a Eliut González Vélez
Estos fueron los dioses de Nuestra Tierra,
Eliut, ángeles nemorales, ninfas
de bosques y riachuelos, taínos
que echaron sus campanas al vuelo
y armaron con sus güiras y tambores
su risueño regocijo, Ceres-omnias
de areito entre espesos matorrales.
En mis bosques litaban sus salmos
y su dios, húmedo fue como el beso;
desataba la lluvia, avisaba
el temporal de Barlovento
en rutas del Caribe
porque sabía ser Capitán
de navegantes al ritmo
de piraguas y sambucos.
Ellas, las adorables, tenían el pelo largo
y en inocencia primitiva de mis trópicos,
yo las hallé desnudas, olorosas a yuca,
a culén, a poleo, hábiles con sus uñas,
tejedoras, pacientes, dueñas de lo suyo.
Y tenían dioses-hombres y dioses-invisibles
que, como ellas, danzaban en las aguas,
flotaban en los cielos y, en vertical faena,
entregaban la lluvia sobre campos,
echaban bendiciones a la tierra,
conjuraban el fracaso
al perpetuar su dulce ecología.
Bendijeron sus dioses con cemíes
y con flautas de cañutillo
nació su sincera melodía,
salmo y aliento con que vibra
la geografía misma del Caribe.
¡Oh soles genealógicos!
ustedes bendijeron los ojos
que tienen multitud de conexos,
compartieon el pan-casabe
y el ágape y el bienestar general,
lo colectivo, tribalidad del gozo.
Aún pequeños en el universo inmenso
en lunas se reciclan
por esperanza procreativa,
¡ay de heredarse! y en nuevos cielos
pervivir en la arcilla...
De Estéticas mostrencas y vitales
Yayo el Turco / Estéticas mostrencas y vitales
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