Saturday, November 02, 2013

LAS JUDERIAS / CAPITULOS 6 AL 16



6. Abram, el racionalizador, y Sara, la alborotosa
             
Antes del primer cuatrienio de Fulgencio Batista, por su viaje y estudios en Europa, mi padre trajo a La Habana a una mujer de escándalo, otra judía luminosa. Precisamente, sobre ésta fue quien dijo, «maldita sea la hora en que la conocí». Ah, sí... Sara de Riga, a quien amé más que a él y me pregunté el por qué dijo así y la maldijo, sin que yo hallara nada que lo justificara. « ¡Ay, Sara, cómo te amé! que deshonro a mi padre con el pensamiento».
Ella fue como yo... y sí que murió con la boca abierta. Bien cumplida y relamida de vivir. No que haya sido lenguaraz; pero soltó sus palabrotas cuando al alma suya le sobró ápice y canto. Decía al pan pan y al vino, vino. Tenía mucha luz dentro de su alma y le salía por los poros en forma de belleza y en tómate ésta y vuelve por la otra.
Una mujer tan hermosa, como la abuela, o Paquira, la del negro, que hicieron de cada aldea una olla de cohetes. Todos se atagallaban por tenerlas; pero mi madre, en particular, fue como la Fuente de Capadocia, consagrada a Zeus. Para el perjuro que se bañaba en tal fuente, las aguas serían nocivas; para el justo, sus aguas buenas. Así era el amor de Sara, bueno para el que llevara un príncipe en los huesos. Y en mi padre halló su príncipe, creyó ella, y, en la tierra de Gerar, tan poblada de trápalas, a nadie más.
Sólo se besa la boca de los sapos cuando se está fuera del Seno de Abraham; pero, Sara besó la boca de mi padre n vida, ninguna otra, y él fue su príncipe hasta el final de sus días. Y, conste, él besó a otras ranas, menos nobles que ella. Él fue débil. Muchas máscaras pudieron más que él... aunque yo no le culpo por eso. Fue mi madre quien me dijo que él cedió a la carne y lo dañador de los espíritus malignos (masick, Ruack Roah) y pecó con fornicación. «No sufras. Yo lo perdoné», agregó.
En realidad, él no bailó la titundia en aquella Vieja Habana de carnavales y humo de mabingas. No contó con el apoyo de Leopoldo ¡Quiso ver en él un consejero, mas su primo y cuñado se escabulló! Mi padre se quedó solo, sin consejo de los «sabios de Sión», como les llamara.
De Benavito, su padre, tampoco exprimió en su beneficio la riqueza que había en él. Conocimiento espiritual más que nada y que, en cambio, había compartido con gente que lo mereció menos; pero que lo adivinaba.
(Es triste adquirir, por segundas y terceras manos, lo que un padre o un abuelo tienen para su prole de honra. Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra, amén. Selah).
Posiblemente, ante mis ojos, a Abram lo desfiguró ser demasiado introspectivo y desconfiado. Lo comprendo. A su manera, pretendió ser honesto y cada paso decía que el mundo es una mierda. ¡Por vida mía! Que no se le busquen patas al gato, que no vale la pena preguntar por nada. ¿Qué de malo hay en preguntar y parecer idiota, si lo que se ha de adquirir es tan inmenso?
Muchas veces, él tuvo que recular con su verdad. Total, por no atreverse a escuchar que otros son capaces de confirmaciones... Puede que no siempre, la vida pone a tu paso grandes satisfacciones y hermosuras. Pero hay que ser agradecido, amable, y externar la fe. Mover esas correítas de cuero que tiene el tefilín.
Por su cuenta, mi padre racionalizaba hasta la más subjetiva auto-justificación. Para el pueblo infiel, según me dijo, la realidad se esconde. Esto pudiera ser falso, pero, él insistía: «La gente confunde la acción con el ruido; mira de la realidad sólo en sus superficies, sin observar plenamente, en su infinita red de estructuras y conexiones», me dijo. Los hombres son trapaleros y, de cada tema que a la realidad representa, toman par de greñas y las festejan como cimientos para sus estúpidas creencias. Reducen el todo a segmento. No miran más allá de sus narices. Toman el grano por paja. Ni hay ni habrá, que no sea Dios, quien los saque del error.
Dijo que el diablo hizo las superficies y las conformidades. Los que andamos con Dios, dijo él, «somos iniciadores», hijos de actividad constante y de la Roca que arde para siempre. Y del fuego que nos redime y acrisola depende la solidez de nuestras vidas.


7. El fantasma del abuelo     

Mi abuelo murió en 1940, a los 65 años y. mucho antes, con su ex-mujer Alicia planeó mudarse a La Habana. Mi padre Abram nació, accidentalmente, en Matanzas y, a poco tiempo de su nacimiento, Simón Benavito volvió a La Habana.
En la misma casa que el abuelo compró para Alicia, hija de Paquira, y que ella no quiso, papá se fue a vivir y a conocer el fantasma del Viejo (que tenía muchos y, yo por poeta, podía verlos); Ciertamente, era un fantasma, No le vi materialmente el rostro. No lo conocí. Le intuí por los recuerdos y actitudes de los miembros de la familia y por lo que se dijo sobre él y fue como su historia. Crónicas escritas y orales que cotejaba por amor a Cuba y España, sus raíces.
Los fantasmas me hacían escarbar cosas para que yo conociera lo que se me ocultara. Metía mis narices en baúles viejos, inducido por voces y consejos del fantasma Viejo de Benavito. Y supe que, después de unos años en La Habana, decidió irse a Baltimore, sin su mujer, en la postguerra. Antes se mudó con los hijos que el Dr. Otilio Matías de Neves trajo de Suiza, en tiempos de la guerra.
De Benavito supe de cada vez que buscó otra mujer, ya que andaba en palmas y se le quería entre los Israeliten de La Habana. Debió ser un hombre al que se le perdonaba todo y se le confiaron favores porque hablaba muchos idiomas y le gustaban los viajes.
La princesa final y su corona para días de Shekinah glorioso fue Malká, La Sueca. Fue mentada como la Reina del Sábado. Practicaría la pintura, lee. Se destacó  por un aire aristocratizado, calmo que la diferenciaba de mi madre quien fur esencialmente populista, más alborotada, y tuvo por ancestro a conspiradores sociales.
Eran los tiempos de la crisis y la primera Guerra Mundial. Y hombres, como él, eran útiles a los políticos incompetentes. Los reclutaban. A él se le acercaron, políticos y él los castigaba con abandono.
«Tienen ideas estúpidas» y rememoró a Alicia, mujer que él abandonara, y que decía que, si por algo amara a Santiago de Cuba, fue por ser el lugar de la patria cubana... por donde entrarían los americanos, los alemanes, los rusos... cualquiera sea el invasor que correspondiera al momento.
Alicia estaba lista para recibir a invasores, lo mismo que a políticos vendepatrias. Estúpidamente, decía que las invasiones traen prosperidad y que le gustaba que ocurrieran. Obviamente, él le callaba:
«¡Boca de currinche!), no sabes lo que hablas!»
El Fantasma Viejo de él me habló con tristeza de la ciencia, en nombre de la cual se cometieron carnicerías mecanizadas, el asesinato en masa de judíos y etnias enteras. Desde su perspectiva fue el quien me hizo sentir que el Holocausto es cosa contemporánea, no algo de textos antiguos en la Torá y la Alemania fascista, o sucesivamente, unos eventos históricos mas o menos violentos del pasado. Ahora es otra, cosa asociada a la quiebra del sistema parlamentario, el fin del liberalismo económico, la desesperanza y el miedo. E hizo notas y recompiló  libros, escritos por gente que llamaba Sabios
Recuerdo unas afirmaciones que, por escrito dejara como profecía: Que habrá momentos en que los niños de la Tierra serán los rehenes y refugiados de más de 100 conflictos armados en más de cien países que torturan a sus ciudadanos, niegan derechos a la libre expresión, y dejan sin patria a otros, al obligarlos a emigrar o refugiarse fuera de sus fronteras nativas. Por cálculos de kabbalah, decía que un promedio de 130 países matarían a millón y medio de personas en los inicios del siglo XX1 en un solo año; “pero no dirán es la Tercera Guerra Mundial, pese a que 10 millones de mujeres perdieron la patria y conocerán los campamentos de refugio y precariedad.. No es la tercera guerra mundial, pero 100 países en determinado ano torturan y mas de 20 naciones creen que se justifica las tortura, incluyendo las democracias capitalistas.
En cuanto a la Ciencia, decía que los verdaderos sabios no juzgan por la pinta de que ésta ofrezca la solución a todos los problemas del cielo y de la tierra. «El dichoso Árbol del Mal, si para algo ha servido es para Cebar el Cerdo del Estado, la concentración estatal y originar la crisis epistemológica que se vive, tirar la fe de sus cimientos con esta arrogancia que experimentamos». En fin, la ciencia se puso al servicio de la destrucción y de la muerte.
Ni había nacido yo cuando mi padre tenía su propia historia del alma («die Geschichte der Seele»), además de cinco nombres para ella. El ideal de la suya, me dijo, es Jaiá, vida en que todos los órganos son exánimes y sólo el Alma en el cuerpo da vida a la totalidad de los órganos; por de pronto, tiene el alma trunca Es un ser que respira. Un alma respiratoria, aún con su buen ritmo de respiraciones, no le es suficiente. Y Neshamá, fuente de carácter y temperamento del individuo, es esencialmente obranza de 'neshimá', respiración, así que está muy lejos de los que anhela de los carruajes del alma.
¿Y qué culpa tuve que Benavito dudara de mi propio padre y sus desapegos a la vida en comunidad y santidad? Vino fascinado con la Ciencia, desdeñoso de la fe, ambivalente y amó los ídolos del dinero, la comodidad y el prestigio, servirse de los yankees, sin saber que sólo hay un modo de dominarlos, oponérsele.
«No instruí a ninguno de mis hijos a que fueran así; algo hice mal», se quejó Benavito.
«En los días que viví, decenios del caos capitalista moderno, la economía financiera e industrial, surgió el movimiento socialista, con el que Andrés hizo migas. El no era simple, sí práctico. Podía entender la ciencia; pero no que una máquina esclavizara al ser humano. El capitalismo que él y yo conocimos tenía endiosadas la Ciencia y la Máquina... así, con tal ideologías,  Abram, el ocultador, discurría.
Ya no recuerdo cuando dejó de cantar aquellas cosas que aprendimos en grupo. 'Jaschajah Baal hetschna / Eeel kanno Taf... scaddei, scaddei... La ayuda está en ti, Señor, que eres mi grande, celoso y benéfico Dios... ¡Dios todopoderoso, Dios todopoderoso!»
Mi padre llegó a leer a los utópicos, de Owen y Fourier a Saint-Simón y Marx. Tuvo tiempo, antes de la Segunda Guerra Mundial, para hacerlo. Y, en nombre de lo científico, rechazó la idea de la concentración del poder estatal mediante la ciencia y la economía, porque un gobierno científico, si de veras lo fuera, no haría eso.
«Los super-Estados, como las Torres de Babel, basados en la máquina esclavizadora y en la totalización, fracasan y oprimen al hombre».
Del regreso a La Habana, con Leopoldo, de mis padres sólo las cartas y documentos de familia dan cuenta. Tío supo poco.
Ah, de él, se dijo que no había sido circuncidado, como pide la Tradición y, peor aún, que se andaba en las cumbanchas con los perros del mundo, sin hacer corro aparte y rehuir a los gentiles. Benavito no lo tenía en cuenta para nada y él tenía 23 años cuando el mentado Putsch reventó en Alemania.
Es más lo que se cuenta sobre el primogénito de Otilio, éste que se llamó Leopoldo, que sobre Otilio mismo. No sé por qué mi padre lo admiraba tanto, contrario a Benavito. «Leopoldo es la oscuridad de esta casa», solía decir el Abuelo. Quizás porque su hijo (Leopoldín fue el primero que murió en la Segunda Guerra), lo trató de cerca. Lo conoció en las buenas y las malas en diversas facetas de existencia y lo consideró un héroe, como a veces él mismo, por veterano de guerra y por trabajar para el aparato militar estadounidense en Guantánamo, también se consideraba.
Para mi abuelo, el ingeniero Leopoldo (con quien coincidía en las ideas fundamentales) fracasó en su empeño de adoctrinar a muchos de quienes entraron en su contacto. Fue uno. El abuelo repudió su politicismo de izquierda. Usó en su contra el término de moda en el Sur estadounidense, parlouer pinkos; pero, todavía añadía de su cosecha, sarcástica y demoledora, que el hijo de Otilio sería un «sueco de mierda», cocoliche o tagarino, que podía pasar entre los sureños y los gentiles como uno de los suyos.
Benavito tuvo cierto poder entre la judería habanera. A Leopoldo lo excluyó del establecimiento judío por ser demasiado eurocéntrico, pichón del sionismo eslavo y desconocer el hebreo. Le designaba como khazar de Aarhaus metido a farolero, donde no le llaman y cuando supo que, en New York, en 1924, se formó el Comité Judío para Cuba y que Leopoldo disertó, en apoyo al comité, él se fue al año siguiente, presentándose ante el mismo foro, a dar las conferencias de desquite, que no eran otra cosa que respuestas muy cargadas a lo dicho por el ingeniero, con propuestas más ortodoxas y, sobre todo, defensas a Gregorio López y lo que pudiera verse como su filosofía de la historia compartida.
El Abuelo tuvo más aguante que Otilio, el padre de Leopoldo y su suegro. Vivió más, era ardiente y matrimonió a una mujer que fue «la más linda de nuestra calle».
El sector que, en La Habana Vieja, él aludía como imperio regido por la hermosura de Su Esposa cubría no sólo el Paseo del Prado, sino aquellas dos calles que iban hacia el Puerto de La Habana, la vía de Monserrate (donde los judíos tenían sus fábricas de costura) y Neptuno, que terminaba en El Malecón.
De la llamada La Sueca / Mujer sin Nombre, en verdad, se conocieron antecedentes anti-judíos en su familia en Europa. Se dijo de esto en La Habana por maldad; pero, en cuanto su comportamiento, hubo que recordarla como la mujer más virtuosa entre las que el abuelo tuvo. Así la nombró él, con mucho orgullo: Einer tugenhafte Frau, la Señora Virtuosa. El abuelo se huyó brevemente a Matanzas con su recién adquirida mujer.
Dicen que le dio un poco de miedo la muerte de Leopoldo y que, a pesar del matrimonio, tuvo una etapa un tanto mística, en la que hizo intensos rezos en hebreo. En 1917, fue que Leopoldo, padre, se rejodió la jaba como habanero y murió, al año de llegar.
Surgió la plaga de influenza.


8. Tres aventureros  

Puede que, como se diga, fue el tonto. El más ignorante entre aquellos ilustres de la cepa judía en La Habana de principios de siglo... De hecho en 1931, terminó la vida de bordonero que mi Tío Tonto se daba. A él se le vio desaparecer, siendo que se le consideraba un sonsacado de cualquiera. «Tu vida no es santa. Hasta comes carne de puerco».
Por esos años de '30, anduvo por España. Eran los días en que, según sus palabras, «la monarquía regresó a Barcelona». El tuvo una reunión con Novás Calvo, el socio gallego que había instruido para que comerciara con telas en Cuba, Venezuela y las Antillas Holandesas. En octubre de 1934, cuando una revuelta sacudió la capital catalana, él ya había tomado precauciones y arrambló con el dinero que tenía invertido, en exportaciones, para no salir mal librado y se regresó a Almelo, Holanda. Nunca dejó que sus negocios se viniesen abajo. No ponía todos los huevos en una misma canasta. Comerció con telas, quesos de Holanda, hizo botellas, cosió el mismo, diseñó uniformes militares y guayaberas, vendió habanos en Almelo. Era realmente astuto aunque andara en fachas. Lo han llamado infeliz, puesto mil motes, porque es prudente y no presta dinero. No juega, no perdura en los vicios y las debilidades, pero todas las conoce,
Andrés, Leopoldín y Novás Calvo, trilogía de aventureros. Leopoldín por motivos políticos. Novás por amor al dinero y al conocimiento de gentes y Andrés porque le gusta aprender por la vía de la aventura. Toma riesgos. Excita así su adrenalina y se sale con la suya. Nada fue, en la vida de él, más peligroso que sus aventuras con Leopoldín. Se acuerda que él tuvo vergüenza de presentarse ante su padre. Le botó dinerales en épocas de bastante miseria. El protegía una célula clandestina en Basilea para 1934. Célula de gente roja, anti-hitleriana y, en Munich, los agentes de Hitler asesinaron a Ernest Rohm, Heines y Schmidt, los más claves colaboradores de aquella célula, a las que apostó, canalizó y financió con parte de la fortuna de su padre. Creyó en la promoción del anarcosindicalismo y la CNT, dirigida por Joaquín Maurín, y nada había conseguido, sino que el Bloque Obrero rechazara los vínculos judíos que colaboraban. ¡Comunistas españoles gritaban abajo el sionismo!
El BOC catalán mandó un par de esbirros a matar al internacionalista de marras, «al pobre Lleó». Nin y Maurín habían perdido el control del POUM. El último estaba en la cárcel y España, plagada de una guerra civil fratricida. Con el éxodo que provocaría la guerra civil española, se embarcó a Cuba de regreso. Se escondieron en el barrio Colón como dos ratas desesperadas, comidas de remordimientos. El único visitante que se permitían en el escondrijo de tal edificio fue el hombre que la mulatada del lugar llamaban Tu Monina Lino, con lo que aludían a Novás, el socio, y su bien vestida estampa.
«Les tengo noticias. Ya tengo oficinas y vamos al negocio de telas en grande».
«¿Dónde?», preguntó Andrés».
«En La Bodega».
«¡No, hijodeputa!»
«¡Y nos esperan en la ‘Charanga de Bejucal!».
Les trajo camisas, pantalones y sacos para que se vistieran como lo que eran, sus socios. Le dijo a Leopoldo que él podría recuperar lo que había despilfarrado en ayuda de comunistas malagradecidos. Las cuentas en bancos suizos de la familia Matías de Neves estaban en cero.
Al tío Andrés fue este gallego el que les puso sobre sus pies. Volverían a la vida. Después de regresar de El Bejucal, donde se cerraban las calles y se celebraban las navidades con carne de puerco, arroz con pollo y licor, el plan de Novás fue presentarlos ante sus padres, sin que éstos lo imaginaran.
Viajaron en unos camiones que llamaban de La Víbora, pasando por pueblitos como Rancho Boyeros y Bejucal hasta entrar por las callejuelas de Luz, Monserrate y Neptuno. Se detuvieron en pleno Malecón para que Leopoldín echara una vomitada escandalosa y agónica, porque había comido carne de puerco, por primera vez en su vida, y se sentía el judezno abominable.
En la tarea de procurar aire y descanso para su primo, que estaba más borracho que la tos de la mabinga, Andrés reparó en una mulata de fuego que lo miraba y que un coche dejó, a cierta distancia de ellos. Ella parecía decidida a acercarse al vehículo de La Víbora.
«¿Qué pasa?», preguntó la mujer.
«Nishte», susurró, pero abrió los ojos como pelotas porque la mujer parecía una diosa. Tenía una piel canela, con un delicioso fondongue y dos tetas tan ejemplares que le quitó la tirria y el ahogo.
«¿Al fin se cantó la gloria?», dijo Novás.
Habían visto a Rosa Belén por primera vez.


9. Rosa Belén, rosa de tres amantes
             
Benavito se encariñó a tal grado con el sobrino y, por tal razón, desafiaba el estímulo con que Leopoldo lo arengaba, pasándole la semilla de su activismo de cáscara amarga. Por otra parte, mi Tío Tonto deseaba ser más que un sastre de mierda y botellero rico, (Sépase: había echado a andar otra vez la fábrica de vidrio soplado que, en Cárdenas, se tenía en ruinas, desde la muerte de Antonio López Abram), mas no se le veía aptitud para los estudios y esto bastaba para compararlo con un burro.
Sin embargo, desde niño, Andrés manejaba fuertes sumas de dinero y para él no había depresiones económicas. Había aprendido un alemán judaizado que ni a yiddish llegaba, por causa de su tropicalosa liviandad y sus dizque escasos sesos.
Mi padre no conoció a Otilio y, por tal razón, no lo admiró, suficientemente. Buenas cosas se dijeron para honrar su memoria. Sobre Leopoldo, en cambio, supo hasta de los infundios públicos, desfiguraciones con que Simón Benavito lo juzgaría y chismes en torno a una putangona llamada Rosa Belén que le hizo su reputación un pudridero. No diría que mi padre lo admiró. Profesionalmente, sí; pero humanamente, no. Papá solo se admiraba a si mismo.
Estas cosas las conozco por puras referencias. La casa de mi niñez fue una posguerra de miedos y las escaramuzas emocionales sucedieron cuando yo ni nacía. Del pasado me vino la información siguiente. Y, claro, nací en una época mentirosa de la posguerra, la Guerra Fría y mi propia, la pre-revolucionaria y batisteana, cultivando su pánico y su estercolero, que fue el caldo de cultivo de la gusanería.
Pero sigamos el perfil del abuelo. Es alguien a quien aprendí a querer. Me habría gustado conocerlo porque, si mi padre hubiera sido del todo honesto, se habría parecido a él. Ambos amaron un poco de poder y cada uno por razones distintas. «A mí… que el poder lo obtenga de HaShem. Lo da en abundancia. Todo lo suyo es Grande, hasta las hembras que pone en tu camino».
A la muerte de los doctores Moritz Abram y Otilio Matías, como Moritz alguna vez hiciera a motu propio, Benavito se autoproclamó el árbitro de las disputas y el jefe de los clanes. El Moreh Scfatzer, Consejero Mayor y Kibitzer, fiscalizador. Mas, en vano, fue que llamar a la obediencia a Leopoldo, porque Abuelo Simón y él se llevaban apenas días en la edad. Esto bastaba para que mi abuelo y él porfiaran en cuanto a quien tendría la autoridad de kibitzer en asuntos de fe, educación y familia.
A menudo, mi abuelo utilizaba dos expresiones inglesas para describir las propensiones fornicarias de Leopoldo y su estilo intelectual: Swede-basher, load of bolshie y, por el fuerte acento de su inglés, aprendido en Baltimore y con la gringada de Cuba, la última frase que pronunciaba sonaba como «cargado de mierda». A Leopoldo, el poder y la autoridad se lo da el culo de una Gallina Clueca, una putezuela que mira en la calle lo hace sentirse grande como el macho pendejo; un Machado o Batista, con anuencia de Washington, ya no es tan despreciable; pero hay que hablar contra ellos, aunque sea de dientes para fuera. Hay que cultivar el mito heroico. Demócratas y Radicales rabiosos por ella.
De 1925 a 1930, a pesar del intenso gasto que el Partido Liberal cubano hacía en Obras Públicas, el ingeniero Leopoldo se hallaba sin amigos en La Habana, pero estaba podrido de dinero y lo respetaban por eso. El separaba a las amistades suyas de los que su cuñado intentaría cultivar.
El ingeniero criticaría la «mano dura» de Machado y, por supuesto, para él y su firma de construcción no habría ni mínimas asignaciones de trabajo, aunque, en ocasiones, él hacía sus propuestas de 'schlepper', labores menores. Cuando se aburría, viajaba a New York, a Charleston, a San Antonio. A escondidas, se reunía con judeznos de la Asociación de Jóvenes Hebreos en la Calle Obispo #97.
Ahora, delante de su hijo Leopoldín, su padre no se sentía con autoridad. Una mujer lo miraba con lástima. Estaba recariñosa con el muchacho, pichón de amante y revolucionario. Allí estaba Rosa Belén queriendo seducir a su hijo.
« ¡Qué cojones ha de tener esa hembra! que viene aquí tan frescamente. Ella fue amante mía y yo sé que también fue de Andrés... pero Andrés, idiota, es menos que yo... yo se la quito, ¿pero a mi hijo, que ella lo lambisconea? ¡Maldita puta ésta! ¿Por qué la trajiste de la charanga del Bejucal a la casa del Morah Scfatzar Benavito?», pensaba Leopoldo.
Ni en ausencia de Andrés ni su hijo pudo quitárselas. Más bien, sus idas al barrio Colón, sector de putas y bares en La Habana, fue su desprestigio ante los ojos vecinos que distinguían al doctor Benavito como muy honorable y ante los que, con él, habían vivido. Los hebreos de la Calle Obispo le comenzaron a llamar el sueco. Aún el placer de una hembra, se lo debate con su hijo y su parentela.
« ¿Sabes cómo te llama la gente?», le preguntó el Abuelo a su cuñado.
« ¿Y eso importa?»
«Leopoldo a oscuras... ¿el que manda a sus hijos por leña al monte, porque no tiene luz en sí...? » Y por esta frase, se enojó y se fue a San Antonio (Texas) a trabajar. No quiso ver la cara de su acusador.
«¿Cómo es que te estés peleando con Leopoldín por una puta, a tu edad?»
Con Benavito en la capital, el ingeniero se sentía más fiscalizado que nunca por el poder religioso, 'über religiöse Macht', y esto es peor para un hombre viudo, con mucho dinero. Para darse vida lujuriosa, él era quien incitaba a que Leopoldín y Andrés viajaran a Suiza.
Alma mesiánica como la de su abuelo la tuvo Otilio. Ninguno otro de la familia y de quien se me haya hablado/ Andrés iba por negocios porque se embarcó en la empresa de la exportación de telas a las Antillas Holandesas. Y el socio fue el gallego Novás.
Cuando Leopoldín se integró al clandestinaje político, Tío Andrés, menos político que ningún otro en la familia, comenzó a sentirse aislado y regresaría para dar cuentas a su padre. Dijeron que él cosía uniformes militares y que, a veces, no le importaba el bando, si Nazis o resistencia. Se esforzó en decir que no es cierto. «Coso únicamente para la izquierda», dijo.
En 1928, sin que Andrés lo supiera, Leopoldín se enteró de la muerte de Tzvia, o Doña Gacela, la segunda esposa de su abuelo Otilio, y se despidió, sin decirlo con palabras, y se hizo presente en La Habana. Esta vez vino sin Andrés. Lo regañaron.
«¿Por qué haces eso? Llegar sin él. Dejar un tonto a sus anchas. A un imprudente en peligro. Andrés echa todo a perder. Es necio».
«No discutiré. Estoy triste».
En vano, lo provocaron y no lo hizo.
A diez días cumplidos del entierro de su abuela, en el Cementerio Judío de Guanabacoa, como Andrés no llegó, el soldado preguntó por su tumba.
«¿Quieres venir con nosotros?».
«Yamish Noraim», pidió.
«Quien me falta es mi hijo», dijo Benavito.
«Entonces, usted lo quiere, ¿no es verdad?», se atrevió a pregunta Leopoldín.
«Aunque sea tonto, no lo quiero muerto», dijo sobre Andrés.
«¿Lo ama y no se lo dice? ¡Qué triste es eso!»
«Se lo diré cuando sea el tiempo y haya asentado cabeza».
«Lo veré en Barcelona o Almelo», lo consoló el soldado.
«Tráelo y no vuelvas sin él», y les dio la espalda a los suecos y les menospreció.
Leopoldo, quien escuchó el diálogo, avanzó con cara de despropósito dijo: «No me gusta el tono con que hablaste a mi hijo sólo porque piensas que tu primogénito necesita de una niñera a cada paso. El verdadero pilemierda  lo tienes bajo techo y es ese que quieres graduar de médico y lo mandaste a Basilea y ligarse a mi hermana. Ese es más perverso que todos los judíos de la Calle Obispo».
Y mi Abuelo respondió que hay poco respeto a la memoria de La Gacela, o de sus ancestros, cuando él mira con deseo a Rosa Belén, amante de Leopoldín en cierto tiempo y sólo pidió que reexaminara cómo muchos judíos, con la mirada bizqueada, por las nalgas de tal mujer, sus curvas, repudian su presencia en el cementero. Sabían lo que hay en el triángulo.


10. La Sueca y tambores de guerra 

Como murió casi al llegar, Otilio no sabría si Abuelo cumpliría con lo que había prometido. Que hiciera a su hija adoptiva «la mujer más dichosa del Caribe, a ésta que autorizó para amores contigo y tus manos» y no quepa duda, al menos, en este asunto, mi abuelo cumplió. Fue difícil en ambiente tan hablador como que rodeara la casa y familia de Ben Abram. La «mujer que autorizo para tus amores y manos», según aquellas frases formuleicas de los Matías de Neves, era una bastarda y posiblemente no judía, pero se hizo querer de todos. Sueca, no semita, se suponía que fuese lo mismo.
De entrada, a Benavito lo fastidiaba que se le llamara «La Sueca» porque, con germanías como ésta, se aludía a los que se hacen los desentendidos y esquivan responsabilidades. En rigor, su nueva compañera era suiza. No tenía genética de semita ni sefardí, pero se había criado con los Matías de Neves lo que era suficiente para que se valide sus costumbres virtuosas.
Ella heredó La Bodega y compartió tal casa, en la Calle Neptuno, con su hermanastro viudo, Leopoldo y su sobrino, a quienes se les conocería como los Arjau o los suecos. Ocupaban la planta baja. Ella, como su hijo, adquirieron una planta alta de la edificación. Allí mismo, se panzoneó y nació mi padre, aunque el parto se realizó en Matanzas y, al mes, madre e hijo con Benavito  regresaron a La Habana.
En la casa de La Bodega, se recibió a los fugitivos de guerra, cuando el evento aconteció para tristeza de Simón Benavito: Leopoldín, el conspirador y Andrés, el Vendedor de Telas y, más tarde, se recibió a mi padre que marchó a estudiar y terminó cautivo en el servicio militar y con ganas de ser protagonista en ese acontecer del belicismo.
El Abuelo tuvo planes para sus dos hijos, especialmente, para Abram, a quien se le daba por listo y hubo injerencias con respecto a Leopoldín, y en fin, planes que a otros parecían intrusivos.  Todos se jactaban de hombres independientes, autócratas en su propia opinión, y por inteligentes personas por encima de la Tradición, capaz de elegir caminos propios sin el Abuelo y sin los padres imponiendo las pautas.
Desde la muerte de Moritz, ninguno de ellos estudiaba la Torá y pocas veces guardaban el sábado. Al menos, rigurosamente, como se supo que lo hicieron otros de la parentela. El Tonto siquiera había sido circuncidado, como pide la Tradición y, peor aún, se andaba en las cumbanchas con los perros del mundo, sin hacer corro aparte y rehuir a los gentiles.
Uno estaba perdido en su eterno romanticismo trasnochado. De hecho, se parecía a Heinrich Heine, según cotejé de los bocetos que Mi Abuela / la Sueca / dibujara ya que lo usaba de modelo. El había recorrido muchos lugares de Europa. Andrés prefería las estadías en Madrid y en Barcelona, aunque siempre siguiendo la pista de Leopoldín, quien tenía la obsesión de ser heroico en la guerra, particularmente, cuando conoció a Francisco Masiá y Francisco García Escámez. «No te metas tan a fondo. No seas militar porque la guerra siempre es mala y mancha más la conciencia que las manos».
A final de cuentas, los jóvenes dijeron que irían otra vez en aras de glorias. Abuelo no contaba en nada de ello. El primero que no estaba para obedecerle era su hijo querido. Salir de aquella Cuba que conocieron era preferible a todo. Tanta mediocridad presuntuosa. Tanto sensualismo bochinchoso, a son de bongó y de llanto.
«¿Qué gloria da la guerra? ¿Alguna es posible en medio de ella?»
«Donde realmente me las paso es en la casa que conservamos de Otilio Matías», dijo Leopoldín. «Basilea es seguro».
En días posteriores al mentado Putsch en Alemania, Leopoldín, a los 23 años de edad, y el Tontarrón de Andrés, se argumentó que uno anduvo derrochando dinero que no se sabe ni de dónde lo saca y otro buscándose pleitos en frentes de resistencia y sabe Dios, si con rusos del Movimiento... Alemania se recuperaba económicamente de la Crisis Económica Europea con que nació la primera década de 1920 y, en pocos años, los Nazis se aglutinaron como partido multitudinario y con plataformas antidemocráticas y anti judías.
«¿Por qué te vas a Alemania? ¿No te sientes seguro aquí? Este Caribe es Sión de lo Alto... Y te vas de La Habana y del lado de quienes te quieren a donde se acusa falsamente a los socialistas y judíos de cualquier exceso... ¿No ves que desean a acabar con nosotros?», le explicaba.
Se había realizado la quema del antiguo Parlamento alemán en 1933. En julio 1934, los alemanes se purgaban cruentamente en el partido Nacional-Socialista. Una de las matanzas habidas fue la Noche de los Cuchillos Largos. Leopoldo recibiría los informes de aquellos contactos que su padre y él dejaron en Basilea.
Leopoldo, padre, se daba sus viajes para mantenerla como residencia de amigos judíos en diáspora, estudiantes pobres y sindicalistas españoles que, en Suiza, hallaron en Matías de Neves y toda su prole un sólido apoyo. Entre 1933 y 1935, las quemas de libros, boicots y hostilidad anti judía fueron la orden del día en Alemania.
«Y yo le digo que no vaya para allá. Me desobedece, viejo. No soy yo quien lo sonsaco».
«Tú le das el dinero para que lo eche a basural político y por eso eres peor que ellos», acusaba el Abuelo y miraba con reproches a Andrés. Tenía razón en advertirles sobre la intensa represión anti-socialista y anti-sionista, pero no era necesario. Ellos fueron a vivirla, a participar de su combate.
«De alguna forma, claro. No estamos metidos en violencia, sino en actos de humanidad y solidaridad», dijo.
Con la guerra civil española, los Matías de Neves pensaron que ya las abominaciones del Nacional-Socialismo, perros enardecidos con sed de sangre, se extendían a España, Italia, Austria y Bélgica. Los alemanes bombardearon Guernica, pueblo vasco, en una nación neutral. Leopoldo supo que su extinto padre habría dado toda su fortuna para ayudar las causas del judaísmo y con «el cuento de la solidaridad» prometía hasta la vida, pero es tarde.
El Dr. Otilio Matías, ya radicados en Cuba, doctrinalmente, habría avivado unas ínfulas de militancia y compromiso, entre los más jóvenes que él.
«Y sus estrategias son malas», les advirtió porque Otilio y Leopoldo se hicieron sionistas y habían asistido a los Congresos Sionistas de Basilea e hicieron promesas de colaboración que el mismo Otilio platicó con Max Nordau y Theodor Herzl cuando les conoció.
Radicarse en Cuba no iría a cambiar las cosas.
«Esa no es la gente mía. Ni deseable. Son terroristas».
Con lo que Otilio no contó fue con su muerte. Con la influenza. La muerte de Otilio hizo muy rico a Leopoldo, quien había destacado y enriquecido él mismo como ingeniero.


11. Visitas indeseables
             
Había cambiado desde que se fue a combatir el azote de influenza que diezmó a carretadas a las gentes de las provincias y los puertos.
«Mi padre», dijo Leopoldo, «fue el primero que enfermó».
Lo sorprendió una disfagia y no probaría bocado. Y, con síntomas de influenza, la prognosis fue que el brote de peste lo tumbaría, irremisiblemente, pese a que lo cuidó con desvelo, y Otilio se iba secando y perdiendo peso, con multitud de vómitos. Lo bendijo, orándole para que Eeel Chad, Jiheje, el que Es y Será, lo recibiera en el Seno de Abram.
Y con estas invocaciones rezó por La Gacela.
En los días de la reconciliación, cuando arribaron los «hijos pródigos» y días en que se produjo cierto connato de acercamiento entre dos hombres que parecían terriblemente separados, irreconciliables, el ingeniero Leopoldo y mi abuelo, se personaron algunos políticos.
El Dr. Aurelio Fernández, diplomático cubano en la Alemania Nazi, cuando regresó a La Habana, fue uno de ellos. La publicidad internacional que originó la purga de La Noche de los Cuchillos Largos, en julio de 1934, hizo que la familia Matías y Abram temiera con más intensidad que nunca antes sobre lo que Hitler sería capaz de hacer. Y no que pidieron ayuda, pero a fin de tener noticias para la prensa visitaron sinagogas y el Dr. Fernández fue uno de los que se atrevió entrar a La Bodega..
«Con ustedes no tenemos nada que buscar», dijo Abuelo al Dr. Aurelio Fernández. Lo miró con el mismo recelo que sentía por Grau San Martín.
« ¡Puercos!», chilló en plural.
Tenía en el pensamiento el nombre de Grau.
«Y tú, Leopoldo, ¿por qué opinaste sobre nuestras cosas y recibiste a este hombre germanófilo?»
Leopoldo no podía creer que olvidara sus modales con la gente poderosa de La Habana.
« ¡Que se vaya! ¡Que me ha dolido no saber qué cadáver me habría de llegar primero!»
«¡Están a salvo! ¿De qué se queja?»
Fernández, si bien se alegraba de saberles vivos, a los «hijos desobedientes», no fue instrumento útil en la tarea del regreso de los jóvenes. Leopoldo se dedicó a un proyecto en San Antonio, Texas, que le daría dinero y, en cuanto a esta confianza material en su favor, perdonó las deudas de exuberancia irracional en que Leopoldín incurría.
«Ya no queda dinero de los Matías de Neves nos dejara».
«Eres el muchacho derrochador».
Mi abuelo también se sentía complacido y perdonador, pero esto no incluía a estos personajes de los círculos políticos. No a éste Fernández que se presentó con aspavientos de haber sido colaborador, con Leopoldo, en el afán de localizar de su hijo. El padre volvió a Texas porque ya Benavito no le fue cara simpática. Se entretuvo en otro proyecto. Creyó que decir, «me botaste mucho dinero; no estudias», bastaría para retener a un revolucionario. Entonces, «para que siempre tengas dinero para tus idealismos, siendo que hay tanta injusticia ahora», optó por irse a la construcción de puentes en San Antonio (Texas), en un proyecto que se llamaba Paseo del Río, The Riverwalk.
El arquitecto Robert Hugman, pionero de tal sueño, pudo más que la fidelidad y el desespero que los aturdía en La Habana, por causa de los currinches comuñangas que se fueron a salvar el mundo del fascismo y el monstruo alemán. Se refería a Leopoldín y otros como él.
En 1939, en la cama con Rosa Belén se olvidó a Leopoldo. El vino a la carga y fue cuando se enteró por boca de ella, que no es apetecido y que el Tío Tonto, por ver feliz al lechuguino cautivado por ella, le dijo: «Tómalo si quieres; yo me retiro de la vida de romances y pasiones. Ojalá una negra como tú mantenga a mi primo en La Habana y no en el juego de las conspiraciones clandestinas».
Otra forma de zozobra, menos ruidosa que las escaramuzas europeas, fueron los primeros episodios de influenza que trajo la primera Guerra y el Abuelo hizo su fama de hombre compasivo y generoso médico. Para el 1937, le encargó a su mujer los hijos pródigos, tarambanas que dicen que nacieron para la guerra. No él. Se fue a combatir las miserias del toserío, las maluqueras y el decaimiento de los gentiles.
Contrario a la primera epidemia de influenza y los tiempos en que la atendía, ya el Abuelo no nombra a mi padre como un pequeñito. En esos días, si es ya el muchacho cariduro que tomaba sus propias decisiones. En ausencia de su padre que combatía plagas en Matanzas, o Santiago, al ver al Tío solo lo convencía de que lo encaminara a Suiza. Había guerras en muchos puntos de Europa y él ya entendió una responsabilidad, que no fue quedarse con brazos cruzados o hacer oraciones. «En Cuba yo me aburro, Andrés. Quiero ver sangre».
«Cállate. No sabes lo que dices. En vano se te educó si dices eso. No es como recuerdo que el buen Simón nos hablara».
Desde que Abram cumplió 4 años, Benavito se esmeró en educarlo. «Yo veo la victoria del Dios invisible, al fin, y te bendigo. Así que camina conmigo y aprende, Abram». Y, dispuesto a formar a otro servidor del maasith lo familiarizaba con la anatomía. Día y noche, soñaba con la fecha cuando lo mandaría a Suiza, a Leiden, a la misma Norteamérica a doctorarse.
Sería el quinto médico de la prole de los Abram. «Y así servirás, bene mío, en la Inteligencia de Dios y yo supongo que estos mismos sueños los tuvo mi padre conmigo». Y es que Abram, hijo, recordaba su minuciosa lectura de la Guía de perplejos de Maimónides. Y no quería ser uno dubitante, sino un hombre de acción, capaz de conciliar su judaísmo con este nuevo aristotelismo, no ya musulmán, o del califato fatimí del Norte de África.
Abram se sintió como Ibn Hazum (994-1064) en la Edad Media, maduro para atacar la rígida ortodoxia de marxistas, judíos, viejos y nuevos alfaquíes, la mediocridad de pensamiento malikí y, para este proyecto, será la ciencia la que garantice la continuidad y la paz entre las naciones. Le gustaba referirse a estos contextos de la historia de la Vieja España de los Matías de Neves y asignaba a judíos y mozárabes la función de verdaderos transmisores e intérpretes de la cultura clásica y andalusí. Creyó que las tres culturas (hindú, clásica y judía) hicieron de España el centro cultural de Occidente. Le enoja que a España se le haya quitado ese lugar, desde la vanagloria europea de los alemanes.


12. Mi padre en la guerra     

Mi padre aprendió el alemán y el holandés, en menos tiempo, de lo que su padre esperaba. Pintaba calaveras, células en detalles, coloreándolas con la gracia de un observador concienzudo. A ratos, él se devoraba las revistas científicas que, de las universidades de Berna y Basilea, llegaban para el extinto Dr. Otilio Matías de Neves.
Simón Benavito al citar al Dr. Moritz, quien leyó del Zóhar Cabalístico, repetía que «una de las formas de encontrarse con Dios» es la práctica de la medicina (y bendijo el maasith). Tal vez por halagar a su padre se fue, sin su bendición, a comenzar sus estudios de medicina. No esperarla el error. No se le habría negado, aunque le dijo:
«No es buena idea irse a estudiar bajo los bombardeos. Espera, hijo»,
Los Nazis habían llegado ya y Abram tenía prisa de vivir y haber logrado algo: tal vez en el servicio militar, como el sobrino, tal vez salvando vidas como médico. O enfermero.

Si la cosa es irse, como no había viajado antes, aprovechó la experiencia de Andrés, que tenía más mundo recorrido. El tío andariego dejó a su hermano, de 20 años, donde se le dijo   para que hiciera su primera estancia como estudiante de medicina en la Universidad de Leiden. Y entre 1939 a 1941 se quedó con él. Le compartió la Oración del Viajero / Tefilat HaDerej y la estancia Bajo una Hamsa Protectora: su mucha fe.

Papá lo tenía como señal de bondad de Dios y notaba que si Andrés se ausentaba, nacía el riesgo. Surgía alguna mala novedad en el ambiente para inquietarlo. El da paz, tal vez no su hermano, pero Dios anda con él.
A pesar de que se fueron unos meses antes de la Invasión de Polonia en 1939 y Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania, nada pasó en el Frente Occidental durante ese período. Hablarse de una guerra mundial que había parecido una broma, era especialmente frivolizado en Holanda, país que había ignorado el rearme alemán, sin medida para prepararse ante una posible guerra.
Sin embargo, el país fue vulnerable. El bando aliado y el del Eje miraron a Holanda y a Bélgica como la mejor ruta para atacar a su oponente. Los dos países mantuvieron su neutralidad, incluso después de que los belgas obtuvieran los planos del ataque alemán, donde quedaba clara la intención germana de invadir Francia, invadiendo primero Bélgica.
Confiados, en tiempos de guerra, metido en su clínica, y Andrés, en negocios de telas y botellas, les sorprendió el verano de 1941, y siendo que Francia respetaba la neutralidad de Holanda y Bélgica, Andrés dijo que volvería a su tierra y, si bien salió de Leiden, queriendo ir al Caribe se le hizo difícil regresar por la invasión alemana de dos naciones, Dinamarca y de Noruega, ambas neutrales, y Andrés ya no estaba seguro, como la mayoría de la población, que los aliados como Alemania respetarían su neutralidad como hicieron en la Primera Guerra Mundial.
En la mañana del 10 de mayo de 1940, en Holanda se despertó con el sonido de la aviación alemana surcando el cielo. La Alemania nazi inició el Plan Amarillo atacando Holanda, Bélgica, Francia y Luxemburgo. A partir de ese día, mi padre y su primo se unieron a la resistencia y se armaron en la clandestinidad. Fueron hechos inevitables y hubo muy pocas cartas para explicarlo. Estos fueron los días del infortunio y, de hecho, tal fue la palabra que quedaría vibrante en las paredes de nuestra casa en El Malecón: «¡Nebekh, nebekh, nebekh!»
La Batalla de Holanda formó parte de las batallas libradas durante los inicios de la Segunda Guerra Mundial. La batalla empezó el 10 de mayo y terminó una semana después, con la rendición del gobierno holandés ante la Alemania Nazi. El ejército holandés estaba intacto para el momento de la rendición, mas no la ciudad de Rotterdam, victimizada por bombarderos alemanes. Holanda recapituló, con la condición de evitar que otras ciudades holandesas sufrieran el mismo destino que Rotterdam.
Tío Andrés había escrito un año antes que se diera la destrucción de Rotterdam y daba cuenta de los progresos del pasante en sus estudios y esto fue gran consuelo y delicia para La Sueca mayor, quien regañaba a su marido al escucharlo menospreciar al pobre de Andrés, al que sobajaba, para dar más fuerza a los elogios por el pequeño. En el fondo, esperaban que escribieran.
«Al menos, que escriban y pidan algún dinero».
«No todo es carencia privada o personal en Europa. Es falta de tiempo. Es incomunicación, rémoras de guerra. Todo se afecta cuando hay conflictos entre vecinos».
«Muchas cosas pueden ser».
A Andrés se le tenía en tan poco que, cuando se fue a Europa, se dijo: «Andrés andará en la faranga y en la ociosidad... mi hijo, por la guerra, sufrirá sus desatenciones y caerá preso por la mala suerte».
«No es un niño, Simón».
¡Nebekh, nebekh, nebekh!
A veces buenas nuevas, sin nada que compruebe,
«Están vivos, Simón Benavito», se le decía a cada rato.
En 1940, él no lo quiso creer y murió.
  

13. La familia al pendiente   

«Llegaste».
«Ken».
«Schalom!».
«A los hijos no se les tendrá en el puño después que crecen», se justificaba. «¿Llegaron?», preguntaba, No perdía la ocasión al regresar de Texas de pasar a la negra. «Tú le diste ánimos de estampida a nuestros hijos por quedarte con una ramera», le decía Benavito.
«A comprender el rol de las falanges anti-comunistas en Europa», le dice Leopoldo.
«No creo que Occidente deba, aliarse con los comunistas ni aún cuando el objetivo sea destruir el fascismo y el nazismo», le responde.
«¿Cómo es posible que vivas tan despolitizado?», preguntaba Leopoldo a mi abuelo.
«¿Qué? ¿Qué no recuerdas las vejaciones al pobre Moritz en Santiago por las tropas de Linares Pombo? ¿Sabes qué trajo, con el espíritu hecho garras, a nuestros hijos? ¡La Noche de los Cuchillos y el fascismo en España!»
Este lenguaje de conspiraciones y hazañas riesgosas fue muy extraño a mi abuelo que había vivido caricaturizando a Antonio, su primo de Cárdenas, y los odios que éste sentía por la España represora del Carnicero Weyler y, poco después, su rencor por los invasores. Sin embargo, Leopoldo no tenía rencores por los yanquis porque le daban dinero, empleos y contratos que en Cuba se le negaba a quien se pensara un judío problemático.
«Te fuiste a Texas con los gringos por un fajo de billetes. Eres la oscuridad de tu casa y y no sabes otra cosa que gapalearte. Eres un pinko».
En esos años previos a la muerte de Benavito, Leopoldo no tenía sensibilidad para entender la ansiedad de mi abuelo y por lo que sufría por saberlos en Europa.
«¡Basta, basta!», salía La Mujer Virtuosa. «¡No discutan por lo irremediable!»
Un hombre, que fue llamado el Cotorro, el lector de los tabaqueros, narró que la primera vez que Leopoldo se personó en La Habana, tras su primer viaje a Texas, se pelearon a golpes frente a La Bodega y sólo la intervención de ella, La Sueca, la Dama Virtuosa, evitó que se mataran, a puros puños, aquellos dos viejos, el médico y el ingeniero.
Entonces, porque no faltaron los ganzúas y los testigos de la esquina, que serían los contertulios de la Barbería de Lleó, en la cuadra de la calle Neptuno, se enteraron que ella fue la hija de Otilio con no se sabe qué mujer y, ciertamente, tercera mujer del abuelo.
En Basilea, su familia la dejó en un canastillo en las puertas de la casa de Otilio. Estas es la historia del propio Moisés, quien navegó en un cestillo por el río ante los ojos de la hija del faraón.
Ahora el patriarca se enamoró de ella. Y Otilio lo creyó digno de recibir su mano y sus amores.


14. De los recuerdos de Ceiba Mocha

He conocido la finca en Ceiba Mocha, donde el Abuelo Simón Abram quiso morir el día que se enteró que la ciudad de Rotterdam fue bombardeada. El se refugiaba allí, cuando presentía las peores cosas, porque si se combina el estar ocupado, con la Naturaleza, todo se soporta mejor, hasta las malas noticias. El era preocupón, quizás demasiado. Aprendió el pesimismo.
El Cotorro me habló de una época, aún siendo mozalbete, en que lo conoció. Fue la década fatídica cuando la influenza gripal mató a diez millones de personas en el mundo. Simón Abram / Benavito, como había aprendido de Moritz, se unió a la mejor estrategia para ayudar a la gente (que requería de servicios) y se internó en el laboratorio de Ceiba Mocha para extraer del opio un alcaloide blanco y cristalino, la codeína.
Ambos tenían una afición poderosa por la química y la farmacología. El doctor Moritz era excelente en la especialidad.
Con este narcótico, combatía la tos violenta de pacientes que se quejaban de este fastidio por más de una semana. Evitaba, con este remedio, que la tos dañara las cuerdas vocales, bronquios y pulmones, de sus pacientes. Aún las costillas, porque ocurrió que una tos quebró unas costillas al Siño Chubasco, cuyos hijos, entre ellos El Cotorro, se prestaron a servir al Dr. Benavito en el reparto de gallinas. Siño no se enderezaría porque tenía par de huesos rotos y no lo quiso creer cuando el médico le dijo que la tos rompe las costillas y que, con un torpe estornudo, el aire alcanza velocidades de más de 150 km. por hora. Y las costillas se quiebran.
Siño Chubasco, que llovía sus mocos y babas sobre cualquiera que se le acercara, se comprometió a permitir que sus hijos llevaran recetas, por parcelas y cercanías de Ceiba Mocha, y se sorprendía porque los remedios de judío parecían dados por alguna abuela y no tanto por un médico con tantas credenciales. Se enviaba, con los hijos de Siño Chubasco, los recetarios a los bohíos, donde había sabido sobre decenas enfermos. Y con los consejos, se obsequiaba una gallina que él autorizaba que se sacaran de los corrales de su hacienda. Había extraerle toda la sangre, con una herida al cuello al estilo Kosher.
En fin, que a los chiquillos instruyó de tal modo que éstos parecían disco rayado, al repetir de memoria, palabra por palabra, sin equívocos, lo que se instruyera:
_ Mandó a decir el doctor que al que tenga gripe se le proporcione de alimento para que no le suceda como al Otilio de mierda cuando lo tronó su disfagia.
_ Que se sirva para él un tazón de caldo de pollo y que le manda la gallina de regalo.
_ Que se sirva para él una polla de leche bien caliente porque su vapor es bueno para la (descongestión de) la nariz tapada y que se le añada un trocito de canela.
_ Que nadie se toque la nariz y los ojos si hay gente con gripe en la casa.
_ Que no toquen las manos a los que tosen y estornudan.
_ Que se laven las manos todas las veces que puedan porque hay virus en todas partes de la casa cuando hay uno enfermo o con síntomas de dos días.
_ Que si no se alivian en una semana y las fiebres son muy altas, con temblores, sudores y delirios, que avisen otra vez al doctor.
Y, de seguro, fue así. Llegaban por él, hasta en las noches, los pacientes con graves complicaciones, los pobres o tardíamente cuidados, al contraer la gripe. Los que no dejaban de toser, los fatigados por la tos seca, improductiva, que no pegaban con la oreja en la almohada. Los tosientes por causa de enfisemas o cánceres pulmonares, sinusitis, fiebre héctica o paratifoidea y paludismo. Él atendería, sin descanso, los casos de neumonías, infecciones del oído y bronquitis. Y la codeína que sacaba del opio era su mejor paliativo para la sinfonía desgarrada de los tosientes, ya que, en sus días, él no conoció el dextrometorfán.
Tampoco supo sobre los antihistamínicos hasta que los conoció, leyendo los primeros trabajos farmacológicos de D. Bovet. Ni siquiera supo sobre las famosas aspirinas para el resfriado.
A fin de fluidificar las mucosidades, limpiar a los pulmones de líquidos patógenos, recetó como el mejor expectorante (de su conocimiento) los jugos de frutas. Remedios de la abuela, como decía Siño, el baña-gente. También mi abuelo prepararía sus mejunjes con chorritos de jerez y diría: «Bébelo que esto espanta al diablo». En antaño, se creyó que cada vez que se estornudaba el alma salía del cuerpo y el demonio podría invadirlo, a menos que alguien dijera: ¡Jesús! Y siendo judío, se reía de esto y añadía, con ironía: «Bébelo, que es jerez que gusta al alma».
A todos, aconsejaba que chuparan de las frutas dulces y jugosas, a su antojo. Y, en la puerta de salida de su improvisada clínica, los hijos de Siño Chubasco mondaban naranjas para que los pacientes se fueran con una, chupándosela en el camino. En fin, por causa de las razones que él daba, sus pacientes visitaban más las fruterías que las droguerías.


15. Regreso a la cosecha y el reposo
             
       Este es el Día del pequeño huesito de la Luz.
            Luz que no es asimilada al polvo de la tumba.
            Luz que no muere con la muerte:

            De «Teth, mi serpiente» / Carlos López Dzur

Solo, entre la gente, está él (aunque conoce las uvas del majuelo); y triste... pero los jilguerillos trinan como siempre y las golondrinas se anidan en balcones y él las mira con la dulce piedad de la simbiosis... A él esperaban muchos de los que sufren, niños con trichulis y parásitos, guajiritos con los ojos tan grandes como sus barrigas, mulatas que serán primerizas. (Su clínica está llena de enfermos y nadie le llama Simón sino Viejo Santo y bendito).
Las sombras lo acompañan, pero no le hablan. La Habana conoce su ternura; sus amores, admira; pero la calle es dura... y es como cerviz de piedra, muy pulida y jabata.
En la noche volverá a casa y estará solo. La vejez está diciendo: No sonrías. Su boca ya no quiere tantas voces. El corazón multiplica más recuerdos que paliques en guatequerías.
El hijo de su carne está en la guerra; el hijo de su hermano, tan amado, está en la noche, muerto. Los nazis lo reventaron a balazos.
Mi abuelo Benavito ya no es pobre, pero la riqueza de su casa tiene lágrimas y el azar del capricho hila ironías con lutos y premeditaciones.
¡Mirad qué solo está, abuelo solo, porque Elohim se hizo para él una simple, hueca palabra del Sidur! Libro de Oraciones, La palabra sola y el solo Dios caminan entre infieles e incrédulos, entre saduceos como él, que antes litaba, y se comía el libro de los píos. Hoy no visita ni a los templos del consuelo. Realenga está su alma, sin sábado de justo, sin havdalah en el vino.
Bet ha tefillah fue asaltada en riña de estos años de guerra sucia y de imperialismo anglo-británico, fascismo sin sentido, ultraje colectivo. Y el abuelo maldijo y se mordió en su lástima por no querer la lengua como llama ni la Mano de Elohim como su amparo.
La soledad da coces al aguijón y en el abuelo triste, viejo solo, la historia pudo más que el príncipe del sábado y la reina Nashim, la Sueca, abuelita.
Ella, dulce de alma, a su sombra permanece y le seca sus lágrimas y le oculta las suyas. Con la pipa en los labios, Simón está y oculta que está solo, aunque hay gente que lo llama a los partos, y lo abrazan y le besan en el pecho, porque es alto como nube o vara larga de guayabo.
Triste se tiende sobre el lecho al lado de la esposa. Vehemente en dolor, en yugo primitivo, su barba amanece, crecida en grises; pero no piensa cortarla jamás.
Como al hijo del castigo, la soledad saluda a su mañana; el sol de baronshin está en desobediencia: el viejo está sin fe, por días y días. Seco de labios, mustio, aunque del vino rutinario él probara su dulzura y del secreto majuelo del ayer bebiera dicha, aún no se seca la queja: «Se fue a la guerra» o el aviso del maskilim, es por falta de ángel, de dulce fantasía, o vigor en la carne.
La soledad te vencerá poco a poco, le dijeron, hasta la muerte, pero la gente ¡qué sabe! El se sostiene activo y, en privado, La Abuela con los suyos consolidan su mundo:
«¡Te amamos, Benavito! ¡No llores!»
En agosto de 1940, los bombardeos nocturnos sobre Londres, procedieron a pactos entre Japón, Italia y Alemania y pese a las reuniones de Churchill con el Presidente F. D. Roosevelt, en Norteamérica se tenía la cómoda actitud de recobrarse de la Recesión de 1938 con la venta de armas y equipo militar que Europa ordenaba.
Eisenhower sería el fin del cambio de actitud: la señal que esperaba de Roosevelt. Benavito si odiaba lo vicioso de la guerra. Sin embargo, en la barbería de Lleó se escuchaba, por la radio, con el mismo alboroto con que otrora, antes de la guerra, se sintonizaban los partidos de Grandes Ligas, los boletines explicativos del discurso de W. F. Churchill, Blood, Toil, Tears, and Sweat.
«Como la guerra no es aquí en América, acá estamos como noveleros. Esta es nuestra película», comentaba con amargura.
Y, entre los propalados decires y titilares, se magnificó la noción de que: «Se rindió el ejército holandés».
Otros editorializaron: «Polonia ahora es de Alemania». «Los rusos se quedaron con Finlandia». Imagino que Abram, donde quiera que esté, se clavará en la lectura de los periódicos ingleses que destacaban la tercera reelección de Roosevelt.
A Benavito le aseguran que, a lo mejor, debido a que el Congreso en Washington aprobó la Ley del Servicio Selectivo, se enlistarán los judíos, todos esos infelices que sufren en Europa, con la resistencia aliada. Y a Leopoldo lo enorgullecería que se dijera: «Claro, claro... Es lo que debemos hacer. Es lo que hizo el hijo mío, der Soldaten Leopoldín».
En parte, es por lo que han vivido, su padre Otilio y él. Se supo que su hijo se unió a la resistencia austríaca, porque había conocido a Karl Gruber, quien lo instó a reclutarse, en los días en que llovieron las bombas alemanas sobre Bélgica, Francia y Luxemburgo.
Algunas cartas, de procedencia desconocida, llegaron más rápidamente. Unas con significativos detalles y no por eso más esperada que la que enviara Andrés, tan lacónico y, aún peor, impreciso para dar informes. Abram debió escribir para consuelo y alegría de su padre, no él. Abram y, por hacerlo con su puño y letra, no delegó su mensaje a un tonto, que no sabe expresarse sin que vea a los ojos y se convenza que tiene un interlocutor. El es práctico. Ve y cree lo que toca. «Escribir cartas no se hizo para él».
«Perdona, ama a tu muchacho. No seas tan cruel con Andrés», le dice La Sueca.
«Él hizo ya lo que pudo. Me dijo que está vivo. Lo que dijo en su carta: ¿Puedo ayudar en algo? es evidencia de lo tonto que es. Si puede ayudar que ayude, que no ofrezca nada. Que haga. Ya sé que se fue a Basilea, ¿por qué no se llevó a Abram consigo, que es más joven y ha viajado menos?»
«Volvamos al campo porque no hay disfrute en tus sábados. ¿Cuánto hace que no me escortas ? Antes me llamas Malkah... yo era tu Ceres / Java / la amada del Sábado representada en una aceituna / y contigo despedía al rey quien nos dio su huesito de luz, la vida... pero ya no tienes gozo. Se 'udata d'Dovid Malka Meshicha', tu fiesta de David y el rey Mesías, no te nutre... ya no me llamas tu Aceitunita... ¿Es que no ves en mí el huesito de la luz? y ¿dejaste de ver Creador que hizo a la mujer en la séptima hora de la Semana de la Creación y la llamó Java -Eva. Un alma adicional... bendíceme en el próximo Melaveh Malkah y, si la muerte es designio de estos días, en la base del cráneo, amarremos el Tefilín y recrearemos desde ya resurrección; pero que Luz nunca se destruye y vamos a bendecir huesitos de luz de tus hijos... y vamos a hacerlo en el campo, en Ceiba Mocha, donde te sientas en contacto con la cosecha y el reposo».
E intervino así La Abuela porque venía mucha gente con fastidios, aún en días de la Despedida del Sábado y la comida de Melaveh Malkah...
Llegaron, quizás no de mala fe, a dar versiones sobre la guerra en Europa marinos con prostitutas, empleadillos y sinvergüenzas, ebrios fingiéndose llorosos, y fue Benavito echó a correr el aviso de que se urgían noticias sobre Leopoldín, Andrés y Abram. Y todos tenían amistades en barrios de gentiles.
Y cierto es que murió sin saber que Abram, el estudiante de medicina, vistió el uniforme americano. «¡Ay, Abram, nunca lo esperé de ti, porque las guerras matan, aunque quede uno vivo». Ni supo sí, efectivamente, se había casado, y si lo hizo fue sin su bendición. Mucho de lo que se le informó fue cierto; pero no pudo ser su consuelo...
Según el Abuelo, para los trafalmejos, todos estos pueblos tan lejanos no significaban la vida espiritual, unicidad, lo único que atesora el judío. Le son como entidades abstractas: idea-nación, otredad extranjera y prescindible. Los germanófilos cubanos aplaudían los triunfos nazis alegando que Alemania había sufrido con los tratados humillantes que contra ella se pactaron tras la primera Guerra Mundial. Justificarían el derecho alemán a la represalia.
En violación de la neutralidad declarada por los Países Bajos, las tropas alemanas entraron a Holanda. Establecieron su imperio de terror en Rotterdam en 1940. Con exterminios judíos en Holanda y las bombas alemanas, como en el centro de la ciudad de Rotterdam, cumplen esta ignorancia que llaman las últimas noticias. Y lo hastiaban. Ya no desea oír.
Cuando pasó a Ceiba Mocha, celebraron el primer Sábado, Escortada la Reina del Shabat, como correspondía y La Sueca bonita, lo amó cuando le escuchó su plegaria, Acción de Gracias para morirse en paz:
Siempre me comprendo como Ser, ker que crece, hijo del crecimiento, ente sembrado en la Tierra, puesto para el cultivo. Esta fue mi ser es, mi ceremonia en silencio prometeico de luz porque el Rey vendrá. Vendrá mi día de reposo y veré un fruto, mi forma de aceituna, yo brotando de la tierra, de lo profundo de lo oscuro para ser un huesillo de luz bajo la mirada del Sexto Día me que entierra y dice Ser-semilla, hueso primero, único entre los cinco misterios de Iejidá y Jaiá, la vida.
Aunque la tierra, lo coma, Ser es. No será Nefesh, porque la sangre es vida que nadie ha de comer. Este huesito de luz Ser-es, y «no comerás tú la vida con la carne».
El mejor de tus huesos pongo como tu espiga de trigo, más allá del polvo de la muerte y te lo entrego con instancia de Melavé malké para que sea tu ceremonia cuando me esperes, cuando me despidas, Sembrador, panadero de trigo limpio. Ser es, como esperanza de crecimiento, Ceres como diosa de lo agrario, ser es en el Shekinah de tu hembra en los sábados.
Desde el sexto día, en la primera hora cuando Tu Creador hizo, como Saturno, el Tiempo y con él la bondad de Tu Ser. En la sexta hora se te hizo Alma porque todo debe ser de ese modo, que en el espacio donde se te echara la tierra sea transformada en barbecho, preparada, abierta en surcos, arada con dedos que puedan hacer agujeros, sembrada por el Aliento y el Sudor gozoso del Creador / el Gran Labriego / Rey de la Tierra y el Agro / como Ceres / es Tu Rey Obarator divino. El escarifica y escarda para mejor clarearte en los días de la cosecha, Messor.
Después, antes de gozarse en su audacia, te esconde, bondadosamente, el brindis de tu aceituna, te da su Java, su delicia, ese huesito de su luz, Eva, premio para la octava hora de Tu Día porque mujer Ser-es, y ceremonia del Descanso, cúspide del Reposo. Recibe a tu Rey, Shabat es Su Nombre y luego, en el Melavé malká, agradece, despídelo, y entra en la novena hora para seguir cultivando el Jardín de la Tierra, al Edén planetario.


16. Los grandes reaccionarios

En el despliegue histórico de los reaccionarios («die Geschichte der Reaktion»), Benavito se cantaba uno de los héroes, casi anárquico, pero siempre alerta y generoso. La vida debía estar unida, «sumada de unicidades», de hombres plenos. Mas no lo estaba y eso fue su tristeza. «Se vive en el imperio de la coerción». «Reaccionario y tradicionalista» fueron los dos adjetivos que su primo Leopoldo le sambenitaras tan sólo porque decía que la raza humana no avanza hacia ningún futuro progresista, evolucionario y deseable, sino que hay dos lados contrapuestos e irreconciliables y ninguna utopía que ponga a Sión en carne y hueso: Tradición y Revolución. «Reconstruir la Tradición, en eso creo y Tradición es algo más profundo que el cristianismo desgarrado y la contrarreforma católica... mira el estado débil y desfigurado que el Cristianismo tiene hoy. Siempre nos lleva a la conflagración... yo, como judío creo que se debe inyectar algo a esa porción de humanidad en la que hemos vivido, ¿qué se ha de echar a este caldo de cultivo de la cristiandad?»
Leopoldo no tenía ni la mínima idea de lo que, en rigor, Benavito llamara la religiosidad rusa, o rusianismo, «esa manera oriental de pensamiento» que De Maistre anhelara como el Alimento que puede nutrir el romanismo que impera y, a fin de convertir a la cristiandad en un poder real, en interlocutor deseable, Benavito se ubicaba en el pensamiento de Tolstoi, Solvoyov, Julius Evola, René Guenon y Rudolf Steiner. Leopoldo ni idea tiene sobre lo que es una manera oriental de pensar dentro de la cultura rusa, aunque más que el mismo Benavito vivió entre judíos rusos. «Antes que me llames reaccionario, quiero que leas los Diálogos de San Petersburgo de Maistre».
Abuelo, cuando sufría la ausencia de Abram, se sorprendía muchas veces en la tarea de comparar a Andrés y Leopoldo, ambos económicamente exitosos. Andrés era práctico, rudo en palabras, inocente como un niño, que dice lo que piensa, sin ninguna diplomacia y sin ninguna maldad... «Se lo advierto: yo sé donde hay pajares para hacer ladrillos», decía su hijo. Lo conmovió esa vez como en aquella carta en que propuso: «¿En qué te puedo ayudar? Y si con dinero se viaja al fin del mundo, yo tengo para ir y rescatar del Seol hasta al mismo demonio»: así de simple era Andrés y, por tal razón, le miró con silenciosa ternura y su sentido de justicia muy parecido a las paradojas de Dios.
Ante Leopoldo y él, Benavito recriminó a sus hijos cuando se fueron por primera vez, cada uno por razone distintas: «¡Estamos en guerra! Y gastan dinero como si no costara ganarlo y no es dinero de ladrones. Viajar no es un juego. Tirarlo así tampoco… Tú no eres Concheso... Te hiciste conocer en Suiza y Holanda con los que espiaban a Leo...»
Desde los tiempos del Presidente Menocal, se apuntaba a la familia Abram y Matías como «unas» entre cáfilas de carcamanes con cáscara amarga.
 Había germanófilos que miraban sospechosamente a Leopoldo y Benavito, suponiéndoles (¡qué disparate!) simpatizantes del frente disidente, la izquierda del movimiento nazi. Este fue conocido como el Frente Negro bajo la dirección de Grëgor Strasser. El militante había sido una de las víctimas de la Noche de los Cuchillos Largos, el 36 de junio de 1934.
Gratuita y viciosamente, surgieron los acusadores, que no son herméticos en el sentido del que Benavito asigna y auto asigna cuando habla de la metafísica, pre-escolástica, o las ideas de Joseph de Maistre, Martínes de Pasqually y Louis-Claude de Saint-Martin). En 1928, Concheso y Aurelio Fernández se propusieron sanbenitar a Benavito y llegarían a enviársele anónimos y mensajes con amenazas de muerte, en los cuales se le preguntaba con quiénes colaboraban, con qué bando cruzaría la raya. Él no habló entonces de comunistas rusos, o sovietismo. Su discurso famoso sobre los Diálogos de San Petersburgo, desde la óptica de un judío.
«¿Con qué bando cruzaría la raya?».
«Con ninguno. Un médico, a menos que sea un san-martín, no tiene tiempo para la política... No hay tales carneros», dijo el abuelo, al principio. Imaginaba quiénes serían los responsables de aquellas cobardías. Fue cauteloso porque no estaba seguro... Pese a las acusaciones, a los juegos de palabras, él se interesaba en el progreso o el retroceso noticioso de la situación alemana. La llegada de Otilio, Leopoldo e hijo lo hizo recular de su apoliticismo, en vista de que hijo y sobrino se irían a Suiza, tierra neutral «cuando sea el momento apropiado para que estudies y no antes, que Europa está como su estado de alma, en desorientación y guerra, sin unicidad».
Por indiscreciones de los Matías, arreciaron los germanófilos su crítica a los suecos y la familia comenzó a pagar los platos rotos. El FBI arrestó a ocho saboteadores nazis, contactos alemanes, en el Caribe. A su regreso de su segunda escapada, el mismo Andrés se vio arrestado y llevado a un campamento en 1942.
El Abuelo, en paz descanse, ni supo que su hijo mayor estuvo preso. Le habría descargado muchas de sus ironías si llegara a saberlo. Dejó de conocer muchas cosas. Que a los refugiados del Saint Louis Laredo Bru les negó la entrada a Cuba, Que el mismo Einstein estuvo en La Habana. Que la Unión Sionista de Cuba perdió sus cuarteles (y ahora está ocupándoles el  lugar, la Unión Árabe de Cuba)…
«La política no trae nada bueno», decía.
Días como éstos tendrían que venir. «Los gentiles son impíos con nuestro pueblo; pero nuestro pueblo también está aquí» y, con ello, se refería a su parentela en Cárdenas, Matanzas y Santiago. Dijo que la camarilla palaciega de Doña Paulina y a la gente de la BAGA, Bloque Alemán-Grau-Alsina se había formado en Cuba para cazar diablos azules y dar apoyo al nazismo. No se imaginó, ni pudo ver, que Andrés fuese víctima en La Habana del choteo de La BAGA. Murió antes de que ocurriera.
El sentido de la historia de Simón Benavito se centraba en una más compleja noción de realidad para la que utilizaba una metáfora de Max Stirner, «der Einzige», el único, el mí mismo como fundamento de cualquier relación. Teóricamente, él se había convertido en una suerte de saduceo, el más escéptico y anti-autoritario de los hombres.
La única gran figura de la historia que le interesaba fue él mismo, como una encarnación anónima y arbitrariamente absoluta de su unicidad. Además, su familia. Y, muy a lo Max Stirner, discursaba que el estado, la sociedad y las ideologías de humanitarismo social, son «fábulas y manifestaciones evolutivas» de la unión forzada de las gentes idólatras y primitivas, que manejan a ideas-dioses para desfigurar los fundamentos de la libertad y la unión libre.
Adolfo Hitler sería la «idea-dios» del líder y su rebaño. Un culto a la personalidad: Hitler y Mussolini en distintas naciones. Sólo Der Einzige prescinde de los rebaños y trasciende la idolatría de la horda y sus atavismos tribales. La autoridad auténtica no necesita de la coerción. Es mucho más generosa.
«Los jóvenes hebreos de la Calle Obispo dijeron que usted es ateo, padre», le informó Andrés. Y, en vano, su hijo esperó su comentario que desmintiera lo dicho. «¿Por qué no te pones a leer, Tontarro?»
«Tengo claro mi fe en todo lo Viviente. Adonai, Eeel Chad, jech Chai Zawa... »
«Pero no sabes defender a tu padre, Andrés».
«¿No crees que es más fácil desoír a los necios que nos buscan rencillas?»
Andrés no es tonto, reevaluó su padre.


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