Uno, ¿qué puede? si lo han robado.
Han quitado la justicia que creyó tener,
la certidumbre. Uno está preocupado
hasta las nachas, creyendo ser libre,
siendo esclavo, creyendo ser trascendente,
aunque lo vapulean en raseros del tiempo.
Uno está tejido en las horas
en aras de proyecto y, al final, se da cuenta
que su tesoro está perdido, que lo hallará
la muerte sin un carajo en las manos,
sin perdón en boca, sin ganas de ser bueno.
Uno ha perdido la libertad y la verdad.
Uno es pobre apelante en el tribunal
de las palabras, las esencias y el sentido.
Uno, ¿qué puede? acaso presentarse
como leguleyo, o ser-acompañante
más canalla, abogaducho de afilado colmillo
y esperar gato por liebre, fiarse de que habrá
de prepararse una disponibilidad,
de quién o qué carajo a darnos el consuelo
por el hurto, o compensación ya devaluada
de lo hurtado... ¿Qué se puede, si acaso, disimulo
de agonía, perreta ante ese final que vendrá,
mostrándonos sus dientes con mueca de burla?
Caso perdido. Y vuelve el apelante
a vivir de lo que se dice, «se opina» que hicíste
el ridículo y eres una comidilla, sotta voce,
del fracaso... y uno va y se distrae con lo que halla.
Se va al cine por estar oscuras, se va a la taberna
para atontarse en licores, se va a los triunfos
de otra gente, Don Nadie, nunca éxitos de suyo.
Y la muerte, en vela, siguiendo tu rastro y alegando
«el proyecto definitivo yo lo doy. Tú muérete.
Admite tu destino. El hombre es ser-para-la-muerte».
Pero para morirte bien, te vuelves obediente
y, en el peor de los casos, implorante.
Salíste a ver en qué mundo has vivido, rodeado
de ladrones, putarracas, ídolos, hipócritas,
embusteros de mil colores y los perdonas a todos
antes de echarte de narices en la cura del ser
y hacerte pastor del ser, alegando que es empeño
de conocerte a sí mismo y a los demás...
Uno, el implorante, ¿qué puede?
ahora que dice que los entes son inteligibles,
el último escondite de la verdad / Verum /
y del ser y el sentido y la angustia.
Ahora que sólo un dios puede salvarnos,
uno se mete en la poesía, reinvindica palabras,
movilidad, historicidad y relaciones,
se caga en las mugres de la temporalidad fija
y el proyecto arrojado y la estaticidad.
¡Como quiere uno lo abierto como si fuera
el agujero de la fosa, cómo quiere uno el esqueleto
en caída libre al seno el misterio, en medio
de los fuegos artificiales, tan indiscretos de la Lichtung.
Uno quiere iluminarse en la absoluta historicidad del Ser.
Uno quiere el fundamento infundado de todo aparecer.
¡Pero está angustiado todavía, irremediablemente
angustiado todavía! Uno, ¿qué puede?
23-8-2002 / Del libro inédito Heideggerianas
Tuesday, July 29, 2008
Uno, el apelante, ¿qué puede?
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