a don Jeremías Beauchamp Olmo (1897-1979)
«Hubo un día que nos pidieron cuentas…»
El había nacido en Las Marias, pero tenía una casa en Pueblo Nuevo y primos en el barrio Perchas. Según Margarita González, su vecina, el Buen Jeremías, ese bendito señor sería como un pionero benefactor de lo que fue Pueblo Pueblo, porque su finca se convirtió en pedacitos / parcelas que vendió poco a poco / para fundar ese sector urbano. El bromeaba con ella «echándole miedos» con «revolucionarios de Lares», que vendrían y quemarían el Pueblo. Mas esta fue una broma entre amigos, un relajo de vecinos que se chotean uno al otro, por cosa de confianza.
Ella era del PER, el partido de los anexionistas de Juan Bautista García Méndez («sólo porque es de Pepino»). Más bien, según su lógica política, lo que ella sería, o pretendió serlo en los tiempos de la Depresión, fue una partidaría de la idea de que se unieran los republicanos puros con los socialistas, faena que impulsaba Antonio R. Barceló, haciendo migas con Santiago Iglesias Pantín. El miedo de quemas, o el tema obsesivo… no les vino ni ella ni a él por viejos. Es un asunto de folclor o imaginario colectivo que caigan centellas y quemen la iglesia. O por descuidos con una vela, una vieja beata incendiara el Poblado.
En el caso de Margarita, es que su bisabuela le echaba miedo con la gente de El Porvenir, un grupo secreto de independentistas que quisiera romper el nexo de la isla con España y, para ahondar en el choteo, la bisabuela le dijo, lo mismo que decía Beauchamp Olmo, que si es que vienen los alzados comenzaran en Lares, lo harían por carambola después en Pepino. Esto es: ultrajarían a las viejas católicas, de esas que no se casan y visten santos y se pasan mascullando maledicencias contra las putas.
Para quien conozca de qué raíz viene ese cuento, investigarlo es fácil. Es una de esas ironías de su bisabuela que, siendo violada de chamaca, a pesar de todo, no perdió ocasión de conquistar a tres maridos. Tenía sentido del humor y mucha sana diablura. Se juntó en amasiato tres veces y, conocidos los defectos de sus enamorados, tres patadas por el culo dio a todos ellos «y a cagar pa’l monte», les decía. Un hombre que no trabaja no sirve para nada, aunque sea guapote y cingue deliciosamente.
Margarita, feona, estéril, a veces tonteja e influíble por cualquier vacilada, fue tardíamente que le tocó la suerte de hallar a su Sindo, uno de esos Arvelo, con mucha pinta, pero vagos. De los que nunca trabaja, a pesar de que andan bien vestidos, afeitados, perfumados y diciendo cosas bellas, con alegría y hasta lirismo. Un viejo-verde, aunque más joven que ella, galante y piropeador. En fin, que fue ella quien, con bondad de Jeremías, halló dónde meterse en Pueblo Nuevo con él, su Arvelo. Eso así, los dos una parejita agradecida, que bendecía el nombre de los Beauchamp Olmo y los Beauchamp Angleró, que son cepa de los mismos.
«Para hacerte el cuento cortito», ésto que era un estribillo de Margarita, cuando quería darse prisa, porque siempre fue hacendosa, servicial y le gustaba andar para un lado y para el otro, después de faenas como doméstica con los Rodríguez, los García y otras familias ricas del pueblo, un día se supo sobre lo que hizo un utuadeño y el triste final que tuvo. Hubo tres asesinatos, seguida de una matanza en Ponce.
Fue en los días de febrero de 1936. Un día 23, exactamente, que Elías Beauchamp e Hiram Rosado se vengaron como represalia a la Matanza de Ponce, echándole balazos al coronel de la policía Riggs, asesor del Gobernador Blanton Winship. Lo mataron en San Juan y una vez que a Hiram y Elías los capturaron, la policía los mató en el mismo cuartel. Así de simple.
Esto fue una conmoción como la Masacre misma. Lo de Ponce fue en Ponce, pero, que se matara a un jovencito bueno, como Beauchamp, fue como si la masacre hubiera ocurrido en Pepino y, concretamente, en Pueblo Nuevo. Por varios días, iba la policía a apostarse en las cercanías de la casa de Don Jeremías Beauchamp Olmo, como si él tuviese que ver con el crimen de Riggs, o fuese un cómplice de aquel muchacho.
Ocurrió que tener ese apellido se convertía de repente en un delito. «Ser un Beauchamp es tener cola que le pisen», decía la policía. Margarita que supo sobre lo de Ponce y no quiso salir, por muerta de miedo, cuando oyó sobre el caso de Beauchamp y Rosado, se levantó espantada, salió como una histérica a buscar a Jeremías. Ella todavía no vivía con Arvelo. Y quería, como sacar algo de su alma, desahogarse. De pronto recordó aquellas pláticas suyas con don Jeremías, aquellas cuasi bromas, de si arribarían unos lareños a violar a las beatas. De si conviene o no conviene que el Partido Unión, de Barceló, haga un pacto de alianza con los republicanos puros. Un entendido político entre Barceló y Santiago Iglesias.
El asunto es que, unas llamadas «fuerzas vivas» de organizaciones, tales como la Asociación de Agricultores, la Cámara de Comercio, la Asociación de Productores de Azúcar y otras, encabezadas por Eduardo Georgetti, cabildearon ante el Congreso y la Administración de Washington para desacreditar a Barceló y el clima de hostilidad se hizo terrible. Lo acusaban de mostrar tendencias hacia la izquierda social, de ser un comunista con una agenda para fortalecer su agarre con las masas del pueblo, porque, en verdad, que habían estado hambrientas. Y el Partido de la Unión, hasta ese entonces, había sido el mejor partido, sin ser abiertamente independentista. Mas ahora había riñas entre Tous Soto y Barceló… ¡Tanta riñas que al oír estas cosas en los bufetes legales de los ricos en el Pueblo, a ella se les pegaban como obsesiones! Ha querido saber, desde que dieron el voto a las mujeres, si algún partido quiere despegar a Puerto Rico de los EE.UU., «porque si eso pasara, nos moriremos de hambre».
Su bisabuela le decía, por ridiculizar sus temores: «¡Coño, ya nos estamos muriendo y estamos pegaos a los americanos! Esos políticos lo que batallan y discuten es el control de los puestos políticos». Habían pasado diez años, desde ese 1925, en que un Comité de Territorios presentó su informe a favor del proyecto de ley concediendo a Puerto Rico el derecho a elegir su Gobernador por el voto popular para el año 1932, diez años en que, entre Margarita y don Jeremías, no se volvió a cruzar un comentario tan fuerte como aquel de rebeldes procedentes de Lares para ultrajar a señoritas… mas ella ha recordado aquellas conversaciones como si fueran este día y se levantó de una hamaquita, en medio de sobresaltos.
«¡Coño, Margarita! Te aseguro a los gringos lo menos que les importa son las cuestiones políticas. En Washington, la preocupación será siempre cómo seguir explotando esta isla, tan llena de problemas económicos», y pese a sus ironías, con la bisabuela, hallaba paz. La vieja sabía más que todos los García Méndez juntos, más que el esposo de Doña Bisa, con todo y su título de leyes… Ahora, como si hubiera predicho algo, o se hicieran realidad sus vaticinios, se peleaba Barceló con Córdova Davila, el Comisionado Residente, que no entendía que Santiago Iglesias, también quería reformas de justicia social, sólo que en Yanquilandia, como la bisabuela nombrara el Capitolio y Casa Blanca en Washington, que pactara una alianza con Santiago Iglesias sería como pactar con el comunismo y, por razones de seguridad nacional, no conviene.
«Si los independentistas tienen triunfos sociales, con base al sindicalismo y el anarquismo de Santiago Iglesias, se desacreditan ante los ojos de los EE.UU. y, localmente, se engrandecen, ganarán muchos votos y, si desde Washington se nombrara un gobernador puertorriqueño, no va a ser uno de ellos, no va a ser Albizu Campos, seguro que será ese buscón de Santiago Iglesias, ese español, gallego, vendepatria», analizaba su dolor de muelas de Mirabales. «Y Santiago Iglesias está buscando puesto, no justicia».
¡Qué falta le hacía ahora ir con Jeremías! Quien, en política, pese a lo bromista, está bien ubicado. Guarda el equilibrio. Debe estar pasando una tristeza, si es que, por la Matanza de Ponce y de esos muchachos, se lo comerán a preguntas, como aseguran los vecinos.
«¡Ojalá que no se le haya botado la canica!», decía según iba por las callejuelas de Pueblo Nuevo, oyendo las sirenas de carros policías. «Ay, Virgen de La Moreneta, ¿qué estará pasando cerca de la casa del pobre Jeremías?»
No se acercó a las verjitas de él, frente a su casa, aunque había uno vecinos curiosos. No lo hizo hasta que se fue la patrulla y lo vio que no iba dentro de ella. Respiró hondamente. Temía que por ser un Beauchamp se lo llevaran al cuartel para matarlo.
Al fin, sacó valor. Se fue donde él, abrazó a su esposa, que tenía un nene en brazos. Allí estaban algunas gentes de su parentela. Vio a su hermana Francisca, a quien también conocía, parentela de su esposa, que son González Irizarry e Irizarry Sepúlveda. Se abrió paso entre ellas:
«Aquí está la otra Margarita que faltaba», la saludó. «Y es que quien nada debe, nada teme».
Margarita hubiera querido hasta aplaudirlo, aunque no lo creyó apropiado, sino que lo abrazó. Ella, hablando con los García, supo que los Beauchamp peligrosos, esos que tienen cola, son los del Grito de 1868, uno que vinieron de Francia, hasta Haití, Cuba y Puerto Rico con los Sterling, y esos… como Pablo Antonio son mayagüezanos…
«No hay nada que temer, mujer tranquila», dijo Jeremías, separándosela del pecho, porque lloraba y lo ocultaba, abrazándolo. «No pasa nada. A todos nos llega el día en que hay que dar cuentas y decir de dónde procedemos. Acabo de decirles a esos policías, que Carlos María Beauchamp Giorgi, alcade de Las Marias, fue repetidamente puesto por las tropas americanas leales y cuatro veces electo, hasta recientemente en 1921. Y les dije que si consultaban quiénes han sido Secretarios del Senado, van a hallar a Ramón Beauchamp González… y yo no niego a mi pariente, Elías, ni estoy para aplaudir ni para que justifique la forma criminal en que en el cuartel lo mataron. No es éso. Digo simplemnete que la gente buena y querida cuenta también y ser Beauchamp no es malo…
17-02-2000> / El pueblo en sombras
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Comentarios sobre la novela «El Pueblo en sombras»
El había nacido en Las Marias, pero tenía una casa en Pueblo Nuevo y primos en el barrio Perchas. Según Margarita González, su vecina, el Buen Jeremías, ese bendito señor sería como un pionero benefactor de lo que fue Pueblo Pueblo, porque su finca se convirtió en pedacitos / parcelas que vendió poco a poco / para fundar ese sector urbano. El bromeaba con ella «echándole miedos» con «revolucionarios de Lares», que vendrían y quemarían el Pueblo. Mas esta fue una broma entre amigos, un relajo de vecinos que se chotean uno al otro, por cosa de confianza.
Ella era del PER, el partido de los anexionistas de Juan Bautista García Méndez («sólo porque es de Pepino»). Más bien, según su lógica política, lo que ella sería, o pretendió serlo en los tiempos de la Depresión, fue una partidaría de la idea de que se unieran los republicanos puros con los socialistas, faena que impulsaba Antonio R. Barceló, haciendo migas con Santiago Iglesias Pantín. El miedo de quemas, o el tema obsesivo… no les vino ni ella ni a él por viejos. Es un asunto de folclor o imaginario colectivo que caigan centellas y quemen la iglesia. O por descuidos con una vela, una vieja beata incendiara el Poblado.
En el caso de Margarita, es que su bisabuela le echaba miedo con la gente de El Porvenir, un grupo secreto de independentistas que quisiera romper el nexo de la isla con España y, para ahondar en el choteo, la bisabuela le dijo, lo mismo que decía Beauchamp Olmo, que si es que vienen los alzados comenzaran en Lares, lo harían por carambola después en Pepino. Esto es: ultrajarían a las viejas católicas, de esas que no se casan y visten santos y se pasan mascullando maledicencias contra las putas.
Para quien conozca de qué raíz viene ese cuento, investigarlo es fácil. Es una de esas ironías de su bisabuela que, siendo violada de chamaca, a pesar de todo, no perdió ocasión de conquistar a tres maridos. Tenía sentido del humor y mucha sana diablura. Se juntó en amasiato tres veces y, conocidos los defectos de sus enamorados, tres patadas por el culo dio a todos ellos «y a cagar pa’l monte», les decía. Un hombre que no trabaja no sirve para nada, aunque sea guapote y cingue deliciosamente.
Margarita, feona, estéril, a veces tonteja e influíble por cualquier vacilada, fue tardíamente que le tocó la suerte de hallar a su Sindo, uno de esos Arvelo, con mucha pinta, pero vagos. De los que nunca trabaja, a pesar de que andan bien vestidos, afeitados, perfumados y diciendo cosas bellas, con alegría y hasta lirismo. Un viejo-verde, aunque más joven que ella, galante y piropeador. En fin, que fue ella quien, con bondad de Jeremías, halló dónde meterse en Pueblo Nuevo con él, su Arvelo. Eso así, los dos una parejita agradecida, que bendecía el nombre de los Beauchamp Olmo y los Beauchamp Angleró, que son cepa de los mismos.
«Para hacerte el cuento cortito», ésto que era un estribillo de Margarita, cuando quería darse prisa, porque siempre fue hacendosa, servicial y le gustaba andar para un lado y para el otro, después de faenas como doméstica con los Rodríguez, los García y otras familias ricas del pueblo, un día se supo sobre lo que hizo un utuadeño y el triste final que tuvo. Hubo tres asesinatos, seguida de una matanza en Ponce.
Fue en los días de febrero de 1936. Un día 23, exactamente, que Elías Beauchamp e Hiram Rosado se vengaron como represalia a la Matanza de Ponce, echándole balazos al coronel de la policía Riggs, asesor del Gobernador Blanton Winship. Lo mataron en San Juan y una vez que a Hiram y Elías los capturaron, la policía los mató en el mismo cuartel. Así de simple.
Esto fue una conmoción como la Masacre misma. Lo de Ponce fue en Ponce, pero, que se matara a un jovencito bueno, como Beauchamp, fue como si la masacre hubiera ocurrido en Pepino y, concretamente, en Pueblo Nuevo. Por varios días, iba la policía a apostarse en las cercanías de la casa de Don Jeremías Beauchamp Olmo, como si él tuviese que ver con el crimen de Riggs, o fuese un cómplice de aquel muchacho.
Ocurrió que tener ese apellido se convertía de repente en un delito. «Ser un Beauchamp es tener cola que le pisen», decía la policía. Margarita que supo sobre lo de Ponce y no quiso salir, por muerta de miedo, cuando oyó sobre el caso de Beauchamp y Rosado, se levantó espantada, salió como una histérica a buscar a Jeremías. Ella todavía no vivía con Arvelo. Y quería, como sacar algo de su alma, desahogarse. De pronto recordó aquellas pláticas suyas con don Jeremías, aquellas cuasi bromas, de si arribarían unos lareños a violar a las beatas. De si conviene o no conviene que el Partido Unión, de Barceló, haga un pacto de alianza con los republicanos puros. Un entendido político entre Barceló y Santiago Iglesias.
El asunto es que, unas llamadas «fuerzas vivas» de organizaciones, tales como la Asociación de Agricultores, la Cámara de Comercio, la Asociación de Productores de Azúcar y otras, encabezadas por Eduardo Georgetti, cabildearon ante el Congreso y la Administración de Washington para desacreditar a Barceló y el clima de hostilidad se hizo terrible. Lo acusaban de mostrar tendencias hacia la izquierda social, de ser un comunista con una agenda para fortalecer su agarre con las masas del pueblo, porque, en verdad, que habían estado hambrientas. Y el Partido de la Unión, hasta ese entonces, había sido el mejor partido, sin ser abiertamente independentista. Mas ahora había riñas entre Tous Soto y Barceló… ¡Tanta riñas que al oír estas cosas en los bufetes legales de los ricos en el Pueblo, a ella se les pegaban como obsesiones! Ha querido saber, desde que dieron el voto a las mujeres, si algún partido quiere despegar a Puerto Rico de los EE.UU., «porque si eso pasara, nos moriremos de hambre».
Su bisabuela le decía, por ridiculizar sus temores: «¡Coño, ya nos estamos muriendo y estamos pegaos a los americanos! Esos políticos lo que batallan y discuten es el control de los puestos políticos». Habían pasado diez años, desde ese 1925, en que un Comité de Territorios presentó su informe a favor del proyecto de ley concediendo a Puerto Rico el derecho a elegir su Gobernador por el voto popular para el año 1932, diez años en que, entre Margarita y don Jeremías, no se volvió a cruzar un comentario tan fuerte como aquel de rebeldes procedentes de Lares para ultrajar a señoritas… mas ella ha recordado aquellas conversaciones como si fueran este día y se levantó de una hamaquita, en medio de sobresaltos.
«¡Coño, Margarita! Te aseguro a los gringos lo menos que les importa son las cuestiones políticas. En Washington, la preocupación será siempre cómo seguir explotando esta isla, tan llena de problemas económicos», y pese a sus ironías, con la bisabuela, hallaba paz. La vieja sabía más que todos los García Méndez juntos, más que el esposo de Doña Bisa, con todo y su título de leyes… Ahora, como si hubiera predicho algo, o se hicieran realidad sus vaticinios, se peleaba Barceló con Córdova Davila, el Comisionado Residente, que no entendía que Santiago Iglesias, también quería reformas de justicia social, sólo que en Yanquilandia, como la bisabuela nombrara el Capitolio y Casa Blanca en Washington, que pactara una alianza con Santiago Iglesias sería como pactar con el comunismo y, por razones de seguridad nacional, no conviene.
«Si los independentistas tienen triunfos sociales, con base al sindicalismo y el anarquismo de Santiago Iglesias, se desacreditan ante los ojos de los EE.UU. y, localmente, se engrandecen, ganarán muchos votos y, si desde Washington se nombrara un gobernador puertorriqueño, no va a ser uno de ellos, no va a ser Albizu Campos, seguro que será ese buscón de Santiago Iglesias, ese español, gallego, vendepatria», analizaba su dolor de muelas de Mirabales. «Y Santiago Iglesias está buscando puesto, no justicia».
¡Qué falta le hacía ahora ir con Jeremías! Quien, en política, pese a lo bromista, está bien ubicado. Guarda el equilibrio. Debe estar pasando una tristeza, si es que, por la Matanza de Ponce y de esos muchachos, se lo comerán a preguntas, como aseguran los vecinos.
«¡Ojalá que no se le haya botado la canica!», decía según iba por las callejuelas de Pueblo Nuevo, oyendo las sirenas de carros policías. «Ay, Virgen de La Moreneta, ¿qué estará pasando cerca de la casa del pobre Jeremías?»
No se acercó a las verjitas de él, frente a su casa, aunque había uno vecinos curiosos. No lo hizo hasta que se fue la patrulla y lo vio que no iba dentro de ella. Respiró hondamente. Temía que por ser un Beauchamp se lo llevaran al cuartel para matarlo.
Al fin, sacó valor. Se fue donde él, abrazó a su esposa, que tenía un nene en brazos. Allí estaban algunas gentes de su parentela. Vio a su hermana Francisca, a quien también conocía, parentela de su esposa, que son González Irizarry e Irizarry Sepúlveda. Se abrió paso entre ellas:
«Aquí está la otra Margarita que faltaba», la saludó. «Y es que quien nada debe, nada teme».
Margarita hubiera querido hasta aplaudirlo, aunque no lo creyó apropiado, sino que lo abrazó. Ella, hablando con los García, supo que los Beauchamp peligrosos, esos que tienen cola, son los del Grito de 1868, uno que vinieron de Francia, hasta Haití, Cuba y Puerto Rico con los Sterling, y esos… como Pablo Antonio son mayagüezanos…
«No hay nada que temer, mujer tranquila», dijo Jeremías, separándosela del pecho, porque lloraba y lo ocultaba, abrazándolo. «No pasa nada. A todos nos llega el día en que hay que dar cuentas y decir de dónde procedemos. Acabo de decirles a esos policías, que Carlos María Beauchamp Giorgi, alcade de Las Marias, fue repetidamente puesto por las tropas americanas leales y cuatro veces electo, hasta recientemente en 1921. Y les dije que si consultaban quiénes han sido Secretarios del Senado, van a hallar a Ramón Beauchamp González… y yo no niego a mi pariente, Elías, ni estoy para aplaudir ni para que justifique la forma criminal en que en el cuartel lo mataron. No es éso. Digo simplemnete que la gente buena y querida cuenta también y ser Beauchamp no es malo…
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