Monday, April 06, 2009

El moralismo preceptivo


«... ¿por qué no me lleva usted a donde va? Usted entra y sale de la aldea miserable. Lee los periódicos. Tiene luz eléctrica y radio, consulta y lee libros y revistas... ¿Qué otros individuos hay aquí con tales privilegios? ¿Rednitz y usted, los socialistas? ... Menno, desde su fosa, nos ha condenado a moralismo y desigualdad, ¿no? ¿Qué diferencia entre Menno y San Agustín? Y si Séneca se abre el pecho y se desangra, ¿lo haremos? Hay distintas formas en que Nerón nos entrega un cuchillo envenenado o cicuta con el mandato: «Bebe y muere». ¿No cree usted, señor Güeldres?»

El día que el Benefactor Molokano dio el Sermón sobre la Maldad Entretenida picó la cresta, sin saberlo, a la hermana de Claudia Delfzij. A Margot no fue agradable la vida humilde y comunal en Ensenada, pese a que sus padres le describieron cómo se vivía en su tierra natal durante los años de posguerra. Desde que nos dio compañía, con Claudia, recién casada, otro hermano y parentela, a Margot dijeron: «Oramos por tí. Agradece al señor Güeldres la hospitalidad de los menonitas... Acá es el caos». Una hambruna, como no se conocía en más de un siglo, surgió en Holanda y se agravó, año tras año. «Benditas ustedes quien salieron de Amsterdam a finales de 1944».

El benefactor tenía dónde llevarlos y les dijo: «Es un lugar de paz. No faltará alimento. Ni faltará techo. Toda la comunidad aporta trabajo para hacer la casa adicional de los amigos, o futuros hermanos».

Y, cuando los padres oyeron al benefactor, cuando habló con ellos por primera vez, dijeron: «Sácalos de aquí porque el hambre arrecia y el dinero vale poco y no basta cuando falta alimento y los inescrupulosos sacan las uñas con maldad, encarecen hasta el pan. No hay ayuda, sino hambre. Apíadese usted de nosotros, Güeldres».

Apenas Margot vio que los más afortunados engañaran el estómago. Fude de las afortunadas que se fue; pero, bien supo, por Claudira, que los víveres de ayuda de emergencia, también los suplementos para servir a los enfermos, escasearon. Fue la razón por la que Iván dijo a su padre: «Claudia y yo, nos vamos contigo. Es tiempo de ir a la villa que tienes en Guadalupe, donde nací». La capital neerlandesa estaba desastrada y la devastación agrícola repercutía en las condiciones de escasez en otras naciones del continente europeo. «No hay donde ir, acá no hay esperanza».

«Sí, sí, todo el que quiera venir, que venga conmigo. Yo tengo dónde llevarlos por el tiempo que quieran». Estas fueron las últimas palabras a la familia Delfzij. Los porcelaneros.

«Quizás Norteamérica sea el único rumbo», dijo el hermano todavía incrédulo. El fue el primero que dijo 'les acompaño', pero también fue el primero que dejó a Ensenada y se fue rumbo a Los Angeles, tentado por las babilonias... «Y, ¿quién tiene el dinero para viajes, empresas colonizadoras y quién los contactos?», preguntaban los Delfzij. Para no poner toda la carga en el Molokano, se negaron muchos de los Delfzij a emigrar e hicieron peripecias para sobrevivir en Holanda cuando se fue. «No creo que se justo que se le agrave, señor Güeldres. Ahora se habla de alemanes en fuga y espionaje».

«Mi contacto es México, donde tengo amigos en las autoridades», dijo él. «No teman al viaje. Y el dinero no faltará», les dijo.

«Ten paciencia. Amárrate a los Güeldres-Stroganoff», se leía de las cartas que recibía todavía Margot, desilusionada, aburrida, porque no había electricidad en la aldea. Quiso largarse del lugar a donde fue conducida por el Benefactor, largarse apenas vino. Todos los advirtieron: «Te irás; pero tén paciencia».

Para el invierno del 1946–1947, por la gravísima hambruna, el Secretario de Estado norteamericano, George Marshall, en conjunción con William L. Clayton y George F. Kennan, propusieron una iniciativa o plan de reconstrucción europea, que se anunció con bombos y platillos el 12 de julio 1947. Holanda obtuvo financiamientos por 471 millones de dólares en 1948 y la concesión de estas ayudas y recursos hizo que la Tía Margot, hermana de Claudia, reventara de ira contra el Viejo Molokano. Ninguna persona lo refirió así, tan irrespetuosamente, por la simple impresión de sus barbas. Un día obtuvo un periódico que discutía el plan.

Y con petulancia, le exigió: «Déme el dinero para yo hacer el viaje a Holanda. ¿No es usted un Stroganoff?» Y el abuelo se ofendía porque no le gustaba que se le torturara con un secreto de familia y una pena. «Su madre no ha sido perfecta, mas bien, buena coqueta», supo.

Margot ofendía sin desearlo. Exageraba: «No sea miserable conmigo porque ésto ha sido como un campo de concentración... No imponga sobre mí ni sobre su nuera su moral penitencial, su sentido de virtud. Queremos irnos... Usted nos tiene cautivas... No somos menonitas. Ni somos molokanos... Su hijo si lo es, que no haga de Menno una carga para su esposa. Claudia, mi hermana, no es menonita. Ella es frívola, burguesa, tenía ilusión con las artes; hay que devolverla a su camino natural, a las grandes ciudades, donde el arte vive».

Lo que dijo fue hiriente y procedió a mucho más. Describió cómo se vive en la colonia y «a una mujer tan hermosa, a una artista, un pueblo con coercitivas normas, tuvo el poder de transformarla en campesina, vestirla como una monja medieval, obligarla a rezar en un alemán que no se habla en Holanda ... y yo, señor Stroganoff o Van Vankren, no veo virtud en ello. Me causa lástima. Esta vida es dura, aburrida, traumatizante».

Margot recordaría, todas y cada una de las palabras del Sermón sobre la Maldad Entretenida.

«Para usted es fácil definir el pecado. El que se va y no trabaja. Su visión pesimista del mundo requiere esta ética del aislamiento. Menno es el nuevo San Agustín y su San Agustín no pide rodillas peladas. Ni rezos ni himnos. Basta el mutismo de esas mujeres que no saben otra cosa que criar gansos y atender sus sembradíos de verdura, coser, lavar, fregar los pisos y parirse para aumentar los críos de servidumbre... y mi pobre hermana no puede parir, porque sus huesos están cansados de esta vida dura de la villa... y yo no la puedo ayudar, voy arriba abajo con ella. La cuido; pero no crea que voy a atender cabras, o lapachar sobre mierda de gallineros, o cuidar del caballo del médico», había dicho la Tía Margot.

«Usted, Margot, me dice que siendo mayor que Claudia, no es útil ni productiva en la villa. Usted cuenta los días del regreso y tres años aquí y no ha aprendido nada... ni siquiera a poner un botón a una blusa Eso es triste. Eso no es virtud... ¿Sabe que hallará en Amsterdam cuando regrese: filas de hambrientos y desempleados. Ahora hay ladrones en abundancia, calles con prostitutas, y mujeres que agradecerían una aldea como ésta, donde no hay que venderse para dar un pedazo de pan a los hijos... Aquí la vida es aburrida para quien no se integra a una labor, a aprender algo nuevo y puede ser aprender a cuidar a los niños, aunque no sean los nuestros».

Sea como sea, aún se acusa al Benefactor, de consolidar un moralismo preceptivo. A todos los que quieran irse él dice, váyanse. A los que entre 1920 y 1930, hicieron de los ranchos de Tijuana, una pequeña Babilonia los condenó. Dijo que eran los gringos, insatisfechos de que Enmienda Volstead les prohibiera la maldad entretenida, el gusto del licor y el exceso, los juegos de azar y la crueldad. Así destruyeron a los Molokanes rusos en Guadalupe. Sólo los fieles se acordaron de la Familia del Pacto y su pequeña villa de Ensenada.

«No hable sobre tí, Margot. Hablé contra los gánsters que desde 1927 nos han rodeado y del Gobernador Abelardo Rodríguez que quiere estas tierras para que tahúres de la talla de James Croffton, Baron Long y Writ Bowman transformen a gente de trabajo en viciosos... Me dices: ¿por qué no me lleva usted a donde va? y yo te digo que dónde voy, combato a demonios que no lo parecen porque andan, muy bien vestidos, pero su negocio es un turismo malo, con la oferta de juegos, alcohol, opio y prostitutas. Una zona de tolerancia. Una Babilonia que rodée esta villa santa que te ha dado de comer, no te ha pedido nada. No te ha exigido que tomes una picota y labres de la tierra, como cualquiera de esta mujeres bellas que alguna vez tuvieron un sueño mundano... No te has casado y labriegos se han acercado a tí a llenarte de devociones. ¿Qué prefieres? ¿Halagos de gángsters disfrazados de hombres de negocios?»

«A usted lo llaman Boca Brava, Cosaco», dijo Margot.

«Siempre hablo contra el vicio que corrompe la virtud y no confundo el progreso necesario con cabaret ni casinos como el Foreign Club, el Molino Rojo y El Montecarlo... ¿Es allá donde quieres ir conmigo? Lamento decirte que yo no voy allá... y que los ejecutivos de la ABW Corporation son los que me llaman boca-brava, ¿a quien le has oído que soy un boca-brava?»

7 de octubre de 1974
Esta anotación es importante. Puede que la leas y no entiendas. Margot te visitó hace cuando tú eres muy niño. Es una tía buena y buena hermana. Envía, sistemáticamente, esos libros que Claudita guarda en un baúl, libros de arte que había dejado en Holanda. Libros que son muy amados y los pone bajo llave para que nadie se los quite y, si Dios les pidiera que no los lea y nos vuelva a mirarlos, ella los dejaría y si Dios pidiera que se hiciera una pira y los queme, ella lo haría. Pero Nuestros Dios, según el conocimiento que, por intuición admitimos, no es la Inquisición y no es tan mezquino que diga: No recuerdes los libros que fueron la alegría de tu niñez ni menosprecies los dones que Dios mismo te dio, cuando eras alumna de arte y la admirada de tus padres. Será artista y pintará porcelanas... Margot ha anunciado su visita a la Comunidad al Pacto y puede que yo no esté presente por causa del viaje que haré a Chihuahua para prestar auxilio médico a mis hermanos menonitas... Salgo mañana y ella vendrá una semana después. Me temo que no podré saludarla.

Quizás observes alguna tristeza en tu mamá. Ella vendrá, con la mismas razones, que vino la primera vez. A pedir a ella y a mí que desertemos. Que volvamos a Amsterdam, o Rotterdam, porque gracias al Plan Marshall, Holanda es industrial, se recobró del desastre y su nivel de vida es ahora muy bueno. Los abuelos maternos han muerto; pero tus tíos son exitosos y algunos no olvidan la protección que se les dio aquí... Hoy Margot y su hermano que vivió, entre nosotros de 1945 al 1949, comprende que fue mucho lo que tu abuelito hizo por ellos, especialmente, durante la hambruna de 1944.

Margot vendrá y dirá que es mala idea que parezcamos atrasados, anurridos, sin fiestas y sin cantos... y dirá que estamos comidos por el tiempo; dirá que todo ha cambiado. Ahora, Simón, tienes el derecho de cambiar tus rumbos. Cumplida una cierta edad, el derecho a educarte y hacerte universitario... No pienses que ésto segundo es malo; pero, no pienses que la humildad del corazón es atraso y que, por tus oberoles y sombrerito, eres menos que cualquier otro niño. No permitas que nadie menosprecie a tu abuelo por los preceptos de moral que definió y que un día entenderás con más rigor. Da apoyo y obediencia a tu madre y dále mucho amor durante esos días. El abuelo también ha sufrido. Siempre ha vivido acosado por otros y buscando el justo medio.

El Abuelo no quería convertir su nacimiento tardío y cierto viaje durante el cual quedó embarazada su madre en una memoria de pena y estigma para ninguno. Ni para sus hermanos (o hijos de ella con el ingeniero, su único esposo) ni para otros que ahora se habían convertido en familia, o protectores de su familia en Rusia, antes que volvieran a Holanda. Con el tiempo, él pensó que, siendo amados y admitidos por los Stroganoff, ya ésto fue y sería más que suficiente y el buen Güeldres o Van Vranken, «con que agradeciera lo recibido cumplía».

«Aunque mi madre haya pecado, no somos siervos. Stroganoff no compró nuestras vidas y nos ha puesto un yugo de responsabilidad, ni nos requiere que seamos perfecto ni ante Dios ni ante ellos. Somos humanos», les dijo, «y no hablen mal sobre mi madre, porque, puta o no, es madre suya también. Olvídense del qué dirán. Con vanidad no se come».

Ese día asistieron a la ceremonia de títulos en San Petesburgo. El Abuelo se diplomó de abogado y pensaba exhumar a su madre y enterrarla en Rotterdam. Descubrió que ese fue su deseo y lo dejó escrito en cartas, en diarios, en notas de recordatorio, hasta que llegó este día en que el Abuelo lo materializó.

«Viajaré. Todos me lo piden o esperan que lo haga».

Es que la Señora Van Vranken visualizaba este día. Lo que quiso de este modo y todos los días lo puso en su mente para que se posibilitara. Se vio dentro de un arca cineraria en la misma casa de Rotterdam, alguna vez incendiada, en que vivió muy jovencita y donde tuvo a sus dos primeros hijos. Ella, con un viaje imaginario y mental, ve al Abuelo que la regresa a Holanda. Al fin, es un joven abogado, guapo, elocuente y bienintencionado. «Abogado es quien enseña a los hombres a desear lo bueno; instruído en ley, piensa en todos y no quitará a nadie; al perverso, enseñálo a que pague y al bueno a que acepte los regalos del Universo».

Bastantes estímulos que recibió de ella. El aprendió a dar las gracias al Universo por todo lo que tuvo, sea una madre que, como dijeron sus hermanos mayores, «es coqueta, indiscreta y no guardó luto». Un día lo dijo: «Agradezco al universo que no nací de una hiena. O de un gorgojo». Hablaron del pecado de una madre. Lujuria, supongo.

«Tal vez necesitaba más más pasión, que la que recibió cuando estuvo casada».

«Tú no debíste nacer… bajo esas condiciones».


El Abuelo supo que su madre, tan extrovertida y espontánea, se excedió de cariñosa, porque vivía entre hombres. A ninguno ofendía, a todos los respetaba, y les daba la comunicación que puede una mujer, cuya virtud fue sentirse linda, ser sincera, cálida, simple. Se sentía galanteada, a veces insegura, fuera de lugar. Cualquiera que llegara a darle un apoyo, la hacía feliz y por ésto le pareció vulgar a sus mismos hijos. A ellos se les subió la cultura aristocrática a la cabeza. Empleos y vida cortesana los apartó de ella. El proceso de juzgar a la madre se fue haciendo amargo para todos, excepto para el Abuelo. Los Stroganoff que le hablaron de su madre coincidían. «Es una mujer sencilla y siente nostalgia de su país. Ese es su único defecto».

Ella quería recibir muchas cosas que no son materiales. Y les llegaban, como si las anhelara de corazón. Eran tipos de amor, porque sus hermanas estaban ausentes, amores no siempre sexuales; pero sí, podían serlo. «Es una mujer apasionada, que se deja querer y quiere querer. Todo lo que quiere lo hace suyo, sin esfuerzo alguno».

El Abuelo dice que de su madre hubiera aprendido mucho; una de las cosas habría sido que la naturaleza / el universo / a cada objeto lo hace para una sola finalidad, mas, por el contrario, al hombre lo hace para muchas. La pluralidad de deseos que inquietan al hombre es cuasi infinita. A veces, al reflexionar en torno a escritos de Platón sobre la desiguldad de los hombres, «tan diferentes los unos de los otros», piensa que son muchas las funciones para las que los hombres están aptos, aunque sean vacilantes ante los incentrivos que da el deseo. No se muestran seguros de lo que quieren; no piden todos los días lo que más desean ni sellan con la convicción de que ya es suyo lo que les urge y desvela. Su madre decía que la concreación del deseo está en el futuro y que el presente involucra la tarea de enviar un recordatorio al Universo para que se cumpla, «el Dios-Universo otorga todo lo que se pida a quien es como una ladilla molestosa, que pica y pica, por amor a su deseo». Así fue el carácter de ella y su actitud ante Dios: La Naturaleza está bien hecha; el Universo-Dios, por igual; pero tenemos los deseos disparejos, evanescentes y la felicidad se nos va de largo. «Creemos en hacer deseos, no en recibirlos; no, no, hijo. Lo único que yo llamo deseo es lo que es imposible que lo haga yo misma. El deseo es una colaboración. Es la forma más humilde de solicitar ayuda».

Y según envejecía, dejó de hacer cosas más pequeñas que el deseo para hacer las más grandes y hermosas, que son las cosas del deseo. Cosas divinas.

«Habríamos sido muy felices si a nuestra madre no le hubiese dado con cometer locuras ya vieja».

«¿Cómo cuales?»

«Parirte… Tú no debíste nacer… bajo esas condiciones».

«Las únicas condiciones que yo entiendo que te afectan o molesta son las tu vanidad, hermano. Esa pasión es mala porque ni te libera ni te hace virtuoso. No soy ni más libre ni más esclavo, ni moral insano ni naturalmente objetable porque mi madre me haya parido fuera del matrimonio. No he nacido por ésto ni más loco ni más cuerdo. Yo pienso en dos seres felices que me han dado la vida… Tú te preocupas en torno a qué heredaré, o si a tí vendrá menos riqueza… ¿De esas condiciones me hablas?»

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