La vida no es ni un día de fiesta ni un día de luto. Es un día de
trabajo: Vinet, Ensayo de filosofía moral
Al trabajador más pobre, a quien el luto
ya le dio cicatrices y la vida el hedor de sus pesares,
lo esquivan, lo aparcelan, lo olvidan como al difunto
que se pudre en la tumba, o el solitario enfermo
en la camilla del hospicio. En vano es que invoque
un prójimo que le tienda la mano. Quien lo mira
a voz sorda se convenció que no existe o que es indeseable.
Ninguno es más terriblemente condenado.
Ninguno más visiblemente solo y mustio.
La necesidad no es el único reino.
Pero la fiesta del pobre está llena de traiciones.
Con la muerte demagógica baila. Escucha
las canciones y los ritmos de sus frustraciones.
Con sospechas, a flor del alma, lo saludan
los campadecidos. Con alcohol quiere la herida sana.
Su explotación en olvido; su miseria, atenuada.
El día de trabajo, tras la puerta, lo espera.
Un salario miserable sacude sus bolsillos.
Un cansancio de años despierta su mañana
y se eterniza en la tarde y en la noche.
Luego le hablarán de esperanza, discurso
sobre el placer posible, cumplir con los deberes
y el negocio moral, mal que bien, sobrevivirse;
pero, el menesteroso sigue en el centro del desastre.
El prójimo no es uno que explica su pobreza.
La lealtad al patrón es imprescindible.
Y lo abandonarán; él mismo se abandona
al trajín de su vida que no tiene extensiones
(él si puede morirse; e ignorarse su muerte).
No ofrecerán una opción afortunada
ni otra justicia armada que él no luche.
Pobre de este pobre sin prójimo extendido.
Es una pieza, la más anónima, la menos respetada.
El es sustituíble. Nadie lo mira al rostro.
Es un número, un número en medio de millones.
22-11-2000 / De El hombre extendido
Heidegger / 4 /
Mi araña predidelecta en El congal
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