Friday, May 20, 2011

Lo idílico / 40. / Milonga por Semele


Segunda parte: SOLILOQUIO DE SALICIO / Indice / Salicio

Lo idílico
Segunda parte


Yo, que creo en los árboles
y me gustan las palabras
como son rosa y flor y raíces
y sol y primavera...
y que no sé por qué me han gustado
las vegetalmente irruptas nociones de lo idílico,
debo estar loco:
¡el mundo es duro como guayacanes
y muros calafateados!
y me dejo engañar
con dulce invocación de rosa,
fragancia de cielo,
gotas de rocío,
sorbos de raíces aromáticas
y hasta con neumas cordiales
que llegan a los velos de los ojos
al soñar, al creer,
por mirar al infinito.

Yo adoro a la Naturaleza,
a esa criatura que, siendo humana,
se parece a la mar
y los cielos
y las flores
y los gránulos de cada semilla.
Madre Naturaleza:
«¡Te he personificado con la Arcadia
y te hizo Elisa / Galatea / Pastora
para más creer en tu vínculo conmigo!

Si no tienes corazón, tormenta y rayo,
mar bravío, violento ciclón, amargo sismo,
yo te doy uno; pero sé, mujer, madre,
parturienta, amante en celo...

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Milonga por Semele


¿Cuál es el lío con la luna
que tanto loco se la da por victimaria?
¿Quién se traga la píldora?
¿Tanto molesta que una panza del alma
esté preñada con voces siderales y cefeidas?

¿Por qué tanto temor
—por quítame ya estas pajas—
si la luna es piedra de los navegantes,
pailita del ensueño, tertulia
con las luces que fluyen en los versos?

2.

Te llamarás Cefe, poeta,
piedra pulsante, distante roca,
Pedro-Cristo, biología y neuma.
Cefiso, padre de Narciso,
monstruo marino, pescador
en los espejos fluyentes del agua.

Saltó de la sartén a la candela.
Nadie lo hizo morder el polvo
—avergonzándolo—
violándose ante ojos ciegos
sin cuenca por testigos.
Y así sueña, se intima, sin combate,
gesticula, se poruña,
se viste de manso alarde,
ethos y maravilla.

Y más acá, sin embargo,
hay posada y aplausos de las ranas
porque en la entrada tiene plaza
e imperio y una estera
para que se queme a solas.
Se pinta de pavordia y honor,
sin agonía, pero bajo esa luna
en la frente de los dioses,
es mudo pichote con chancletas,
cucutúes del Decaer
que trepidan por discurso,
sordos por la otorragia.

En la piltra polisémica de la mar
es un imbécil, chalao
con la calambre y el rocío
y navega en seco y jamás halla playas
y ninfas de descanso.

¿Qué sabrá un huérfano de luna
sin la bestia de la oxitocina,
donde corresponde arderse hasta la fiebre?
Si Júpiter no siente la payada del estrum,
¿de qué vale la sartén llena de versos
y la hipófisis, intacta, a la semilla?

En vano, bajó.
¿Qué sabrá del clítoris el que no duerme
en la hornilla y sondea como hormiga
en los túneles de la enana copa de la vulva,
qué sabe de Luna el que salta de la sartén
a las llamas del fuego fatuo?

3.

Se(me)le botó la canica.
Se le metió el obenque
por la cofa misteriosa.
Donde misterio se define
como clamor de nadie,
anticipación de opiniones ajenas
para no decir nada,
sino echar la biga al behique
-al poeta por trovero de la eutaxia,
por grillo en la cañada del godeo.

4.

Somos del mismo rebaño,
hijos de la mar:
Nereo y Forcis,
padres de las Nereidas,
adivinos y sopladores del afros,
espuma y olas, ¿y qué tal,
Mar Egeo, cuando Semele flota
como nenúfar de queso de bola?
... y el Mar Caribe se vuelve tan cachondo
por causa de la Luna,
¡qué negra en hopalandas de plata!
que se viene en olas, se chorrea
y desgarba la cola en ritmos de conga.

5.

Se me leyó un discurso
sobre las cortinas de humo
y no hice caso, porque el loco y la luna
¡nada que ver!
y la luna y el poeta colaboran
no en construir castillos en la arena,
como en soplar la espuma
y calentar el menstruo
en la sartén de la cofa.

Pero el que saltó de la sartén
por culpa de Epopeo,
quien confundió el corazón
con una gran papaya
y la chupó como a mangó,
dulce y maduro,
dijo que los poetas son
su dulce rebaño,
exótico universo pre-industrial,
fáciles de esclavizar en la dulzura
(¡y ni quien nos llore!)

Que nos dén mangó y papaya
y se acaba la lujuria por la viejas
y los lobos aullantes en las noches.
Dejamos la Luna en paz
y los mares tranquilos.

6.

Cualquier poeta, han dicho
los que opinan fuera de la sartén,
puede explotarse empresarialmente
en forma de vampiro,
en semblanza de triste,
en loco selenita.

Para cosechar sus despojos
(o quitar su botín), quitemos
las ropas de Nictímene,
desvirguemos sus mitos sagrados.

Quedo yo y mi mujer y la hija que te dí,
que se hizo lágrima.
La luna se sepultó en la mar,
porque tú sí has caído, hermano mío,
con tu boca de lechuza y obenque
de palo clavado en tu jolla primitiva.

En la cantina, bebes aceite de lámparas
y te envejeces a mirringas, poco a poco,
con discursos de luces fatuas.

¡Eres el hazmereír y el crédulo
entre epopeos de rapiña
y chingarama, enemigos del agua
y la sal y la luz de luna
y los óvulos de mujer
y las olas del verso masculino!

Fíjate y verás: te secan, te ofrecen
sus cofas de engaño, su humo,
su aceite rancio de ajenjo?
¿Cuándo hemos bebido aceite
y lumbre de urolitos?

—¡Nunca, hermano de la mar!
¡Nunca, mientras seamos payadores
de los ríos y navegantes en aras de ninfas
con nalgas túrgidas,
lúbricas por el melao de olas,
tibias por sus pechos verdes, azulosos,
y una piel suave de palomas que te afelpa!

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