Tuesday, April 12, 2005

Las prostitutas


a Rocío


Cuando saltas delante de mis ojos,
cuando irrumpes, ente manifiesto,
y das en las pupilas,
eres un golpe de la brisa con aroma
y una mariposa y una noche y me encantas.
Por lo general, evocas el perfume
y la tibia forma del muslo y la armazón de huesos
relajados y fluídos. Tu estómago
cubrirá mi piel como arcilla que se lava
en barranqueras, o cascada que baña
dulcemente, aunque huelas a yagrumo
a mis espaldas
y te pierdas como gacela, apurada
por tu rumbo de malezas o escondrijos.
No me gustas por eso
porque te vas y tu encuentro es más breve
que el silencio y menos duradero que la aurora.

... pero me gustas, zorra,
porque conservas la astucia de vulpeja
y husmeas la madriguera de la calle
en la ciudad mundana y en la plaza
del cuidado circunspecto, te temporas.
Te surtes con vestidos de lujo y de marrana, si te place.
Te engalanas, asqueada o cómplice, del orgasmo ajeno.
Te obsequias provocante y provocada.
Azuzas con lockeano sensualismo, te enciendes
como un motor de sexo, talonera.

¿Pero dónde, mujer, serás tú más amada?
Me gustas, nulípara, y no quiero pagarte
porque en tí está escondido todo lo que quiero
primariamente mío, hormonalmente santo:
tus críos con su lenguaje puro,
a menos que los vendas,
lo mismo que a tu cuerpo.

Te hallaré como el zorro
que no vende ni compra su presa, la persigue.
Se cerciora si conservas o escindes
tu luz de fe y malicia,
tu fuego de amor e instinto,
tu pez ígneo de lealtad
en los montes sagrados de los días.

No vayas por fuego fatuo y por ventaja
a los ojos del salvaje, que él no paga;
él muerde, acosa, organiza,
desespera, se angustia
y en su mundo no existen las monedas
ni el fascinum ni el escarnio;
no pagará las deudas no debidas
ni fundamentadas, menos
al nacón de las monedas.

Como el salvaje, satisfecho del rito
de pezuñas clavadas por astucia y por deseo,
soy el preguntante del te quiero.

13-4-1975


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