que llamaba el 'hamsa'
(me dijo que se me regaló una que hizo forjar en una joyería de La Habana y que
no una superstición pre-israelí), sino el diseño de la vieja sabiduría
alegorizada. Con las mudanzas, se perdió. Es mejor a cualquier ‘hamsa’, una
mano espiritual de fe. Quien me dio una’hamsa’ como si fuese un llavero de
gasolinera , o regalo para un nene bobo, no tuvo fe.
«Me habría gustado regalarte la 'hamsa' que, desde niña, me colgué al cuello, la que Joachim me
dio, pero perdí. Es un simple adornito: una palma de mano, sobre la que se
graba un ojo y se medita con esto que se han eliminado los males posibles: el
mal de ojo, la envidia y se medita en conservar la modestia, jamás un sentimiento
de venganza. Jamás temor a la muerte».
«Los negros santeros creen en amuletos, ah», le digo a
Mamá.
«También tienen fe».
«Pero esto que te digo lo enseña el Talmud: 'Soy de la
simiente de Iosef, que no es afectado por el mal de ojo'. Y cuando José viajó a
Egipto, a la Corte del Faraón, estaba bajo La Mano del Altísimo. Seguro que
tenía su hamsa».
Sobre la cama, donde ahora Abram comenzaba a buscar sus
besos y querer encimarla, porque ella no permitió durante el embarazo que Abram
la tocara, ella le contó sobre la visita de dos parientes de María Lecsinka y
su hija Paquira: unos muchachos que recién llegaban a La Habana. Los vio
hambrientos, sucios, con zapatos descosidos y desgastados en sus manos, con el
cabello crecido y semi barbados. Preguntaron por los hijos de Benavito, esto
es, por Andrés y por Abram, aunque no saben sus nombres «y ellos me movieron a
darles de comer y ropa de su talla, ropa que ya tú no usas. Eran mulatos, de
piel muy oscura, pero ambos tenían los ojos azules de tus Lecinska y te diría
que muy bellos, excepto que ambos sufrían de los ojos alguna anomalía. Uno
tenía un ojo extrábico, o turnio y el menor se servía del mayor como lazarillo.
Era ciego y por lo visto y, desde que se fueron, con todo lo que les di y la
promesa de seguir ayudándolos, puse la cinta roja en la muñeca de nuestro hijo,
pero que sea señal generosa para él y nosotros. Todo lo que hago, Abram,
encarna un pensamiento protectivo, no te enojes, ¿eh?»
«Y Andrés, ¿vio a los pordioseros? ¿Te ayudó? ¿No les
atajó en la puerta o calle para que no subieran a nuestro segundo piso?»
«¿Cómo atajarles o ignorarles? ¡Son tu familia!»
Hizo diferencia que fueran hijos de Francisca José. De
Paquira.
«¡No importa! ¿Cómo asegurarlo?»
No le gustan los pobres. Por vagos y viciosos.
«Te conozco los prejuicios ahora. Ese elitismo malo».
«¡Puede que hayan sido impostores!»
«¡Abram, admite que tienes familia en necesidad! Ya lo
sabemos. Estos hombres, ya no tan jovencitos, hablaron suficientemente para que
se entienda por qué piden caridad. Son familia de María Lecsinka, viuda de
Antonio, hermano de tu padre. Nos visitaron, avergonzados por la mala suerte de
Paquira y sus hijos. Dieron datos correctos», le dice: «Te has vuelto duro. Ya
no eres tierno».
«Puede ser».
Paquira, recogida por el Dr. Moritz y sujetada a la
justicia de Ruy, el rabino de Ceiba Mocha. Enumeró a los mulatos en su prole,
padecimientos. Y dijeron que, en la casa de su padre, ellos vivieron reclusión.
Hablaron sobre la niña llamada Alicia, que Benavito casó y Malká me dijo que,
en 1885, se enterró a María Lecsinka, y que a Paquira (Francisca María) no se
le perdonaron sus infidelidades y que la niña Alicia no fue nacida de Antonio,
como tampoco lo fue Rachel. Son muchos hermanos en esta prole de adulterios,
pero, ¿no son los Abram-Lecsinka y los Moritz-Abram tu sangre? ¿No eres tú el
que debemos ser el compadecido?»
«El mundo es una mierda, llena de enfermedad e
ignorancia, dolor y deshonestidad. No te preocupes mucho por el mundo. Cuida,
sobre todo, a mi hijo. ¿Lo quieres feliz? Hazlo , egoísta y listo. Buenas
neuronas le hemos dado», dijo él, se arropó de pies a cabeza y se echó a
dormir.
«Te recuerdo que el mismo Benavito a Rachel la divorció
de Antonio, reprendió a las Lecsinka y la Halajá y otras normativas que
nos guían repudian a las adúlteras. La única mujer, en nuestra parentela, que
mi padre honró fue Alicia, porque ni a la propia Rachel, con que tuvo a su hijo
Andrés, por debilidad».
«Papá era un rabocaliente.
Y Rachel más hermosa que Alicia, más puta y las Lecksinka, doblemente putas».
«No hables así sobre tu familia».
«Pues, no jodas y cállate. Déjame dormir».
Sara, en silencio, repasa que es cierto.
Paquira fue la más hermosa, Recuerda los cuadros y fotos
que tiene Malká. Se los mostró y no mostraba celos ni envidias. Y viendo a los
visitantes del campo, parientes de su marido, Sara meditó en los ojos turbios y
descompuestos de la simiente de Francisca, y reza contra el mal de ojo.
El mal de ojo que
ella temo, el verdadero 'ain hará',
es que él no comprenda que la Torá prohíbe maldecir y Abram es un maldecidor; o
que no ofrezca bendiciones al prójimo, que es otra forma de mal mirar y
maldecir. Que no entienda que entre el corazón y el cosmos hay vínculos e
influencias recíprocas a todo nivel.
De momento, revolcándose en la colcha, el Dr. Abram jala
a su mujer del brazo y besuqueándola le dice: «Nena, si lo que quieres es que
le compre una manita hamsa contra el
estúpido mal de ojo a nuestra bebé, está bien. Vamos a la joyería. Lo
compramos. Le quitamos esa ridícula pulsera de tela roja. Le compramos una
pulsera con su nombre, ¿eh? Pero no me hables más sobre esto y ese mojonerío de los pordioseros que, en
nombre de los Lecksinka, vino a chantajearnos. Creí que Andrés iba a servir
para algo y proteger la casa de pordioseros»
«El no estaba aquí. No lo culpes. Él ni se ha mudado. Él
viene y se va. No nos descuida; pero él recién ahora es que accede a vivir
aquí, y nos hace falta, en casos como éstos».
«Pues, dile que tan pronto me vaya, haga guardia en la
puerta y no deje que vuelvan esos desgraciados».
«Eso es lo que llamo mal de ojo, la visión ostentosa y
despreciadora, que tienes».
«Maldita sea. ¿Por qué tienes que hacer con palabras mi
cama, cuando te solicito momentos de intimidad, un lecho de demonios?»
«¿Te enumero cuántas veces maldices?»
«Yo me voy pa'l carajo», gritó y comenzó a vestirse para
irse a no sé qué lugar.
Ciertamente, se olvidó del niño que nació en La Bodega. Y
que, en uno de sus viajes, avisado con meses para que regresara, sirvió para
que atendiera el embarazo.