16. EL GRAN DESENMASCARADOR, TRANSGRESION CULTURAL Y DIASPORA
En 1492, cuando Cristóbal Colón arribó a las Américas, desató un antiguo y siempre renovado proceso de exploración y colonizaóion que se expandió rápidamente, sólo que España fue esta vez, en la historia, la nación que garantizó para sí los mayores beneficios. En el siglo XVI, aproximadamente, 240,000 europeos entraron a las playas y puertos del mundo americano, costas del Norte y del Sur, hasta entonces desconocidas para ellos. En el siglo XIX, cerca de 50 millones de europeos optaron por la aventura de América. No sería justo ya indicar que vendrían con la votacidad de dominio político que caracterizó a etapas anteriores cuando no fueron tan frecuentes las luchas insurrecionales y la inestabilidad política. Puede que les haya sido más conveniente el desplazamiento hacia Tierras de Promesa que quedarse en naciones.
A mediados del siglo XIX, se produjo la diáspora irlandesa, por causa de la An Gorta Mór o la Gran Hambruna. Se calcula que alrededor del 45% al 85% de la población irlandesa emigró y los principales receptores de tal población emigrada fueron naciones americanas: de Canadá y los EE.UU. a la Argentina, aunque una porción de esos entre ese poco menos de 100 millones, en porciones mínimas se quedaron en puntos migratorios lejanos del Viejo Mundo, Nueva Zelanda y Australia, o se mudaron a inglaterra. Este país aprovechó la Gran Hambruna para facilitar el asentamiento de «colonos católicos franceses e irlandeses de las islas de Martinica, San Vicente, Granada y Tobago, las cuales habían pasado a manos inglesas desde el tratado de París de 1763» [Jorge Victoria: Los Negros Auxiliares enviados a Trinidad en el contexto de la Revolución haitiana, 1791-1796 [Argos, v. 23, n. 44, Caracas. Junio 2006].
Un caso diferente, por la sujección a esclavitud, es la diáspora africana que comienza en el Siglo XVI. Nunca hallarían un Anfitrión Benévolo, o Tierra Promisoria, cuando su destino lo marcará el Tráfico Negrero en el Atlántico que involicraría en su sistema de opresióm a cerca de entre 9.4 y 12 millones de esclavizados de las regiones centro occidentales y surorientales del Africa. Ellos tendrían que sobrevivir el transporte al Hemisferio Occidental, ya como esclavos. Randall Kennedy, profesor de leyes de la Universidad de Harvard, explica en su libro Nigger: The Strange Career of a Troublesome Word (2003) que el primer embarque de africanos, rumbo a la colonia de Virginia, data de 1619 y se acuña entonces para referirlos el término negars.
A las tierras americanas, o colonias a la que los africanos irán, los españoles, ingleses, franceses y portugueses, será sus amos y, desde siempre, amos ingratos a los que habría que desenmascarar. Quizás, después del indígena taíno, el grupo de inmigrantes que primero despertó a la idea del Amo Perverso y el Anditrión Miserable, son ellos. El africano. El indígena caribeño autóctono no esperó, tan pacientemente, para forjar una estrategia de rebelión. La confrontación fue casi inmediata y condujo al genocidio. Sin embargo, este grupo no se consideraba emigrante porque milemariamente estaba asentado como nativo. Lo que sí consideró injustificable y sacrílego fue verse sujeto a esclavitud por los repartos de los encomenderos y la burla a la institución civil indígena del guaitio. El sistema de encomiendas comenzó, prácticamente, en 1508. «cuando Juan Ponce de León, junto con un grupo de colonizadores (Luís de Añasco, Francisco de Barrionuevo, Miguel del Toro, Gil Calderón, y el lengua Juan González) llegan a las costas del sur de la isla caribeña.... allí donde comenzó el primer acto de lo que llegaría a ser el drama de la encomienda de Puerto Rico» [Luis Angel Molina Quiñones: «Poder y Abuso: Sistema de Encomienda en Puerto Rico», en Molinotopía:].
Obviamente, este tratado de encomiendas establecido bajo un código de ordenanzas en septiembre de 1512 no significo tanto para los encomenderos y no salvo tanto a los encomendados quienes seguían sufriendo los mismos atropellos. [...} estos indios (excepto los rebeldes)... encomendados seguían sufriendo las mismas injusticias de parte de sus encomenderos. Los problemas de la desigualdad y maltrato hacia el taíno no habían cambiado... Por un lado el sistema de encomienda tenía unas intenciones de culturalización política y religiosa para los amerindios. Esta medida los protegería, educaría y los evangelizaría según la fe católica y las buenas costumbres españolas. [...} La explotación era demasiada; para los taínos. La extracción de oro en exceso no tenia sentido. Los españoles comenzaron a controlar completamente la cultura taina. Ahora había que vestirse, No bañarse tantas veces. No podían celebrar sus areytos, ni adorar a sus dioses... [...} Por parte del cacique (Agüeybaná el Viejo), seria la manera de garantizar o mejor dicho, prolongar un ambiente de paz entre ambas culturas de las cuales la española se encontraba mas aventajada... [...] Esto condujo a los taínos a una revuelta infructuosa que a su vez llevo a la caída de los cacicatos, los cuales unos se entregaban, mientras que otros preferían morir en el intento. Estas entregas que se dieron a los gobiernos transitorios de Juan Ponce de Leon y Juan Cerón llevaron a los indios a ser tratados de una manera atroz e inhumana. Ya aquí los indios eran oficialmente esclavos. [Luis Angel Molina Quiñones, loc. cit.].
Desenmascaraniento, como el que se hizo de Juan Ponce de León y Juan Cerón por los taínos borincanos, significa en el discurso poscolonial del oprimido que no hay Amo Bueno ni Misión Evangelizadora y Civilizadora que valga, cuando ya no se respeta la dignidad de otras tradiciones humanas. Traicionar pactos colaborativos, negociación de paz, no es tratar con un anfitrión que abre su cultura a quien observa como un ente inferior. La condición colonial, como apertura a una cultura extranjera, despoja. El anfitrion despojador es enemigo, y con el mercader trae a un Amo conquistador y a señores que le tratan como propiedades, no como a seres humanos. Empresario esclavista y gobierno son cómpliices. La esclavitud, como institución inmoral, es criminal, esencialmente anticristina, homofóbica, misógina y genocida. Y no hay que ser nativo, ni inmigrante, para descubrir ésto.
Se da también el caso de que si el Amo / Colonizador / no retira la presión de sus prácticas de marginazación, es el grupo de individuos más pobre el que se desplaza e inicia una inmigración de escapada. Puerto Rico ha representado el caso de la colonia más antigua del Hemisferio y tal vez del mundo. Derrotada España en la Guerra Hispanoamericana del 1898, la misma crisis de dirigencia política en el contexto colonial al comienzo del siglo y la miseria crónica contribuye a que se abra una vúlvula de escape, proceso en que sobrevivir, «aunque sea en el coraón del monstruo», es la prioridad. Los puertorriqueños se han sentido en el desgaste, siendo que el poder militar y geográfico para instrumentar una lucha anticolonial ha sido y es tan poderoso, que han tenido que mudarse de espacio, abandonar la isla. De hecho, desde los tiempos de las guerras contra el sistema de encomenderos, el nativo puertorriqueño que creara su primer mestizaje con el blanco, ha estado en huída, o exilio.
Viéndolo en la perspectiva más reciente, la reacción migratoria del puertorriqueño se incluye en el movimiento diaspórico hacia Nueva York y que se designa Pioneer Migration (1900–1945). [La Emigración Puertorriqueña, en: La Gran Enciclopedia Ilustrada, Fundación Educativa Héctor A. García, 2009]. Un segundo brote migratorio se observará durante los años 1946–1964. Durante estas Gran Migración, 35, 000 boricuas por año imitaron el peregrinaje del que diera ejemplo la Migración Pionera del 1900, aunque con su cifra modesta de 2,000 emigrantes por mes.
En los EE.UU., el inmigrante borincano es uno de los pioneros en establecer asentamientos y forjar lo que hoy se llama el bloque hispano, o latino, compuesto las más diversas olas migratorias (cubanos, domimicanos, haitianos, mexicanos y centroamericanos). El director de la Hispanic Society of America, de Nueva York, Theodore S. Beardsley, ha dicho al evaluar el bloque de esta presencia hispánica en Norte América, en su ensayo The Hispanic Impact Upon the United States: The Immigrant Experience in America [Boston: G.K. Hall, 1976. pp. 9-43], que, en menos de un siglo, los hispánicos superaron el arribo numérico de los primeros colonos británicos. Cada etnia extranjera pasa por el cedazo del rechazo y es pretexto para el estereotipo y el señalamientos de defectos, en que los prejuicios imperan.
Históricamente, el estadounidense desenmascarable (aquel de más remoto arribo desde su Inglaterra o cualquier punto ancestral de Europa), esgrime la crítica usual y siempre controversial de que el Otro / inmigrante, sea o no blanco / es depredador y sólo hasta cierto punto deseable. El puertorriqueño que resultó de ver su territorio como botín de guerra en 1898 ha sabido, como el mismo Agüeybaná el Viejo ante el desenmascaramiento del Anfitrión Perverso, que no es incondicionalmente bienvenido al Norte. Mas, en verdad, la primera etapa de cualquier diáspora migratoria, es ésa. No ser bienvenido ni legal ni cladestinamente. Es la razón por la que explico, desde el primer capítulo de mi estudio, que el inmigrante siempre es indeseado, visto un transgresor nato, por una clique de anfitriones de doble estándares. Buen inmigrante el que se deje explotar pasivamente y se pueda arrinconar en los espacios en que se le define útil y necesario. Ser inmigrante porta una cualidad de sospechoso y objetado. Ninguna puerta se le abrirá si él no la empuja en la calidad del transgresor obstinado que sabe negociar su presencia. La integración social y cultural no será fácil, porque éste inmigrante trae su propio Relato Redentor.
Claudio Iván Remeseira, director del Proyecto Nueva York Hispánico del Programa de Estudos Americanos de la Columbia University, explica:
«Hace más de dos siglos preocupaba que muchos inmigrantes alemanes abrumaran la cultura predominantemente británica de Estados Unidos. A mediados del siglo XIX los inmigrantes irlandeses eran despreciados como borrachos y perezosos, sin mencionar a otros grupos católicos. A principios del siglo XX se creía que una ola de nuevos inmigrantes, polacos, italianos, rusos judíos, eran muy diferentes como para alguna vez ser asimilados en la vida norteamericana. Hoy en día, los mismos temores son esgrimidos contra los inmigrantes de Latinoamérica, Centro América, Caribe y Asia, pero los actuales críticos están equivocados, tal y como lo estuvieron sus contrapartes en épocas anteriores». [Claudio Ivan Remeseira: Hispanic New York a sourcebook].
Con los grupos puertorriqueños, puede decirse hasta cierto punto, que jamás ha sido la queja de que lleguen clandestinamente a tierras estadounidenses. A partir de 1917, son cuidadanos estadounidenses, cuyos primeros puntos de ingreso a la nación fueron Spanish Harlem, sur del Bronx y Brooklyn. Se ha determinado que, desde 1917 hasta 1970, la Nueva York legaron cerca de 1,500,000 boricuas. El total de puertorriqueños en la nación se eleva a poco mas de 4,000,000 para el año 2000 y 700,000 residentes boricuas en la Florida, Los números crecen, nunca disminuyen y las razones de la emigración al Norte son las mismas que en el 1900. En su estudio From Colonia to Community. The History of Puerto Ricans in New York City, la socióloga Virginia Sánchez Korrol, puntualiza los factores que empujan al puertorriqueño a emigrar:
(1) búsqueda de oportunidades económicas
(2) niveles de desempleo alarmantemente elevado en su isla
(3) los bajos sueldos que devengan los obreros no diestros o no profesionales.
Pero del puertorriqueño hay que decir que su Relato Redentor es intenso. Convendría que lo definiese aquí. El relato redentor es una proclividad a la resistencia autoafirmativa; una capacidad de mostrar que no se renuncia a lo que se es por más prédica del Anfitrión Benévolo o Corruptor a la aculturación, la transculturación, la asimilación o cualquiera sean sus teorías de Melting Soap o integración total. En este proceso revelativo del Relato Redentor, según los sicólogos argumentan, «los recuerdos suelen seguir el patrón» y aún los elementos negativos de «un estado no deseado (de dolor, pérdida o exclusión)» se filtran hacia «un estado positivo (de aceptación, euforia o triunfo)». [Miguel Angel Criado: «La nostalgia, arma contra la soledad y la exclusión social]
Hay un bello poema del autor puertorriqueño Juan Avilés Medina (1904- 1994), fallecido en Nueva York, donde fue inmigrante desde 1926, que ilustra este carácter de resistencia. El poema en cuestión se titula A mi aldea, referencia a su pueblo natal de San Sebastián del Pepino. El poema data de 1924 y me sorprende gratamente porque refleja que este sentimiento de identficación con la autoctonía, alimentado por «la función restauradora de la nostalgia» es anterior a su larga vida como inmigrante en los EE.UU.. Al parecer tiene una estructura inherente y desafía las viejas nociones de que, como se creyó otros siglos, la nostalgia es un sentimiento debiltador. Hoy se entiende, por el contrario, que es un mecanismo de recuperación, que alivia la exclusión social.
Durante los siglos XVIII y XIX, la nostalgia era considerada una enfermedad. El término se usó para definir el estado de añoranza que sufrían los mercenarios suizos repartidos por las cortes europeas. Ya en el siglo XX, los médicos la catalogaron de desorden psiquiátrico que, mediada la centuria, rebajaron a la categoría de depresión. Sin embargo, expertos de cuatro universidades de EEUU, Reino Unido y China han realizado varios estudios (publicados por la Asociación de Psicología del Reino Unido) para demostrar que la añoranza hace más bien que mal. [Miguel Angel Criado, loc. cit.].
A mi aldea
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