Monday, December 17, 2007

Las ménades y el desfasaje


A mí, porque soy varón
y quise serlo antes que llegara
la noche con sus hijos, las estrellas,
antes que se apresurara la mostración
a seducir todo lo oculto,
me dieron amor en su espejo circular
los astros y yo especulaba,
sin oir a las ménades del mundo
y me sabía padre de imágenes
no devueltas por sílice,
acaso sólo promisorias todavía.

Las voces soterradas de las ménades
aprendieron a mentir
y eran sólo miradas, indocumentadas,
palabras, en aparente desfasaje,
vidrios simulados en interrogatorios,
espejos chuecos, donde otros
distorsionados, mentidos, quedaban
con chumbas extremidades
y chata credulidad,
barrigón que no tenían semblante
y con información deshonesta
se permitieron certidumbre.

Yo no. Yo era padre antes del menstruo
y escapé de la luna volátil
y sus correspondencia de aséptica lujuria
y del rumbo de penumbra
y a esos espejos, mentirosos,
tolvaneras cognitivas de lo impuro,
dejé como a Sara en la sal
de la hecatombe
y fuí el rejego que pulsa
los mecanismos transgresores.

En los espacios unívocos, lineales,
que la Razón instrumental supuso únicos,
antes de que nacieran los que me llaman,
Carlos, Abram, padre mío,
me armé del hacha divisoria
y ví al hijo glorioso y deseado.
Yo ví más allá que el espejo
de los días.

3-1-1990
Del libro Estéticas mostrencas y vitales

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