FACEBOOK / Carlos López Dzur / Diálogo Digital / UPR / Revista TRIPLOV de Artes, Religiões e Ciências / Convocatoria al Estudio de Historia Pepiniana / Carlos López Dzur: Indice / Teoría de la sustentabilidad / El Vigilante y la Consciencia (Frags. 3 al 7) / Homenaje a Hebe / Vuelo de las Grullas / Kool Tour Activa / Letras Under / Revista / Revista Sequoyah #82 / Microrrelatos / Carlos Lopez en PR / La Naranja de OC / Ahamkara / Sadhana / ArgenPress / La casa y la Invasión de 1898 / LIBROSLa plasticidad de las imágenes que José M. Maldonado Beltrán evoca para su poemario El surco de los días [Arco de Plata Editores, Aguadilla, Puerto Rico, 2011], con prólogo de Esteban Moore, es bella. Y lo son las ilustraciones vívidas e imaginativas de Adrián Nelson Ramírez.
[NOTA DEL EDITOR: José Manuel Maldonado Beltrán es profesor universitario puertorriqueño nacido en Almería, España. Filósofo y poeta. Obtuvo la Maestría en Filosofía en la Universidad de Dayton, en Ohio, en 1969. Completó el doctorado en la Duquesne, de Pittsburgh, Pennsylvania, en 1973. Fundador de las revistas internacionales El Cuervo Dorado y Luciérnaga. Es autor de diferentes trabajos y libros de filosofía: Invitación al pensar filosófico; Invitación al pensar lógico; Humanidades: El asombro de los siglos ; Poder y pensamiento; Del imperio al pontificado yvolumen I y II. En poesía ha publicado los poemarios De mares y de sombras (con la poeta argentina Anamaría Mayol); Este dificil oficio de amarte y el Prodigio de amarnos. Recientemente ha dado a conocer una versión anarquista del Tao Te King. Más sobre Maldonado Beltrán en: Al pie de la Palabra y José Manuel Maldonado Beltrán / En Kool Tour Activa].
Por Carlos López Dzur
Mediante el elaboramiento de este comentario, disfrutaré algunos de los momentos o encuentros existenciales que José Manuel (JMMB) propone en esta poética. Lo sorprenderemos cuando escribe y cuando aún no lo ha hecho, que es cuando su yo lírico flota en un espacio marino, cercano a la Puerta de San Juan, describiéndose a sí mismo como el «Argonauta varado» que siente el «viento moreno del Caribe» y «el vuelo a sotavento / de las alcatraces / a la inconstante orilla» (p. 98); pero, este hablante, deseoso de compartir secretos, tendrá su oportunidad de escribirlos. Y no han de ser cosas tenebrosas, no fiables o desconocidas. E inclusive, desde su «Umbral», aconsejará, si acaso creemos que soñamos con él al leerle: «No despiertes / sigue soñando / que has soñado / despierto» (p. 101).
En el penútimo poema del libro, «Poética de los encuentros», confirma muy bien sobre el por qué, cuándo, dónde y cómo él se preparó para dejar sus memorias de los días y las horas, o del cómo aguardó, ansió o echó de menos, cuando tales noticias / memorias recobradas, a la postre / y eventos de las que escribiría no cuajaron por causa de días «desmemoriados». Escribir es tarea de planteamiento y de muchos caminos, pero a veces hay pocas confluencias.
En este poemario, el proceso de escribir, «ordeñar» palabras oscuras y «mimar metáforas» (p. 62) es tema importante. Se inquiere críticamente hasta por la actitud de Fernando Pessoa para quien el poeta es una especie de fingidor.
JMMB produjo con este libro, El surco de los días, un rico material con «la clase de asombro que nutre la imaginación» (p. 99). Con estos deslizamientos suyos, entre recovecos de memorias, me entretendré. Me empaparé con la plasticidad, simbología y poética de aquellos elementos designados como «días», «viento», «pájaros», «surcos», «perros», «palabra», o las exuberantes proporciones inversas, a las que llamará «la tierra y la mar, / el sol y la sombra / y algunos amores» (p 87).
Los poemas aquí reunidos son muy diversos. Sonstituyen una variedad tópicos o caminos que José Manuel repasa desde el «costado de su penumbra anticipada»; en este comentario me limitaré a sus asuntos más mencionados porque son indicadores / hacia las metáforas / que él elabora a través de las 110 páginas del libro.
Advierto la multiformidad de sus versos. «Tiempos difíciles»n «Eterno retorno», «Las postales que escribes», etc. constan de 3 versos. Con el primero de esos poemas, nos describe cómo se atesora el sol cuando llegan los días de lluvia; otros textos son «Pertinente», escasamente, 2 líneas. La mayoría de sus poemas son prosa poética y versolibre. Estructuralmente, parecen ensayitos o cartas.
De principio a fin, en el libro hay un hablante que versa con el temple de la utopía. Por un lado, desea ser el poeta-sembrador; pero admite que se siente «extraño con las herramientas labradoras en el brazo». Mas persiste en la experiencia de ausentarse en el trópico, lejos de la ciudad. Se aparta de diccionarios y metáforas, va por vivencias porque para ser hombre hay que tener estas experiencias de sorprenderse con «la lluvia a todo sol», la «primera vez» con la tierra inexplorada, las iguanas, «la noche retrasada en las montañas oscuras» (p. 90). Para trazar los surcos de los que él hablará en su poemario, tiene que llevar al final esta «ilusión de permanecer» y festejar con la tierra.
Este es aprendizaje que tiene que ver con un especial cultivo que JMMB llama «cultivar asombros», aprender el asombro que la tierra da, como «horno encendido de palabras» que, al final, la lluvia apaga, convirtiéndose en otro «litoral consecutivo» (p. 94).
En cierto momento, desea comunicarse desde el «espejismo tropical», pero, siempre con la intención de «espantar la irrealidad mimética de los lagartos» (cf. «También en el trópico», p. 90). Con el posicionamiento geográfico tropical, hay un deseo de «trabajo bajo los árboles, sumergido en la ausencia de las palabras, atento a la cadencia de los vuelos, al brote del fruto en la piel del porvenir». Es un deseo de regreso al «descomunal anonimato de la vida toda» (ps. 90-91). Este sentimiento es parte de su utopía, mas entendida como «convivencia», rebasamiento de límites que imponen lo empeñecedor.
La utopía, «como denso vínculo de la libertad compartida» (p. 69) es lo que permite el mejor abrazo y el mejor poema. Convierte cualquier «fruto frágil» / aún la «rara amistad» / en algo que crece. algo multiplicado, que comienza «con el entusiasmo de nuestras palabras» y va acrecetándose. Este poema de JMMB, titulado «Convivencia», no sólo explica afinidades afectivas del poeta, su potencial solidario que va de la Revolución Cubana, la situación hondureña, la crítica al Nóbel de Paz (Obama), la identificación con la poesía de Mario Benedetti, evocaciones habaneras y/u otras menciones de sus gratas amistades y afectos, hasta que finalmente nos presenta la explicación poética de lo que es su «surco» en los días.
En poema, con metaforismo utópico-solidario («Nunca será de noche en La Habana»), el sentido de hermandad y compañerismo revolucionario se equivale a luz, a las alboradas, a «la certezas de los días sin ocaso», a «la utopía de los barcos y desembarcos de auroras», a «la vigilia incesante del viento» (ps. 19-20).
¿Cómo se forma, a razón del título dado al poemario, «la corriente de los días y las cosas» (p. 69)? ¿Qué agentes / fuerzas naturales / pueden formar surcos en la tierra y cuáles están presentes plástica y simbólicamente en la poesía que estudiamos? En el texto «Convivencia», JMMB nos mencionó la paradoja del «ser río-contemplador». Los ríos marcan cauces materiales... mas, seguramente, los ríos más concretos codificados en la poemática de José Manuel son aguas-vivas-interiores de contemplación, como es «el fresco caudal de la palabra» (p. 33) o las «olas cerúleas de los cerros» (ibid). ¿Qué tipo de zanja oo surco se abrirán con los ríos-contempladores? Metáfora surreal, recurso subjetivo.
Estas imágenes de lo lícuo, en el texto La mejor de nuestras suertes, describen «lo mejor de (su) amor», una mujer condenada a ser poeta, hilvanadora de sueños, fidelidad y quien quedó en Itaca. El poeta insinúa a Penélope, fiel esposa de Ulises que, según la historia de La Odisea rechazaría a un sinfín de pretendientes. Estos se aprovechan de la ausencia de su marido, quien lucha en la Guerra de Troya y vaga, por veinte años, por las costas del Mediterráneo, en no siempre voluntarias y agradables aventuras. Es la razón por la que Ulises sufre, pese a que siente que, aún a la distancia, su esposa y él se reciprocan en «contínua sintonía» (p 17).
Este leit-motif clásico, a mi juicio, es lo que va dando una unidad al libro como anécdota central de tipo más sentimental que ejercicio elaboradamente ecoliterario. En torno a este Ulisis existencial / sin nombre / de Maldonado Beltrán es justo que se diga es progresista, anti-imperialista, no un ente socialmente evasivo.
En el texto, Aquí dentro, el poeta vuelve a mencionar el agua y su impacto sobre «la oscura roca de la tristeza». En esta interesante textura y plasticidad, la tormenta, no un río, es el agente desatante: «Las tormentas / que viven adentro / son aguas sumergidas / del deseo» (p. 40). Estas alusiones al sufrimiento, a la ausencia, a las aguas, a las esperas, que el poeta hilvana introducen el tema del surco como lastimadura invisible, sin herida y el hablante maldice porque la ausencia no permite el consuelo de ella, quien sufre sin que pueda hablarse de cicatrices y agresiones.
imagino que esperas mi llegada
cuando ladran los perros a la puerta
llama el viento en la ventana
y se aleja la lluvia con mis pasos
maldigo los soles de la vida
por desearte como al agua
quererte como al viento
ver con la luz de tu lumbre
el fuego que me das
sin una herida
y saber que sufrirás sin mí
[«No quiero soñar», ps. 44-45].
El hermoso poema repasa otros elementos simbólicos que explican la índole de El surco de los días. El texto primero da título al libro y perfila la connotación odiseica del mito de Ulises y Penélope. Se trabaja un nivel onírico en que el hablante omnisciente observa la proximidad de una tormenta, «perros inmóviles» que agudizan el oído; presintiendo con el rumor del viento o peligros.
En el fondo onírico, la tormenta puede significar la parcial visión, o caos del materal difuso y superabundante del sueño. El hablante anhela y especula que «desde el hondo sueño / de los glaciares hila / esta contínua sintonía de mis brazos con la lluvia de tus besos» (p. 17).
¿Qué personificaciones hace el poeta del elemento «viento»? ¿De qué cualidades lo dota? ¿Cuál es el «viento del corazón» (p. 60) entre los pájaros posibles? JMMB destaca que el viento simboliza la «vigilia incesante» (p. 20), «herencia común» y protectiva del «nosotros» (ps. 38-29), con voz de monte y pasiones rústicas, con actitud servicial (pues, «seca también la ropa / en los días de sombra / sin sol», p. 51). De la espalda del viento, nacen los pájaros (p. 35). el viento es olvidadizo (no recuerda dónde dejó las alas, p. 23). Sin embargo, tiene una función o sus tareas, cuando morimos: «el viento se encarga de las cenizas / las nubes de lágrimas y estrellas» (p. 81).
Muy asociado al viento, están los pájaros, a los que no se debe enjaular jamás. El poema que preconiza el por qué declara:
Los pájaros son
el corazón del viento
la madre de los bosques
la brújula de los días
el puente de las primaveras
las alas de la distancia
el alma de los sueños de invierno
el viento del corazón
no tengas pájaros en jaulas
[El corazón del viento, p. 60]
A veces los páharos arriban sin cesar, «bandada azul» (p. 34); otras vaces, aunque con lloros, sin consciencia de que se deba hacerlo, se cultivan («me han dicho que cultivas pájaros», p. 36). Con la alusión a las gaviotas, JMMB mienta la atadura del amor y «sus maletas azules» encalladas en el fondo de la mar para que no se abandone a quien lo ama (p. 54)
Otro animalito al que el poeta da importante presencia en su poemario, es el perro. «Animales encontrados / en la deriva biológica de los abrazos / el sol / y las amapolas», los asocia a la «libertaria ternura / nuestros perros / tú / también yo» (p. 59). Ama a los «perros sagaces / de especie acompañada» (p. 77), a los perros inquietos que anticipan la impaciencia de su pasión (p. 64) y los cree consoladores y, además, parte de los derechos de los poetas. «Probablemente los perros / laman tus penas» (p. 34)
De los días humanos que el autor compara con caminos y encrucijadas, que son no tan numerosas como intensas, se aprende que los siglos no se han de remontar en un día, vale vivirse un día a la vez. Es suficiente saber sobre generosidad, amor y lucha (cf. Veinte siglos y un día ). En el marco de lo que los días enseñan, en sus menores unidades que son días, no siglos, se infieren ciertas conocimientos universales. Uno interesante que José Manuel brinda con humor y desenfado es la Dieta para todas las tierras.
Otro conocimiento que las mujeres aprecian es que hay un «tiempo del espejo» que divide al día en horas. Aún a las horas calculadas se vale quebrarlas, desafiándolas. Con ironía, en el poemario, se incluye textos tales como Sospechoso en USA, Teoría de la Gran Explosión, Economía política de la Frontera y otros.
En resumen, los días son las unidades de vivencia que marcan su señal cardinal, como en la brújula. El poeta es el intérprete «de la brújula de los días» (p. 60). Consulta como el marinero las direcciones y rumbos, coteja con su mirada los pájaros, gaviotas, el viento y los perros. Es cierto que se infiere del libro la presencia de un «poeta-labriego» o del río-contemplador que se abre paso entre cordilleras y selvas; pero, más claramente, también al poeta-navegante, al que sale mar-afuera de las islas y cuya meta es la certeza sin ocaso de los desembarcos en la aurora. Va en rumbo de utopía.
Escribir es una manera de retrasar el olvido y la ausencia, retos de cada viaje ya que estas condiciones son formas en que se provoca sufrimiento a otros; duele cuando uno se separa de un paisaje amado o un camarada, o un gran amor, como el de la esposa (Ulises / se duele en Penélope). Hay días, sin embarg, en que no se quiere escribir, porque la acción, el deber, o lo inevitable, emplazan. Mas para quien cree en el «eterno retorno» (p. 76), no hay muerte, sino corrientes nuevas, distancias que no necesariamente son insuperables porque «el denso vínculo de la libertad» queda, así como los poemas. «Y me siento a escribir / estos versos / para retrsar la partida / entre las cosas nuestras» (p. 77).
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