Crucito el feo
¡Qué dulce repiquetea
la campana de mi pueblo
al peregrino recuerdo
que por sus cumbres pasea!:
Jerónimo Ramírez de Arellano, En el Sendero
... the experience of beauty is an evolutionary adaptation: Alex P. Pentland
A los hermanos que la cuidan, ella los besa; pero, ellos besan su mano únicamente y creen que Dios por ese gesto los bendice tanto más.
Crucito dirigía las miradas más atrevidas, de soslayo, a las nalgas de Eva. En su imaginación, esta campesina fue, ha sido y será su fiesta nocturna. Una invasión de tortura fruitiva, rutina cotidiana. La sueña aún despierto. Se la echa al plato. Freir y comer, mirar y desearla, un mismo trecho de utopía y ambición, subliminal y soterrada... Y, durante el sueño, en aras de compensarse de alguna manera, a él se le va la mula. Se enfrenta, con ficciones oníricas, a sus agresivos hermanos. Rivales imaginarios, por cierto. Ellos cuidan a la jibarita más linda de Eneas.
El nombre del barrio y del padre (que la engendró en mujer con cabellera del color exactísimo del cundiamor maduro y, en semejanza a tal fruta, sus labios rojísimos) fue el mismo. El color de las entrañas y semillas de los cundiamores son de un rojo que encanta. Ella es la flor de los campos. Tiene sus propias rojeces y rubores si la admiran demasiado. Es sencilla, noble, pudorosa. Es una luna carmesí y un rosal, con espinos de protección.
En fin, Crucito divaga en bruto. Se enamoró de ella. Es él buen hombre, inteligente, ya maduro, pero feo. Soñar despierto, sin desmandarse en favor de sus muchas utopías y sueños a la mano, es el defecto que define su existencia. No es timorato ni bobo. Ni se persigna por tonterías. El problema suyo es simple: ¡divaga en bruto, teoriza con rigor aún ante las simples cosas del ser y el vivir!
No obstante, hay que decir que él ha leído muchos de los manuales de conquista que se escriben para desatar las grandes pasiones y para no querer a las feas, su pior es nada, sino a las que son como esa hembrita que él adora. Manuales que calientan la cabeza y, según se va leyendo de las páginas, por causa de tantas fotos y consejillos al estilo de la pop psychology, hasta el más sumiso patán confía la polla arrechada a los merequetengues de sus manotas puñeteras.
Este hombre es médico. No quiere ser tan torpe y descarado como muchos, casi siempre asustadizos, que los tres hermanos bravucones que Eva tiene han sacado a patadas de los predios de Eneas. ¡Con razón llaman al barrio, el de los bravos! En el fondo de su corazón, Crucito se alegra que ella tenga quien la cuide de ese modo; pero, con el deseo a cuestas de adorarla, la mula vuelve a írsele. La lengua atora su discurso cuando él está a solas y a la greña encima de la cama. En sueños, él es más apto y más valiente que todos los atorrantes juntos.
¡Sólo que ella ni lo sabe ni lo adivina!
Crucito, el feo, es serio, recto y formal. En ciertos asuntos, mollejón y apocado. Es médico recién graduado, mente brillante desde chiquillo, orgullo de sus hermanas y del pueblo donde ya ha atendido sus primeros partos. Se alega que ya ha salvado vidas humanas, que sabe recetar, sin chapucerías. El ha destilado, con palabras elocuentes, precisas, llenas de virtud, las señales que sólo en bocas consoladoras, como la del valioso ciudadano que es, se perciben tan señeras, tan gratamente indispensables... Porque es humilde de cuna, no se jactará jamás de que el pueblo lo quiera.
Después de ver a Eva en sus paseos, a pesar de que él se embelesa a su paso, Crucito se siente disminuído, hecho un cascajo. Sigue su camino con gesto de mátalas callando. No canta como el verdadero gallo de los montes.
Va sola como siempre hasta la tienda donde compra los jeans de moda. Con buena ropa, o en harapos, ella sale de los matorrales como una lumbrera. Adorna el pueblo... Crucito que ha visto mundo, grandes ciudades norteamericanas, dice: «Una linda muchacha en jeans es un agasajo visual, tan adorable».
Ella tiene 22 años de edad. La gente piensa que Crucito cuarentea. Le dobla su edad. Ni modo, aunque sea de soslayo, él la mirará. Clavará sus ojos justo en sus nalgas. Se premiará las pupilas con sus movimientos.
Los ojos de Crucito han leído demasiado y dominan los detalles. Son demasiado alertas. Sus ojos adivinan de dónde procede un aroma y por cual resquicio de la brisa se irá. Por las clases de patología, por razón de su entrenamiento, colocar el iris de sus ojos en visores de poderosos lentes y microcoscopios de alta tecnología, es un zorro. La gente dice que sus ojos, grandísimos y luminosos, son de gato; pero, ¡qué pena! Cacarizo, gordiflón. Aún así, volviendo a la mujer que lo desvela, él querrá desvestirla con la ciencia de sus miradas y sabe cómo hacerlo si esa experiencia de escudriñar concienzudamente, como científico, vale para algo.
Esta es la oportunidad de auscultar a vuelo de pájaro. Ella se compró otros jeans, sabe Dios si pantaletas y brassieres, como los que vistiera un día que paseó su carro frente a su casa. Vio un tendido de lencería al lado de la ventana. Y un cabro que parecía su consciencia bebía a lamidas el agua de una tina, donde fueron lavadas unas pantaletas verdes, rojas y amarillas, las que vio colgadas del cordel. Cualquier detalle inspira una reflexión a la inteligencia masculina de Crucito.
De golpe, exactamente hoy que está tan sensitivo, él naufragó en un charco de semen, sus calzoncillos húmedos y, reactivamente avergonzado, por haberse derramado, maldijo el origen remoto de la eyaculación y el celibato. Vaya si habló hasta en chino, acerca de nucleótidos, complejos albuminoides y ovogénesis.
Hoy que no quiso que la mula se le fuera, ese cargamento onírico de palabras de miedo y de cavilaciones que lo desvastan por las noches, volvió a fallar. No dio paso al encuentro. Mejor se encaminó y dio esquinazo. Huyó.
¿Qué fue lo que pasó? ¡Se le fueron las cabras al pendejo en pleno día!
A las 2:00 de la tarde. Al toparse él con Eva, en la esquina de las calles, por donde está la boutique que la surte, la única de las Vegas del Pepino, ni Dios ni la vergüenza tendieron un cable que lo auxiliara.
«¡Trágame, tierra!», dijo.
Como un caganidos adolescente, ya no tan polluelo, él se eyaculó. Se desfogó Crucito, el feo. Demasiado fue el atracón visual y el alucinado pajeo mental, porque esas nalgas de Eva, tan benditas, redondas, provocadoramente vírgenes, han puesto la imagen del amor en su carne. Ella le sonrió por primera vez y él no estuvo preparado como creyó para ver su boca abierta y sus dientes del color de la pulpa de coco.
En el obsequio de esa sonrisa, se concentró mucho poder. Eros lo masacró, en forma de sonrisa, en el urbano paisaje de la aldea. Dispararon a él una flecha de coquetería. ¡Crucito, ánimos, despierta!,se decía él mismo. Le habló a su corazón.
El sexo ha asaltado, más activamente, su mente tan curiosa de médico harvardiano. Lo acañonará en la zona de su bragueta lujuriosa. El sexo que pone contra la espada y la pared todo puritanismo y apendejamiento, si es cierto que amor de lejos.... el sexo, el sexo, hoy lo halló encendido y en jodienda. Eva, por igual, fue más receptiva. Haya sido por el microsegundo de un instante, él y ella se miraron, se comunicaron.
Se dijeron: «¡Hola, corazón!»
«¡Ay, trágame, tierra!», dijo él a no sabe a quien para que ella no advierta ni pizca sobre lo que ha ocurrido.
A veces, con amigos y unos tragos, Crucito se jacta de ateo. O hizo de abogado del Diablo, o Darwin, o de exaltador de la pasión vital... y a las teorías cognitivas en boga, unas veces dice si y otras, no.
Dando su esquinazo, Crucito se fue desesperadamente, no precisamente que huyera, sino que la evadió por causas de fuerza mayor. Deber. Es la mancha de plátano en su consciencia, y ¿por qué no? cierto pudor que lo empujó a no exhibirse. Se escondió en el automóvil y Eva, a quien amaba, se fue de largo sin hablar en extenso.
Metido allí, con las manos agarradas al volante y un picorcillo delicioso, a gritos llamando sus manos a la polla, él reflexiona que toda mujer, linda o fea, es un regalo. Una ofrenda, espejo, estética schilleriana. La mujer es un templo.
Crucito no quiso ser imprudente: ocultaría a todo trance su pájaro alborotado, el fruto o testimonio consecuente de quererla, desde el manantial hormonal de su testosterona y los cojones que Dios le dio.
No que Eva sea tan tonta que no haya visto otras veces a muchachos de su barrio en la misma situación: ¡gozándose el movimiento de sus nalgas! ... bueno y que, de soslayo, también cediera a la malicia visual. Desde el rabillo de sus ojos, ella ha filtrado una miradica traicionera. ¡La evidencia definitiva de un vergón en arrecho ha sacado a Eva un par de rubores y mejor es no mirar ni pensarlo!
En su imaginación, más alborotada que la de Eva, Crucito tiene los ímpetus de un oso. Se la echa al plato. Se la come como un pan sabroso. Ya lo autoconfiesa: yo la sueño despierto. Sin embargo, este es su secreto.
Un médico novato debe ser discreto.
¡Con qué inquietud esperó por ciertos libros! Los pidió a la editorial de Harvard, donde sin el desvelo de su madre, fallecida, sin el apoyo de sus dos hermanas, hoy casadas, él no se habría graduado. Ellas fueron sus estímulos de fe, palancas de moral y sentimiento, instrumentos de este éxito y por ellas, después de muchas desveladas y quemarse las pestañas con los libros, él ha triunfado. Está en su pueblo como ilustre, siendo pobre de cuna. ¡Ellas, espirituales y prudentes, él agradecido y solo!
Por eso todavía, hay este lamento: ¡Ay, no tan joven, como yo quisiera, para hacer a Eva mía todos los días y las noches! Se avecinan mis cuarenta años y, en el exilio, solo estuve y hoy, en Pepino, también solo. ¡Mi pija está babeándose en mi mano! ¡Qué poca vergüenza mi vergüenza! Alguien en mi corazón me acusa. Me siento fracasado.
Crucito está leyendo ya los libros que solicitara. Libros que arguyen que esta belleza de Eva es una apófansis milenaria. ¡Qué va, se quedó corto en cálculos! Los genes femeninos son anteriores a los masculinos. No, asunto es de mitocondrias... Millones de años son los que explicarán este misterio.
A más feo, menos confianza de quien mira. Menos socialidad y más cerca se está de los complejos agresivos, mañas de compensación; más torpes serán las cortesías, más distantes y recelosos los amigos...
Este desafío de genes femeninos, contrapuestos a los suyos en la esquina, el Gran Derramamiento de la Erótica y lo que ha permitido que él se culpe como el Puerco Lujurioso, casi fue comprobativo. Por tan sólo ver a Eva, a la salida de la boutique y descubrir que él, tan poca cosa y reprimido, es el jíbaro feocio, salió la primitiva reciedumbre del primate mamífero y a punto estuvo de echar a perder su linda imagen de virtud y hombre honrado. ¿Quién lo justificará, perdonándole, si hubiese ocurrido el trágico encuentro y el importunador exhibicionismo de su bestia?
El proceso de adaptación evolutiva, con la gesta de millones de años en su saldo, con dolores y detalles, aún oscuros en su misma biografía, explica todo esto: accidentes en la praxis de su querer y en el develamiento patológico, su propia semblanza de médico ambicioso, filósofo profundo. Crucito así se mortifica. Es un científico, al fin. Harvard y el mundo espera de él que no caiga en los juegos cavernícolas y se arme del garrote cuando caza a su hembra...
¿Cómo sentirse bien ante el reto? ¿Estará condenado a la soledad? ¿Habrá una bella, o menos bella, que lo quiera? El, hijo de una simple criadora de cerdos de los campos, hermano de otras niñas que no han sabido más ciencia que recoger yautías, malangas y café de los campos, ¿competirá en desventaja, ahora que es casi un sacerdote del Templo de la Ciencia? ¿Cómo? La vida siempre será más sagrada que lo bello y la fantasmagoría romantizada del Eterno Femenino...
«¡Despierta, Crucito!», él mismo se conmina a fin de no seguir obsesionado inútilmente. A compostura y responsabilidad se llamó. Que no sea en balde lo que has sufrido...
El, heredero de una cáfila de abuelos diezmados por las viruelas y la polio y otra recua de hermanos que murieron por dengue y flux entre cañaverales, ¿cómo le hará? se pregunta. Se enrumbará a la Fundación Rossi donde verá un paciente, más amenazado por los años que por las virulencias...
¡Ha padecido! Y su familia, ¡con él! y tanto que se siente adolorido y culpable de hacerse dos puñetas en la noche con el gusto que Eva le provoca, antes de cerrar los ojos y, en vez soñarla, dar las gracias a Dios por su madre y los suyos que le dieron fe en sus tareas de estudio.
Debido al ardor con que desearía tener a flor del ñame a Eva, pero al día, con cada amanecer y cada noche, él ha perdido la costumbre de rezar fervientemente como en sus días harvardianos...
De la bella de sus sueños, huyó a medias y trata de olvidar que él, pequeñín entre los hijos del jíbarito, soñador y enfermo, que fue su padre, se salvó como un mendrugo de esperanza. A este proceso Harvard ha querido llamarlo the survival of the prettiest, la sobrevivencia de los más hemosos... ¿y qué saben los hermosos y las bellas de lo que apena a los feos? ¿Con qué esplendor razonativo Crucito juzgará que su amada sea como sueño imposible; con qué esplendor razonativo él agradecerá la herencia de genes distintos que a su mente han nutrido con el orgullo y el quehacer de avanzar hacia teorías, sin que nadie olvide el genotipo que origina la egoestima por los charcos de los ñames y las yucas, tendido sobre la colcha de su cama como minusválido que se jala la malanga, sin compensaciones porque Eva no está para quererle?
«¿Quién te dirá, mamá, cómo he sufrido en Cambridge por no tener labios rojos y ojos azules que me brinden respaldo de los gringos y el amarillo maduro de la cabellera de cundiamor con que Eva ha nacido? ¿Quién agradecerá a mis hermanitas sus centavos cuando ni las becas son suficientes ante todo lo que he querido saber de los misterios y los virus y las disfunciones?», medita.
Dicen que los padres son más afectuosos con los bebés que son más actractivos que con los que nacen feos.
«¡Harvard, mientes asquerosamente!»
Remedita el asunto: «Si te dijera cómo han amado a Crucito el feo, de Guacio, los viejos que lo procrearon, Harvard, ¿callarías? Creído así, en mis sueños, como reproche del que no tendré ni mínimas verificaciones, he pensado que a Eva la han mimado, sobreprotegido. Si así fuera, yo comprendo que sus hermanos hayan hecho sus labores obstrusivas y canallas. Eneas es viudo. Ha muerto quien a Eva dio su boca de cundiamor, sus ojazos azules, su culo maravilloso... ¿Qué reprocharé si ninguna altivez de su boca y sus palabras ha surgido de Eva ni de su padre contra mí? ¿Qué no haría yo, bravucón, imitándoles, por mis hermanas más bellas que este rostro cacarizo, el mío?»
2.
Para Crucito, la belleza de Eva se presupuso una cábala sagrada determinada por las más antiguos códigos biológicos. Un asunto de biología evolutiva, contrapuesto a la estética de Da Vinci, legado que no ya no pudo ser divino en el sentido de la comprensividad vulgar que los jíbaros de su pueblo manejan sentimentalmente. A pesar de todo, sin embargo, sobre su propia familia él admiraba la vida honrada, sacrificios y duros trabajos, con que han vivido.
Lo mismo admiraría de la prole de Don Eneas, la gente de ese barrio, de Eva y sus hermanos. ¡Dios bendice los campos con esas niñas y esas gentes! Crucito insistió en plantear el hecho de la selección natural y el darwinismo: factum asociado a la propagación de las especies y, aunque no se atrevía a decirlo, en los avatares de la sociología humana, a unos como él y sus ancestros les correspondería la herencia de los genotipos del menosprecio. Con estas teorías se dijo: A Eva yo no le gusto.
Golpeaba duramente su vida cotidiana con este pensamiento. Al mirar que paseaba sola concluía que ella ya está en la edad de elegir su varón. Nadie preanunciará que Eva vestirá a los santos.
Why we find blond girls so irresistibly cute?, dijo el gringo. Había sido golpeado de un modo que Crucito jamás sabría en la carne aunque el pesimismo lo había golpeado, abriendo heridas también; pero el dulce dolor de su arrobamiento al verla lo sanaría todo. Presentirse célibe e irredento, a la edad de 40 años, sería tolerable; pero no verla más sería como la muerte. De este modo, pensaba Crucito, el feo.
¡Había puesto su fe en Harvard y en su escasa voluntad para el amor! Los hermanos de Eva al gringo lo patearon, lo sacaron de la casa de Don Eneas hasta el lugar llamado Campamento de Guacio, donde los americanos aterrizaban sus helicópteros y apoyaban un consultorio médico, donde Crucito trabaja en los fines de semana.
Debido a esta circunstancia y las quejas del gringo, se enteró que don Eneas se atrevió a decir que prefería ver a Eva casada con un nativo de mierda, el más feo que produjera este país, que con él, ejecutivo de una empresa hotelera.
Y aún, cuando él llegó a la casa de Eva y preguntó por sus padres, a fin de hacer las cosas bien y formales de acuerdo a las costumbres nativas, ninguno lo quiso. Ni ella y, al repasarlo y meditarlo por varias noches, Crucito se envalentonó.
Y subió la escalera de la humilde casa de Don Eneas. Desde una ventana, Eva oyó el automóvil que llegó. El subió como si fuese el último día de su vida. Tenía hasta celos del gringo que se fue, atropellado y temeroso de otro encuentro con los bravucones; pero, cuanto la vio, confiado en que su mula se le fuera, llena su lengua de vigor, soltó el trapo a toda voz:
¡Te amo, Eva! ¡Te amo y ya no puedo más!
Ella corrió hacia él, se echó a sus brazos y lo besó.
Y, de pronto, Crucito escuchó a Don Eneas.
¡Válgame Dios, don Crucito! ¡Usté no sabe como lo hemos esperao!
Se oyeron unos portazos desde la sala. Desde una puerta en el fondo, la cocina, esta vez se escucharon unos pasos apresurados y un portazo final. Crucito vencía al miedo. No quería tenerlo nunca más. El primer hermano lo sorprendió, al irrumpir, besándola por primera vez y el segundo, uno que salió de su recámara con una botella sin descorchar (que Crucito imaginó que era champagne, siendo pitorro), se quedó boquiabierto.
Y el tercero, el más bravo y el mayor, dijo:
¡Aquí en Eneas va a haber boda, pai!
Desde hacía cinco años, cuando lo vio de regreso al pueblo, aún sin su título de Harvard y ella se había graduado de la escuela superior, comenzaron a contar a Evita muchas maravillas sobre él. Y ella lo amó. ¡Se había guardado para él! Esta era el gran secreto de los tres bravucones y el viejito.
¡Yo, dos años hace que te quiero, Eva!, confesó el médico de Guacio.
Y yo, cuatro hace que te espero, dijo ella.
2-9-1992
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Reflexiones antes de la caída
A Joaquín Oronoz Font (1909-1971)
Alcalde de 1936-1940
Estoy apagado, en desgracia, para salir a la luz.
Estamos en oscuridad: Joaquín Oronoz Font, 1965
Fue un 20 de enero. Noche de Fiesta. Predominaba un olor a maní tosta’o. Además, a kioskos de fritangas, cervezas, licores, alimentos y pólvora de los fuegos artificiales. La noche se llenó de sonidos dispersos, risas, alegría, música y el chirrido de máquinas que no descansarán en su afán de entretener, pueblo por pueblo, y cumplir los santorales patronímicos: la Estrella, el carrusel de caballitos, el Gusano que se encapota a cada rato; ajetreo ante las picas y las apuestas. Voces y alegrías de adultos, jovenzuelos y visitantes que llegaron de los barrios de la ruralía, se unieron a los paseos por la Plaza de Recreo y las calles que bordean este centro de vida, hoy tan poblado. La gente expresó el entusiasmo.
Cada año El Pueblo del Pepino festeja su Santo Patrón, San Sebastián el Asaeteado.
En el Casino, apartados del jolgorio multitudinario, se jugará a la baraja, se beberán más tranquilamente los licores y, acaso es más grato, se espera un puñado selecto de amigos y contertulios que acompañarán al ex-Alcalde.
Este fue un banquero prestigioso, miembro de los Leones y ex-Presidente del Casino del Pepino. Aún no ha caído del pleno y la altura de sus pedestales y hay quien así lo augura. Caerá el rey con pies de barro.
No será gente suya quienes así conjeturen. La de su círculo íntimo se atreve a decir, con cierto desparpajo de cómplices: «Vamos a echarnos un pe’o lo más fuerte que podamos; a ver quién puede reventarse la tripa primero y luego celebramos el estruendo del culo».
No siempre se le encuentra de humor para ésto. Hay días en que Cucán no está para festejar ventosidades. Y su mente fabula la realización de conciertos filarmónicos o tener a Pablo Casals de invitado en el Pueblo; tiempos en que era el amo del Casino y del Club de Leones; otras veces hay en que los violines de Pablo Elvira y los boleros le sacan un eructo del bolsillo trasero. Se ubica en el hecho real. Ha venido perdiendo sus espacios. «No. Ya eso pasó. No hay poder ni escenario ni para vaciar la tripa a gusto. Si yo volviera a tener el poder, no pasarían las cosas que pasan en este municipio muñocista de Cayito y Fey».
Por decirlo tan enfáticamente, sus contertulios confirmaron más que su enojo, la crisis melancólica.
Han ocurrido, por de pronto, unas cosillas de las que ya echan tijeras y chismorrean hasta amigos cercanos. Gente a quien llamó sus íntimos.
Aunque distanciados de Cucán, sus hermanos lo apoyan. Francisco y Mario lo quieren. Doña Emilita Arbona es un dechado de estoicismo. Lo comprende. A sus hijos los educa para que no lo repudien. O no lo quieran con lástima. «Sean entusiastas como él. Es buen padre. Sean estudiosos. Es el deseo que él tiene, él, cuyo diploma de High School lo obtuvo en la escuela nocturna robándole las horas al descanso». Sea como sea, Cucán fue proveedor y dio buenos ejemplos. La educación, no siempre hace a uno rico; pero, te hace gente. Bien que decía... Y, por eso, han sido públicamente honorables e intachables las proles de Francisco, Mario y sus hijos. Buenos hijos, educados, los de Cucán, por igual. Y el pueblo lo sabe.
«Mas desaprueban esa moral. Ese paradigma que está ahí, circulando e imponiéndose: hedonismo pagano. Como esas carnestolendas de carnaval cuando Cucán, vestido de mujer, juega y danza con lo más impuro y miserable de la calle. Cultos homofóbicos. Desacralización y misoginia; desprecio de lo femenino y la función reproductiva como sagrado misterio. Placer fuera del matrimonio y las instituciones. Onán y los nicolaítas». El arquitecto Oronoz, su hijo, sigue los pasos a Cucán y Rigo. «Orgullo Gay».
Según observa Celso Méndez, el barbero, al lado de la Farmacia Cebollero, la rutina de Rigo es lamentable. De 6:00 a 7:00 a. m. concurre a la misa. Sale. Merodea en su derredor sospechosamente. Espera a alguien a quien meterá con disimulo a la trastienda. Camina hacia el almacén que fundara Oronoz-Rodón, padre, y en lo que era su oficina, se ayuntará con tres o cuatro varones, a lo largo del día. El barbero observa que los bujarrones llegan y se van cuando fisgonea hacia la portezuela lateral. Antes que se inicien las horas de labores, esa trastienda es un burdel de tal por cuales.
Desde la barbería, sin que nadie lo sepa, su mirada merodea y no da tregua ni aviso. «¿Qué demonio se trae Rigo, piensa, que da señales de mano y llama a tantos jovencitos?» El vecino arregla sus citas con el que quiera comer culo y, en fin, que hasta los limpiabotas cuentan algún dinero cuando salen de la trastienda.
«Ese no es mi cuento; no voy a hacerlo un problema mío», se enconcha don Celso. Mas si... hallará en quiénes descargar el secreto. Será muy selectivo. Evitará a las moscas cuando abra la boca, porque de que la abrirá, no duda. Es humano.
Por su parte, el Cura arguye privadamente que con ellos ha sido muy paciente. Está enterado de este asunto con mil sutilezas. En pueblo pequeño, todo se sabe y se dice en los confesionarios. De las orgías de Cucán, también él sabe cómo guisa. Un policía al cura ha comentado más que lo suficiente y, comunicándolo a Cucán por amistad, lo advierte: «En policías no confíes. La ley soborna, hermano», aconseja al ex-alcalde.
«Antes y después del carnaval, ésto se supo», explicitó el Cura. Encendió un cigarrillo con los nervios crispados. Duélale o no la remembranza o la pierna, se lo contará. Lo ubicará en el escenario de su pecado.
Desde una barrita con velloneras, frente al Garaje de Ceci, en el Puente de Guatemala, como beocios y seres dionisíacos saltaron un viernes en la noche en aquelarre orgiástico y la policía dio razón y alcance a casi todos.
«¡Qué suerte que escapamos!», concluyó Abraham Bonilla y así lo dijo a Oronoz aquel viernes. Se lanzaron desde la ventana, casi al río, cayendo sobre unos pedregales. A riesgo estuvieron de restallarse contra las paredes de contención del puente sobre el río. Abrirse las cabezas y morirse.
«¡Coño, qué suerte, bendito sea!»
«¿Bendita suerte? ¡Mierda! Tú, sólo te hicíste unos rasguños; pero yo tengo la pierna en dos cantos».
En las perreras policíacas, con sus ropas en las manos, o a medio vestir, se alojaron algunos de los sexomaníacos y viciosos de Pepino, tecatos, putarracas, patos de closet, compinches de lujurias, asociados en bailoteo como fraternos en el salón a oscuras, al pie del Puente de Guatemala. Y, desafortunadamente, sorprendidos bajo el impacto del primer aguacerazo de mayo.
«¡Qué suerte que escapamos!», repitió Abraham.
«¡Qué juma tenía Elsa Torres!»
«¡Qué tripeo el de Genarito Rodón!»
Quemó una marihuana roja, panameña. Observaron que ante la vellonera sostenía un punto de alucine marca diablo. Subía el volumen del aparato tan alto que rompía los tímpanos a cualquiera. Mas no oía nada ni aún sus alaridos, más fuertes que el estruendo de la música.
A oídos del Cura Aponte llegó esa comidilla, dicha y relamida por los guardias y otras moscas. Chotas y División sobre Abuso de Narcóticos. Examinaban ese primer día de Mayo de los hippies descarados. Una doctora mulata en la cachapa; un ex-alcalde, abriendo el ano y besuqueando a hombres, la marihuana a pastos y la desnudez de todos para todos, contra todos y por todos. El sexo es libre… y, de pronto, que no habría tiempo suficiente para volver a vestirse. Cayó la disciplinadora perrera de los cielos como más lluvia sobre el fango. No habría escapada. Así fue que, por desesperación, las locas tapadas, ocultas en sus prestigio y closet de sus recámaras, no todas pudieron saltar por la ventana. Se habría de conocer el saldo.
Por cierto, Cucán saltó, pero se le torcieron los pies. Se rompió una pierna... ¡Mas... a correr! ¡A correr desnudos por el monte como sátiros en búsqueda de ninfas o de faunos! Cierto fue que no todos escaparon en sus autos de la Mano de la Ley que no sanciona. No todos. Fue lo malo.
«¿Te preocupa qué se diría en el pueblo si los guardias me tupieran a macanazos?»
«No. Algo peor. Llevo 34 años en aquí, hermano. He escuchado cosas que son intolerables y me hago el sordo. Con ésto, ya no puedo. Sobrepasaste el límite. Harás daño a tu familia, tanto como a tí mismo… Mira esa pierna rota a tu edad. ¡No eres ya un jovencito!», le dijo el cura a Cucán después que el doctor Muñiz le cambiara un vendaje de yeso.
«¡No me preguntes cómo fue!»
«No, si ya lo sé. Una orgía».
«Váyase a la iglesia. En una hora voy y me confieso».
«Joaquín, una hora es suficiente para que vayas pensando en ayuda de un siquiatra. Esto es grave. No hay tal cosa como el niñito del Acuario, con una flor en la mano y la melena. Eso es jipismo del diablo y modernismo».
«Mi padre, que era masón, me dijo: Hijo de Saturno, tu nombre es Deber y Reponsabilidad. Un deber que no se riña con la lealtad a lo que uno mismo es, cierto carácter único y personal».
«Tu padre fue otro bandolero. Clasista como tú y todos los Rodones, excepto Chinto».
«¡Cállate, no entiendes! ¡Véte con los siquiatras al carajo! ¡Yo estoy bien!», insistió Cucán, ya molesto.
¿Cómo que hablarle así, tan rudo, ese curilla zarriento, el más lujurioso de los simios, fisgón de las niñas malsentadas? Adujo que examinará, en lo sucesivo, por si hay que enmendar algo, su deber: consolidarse moralmente; admitirlo. Se responsabilizará del resultado de su obra. Una por una sus acciones. ¡Todo en confesión! Sin el trámite del chantaje.
«¡Tú no me juzgues, que no eres Dios!»
«Chantajeas tú, hermano; cometes sacrilegios». Aponte ya lo tuteaba con descaro.
Aún más, al advertir que su actitud se tornaba desafiante, Cucán le dijo: «¡Hipócrita, a ver si hablas y destapas mi olla siendo la tuya más podrida!» Oyó que aludía a Rigo y él con recriminaciones al pecado de los nicolaítas.
De cierto que los llamó mariconazos, bisexuales, chupavergas y bujarrones. No con teologías sutiles esta vez, pero muy bien que olvidó que se alimenta a la sombra de los Oronoces. Bebe del vino de su casa, cena y desayuna con ellos. Alarga sus manos, codiciosamente, a los donativos que hace la familia a la Iglesia.
Saturno confronta a cada ser con el dolor de sus equívocos. Disciplina con ellos, enseñan los esoteristas de la Nueva Era. «Tiene que, tiene que». Cucán lo admite. No es fácil que se hable acerca de las saturnalias espirituales de su alma. Con ninguno, menos con él.
Desde los tiempos de la unión republicana-socialista de Getulio y Nito, los espiritistas kardecianos lo alertaron: «Cucán, eres muy kármico. Sufrirás mucho porque has nacido fuera de época». Ahora siente que la enseñanza es más clara. Esta noche habla su consciencia en forma de silencio. Calladamente. Y hasta con dolor moral. Hoy que no quiso estar solo, se siente más apartado y abandonado que ninguno.
«Sí que estás meditabundo, Cucanito».
Con la Iglesia y los espiritistas ha tenido desacuerdos. Traen un licorcillo para él. Mas, aclarado en su mente está el dato: Aponte no es la iglesia. Ni Carlos Busquet ni Gelo Medina, iluminados. Un poco más y ese dizque-santo Padre Aponte hubiese sido un pistolero, el jefe de Don Funda (Cubero), Chilín Echeandía, o los consabidos malandrines de la Banda de los Siete Puñales o los más guapos de Eneas que Getulio utilizaba para que hiciesen sus mandados a punta de pistola. Tareas como comprar los votos. O hacer que pague el que debe a todos ellos (los caciques).
«¡Coño, por eso se nos odiaba desde los tiempos de los cachacos Juan Martin, Oronoz Perochena y los serafines Rodones! ¡En paz descansen! Nunca quise ser como ellos. Yo sí amo al pueblo».
«¡Atención! Ya se pregona la unión de la Iglesia y el Estado en Puerto Rico. ¡Va la colonia al mayor retroceso!: Cucán y el Padre Aponte en la misma papeleta». Risotadas. «¡Claro, claro que bromea!», aclaran otros. Necesitaban de sus labios lo que dijo: «¡Qué estupidez sería, carajoooo!».
Semi-oculto por explosiones de humor y teatral camaradería, Cucán se apertrecha en algo triste. «Quiero filosofar políticamente y echarme un peíto por el PAC, partido acción cristiana».
Un mal familiar, o ese fantasma, lo aqueja. «No. No. Es que hay mucha brujería, metida en política, y mucho sexo fuera de las recámaras. Amor libre. Free Love. Love freedom». Otro fantasma de erotismo que no comprende, más fuerte que él mismo, llega distorsionado.
Y Rigo y Cucán se dan muchas mañas para el disimulo. Ancestro de apellidos prestigiosos, siempre alcaldicios. Son hombres casados. Un sospechoso heterosexualismo se los come. Líbidos desviadas, sexo obseso, que escandalizan a Millán Matos: «¡Esos Oronoces, patos malos!», ventila a sus espaldas. Ante ese proxoneta, a dar pichón a lo que entienda o diga. De él nada importa; pero, «usted, señor Aponte, es mi Tradición, una parte del Poder, una institución de la Clase» (él se refiere, a la clase con dinero y la clique políticamente dominante). «Voy a filosofar sobre el poder, ¿me lo permiten, señores?»
2.
Había salido al balcón, en la segunda planta del Casino, y se quedó observando, semi-escondido, la Plaza y el ajetreo gozoso de su Pueblo. El cielo nocturno se rajaba en muchos círculos de colores y chispas con relampagueo debido a los fuegos pirotécnicos. Bajo el bigotillo fino y bien cuidado, Oronoz sonríó. Cerca de La Vasconia, al cruzar la calle, alguien alcanzó a verle asomado al balcón desde lo alto. Intercambiaron saludos.
Joaquín Nicolás es un señorón, de medio siglo, años más o años menos. Mas hoy, aunque no está tranquilo del todo, su tono es filosófico. Se autoexplora. Es un deber consigo mismo. El confiaba que, con el cariñoso alias de Cucán, se le amaría por siempre. Algo, sin embargo, lo conturba, ya no piensa lo mismo y duda. Además teme a la masa, a la multitud y antes no fue así. Hoy madrugó en él este tormento.
«¿Me amará este pueblo hasta que muera?», se pregunta.
Se lo dijo también al sacerdote.
Discutió, duramente, con el Cura Aponte por la impiedad de su respuesta. La amistad de muchos años está a punto de romperse. Su corazón lo adivina. Es como un sexto sentido que lo agobia. Su alianza con el pasado, incluyendo su complicidad con el curilla, llegará a su fin si él no se pone listo.
Desde que el Obispo McMannus de Ponce y el Arzobispo de San Juan, James David, alegan sus derechos a unir el mundo divino con lo humano profano, el Cura Aponte anda crecido.
«El partido al que debes responder es el mío. El partido de la lealtad con que te solapo con años de amistad. Lo que yo te diga en confesión no lo divulgues porque tú no eres santo. Ni la estructura de tu poder es sobrenatural».
Por reacción al muñocismo controlador, a brujos de mala estofa que se disfrazan de kardecianos, a la Iglesia jerárquicamente gobernada por estadounidenses a la que no gustan estas cosas del Diablo y la modernidad, los católicos buscaban más poder y se formó un partido a inicios de la década del ’60.
Cucán supo cómo utilizar ese poder tan precario, en particular, contra un cura majadero. Otra vez se inclina a ver el mar de gente desde el segundo piso. Después del asomo, dice: «¡Ese pueblo no sabe ná! pero yo haré que unos cuantos selectos me firmen una carta y, cuando la presente, diré: Pueblo, sus firmas lo sacaron del Pueblo».
Y dijo ante Mario Dávila, Eduardo Flores y José Feliú, siendo éste el presidente del Partido Acción Cristiana: «Mi situación es incómoda; pero, ante todo soy católico. Voy a dar una carta personal al Obispo de Ponce. Hay un cura que no debe estar en el Pepino pues deshonra la portezuela del confesionario».
«Sobreviviré a los descréditos»; se refiere a secretos que le guardaba otra hija noble de la cepa de Franco Soto. Según reveló una auditoría federal, él manejó, en su beneficio, millón y medio de dólares. Hechas las pertinentes averiguaciones, no hicieron cargos. Y, al menos cinco años de administración bancaria, examinaron.
Ha salido más airoso que un mago al que funcionan sus trucos prodigiosos. Nadie probará que haya robado. Pero la duda mata. Su prestigio, en el suelo. Ninguna voz se levantará contra él con certeza de que perjudicara a ninguno. Mas la desconfianza lacera más que un dardo en el alma.
Unos secretean si realmente se ha salvado de ir a la cárcel. Para otros, es asunto de simpatía y charisma personales. Fue cooperador. Supo unir cabos y ayudó a todos, cuanto pudo. «Y el que roba a ladrón tiene mil años de perdón», dice un adagio.
«¡Animos, Cucán»
«¡Si yo tuviese el poder!»
Cierto que, si bien ha perdido la gerencia del Banco, seguro que dignificará su salida. Sabrá cómo hacerlo. Tomará un madero (que ya mandó a labrar y barnizar con David Torres, el negro) y lo llevará en procesión, año tras año, en Viernes Santo. Es como dice: otro de sus recursos mágicos de fe. «A Dios y San Sebastián, el asaeteado, entregaré el símbolo de la pesada cruz de las acusaciones que he sufrido». Querrá sentirse uno más entre los mártires. Se humillará ante Dios y comprenderá la vida ruda del pobre.
Como siempre, el Simeón Cireneo estará a su lado, es decir, Ventura Font como Simeón, y él, en el dramón, apiándandose del maestro con salario de hambre y de cada servidor público.
En una iglesia sin Aponte, el fementido, pedirá más progreso para el pueblo. Fey, como ya no le hace caso en muchas cosas y se confía más de Tite Pagán y Puyi Méndez, tiene al pueblo bocabajo y al porvenir y bienestar de caída.
«Tú serías buen alcalde, Cucán. Como fuíste antes», lo adulan todavía.
la Imagen por la Vía Dolorosa es pura ceremonia. Ventura Font y David Torres saben que no hay el pesado madero que la gente alega que Cucán carga, como actor por las calles. A cada trecho, secándose la frente, o haciendo que algún gañan lo haga. Teatraliza. El madero es una hueca bisutería en manos de un maestro de la simulación. Un duende burgués, bisexual, mistagogo, recursivo, servicial, aunque también vengativo.
Espera que el pueblo identifique la alegoría y la acción de José de Arimatea, el rico compadecido. Dignifica al Cristo, cruficado entre ladrones. Así había enseñado a las cursillistas y devotas, vestidas de blanco, antes dirigidas por Alicia Franco: En Pepino no hay dos almas tan piadosas y benditas por Dios que el Padre Aponte y el ex-Alcalde Cucán.
Sepan, sin embargo, que Cucán, a pesar de sus errores y uno que otro escandalillo, no ha caído. Tiene un capital consolidado. Ahora es dueño de El Mislán.
Aún cree que enterrará el dolor y pedirá cádaveres ajenos, en el nombre de Cristo. Cucán los enterraría primero. Estará bendito. Predestinado por la Gracia y la Divina Providencia. Emula a José de Arimatea. «¿Hay algo indeseable en ser rico y piadoso?», pregunta.
Y, detrás de bambalinas, todavía mueve sus cordeles para concertar ese fin. Fey que se reelige por la Pava y él que dice: «Eres mi marioneta, tú lo sabes».
Cucán es recursivo, ingenioso y, entre los favores que hizo, desde el banco, hay unos que hizo grandes. El Míster No lo sabe. Más en serio que en broma, a él se lo recuerda: «Fey, tú no puedes conmigo».
3.
De seguro llegará Vale Santoni. Se vestirá de blanco y traerá sus gafas oscuras; no importa que no se requieran durante estas horas sin sol. Con ellas, como dijo una vez José María Caballero, se descansan los ojos, «no que se escondan; tras lo oscuro disimulas si te duermes».
Después de la cepa Caballero, llegó Santoni, casi llegaron juntos y tendrían que oírlo, sin escandalizarse. Y, por saberlo deprimido, se le unió Piro Pérez, Millón Font, Abraham Bonilla y algún exponente de la parentela de los Roig.
«¿Inscribes un partido? ¿Te uníste al PAC?»
Rigo y Cucán recaudan firmas y comenzaron con amigos. Sus viejos clientes ya han firmado y pasaron por el Banco de Crédito y Ahorro Ponceño; casi todos, hasta parecen hoy más poderosos e invulnerables que él que fue el Alcalde que derrotó al Clan Liberal de los Méndez Liciaga. Afirma, sin ninguna culpa, que la opulencia no es mala; pero no es con ella que la familia y la persona hallan su cohesión. La identidad es algo más. Cucán argumenta que la voluntad es el supremo de los valores y que «belleza, verdad y amor», sin base que las sostenga, son palabras vacías del idealismo cínico.
El es un idealista pragmático. Por tal razón, sus enemigos políticos que han sido liberarales, hoy muñocistas de la bandera roji-blanca del jíbaro con pava y los separatistas de Concepción de Gracia, junto a los cuatro gatos de Albizu, lo han menospreciado. Atacan lo que ha representado su familia: Pepino como una Vasconia presuntuosa, perdida en Ultramar; Pepino como una agenda de la cortesanía; el Pepino del poder y el blanquitaje.
No. El no necesita la poltrona ni las cuatro paredes de la Alcadía para dar lecciones de control. El sabe cosas sobre el poder que otros no saben. Las entiende a las mil maravillas. En principio, lo más general que ha de entenderse, es que el poder lo sustenta la clase dominante: el Estado no es el lugar definitivo de ese poder ni las alcaldías lo serán sin una familia o personalidad como la suya. «Para el poder bien ejercido y la candidatura de quien lo obtendrá, con la victoria en las urnas, no basta que el líder sea una gente blanca, procedente de la clase próspera, con apellidos respetables. Hay que saber arbitrar. Dar un poquito de ilusión a todo el mundo y hay que hacer que el Estado se respete, como proveedor de bienestar y seguridad. El Estado no debe reemplazarse aunque sus representantes lo sean».
4.
Ahora sabrá quién de veras está con él. O es su enemigo.
Es que este año ha sido terrible. Cucán siente un poco de nostalgia de los tiempos pasados. Tuvo el poder en pleno. Luis Oronoz Rodón, Francisco Roig y Pablo Latorre eran sus ojos en el cuartel de cualquier enemigo. Prepararon el camino para su triunfo como Alcalde, tras la última contienda con Méndez Liciaga.
Se acuerda tanto de su pariente, el hijo de Genaro Rodón Rubio.
«El sí me dio buenos consejos, pero estaba en el partido equivocado. En materia de capital, puede que él también haya fallado. Tiró todo su dinero… Mire que botar una fortuna en ideales de una república sin los americanos».
Habla acerca de Chinto Rodón como si hablara de otro santo. «Un hombre equivocado, pero más bueno que el pan. Lo reconozco. Quería al pobre y tenía lo que nos mata, el genio artístico y soñador de los Rodones. ¡Sí, ése era santo!».
«Lo malo es que los santos se están muriendo», dijo Santoni, muy consciente de su apellido. Se lamentó la muerte en 1966 de Joaquín López, hijo de Amelia Oronoz.
Basta otro botón para ejemplo.
Una hija del Pepino ha muerto cercenada por un cuadro. Ha ocurrido en el altar del templo dedicado al Patrón y es algo que conmueve. Cucán está, en particular, muy sensitivo. En esos días lo ha dicho: ¡Pobre Alicia, degollada; se fue virginalmente al Cielo!
Entonces, saca de sus recuerdos a su padre. Joaquín, como él, fueran tocayos. Y recuerda a su tío, Jacinto; a primos de una cepa más vieja, los Rodón Rubio, Genaro y Josefa. Recuerda que Agustín E. Font, otro de su parentela, también era sabio. Uno de los primeros republicanos de Pepino. Y sobre su propio padre alega: «Mi padre fue unionista y masón. El decía que la energía del organizador nato proviene de Saturno. Yo creo que de ahí proviene mi energía, de un planeta de responsabilidad de esos que orbita muy bien. No, como otros… He estado pensando mucho en lo que será de este país, ya que se anuncia la celebración de un plebiscito… y miro a esa gente, al parecer tan mansa y respetuosa, vea para allá abajo; esa gente tiene un aspecto que hay que temer una vez venga una prueba, el plebiciscito es una prueba del diablo, y se sientan muy libres y tentados... Carajo, eso va a ser un follón jediondo»..
El no cree que se viva a la buena de Dios por siempre. La chusma existe. La Bestia. Se es tolerante en tanto se puede. Y a veces no se puede. Se es compasivo, porque el Estado y el gobierno extranjero da la mano y de lo poco, la gente comparte. «Mas si un día sacan a los americanos de la isla, si ésto lo consigue ese grupito que mucho vocifera, este Pepino será otro. Van a herir a flechazos al Patrón que hoy bendicimos como en los tiempos en que lo ordenara Dioclesiano».
Obedecieron a la invitación. «Vean un pueblo que ya no es manso y no toma este festejo con santidad. Ya no creen sino en la botella de cerveza y las fritangas».
Se inclinaron, en asomo perspicuante, hasta captar el río humano a largo de la Calle Hostos. Un bullicioso río humano que, al final de los festejos del Patrón, volverían a su rutina. Hoy sí tienen su Saturnalia, fiesta de alcoholes y apuestas; «pero, ahora mire hacia ese lado». Cucán señaló la Casa de Doña Bisa.
Al fin dijo algo que no le gusta confesarlo: «Es el pasado que Muñoz Marín destruyó. Gente que ya no cree en la tradición ni palacios. Que no hará nada perdurable ni hermoso [como esa casa de Doña María Luisa y el Juez Negrón] porque quiere dádivas. Gratis hasta el par de zapatos. Gente que no quiere otra providencia que el pan diario. Gente que se cansó de la penuria y no volverá a sufrir con dignidad... Ustedes saben, si yo sufro, aprendo y me aguanto. No sucede ya. La gente a la que Muñoz da cuerda es una que pide por reclamar un derecho que humille al rico, al visionario, al que es culto y tiene lo que merece y lo conquista con su esfuerzo».
Atribuyó a dos decenios del auge del muñocismo, la decadencia del Partido Republicano y la hostilidad que se vive en El Pepino. Dijo que no necesita de la gerencia bancaria para servir a los demás e incentivar el progreso del pueblo. La compañía Oronoz & S. C. aún acredita sus talentos y los ánimos de tratar a la gente con actitud de servicio y compasión. Alegó que la caridad la practica en el cine cuando se pone a la cabeza de la taquillería. Cuando reconoce a un limpiabotas, obsequia las admisiones. «¡Diviértete; tú no pagas!»
Y, sin embargo, quien no conoce sobre estos detalles, maldice la cepa de su padre, Oronoz y Rodón y a sus hermanos. Pasan de Juan Martin a los Oronoz Perochena, Oronoz Villalobos y los Oharriz. «Juzgan que ellos fueron y aún los que vivimos somos indeseables por tener un poquito más que otros», meditó.
«¿Hostilidad contigo, Cucán?», pregunta Piro.
«No lo creo», asiente otro, «¿quién se atreve?»
Antes que asegurar que el Cura del Pueblo José Antonio Aponte se ha excedido como hablador y parajero, sin examinar las pajas que tiene en su pupila, rememoró el Pepino en que nació. Sí que está nostálgico el ex-alcalde.
«Yo ví el paisaje del que me hablaron mis padres con igual virtud que los más pobres. Escuché la voz de Padró Quiles y de los zapateros y los cortadores de caña y fueron tiempos de hambrunas de temporales, lluvias, vientos huracanados y centellas; pero la gente se ayudaba entre sí y la miseria no se volvía tan obvia. Dios permite el temporal y los karmas, es cierto, pero el campo daba mucho alimento y lo dará siempre; el ventorrillero te lo traía a tu casa… Y compraba el rico y el pobre. Lo que faltaba en ese Pepino de mi niñez, del 1900 al 1948, lo suplía el amor. Y sé, por lo menos, las carencias objetivas fueron los cuidados de salud, atención a la niñez y a los viejos... Ese Pepino fue más bueno; más feo que hoy, si, pero más humano».
De hecho, para justificar ese testimonio, alguno observa ante el Cucán filosófico que el primer hospital municipal se produjo como gestión de su administración. En Pueblo Nuevo, operó la Casa Coll, el primer Asilo de Ancianos. «Eso yo lo hice, tiene razón».
«La única diferencia entre el rico y el pobre sería, al fin de cuentas, si tenías para comprarte un par de zapatos y un vestidito nuevo».
«¡Había quien tenía una casona! Otros, apenas un techo de yaguas», rememora Toño Echeandía, hermano de Getulio, legislador en los tiempos que Cucán gobernara.
«Bueno, casonas Cecilio Echeandía, los Hermida, Víctor Martínez, uno que otro. Puede que se naciera en la casona, pero para bañarse se iba al río como el mismo pobre. El agua de uso diario venía de un pozo». Obvio es que el ex-alcalde está muy metido en sus recuerdos. «Los aguadores existieron siempre. Recuerdo a muchos que llevaron el agua a casa. La albercas del pobre eran las charcas y las familias ricas tenían sus charcas en sus terrenos, en las fincas. Todavía la labor más importante de Cayo Estrada después del triunfo de la Pava fue construir acueductos en los barrios».
«¿A qué viene todo ésto, Joaquín? No entiendo».
«Sí. Es raro oír que hablas con esa nostalgia del agua».
«En realidad, me estoy lavando por dentro. Estoy lavando la iglesia y al Santo Patrón de San Sebastián porque, según leí, fue tirado en las cloacas y dado por muerto. Si sacamos a Aponte de la Iglesia, confirmaré mi bautismo».
Emilita Arbona, quien escuchó a su esposo, lloraba en silencio. Y el licenciado Agustín E. Font se estremeció por entenderlo y dijo que sintió un fuerte escalofrío.
3-12-2006
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Las profecías de Don Lion
A Manuel Méndez Liciaga (1884-1964)
A la gente que acosa, veja y se hace presa fácil de resentimientos, al sistema de caciques, les llega una figura acusadora. Su poder será maldito pues hay fuerzas que operan detrás de los destinos desgraciados y preparan el camino de su disolución.
Don Lion, el «Profeta Durmiente», como lo llaman por todo el Noroeste de la Isla de Puerto Rico, pues es brujo poderoso, desde mediados del ’20, distingue al hombre bueno, cuyo rostro es transparente, del que tiene unas segundas intenciones y al que percibe interpuesta, por encima o por debajo de su rostro, una cara de perro.
La cara de perro no se le ve a todo el mundo. Comienza a manifestarse cuando una presencia de vampiro obsede al sujeto y éste descubre ante el espejo que sus ojos se inyectan de sangre. «No recordamos cómo ni cuándo ocurrió ni por cuanto tiempo. El exceso, ibris tiene por señal la sangre en los ojos».
Don Lion, quien verbaliza esas cosas, cuentos de vampirismo, según incrédulos, es veterano de la Guerra del ’14. Predijo algunas cosas y se han ido cumpliendo. Alemania que siempre se ha jactado por contar con más millonarios que los Estados Unidos de América vivirán una hambruna para 1917 que a los más soberbios los sofocará en la muerte y a los resentidos los engrandecerá y les dará caras de perros. Lo dicho se ha cumplido.
Predijo la Depresión del ’20, el ascenso y caída de Hitler y el Nazismo, el Nuevo Trato, la muerte de Roosevelt, el asesinato de John F. Kennedy y Martin Luther King, Jr. Alegaba que lo que él sabe se lo dicen unas damas de cuerpos negros que viven en dimensiones ya étereas, antes en catacumbas, en oscuros huecos, cerca de acueductos y tumbas. Son mujeres que propician las buenas cosas, pero, castigan los excesos. Son mentadas sacerdotisas que enseñaron a los esenios y después a los cátaros. Por boca de Don Lion, se vaticinó que se hallarán los antiquísimos libros que ellas dictaron sobre el Jesús verdadero, Los Rollos del Mar Muerto, y los tiempos en que ellas, como criaturas vivientes, eran visibles en la Tierra, como mujeres de hermosura inefable y no como hoy las refieren, viejas horripilantes, con látigos en las manos para escarnecer al perverso.
El hombre malo, el que a una gota de pudrición redujo su cuerpo, gota sobre la que quiso que naciera su alma, verá tales apariciones y preguntará:
«¿Quién eres?», o «qué eres?»
Y Keres es el sonido sagrado de su desbordamiento y quien pregunte por ellas / las potencias / las verá. A don Lion le fue prometido de modo que él las invoca y las ve; él medita y se les aparecen. Hasta un don de curación han concedido al brujo.
Y, desde que llegó de la guerra, lo consultaron la gente con poder y capital en el Pueblo del Pepino. Les dijeron, antes de que depositaran su confianza en él, que don Lion había renacido tres veces. Y era un negro que se negaba a morirse y a quien se le miraba elevarse más alto que los objetos expulsos de las explosiones a causa de bélicos bombardeos. En consecuencia, lo llamaron Lion el renacido; Lion el Levitante, Lion el profeta durmiente. Lion el que visualiza, sin extrañarse, que hay los hombres y mujeres con cara de perro. El los espanta, con sus conjuros y señales de brazo, para que no muerdan a nadie.
… y como en Pepino, él mismo, Don Lion, más que ninguno otro, prosperaba en los años de miseria que predijo, años subsiguientes al hurácan de San Felipe (1928), años de la Depresión y de La Colchoneta, Pedro Echeandía se acercó a él y preguntó: «¿Quiénes son los perros que me morderán por lo que yo tengo?»
«Sus hijos, Pedro».
Y se preocupaba antes del huracán de San Felipe, sobre cómo vencerá a sus rivales políticos, y sobre quienes entre Rabell Cabrero y Sagardía Torréns, sería el perro bravo que lo muerda y le quite su dominio en el pueblo. Don Lion lo miró con lástima, mas advirtiéndolo, aseguró: «¿De qué se preocupa, don Pedro? .... si no verá su poder en la alcaldía, no verá quiénes serán los perros bravos…» Le predijo la muerte, queriendo o no queriendo.
Se ha vuelto ya costumbre que sea una de las cosas que más se le consulta. «En esta ciudad de tantos perros, ¿quién tiene cara de tal y o qué perro va morderme luego?»
Cuando se halló a Sinforoso Vélez Arocho, el primer soldado borincano en la Jauría de Keres, dijo Don Lion que lo halló en los campos de batalla. También Leoncio es veterano. A veces lo quitaba del peligro porque no había señal de que Sinforoso fuese un perverso, que mereciera deshacerse en mil pedazos en la guerra, víctima de un bombardeo.
«Vamos a avanzar como lagartos hacia ese rumbo, Sinforoso. Afírmate bien en los codos y no levantes la cabeza muy alto. No sea que mueras como un perro a la brasa. No hagas caso a nadie; sólo a mi voz, ¡ay buen Sinforoso en que guerra mala te han metido!», y se salvaban ambos de cada estallido y emboscada de los enemigos; pero, decía el veterano Sinforoso, que a don Leoncio, el negro, lo vio morir tres veces. Tal como lo cuenta, Lion no habría podido salir vivo de eventos muy violentos, como los que había atestiguado. La muerte rigurosamente expectante y velativa lo tenía en contínuo acecho y, sin embargo, era él quien vencía a la muerte. «La muerte no te mata, Leoncio».
«¡Ay, buen Sinsoroso! Pepino, cara de perro; tú no te asustes si vas conmigo». Era su voz protectora, su jactancia y consuelo. Y el amigo se acostumbró a llamarlo:
«¡Leoncio, renacido!»
Al juzgar lo que Lion decía y su comportamiento, muchas veces se sintió temeroso. Se imaginaba que sufría una pesadilla o que ambos despertarían, con la evidencia de su desvalidez. Es la guerra misma la que altera la psiquis y provoca estas imágenes de prepotencia o jactancia temeraria. «Leoncio puede que se esté volviendo loco», sospechaba Sinforoso. Un episodio de sicosis prematura. Quisiera dar a Lion sus lecciones de cautela. Fuera de Pepino, el mundo es tan cruel y violento. «Vas a sobrevivir, perro muerto. Tú eres bueno», le decía Leoncio, por si acaso, para su consuelo.
«Carajo, tienes más vida que un gato», se convenció al fin.
«Tengo más vidas que los gatos y los perros», aseguró, golpeando cariñosamente el hombro a Sinforoso.
«¿Cómo es que te salvas si te he visto caer? Van ya tres veces que te dan por muerto».
«Es que yo viajo por el cosmos y tengo una potencia que me lleva, un espíritu de clemencia, visionario y me sujeta a sí. Me eleva. No me tira, buen Sinfo... ¡No me lo creas, si no quieres! La bicha que me ata es Keres... Y su cuerpo es negro como el mío. A veces me imagino que tiene alas porque todo lo miro desde arriba; a veces pienso que no estoy en la guerra porque regreso a la isla y veo los pueblos. A Moca, a tu pueblo Pepino, a Lares... Créeme que yo los veo desde el Ave propiciadora, que es una voz para mi futuro, la hora en que regresaremos, lo que sucederá donde iremos. Es entonces que desde hoy pienso y planifico la vida que tendré cuando vuelva a mi pueblo».
«La guerra te apendeja, Leoncio; pero, en fin, de la esperanza vivimos por ahora».
«Acuérdate de mí, cara de perro. Vamos a salir vivos de ésto, buen Sinfo. Regresaremos a Pepino, tú más pronto que yo, pero, yo iré a buscarte. Fuíste el primero en el sorteo y te debo mi profecía, yo te aviso... Y a la bicha de los keres diré que te salve... También yo regreso y me voy a casar con una muchacha de Javilla y hablaré sobre algo que se me dijo ya, con voces angelicales. No sé si cuando estuve despierto o dormido… Vendrá una guerra más grande que ésta, con más aviones y millones de muertes, Sinforoso… Serán muchos los tormentos en el mundo. Mucha hambre para los años ’20, mucha prostitución, saldrán infinitud de locos de hasta debajo de las piedras. Como granos de arena serán los tuberculosos, porque después de las venganzas y las violencias, viene la gente que ha sido exterminada a cobrarse lo que se ha dañado, a reponer el orden destruído… y uno tiene que estar preparado para distinguir a esos espíritus y preguntar sobre los keres y ké-keres, los keres y qué-quieres, Sinforoso, que son potencias que desatan los destinos desgraciados, lo no querido por Keres y por lo que Keres castiga».
En final de cuentas, ya don Lion tiene la teoría muy bien pensada. Se encierra a perfeccionar cada detalle y, cuando no, se tira al pastizal y duerme con el corazón puesto en ese asunto. Entonces, acude al pensamiento mágico y se le aparece un ave de rapiña. El dice que es una Lechuza, la más grande que ha visto. La identifica por el nombre que le dijo: Akerétos y Keres. Ké-keres, ké-quieres del negro...
Porque don Lion dijo que había visto una lechuza gigantesca que se llevará a los pepinianos, muy lejos de su patria, por segunda vez, don Manuel Méndez el Alcalde fue a consultarlo. Y susurró aquel nombre [Lion lechuza, Lion levitante] que casi se aludía por poderoso.
«Amenazas recibo, por causa de tus cuentos, de que un perro, el más grande y rabioso, del tipo de los que usted viene hablando desde que regresó de la guerra, y que entraría a la Alcaldía… Dígame usted qué tiene que ver ese perro conmigo y... si es tan bravo, o si es cierto, ¿me morderá, o morderá a los míos? Dígame si es cierto que usted me está llamando perro, o qué de eso, si no es conmigo y mire que a mí no me gusta que me vengan con cuentos», expuso Méndez Liciaga.
Casi seguro estuvo que se trataba de puyas echadas por Getulio, Chilín u otros opositores del Partido Liberal que estaba dividido en el decenio del ’30. Quiso estar, respecto al asunto, advertido, porque él no quiere enemigos gratuitos en el Pueblo. «De dos cosas hablé y usted no me ha entendido. Hay una lechuza, que es el sistema grande de los Keres, las potencias, y hay unos perros, víctimas y victimarios, que se manifiestan como fantasmas y vampiros. Lo que pasa es que los perros ven fantasmas en el aire y se confunden y creen que los pájaros nocturnos vienen por ellos. Es por lo que ladran cuando tienen miedo».
La Lechuza, gigantesca que don Lion vio ya había llegado al Pueblo. Daba vuelos de reconocimiento por los aires. Un día abrió fuego de aviación desde los cielos contra una muchedumbre. Fue en Ponce. «Cunado suceda en Pepino, son cosas que usted verá, aunque no han sucedido». Dijo que todo el que vea la lechuza se levantará de madrugada y revisará sus ojos porque puede que se llenará su mirada con sangre. Tendrá que verse la cara en los espejos, porque debajo de la epidermis, en la gente que no tiene corazón ennoblecido, hay una cara de perro bravo y ese perro es salvaje, traicionero y, sin embargo, lambisquea, mueve la cola como si fuera bueno.
«Levántese cada vez que despierte. Deje el lecho. Pregúntele a los ojos si guardan la sangre de sus víctimas. Si lo posesiona un espíritu maligno. Dígase: ¿Qué eres o que soy? ¿De qué ratas como? ¿Qué insectos se me meten en la boca? ¿A dónde tengo el corazón, si es que lo tengo? La Lechuza se lleva los corazones de quienes son débiles o los devora en la noche, porque es como una ramera, que en sus apremios y apetitos no sabe lo que come»… ¡Qué terrible y conclusivo es el hablar del Levitante.
Y, aunque con tales razones fue que Don Lion le hablara a muchos, no sería mucho lo que el mismo alcalde entendiera. El brujo utiliza el lenguaje profético, símbolos y alegaría, en adición y para más hermetismo, que su partido, «el suyo, Don Manolo», irá al desgaste y se alejaría del «ideal bueno», de la «virtud y la libertad» y, ante la Lechuza, él iba a perderlo todo. Le habló sobre unos perros con instintos sanguinarios y sobre una gran hecatombe. «Será una guerra como todavía no ha visto el mundo una de su tipo». Nadie hablaba en Pepino todavía de la Segunda Guerra Mundial, sólo él y Sinforoso, porque Leoncio se lo dijo.
Don Manuel Méndez se acostaba y pensaba que don Lion lo engañaba. Hablaba sobre sangre injustamente derramada por los puertorriqueños. «Yo no creo en el fin del mundo. No exageres». Mas madrugaba a mirarse los ojos, por si acaso veía en el iris o los párpados, unos hilillos de sangre sospechosos. Signos de los dejaban las keres o potencias vampirescas. En la Farmacia Central, a veces doña Luisa lo encontraba a revisándose la mirada y él decía que estaba obsesionado por la «lechuza gigante» que todo lo corrompe y que va a imperar más de treinta años sobre el pueblo.
«Esos son cuentos del negro», le decía la mujer.
Y, don Manuel, por ser o querer ser Alcalde bueno, reflexionaba ahora, sin evitarlo, en torno al pueblo que describió el Levitante, el pueblo de PRERA, migajas, subsidios, escasez de empleo y que se alimentaba de ratas e insectos, dicho con metáforas de Lion. Un pueblo que ya emigraba al Norte, que se desmoralizaría y no pudo seguir creyendo en esperanzas. En Matienzo y Albizu. Un pueblo forzado a hablar otro lenguaje y con tan pocos maestros. Un pueblo que va ser gobernado por lechuzas que, de noche, fornican fuera de sus camas, en aquelarres demoníacos.
Un Domingo de Ramos de 1937 se cumplió lo que el negro predijo. En Ponce se cometió una matanza. Murieron 19 vecinos. Hirieron a centenares. La Lechuza dio la cara y voló bajo. Un año después don Manuel pensaba en dejar el Partido al que había entregado más de veinte años.
«Voy a perderlo todo», recordaba que don Lion se lo dijo.
Ese mismo, 1937, don Manuel perdió las elecciones. Entretanto, se había convencido. No volverá a educar a la comunidad como su mismo padre, Avelino y su hermano (don Andrés) en la tertulia de la botica La Central, habían querido, con decencia. Se ha iniciado el reino de las lechuzas.
Seguramente las potencias que don Lion llamada las keres arrebatadoras, lechuzas, aves nocturnas, son esencias sicológicas, energías inconscientes, numinosas que cuando el país las convoca, se desatan. Se juntan todas. Se desprestigia el sentido de la hombría y el sentido de destino. José Vidal Cardona las llamó la moral del «circo». Antes que don Lion las mencionara, Vidal había dicho lo mismo a don Andrés, el legislador. Lo que sucederá para el asombro es que el circo incluirá, no sólo esclavos gladiadores. Holocausto será el nuevo aditamento y acabará con pueblos. Tendrán que reinventarse hasta la historia. Una pira de fuego exterminador estremecerá al mundo. Seguramente, el Levitante vio las llamas de Hiroshima y Nagasaki en 1937.
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Yayo el Turco
There is a dubious loyalty to the southern regime, troops were in full retreat or defecting en masse to the North. A heavily guarded demilitarized zone (DMZ) on the 38th Parallel continues to divide the peninsula today. The war affected other nations as well. Turkey's participation in the war helped it become a NATO member. The entrance into the war has been criticized inside the country, however: General Walton Walker, U.S. Eighth Army
Quien lo conoce, seguramente, lo llama Yayo el Turco. De turco, en verdad, es poco lo que tiene. Fuera de recordar, con su buen humor, el residuo de frases sueltas, mariposeo verbal del árabe y jergas que él descompone. Hay quien dirá que parece uno. Es bigotón, con barbas azulinas, cabello negro que peina hacia el lado. Entonces, son visibles sus ojos oscuros, de párpados anchos, la frente, el cutis limpio, con la piel sedosa. Para precisar la semejanza, faltará el turbante. Un pantalón y túnicas que indiquen jeraquía. Un vestido que sea un verdadero lienzo de colores. No será necesario. En definitiva, no es kurdo ni árabe ni turco. Es pepiniano. Hijo de jíbaros puertorriqueños.
Está empleado en la Autoridad de Fuentes Fluviales. Celador electricista. Un hombre bonachón, de 5'.7" de estatura. Responsable con la familia, sobre todo. Su esposa está primero que sus dos o tres cortejas. Cartilla que lee a todas. «No te pases del límite. No entres a líneas de combate».
El dice que el amante ideal tendrá una esposa, lealtad encarnada «que no destruirá con propia mano». Esto es otra de sus metáforas de guerra.
«Quien lucha por Corea, si la ama y la compara con el amor de un esposo por su esposa, que no la hiera con su mano. Que no la hiera con la guerra. Quien, por los ideales de democracia y libertad, dice que lucha, hágalos sagrados, como el hogar y la esposa. El surcoreano se vale del gringo, velagüira; en Corea del Norte, ronda el ruso; esos son los amoríos menores. El matrimonio, si se destruye y se agrede es por causa de esos buitres que al acecho, nos jeringan... Para pescar en río revuelto, se acercó el turco. Se metió en una guerra en que no tuvo arte ni parte. ¿Sabes qué quiso? Una membresía en la Organización del Tratado Atlántico Norte... Mira lo que uno piensa cuando sale del pueblito y llama a la nación americana, mi país y mi bandera».
Como de costumbre, este sábado sus amigos lo esperan. Veteranos de la Guerra de Corea como él. Beberán unas cervezas en un bar de Tablastilla. No se cansan de oír sobre sus peripecias y estas comparaciones, «el matrimonio es mi DMZ, mi zona desmilitarizada».
El Turco bien que explica lo que se aupa entre las leyendas populares de su pueblo. Está, en primer lugar, su mote, El Turco y, para el que interesa verlo en serio con su historia, sus anécdotas de guerra. Por quererlo así, supo que la prensa adujo: han sido 5,000 prisioneros de guerra, sólo en el grupo estadounidense, nuestros muertos. Alegaron que los comunistas son atroces y asesinos, aún con quienes sobreviven. Dos tercios de esos prisioneros de guerra, ni en par de años de su cautividad, han podido soportarlo. Provocan a sus verdugos a fin de que se les anticipen las ejecuciones o la tortura cese.
«¿Quién fue más cruel?», preguntaron a Yayo. Calculan que más 12,000 comunistas norcoreanos, tomados como reos, murieron en encierro. El odio es mutuo. La violencia ciega. El hambre, el aislamiento, insoportables. El ejército, aliado y salvador, ése en que estuvo y que llama héroe a cada uniformado, dio el mandato. «¡Mátenlos, maténlos sin miramientos!»
El recuerda la campaña, una en que, por primera vez, oyó que hablara el Dr. Don Pedro Albizu Campos, Aid Korea to resist America. El Partido Nacionalista, claro que dijo: Que ningún boricua se reclute. Norteamérica se personó a agredirla. Yayo se reclutó, no por inocente. A veces late su auto-reproche como una herida de guerra. Y, de paso, siente que Albizu que terminó en la cárcel, explicó el por qué no ir del modo más sencillo. Es Corea, tierra dividida por los imperialistas. Chinos, japoneses, rusos, norteamericanos... la han convertido, finalmente, en un pueblo desmembrado... Hay un paralelismo entre Corea y Puerto Rico. Monstruos se la comen, la dividen. La desangran... ¿Con quién dar los detalles de lo que vivió y lo comprenda? Amigos verdaderos, combatientes de su buena cepa; algunos que beben con él, oscuramente aliados en tristeza. «Si la política es sucia, más sucia es la guerra», filosofa. «No me hagan recordar estas cosas», dice a sus interlocutores, «hablemos de algo divertido». Por consiguiente, se hablaría de la Santa Crica y sus profundidades.
Con cervecitas, rones y el fondo de música mexicana, Yayo saca su romanticismo amacharrado. Evoca la libertad y el sexo, la metafísica de lo masculino y femenino. A él corresponde ser un combatiente, con arma de victoria en alto, vaya cojones, timbales de adrenalina, tendrá que serlo y, además, mantendrá la pení(nsula) unida, sólida, bien adentro y chorreando. En secreto, así quiso que fuera Norcorea, el país que una lo que el imperialismo norteamericano divide. Unir no se pudo. Llegaron las potencias extranjeras (¿quién lo habría pensado? ¡Hasta los turcos!) Se asomaron a buscar despojos, pertrechos y bases estratégicas. Rusia y Norteamérica cayeron sobre Corea: Japón, como chacal colonialista, tenía esa presa tan herida y aún no la soltaba de sus dientes. Yayo, quien va en camino a Tablastilla, a más del 15 meses del regreso, todavía tiene las imágenes de los puertos de Pusán y Tonghae-hang en la memoria y el corazón en vilo. Con lo que más batalla, no es con la erección y la unificación peninsular. Es con los recuerdos de guerra. Sus peligros. Malditos recuerdos. Vio la ciudad medieval de Seúl, plena de ruinas y humeante por intensos bombardeos. En Norcorea, le dijeron que de igual modo, llena de quemazones, hallaría a Pyongyan. Dolía, con angustia, en su momento, verse perdido. Contado entre los muertos y descartado por desaparecido. Y, sin embargo, estuvo vivo, sacándose las señas de los dedos como mugre comunicadora. Implorando a Dios que lo hallen. Que lo rescaten. «No estoy muerto. Ni sé dónde he llegado ni qué me asegura que ustedes me entreguen a los gringos». Tres meses puso en el empeño de aprender unos retazos del idioma turco. «Si sobrevivo, soy más listo que el carajo». Aprendió a decir paz, amigo, soldado, alimento, frío, ayúdeme. Habría aprendido esta lección en cualquier idioma que fuese necesario. Haría el esfuerzo de significar tales palabras y emitirlas. En cada lenguaje reinventaría su ambición de sobrevivir. El que no llora no mama.
«¿Qué sucederá si regresas al campamento de Corea y te sorprende la explosión nuclear que se tramita?», le pregunta un militar turco.
«¡Nos jodemos! Con un bombazo, como en Hiroshima, ¿qué esperanza?»
«Puede que ocurra».
El habría querido que Sur Corea, el gobierno de Rhee, se rindiera para que la guerra fuese la más breve de la historia. A punto estuvo de decirlo, pero se acordó del chicharrón de cerdo y se imaginó sus olores. Al final, dijo: «Truman nos hará chicharrones». Según informes, él autorizaría el uso de la bomba atómica contra China y Corea si fuera necesario.
«¡Eso sí que es destruirlo todo! No respetar ni sur ni norte. Es comportarse peor que Japón durante los 35 años de dominio», meditó él cuando estuvo perdido.
Yayo el Turco no siempre se lanza a evocar estos recuerdos tan solemnemente. Después de noviembre de 1952, el presidente electo Dwight D. Einsehower cumplió con su promesa de campaña. Fue a Corea y halló cómo dar fin al conflicto. Uno de los resultados fue su vuelta a casa. Que hallaran a los POWs, a todos los perdidos. Ahora se siente afortunado. Hoy puede leer que los comunistas capturaron 70,000 soldados surcoreanos. Sólo 8,000 de ellos regresaron. En algunos de esos trances de captura, se perdió; pero aquí está... en Pepino, vivo y coleando.
El tiene los brazos fuertes, el cuerpo musculoso; ya no es el joven espigado que reclutara el ejército. Ya no. Hoy está medio gordito; pero, para quien lo busca y lo trata, es un típico pepiniano, buen vecino y jovial. Parece que no sufre. Que nunca ha sufrido. Han comenzado a olvidar la guerra los que la pelearon. El todavía suma números, resta, se informa cómo ha sido. Los comunistas norcoreanos han dicho en la prensa que 390,000 norteamericanos agresores pagaron el precio justo: murieron. Y menciona, al menos, 29,000 mercenarios internacionales. Son esencialmente turcos. Casi un millón de fuerzas enemigas de Corea dormirán en olvido. Se comenta: Esta guerra será olvidada porque es difícil mencionar los nombres en chino. Tantas muertes son ya el comienzo de la memoria vacía. La indiferencia que encubre y oculta más que la ignorancia de la Historia.
Yayo está vivo. Los muchachos de la guerra volvieron. Por eso se reúnen en Pepino. La generación en que coincide el muñocismo triunfante y el primer movimiento supresor del comunismo, tras la Guerra Fría.
«¡Ven acá, Turco!», lo llamaron.
«¡Yayo, Yayo!», desde la esquina lo van queriendo los amigos.
«¡Veterano!»
El no es uno de quienes ha cambiado sus valores. Ama a sus padres, respeta a los mayores. Es honrado. Su país es primero... Y lo que explica su arabismo o su turquez es tan simple: se fue por rumbo equivocado; pero no lo hallaron huestes enemigas. Sí, los turcos. Los EE.UU. abrió bases militares en Turquía y terminó alternando con soldados de Gemlik, Hopa, Estambul y Bursa.
Yayo el Turco llegó y de la vellonera seleccionó un bolero en voz de Pedro Infante. Y es Toño Palomo el primero que saluda.
«Turco, ¿qué dices? ¿Cómo van las cosas al sur del Paralelo 38?»
Antes de sentarse en su rincón favorito y entre amigos, lo escucharon. Nadie le quitará lo picaflor, la sensualidad a flor de piel. Sendo bellaco. Lisonjeó una moza a su paso. Dice que el macho propone y la mujer dispone. El ofrece de sí la calidez humana, su poder imaginativo, las palabras precisas, con visión articulada, digna y adecuada en cada detalle. Además, Yayo el Turco es apuesto. Pocas son las mujeres que rechazan que un silbido suyo las detenga. Las conduzca a donde sea que proponga los rituales de sexo, siendo casado.
En el bar ya está Toño Palomo, el fiebrú. Se burló de Belén, el guardia cascarrabias. Comentó que otros choferes festejaron cuando partió desde la plaza, arrancando brea y quemando llantas. Recién compró lo que soñaba: el carro nuevo. Tendría que pregonarlo aviezamente con amarcha triunfal de arranque alrededor de la Plaza Baldorioty. Escuchar que invocan al demonio abusador del poblado. Sueltan al toro bravo: «Cógelo, Belén, que va sin freno».
El burlado luchaba con la encía a puros lengüetazos cuando Toño Palomo lo dejó con sus nervios retorcidos en mal instante, pues chilló sus neumáticos y manejó como rayo. La maldita caja de dientes que se sale de su boca. Se le cae... y Belén, por buscarla que se rinde. La recoge del suelo y maldice al que se fuga de su celo policíaco y su orden de obediencia [Belén que epitomiza los poderes vigilantes]. Ajá: su dentadura se vomita contra el polvo de la calle.
Cada vez que llegan los comicios, ese celoso esbirro de La Pava, se siente sensitivo. Deambula, mucho más enojadizo que lo habitual. Hasta Yayo el Turco se vuelve sospechoso. Belén, en la calle, expone el celo del muñocismo triunfante. Politiquea con la macana en mano, el grito en cuello y su temperamento iracundo. Para Toño Palomo y Yayo el Turco, donde hay que mandar a ese endemoniado en uniforme es a Corea. Que se ensañe allá, en las áreas del Paralelo 38, con las fuerzas soviéticas en Kaesong. Que vaya ante el Teniente General y comandante, John R. Hodge, y se reclute. ¡Véte, Belén! Colmo del calerismo. Comunistas habrá [por siempre]. Que se vaya a matarlos donde estén. No en las calles de Pepino. Es Corea quien lo ha necesitado desde antes de 1945.
«En Corea sí que harán chirridos sus dientes y temblará su quijada», ríe Palomo.
«Después de verme perdido y entre turcos y no saber por quién se mata y el por qué, ya no me asusta nada. A Belén, por el contrario, lo embarrará la mierda», dijo Yayo.
Precisamente, al jactancioso lo compara con Corea del Sur, pueblo cuyo ejército fue poco más de 65,000 soldados, armados, entrenados y equipados por los Estados Unidos. «Corea es una trampa tendida para ciegos y el Sur, aún los ms cobardes, se han sentido grandes a la sombra de su protector».
Una Guerra de Truman fue Corea, inicialmente con el apoyo popular; más tarde, fue la Guerra Olvidada. Discutida y cuestionada. «La guerra que me asusta no está en los periódicos; yo voy a olvidarla pronto», es lo que Yayo el Turco comenta a sus amigos. Saborea la cerveza. Amplía los contenidos del deseo. Quisiera que el guardia Belén viviera una semana lo que él ha vivido. «Que si Albizu le ocasiona miedo a Muñoz Marín, o el al Presidente o los Congresistas, no... que vean cómo luchan los norcoreanos, el surcoreano cuando los observa se caga; se une a ellos y le deja el trabajo de exterminar la patria al extranjero». Sólo hombres, tan llenos de ira y dolor, deben utilizarse en ese infierno. Que lo soltaran en el campo de batalla para que no sea jactancioso. Corea: la primera confrontación sangrienta durante los años conocidos como la Guerra Fría, es el lugar que ha elegido...
«Allí quisiera verlo. Cagándose. O matando a gusto los diablos rojillos», reflexiona.
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¿Pero pa' qué?
a Francisco Roig Cardoza, el primer funcionario
(Diputado a la Legislatura Estatal, 1910-1912)
independentista del Pepino finisecular
y José Tirado Cordovés, fundador en 1902 de la Alianza Obrera
El libro del dolor sé de memoria.
Sé lo que son reveses de fortuna
y lo terrible de la humana historia:
Ramón María Torres, alias «Moncho Lira»
(1868-1903), poeta pepiniano
Ahora Francisco Roig Cardoza, joven candidato unionista, de 30 años de edad, sabe que Juliá se ha dirigido a él y que insinúa que es otro soñador que pierde el tiempo, como Moncho el poeta que murió hace unos años, «Se comía el mundo, o se lo bebía a tragos, amargamente, sin lograr nunca ná». A su juicio, la gente que vale es la que se arma de un garrote y quita estorbos, sean personas o situaciones, de su camino.
Pero, entre las personas que rodean a Roig Cardoza, marieño que llegó a Pepino, con muchos sueños de justicia y militancia, está el hijo de cierto platero, fundidor de municiones («el Extremera»), José Tirado, otro que sueña con la palabra obrerismo a flor de labios, y están Pablo Avilés y Pedro Susoni. Se suman los hijos de Saavedra Nieves y prole de Méndez Martínez, gente que hacía balas en la madrugada. para matar a españoles en 1868.
Dizque, tras la invasión estadounidense, en el Régimen Civil de Foraker, Roig Cardoza está pasando la voz de su ambición por competir por el Distrito de Aguadilla-Pepino como diputado y ocupar un escaño en la Legislatura de Puerta de Tierra, a fin de hacer algo por los agricultores y por un heroico pueblo, como éste, que se quemó en virtud de un viento que arrasó las cortinas de la casa de Mariana Rubio y se extendió por otras 67 chozas. «Hasta jodernos», como dice Juliá-Castañer.
Don Juan Juliá comprende que el pueblo le tiene tirria. Un poco más y lo culpan, como culparon a Mariana, por la suerte de la villa en sombras y en desgracias. «A él, que come y calla y ni las debe ni las teme». El fuego fue un accidente mas lo llaman el Fuego de Castañer, o el Fuego del Guayabal del 1906, aludiendo a su apellido. Se ha convertido como un ave de mal agüero y, encima de tanta vaina, ahora los unionistas andan crecidos. «Cualquier ignorante, analfabeto, puede ir a votar. No era así antes». Por causa de reformas electorales, Roig Cardoza, amigo de incendiarios de 1898, compinche de los Tirados y los Avilés, se incentiva a busca a quien tenga 21 años y, «por más torpe que sea de entendimiento, le propone que vote por él». El temor de Juan es que gane. No lo dice, pero lo piensa: «Ya no son abstencionistas; votan. A las turbas las vigilan», le contestan sus golpes y, desde el año 1909, es obvio «que la Cámara de Delegados: o no sabe gobermar o no puede».
Hay una crisis en el presupuesto. Mas, parodiando a Benjamin Franklin, Francisco dice: «Ni la vida ni la libertad ni la propiedad están a salvo cuando la Legislatura duerme». El cree que se puede traer lA luz eléctrica al Pueblo. Es la esperanza de Rivera Negroni, hacendado, otro que anda «politiqueando», según Juliá.
«Menos mal que la peste a poeta ya se va» y lo dice porque, por la desaparición de un periodiquillo que se llamó El Culebrinas, el asesinato del trovador Carmelo Cruz y la muerte de Moncho Lira y por todo lo que se llevara San Ciríaco, hay limpieza en el pueblo. Ya no se mira a los románticos trasnochados y los pichiruches que efigiban la indolencia. «Si uno realmente ama a lo que sea, al pueblo o a la mujer que no puede tener, coño, póngase a tono con las expectativas y las necesidades y... no es que a las necesidades haya que estar cantándolas con versitos; ármese del garrote y siéntase vivo. Haga algo», sigue en verba como si copara la atención de todos. Agita una gacetilla en la mano. Entonces, porque ha leído en ella que Teddy Roosevelt (y no hará una semana) se llevó para un safari al Africa 500 galones de cerveza, zumba el elogio: «Aquí tiene a un hombre de verdad. Tiene sed pues acumula la cerveza por toneles, se calienta los sesos para la acción, escopeta al hombro... y yo creo en tales articulaciones de la voluntad: La Doctrina del Garrote, Roosevelt's Big Stick... No. Eso de Doctrina Monroe, como dice Barbosa, es mojigatería. El trabajo completo no es temer y echar a verso a las rapiñas de Europa. No dar palotadas es mediocridad. Si no quieres problemas en el hemisferio, porque las criadas te salen respondonas o las naciones se comportan como cayapa de truhanes y ladrones, aprieta el garrote que más viejo es el escarmiento que la tiña... Eso es lo que significa la Enmienda Platt que Teddy le aprobó a los cubanos... Que Colombia no se pone de acuerdo sobre cómo construir un canal para el comercio es lo mismo que pasa con el presupuesto de mierda en este paisito, coño quíteselo... Que los panemeños se pelean por el cantito de itsmo, quíteselo. Garrote con ellos... así, hay que tratar a las patrias bobas, que no se saben gobernar, que no saben si ser federales, o ser autocoordinadas, soberanas, en la búsqueda de orden y progreso».
«Usted lo dijo, Don Juan. Usted quiere un amo con garrote y, por desgracia, lo tenemos en el Presidente y el Gobernador, el que tenemos. No contamos con federalismo ni centralismo. Tenemos un amo con garrote y un pájaro bobo en Washington al que régimen de la Ley Foraker no dio ni voz ni voto. El Comisionado Residente. Y lo triste es que ni el Partido Federal de Muñoz Rivera ni el Republicano de Barbosa se mueven hacia ningún lado que no sea la anexión gradual a Estados Unidos. ¿Pero usted sabe qué significa gradual? ¡A paso de tortuga! De tortuga y sin patas. De tortuga y sin dientes... Tal vez tenga razón en decir que somos una Patria Boba, por tantos conflictos internos, incluyendo la falta de fe», le dijo Roig Cardoza.
«Pero, ¿qué es la fe sin garrote? ¿Lamentarse de los «reveses de fortuna / y lo terrible de la humana historia», como Moncho Lira? Te voy a decir, Pancho, lo que le dije a Moncho cuando venía a llorar las penas, con el alcohol en la sangre: 'Vaya, por esa mujer que lo atormenta, vigila cuando salga de la casa, y róbesela, tírela sobre un montecito, y hágale el amor; obligue a los Scharrón a que la casen contigo», y se reía él mismo de su consejo. Este es Juliá en sus decires de cuerpo entero.
«Ni como chiste nos sirve, don Juan. La política se maneja de otro modo. Yo creí que usted hablaba en serio. Usted sabe: Simón Bolívar en Colombia hablaba sobre unidad, no anarquía. El sí entendía ambas cosas, centralismo unitario y federalismo... La anarquía es boba. Destruye la voluntad y lo que se desprende del consejo suyo no sirve: que hagamos mollero a un poder, que ni siquiera está en nosotros... usted no puede comparar a los tiznaos y a gente como Carmelo Cruz y Moncho Lira con Bolívar y Camilo Torres. Ellos tenían ya el poder liberado. Puerto Rico, no. Salimos de una colonia para caer en otra. A Bolívar lo dejaron solo: los peruanos conservadores, los centralistas de Buenos Aires, los segregacionistas del Río de la Plata, pero ya tenían la República, luchada a sangre y fuego por el Libertador y sus generales. Nosotros lo que tenemos es un pueblo con hambre y en las manos de los EE.UU... no tenemos el derecho a crear una Constitución. No tenemos armas para hacer ni el simulacro de una guerrita bananera como al Sur del continente.. coraje hay; pero, ya no es lo mismo. Hoy no darían abasto que haya muchos Tirados Extremeras, Nieves y Méndez, fabricando balas en el monte frente a las cañoneras del nuevo enemigo... ya no tenemos moneda y el canje empobreció a todo el mundo; ya no tenemos mercados, ante exportábamos a España y Cuba... y ahora, en los mercados del americano que no quiere competencia, el café pa' la mierda y todo lo que produjimos es considerado la traición comercial extranjera... la única exportación que nos piden es caña de azúcar, si acaso no se la lleva un huracán de la destructividad de San Ciríaco... Usted sí que es chistoso, con sus consejos, y su garrote suicida. No sé que más podrá el yankee aporrearnos, aunque no sea que nos sugiera que volvamos a formar aquellas turbas del 1900 y 1906. Estaban como usted, molestas porque cambió la ley del voto y ahora el pobre y el analfabeto, que es el 90% de nuestros campesinos, al menos puede decir lo que quiere... votar como unionistas, en preferencia a republicanos de Barbosa... pero yo le voy a demostrar algo, cuando salga electo: los unionistas no son partidarios de una Patria Boba, sino de una Patria Libre...»
«¡Y trasnochá estaba la vieja Mariana Rubio que quemó el pueblo!», gritó Pablo Avilés a la cara de Juan, «que si no fuera parienta de Genarito Rodón, que yo respeto, le agarraba por los faldones y las sacaria a rastras del pueblo».
«No. Se le cayó la vela por andar rezando», defendió Pedro Susoni.
«Fue culpa del viento», confirmó el candidato Roig.
«Lo que yo no quiero es mítines ni loas a republiquitas y patrias bobas», dijo al fin Juan Juliá, mirando con desdén a Tirado Cordovés, federalista, hoy unionista en la línea brava de Matienzo Cintrón y Lloréns Torres, como el aspirante a diputado.
«Y, perdone, señor Juliá, tampoco me quedaré callado con lo que dijo sobre los románticos trasnochados... si usted no supiera español, otra cosa que los yankees quieren quitarnos, según avanza la política americanización de Roland Falkner, si no supiera, no podría leer a Lloréns Torres ni a De Diego. Usted que viene y se asoma cuando visitan al Pueblo y en mítines hablan sobre patria, amor y romanticismo. Ellos leen sus versos para que los entiende y disfrute en español... usted que sabe de memoria algunos de los poemas de Moncho Lira no debe hablar con desprecio de gente que lo tiene hablando muy finamente de las gestas iberoamericanas... usted no podría leer sobre esa majadería de Roosevelt y sus 500 galones de cerveza, o de pitorro para el safari, si no lo lee en español y se mama en su idioma la gaceta, porque usted no habla inglés y se quedará mudo, cuando dicten que, por ley, no se hablará el español ni en los campos... No sea malagradecido de quien le mantiene su idioma vivo... y si yo llego a la Cámara de Diputados, voy a decir que romanticismo es mantener a Dios, el lenguaje y el ideal de libertad vivos... Español y Dios imprescindibles, aunque haya gente como usted que ya ni cree ni en el vientre de la santa mujer que lo parió... No ha de ser poesía trasnochada la que se acuerde que la existencia no se hizo para el suicidio y que la guerra, en condiciones desiguales, no vale la pena. Ya no es autodefensa ante la violencia iniciatoria... Usted le dijo a un apasionado del amor, como Moncho Lira, róbese su hembrita, préñela y no sufra... sí, para que le peguen un tiro o lo fundan en la cárcel. ¡Vaya consejo! Usted sí que es arcaico... Usted que habla de que es trasnochelería romántica ser pobre y enamorarse de la hija del adinerado, o del Marqués, se aferra a una aberración trasnochada como es no tener dinero y simpatizar con el capitalismo, o con los alardes de Roosevelt. Eso es peor que el romanticismo trasnochado, eso es barato... y me habla sobre armarse de garrotes y... bueno, ¿para qué? ¿Cree que el Gobierno de los EE.UU, permitirá que un boricua con garrote haga causa común con un amhelo modernista, o antisocialista, como el que le ha estado permitiendo a Porfirio Díaz? El mexicano Díaz es un dictador que cuando toma el garrrote aporrea a su pueblo, no a sus vecinos ni a los amos del Norte... yo prefiero que no haya borincano con garrote. ¡Nunca! No sea que lo tiente el Demonio y los utilice contra su propio pueblo, o sus hermanos... Usted es malo dando consejos. Antes que podamos tener una varita para dar foete, no digo yo garrote, los yankees nos bombardean la capital y Guánica... Vuelven a azotarnos por Asomante y Guacio, aquí mismo en Pepino... no. Guárdese, el consejo, don Juan. Puerto Rico ni es Patria Boba ni pueblo pendejo... Quien se quiera suicidar, que lo haga, pero no en nombre del independentismo ni del Grito de Lares ni del poeta Moncho Lira, que en paz descanse», concluyó Roig Cardoza.
«¡Vámonos de esta esquina, Susoni, que aquí huele a humo!»
«¡Sí, José, a vela quemá, o a no sé qué neuronas», dijo Francisco Roig y dejaron el área y a Juan Juliá-Castañer, perplejo frente a su hotelito en ruinas, como el aspecto general del pueblo.
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NOTA DEL AUTOR: Según la memoria oral investigada, este episodio, aquí contado, ocurrió durante las vísperas de campaña de 1910 en que Francisco Roig Cardoza (pepiniano, aunque nacido en Las Marías) resultara electo como Diputado a la Legislatura Estatal de Puerto Rico. El propietario (Juan Juliá-Castañer) de un antiguo hotelito «Hotel Juliá» halló a la salida del mismo a los mencionados y, como era muy conservador y pitiyanki, a poco de la muerte del poeta Ramón María Torres, abordó al grupo para echar su veneno elitista. Lo histórico es su conocida actitud desaprobativa del voto a las personas que no saben ni leer ni escribir y que no eran propietarios. Antes de 1904, bajo la misma Ley Foraker eran requisitos. Los Juliá-Castañer eran una familia de origen catalán, pro-peninsular, luego pro-yanki, anexionistas o adheridas al Partido Republicano. Uno de sus parientes fue víctima de las partidas sediciosas en 1898 y amenazado a quemas de sus propietarios y muerte en una décima quer lo alude (Ver mi libro: «Comevacas y Tiznaos» (2002) sobre las Partidas de 1898). El odio a la poesía y los 'románticos trasnochados' surge de su despecho por las alusiones de una décima denigrativa y la asociación fóbica de la poesía con la anarquía o las ansias de separatismo. También es historiográfica en mi investigación la presencia de los aludidos y los temas tocados (la patria boba, la frustración con el impasse fiscal de 1909, enojo de Bolívar con los federalistas suramericanos, la doctrina del Garrote de Teddy Roosevelt, su safari cervecero y las secuelas del Fuego de Castañer y el del Guayabal). La refabulación del lenguaje es creación mía.
Ambos partidos puertorriqueños (Unionista, nutrido de los antes miembros del Partido Federal) y el Republicano (fundado en 1900), se remontan al principios de siglo y tenían la anexión a EE.UU. como fórmula. Los unionistas la abandonan en 1913 y la fórmula independentista en 1915. Los republicanos anexionistas ganaban las elecciones cuando sólo votaban los alfabetos y propietarios, eg. las elecciones legislativas de 1900 y 1902. No se votaba por el gobernador; se imponía desde Washington. Las mujeres no votaban en las elecciones hasta la década del '30.
Importante en mi relato es la presencia de José Tirado Cordovés, hijo de un veterano del Grito de Lares (1868), miembro del Partido Obrero Socialista que apoyó al Partido Unión, y la amistad con Roig Cardoza, lo que me confirma la posibilidad de que Roig haya sido además de independentista, adláter socialista.
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