Friday, January 21, 2011

El pueblo en sombras / 43-54



Chila Cubero

Sé que te pones viejo
y quiero verte como ayer cuando eras niño,
cuando eras un chiquitín que llevaba flores de calles
y roto tu calzón en las rodillas,
no como estás ahora, florido de edificios
y oloroso a baños de hojas medicinales:
César G. Torres Rodríguez (1912-1994), Conversación íntima

El Caserío, residencial público construído en 1956, terminó llamándose Andrés Méndez Liciaga. De veras, bautizo realmente merecido; pero fue un proyecto del Alcalde Fey Méndez. Se hizo porque el huracán Santa Clara azotó sin piedad y se quedó sin techo, sin hogares, medio pueblo. «A fuego, viento huracanado y lluvias, Dios castiga al Pepino», decía un residente como Miguelito, Voz de Trueno, jovencito dotado por los dones del Advenimiento en el Séptimo Día.

Llegó a ser un gran pastor. El encarnaba la virtud juvenil, la decencia y el temor a Dios, en ese caserío que, a diez años de fundado o construído, daba vergüenza. ¡Por sucio, despintado, habitado por la morraya; era un pueblo de chusma, alcohólicos, tecatos, hasta dijeron que lo peor de Pueblo Nuevo y los campos, se juntó allí! La renta de alquiler era tan baja. Fue vivienda para el pobre y la gente en desgracia. Y allí, sea como sea, a Miguelito el espíritu lo levantó como profeta. Allí, allí en «ese caserío de mierda», ese cagao Canaán de edificios repetidos, iguales, azulinos y grises, Dios dio su testimonio humano.

Sin embargo, allí se formó él, comiéndose la Biblia, los libros de la Hermana Elena G. de White, diplomándose de los cursillos por correo de La Voz de la Esperanza! En esa área predicaba, visitaba enfermos, reprendía, si era necesario, a chicos descarriados, ruidosos, que daban sus primeros pasos con el pasto. La Santa Greefa. En el Caserío cundió la marihuana. O la vendían.

Entre la gente que sí visitaba estaba Carmen Colón, la adventista, y cerca de ella, vivía Chila Cubero y casi en la esquina, en una planta alta, del mismo Caserío, la mamá de Marco el Loco, que era otra santa, analfabeta, pero, más dulce que el caramelo. La amargura en su hogar era su hijo. Abriéndose sus pasos, en medio de esos dos tormentos, Chila Cubero, alcohólica y escandalosa, prima hermana de Nito, y Marco, aquel desventurado, borrachín que a su madre decía: «¡Mátame, Dios, que yo no valgo ná!», iba Miguelito, siempre deseoso de no hallárselos, porque es gente deprimente, burlona, gente que lastima cuando distingue a los santos.

Miguelito, si a alguien tenía un poco de miedo, era a Chila. La Camarona del Caserío. A toda la parentela de don Funda, le llamaron así, los camarones... Camaronas eran Cuca y Felicia, lindas, pero camaronas, camarón eran Rogelio, Papiro y El Puma. Y Chila, la Camarona Negra. Sacó la mala raja, la genética, que a Goyo, al fin y al cabo, le gustaba, porque hay gusto para todo. Y el gusto del Del Valle, oveja descarriada, son las voluptuosas nalgas; el culo prieto, y la zumbona alegría que las Cubero han tenido desde esa babilonia de bohíos, el viejo Stalingrado y Tablastilla de Marcelo La Daga.

Con Marco el Loco, el reparo de Miguelito es otro. No le gusta que venga y lo rete a que lo parto un rayo que él saque de sus oraciones. «Tú díle a Dios, a tí que te oye, santo muchacho, díle que me envíe un tiro, que me rompa en pedazos». ¡En que trances, por el maldito alcohol que beben los pecadores, se encuentra Miguelito, casi a diario, cuando va para su casa, o cuando visita a Carmen Jiménez, viuda de Otilio Colón, o cuando a ratos va y ora, con temblor y vibratos de su garganta elocuente, desde temprano en los viernes y hasta las 6:00 de los sábados! Incluye, en sus rezos fervorosos, a la anciana que sufre, a Doña Minga, y al hijo incorregible, Marco el Loco, quien no siguió consejos y ha llegado a viejo, en la bebida, dando tumbos por las calles y pidiendo la muerte! «¡Dios, mátame! Yo no valgo ná».

Para Miguelito, el caso de Chila Cubero es más trágico. Aún más escandaloso. Para también se la salpica en sus oraciones. Un hombre de oración es el Pastor del Caserío, Miguelito Voz de Trueno.

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El patriota americano

... flor de otros días, quimeras ilusorias
de poco arraigo, que los vendavales
que de tiempo en tiempo,
azotan a las almas,
trastocan ilusiones en verdades;
no siempre está de frente el arcoiris:
Francisco Alberty Orona (poeta pepiniano), Añoranzas

A Blanco Ortiz Vélez del Río

En los días de la Guerra de 1898 y de las quemas y robos por los tiznaos, Blanco Ortiz Vélez del Río, vecino de Cidral, surtía a los oficiales del ejército invasor. Un grupo de milicianos yankees tomó unas habitaciones en el Hotel Juliá, y Manuel González Cubero dijo que don Blanco los proveyó con frutos de su finca. Vio, siendo niño, que ese señor anduvo con el tropel extranjero y recordó a un tal Lugo Viñas, el intérprete. El niño González, por excepción, a Blanco lo recuerda cariñosamente, rememorándolo, como héroe. «Me dio miedo que se dijera que iban de matarlo».

Estos hombres altos, caras pálidas, sudosos en el trópico, es decir, los invasores yankees, le parecieron buenos. «Así uno piensa cuando es niño. Todo el mundo es bueno». Y Blanco Ortiz, como su nombre, parecía uno más del tropel. Lo supuso hasta un gringo del batallón que había aprendido el español. O que Blanco, si fuera gringo, imitaba a la perfección el vestir, el gusto y el comportamento campesino.

Cuando González Cubero creció se fue desengañando. Blanco Ortiz Vélez del Río era un jíbaro del culo de Pepino, esto es, el casi despoblado Mirabales y, quizás del sector menos apestoso, el barrio Cidral de Echeandía Medina, donde éste tenía otro pedazo de finca, sembrada de frutas y cafetos. González apenas lo conocía, pero se fascinó con la imagen de Blanco, rodeado de las tropas del Capitán Bradford. Para quienes, con una o dos mulas cargadas, traía sendos sacos de mangos, aguacates, naranjas y, en ocasiones, tubérculos. Blanco se atrevía a vender o conseguir lo que los gringos desearan de alimento, o cosas que necesitaran, y el Alcalde español, antes de su renuncia pública, lo había prohibido. '

Que con los yankees no se hicieran negocios importunos. El líder guerrillero Cabán Rosa lo conminó, por otro lado. Una noche lo paró y le dijo. Si volvía a vender a los invasores, seguro su nombre [Blanco Ortiz] sonará en una décima. «Van a matarlo; yo mismo hago su componte o lo ordeno».

«Vendo porque debo comer y no soy de los que roban. Ahora ellos, en El Tendal o en el hotelillo, son mi clientela», respondió Ortiz.

«Puede que haya que mandar a quemarte pa' que entiendas. Son invasores de tu país, ¿ entiendes?»

«El país ni me compra ni me presta. No me da de comer y yo tengos mi familia que necesita el dinero que me saco».

A Blanco Ortiz se le asignaban sus tareas en el campamento. González lo vi que repartía unas latitas de salmón entre los vecinos que llegaban a El Tendal. Distribuyó el día que tomaron oficialmente el edificio municiapal un banderín multifranjeado, la insignia de los yankees y se justificó ante vecinos pobres y curiosos de que hiciera ésto. «No me gusta dar banderas para que no se malinterprete por qué lo hago». Quizás dar víveres del arsenal americano lo ofendía de otrro modo. No había necesidad de mendigar cuando no había guerras ni quemas en el campo.
¿Unas latitas de salmón? ¿Jaleas de maní? Y él, que doblaba el lomo sacando yuca, ñame, malangos de la rica tierra. Alimentos que de cualquier peninsular, moquiento y jincho, forjaban el equivalente de un negro musculoso y nutrido. «Comer lo que las manos siembran y se producir con sacrificio, eñangotado al borde de los riscos, picota en mano, así me sabe sabroso».

«Vengan y miren este alimento bueno: plátanos, vianda del campo», gritaba a los soldados. Ese día hubo novedad. Sintió el desinterés repentino por su persona.

«No andes con gringos que te van a matar en el camino», le dijeron por cariño, instándole a que no descargara su vianda. Acusaban a los invasores de disparar contra un niño por el área de El Tendal. González Cubero mismo reaccionó con miedo. «Pídele al capitán un rifle, un máuser», le dijo otro vecino. Caso omiso al consejo, aunque cierta desazón empezó con la mala propaganda. Circularon rumores de que los invasores eran asesinos. Y él averiguó la verdad y la comunicó al pueblo. Un balazo accidental, durante la limpieza de un rifle, mató al chiquillo. Fue un estúpido descuido del soldado inexperto. Blanco Ortiz se comunicó con los oficiales del ejército: Pa' que no suceda de nuevo, pa' que no haya represalias, pa' que sirva de control, cerquen el área del campamento; no permitan que pasen intrusos, menos cuando son tan chicos e inquietos. Como Manuel González, por ejemplo, que por todo pregunta y todo lo toca y quita de donde está.

En las noches, por ingerir en exceso el alcohol de alambiques locales, El Tendal se volvía muy ruidoso. Mucha de la tropelía aullaba como lobos en celo. Unos pocos soldados salían del campamento a buscar la compañía de putarras. Compañía, decían ellos. Total eran rough riders, no ciertamente soldados. Blanco Ortiz sabía que las fornicaciones son más asesinas que la guerra misma y, a señales dijo a los capitanes: «Que no se atrevan a tocar a mujer, ni del campo ni el pueblo; porque, válgame Dios, la gente que creen ustedes tan buena, tan sumisa, es capaz de matarlos a pedradas y de quemarlos vivos».

Y, por decir las cosas como son, respetaban a Blanco, quien sabía las artes de la mímica de enojos. Decía más con la mirada que articulándose con palabras. La oficialidad de aquellas tropas, incluyendo a Lugo Viñas, admiró este consejo. Lugo lo puso en sus términos y al otro día informí a Blanco: «Dicen que usted es necesario en Cuba, donde la anarquía es mayor y no acaba. Que usted sirve para todo. Como estratega y consejero. Que usted habla con los actos».

No es que Blanco Ortiz fuese obediente, irracionalmente dúctil, moralmente inconmovible. No que pretendiera saber en torno a muchas cosas, menos de las concernentes a la milicia. Es sólo un campesino y, sobre todo, hombre de principios. Es vecino afable y bueno. Valiente, según lo han observado, pues, ni a Cabán Rosa ni a Arocena tiene miedo. «Yo, contrario a los gallegos Ortiz Carire y Franca, lo pienso para cargar un arma de fuego; y por noble que es respetaré el machete y lo traigo conmigo».

Fue distinto a su padre. Que lo trató, como si hubiera nacido de una bestia. Un hombre de trabajo se formó, desde niñuelo, y sabía todo lo que es posible que se sepa por el quehacer de las manos. «La gente ociosa poco aprende que sirva para algo». El tallaba la corteza de los cocos y hacía pocillos. Fue cabestrero. Cargaba café y sabía de recogerlo y de su acabe. Cuidaba a los caballos. Curaba a sus animales como el mejor veterinario. Doña Eulalia lo enseñó a leer, a firmar su nombre muy claro, a ser legible en todo y hacer cuentas, aunque usara los dedos. «Físicamente fue como su padre, alto y bien fornido, labios finos, ojos de azul intenso, pelo castaño», lo describió Dolores Prat de Mirabales. «Moralmente, más grande», decía Dolores.

En Cuba, cuando se lo llevaron, la inmensa China se había comprometido a proteger su integridad territorial, esquina por esquina. Se hablaba sobre las «Puertas Abiertas» del comercio en el Asia y sobre la doctrina de John Hay para esa parte del mundo. Todavía en Cuba, se informó, que Blanco Ortiz seguía con sus ojos y oídos muy abiertos. Aprende, se adapta, crece intelectualmente.

«Mi padre es muy inteligente. Merecía una pensión del ejército», dijo su hijo, quien también fue militar en la Primera Guerra. Supo que, al regresar, que olvidaron y desmerecieron a su padre, lo mismo que a él, «esos yankees, esos yankees mentirosos, que sólo me usaron, como si fuera mercenario».

Casi todo el que llegó a los EE.UU., durante aquellos tiempos, fue judío o católico. Amtes de morir, Blanco Ortiz, el hijo de El Cubano, aprendió con satisfacción de Doña Eulalia y sus gustos políticos, una última lección. Que hace falta que se honre la idea de que todo puede ser nuevo y posible, siendo honestamente humano. Es posible la Nueva Sociedad, la Nueva Inmigración, el Nuevo Progreso, o bien, un Nuevo Pensamiento... A Norteamérica, o digamos, Nueva York, llegaron italianos, autrohúngaros, rusos y polacos. Y, Blanco Ortiz, sabe Dios cómo se hizo a entender que dijo: «Lo ünico que me falta por ver es a los chinos». Conste: La Polaca de Camuy, anduvo con un chino, de aquellos que quemaba, junto con Bascarán y guerrilleros de La Corcovada, lo que tenía la paja seca de los odios. Se olvidó que pudo haber visto un chino en esos días. Sólo que no se lo encontró de frente. Era un Boxer, newyorkino. Un nacionalista enojado por las Puertas Abiertas del chantaje y las guerras del opio.

Bastó con lo que Blanco Ortiz preanunciara cuando habla de sí como un jíbaro a quien Dios mostró todas las razas y nacionalidades: Tiene amigos italianos y corsos, lo mismo en Lares que en Pepino; algunos han trabajado como peones en su hacienda, o los conoció recién llegados con la ilusión de instalarse en los montes y sembrar como en su tierra. Los vio cómo son y dijo: «Inmigrantes que trabajan afanosamente sin las jactancias de mi padre». Informó que, entre su parentela, están los Luiggi y los Brignoni. Cabalgó por las Fincas de Bottari y conoció a La Polaca, quizás mitad rusa, «o qué se yo que diantres». Precisó que su nombre fue Lodze y Kirguis, no Luce La Gitana... No. Es casi inimaginable lo que Blanco Ortiz informó a la inteligencia militar que se hospedó en el hotelucho de don Juan Juliá. No que se pensara hacer daño a los extranjeros en Pepino. Simplemente, le dijeron: «Habláme de la gente buena de tu pueblo». Todos eran buenos, incluyendo a los hambrientos que se alzaron. «Yo sólo he conocido a los buenos. Aquí no hay gente mala, Capitán» y Lugo Viñas tradujo.

Entonces, lo mandaban a buscar, como si fuera un sabio. Siempre Lugo Viñas tendría que hacerse presente como intérprete. «Tú habla. Dí lo que piensas». Querían darse una idea de lo que supo aquel jíbaro que les mostró cómo se cortan las panas; cómo se guisan, se hierven y se comen los ñames y las malangas. Guisó unas habichuelas blancas, con trocitos de pana, y aquello fue como locura, cuando hizo pailas de arroz blanco. Se relamían los dedos. Del arroz se comían hasta el pegao, porque todo es delicioso con panas y bacalao. Los gringos, por su mano y sazón, probaron de una olla de arroz con gandules antes de la Navidad.

Después que pararon las quemas e hicieron unos recuentos para desalojar el Campamento del Tendal e irse del pueblo, se llevaron a Blanco Ortiz, sostén de los suyos y padre de un hijo, al que puso su nombre.

Pedro Echeandía Medina, vecino suyo, cuando se fue lo echó de menos. Blanco Ortiz fue quien les dijo a los yankees que le quemaron en Cidral. «No es gente de aquí», le dijo, porque los bandidos sociales vienen de La Corcovada, de Añasco y Camuy... Que éste fue otras más de las víctimas de un odio creciente: la polarización del pobre con el rico, agitada por políticos funestos. A él mismo lo hostigan. «Por servirles en buen plan, me llaman pitiyankee». Sin embargo, él se sentía un conservador revolucionario. Un hereje ortodoxo dentro de la sociedad cuajada en el régimen viejo, equívoco, no siempre justo, que España sostuvo. El vivió los años del Componte y testificó a los negros esclavos y sus lamentos.

En 1898, intercedió por Baldomero Brignoni cuando le asaltaron su tienda, «gente alboratada por Cachaco» y la razón fue «ser extranjero y tener su negocito. El es pobre y yo tengo más que él, de alguna manera. Soy fuerte porque tengo manos que siembran, manos que cortan fruto y me levanto al ordeño de mis cabras, en la madrugada; si no madrugo, sufro y me duele el alma».

Al aceptar la oferta de irse a Cuba, Blanco arguyó que no sentía ningún amor por España; ese imperio se acabó y tuvo su turno. Venga otro más justo. Su padre español lo abandonó. Quizás le agradeció que lo enseñara a trabajar más duramente que al esclavo. Se ha responsabilizado por ayudar a muchos, más en ese año de la guerra y el hambreamiento por los almacenistas y sus cobranzas. Avisó que lo que más le agradaría, si algo hay que saber, es si su padre ha muerto o está vivo. Precisamente, su padre regresó a Cuba, «de donde no debió haber salido». Decirle unas cuantas verdades a la cara, si es posible.

El quiere ver a Cuba Libre, como Rius Rivera y Forest, boticario que se fue de Pepino. En su casa, todavía vive doña Lola: quien habla sobre Cuba, tierra donde se fueron sus abuelos, tierra de promesas, según anunció Pamela Ortiz Franca, Pedro Ortiz, el fornicario, y don Nepo La Pasca. «Tierra de negros buenos que llaman cimarrones».

Una vez se nombró al primero de los alcaldes en la transición al régimen norteamericano, a Blanco se lo llevaron consigo. «A la Misión Cubana». Cumpliremos tu sueño. «Saber si vive todavía El Cubano». Y se referían al gallego sobre quien se había explayado. Se lo trajeron a la memoria con ésto de servir al nuevo régimen. Su padre llegó de Cuba al Pepino, con una media-hermana, e inició una vida fornicaria en los campos. «No era malo, pero tenía esa costumbre. Ser mujeriego». Donde ponía su mirada nacía un retollo. Un designado feto. Estuvo poblando por su cuenta los barrios. Pedro S. Ortiz Carire, nacido en La Coruña, en 1831, su padre.

Lugo Viña tradujo este vivísimo cuadro: «Con razón don Blanco es tan apuesto. Es hijo de un gallego». Y prosiguió el relato: Pedro el blanco es el opuesto complementario o la sombra Pedro Potro, negro y mandingo. Tradujo que se buscó un remedio con los dos. A Pedro el blanco le amarraron las ganas, a punta de pistola y lo casó Paché Vélez y Manuel Prat con Monserrate Vélez del Río.

Media hermana de Pedro fue Pamela Ortiz Franca, casada en agosto de 1852, en Pepino, con Casildo Vélez del Río (1808-1877). Uno de los hijos, quizás el primero, el más viejo de El Cubano fue sabido por el sonado estupro, cometido con Felícita de Lugo, de Altosano, y nació el 4 de mayo de 1851.

«A todos mis hermanos, sean bastardos o no, yo los prucuro. Los quiero. Les llevo viandas... yo no guardo rencores. Soy un revendón viandero... A Pedro, mi padre, lo confundían con Pedro el Negro, por la fama...porque, en cierto tiempo, competían por saber... ¿cuál es más deseado? el más fértil... Al parecer, mi padre tuvo 9 hijos, que son prácticamente la cepa de muchos de los Ortizes de Pozas, Mirabales y Guacio, y usted sabe Pedro negro, sabe Dios cuántos tiene, pero ninguno es bueno, o se ha criado. Lo dejaron solo».


2.

Blanco Aurelio, como si fuera una maldición echada a su familia, también se fue a Cuba a buscar a su padre Blanco Ortiz, así como éste dijo, soy hijo de El Cubano Ortiz Carire, su hijo fue a buscarlo. La diferencia fue que Blanco Ortiz buscaba a un padre bueno. Lo llamó el primer patriota americano. Negó que fuese anexionista, como él, pero: Quiero saber dónde la entierra. Dónde vive o trabaja. Lo extrañaban.

«No se hable más. Venga a Cuba, allá se están pelando por el poder de gobernar los blancos y los negros».

Blanco, padre, en la despedida con su Blanco Aurelio, habló como si fuese el Presidente McKinley. En sus discursos desde 1901, antes del magnicidio, discursó: «Que el Dominio Comercial del mundo, para que pueda cumplirse, necesita patriotas, no aves de paso». Esto fue suficiente aliciente para Blanco.

«Hija, me voy a Cuba por el progreso».

Una metáfora colonial tan poderosa, birds of passage, convenció a Ortiz Velez, hijo de El Cubano, y se sintió patriótico, ya que el País del Norte abría una senda en el Caribe y en Filipinas para forjar «territorios libres, con igual participación en la Unión Americana». De Cuba se haría primero una república progresista, a la que enviaría mucho hierro y acero de Pittsburg.

«Voy porque me dijeron eso».

También Barbosa y Santiago Iglesias lo creyeron. Discursaron sobre our increasing surplus como si la riqueza de Norteamérica ya estuviese en sus manos, con tan sólo pedirla. Si Cuba quería ser parte de la demanda de mercados extrajeros, Blanco Ortiz lo vería con sus ojos. En la tarea es importante la confianza / Truism / y le han dicho a un hombre sencilla: Tú eres la confianza; tú eres parte de eso.

«Debido a que eres servicial, buen jinete, amistoso, no temes a nadie, y te ganas a la gente, vamos a formar en tí al patriota americano».

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( * } Este relato está basado en una entrevista de historia oral emprendida en San Sebastián del Pepino, realiza con Manuel González Cubero, residente en Pueblo Nuevo, testigo de la Invasión Norteamericana en 1898 y quien conoció a Blanco Ortiz y su labor durante esos meses en El Tendal. El conoció, más tarde, a su hijo, quien fue reclutado al servicio militar durante la Primera Guerra Mundial.

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El primer héroe

A Rodrigo Font Román (1897-1918)

Se llamó Rodrigo Font y Román y continuará llamándose así en las páginas de la historia escrita con la sangre derramada en los campos de la vieja Europa... Obediciendo a los dictados de su conciencia y satisfaciendo anhelos de su alma, salió de sus nativas montañas, bravo muchacho, el joven arrogante, llevando en su mente un mundo de ilusiones y en su pecho el hervor de su juvenil fogosidad, de su valentía y de su exaltación libertaria... En la línea de fuego ocup Rodriguito su sitio de honor y peligro. El peleó con arrojo en varias acciones, saliendo unas veces ileso y otras, herido, pero llegó un momento supremo en el que habían que arrostrarse todos los peligros: Andrés Méndez Liciaga, Nuestro héroe, 1924


Cuando Sinforoso Vélez Arocho fue seleccionado como el primer recluta puertorriqueño del Ejército estadounidense que participaría en la Guerra de 1914, como la mencionaría Blanco Aurelio, éste ya era uno que discutía el tema. El quería ser un héroe. Anticipaba su ingreso y la victoria de Nuestra Nación en esa guerra de rivalidad entre potencias.

Su padre recibió una medalla de servicios en Cuba y se fue con la intervención del 1900 y, al final, como él mismo decía, el ejército intervencionista que lo reclutara le dio una patada por el trasero. «Fueron diez años sin ver a mi familia» y haciendo lo que él sabía hacer, que nunca fue matar. Pero el hijo, Blanco Aurelio, se exhibió como voluntarioso. Es lo que dijo su suegra para consolar a la hija, su esposa, cuando se fue a la guerra, como un mambrú de aldea. Por no seguir consejos ni de su mismo padre, dejó a mujer e hijos y partió a los campos de batalla con el grupo de pepinianos que encabezó Sinforoso. Fue a finales de 1918.

Los héroes son tercos. Pasan muchos trabajos y sufrimientos que la terquedad les ocasiona. Cuando su padre [Blanco Ortiz Vélez del Río], regresó a Pepino de su servicio en Cuba, no tuvo ningún recibimiento. Vino sin deseos de ver a nadie, excepto a su mujer y su único hijo, que se casó con Laura Alicea Prat, tal como le había dicho.

Blanco, hijo, hic est, el terco chiquito, se atrevió en previa ocasión ir a buscarlo en La Habana. Un abogado de Nebraska, Charles E. Magoon, fue designado Gobernor de la Isla de Cuba en ese entonces, bajo los auspicios de la Constitución, con autoridad absoluta y el respaldo de la Armada estadounidense. Aunque Magoon dijo que su afán no era colonizar a Cuba, otra cosa pensaba Blanco, padre, y la mayoría de los cubanos.

Entre 1900 y 1902, ya Ortiz Vélez del Río había aprendido mucho. En realidad, quería salir de Cuba, volver a Pepino y no lo dejaban. Lo metieron en camisa de once varas con el cuento de su recomendación de hombre adecuado, guía y consejero puertorriqueño de su reclutador, al servicio del Comandante Brodie. Este había dicho: «Los cubanos son completamente irresponsables, casi salvajes, y no tienen la más mínima idea de lo que es el buen gobierno». Blanco no estuvo de acuerdo. Cubano en el diccionario del encono colonial del anglófilo significaba: negro. Estaban ofendiendo a sus ancestros. Blanco, padre, si sentía orgulloso de su padre cubano.

Abundándole sobre ésto, el reclutador, un Teniente del Capitán Brackford, le dijo: «Es por ésto que permanecemos en Cuba: los enseñaremos a ser gente y amistosos; allá, hay muchos chinos mambises que aún hoy se pasan quemando. A la hora de crear instituciones, no confiamos en nadie, porque el odio político es tan grande que, como mensajeros de paz, no podemos realizar nuestro trabajo».

Lugo Viñas tradujo cuando estuvo Blanco y su hijo en Puerto Rico. «Dijo el muchacho, this young man, que él no es hombre de armas, sólo un campesino que no sabe sobre cosas de Estado». Esto mismo se lo espetaba a sí mismo el Terco Chiquto. Sólo que él si soñaba con espadas y carabinas. Es cosa de soñador utópico o de verse engañado, sí, tiene que serlo, que un militar extranjero y de rango, lo estremezca con elogios: «En última instancia, me lo llevo por amigo y por sincero. No todo el mundo, en este pueblo, donde hay partidas de asesinos e incendiarios, cabalga tan tranquilo, sea de noche o de día, y nos trae alimentos. Usted es valiente, don Blanco».

Tal como ha sido su experiencia y lo dijo delante de su hijo, el terco chiquito, el caso de Cuba son otras 40 / pesetas. La élite ibero-europea fue tan racista en Cuba, como lo era Pedro Ortiz Carire, el abuelo. Esto lleva al hueso de sus penas. Meditó, en cuanto a doña Eulalia, con nostalgia. El padre de ella, Prat el catalán, prefirió abandonarla y dejarla en estos montes de Pepino, porque sabía que anduvo enamorizcada del mulato Guillo el Jabato y tenía ideas extrañas sobre el dominio de España en el Caribe y en la isla. Una vez en Cuba, dijeron a su padre que la Enmienda Platt fue suscrita en la primera constitución cubana, desde el 1903. «Puede que de Cuba no nos vayamos nunca, si el cubano no aprende a gobernarse». Le hablaron de que sanearían la sociedad y que van a explicarle un proyecto de antropología criminal en que trabajaría con los Comandantes Brodie y expertos de la Escuela Positivista Italiana de Cesare Lombroso. Recomendaron: Olvídate de si tu padre o tu abuela eran cubanos; vamos a fabricar en Cuba un Hombre Nuevo, una Cultura Nueva. Esto es: Nuevo Gobierno, Nuevo Servicio, Nuevas Lealtades.

A los militares de los Estados Unidos, ni antes ni después de rendir a los españoles que dominaban a Cuba, les agradó la enorme presencia de negros en el movimiento de independencia cubana. Dijeron que Maceo es como el tal Juancho Bascarán que sus tropas buscaron en la antillita borincana. Y, aún más, es como Cabán Rosa. Gente polarizante. Que pone al pobre contra el rico y al negro contra el blanco. Y don Blanco, el jibarito cidraleño, era distinto. No tiene miedo a nadie y, lo mejor, ya que carece de la cultura política para discernir todo lo que Lugo Viñas tradujo, en particular, la idea de que un patriota como Maceo es inconveniente, él sería reprogramable. La idea sería, dicha en cristiano: «Tú eres el jíbaro bueno. Dúctil. Hospitalario. Lo que queremos en Cuba, mas hallado en Puerto Rico, para sustituir a mambises como el Maceo cubano, es un modelo, un hombre como tú».

El Ejército invasor concluyó que Maceo representaba el peligro de una segunda revolución haitiana o una guerra de razas en Cuba. «Hasta donde yo entiendo la inmediata abolición de la esclavitud es asunto indispensable. Es lo único bueno que hizo España por Puerto Rico hace poco más de 25 años». Más tratándose de Cuba, pese a que dijera ésto, añadió: «De Cuba no sé, de Haití menos». Con ésto, dejó a los yankees tranquilos.

2.

Cuando Rodrigo Font Román, hijo de la rica familia de los Font Medina y los Romanes, llegó a Pepino a lucir sus galas de capitán del Ejército y su entrenamiento completado en el ROTC de la Universidad de Puerto Rico, Blanco Aurelio sintió más enojo que envidia. Había enterrado ya a su padre en 1915. Y Rodrigo se desespaseaba por el pueblo ese domingo en que él cabalgó desde Cidral, frustrado por muchos sueños truncos. Blanco, terco chiquito, como su padre lo llamara, se encontró, tristeando, en tránsito por el miserable pueblo, sin acueductos todavía. Las calles apisonadas con piedras. Si lloviera, los caminos serían charcas de excrementos. Verduzcas cagarrutas de vaca.

La Central cañera es la principal fuente de trabajo. Es sabroso el olor del bagazo. Todavía el farolero. Larrache en sus faenas. Santiago Luciano, el carretero; Juan Román, el panadero, quien llenara de olor a pan la Calle Miraflores; allá, la pobre Rafaela González, lavandera de la Calle Esperanza. Cercana está la casa del herrero. Félix Méndez, venezolano, casado con doña Sebastiana. Acullá, Blanco Aurelio vio la Oficina del Telégrafo Insular, detectó a Juana López Lugo, esposa de Alejandro Castro. Ella hacía sus milagros en clave, como si fuera una espírita que formara sus palabras con lo etéreo. En la Calle Aguadilla, vio la Herrería de Pesante.

Más adelante, a Rodrigo Font. El sí que es afortunado. Con poco menos que la edad de su padre, lo mandaron a estudiar a Río Piedras. Seguramente, cuando vaya a la guerra, será de los que manden. «¡Míralo! Se alaba con su porte. Viste su uniforme de galas. Se ve tan elegante. Las hijas de Luis Cardona, el tabaquero, esposo de Carmen Sosa, se derriten. «¡Miren al niño Rodrigo, tan guapote!» y les salen al encuentro porque va vestido de príncipe del trópico, aunque ahora bajo el Nuevo Imperio americano.

«¿Quién pudiera ir al barbero?» Que le pongan lociones y memjunjes lubricantes en la cara. El, sobre su caballo blanco, siendo joven, se siente tan viejo y demacrado. Quisiera bajar de su caballo y pagar por una afeitada de Bienvenido Sosa Hernández. Para oler como Rodrigo, no a tierra húmeda de las honduras de Mirabales. A la distancia, ya que sigue en su pausada cabalgada, observó el Almacén de Andres Emilio Cabrero, donde vendia frutas del pais. A don Andrés, los Vélez del Río vendieron de sus aguacatales y las mejores naranjas de su finca, grandes y hermosas.

Ahora tiene a Rodrigo Font tan cerca de los ojos. Hinca los ijares y observa a la señora Dolores Hernández González, hoy esposa de Cabrero y madre de Pilar y Josefa. Son tan lindas y elegantes. A ricos, con la estirpe de Font, los saludan de ese modo. A él, como si no existiera, como si no fuese un Ortiz, gallego y bien viajado como Urrutia Carire, Ortiz Franca y Ortiz Carire, su abuelo, los hubiesen saludado igual, en sus mejores tiempos. Son gente de la ya he empobrecido. Valen nada. Ahora ya hasta se han ido de este pueblo, miserable y presuntuoso.

Blanco Aurelio experimenta una pesadumbre muy intensa. Ya se resienten las miserias de estos tiempos. Ningún Vélez Prat se habría enterrado con tan pobres pompas, como él hizo con su padre. No había dinero. Sencillamente éso. El cajón de su féretro se hizo de maderas por don Aguedo, el Padre de los Pobres. Se compró en La Cuna de La Muerte, con una oración incluída del Templo Luz Divina. No es justa esta miseria. Ni para él ni para su padre, enterrado en la sombra, como si quien muriera fuera un delincuente.

No. No. Quien murió a su juicio fue el primer patriota que dio el Pueblo del Pepino. Primer patriota del régimen despectivamente descrito: Régimen Yankee. Cuando Blanco Aurelio fue a verle, en 1906, tenía hasta su oficina en La Habana. Leyó el cartelito: Mr. Ortiz, Special Projects. Despachaba papeles; él hacía las entregas de mensajería y en persona, a caballo o a pie, iba de campamento en campameno. Fue el ayudante personal, o mandadero del Comandante Brodie, y Blanco recibió al hijo, después de muchos malabares burocráticos. Terco Chiquito no fue tan listo y no sólo ante el padre se dejaba entrever.

«Véte a Pepino con estas noticias que te doy. Los negros no quieren a los presidentes ni tampoco los gringos que aquí se quedaron para cuidar a Cuba. Mira a ver qué aprendes de eso».

Y fue así que su padre se quedó en Cuba hasta los años de la Guerrita de 1912 en la Era de Roosevelt. Blanco Aurelio regresó a cumplir una promesa de casarse con Laura, hija de Dolores Prat y un Alicea prieto y cuando pudo cumplir con su promesa, escribió a su padre. A principios de 1912, en vez de escribir, regresó con el mensaje: «¿Por qué no le dices al gringo que me ofrezcan trabajo? Quiero trabajar para las bases».

Algunos preguntaron por el señor que en El Tendal repartía enlatados de salmón y banderines multifranjeados con la insignia yankee. Sí, su padre. El que se fue a Cuba. Manuel González Cubero todavía recordaba lo que Blanco, el Terco Grande, dijo a él siendo chiquillo y fueron muchas veces: «Me voy como si fuera un hijo abandonado, como aquí hay tantos».

Corrió el tiempo y lo preguntaron a Blanco Aurelio: «¿Qué pasó? ¿Víste a tu padre en Cuba y vio él al suyo [a Pedro Ortiz, alias el Gallego] , siendo que lo buscaba?»

Blanco Aurelio dijo: «¿Quién eres tú pa' preguntar eso? ¿Son insolencias? No tengo que darte explicaciones».

González Cubero reflexionó que los Ortiz, por ser tan blancos y gallegos, tenían que ser parejeros. Blanco Aurelio lo puso en su lugar porque, después de todo, González es un mulato preguntón. Tiene el pelo malo. Es un negro feo y quiere actuar como blanco. Es un negro inculto de la monada que se soltó. Con la respuesta quedó de una pieza y sorprendido. González juró que ya nunca volvería a preguntar por los Ortiz Vélez del Río. Es más. Ya no habrá para él la idea de que, por ser gente blanca y caritativa, puede alguno, viéndose como hijo abandonado, que se hagan pitiyankes, como la negrada de Pepino, casi en plenitud identificada con el socialismo de Cheo Padró Quiles, Santiago Iglesias y Jorge Celso Barbosa. «Buscamos una autoridad con cierto paternalismo. Nos gusta, como nos habla, la Proclama: Hijitos, venimos a protegerlos, a instruirlos».

Ahora bien, si lo que rumoraron en secreto en el Pueblo es cierto, Blanco Aurelio no es como su padre. González Cubero quiso expresar gratitud «y mire usted» con lo que saliera el albayalde. No van a decir a Don Andrés (Méndez Liciaga) lo que hizo para que lo publique en El Regional ni dirá que, a pocos años de la parejería del hijo, Blanco, padre, llegó, silenciosamente, tal como se fue. Diez años plazo el cidraleño regresó, el mismo que, con sus ventas en El Tendal, desafió al alcalde Rodríguez Cabrero y a Juan Tomás Cabán, el alzado de los comevacas del '98.

«No tengo por qué darte explicaciones», frase que, dicha así por Blanco Aurelio, ofendió a los artesanos y obreros que organizarían a Los Amantes del Progreso. Eso fue en 1906 y, aún arde. Duele.

«No me trate así. Voy a hacele saber a Padró Quiles que usted se siente crecido». Lo dijeron nomás por asustarlo. No para que nadie le queme.

Si hubiese sido con un gringo con quien hablara, de seguro sería, como su padre, tan humilde como el recadero. Lo mismo que, si hubiese sido con Oronoz Perochena con quien habla, Blanco Aurelio no diría ese «Tú» entrometido. Espetaría su Usted, lleno de pleitesía. Bajaría la cabeza. Hoy ya sabemos que, en su casa, su padre lo devalúa cuando lo llama Terco Chiquito.

«No me trate usted así. Sólo le digo que su padre era mi héroe. Sólo pregunté si llegó o si no vino. El me daba enlatados de salmoncillos y galleticas y el primer banderín que tuve de los Estados Unidos».

3.

Cuando Blanco Aurelio nació se hablaba todavía sobre la Depresión de 1893 y que la misma Norteamérica sufría el agudo déficit de la balanza de comercio. «Mi padre sí sabía más de ésto; yo no sé», reconocía el hijo. «A mí no me enseñó a leer Doña Eulalia y puede que a Doña Dolores no le cayera tan bien como mi padre. A Doña Lola yo le recordé a Pedro Ortiz, mi abuelo, a los Carire». Estaba casado con una hija de Doña Dolores / Lolita / y, en los mismos días que le dio una primogénita de cepa Prat y Vélez, se fue por una mujer de los González. Hizo un hijo fuera de la casa. Deshonró a Laura y a su madre. Y por eso también estuvo triste Blanco Ortiz Vélez del Río.

«Hijo mío, eso de burlarte de Laurita no te hizo más hombre y eso de irte a la Guerra del '14, no hay mérito, Mira que te lo digo a tí únicamente. No porque sea un unionista de los que odia a los Estados Unidos. Deja que otros imperios se coman su pan con su mierda. Ese enfrentamiento entre Austria-Hungría y Serbia, al que se une la Rusia no traerá nada bueno». Blanco Aurelio recuerda que, cuando su padre dijo ésto, fue en agosto. Rusia se consideraba la protectora de los países eslavos. Austria-Hungría quería consolidar una posición de dominio en los Balcanes y por eso declaró la Guerra a Rusia. Estas cosas la aprendió su padre, después de dar diez años de servicio al Ejército. No que él aprendiera de muchos libros, apenas miraba los periódicos. Oía consejos, aprendía del que sabe. Pero él era listo. «Blanco, muchacho terco, tú sólo sabes de ñames y yautías». Y estuvo el terco chiquito, en resentimiento callado, porque así lo devaluaba su padre. Era la sombra del suyo. De aquel Pedro español, gallego majadero.

«Pero tú, Blanco Aurelio, me matas cuando quieres ser militar. Llenarte pecho de medallas y el hombro de galones; mira que deseas ser un serafín para el gringo». Entonces, agarró una medalla de servicios que le dieron en Cuba y la tiró entre espesuras del monte, después que él hijo la miró con fascinación».

«Esto no vale nada», dijo el padre. Al parecer, estuvo bajando los humos a su hijo.

Su pensamiento estaba en Cuba cuando tiró la medalla de servicios. Como primera reacción, los ojos de Blanco Aurelio volaron hacia la dirección a donde pudo haber caído, después corrió irrefrenablemente a dar rescate aquel recuerdo que su padre tiró cuán lejos pudo, «porque es una mierda».

«Ven acá, cabeciduro», le gritó el padre. Su mente estaba en Cuba, sin embargo, no viéndolo cómo corría monte abajo por salvar aquel recuerdo en forma de medalla. En 1912, las élites cubanas, dizque libertadoras, dizque martianas y maceístas, recurrieron a aguijonear y provocar a las masas de origen africano para que acudieran a la violencia. Después, pudieron justificar su uso excesivo de fuerza militar y la masacre de más de 6,000 miembros del Partido Independiente de Color.

«Tú no sabes lo que es la guerra, pila de mierda».

4.

Ya para finales del año 1918 empezaron a llegar los militares pepinianos del Tributo de Sangre. Fue poco después del Terremoto que partió la Iglesia Católica en dos cantos y que, además, dañó la Alcaldía de Rivera Negrony y la Escuela Whittier de primeros grados en el Pueblo de Pepino. De la poca soldadesca que llegó triunfante, aunque muy tristes tras el Armisticio y el pavor del pueblo por otra sismo potencial como aquel, uno fue Sinforoso Vélez Arocho, entrenado en el Campamento Las Casas y otro Blanco Aurelio Ortiz, quien desde Santurce, saldría hacia el Frente Europeo. Este se excusó con la familia. La Ley de Marzo de 1917 hizo el Servicio Militar Obligatorio. Se salió con la suya después de todo.

El quería irse. Y, con Sinforoso, de Salto, ante Joaquín Oronoz Rodón, presidente de la Junta Local del Servicio Militar Obligatorio, se personó. «No me obliga nadie. Vengo al enlistamiento», dijo. Allí estaban ya los que serían oficiales: Un Cardé-Peruyero, Delfín Bernal, el futuro Teniente Getulio Echeandía, el Licenciado Cheo Rivera Morales, uno que otro.

Tendría la excusa ideal si su padre viviera. El sólo se engaña si creyera que no va. Lo han reclutado. Si su padre hubiese sabido que esa ley sería aprobada, no lo permite. Se rebelaría. Le insiste en que no vaya. Hablaría con los generales que conociera en Cuba. Hubiera dicho a su hijo: «Niégate. Eso de ser héroe es vanidad y la vanidad huele a ratón podrido», le dijo. A muerte.

De quienes también llegaron, en silla de ruedas, supo de Juanito Ponce. Fueron unos cuantos más, o más bien, entre los tullidos. Calcularon que no fueron muy pocos los pepinianos en el reclutamiento. Y Sinforoso Vélez Arocho fue el primero en todo Puerto Rico. «Hizo historia para gloria de Pepino». En la Junta Militar de Pepino, en la que estaban Oronoz y Cebollero, se dijo. «El Army no quiere leña». Y, a fin de cuenta, Ortiz Vélez se contó entre el cupo de unos 148 pepinianos que se fueron a enfrentarse con la muerte, lejos de su lar nativo.

No hubo, por supuesto, quien a Blanco Aurelio diera su bienvenida heroica. Fue la misma situación que cuando Ortiz Vélez de Río decidió su regreso de Cuba. Prácticamente, que ignorasen a su padre, lo entiende. El desertó. Jodió y jodió hasta que le dieron el licenciamiento, sin un peso de agradecimiento. Dijo que a matar no fue. No era tal trato. El fue empleado civil con el ejército. Eso era todo. Un serviceman al que confiaron tareas especiales, porque dijeron: «Es un hombre de campo. Que entiende la conducta de otra gente al verla. Un hombre de confianza. Buen jinete. Honrado y práctico. Un hombre bueno».

Aún así, no lo aclamó nadie, aunque dijo que en la Provincia de Oriente (Cuba), a donde fue enviado en los años de Magoon, él conoció a ex-esclavos africanos y los vio, organizándose para formar su partido. No dijo: Son criminales. El no lo dijo y eran lo que querían que afirmara. Eso debió ser importante que se sepa: «Eso, pensé yo, que es bueno que el ex-mambí participe. Organice su partido y que hacerlo no los hace criminales, sólo porque son negros». Conoció al cimarrón de Las Villas, Esteban Montejo, y a revolucionarios descontentos con el blanco, herederos de los elitismos. Estrada Palma, el primer presidente en teoría, mejor quiso que la República fuese para los gringos. La independencia se hipotecó en 1902 con el General Wood y la ocupación a la que Blanco Ortiz dio servicios, de 1900 al 1902. «Aquella maldita Enmienda Platt dividió la República» y él fue suficientemente honesto: «Creo en la Cuba Libre, porque en Pepino lo quiso el boticario Forest; aquí parece que el que peleara, no ha peleado por lo mismo».

Los Ortices saben lo que Cuba ha sufrido. Pamela Ortiz dio recados de Nepomuceno Ortiz para Prat sobre los estallidos revolucionarios, más graves que el de 1850 y 1851, cuando Narciso López entró por el pueblito portuario de Cárdenas y se materializó la amenaza de la anexión. Y ya que hablarse sobre tales cosas es diálogo de sordos, no lo quiso de tal modo Blanco Ortiz Vélez del Río y lo dijo cuando tal cosa oyó. Entonces respondió: «Eso ha de ser terrible; me espanto». No se metía en su concha como otros en la familia, como su hijo quien había que tratar con cautela por ser un pájaro de cuenta, demasiado avergonzado por nacer empobrecido, no ya de aquellos Prat originarios. Blanco Aurelio, pobrecito, colocó su ambición en el acto heroico, o en guillarse en fuga hacia una guerra necia, conspirada en acorde a causas imperiales, no del pueblo.. Burda persona de piñón fijo; terco quien no aprende de la experiencia ajena ni tiene algún sentido de la historia. «Para la milicia eres tonto, hijo. No da ninguna importancia a un hombre cargar una carabina al hombro».

En los años sucesivos, desde oficinillas de militares yankees, Ortiz Vélez del Río evaluó el proceso: «Según lo veo, la república aquí en Cuba será para los yankees y para colonos blancos; se la quitaron ya a los negros». Su mente se remontaba desde Cuba a la negrada de los Juarbe, a los Alers, a los Galarza, a los Font, a los Alberty. En 1912, las matanzas en Cuba que se hicieron contra la gente de Massó y Evaristo Estenoz, y ya no las quiso ver, hizo que se pusiera más que politizado odioso. «Estar en Pepino sería mucho más bueno». Si en algo batalló, como nunca, fue para que le dieran el permiso de largarse, no pensiones ni sueldos ni medallas.

En vano fue que Ortiz Vélez del Río lo explicara a su hijo: «Cuba está peor que Puerto Rico, rumbo a la dictadura y el vicio». Por Cuba se moría de pena, antes de morirse de una buena vez, con unas ganas de escribir al General Samuel Young a su despacho de Washington y decirle: No quiero estar aquí un segundo más. Ordene usted mi regreso a San Sebastián, mi Pepino.

Una misa se ofició por Rodrigo. Es un cadáver [de 22 años de edad], acomodado en su féretro de lujo. La madera es de cuajaní más fuerte que el cedro. Lo cubre una bandera y una insignia de la Tercera División del General Bradley y el Noveno Batallón de Artillería («Machine Guns»). En la batalla de Chateau Thierry, librada cerca del río Marne, en Remis (Francia) el 15 de junio de 1918, Rodriguito encontró la muerte. Se reunieron los Font Medina para enterrarlo. Agustín Font, recién graduado de abogado y casado con Rosa María, fue a decir su adiós eterno. Habló por la familia y por la presencia de las chupacirios, que mantienen la iglesia vibrante pese a que un temblor pretendió que la haría ciscos.

Los Alcaldes Rivera Negrony y Rabell Cabrero se abrazaron con la familia en luto. Cabrero está triste porque en Nueva York también murió El Caballero de la Raza, el poeta aguadillano De Diego. Pero se está frente a la Iglesia y, cuando su reconstrucción se termine, van a colocar un Gallo porque, como dijeron los poetas desde Gautier Benítez a De Diego, «el gallo aleja los demonios malvados». Y los planes son: toda una enserta de Te Deum.

Al parecer, el atrio de la Iglesia se llenó de juventud, adolescentes de la cepa Font-Echeandía, hijos seguramente de Evarista Echeandía Vélez. Identificó a Emilio, Hipólito, Evaristo y Concha. Por allá, con los viejos cincuentones Teresita Medina y su esposo Cheo Aldea, de Bahomamey. Por un rincón, se asomó Agustín Font, el tabaquero de la Calle Hostos. Y los que más le lloran los Romanes: Cruz y Julia Román Soto, Angel Román Rivera y los Román Román. Y esperan a Getulio con su grado de Primer Teniente y un discurso que Oronoz Rodón tiene, con los mejor de una épica elegíaca. No murió el terco chiquito; quien murió fue un FONT en mayúsculas de gracia y heroísmo.

No que se invitara a Blanco Aurelio. Se personó por su cuenta. Se asomó como si fuera una tímida rata. Es que supo que el Gobernador Arthur Yaguer fue citado en la prensa. Mandó unas condolescencias. «Quien ha muerto es un capitán». No es cualquier fulano. Hasta la niñita, Diana Yaguer, la de la mano santa, dijo el nombre, no el de Sinforoso, jíbaro de Saltos; no. Un Font, como decir un Teddy Roosevelt.

«¿Y yo? ¿Quién o qué soy?», pregunta el terco chiquito. Incapaz de un dulce condumio de heroísmo. Carne de cañón es lo que es. «Dígase bendito porque ha sobrevivido», le dijo su madre viejita. «No se lamente usted tanto, mijito». El mismo se forja su imagen de perrengue. Se encoleriza a solas, fomenta su inmediato pesimismo. Cree que a él siempre le dan morcilla y lo desprecian. Que no gafa en el mundo. Que no es suerte que ha tenido quedar vivo, pues bien que regresó, pero sin una perra en el bolsillo. No trajo otro botín que los recuerdos. Cadáveres. Ruinas. Estallidos. Peores olores a quemado y lloriqueos que las que percibiera su padre cuando los comevacas y tiznaos quemaron el Pueblo y las haciendas. En la guerra que Blanco Aurelio viera oyó cómo gimen los varones de güevos y le tiemblan las piernas aún a los bravucones.

El padre que le dijo: «Las guerras y las medallas no son nada», murió tres años antes de que Blanco Aurelio se lanzara a la cresomanía. Quería ser héroe y tener uniforme como el de Rodrigo Font. Y ahora, seguro que si lo viera, ya no lo envidiaría tanto. Está tan impotente ante la gloria. Su vida se fue en un periquete. Su comisión de capitán es el fantasma que mudarán a Arlington, después del novenario y unas misas y unas mediaciones. Y unos discursos de Oronoz Rodón, Salvador Gayá y el Alcalde.

Blanco Aurelio fue a espiar ese sepelio. En vida, nunca se cruzaron palabras. Ni se saludaron. Si se vieron, en suficientes veces, no fue para saberse compueblanos. Uno es rústico, campesino, otro urbano, desinhibido, vivaracho y sofisticado. Rodrigo fue blanquito. Un niño bien del Pueblo. Adinerado. De los que hablan inglés desde primaria, o de quienes viajan para un lado y para el otro. Un niño sin complejos, seguro de sí mismo; quizás, como Blanco, padre, en su carácter. Listo y desenvuelto. Sólo que uno, como Rodrigo, no ha trabajado igual, ya que lo tuvo todo. Como tal no conoció ni hambre ni cansancio. Blanco, padre, sí rompió los lomos. Era más que un capitán en sus adentros.

Por el contrario, Blanco Aurelio no tiene esa esencia de los Vélez del Río y Prat. La escasez lo tiene asustado. Del hilo de miseria no ha cortado la hebra y cree que el que vino de Cuba, aún su propio padre, lo humillará por eso. «En diez años, carajo, no has logrado nada por tí mismo». Como grupo familiar, ya no salen a comprar ni mucho menos de pingos. «No sacaste a pasear a doña Lola; hija Prat y Prat, la catalana». ¡Qué vergüenza! Eso sí: Blanco Aurelio vestirá de blanco, inmaculamente bien lavado y almidonada la camisa. Brillosos los botines y levantado el cuello sobre el bruto caballo. Su mejor es la heroína, que le lava, le plancha, lo mantiene bonito, aunque él se sienta miserable por dentro.

Es bueno que sepa el pueblo, aunque sea por verlo, que él vistió el uniforme de militar americano. Que cuando se fue, como otros, se le dieron despedidas. La Cruz Roja les entregaba obsequios, algún detalle. Los oradores los llamaban patriotas. Ahora que vino, nada. No hay agasajo público, sólo el semiluto de alma que su padre presagiara años antes, cuando le dijo: «No vayas»..

Irse a la aventura, a revienta cinchas, así hizo su padre y él, no trajo atención para sus personas. Tal vez fue falta de kairós, de momento oportuno. Aquí están de regreso. Y a encerrarse en el campo, en la espesura, sin luz electrificada. A vivir de una luz de quinqué, medio soñando. A partir de este momento, Terco chiquito reanudará una vida de peón en el campo. Su padre ha muerto.

Viendo este sepelio de Rodrigo, entenderá algún día lo que su padre dijera acerca de la guerra: «Obedecer al que dice mata, eso es la guerra. ¿Heroísmo? Esas son otras 40. Héroe es quien descarga la consciencia, enseña el cobre y aprende».

23-02-2002

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Los huéspedes amados, 1923

Trincadito de blanco allá vuelve otra vez,
rumbo a Muñoz Rivera, Ruiz Belvis y Betances
hasta las anchas vegas del viejo 'San Andrés'.

Y cruza Guatemala camino a la Javilla,
y en su plácida ronda, sin descansar, a pie
va subiendo la cuesta de la Calle Aguadilla
hasta arribar al pórtico de la hacienda 'La Fe'.

Y de allí a la Esperanza, Fondo el Saco, Chancletas,
Miraflores, De Hostos que hacia Lares se ve,
y volteando arriba toda una línea recta
La Calle Guajataca, la del comercio que es:
Jerónimo Ramírez de Arellano (1918- ), Del pretérito



Nunca antes y, posiblemente, nunca después de aquel 19 de noviembre de 1923, se vio la Plaza Baldorioty de Castro decorada con tal esmero. La plaza de recreo se había llamado Alfonso XII desde su bautizo en 1872, cuando con los Alcaldes Miguel Fermín Laurnaga, Fernando de Arce y Simeón Faris, dieron su nominativo, con fiestas y discursos, después de construída. Mas, terminaría llamándose, en poco tiempo, Baldorioty de Castro.

«¿Quién hizo caso a Laurnaga Sagardía o cualquiera que se largara de Pepino?»

«Nadie».

«Con el nombre de la Plaza, los huyilones se fueron y así se llamará, como el tiznao o comevaca sedicioso quiso», dijeron para el '98. Venganza sería de Moncho Lira, antes de morirse a principios del siglo. Como quiso llamarla el pueblo llano, se designó Baldorioty por el patriota de la línea dura, como habría querido mucha gente que amó también a Betances o Ruiz Belvis. En 1923, que se llamara así, no como antes, recobró cierta memoria. Ese año en España, Alfonso XIII y Primo de Rivera dieron un golpe de estado y decretaron la dictadura.

Tampoco, antes de 1923, se puso tanta pomposidad y diligencia organizativa en la celebración de un Desfile Cívico. Esta fue logística que tuvo la visión y el quehacer ejecutivo de Luis y Joaquín Oronoz Rodón. Dizque la Gran Parada se inició en la Calle Hostos, pasó por las calles Ruiz Belvis, Betances, Muñoz Rivera y subió por el sendero de Padre Feliciano. A la niñez escolar que se utilizó para los eventos, desde las 10:30 de la mañana, la apostaron frente al edificio de Laurnaga y Compañía, en la salida de Lares, encabezándola dos bandas musicales. Amenizaron el recorrido bajo un sol que quemaba y brillaba como el jamás de los nunca jamases.

«Nunca se vio algo así», dijo don Narciso Rabell Cabrero, ex-Alcalde y boticario, muy orgullosamente. «Entramos a la era de la civilización», comunicó Antonio Sagardía, ex-director escolar entonces, quien se acompañó durante la prolijez de los festejos con su esposa entrañable, Teresa Zagarramurdi.

Para que se diera un acto público y multitudinario, en un pueblo cañero y miserioso como éste, antes que la pompa pasara a los más elegantes espacios del Casino del Pepino y la Escuela John Greenleaf Whittier, la unica cachendosa y presentable por su planta física que había a la fecha, limpiaron de las calles la mierda de caballo, barrieron los residuos de bagazo de caña o de guayabas podridas y vainitas de agua, caídas de los árboles de gallitos.

Dijeron que hubo ventas sin precedentes en la colección de lencería que Juan Cabrero Echeadia viene proveyendo en su establecimiento desde el fin de siglo. Es el principal vendedor de pantaletas, enaguas y otras prendas femeninas. Los trajes sobrecargados, calurosos, diseños con mangas largas hasta y cerrados al cuello, él no los vende. «Yo soy listo. Vendo lo que los caballeros han de querer ver en la noche», porque con la luz apagada se acaba la imposición de la decencia y «a cueras vivas, o ya con los pañitos de pantaletas, a mitad de rodillas, a las damitas se termina la vergüenza». dijo.

El villorrio tendría que dar una buena impresión. Al administrador de Plata Sugar Co., José Méndez Cardona, se dijo: «Haz lo que puedas; pero a los cortadores de caña me los mandas a la Plaza Baldorioty, que se vayan bañados, con zapatos, con camisas limpias y que no vayan ni jediondos ni borrachos». Y ante esta petición, don Cheo Méndez echó chispas. «¿Cómo pedirme eso, Riverita? ... si usted sabe que esa gente apenas tiene un guayuco para taparse el rabo. La mayor parte de ellos no tiene ni zapatos».

«Yo no sé cómo hará, ni qué decirle. Quien viene debe llevarse la mejor idea de quienes somos. Lo haremos por el pueblo del Pepino. Es el Gobernador, amigo del presidente Warren Harding. Es el profesor Horace Towner, con su señora Harriet, y financieros del mundo anglosajón, Filene y Hanus, quienes visitan».

Nunca se vio a Don Victor Primo, tan culeco y contento, en la Fondita de Alicea, comiéndose los periódicos, consultando con su lectura hasta los textos viejos sobre la muerte de Muñoz Rivera (1916) y luego la del Vate de Diego, quien a punto estuvo de desaforarlo antes de 1918. El le escribió unas letrillas venenosas, por lo misma razón que, a su juicio, Barceló las merece. Martínez González piensa que, en la noche, durante la programada recepción y baile que se efectuará en el Casino, puede que surja la ocasión de que se mida con el presidente del Senado Insular, otro que viene. Y si es así, si ocurre algún inevitable intercambio de palabras o debate, debe ir preparado. Convenientemente documentado. «Van a saber quién es el abogado Don Victor Primo, más caballero que el susodicho Caballero de la Lengua y de la Raza».

Es que jamás, en la prolijez del Jamás de los Jamases, en la contingencia de los nuncas inevitables, se vio lo que se está viendo. Dijo Evaristo López que, por primera vez, se han pintado las paredes externas del Cementerio pueblerino. Y don Manuel Méndez Liciaga que se está bañando en las Charcas de El Peñón, al pie de Miramar, y La Orfila, quienes nunca lo hicieron. El barbero Sosa Hernández se halla en ajetreo. Los zapateros Padró y Celestino López alegaron que, a falta de limpiabotas, y zapatos para el remiendo, les cambiaron el trabajo. Como lustradores están haciendo su agosto. Con zapatos en bolsas de papel, o en sus manos, la clientela entra y pide que a sus zapatos se los salpiquen con anilina y untadas de betún, y «a ver si ese calzado desahuciado que trajeron en las bolsas de estrasa, con un par cepilladas, vuelven a la vida y a merecer el polvo» y, sea como sea, centaverías son ganancias y la zapatería da el servicio.

Si se pasara esta prueba de civismo, gracias a la conducta ejemplar de los vecinos, la promesa de Rabell Cabrero y Rivera Negrony son dos grandes epopeyas. Una hazaña similar a ésta: Se abrirán las naves del Templo de San Sebastián Mártir de Pepino para que se reciba, en presencia del Obispo de Puerto Rico, el Sacramento de la Confirmación. A él se le recibirá como otra estrella del Firmamento Administrativo: aunque sea la más sagrada, por tratarse de Su Excelencia, el Monseñor Caruana, prelado del Cielo en la tierra.

2.

Rabell Cabrero es más práctico. Ha dicho que su prioridad es hacer un Pueblo Nuevo, o más bien, urbanizar con más inteligencia lo que Riverita Negrony ha comenzado. Y, con recursos municipales, si con esta componenda de traer a célebres procónsules al pueblo se logra el resultado, propone que los albores de la electrificación en el poblado se extiendan «cuanto más sea posible por los primeros barrios», Hoya Mala al norte de Piedras Blancas y Culebrinas, al Sur de Bahomamey y el Sector Urbano, aunque ésto signifique que «Larrache Echeandía, el farolero, se quede sin trabajo». Por algo habría de decir Antonio Sagardía, futuro alcalde: «Con la visita de Horace Mann Towner, la esperanza florece. El destino del progreso se cimenta en Pepino. Voy a decirles a Barceló y Juan Hernández López: Que esta visita no será en vano. Que esperamos recursos, mucha ayuda del gobierno, y vamos a trabajar como un gran pueblo».

Y, ciertamente, sin equivocaciones, hasta entonces, dado el hecho de que sólo yankees son nombrados por decreto desde Washington, ningún gobernador (que no haya sido el interino J. B. Huyke) escuchó la dulzura de la caña, tragada como un canto por las colectivas gargantas. Son sueños verbalizados / cantos deglutidos / del Pepino que s Towner y Barceló han colmado de elogios. «¡Qué elegante es el Gobernador!» Un poco gordo. Tiene su bigote espeso, oscuro, para ser tan pálida su piel rosada. Grandes ojoz verdosos. «¡Qué bien le queda la chalina al cuello!» De cierto que es un gobernador más mesurado que el quisquilloso Monty the Superking.

Han observado que Barceló Jiménez tiene la barbilla hendida y, a los 45 años, le emblaqueció el bigote. Contrario a él, por estar tan callado, como si fuera pazguato, aunque enjelga'o propiamente y educado como abogado de título (no por correspondencia como Esteves, de Tablastilla), el Gobernador Towner ha parecido mongo, sin espíritu.

«¡Cuídenos, Dios, del agua mansa!» ¡Qué pena que no hable en público! Towner simplemente saluda a la distancia con la mano alzada, sin movimientos, sin la pasión de los vaqueros que se calzan unos buenos bodrogos y ¡se miran tan violentos en las movies!

«Eso me gustaba de Roosevelt. Era como Chilín después de una paliza que le diera Cecilio. ¡Un Echeandía escandaloso!», recordarían cuando se fue el huésped amado,el Gobernador y su secuaz, «Barceló, el lento». No fue otro que don Victor Primo quien echo a rodar estas comparaciones y epítetos.

Por de pronto, a trabajar por este festejo. A limpiar el Casco Urbano. A colgar las guirnaldas de luces y estrellitas. A ensayar a esos chicos escolares. A afinar bombardinos, clarinetes, pitos y flautas y qué barbaridad...

Una promesa que Riverita y Rabell Cabrero, los organizadores, hicieron a Juan Bernardo Huyke, gobernador interino, tras la ida / o renuncia / del gallo juyilón de Moncho Reyes, otrora llamado, Emmet Montgomery Reily, fue la siguiente: «Don Juan: yo le prometo que ya convencido el nuevo Gobernador de visitar a Pepino, él se irá muy contento. Verá que no somos animales. Ni simplemente peones. Somos gente buena, sacrificada, trabajadora. No una red incierta de conspiradores, como temiera Montgomery Reily... Lo mismo le digo a usted, don Antonio: se murieron los rebeldes que sacaban canas verdes al gobierno; ya no quedan patriotas de la antigua, salvaje envergadura, de Ruiz Belvis o Betances. En paz descansen, De Diego, Muñoz Rivera, Benítez Castaño, ¿quién nos queda? ¿quién que se atreva a levantar la bandera del progreso y los ideales del Partido de la Unión de Puerto Rico?»

Antonio R. Barceló Jiménez, el cariduro, dijo: «Yo». Mas nadie en Pepino convalidó su palabra y dijo: «¡Qué bueno!» No había convencimiento, mas si alguna esperanza.

3.

Para ir a verlos, se fletaron las guaguas de Almeyda Molinary. La Carmen. La línea aguadillana de Manuel Rodríguez Cabrero. Se dijo a Miguelito Cancio Cores, «ven de Guayama, léenos algo cultural, con la galanura de tu estilo». Se dijo a Juan Ferrari, el jefe policíaco, no levantes tu vista del Pepino. El Consejo de Culebrinas de los Caballeros de Colón dieron sus servicios. «Por si necesitan, un mecánico en La Carmen, aquí estoy. Que no fallen los cloches ni los frenos», dijo Lemuel de Jesús Martínez. «Que de las comitivas que vengan de otros pueblos no se mate nadie».

Para que fueran a su particiación, con la dignidad de los niños más listos del planeta, los maestros enseñaron, como preparativo, el «My Country», bien cantado por la progenie de la infancia. Cantaba, instructivamente, en La Whitter Mrs. Provi (García) y en la Escuelita Pavía. Mrs. Latorre. El maestro rural José Cristino Pérez fue voluntario: «Yo les enseño, cuanto requiera la cadencia y el buen pronunciamiento»; lo mismo dijo el ex-maestro, hoy abogado, Buenaventura Esteves, hijo del barrio Tamarindo, pero ya residente en Tablastilla, como otro más entre los pepinianos. Genaro Rodón Rubio enseñó cómo se marcha, como un auténtico militar. La maestra de Economía Doméstica, Rosita Bauzá, con sus alumnas, preparó los platillos servidos en el Casino. Y, de hecho, jamás se degustó un banquete tan sabroso. Jamás de los jamases.

Para ir a verlos, hasta Chencho el Abejón, recién llegado al Pueblo de Pepino de su natal negrada isabelina, halló su oficio. Era un negro mandingo, 6'.5" por lo menos. Uno que jamás supo qué es calzarse con zapatos, o sanalias, ni cubrirse el ombligo por la contínua falta de camisa. O un cuascle de cotón. Más pudor tiene un caballo con una manta encima. Su ilusión fue entonces ver un gringo, un blanco yankee, como el tal Mister Towner, de Iowa. Este que ha sido descrito como a lecturer on constitutional law, a former judge and county superintendent of schools, «yo quiero verlo aunque sea de lejos», y le dijeron:

«Tú no, Abejón. Tú no tienes zapatos y eres bembón y negro. Vas y asustas a la Primera Dama, Mrs, Harriet». Lo advirtió, con este modo tan suyo, el ex-Capitán de Milicias, con España, Víctor Primo Martínez. Dijo: A Chencho no es conveniente que lo vean. Que se limite a ser el cargador de mesas, sillas, entarimados, y que no se haga visible en estos actos, porque, el yankee bueno que, por X razón él imagina, todavía no existe.

Y citó jurisprudencia reciente que él conoce: Nueva York y el Sur Americano están llenos de clubes criminales, racistas organizados como Ku-Klux-Klan(es) y tienen influencia, expedita y total entre gobernadores. Están a punto de elegirse unos nueve senadores federales, con el apoyo de los encapuchados; desfilan por las calles de Nueva York, Alabama y Georgia; cuelgan a los negros de los árboles. Niegan que sean humanos. Los tratan peor que a socialistas. Les llaman con nombres «más feos que el tuyo, Chencho Abejón». Y hay 3 millones de ellossobre los que ha leído que merecen castigo por sus expedientes criminales y, sin embargo, de los jueces de Norteamérica y de sus Gobernadores son favorecidos. Apoyan, igualmente, el racismo criminal y deshumanizado.

Y Chencho el Abejón temblaría entonces.

«¡No, no! Seguro que no vengo. No me expondré a que me vea».

Y no era sólo el cargador quien se llenó de pánico. Entre los socialistas de Padró y Liborio Rivera, llegó el cuento de Martínez González. Sembró la duda cuando alegó que en Italia se promueven los asesinatos de italianos. Allá ha triunfado un fascismo que da grima. (No se equivocaba don Victor Primo porque al año de decirlo fue asesinado el socialista ___en __).

Don Cheo Padró, el organizador de artesanos, el barbosista, se enteró: «Usted sabe que somos ciudadanos americanos; no meta miedo usté, que no vivimos en su España de zetas y prejuicios». Lo fueron a buscar para que diera cuentas y enojarlo. «No sea charlatán con los pobres negros de Pepino. ¡Vayase a España que Alfonso XIII reinstauró la dictadura! Váyase si usté no sabe que Dios es también para los negros».

«No meta a Dios en ésto. No meta a la Iglesia. ¿Y qué me dice? ¿Que el Gobernador Towner es comparable a Dios, o es cristiano verdadero?», le contestó a Cheo Padró. «Le voy a decir lo que hacen los socialistas, sean negros o sean blancos».

Inició, pues, una cátedra o perorata sobre lo que fue el periodo de 1835 al 1837, cuando las Leyes de desamortización eclesiástica del ministro de Hacienda se aplicaron y el jefe de gobierno Mendizábal hizo que las propiedades de los conventos fueran declaradas bienes nacionales. «Los ateos y socialistas pusieron a la venta pública la Iglesia, los altares y los atrios baldíos, dizque así disminuiría el latifundismo; mire que negociar con Dios un pedazo de pan diario, eso siempre ha sido un disparate. Necesita algo, pídalo a quien más tiene. Seguro que da el doble de lo que pidas tú».

Y Cheo Padró no se quedó callado porque algo de eso había leído. «Si las propiedades de la Iglesia las compran los nobles y los burgueses ricos, el campesino y el pobre nada gana. Sólo cambiaron de dueño. Y si pide usté a un avaro es como pedir a quien no tiene, porque nada da, aunque le sobre».

«Buena respuesta, don Cheo. Usted no es tan tonto; pero no deja de ser negro por eso. Y para el peninsular, usted sigue siendo un esclavo y, para el gringo del Norte, un bruto indeseable. Eso es lo que quise decir».

«Pues, vaya y dígalo a Barceló y, si sabe inglés, a Towner».

4.

Jamás de los jamases, escucharon un discurso como aquel del Senador Insular. Lo dio cuando la plaza estuvo llena y Chencho el Abejón brillaba por su ausencia. Lo dijo cuando los notables del Pueblo estaban sentados en sus sillas, rodeando a los huéspedes amados. Ya, la crema y nata de la sociedad de Pepino y sus pueblos limítrofes, tenía sus apellidos representativos: Rabell Cabrero, Rodríguez Cabrero, Méndez Cabrero, Echeandía Vélez, Cancio Cores, Sifre Segarra, Cardé Peruyero, Caballero Echeandía, Rodón y Oharriz, Oronoz Rubio, García Méndez, Font Echeandía, Oronoz Font, Pavía Fernández...

Fue en la Plaza, acabado el desfile. Había que recesar, mas, hágase claro...

«¡Los festejos no acaban!»

«Escuchen la retreta de la noche. Que mañana se irá nuestro invitado».

Cuando Riverita Megrony dio el anuncio, también elogió su labor educativa, como Alcalde. Arguyó que habría 22 escuelitss en campo y pueblo, con 105 alumnos de nocturna. La educación, al parecer, es democrática en Pepino. Por allá, adistanciado, descreído de lo dicho por Rivera, lo escuchó Cheo Padró, con su grupito de jácara del Jacho, quienes hilvanaron sus comentarios, por su cuenta.

«La educación que se imparte es mala, como el inglés de sus maestros».

«Las maestras americanas, histéricas. Abofetean al niños».

«Hay más escuelas en el campo que en el Pueblo y hay casi igual número de niñas que de varones», discursa el alcalde. Esto sí que lo aplaudió Francisco Gaztambide, quien con George Silverwood, es uno de los inspectores escolares. Pedro Court, el auditor, aprobaría de suyo. «Lo que no me gusta es que el inglés pa' la enseñanza». Y Riverita Negrony, aplazando el receso, habló de que hay pendientes proyectos en Pepino: hacer disponibles, día con día, por 24 horas, 150 litros de agua, fresca, potable y de consumo, por cada pepiniano. Para eso se represará la Quebrada Moralón y entubarán las aguas. En el Casco Urbano, para olvidarse de la charca en los terrenos de Echeandía, se tendrá unas 4 Fuentes Públicas de agua y «no se asuste usted, jíbaro mío, cuando vea 25 bocas de la toma, en caso de incendio, por si se quema el Pueblo como antes».

«Prever, anticiparse, es la clave del progreso».

Anchos y orondos, sentados están: Wenceslao D. Sifre Susoni, comerciante y asambleísta municipal, a su hermano Pedro lo alojaron en las sillas de la cola, porque es un «liberal agresivo» y de «cáscara amarga»; Pablo Avilés Márquez, agricultor, Pablito Rodríguez Rabell, asambleísta, el juez municipal Buenaventura Esteves, la famia en total de Pavía Conca y María Navas de Mayol [Catalina, Guillermo, Antonio, María, Juana], la familia de los Sosa, incluyendo a la viuda María Hernández [Rosenda, Telesforo, Juana y Faustina]; Adriano Pozo, asambleísta, trajo a todos los suyos, incluyendo a Domingo, su hermano, hijos y sobrinas [María Pozo Rodríguez, Juan, Amelia e Inocencia Pozo Medina]... en fin, eran tantos, que el maestro rural Urbino Vargas se cansó de escribir todos los nombres y terminó con hacer garabatos en las cuartillas y grabárselos en la memoria, por si acaso se pidiera la lista que ordenó el municipio.

La señal de pasar al Salón de Economía Doméstica la recibió exclusivamente un grupo selecto. Los clanes de poder del Pueblo. Pocos apellidos y tradicionalmente de la dirigencias alcaldicias de antaño.

La Primera Dama reconoció que fue hora de probar los bocados. Le insisten que son ricamente tropicales... Y, pues el hambre apretaba, desde el mediodía. Al final que dejaron con sus discursos y sus gaterías a los aduladores. Se levantaron con parsionomia.

Miss Bauzá se había pulido con las artes culinarias. Con la convenida visita de cortesía se le premia. Como el Abejón, quiso presenciar la danza de zángano gringo. El olor del salón invitaba a sentarse y comer. No hablar mucho ni extender la mano, saludando a otros a su paso. «Towner vino a comer y echar eructos», se exageró con el tiempo.

Los maestros de sus sueldos miserables juntaron lo suficiente para un regalo y se lo dieron, «en nombre de los niños que cantaron y marcharon, en nombre de los maestros de Pepino» a Mrs. Harriet de Towner. Todo el que pudo, al tenerlos tan cerca y en privado, los examinó de cerca. Se grabaron en sus mentes cómo mueven las quijadas, anotaron si se lavaron las manos, o enjuagaron las bocas, si les gustó la comida, por lo menos. Constancia de que son agradecidos. Por primera vez, el señor Towner comió arroz con gandules y otras exquisiteces del quehacer culinario de los campos isleños.

Otra señal, al atardecer, y los elegidos / los notables / los deseados / desfilaron al Casino, donde habría una recepción. El antiguo Casino, fundado en 1871, es el segundo en antiguedad en Puerto Rico y no es cualquier mirranga para mercachifles con gurbias y hambres viejas. Ni es cualquier lugar ni cualquier gente. Aquí la guachafita adquiere dimensiones épicas. Leyendas de aposta. Los casinistas son los varones y las hembras de ataque. Son hombres bonitos, excelentes, y las mujeres maravillosas, odiosas de la feca y la fanfarronería. Por eso, desde su fundación, no se quiso como miembros ni a gente de culo chumbo (casi siempre cobardes) ni a gente de culo cargado, negrada oculta / mírame y no me toques; traicioneros, cacheteros, verdugos que quieren gratis que se les compense con la riqueza de otros.

Ya es la élite social quien recibirá a los huéspedes amados; allí, en el Casino, se espera que el Honorable Horace Mann Towner abra la boca, porque, hasta la fecha, sólo se ha escuchado de sus labios la frase mochoos graças, amigous. En los amplios salones del Casino, Braulio y Tomás Caballero tendrán sus ojos bien abiertos. Y de cualquiera que esté presente, con todos sus privilegios y derechos, puede que surja la pregunta: «Ccómo se ha sentido y qué piensa de un país, donde el 75% del peonaje vive de la zafra y sufre en tiempo muerto? ¿Sabe usted por qué se fue Montgomery Reily tan agriado, si lo 'peor' del separatismo no existe? Es decir, murió Betances, Ruiz Belvis, de Diego, José Julián Acosta y hasta el mismo Barbosa, cuya lengua fue afilada como machete de mandingo: «Sabemos que, cuando estuvo en el Congreso, usted presidió por cuatro años el Comuté de Asuntos Insulares de la Cámara de Representantes... Entonces, ¿quién puede saber más sobre Puerto Rico, que usted, Mister Towner?»

En el Casino, los anexionistas / asimilistas / querrán que Mr. Towner les ofrezca un consejo conveniente. Si es posible que haga sentir a Barceló Jiménez quién es el que manda en Puerto Rico, porque, según lo piensan, ya el senadorcito colonial anda medio crecido, como si se echara sus juanetazos de pitorro retórico, nacionalismo de Cuchi-Coll embotellado. Los asimilistas de Jincho-Papujo, que no van al Casino, porque en el casi hay burguesitos del separatismo que han lanzado pedradas y escondido la mano, contra pobres y ricos, concluyeron que se acabó la majadería que distinguió el liderazgo durante dos decenios, del 1900 al 1920. «La independencia es un perro capao», a la fecha se dice. No creen que haya tantos separatistas como arguye Cuchi Coll al prefigurar la idea de un nuevo nacionalismo. El hambre pone a la gente en su lugar y a pensar mejor en el trabajo que en los atavismos de patriotería y discursitos jaibos, malamañosos, como aquellos con que se empavonaron Muñoz Rivera y de Diego. Gente que comía del pobre, que dejaba el pellejo en los cañaverales, pero que de ellos no recibió más que la lealtad de su saliva. «En Pepino, hay gente así, mucho jincho papujo y no se sabe cómo han entrado al corazón de la gente. Bueno, con decirle que el dinero corrompe y al Casino ya se cuelan los bastardos».

En el Casino, Luis Oronoz Rodón, jefe de Oronoz y Cía., es quien reparte el bacalao. Es el cheche allí y no anda dando lata. Delega. A Santiago Nieves, sin que sea casinista, le dijo que se estara de guardia, o sea, eligiendo quien entra y quien sale, porque como alcailde de la Cárcel Municipal, ninguno como él que sepa quién es quién con escándalos y borracherías. El tiene una lista de los casinistas e invitados. El usará su criterio: «Usted no puede entrar porque viene mal vestido». Nieves sabe que alguien puede entrar, con artes de embelequero, y querer cometer un magnicidio. En la historia se mientan muchos casos en que matan a los prohombres y nunca se descubre al asesino.

«Que eso no ocurra en Pepino, por andar de eslembao o hablando paja».

6.

Y como ya se lo temían. Cuando vieron que entró don Victor Primo, Caballero de la Orden de Isabel la Católica, heredero del muy querido hacendado de Furnias y La Javilla, Victor Martínez y Martínez, se pensó que aquí arderá Troya. Lo escucharon por el ritmo de su bastón más caro, madera fina que parecía de palisandro enzebrado con marfiles. Y, al caminar, porque no tenía cojera alguna, él sólo marcaba la canción de su presencia y de quien lo acompañara, su hermosa hij, María Mar Martínez de los Ríos. Ella parecía una reina y lo sería cuando bailara con su padre, si es que la baila o se queda. El padres es impredecible; pero se supo en Pepino que amaba de joven la vida cortesana. Asistía a las fiestas aristocráticas de Madrid y Barcelona. Las del Casino local puede que le parezcan una escoria, un mal remedo de aquellas.

Sagardía Torréns le buscaba los ojos, atravesando las lentinas que Víctor Primo fijaba muy bien al entrecejo. Francisco Espinoza era un español que, en ese año, azuzó muchas discordias, en tertulias de plaza, con Ballester Pujols y Avilés Márquez, porque en sus temas no faltaba el dictador Primo de Rivera, «la puta suerte de España, después de El Desastre y la anarquía pistolerista». Los jóvenes, de procedencia local y de otros patios, la admiran a ella, la acompañante de Victor Primo.

Victor Primo llegó, justo para el cierre del discurso, que diera Barceló.

«Te lo perdíste».

«Aquí hasta Towner echó un par de centellazos».

Y se fue, por rincones a cuchichear, antes que el baile empezara. Iba a reunir datos. A sonder las opiniones, dando puntadas aquí, averiguando secretillos artimañosamente en acullá. No era nada disimulado ni sutil, como decía Narciso Rabell, cuando la faena de Victor Primo era investigar, sin dar ventajas, en la irrupción de una gentualla y, salir al final con conclusiones. Seguró que se irá contra el Presidente del Senado, Barceló Jiménez, rico comerciante de Fajardo, y pondrá la piña agria. Y así fue. «Barceló se fue bien regañado», se diría con los años al recordar este acto.

«Yo sólo tengo una pregunta», escuchó Barceló cuando Victor Primo interrumpiera los aplausos que se le prodigaban.

«La gente quiere bailar, don Primo», le pedía Luis Oronoz.

«Sí, sí; pero aquí nadie está para baile ni saltos hasta que no se diga cómo es eso de que Puerto Rico vive el limbo. Se nos dio la ciudadanía para que sirvamos en el Ejército y la guerra del '18; pero, no somos parte de ... sino un baldío de cañaveral en el Caribe... ¡Estamos peor que con España!»

«¿Cómo va a decir eso, licenciado Martínez?»

«A usted, Mr. Barceló, ¿quién lo hizo miembro del Consejo Ejecutivo sino un nombramiento de Woodrow Wilson? ... porque yo no voté por usted y, según dijo, los nombramientos son autoritarios, peor que en la década de Palacios».

«¿Cómo va a decir eso, licenciado Martínez?»

«Usted quiere aliar a los puertorriqueños, dizque que una Alianza de voluntades disgregadas, un partido nuevo, y yo me preocupo porque se frenan dos cosas, cuando anda para arriba y para abajo con el yankee, con todo el respeto que me merece Mr. Towner. En un mismo costal, no se puede echar mezcladas ni la sal y ni la azücar... Si Puerto Rico no es PARTE DE, y TOWNER sólo represente una nación que busca un Territorio, yo creo que es justo que usted nos diga si vamos a luchar la independencia o, como los bobos que fuimos en el año 1900 cuando fundamos el Partido Federal, anexarnos a la Unión».

«Esto de la independencia... si acaso va, o se procederá, será un proceso lento».

«¿Cuán lento puede ser eso?... porque ya van 23 años... y Barbosa se murió sin chicha y De Diego, sin limoná...»

A Barbosa, recién fallecido, «fue la tristeza de que no habrá anexión en lo que quede del siglo, lo mató más que ninguna cosa», dijo Martínez. Barbosa adivinó la decisión del Tribunal Supremo en el caso Balzac v. Porto Rico (258 U.S. 298) y se murió de pena antes que lo informaran, el año pasado. El dictamen fue que Puerto Rico ni es chicha ni limoná. Que no es parte de la Unión, sino un pedazo de monte. A territory rather than a part... Que tener ciudadanía yankee es como tener un apellido y seguir siendo bastardo. Ciudadanía para que te vayas al Norte y dejes la islita.

«Atención, señores, yo creo que, si nos somos parte, merecemos una explicación».

«Si acaso va, o procederá, una decisión definitiva sobre la anexión o la independencia, será un proceso lento y hay que cumplir unas condiciones», balbuceaba el gran líder cariduro.

¡Con qué simple pregunta se desmoralizó al visitante!

Aquel atrabancado señor de las lentinas, el caballerango Martínez González, quien daba golpecitos de bastón sobre el piso de madera del Casino, como si quiera apresurar el tiempo a ritmo y compás de un minutero, pendulado con bastón y mano apasionada, comenzó a bajar los humus de unos cuantos. Les dio gabela y ventaja para defenderse y dijeron: No. Es hora del baile.

«Dejemos esto. Causemos una buena impresión. No de politiqueros. No de subversivos».

Ahora es obvio que lo que viene es lento. Todavía don Victor Primo no está contento con el Partido de la Unión de Puerto Rico y lo dijo a Barceló. «Usted me parece asimilista, otro colonialista aprovechado». Un floripondio o travestí de las reformas. Todo menos un varón de guerra.

«Usted no es un independentista verdadero».

Todo había sido tan perfecto. De la recepción al banquete, nunca se vio empeño tal... jamás de los jamases... y vino este filipichín, pisaverde, a agriar la piña con sus guarapazos de bastón de matfil y palisandro.

Ya empezó el baile. «Ahí le dejo a Marimar pa' que la bailen», dijo. Le pusieron caras feas al engreído aguafiestas de Martínez, demasiadas jorobancias y muecas dee nojo porque dijo: «No me quedo ni en las fiestas del Casino».

Cuando salían al balcón a cerciorarse que Martínez se había ido, se escucha la retreta en la Plaza Baldorioty. Al mirarse al cielo, el arte de los Alberty: centenares de fuegos pirotécnicos.

23-12-2002

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Vale Santoni

Querido jefe, hasta luego. Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste durante más de 30 años, miraremos hacia tu sepulcro como un símbolo enhiesto y no omitiremos medios para impedir que se extinga la llama que tú encendiste en los altares de la República y en el alma de todos los dominicanos: Panegírico leído por el Dr. Juan Balanguer en el del Palacio Nacional a San Cristóbal el 2 de junio de 1961, al morir el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina.

«Ese follón del espiritismo en Pepino es cosa vieja».
A Vale Santoni no le vengan con cuentos. A él no le gusta y sabe por qué, cómo y de dónde procede todo eso. «Es cosa de negros». Si lo hacen, con malamañosas alusiones por picarle la cresta, él tiene muy claros los expedientes que lo mencionan y la difamación que se le hace. Todo lo que concierna a la maledicencia fue explicado por su parentela, que son dominicanos que llegaron a la villa de Aguada cuando la Cédula de Gracias, dictada por el rey Fernando VII, en 1815, autorizó a que salieran de Santo Domingo los españoles leales.

En su progenie no se quiso otra cosa que no haya sido, desde siempre, con la llegada de cualquiera de ellos, que un Santoni sea un buen español y propietario. Y su cepa lo logró. Es cierto: Domingo Santoni fue Alcalde de Aguada y corría el año de 1843 para entonces. Volvió al poder municipal en 1864. Ángel Luis Santoni fue esclavista en tal área; Santiago Santoni fue Alcalde de Rincón en 1880. «Santoni es un nombre asociado al servicio público», dice el vale a mediados de 1960. De los corsos que llegaron a Puerto Rico, él mencionaba a Pascual, quien fundó una central azucarera en La Romana (República Dominicana) y se casó con una boricua. De los Santoni Danesi, habría que decir, según las memorias del Vale, que pasaron de Salinas a Rincón y de los Santoni de Yauco, «habría que decir que son los corsos que emparentan con los Ortiz de la Renta y el hacendado Joaquín Vidal, agricultor cañero, de origen mallorquín del barrio Perchas.

Los primeros Santoni llegaron por el 1820. Son gente a la que les ha gustado el poder, «pero no para fuñir a nadie». De ahí que a Vale lo enoje el que alguno diga que él justificara que el General Trujillo Molina haya hecho su escante con asesinatos en la frontera dominico-haitiana y que viene de una familia de explotadores. Sin embargo, por esas cosas de los pleitos y campañas por los escaños municipales, su familia ha estado bajo el fuego de las acusaciones. «Pero eso es historia vieja y mal contada».

En Pepino, pormenoriza el Vale, hay familias políticas que han sido pro-españolas, apellidos muy conocidos y tradicionales y que, por tanto, como la suya, han administrado la localidad como alcaldes y sus parientes han sido, sino alcaldes, funcionarios en otros pueblos. Desde que está en el Casino del Pepino, Vale Santoni funge como el que todo lo sabe. Está familiarizado con los nombres, a saber, los Del Río, los Chiesa, los La Xara, todo el que tuvo u ostenta todavía cierto poder público o financiero entra en la cuenta mental de sus intereses. Martín El Vale es un tipo que se junta con los ricos. No que menosprecie al pobre; pero no se le observa en comunión con ellos. Es burgués. Anexionista. Conservador. Pomposado. Ama la élite y la vieja guardia. En el Pueblo, se piensa que es franquista, o que cree en las Falanges. Un facho.

Es un consultor político porque, si bien no compite para nada, es un portavoz / correveidile de los republicanos. La bohemia política le encanta y, más si se acompaña, con el póker. Los políticos de Pepino lo traen de allá para acá por lo que él sabe y, posiblemente, se le distingue desde principios del ’30, cuando Oronoz Font fue electo Alcalde y lo hizo miembro del Casino.

Vale Santoni dice que la historia le gusta: Identifica cómo, a medida que avanza una sociedad más flexible, se pierden los valores. Se intensifica la vagancia y el confort generalizado sobre bases falsas. Una sociedad sin memoria lo primero que olvida son los apellidos, la procedencia y la gratitud. Todo se sustituye con envidia y con odio. El es muy religioso porque él no odia a Dios ni lo olvida. Los que ésto hacen se vuelven resentidos. Se refugian en sus instintos lujuriosos y en vez de buscar la verdad en el trabajo, en los valores cristianos, la buscan en la superchería, las borracheras y el sexo.

«Inclusive, dicho con dos palabras, en el espiritismo»

Ahora se concentra y hablará sobre Monsiú Alers. Diferencia a los suyos de él, porque Alejandro, hacendado esclavista y usurero como fue, no fue realmente blanco, ni francés, como se piensa, sino un mulato. Y la gente mulata se acompleja, se resiente y se vuelve violenta y cínica. Ejemplifica con las correrías de Silvio Alers, cómo murió, trágicamente. El gobierno de España le aplicó el garrote vil en la Cárcel de Aguadilla.

Aquellos valores, como clan, por los que los Alers de Culebrinas vivieron durante el gobierno de España, fueron tan distintos a los de su cepa, los Santoni Santoni, los Santoni Vidal y los Santoni Danesi. El haitiano destruyó su propio pueblo y se fue al Santo Domingo español a hacer lo mismo. Esa escuela haitiana, usurpadora y fornicaria, formó a Monsiú Alers, el que vino a Pepino, después de su estancia en las costas de Aguadilla y Aguada.

«Esto yo no se lo perdono a Paco Domenech, el Brujo. Mandó a Don Lion el Levitante a echarme mierda de bruja en mis balcones. Mandó a Guilimbo a vaciar polvos de mierda de boa frente a mi casa». Dijo que vio a Florita, la hechicera, barrer con una escoba como si fuera una bruja, dizque por salvarlo de la muerte. Los brujos lo acusaron de lo mismo que a Trujillo, antes de que fuera asesinado, en 1961: de ordenar una masacre de cortadores de caña en La Vega y Moca; de promover que Franco Bahomonde, el Generalísimo, le enviara republicanos españoles a fin de que se mezclasen con su pueblo, blanqueándolo. A Trujillo no le importaba que llegaran, por ñapa, los judíos a la república, pero que sean de ojos azules, laboriosos, ilustrados. Gente blanca y sacerdotes con espíritu santo.

Vale Santoni dijo que escuchó la voz cavernaria, profunda y grave, de El Británico, otro de los guías que Paco Domenech sacara de los antiguos tiempos. Lo escuchó, al comunicarse en trance mediunímico, y hablaba un inglés vibrante, europeizado, como los viejos piratas antillanos. «Pero yo no sentí miedo alguno y fui a decirlo al Padre Aponte, a pedirle una misa exorcisante por el Pepino». Además le pedió al sacerdote que rezara por O’Neill, vecinos de Aguadilla, por los Firpo, que son corsos, por los Salguero, las familias Cabán, Eurite y Suárez de Mendoza, cuya simiente se ha mudado a Pepino. «A todos ellos, los hechiceros quieren destruirlos», porque Aguada y Aguadilla abrieron sus puertos a Europa, asentaron en sus tierras a los dominicanos, a españoles antillanos y de Bariñas (Venezuela) que rechazaban la anarquía y el odio negro y bolivariano por el europeo.

Vale Santoni hubiese preguntado: «¿Por qué te comunicas el inglés conmigo, Domenech, si sabes que sólo hablo el castellano?» Racionalizó que no quiso que se encendiera una discusión con emisarios ilusorios del Diablo, siendo que Paco el brujo es poderoso. Engaña y desarmoniza las almas, si se le hace caso. Supo que su intención fue recordar el ingreso de Trujillo Molina al Ejército Dominicano. Diría que fue bajo el auspicio de la Marina americana, a la que él prestó servicios, una vez que se ocupó el país por largos años. Las tropas estadounidenses no abandonaron la antilla hasta el 1924 y ese año, cuando fue electo Horacio Vásquez a la presidencia, se hizo a Trujillo el Teniente coronel y Jefe de Estado Mayor dominicano.

2.

«El espiritismo es cosa con la que yo no quiero cuentas», siempre lo dijo Vale Santoni.

Y hay que decir más: los Santoni, en Pepino, nunca anduvieron con hechicerías. Mejor que se diga lo que dicen: Vale ha sido un alzacola del Cura Aponte, el incondicional de Cucán, el casinista consuetudinario, el buen amigo de la familia Caballero, los Abarca Portilla y otros que en Pepino, son cultos, buenos conversadores y le gusta la distinción y jugar su dinerito.

«En eso dudo yo que haya pecado», justificaba.

«Este follón de espiritismo», dijo cada vez que pudo, «es un invento de Paco Domenech y la gente espiritera que desde Aguada a Rincón y del Pepino a Moca», le han echado miedo a su familia. A Santiago Santoni, ex-alcalde, de Rincón, «por poco lo enloquecen». Quisieron embrujarlo con un fufú de muerte. Considerándolo ya, por lo que a él personalmente ha sucedido, cn esta epidemia de espiriteros de Pepino, Vale alega que es una conspiración de negros que invocan la Real Cédula de Gracias de 1815. No otra cosa dijo Domenech cuando se traslenguaba como Alejandro Cantero, el catalán. Sería una advertencia que le dan los espíritus mediunímicos por el intento de los transterrados por vigorizar la industria azucarera y con ello perpetuar la esclavitud y la opresión del africano en los cañaverales.

«El espiritista es un agitador escondido». Sólo que no viene, con bandera de político. Se disfraza de catalán con voces de uiltratumba. Y ejemplifica con la voz con que el negro retinto Domenech comunicara al guía Alejandro Cantero. «Así han echado sus mentiras. Asustaban a la gente de iniciativa en el campo».

No se equivoquen. Un ex-alcalde de Aguada, Agustín Domenech, fue buen amigo de la familia Santoni. Orientó a Domingo a que comprara tierras en Rincón y Quebradillas. «Juan Martin Domenech de Arce es una linda cepa y él también fue Alcalde». Santiago Santoni llegó a Rincón. Querían extenderse a Hormigueros, Isabela y Ponce, según crecía la parentela. Santiago tuvo por amigo a Luis Chiesa, ex-Alcalde de Rincón, y luego de Pepino. Conoció a los mallorquines de Saltos, que son Domenech también, y a los Vidal de Perchas. «Y ahí le dijeron: No hagas éso. Con familias de Isabela no te metas; no compres ni tierra allá. Que ninguno de tus hijos se meta con los isabelinos. Allá hay muchos negros brujos. Allá son brujos hasta los españoles y, si saben que son dominicanos, los embrujan».

Han pasado tres o cuatro generaciones desde que la familia Santoni recibió la advertencia y, según se lo han pasado de boca en boca, hasta hoy que el Vale Santoni lo pondera, el meollo de este asunto es político. Lo disfrazan; lo ocultan en vaporosos éteres ultratúmbicos, pero es odio contra España, contra el dominicano y contra el anexionismo. En los tiempos del Gobernador Mendizábal, cuando se hizo un poblado en honor de la Reina de España, unas familias españolas, residentes en San Antonio de la Tuna, en la parte izquierda del Río Guajataca, y ésto antes de fundarse Pepino, veinte años antes por lo menos, fueron apartadas de Dios por los espíritus. Esto lo dijo Alejandro Cantero: «Que la maldición del dominicano en Puerto Rico vendrá del poblado de Isabela».

Posiblemente, Vale Santoni racionalizó, discutiéndolo a fondo con Oronoz Font, historiador ex-oficio. La maldición que echó Cantero mentaría que Isabela se excedió de población esclava. Los mismos peninsulares, como liberadores, no serían otra cosa que remedos de negros, en apariencia blanca, con el alma africana. La llamada orilla izquierda del Río Guajataca, fue la que correspondió al barrio de La Tuna en el área del puerto. Allí, por desgracia, se asentó una villa pesquera tomada por la cimarronería. Ciertamente, un buen lugar para hacer un poblado a la Reina Isabel, la monarca de España, pero, para hacerlo en justicia, se tendría que vencer la resistencia de la gente oscura. Convencer a los pescadores de admitir el gobierno y los nuevos pobladores, que son la gente blanca.

Toponímica y geográficamente, San Antonio de la Tuna siguió siendo lo mismo; pero, no las almas de los pobladores. Cuando se efectuó la primera procesión, los Corchado no fueron ya los Corchado; los Piñero no fueron ya los Piñero, los Avilés no fueron los avileces ni los Juarbe no fueron ya los Juarbes. Allá, en toda esa área, el indio y el esclavo cruzaron sus almas y el que viniese tendría que hacer lo mismo.

El mestizaje de las raza sno es el problema que conturba a Santoni. «El espiritismo es cosa con la que yo no quiero cuentas». Esto es lo que, realmente, le molesta. El sincretismo cultural que surgiera.

Y él halló el culpable. Le dio el nombre de dos ancestros isabelinos. Gente de San Antonio de la Tuna, gente que convivió con cimarrones: Corchado Juarbe.

3.

Todavía está obseso. Ha creído que Santo Domingo debe controlar las contínuas olas de inmigrantes desde Haití. Es cierto que el país vecino ha sufrido. Papa Doc Duvalier es un demonio y utiliza el vudú, la hechicería y, aún así, no sale de su grave crisis política y económica. La violencia en su escenario no cesa. Es la razón por la que Trujillo Molina los odiara. El haitiano es un guache despreciable.

«No. Yo no justifico qué se hizo», dice Vale Santoni.

«En Moca se prendieron alrededor de 800. Hacíaseles que levantaran el brazo izquierdo y los verdugos les hundían la bayoneta en el corazón. Los niños de pecho, cogidos por los piesecitos, eran lanzados contra los árboles», cuenta Luis Mejía.

«En el Santo Cerro, provincia de La Vega, en un zanjón, enterraron seiscientos haitianos. Casi todos fueron ejecutados con machetes, puñales, y bayonetas. Se les obligaba, antes de sacrificarlos, a cavar sus propias fosas... Cuando las víctimas salían corriendo eran cazados como fieras. Muchas familias dominicanas escondieron sus sirvientes y cocineras haitianas para salvarlas».

«No, yo no lo permitiría», grita conmovido cuando recuerda que fue real. Que lo leyó en la prensa del final de los '30. El dictador Trujillo pagaría a 30 dólares por cabeza, como compensación a Haití, al saberse que pudo haber sido tantos como 20,000 muertos. «Aquello fue peor que la Matanza de Ponce», le dijo el albizuísta más criminal que había en Pepino, el mentado Jenjibre.

Todavía está obsesionado con la suerte de la antilla. Y tiene el nombre de varios culpables para explicar las causas. «El espiritismo». El maldito vudú, seudocristiano. Y, cuando más divaga, ya disparatero y con un traguito encima, mitad jugando, mitad filosofando en el Casino, en esos días de Fiestas Patronales en Pepino, a la memoria le viene el nombre de Corchado Juarbe.

Y es que que ese apellido, como los negros, lo persiguen. Le mienta la abolición esclava, el espiritismo, el liberalismo subversivo, al socialismo de Mingo e Idelfonso, la Barcelona de Epifanio Manuel Liciaga Juarbe, la propuesta de Manual Corchado, ex-diputado a las Cortes Españolas, de que el espiritismo sea parte del plan de enseñanza de los estudios superiores.

4.

Sin embargo, un día que caminaba por la plaza le dieron la noticia. Uno que sabe que e; tema dominicano lo revienta.

«¡Mataron a Trujillo, don Vale!»

«¿Qué? ¿Qué dice?», se exaltó. Fue como si le dijeran que mataron a su padre.

Siguió al muchacho un buen trecho por asegurarse que no inventaba tal cosa por pura jorobancia.

«No fastidies conmigo, ¿dónde oíste eso?»

«Por la radio, don Vale. Por la radio y me acordé que usted es dominicano».

Y él corrió a su casa a informarse, sintonizando una radioemisora. El es ya puertorriqueño y por generaciones. Se equivocó el muchacho. Mas la sangre llama. Paco Domenech se lo dijo: «Los espíritus no conocen los límites del tiempo. No funcionan basado en los relojes. Ellos se asoman a las almas. Al karma. A las pasiones dominantes. A los sentimientos escondidos, ancestrales, a las ruedas energéticas del alma. Al inconsciente colectivo y sus cargas genéticas de instintos».

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La ruleta rusa
A Antonio Rafael Seguí Borrero (1918- )

Seguí es un poeta de Pepino. Aquí se crió. Vino de Santurce y alguno, por chotearlo, le decía: «Quítese ese título de doctor de su apellido, que usted es sólo un sanacallos». Un podiatra de las patas sucias.

Siempre el problema fue qie Antonio Rafael fue demasiado pueblo. Era un aldeano puro que comprendía muchas cosas sin haberlas estudiado. El podía entender que el prieto Ché Pelao, se enfrascara a los puños y fuese tan sensitivo cuando se aludiera a la nube en el ojo de Maneco. El comprendía, sin decirlo, la suerte del Loco Wilson, cuyo cráneo no tenía la dimensión ni del puño cerrado y, al juzgarse del cerebro su tamaño y la salida a flote de palabras, Wilson no tuvo más misión que callejear como un pordiosero por las calles pepinianas. «Ti ti ti, ay ti-tí», fue como su canto. Seguí sabe el por qué hay una boba en el Pueblo que pide «La Peseta». El sabe por qué es turulato el turulato. Supo del dolor y el fatalismo estoico del pueblo al que llegara, a principios de los años del ’20.

Doña Provi oliscó las raíces ancestrales de su esposo, que son también progenie de Seguí Juarbe, isabelinos y pepinianos en su origen. Y él, Seguí Barrero, los rastreó en Lares, desde niño, mas los halló en Pepino. Dijo que, por su padre Don Pedro, a él le fluye la música por dentro, la música de María Songo y de Isidro, la música de Puro Concepción, maestro del clarinete y de las serenatas, hijo de María Juarbe.

En la parentela ancestral, sin duda, había Liciaga Juarbe, médico pepiniano que muriera en España y un Corchado Juarbe, espiritista, valeroso, de la cepa que fundara San Antonio de la Tuna, el barrio playero del puerto isabelino. Epifanio Liciaga Juarbe, mentor de niños y consejero de médicos en Barcelona, fue para su madre un fantasma que rondaba y, para él, la inspiración para estar con los que curan y sanan, aunque sea con el lavado de los pies descalzos. Seguí fue como William Quiles, boticario graduado por correspondencia; pero quien, para dar un servicio, se incentivan con el alma. El lugar que se dan en sociedad para ser ütiles los determina un gesto compasivo y, si a Seguí le hubiese tocado un afán por las ciencias farmacéuticas, o acaso entre yerberos, a quien Rabell Cabrera, el boticario, mucho que respetaba, él se habría ceñido a las normas posibles. Estudia como sea, va donde haya que ir, investiga, se afilia, se examina, Y le interesaron, al final, los pies de los cansados. Los pies de los callosos, juanetes en las malas patas. Los pies en la ruleta de las vidas en infortunios y desgracias. Y marchó a un hospital capitalino.

«Doctor Seguí, aunque le pese a algunos. Un cirujano menor» y dio quejas, espejo y lumbre, y buscó a los que cantan, a los serenetaros de su pueblo y, con guitarras de amor y melodía, esparcieron las voces de sus versos, su música por dentro, que es herencia paterna de los Juarbe. Papo Valle, Jim Pérez, Bury y Tatín Vale, la incipiente estrella Sophy Hernández, hija del violinista y el mueblero, le dieron homenajes. Lo grabaron, lo enaltecieron con los tríos, las orquestas y sus voces.

2.

Seguí, sea como sea, se ha enamorado del pueblo y le conoce los vicios. El sabe de qué pata ha cojeado. El sabe el pie con que pisa. De Tablastilla ha conocido su cubojones, lo que tienen de bueno y de malo: el callejón del Bacalao, el callejón de don Neyo y callejón de Isidro. Aprendió a cocotear por esos lares, a no temerle a nada ni a nadie. A ser el poeta que es, sentimental, amatorio y, por instantes, pueblerino, nostálgico y bohemio, como para evocar la música y las danzas de Mislán, como lo más valioso a lanzarse desde un «Grito de Angustia»:

Mislán: ¿por qué no protestas...?
Bajo la sombra de un pino
ve y derrama tu llanto.
Que nadie vea tu quebranto
por tu pueblo del Pepino…
y que se escuche del son
tu protesta en un cantar.

Tus danzas en batallón
recorran por nuestras calles
y en nuestra plaza restallen
Como golpes de cañón.

La Sara en tu pedestal
ha de llorar, conmovida,
cómo este pueblo se olvida
de la grandeza antañal.

Se le recuerda recitar, a voz en cuello, emocionado, el Brindis del Bohemio, cada año en la emisora del Pepino. Y parecía que el bohemio triste, solo, evocador de su madre, era él a fin de año, a las doce de la noche. Trago encima, o trago abajo, que sea también Su Quinto Mandamiento, dar esas voces en el aire, transmitirse.

3.

Seguí, el poeta bohemio de Pepino, el que nunca se dijo santurcino, sólo recuerda que una vez tuvo miedo. Fue en los años juveniles cuando se enamoró de Sori, aquella niña guapa y varacha que se casó con Tato Rabia. La disputaba con terquedad apasionada. La quería aunque fuese de otro. El amor de aquellos años tenía sus peligros ingeniosos, sus vericuetos de superstición y fatalismo mágico.

Un cierto día, a las 12:00 de la noche, fue Sori quien le dijo: «Si me amas con el valor y la pasión que dice, ven conmigo al Cementerio».

«¿Para qué?», lo agarraron en pifia.

«Vamos a jugar a la ruleta rusa».

Ella fue quien sacó el revúver de su bolso a la hora convenida. Se escondieron detrás de alguna tumba. Fue precisamente la del poeta, Ramón María Torres, hijo putativo de otro de sus héroes culturales, Angel Gabriel Mislán Huertas.

«¿Vale el amor que dices que me tienes una prueba de fuego>», pereguntó ella.

Metió una bala en el revólver.. Giró la corredera y la cámara de carga. Apuntó el cañón a sus sienes. Contó dos giros más y dijo: «Va a la primera; después te toca». Disparó, sólo un chasquido y salió ilesa.

Ahora, a oscuras como estuvo la noche, oyó que Sori susurrara: «¿Vale tu amor lo que a Mislán fue Saea? O lo que a Moncho Lira, ¿el amor Isaura, la hija de Scharrón?»

La pistola se la pasó a sus manos y él temblaba. Seguí confesó que tuvo miedo; pero, hizo de tripas corazón y también jaló el gatillo. Apuntó el caóon a su cabeza. Oyó el chasquido y salió ileso.

Volvieron a la calle, a la entrada vacía. Salieron dándose besos, apretándose la cintura, muy dichosos.

El se sintió como nacido de nuevo.

«Sólo que ese día, sentí como si me cagara en los calzones», dijo.

3-02-2003

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El derrumbamiento
No es un mundo quimérico, sino un mundo de existencia bruta ya elaborado y organizado en posibilidades rutinarias por la elaboración de otros. Esto me abre dos modos de ser decisivamente opuestos: el ser auténtico enraizado en el sentido explícito de mi situación (Befindlichkeit); y el ser inauténtico que se mueve automáticamente por las roderas y senderos trillados del mundo organizado... El esconderse de uno mismo en las muchas formas de la existencia es inspirado por el temor: Martin Heidegger

El país por fascinado no pudo moverse: Néstor Barreto

El público abarrotó un edificio de dos pisos. Oyentes, más que militantes, compartían usos, juicios y opiniones establecidas sobre la patria y el autonomismo que se asimilaron a las formas generales de la existencia colonial. La colonia fue como el primer piso del auditorio; el segundo piso fue una proyección experimental, descrita muy cuidadosamente por causa de la finitud de esa voz, su hablar, su consciencia que fue y es ser-existir-ahí. Allí. Estamos aquí reunidos... con la voz del líder, la voz-de-todos y cada uno se movió por las roderas de lo trillado y los caminos de lo permitido. Este día se dice todo (el mundo) se sintió feliz y tan eufóricamente patrióticos. España había oído / dado la mitad de lo que se le quiso decir, desde las asambleas previas en Ponce y en Caguas.

«¡Viva Práxedes Mateo Sagasta!»

«¡Viva!»

«¡Viva el Pacto!»

«¡Viva!»

«¡Viva la madre que nos parió!»

Silencio.

«¡Viva España!», corrigieron.

«¡Viva!»

Toda la vida, temporalidad y cuidado, que habían sido los afanes políticos de este público, estuvo con la compañía respetable de sus caciques y prohombres de turno; cada cual, cada uno, huyendo de la responsabilidad personal que fue la libertad, la patria en libertad. Allí nadie hablaba sobre la independencia. Ni de que hay una libertad, como realidad metafísica, que el hombre ama para sí y para otros, sintiéndose tan digno que juzga con ella su salvación, su origen y plenitud de destino. Nadie dijo que Puerto Rico es, o desea, o tiene un ser-nacional. ¿Quién echaría ese secreto a la calles de España? Ninguno que estara allí.

Desde los tiempos del General Romualdo Palacios, se dice que más vale que se ande con cuidado y que se pise sobre terreno firme. El credo autonomista de 1887 fue la razón para que comenzara su saña persecutoria y echara chufas hasta contra el más inocuo e inocente de los paisanos.

«¡Mas no teman!», dijo Miguel Antonio Serrano, del barrio Guatemala, septagenario a la fecha. «Hoy nada nos perturba. Somos sagastinos. Un prócer generoso, pro-ultramarino, nos ampara. Navegamos en buen barco liberal. La angustia de Puerto Rico se ha borrado de la geografía».

Serrano había visto los abusos y atropellos de cinco o seis gobernadores antes del General Palacios, que fue el más odiado de los que maltrató a los borincanos con el componte en el '87.

Dijo, por ejemplo: yo ví gobernadores de Bandos Negreros, de Policía y de Libretas; se dice, pero yo los ví con estos ojos que se han de comer la tierra; sé lo que es comer un pan seco como si hubiese sido esclavo; yo ví este pueblo antes que Juan Manuel Sagardía se casara con Doña Margarita Alers, yo ví su ventorrillo de 1849, cómo fue creciendo hasta volverse la Co. Laurnarga, prestigio en España; yo ví la despulpadora de café de Santiago Acevedo, yo ví, yo oí, yo... se dice, pero yo ví el miedo y cuando nos sacaban los hígados... y hubo que mandar a callarlo, porque, por mucho ver, se le habrían de gastar los ojos. Este día lo querían de fiesta. De mitaca y frutos. De tambores y maracas, «aunque 'ancha es Castilla', ya lo sé».

Se invocó a los hombres de praxis, los hacedores, y de ellos había pocos. El horno no estuvo para galleticas.

Los verdaderos hacedores, de un modo u otro, fueron considerados tiparracos ya que predicaban, en nombre de la vida moral de la anarquía, una sociedad sin el poder del Estado. El tipejo que no tuvo riquezas al menos aspiró a tener su comunidad de vecinos para darse apoyo y para que le comprendiera. Aspiró a su reciprocidad. La vida es comunidad y amor. Por amor, se entiende el conocimiento respetuoso de lo que piensa y hace el prójimo. Pues bien, en la Asamblea nadie se acordó de ellos. Que al Pepino llegó uno que otro socialista libertario. «Eran pocos, pero parió Catana».

Hablaron acerca de Lino Guzmán, un maestro, de Sagardía, masones y espiriteros kardecianos. Mas el Público demandó (y por voz de Demetrio Hernández adujo) que, «aún teniéndolos en el corazón, más vale que pisemos con cautela, con ágiles pies en tierra, porque hay futuros muy abiertos que se escapan. Los generosos sueñan en demasía y hablan mucho sobre la muerte. Por eso se caen. Se derrumban los sueños y deliran con la existencia bruta, no ya con conceptos».

«Hijos de la piedra, aquí tengan la limosna, pero a callar», dijo Ignacio Nuñez, autonomista de Hoya Mala.

No se supo si aplaudieron el humor de Nuñez o la setenciosa oratoria de Hernández.

Tampoco se dejó que se recordara a más de quinientos encarcelados tras el Grito, ni a los patriotas que murieron en las cárceles. Las posibilidades de patria que ellos / luchadores y hacedores auténticos / patriotas de osadía / sustentaron, ni en teoría, sobrevivieron, por causa de este Auditorio del Vivas que se enterraba hoy en la existencia masiva del Pacto.

Ahora, en la estructura impersonal de la vida social, aún siendo finitos, Miguel A. Serrano y el enorme público de correligionarios se sentían capaces de elevarse, arrancar vuelo, fuera de sus cotidianas timideces. Para instaurar su orden en el caos y que comenzara todo de una vez, se pidió la presencia del muy respetable Don Manuel. Explicaría qué cualidades son requeridas para las candidaturas y cómo y cuándose serían electos a la direccion local del Comité Local del Partido Autonomista sagastino.

«¡Viva don Manuel Rodríguez Cabrero!», reclamó Serrano aquel día, casi a las 10:00 de la mañana, del domingo 21 de marzo de 1897.

El orador es hombre local. Comerciante rico. A fin de ganar solidez y seguridad para el proyecto, el gran experimento de libertad («ser-en-común con España»), se resiste a la posibilidad de que sea regañado. «El prócer (se refiere a Muñoz Rivera) pide que elijamos a quien represente lealtad, prestigio y ejecutorias ante nuestro país». ¿Quién puede ser? Aquí, en el Pueblo del Pepino, por la debilidad orgánica del sentimiento nacional, pocos son los prevalidados con cualidades personales de ese tipo. Sabe que el hombre no es malo (tampoco bueno por naturaleza); él es pragmático; «no sea que un seguidor, falto de unos cuantos tornillos, no dispare un chícharo por la causa y rehuya las responsabilidades».

Lo sabe bien. Van a fundar el caudillismo político y el prócer, quiere que se trabaje, en una conformidad necesaria a lo que el Partido Liberal Español, dispuso y bueno y conveniente será que no se rompa con este modo de existencia. Todos tenemos algo que perder y estamos sujetos al regaño, a la crisis, en el peor de los casos. «España nos brinda la oportunidad de ser como muchos españoles, cuando no todo es posible. En el seno de este abrazo que nos tiende desde Madrid, hallaremos el confort y la seguridad», dijo.

Ninguno dijo, ¿qué hay que hacer? porque los actos como posibilidad son particulares y otros pueden juzgar que son desobediencias. En el bloque, en los círculos del prócer y el cacique, lo propuesto fue claro: el caudillismo político muñoriverista opone su plan al de otro clan que le imita. Barbosa propuso una alianza con el Partido Ortodoxo Puro de España.

«¡Retrógrado!»

«¡Viva Práxedes Mateo Sagasta!»

«¡Viva!»

«¡Viva Muñoz Rivera!»

«¿Cómo se va ese negro allá a las Cortes y habla en nombre de todos nosotros? Es un atrevido».

España más que madre-patria, ahora por loas de Rodríguez Cabrero, era una madraza consentidora, tauca de mimos y amores. Aquí, reunido en el comité, tenía con su batea de babas a más de un centenar de crédulos admiradores que, de pronto, aplaudieron hasta sus suspiros de enjudia retórica, estilo que a su propio hermano (Luis, o Diabolín) ocasionaba risa y epigramas. De seguro, Luis se habría burlado de las joculatorias declamativas, pasada la mañana del 21 de marzo, pero no lo hizo. Supo de la caída. La gente dio salvas de aplausos y gritos de gusto, se emocionó con saltos y, en fin, desplomó el piso.

Por el peso del gentío, la plataforma de madera tuvo la última palabra.

Una nube de polvo los bendijo. Echaron dolorosas exclamaciones, por brazos y piernas fracturadas, jóvenes y ancianos. Tropas españolas del pueblo dieron un informe oficial cuantificándose 102 lesionados y un muerto, precisamente Ignacio Nuñez, de Hoyamala, cuya espina dorsal se hizo pedazos. Salvador López Santiago, autonomista de Piedras Blanca, se fracturó las dos piernas y Miguel Antonio Serrano, del barrio Guatemala, se defecó en su mala suerte y en la hora en que se le ocurrió llegar hasta esta ratonera, donde por poco y canta el manicero como Pedro.

La remoción de escombros siguió al a la atención y transporte de heridos. En «aquel pavimento de carne humana», por fortuna, hubo sólo un muerto y fue porque los médicos Miguel Rodríguez Cancio y Arturo Navarro corrieron, al punto. Oyeron el estruendo. Y llegaron enfermeras y practicantes de pueblos vecinos, tan presto como fue posible, a petición de Rodríguez Cabrero y el prócer Muñoz Rivera que pidió hasta la inmediata colecta para ayudar a los correligionarios de Pepino.

Moraleja: Cuando los políticos tilden como tiparracos a patriotas ausentes y no dejen títeres con cabeza, por saberse muy unidos y anchos en el cómodo escondite existenciario del anonimato, mejor que no sea despreciada la memoria de la clase pobre ante la presencia de los vivos, temblará la tierra.


30-5-1986

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Por el voto, vengo a verla

«Many of the members of these societies [revolutionary groups] were related to each other by blood lines and/or marriage. For example in the Lares cell, the leaders Rojas, the Pol brothers, Francisco Ramírez, Clemente Millán, and Aurelio Méndez were all married to the six daughters of José Manuel Serrano, the sexton of the Lares church. Mariana Bracetti was married to Miguel Rojas, a brother of the president of Centro Bravo [another segment of the revolutionary groups] in Mayagüez, the Brugmans were related to the Beauchamps and the Arroyos, as two of the Brugman's daughters married men from those families. Another daughter, Isabel Brugman, married an overseer in their hacienda, Agustín Lara, also a member of the Capa Prieto [ another segment of the revolutionary groups ] Bruno Laracuente, an hacendado and slaver owner, married one of the Arroyo sisters, while Adolfo Betances, brother of Ramón Emeterio, married one of the Terreforte sisters»: Olga Jiménez de Wagenheim

«Ustedes ya están contentos con la escuelita americana, porque es pública, porque no se enseñan las cosas de España. Ustedes venden el idioma y quieren que el gringo los mande. Ustedes quieren protectores y la Tarántula yankee les manda brotes de sabandijas. Antes no era así. Nuestros panales eran más dulces, a veces amargos. A ustedes no les gustan las casas señoriales, ustedes se las pasan maldiciendo a las Reinas incompetentes. Ya se piensa que es sólo cosas de votos, o sentar al avispón macho sobre el corazón de los nidos del avispero en guerra de los sexos... pero hay una cosa que usted, Sagardía, no sabe y mire que lo prefiero a usted de Alcalde que a Getulio, o Pedro. Vaya y dígaselo a Teresita, porque, ella es española. Una Zagarramurdi, de las que tuvieron panales de abispas bravas como los centros clandestinos de Lares y Las Marías... ahora usted viene con sus piedades porque el huracán San Felipe nos mató los cafetos. Viene por el voto, porque yo sé leer, o lo escribo; yo no soy ignorante y sumisa; yo fui y soy una reina natural, con colmena que tuvo panales y supo que decía a mis maridos, ¿qué pasa con ustedes? ¿Quieren un país de bestias de carga? ¿Eso solamente? ¿Un pueblo sin escuelas? ¿Un pueblo sin médicos, o médico sólo para el rico? ¿Un pueblo con viruela y peonaje flaquiento? ¿Con esclavos haciendo pleitesías, aunque se los coma el rencor del maltrato? El mulato Betances, quien fue un médico santo, el más sabio de Francia en su tiempo, no quería eso, pensaba como yo, o yo como él... reunía a las mujeres y les decía, 'ustedes sí organizan del modo que yo quiero'. El voto femenino que él interesaba, no es ése que está en imitar los modelos de los parlamentarios, o la Yanquilandia. El voto, con que él nos vio activas en la futura república, sería el voto natural de las colmenas, todas siendo obreras de un Gran Sueño, que él supo en el Vientre de una verdadera Reina. Es la reina que él llamaba la familia, redes de los insectos sociales, la anarquía de la Madre, no 'manos negras' como aquella mentira de la Andalucía, con supuestos bandoleros... No las 'las cabecitas negras' de las Madres Peludas, como las seis hijas de José Serrano, todas casadas con los hijos de Aurelio Méndez y de...»

«¿Que vienen a hablarme de votar? ¿Que si una ley del Gringo nos da el voto a las mujeres? ¿Y a razón de qué? Primero que nos ofrezcan el respeto por ser madres, porque a mí lo que me enfuruña es que estemos robándonos entre hermanos, que el marido sea el primero que a la mujer la arrincona, que si ella reza no le hagan caso a sus rezos... me da lo mismo que haya sido Rabell Cabrero, o un Echeandía Vélez, el que se ponga al frente de este Pueblo... ¿Para qué nos sirve el voto después del huracán? si el pueblo está patas arriba y hasta los hijos que mimaste, se echan contra tí, la mujer, para darte mordiscos? porque dicen que eres una cucaracha, y te quieren de mosca muerta para seguir tomando tus despojos... ya yo no subo al Pueblo, Toñito, ni por ver a Doña Bisa, o asomarme por la Botica de Rabell, para procurar una receta para el asma de Laura... No. Yo no creo en esa Escuela, la Whittier, ahí donde vino Towner, el Gobernador hace unos años, allí don de lo ví a usted y me dijo, 'voy a pasar por Mirabales a verla' y nunca vino... y mira, hoy vino a saber si yo le daría el voto cuando se enfrente a Getulio, porque dice que ahora hasta las mujeres van a salir a votar en el '29...»

«No, no, yo no voy a votar aunque vengan Ana Roque y Luisa Capetillo, de rodillas, y a pedírmelo. Antes que eso suceda, don Antonio, lo que yo quiero ver, con estos ojos, son machos de verdad haciendo redes, nidos de abejas, gentes como los Rojas, Pol, Ramírez, Clemente Millán y Aurelio Méndez, buscándose las abejitas de Serrano, casándose en Lares, Pepino, Las Marías y el Carajo Viejo, si allá hubiera de las reinas machiegas, para fabricar juntos la miel y el tejido de la Democracia, la auténtica colmena...»

«Usted sabe lo que yo le quiero decir, Toñito. Usted es un Sagardía de esos que vienen de la misma cepa de Laurnaga y de Rodón. Gente que se casaba con su sangre, en ese sentido en que las lealtades se mezclan, se transmiten, hasta incestuosamente si se quiere. Cuando uno tiene un centro bravo y le voy a llamar, una dignidad, con deseo de libertad, tal cosa tiene que compartirse desde el grupo y el barrio en que nos tocara vivir. Mariana Bracetti se casó con Miguel Rojas porque eran uña y carne, fundidas para ese ideal, que ambos representaron. Y en Mayagüez, los Brugmans revolucionarios se casaban con los Beauchamps y los Arroyos. Las hijas de los Brugman se casaban para mantener la dignidad viva y la dignidad era el buen trato, el amor al prójimo, la igualdad de sus metas, porque una cosa distinta es casarse para mantener la propiedad en familia, la Gran Hacienda... pero mire usted lo que hizo el temporal, San Felipe. Hizo de los cafetales un emborujo de mierda. Todo lo fragmentó e hizo pedazos. Quiere decir que lo material va, casi nunca viene en grande. Se va... Ni mierda quedó de la hacienda del Viejo Prat, porque se van, se escinden, se dividen, se los lleva el agua y el viento. A una, como mujer, la dejan sola. Los machos de hoy son malos maridos. No merecen el voto de las hembras... antes sí valía que Isabel Brugman se confiara en Agustín Lara, revolucionario de Capá Prieto, y le diera la hacienda de su padre y al esclavista Bruno Laracuente, aquel que se casó con una de las hijas o hermanas de Arroyo, sí... a él se lo podía confiar lo que tuvo, propiedades y herencias. Gente así cree que la mujer es el centro de sus vidas y el verdadero motor para producir en libertad, originar familias que sean como panales, dulces por dentro, aunque centros bravos para quien viene a robar de afuera. La mujer de Adolfo Betances, hermano de Ramón Emeterio, sabía ésto y la viejita Terreforte, venía y me decía: 'Eso que me dices sobre los panales y la misión de la mujer en las organizaciones sociales es lo mismo que piensa el Dr. Betances y mi esposo. Posiblemente, él lo aprendió de esos anarquistas que tú leíste, cuando a tu madre, Doña Eulalia, desde Barcelona le enviaban revistas prohibidas, impresas en Francia'... mas ésto es otra cosa, Sagardía. Los gringos no quieren darnos ni independencia a las mujeres ni a los hombres. Mucho menos al país. ¡Y pobre de Cuba, si no hubiera dado un Martí, un Maceo! Todo se va en promesas, a goterones... Y eso, aquí, en Puerto Rico, nos hace cada vez más cobardes, a las mujeres y a los hombres. Nos hace más conformes y más despotas...»

«¿Sabe usted, don Toño? No son los temporales tampoco la razón del fatalismo. Lo peor es el choteo. Choteo que viene de arriba, de la gente de la que uno se confía y, cuando les toca a actuar, no están a la altura, porque no fueron consagrados al tejido de una familia, como esas que le conté: Serranos y Méndez que se tejen, uno a los otros, para protegerse y, primero, hilan su unidad como arañitas, se pasan el secreto como abejas, y eso las hace fuertes... mas, ¿cree usted que gente, con dos lealtades, que lucran con el poder que antes España les diera, o después con los gringos, puedan echar el progreso de todos, colectivamente, al porvenir?»

«Vamos a ejemplificar con algo que usted y yo sabemos. Medite sobre lo que el Alférez de Milicias, capitán Cebollero hizo, o medite el caso de Eusebio Ibarra. Estamos hablando sobre Pepino, lo que nos consta. Dicen a todos que, por parte del cuartel, no habrá resistencia a que los revolucionarios vengan desde Lares. Que aquí va a declararse la República, tal como El Porvenir, la célula brava de los Font-Medina, Méndez Acevedo, requiere para el triunfo de la causa de Betances... Y ellos, Ibarra y Cebollero al final con Luis Chiesa, el Alcade, son los primeros que disparan cuando el grupo de patriota avanzó hacia la Plaza y la Iglesia... Tremenda fue la putada que sus propios vecinos le hicieron, por los caminos de Hato Arriba, a Pancho Méndez, a él que iba en senda de ser Ministro del Interior de otro y mejorado pueblo. A él, en cuya casa, con la ayuda de José Tirado, se hicieron balas a mano con la plata de los cadenarios y relojes».

«¡Ay, vírgen de La Moreneta! Usted, don Toño, cree que yo soy una vieja loca. Que me quedé en el pasado. Evocando aquellas cartas a mi mare Eulalia. Usted es lo que llaman en España un modernista. La historia no dijo nada. El futuro es lo que va a traer todo... y, si yo le dijera, que el futuro es el presente amarrado al útero, al panal inmutable, que llevamos por dentro. Que las noticias que usted me trae son Jauja... ¿Para qué voy a llevar yo leña al monte, si el monte con leña lo he tenido yo siempre? Está dentro de mí, siempre en viva memoria... yo tengo la libertad adentro. Si lo de dentro es lo que está en el pasado, pues, que muera yo con mi pasado...»
«Por de pronto, usted lo sabe, el campo es un desastre y no a venir el gringo o usted, a darme dinero, préstamos, para que rehaga todo lo que tengo perdido. Y no le digo que es que yo espero que el Estado venga y haga algo por mí, una vieja loca del culo de Mirabales, con sus providencias y favores. Hablo, sin egoísmo, sobre algo más grande, el alma del País, la consciencia nacional de todos...»

Y así, después de haberla oído, casi los dos en llanto, el Alcalde Antonio Sagardía Torréns se fue. Le pareció que la viejita no estaba tan loca. Y eso fue un día de 1929, antes que Pedro y Getulio Echeandía ganaran las elecciones, se quedaran con el poder y que el huracán San Ciprián de 1932, les convenciera a todos de que el futuro es el monocultivo de la caña, porque el agua todo se lo llevó, hizo la economía pedazos en medio de la Depresión y la estructura de dependencia de los EE.UU.

«Los platanales se pudren en los suelos y el ñame y las yautías penetran tanto bajo tierra que nadie se molesta en sacarlos», había dicho Dolores, al describir el fango, «y eso por más hambre que haya y necesidad de alimento».

En esos años de 1930, años de la Depresión y el lamento borincano, no pagaban para que se andara, viendo los descalzos como estaban, así anémicos por las largas y contínuas hambres, al filo de los riscos para sacar tubérculos de alguna finca del rico... ni para algún ventorrillo.

«Antes, con corazón de vuelo, el jíbaro se atrevía. No estaba tan hambriento». Era gozo irse por las bajuras de Mirabales y rescatar la yautía, el ñame, la yuca y servirla en la casa, como los viejos taínos ancestrales. «Tenías un pedacito de finca, con terrenos peligrosos muchas veces, sin caminos. Tenías tu pozo», antes de que Sagardía hiciera acueductos y plumas que trajesen aguas potables desde invisibles cañerías. Ahora no. Huracán tras huracán, las parcelas se vendían al menor postor. Los especuladores se asomaban y cada terreno fértil lo adquierieron para la siembra de caña. Compraron las fincas para el Molino cañero de La Plata y para que se sigan haciendo ricos los Abarca Portilla, los que ya tenían grandes fortunas en el Pueblo y pudieron comprar la Ciudad, del Norte a Sur, de Este a Oeste, incluída todas sus gentes, que en la mayoría es pobre. «Y el pobre, como siempre han dicho, no vale ná».

«Que haya caña o haya miel, ¿a mí qué rayos me importa? El café me lo bebo puyita. Sin azócar. Don Antonio, a mí lo que me enfurruña es que nos digan, 'hay que producir lo que no consuma y que sea para el mercado gringo de las exportaciones y hay que consumir lo que no produzcamos' para que nos cueste caro, al comprarlo. Pues así, carajo, ¿cómo no se va a morir de hambre el poblado? ¿Cómo se espera que uno vaya contenta a votar por unos jijosdeputas?»

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Cecilio, el desobediente
«La escuela del heroísmo conminará eternamente a la escuela de la fuerza y la aplastará... Juremos que cuando llegue el momento sabremos morir como héroes, porque el heroísmo es la única salvación que tienen tanto los individuos como las naciones»: Pedro Albizu Campos, 25 de octubre de 1935.

Cuando en Pepino vieron reaparecer a Marcianita, la hija de Cecilio, fue en 1936. El murió y vino a verlo antes que se lo comieran, bajo la tierra. los gusanos. Siendo que es el padre de ella, el primero nacido en Cidral, ha de ser uno de esos vástagos de la Real Célula de Gracias, Echeandías-Mendoza y Vélez.

Cuentan que el primero que vino, por 1823, fueron los hijos de Juan Bautista e Isabel Mendoza. Cecilio Dámaso se hizo querido porque conoció el campo. De Cidral a Bahomamey. Del él se dijo que fue el hijo de Juan Bautista que no se quiso ir a Camuy. A él le gustó Pepino y alrededor del campo de los bahomameyes se inventó una fe, con una belleza como la que mencionara Doña Eulalia y su hija Dolores, fe en las avispas bravas, en las colonias sociales, donde la mujer es la reina. El se casó con Maria Marciana Rosalía Font-Feliú, gente de cepa rica y emprendedora. El, como Agustín, empezaron de abajo, arrendaron fincas y fueron labradores. Como los primeros Echeandía, eran venezolanos y bolivarianos, como los Arteaga López. Agustín se casó con una de esas Arteagas aristocráticas, pero, en los años del Alcalde José Bartolomé de Medina, al decir de Lola, la Boquirrota, «cagaban con el culo cerrado», porque eran las hijas de María Isabel López y de Ramón de Arteaga Pumar. María Luisa era nieta de una marquesa.

Cecilio Dámaso siempre defendió a las primeras cepas de Echeandía, tanto a los de Pepino como a los de Camuy. Les llamaba 'revolucionarios'. Fuesen caraqueños o de su original Güigue (Carabobo, Venezuela), se sentían herederos de la tradición del Pronunciamiento del Comandante de Riego y, cuando hallaron a su paso, por Puerto Rico, venezolanos como Manuel Rojas, los abrazaban como hermanos y hablaban sobre las luchas de Bolívar. Los hermanos Rojas eran venezolanos, caraqueños, y conocieron a la más valiente de las Abejas de Añasco, que fue Mariana Bracetti. Ella les preguntaba: «¿A qué clase de acumulos aspiran? ... porque hay un triunfo que lograr? ... y yo conozco al profeta que lo define y predice». Y uno había que lo enseñara en Puerto Rico. Era el Dr. Betances, masón de Cabo Rojo; él les hablaba de cierto Triunfo y para hablar sobre ese triunfo, Miguel Rojas se traía la muchacha, siempre peinada con dos trenzas. Cruzaba el campo desde Añasco a Lares y ella terminó casándose con él. Y aprendieron juntos a laborar en el negocio del café. A menudo, reuniéndose con los esclavos, aleccionándolos con Los Diez Mandamientos de los Hombres Libres. Los del Cristo mulato: Betances. Decía que era el Negro Briceño de Bolívar, pero, jugándoselas por Cabo Rojo y Lares.

Cecilio Dámaso no tuvo la suerte de conocer una Abeja Brava. Ni tuvo en su casa una mujer que bordara la bandera solidaria; él se codeaba con el poder colonial, aunque de joven, menos. Era estudioso, introvertido, amante de los árboles y el estarse solo; pero él les dijo, calladamente, a esos venezolanos de criterios subversivos, creo en ustedes. «Algo me dice que crea». Trataron de alentarlo, de vincularlo a la Misión del Porvenir, para que él visitara los panales y él se negaba, porque ya estaba casado y su mujer tenía miedo de esas cosas de lo subversivo. Ella no tuvo sus brazos de oro, ni sabía hilar con La Fe de la Bracetti, o los Brugman, o Betances. Era mujer de calmas, recelos y con la sola palabra secreto temblaba. Significaría problemas o cosas del Diablo. Sin embargo, porque su padre era «hombre de La Fe», Marcianita Echeandía lo quiso. No salió como su madre, muy influenciable y maltrante. Eso solía decir él de todos los Font que le dio ella, excepto de Marcianita, su hija. Le agradeció el nombre que le puso. «Marcianita, para que halagara a su madre» por alguna cosa, pero él habría querido que se llamara Mariana, pensaba en la añasqueña que lo concitaba, con Miguel Rojas, a hacerse revolucionario. «Hay una buena raíz de los Font, pero son los del Barrio Hato Arriba», le decía Bracetti.

Cecilio Dámaso le contaba a Marcianita que no todos los Báez, aliados a Font, hicieron a su familia, sombra de maltratadores. Los que son malos son esos Feliú. También sucede que los Font tienden a ser estudiosos, calculadores, acumuladores. Sueñan mucho en las cosas materiales. No saben con quiénes se juntan, cuando de negocios se trata y quieren el poder más que cualquier cosa, a veces sin escrúpulos. El examina eso al observar a sus hijos. Dice que Getulio es un puerco. Son hijos enconados, rencorosos, así como fue Cheo Font-Feliú. Y él se desesperaba con muchos de ellos. Los conoció, uno por uno, y decía: «Algo hay aquí que no mezcla, algo con genética mala». De su fe anti-colonialista parecía que ninguno de sus hijos había sorbido ni lomínimo. Todos querían lo suyo, lo que es externo, nada de su alma. En 1878, el primero que se acercó fue Pedro Antonio Echeandía Medina y, con él, Victor Martínez. Querían la finca de Bahomamey, las externas dimensiones de la hacienda. El secreto de «La Fe», no. Hasta los primos le desagradaban.

Tantos años y no poder decir a nadie en torno a este hecho. El ya supo el secreto de secretos. Se lo dijo María Luisa Arteaga López, la mujer de Agustín, y él no lo creía. Y los hermanos Rojas de Lares y la Bracetti, de Añasco, al reencomendárselo, le decían: «Ese ideal no lo abandones». Es un mandato. Antes que se abortara el Grito, su parentela que entroncara con Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos II, se lo informaban a través de los Mendoza. «Hay un asunto pendiente: Fue el anhelo de Bolívar, del Dr. Guillermo Mendoza y de la Coronela Dolores Dionisia Santos Moreno, quien nos instó a que se lo recordaran innumerables veces y para siempre a todos los Mendoza y Echeandía, Belazquide y Azpiazu, en nombre de las mujeres trujillanas, pilares de la Sociedad Secreta Comuna Hermanos y, ¿cómo es que el mismo Manuel Rojas lo supo, cómo que él reculara después que hizo promesas de servir en lo que fuese? ¿Por qué se hizo él tan escurrizo como gallo juidor, si el mensaje se le dio el día que pisó Cidral: El Marqués murió combatiendo contra el Rey. Toda su cuantiosa riqueza la ofrendó a la nueva Patria. A Venezuela no le negó sus hijos, su fortuna y su vida. Así fue Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero'... siempre probaba sus fidelidades. Concurrió con su apoyo a la rebelión de los comuneros del Socorro, siendo teniente de justicia mayor y alférez real y, por servir a la libertad, fue encarcelado en Guanare... y, ahora ya es tarde para recordar.

Marcianita ha llegado y él está muerto. Se enteró que ha muerto y vino de chiripaso. Ninguna de sus hermanas quiso avisarle, como si tratara de que vino de paso, a cobrar su parte de la herencia en irse. Ella sí lo amaba a él, por ser persona.

Desde ese astral fantasmal, desde el que ahora mira, él sabe que ante su féretro están sus hijos. Posan ya que, al fin, serán herederos; harán sus repartos. Ahí está Getulio, capitán de la Guardia, Teresa, Sara, Antonio, Emilio Chilín el Malo... y Marcianita, por supuesto. Desde la muerte, ya con manos cruzadas sobre el pecho, observará que a ella la están atropellando. La desprecian... Es tan distinta y única que pudo haberse parecido a María Regina Montilla del Pumar, emparentada con José Ignacio del Pumar, el Marqués, y simpatizante de la Sociedad Secreta de la «Comuna Hermanos», rival de las hordas españolas, desde las caídas de la Primera y Segunda República.

Oye. Le preguntan: «¿Qué vienes a buscar, Marciana? ¿Por qué no te quedaste en New York, echándole vivas a Alvizu Campos, a comunistas y mujeres modernas, putas y colmillúas que piden que se extienda el voto hasta para quien no sabe leer?»

Se burlan. Y la culpa es de Marciana Font, la madre blanda... «si hubiera sido como aquella que yo conocí, después que quedé viudo, mas era blanda, pobre mujer mía, mi viudita».

Se lamió los bigotes hasta en forma de cadáver y eso que Cecilio ya estaba viejo para esos romances tardíos con La Capitalina... ¿Recuerdas, Getulio? Te dije: házla que venga, que sea puta no me importa, yo sólo quiero que me haga recordar lo que hubiera sido ser valiente, como libertador, subirse a un caballo de los que el Marqués José Ignacio regaló a Bolívar, uno entre mil caballos, tener un segundo aire de vida... encomendaría a todos, entonces, proteger una Doncella, la Libertad... y recordó obsesivamente cómo hasta los Font fueron concitados a luchar contra el coloniaje y la opresión del negro.... Entre lo mejor de Hato Arriba, estuvo Manuel, Miguel, Ramón y Rodrigo Font Medina, hacendados que liberaron a sus negros (a Juan, Santos, Cruz, Félix y Aureliano) y a todos, esos antiguos Font-Medina, los educaron como revolucionarios, sea por la influencia de Pancho Méndez Acevedo y sus hijos, o por Manuel Rojas y su hermano, quienes les dijeron: «El verdadero triunfo es poner todo lo que tenemos por una patria libre. Una empresa propia de hermanos». Entonces, Marcianita habría sabido, por la boca de su padre, lo que cuentan los venezolanos de la antigua provincia de Bariñas: Somos bolivaranos.

Ahora que todos los secretos de María Luisa Arteaga están en la hacienda de Agustín y la rama santanderina de los Mendoza se mudó a Pepino, YO, CECILIO DAMASO ECHEANDIA VELEZ, ex-Juez de Pepino, gran propietario, cierro los ojos, por causa de la muerte, y me declaro culpable de no levantar un dedo por la causa de la libertad. Acaricié la idea, es cierto. Pero no hice nada. Tenía no toda, pero algo de la dote del Márques, que pasó a mis manos. La usé para mi beneficio. Soy como un ladrón. Quise educar bien a mis hijos. Les golpié con un látigo para ponerles vergüenza... pero cotéjese los hijos que me dio la vida, uno hasta asesino, delincuente... ¡Tanta riqueza que tuve y se me fue entre las manos! Mucha tierra, tierra con esclavos... y ahora se están peleando todos por un pedazo de la haciendita y las casas que me quedan. Han de querer sembrar más cañaverales... No puedo evitar lo que venga ni hacer nada desde la muerte...

«Déjame compadecerte, Marcianita! Acércate y dame un beso, como el de las Hermanas de la Sociedad Secreta en Trujillo... ¿Me recuerdas, con mi carácter duro, Marcianita? y tú más dura que yo, obstinada... Eras como la Coronela, la Santos Moreno de Trujillo: verdadera amazona, una guerrera que habitaría a las orillas del Termodonte, en Capadocia, y admiraría la selva como el paraíso. De entre aquellas guerreras que se amputaban el pecho derecho para que no les estorbara en el manejo del arco, una has de ser tú. Una de aquellas que el cronista Francisco de Orellana, cuando exploró en el gran Río de América, creyó encontrar en la selvas venezolanas y del Brasil...

Sin embargo, a El Pepino, cuando llegaron desde Bariñas estos Callejo-Pumar (los de Micaela) y los Pumar-Callejo (los de Josefina), estos Arteaga-López (de Fernando), ninguna intención tenían de recordar que en Sur América, como aquí en la islita, cada mujer campesina debió ser amazona. Y él, o alguno, trajo la fortuna, como ellas, sus heredades y vidas, que debían ponerlas al servicio de la lucha y las células de Hermanos. Los rebeldes de Camuy y Lares han esperado que esas familias respondan, no sólo él... «Toda la famila Echeandía-Mendoza».

«A la patria no dí nada, Marcianita». Cierto es: no he pedido dinero. No. Tampoco se me dijo que participe en las reyertas cuando se han dado. «¿Qué me han pedido?», me pregunto. «Te veo, Marcianita, hija mía, y entristezco al pensar que es tu vida».

... Tal vez sólo fue éso. Que instruyera en los Diez Mandamentos a los esclavos... El Marqués dio, por amor por la causa de Simón Bolívar mucho más. Dio 1000 caballos... «Y ustedes, nada, yo, nada, ninguno y muero triste, ni siquiera duré como alcalde». Los liberales de Andrés y Manuel Ménde Liciaga dicen que los Echeandía se comportan como represores. Hubo quien nos lo sacara en cara. Debió ser alguien bravo: Avelino Méndez fue uno. Uno de espuelas en Lares y, por igual, lo dijo en Pepino para que tuviera validez y doliera, antes que él, Don Genero Eleuterio López, a quien el Alcalde Chiesa Doria lo deportó a Vieques. Alguien que, desde 1842, por lo menos... que haya recibido informes de lo que el Marqués del Pumar Callejo, muerto en 1814, encomendó que se hiciera como apoyo a los Hermanos, la Causa criolla de El Triunfo y de La Fe, algo con dinero que Juan Bautista Echeandía trajo. «Es que ya, en cárcel y declarado insurrecto contra España, no habría tiempo para otra cosa que darlo todo a la Patria».

Desde 1784, mucho antes morir testó: «que el día que muera, o se me capture, a los míos comprometo, a que se vendan mis haciendas y se liberen mis esclavos, y son poco más de 400 esclavos, las 58 leguas cuadradas de tierras en hatos, no se las pueden llevar al Caribe, como una pieza en brazos; pero la cosecha anual de 4.000 novillos, véndanlas. Dejen los 2 palacios míos como recuerdo; hay 65.000 pesos en efectivo, varias haciendas, embarcaciones, prendas y muchos bienes; todos los caballos que sean para Bolívar y quien luche en sus ejércitos, los que decidan acogerse a la Ley de Gracias, vayan al Caribe, allá tengo amigos, algunos son socialistas utópicos».

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El perro que enamoraba las hormigas
A Adolfo Medina González (1867-1925), abogado, poeta y periodista pepiniano

«... los hormigas son chiquitas, pero tambián pican»: Adolfo Medina

Esta historia la contaba Adolfo Medina González cuando buscaba memorias viejas para sus Medinadas y, a su saber, según dijo una vez para justificar sus artículos políticos en El Pobrecito Hablador, periódico mayagüezano, cierto personaje, anarcosindicalista de Barcelona, fue quien inspiró tal nombre.

El pobrecito hablador es una gran ironía. Es una fábula muy llena de vida. Explica un perro, fiero en sus tiempos, que dejó de ser bravo. Retozaba con las hormigas. Y que, por amor, no les pasaba su lengua pegajosa por encima. Y sobre el pobrecito hablador quien mejor supo porque lo recogía de la calle, de sus borracheras y de sus desamparos, fue un pepiniano que se fue al exilio, Manuel Epifanio, y que no volvió más, «porque este pueblo es ingrato y no aprende y tiene sus propios noveleros, círculos de verdugos, y no oyen a los pobrecitos habladores que mucho ha sido lo que tienen que decirnos».

El conoció a Manuel Liciaga, cuando ya estaba muy viejito. El y su hermano Fermín, que se quedó en Pepino, eran quienes le hablaban sobre pobrecitos habladores, como aquel de Barcelona de su cuento y, así hay otros que escuchan a los perros apaleados, que alguna vez fueron criados sólo para la caza o para verdugos.

Ahora que escribe medinadas, a don Adolfo, el abogado, le viene el recuerdo del Dr. Liciaga. El sí oyó a los perros cuando eran bravos y vio los circos de los depredadores, cazadores urbanos de alguien a quien dar por medio muerto. Manuel Elpidio, ahora médico-cirujano en Barcelona, viene de una familia de buenos oídores. Unos como sus primos Corchado de Isabela, otros son como los Juarbe y Liciaga de Pepino. La política, no necesariamente como pelea de galgos, antecede a su nacimiento. Corre en la sangre ancestral de Martin Juarbe, alcalde isabelino, y fluye en la sangre de Manuel Corchado Juarbe. Este fue el gran héroe y modelo del Dr. Liciaga. Se lo instruyeron a él y a Fermín con este dicho: «Con España, hemos sido como hormiguitas mansas, siempre afanosas; pero cuídense los provocadores de lo mucho que pica un hormiguero».

En 1873, Manuel Corchado Juarbe fue Diputado a las Cortes Españolas. Y las cortes, casi siempre han sido un circo, máxime con la Constitución de 1876 que redactó Alonso Martínez. Esta es el ideario de Cánovas del Castillo. Ni a Manuel Corchado ni a su primo, el Dr. Liciaga Juarbe, le gustara ese embeleco. A un mismo tiempo, es como aceite y vinagre, posa como la más conservadora en su esencia y liberal en los raseros, recalcitrante y monárquica y engaña a moderados de centro. Entonces, no hay constitucionalismo ni del 1810 ni el 1869. Hay un vapor malo de agujero de leguleyerías del 1845.

Por otro lado, la ley electoral de junio de 1870 tiene entretenidos a los puertorriqueños. Se ha formado en Partido Liberal Reformista y ya algunos que tales dan se sienten reformistas verdaderos, no siéndolo; piden el autonomismo, como mansas hormigas ante el aliento de un perro. Los más, aquellos que no se involucraron en la Revolución de Lares, callan las ansias de abolicionismo. Una hormiga negra, peón o artesano, es para que aguante más que la lengua venenosa y rasposa de los galgos. «Que el sufragio universal, después de todo, no será para ellos. El esclavo a su faena, a su debido tiempo, sin mucho apresurarlo para que no haya represalias, las hormiguitas mansas, poco a poco, lucharán por ellos».

Aún no quedó claro, con la Constitución que mandó a zurcir Cánovas del Castillo, qué tipo de sufragio habrá, pero dos años después elaboraron una ley electoral que restituyó el sufragio censitario y se guardó el Sufragio Universal masculino. Cuando Manuel Corchado aceptó competir por un escaño en las cortes de diputados fue porque el rey Amadeo I, el pendejo, abdicó el 10 de febrero de 1873 y los madrileños se alborotaron como un hormiguero y tomaron los puntos principales de las calles. Apoyaron a los diputados republicanos. Sí. Las hormiguitas mostraron el poder proclamando la República.

Cuentan que en Pepino, lo ha escrito don Adolfo en sus Medinadas, el español Pascasio Moreno, aquel elocuente y poderoso liberal republicano, como David en gozo, el hijo de Salomón el Sabio, se sacó los zapatos, se quitó la chaqueta, la camisa, casi se quedó desnudo, al dejar sus calzones en la Plaza Alfonso XII, y se puso a bailar. Escribió que eso mismo le imitó el más grande de los pobrercitos habladores de este pueblo, Juan Tomás Cabán y Rosa, y bailaron por horas, sin importar que Diabolín, el poeta estuviera mirando, y dio tiempo a que llegara Venancio Esteves, Guillermo Serrano, Fermín Liciaga Juarbe, Basilio Arvelo, Cesáreo Méndez, Baldomero Roig Soto, los Maury recién llegados, en fin, los mejor de entre los pobrecitos habladores que, siempre testificaron que España fue como una perra malparida que no ha querido otra cosa en Puerto Rico que ignorancia, que no tengamos unversidades ni escuelas para el pobre, sino luchas internas, políticas y de clase, reyes y capitanes generales que se impongan en su perdido imperio en Suramérica y, finalmente, en Cuba y el Caribe... Ni el propia España, que las guerras carlistas han desangrado, ha querido a sus pobrecitos habladores... El modelo unitario y centralista sigue siendo el inspirado por Alfonso XII, para la supresión de los fueros vascos y la rivalidad permanente con una Mancomunidad catalana. O con un anarquismo creciente...

A pesar de que bailaron en la Plaza, ni la alegría de la primera ni segunda república entre esos hormigueros adventicios durará. Y la razón es la siguiente y Don Aldolfo así lo explica: «Hubo una vez un hormiguero prohijado por Etanislao Figueras, Francisco Pi i Mergall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar, unos perros habladores en tribunas de la República Unitaria, o la Federal, que fue el mismo agujero; pero el pueblo era entonces como una gran jauría. No se consideraban parte de ese agujero de la minoría. La minoría de los pobrecitos habladores».

Y, cuando de España regresó Manuel Corchado Juarbe, se quedó en su casa del barrio Arenales Altos, en Isabela, y llamó al primo de Pepino a verle. «Manuel Elpidio, con tanta ilusión, yo ví la República; abogué por todo lo que hablamos, el fin de la esclavitud del negro, una universidad para la isla, el relevo de los tiranos que gobiernan y nos persiguen en este Puerto Rico, la anulación de la pena capital y el vil garrote... y no ha resultado nada. Han dicho que soy un hablador, un reformero, que no importa que yo haya sido electo diputado, si quienes me han tolerado cuando abro mi boca son hormigas débiles, frágiles como fue Figueras, apoyado por los unitarios; termitas de una colmena federal como Pi i Margall, muy bocón para ser hombre de estado, pero, con libros de intelectual que se los va comiendo la polilla... A las hormigas se las lleva el viento. Los hechos sobrepasan sus fuerzas... No hay unidad en España y las provincias o cantones se han ido levantando. Se han rebelado, sin concierto, contra el Estado. Cuando ocurrió en Alcoy, mi admirado Pi i Mergall, federalista, tomó las de Villadiego. Dimitió y quedó Salmerón y Cartagena en armas contra la República. El perro de una violencia amarga ha hecho que la pena de muerte, por la que tanto luchara, sea reestablecida... Castelar, si tú lo vieras, Manuel Elpidio, descaradamente aliado con la Monarquía, sofocando a anarquistas, cantonalistas, carlistas majaderos y patriotas de Cuba... En Bardelona, me cerrabaron la revista «Las Antillas», que fundé con José Coll y Britapaja... el hormiguero allá es peor que el nuestro».

La dictadura comenzó con el General Serrano que ha disuelto las Cortes. El abogado Corchado ya no tiene foro ni trabajo. Desde Sagunto, en diciembre de 1874, el general Martínez Campos lo predijo: ya jugaron las hormigas con la lengua del perro. Ya es hora de que la restauración de los Borbones al hijo de Isabel II, ponga el orden y esté en el trono de España. Alfonso XII que sea el rey y Cánovas del Castillo, voz que lo represente. «Estamos pues, primo, donde comenzamos. El perro viene a morder y a pisar el hormiguero. Estoy triste, avergonzado, primo mío».

2.

Esta historia la contaba Adolfo Medina González cuando buscaba memorias viejas para sus Medinadas. El la conoce bien porque aunque Manuel Corchado y, su primo, el Dr. Manuel Elpidio Liciaga, se fueron a Barcelona y allá murieron, en Pepino estuvo Fermín Liciaga Juarbe y Estefanía, otra hermana, casada con Avelino Méndez Martínez. Se fueron porque los conservadores comenzaron a ganar cada elección, con la nueva Constitución del canovismo y la restauración monárquica. Toda una fiera corruptia, o circo de emperadores que ajotan a sus perros. Ganaron en 1876, 1879, 1881, 1884, 1886, 1891, 1893 y 1896. A los liberales, pobrecitos habladores, les evitaban que siquiera participaran de los procesos eleccionarios del caciquismo. Bastaba ser masón, espiritista y reformero, para que le vieran como hormigas vulnerables. Les metieran en presidios, les sospecharon anarquistas, ateos, comunistas, heterodoxos, quema-iglesias, come-vacas, manos negras, subversivos, hijos de la Gran Puta, antiespañoles, jacobinos, tarados, indeseables, gusanos. Y, por el contrario, a los perros caza-presas todo estaba permitido. El Capitán General de Madrid, sí, Pavía, se dio el lujo, como si fuese Emperador de los Circos Romanos, de penetrar a caballo en el hemiciclo de las Cortes seguido de fuerzas de la Guardia Civil.

Había dicho un cierto loco anarquista en Barcelona que a Castelar ese día le dieron hasta patadas en el culo y dimitió. O lo mataban.

Ahora a don Adolfo le viene al pelo el recuerdo de los Corchadoy los Juarbe. Ha buscado ejemplares amarillentos de revistas españolas, aquellas que él tanto leía, porque hablan de esos días, años que vieron bailar a los pobrecitos habladores en la Plaza del Pepino. Días que Fermín Liciaga Juarbe y su hermana Estefanía recuerdan con tristeza porquE aquellos dos valientes, por no querer conformarse ante las burlas de tantos vascos y catalanes engreídos de los que había en el Pueblo, liaron bártulos y se fueron a Barcelona a reintentar meterse y ver claro desde el mismo ojo del huracán y es, cuando lamentan, que dejaran de verlos para siempre.

Al periodista de El Pobrecito Hablador, gacetilla mayagüezana, lo que le importa no es recordar el descrédito que produjo en España aquel gesto heroico y suicida de los pobrecitos habladores, entre quienes Corchados y Juarbes eran unos. El no quiere hablar sobre la reina Isabel II, sus puterías y excentricidades, ni de su hijo que llegara a España en 1875, como todo un cachaco del Theresiarum y graduado de la Academia Militar de Sandhurst (Inglaterra), a patear hormigueros y pasar lengua rasposa sobre cada gusano.

Su labor será mucho más modesta, muy simple. Quiere recordar al viejo Manuel Elpidio, quien cuando médico en Pepino le curó la farfallota. El sí supo qué exactamente debe ser un médico, si es que va a curar las almas tanto como los cuerpos. El sí fue mentor de muchos estudiantes, corazón del Pepino en Barcelona, y tenía un alma de niño. Si bien decía que leía con interés las fábulas de Esopo y Samaniego, mucho más las fábulas vivientes, encarnadas en los pobrecitos habladores.

Mientras escribía su libro El médico en la casa del niño, Liciaga Juarbe conoció a un anarquista viejo de aquellos que Juan Antonio Hernández Arvizu, pepiniano de alcurnia, asesor de los Reyes, odiara y procesara en tribunales. Al anarquista le dieron una tunda torturante durante del Gobierno de Sagasta. Eran los días de La Mano Negra en Jerez de la Frontera, según reportajes escritos por Leopoldo Alas. Días en que un jerezano, estudiante de Leyes como fuera Manuel Corchado y el pobrecito apaleado, éste buscó refugio en Barcelona. Dicen que cruzó del Sur al Norte, a pie para que la Guardia Civil no lo rematara. De Jerez a Barcelona... Se fue donde nadie lo conociera, con los huesos blanditos y la sesera afectada. Se alimentó de mieles robadas a los panales, comía hojas y se entretenía con hormigas. Llegaron a decir que era disparatero porque, si bien le negaban el pan, lo emborrachaban para que hablara como un payaso de sus aventuras y de las cosas que dijo a Leopoldo el Clarín cuando lo entrevistara para el periódico «El Día» de Andalucía.

«Aquí comenzó todo», explicaría don Adolfo Medina. El fue recogido, ebrio de la calle. Lo escuchó, con atención, sutilmente curioso, el Dr. Manuel Elpidio Liciaga, cuando iba rumbo a un hospitalillo que creara para pobres. El loco estaba divirtiendo a los curiosos. La guardia civil se caracajeaba al oírlo. El anarquista loco estaba contando sus recuerdos. Contó la historia de un perro que enamoraba a las hormigas y, con el hocico y lengua afuera les ladraba con amor, sin atraparlas. Aquello era amor, no lamidas y dijo que fue el perro más bravo del Pueblo. Ni hormigas ni pulgas soportaba en la cola y él lo vio manso, con ojos más dulces que los de una enamorada. «Aquel perro», decía a quien llamaban el Pobrecito Hablador, el pordiosero de las fábulas chistosas, «estaba enamorado, dialogaba sus amores, hacía el amor con las míseras termitas».

Y se burlaban de él. Sabían ya que anduvo a pie por toda España haciendo cuentos tales desde los años de su golpiza por protestar la ejecución de quince campesinos en la Plaza del Mercado de Jerez de la Frontera. El recuerda la fecha: 14 de junio de 1884, es decir, el mismo año que Manuel Corchado, en esfuerzo por representar al Distrito de Aguadilla en las Cortes Española como diputado, recibió una gran patada y menosprecios de caciques. Entonces, decidió morirse. Lo mataron los corajes y la amargura. Había sido electo con los votos, del modo más legítimo, y le hicieron chanchullos. Le robaron el cargo. Le dijeron otra vez que era un valepoco, pila de mierda, y ni su primo, el Dr. Liciaga, su pañuelo de lágrimas, lo pudo consolar y murió Barcelona, testigo de sus ojos y su abrazo en despedida.

Aquí, en los días en que Cánovas del Castillo y Alfonso XII, esposo de la reina María Cristina, son uña y carne, en medio de la tristeza que le embargara por la muerte de Corchado, aquí en una plazoleta cerca de Las Ramblas, está el anarquista loco contando la historia de la hormiga que un animal, antes fiero y peligroso, seduce dulcemente.

Le hacen rueda. «Ha de ser muy pendejo ese perro que no busca una hembra y la ensarta por el culo. No ha de ser tan provocador como dice», dijo un guardia civil que pretendía una sagacidad que no tuvo al oir al fabulista. Y fue cuando el anarquista, ya molesto con sus impertinencias e interrupciones, le dijo: «Oígame... observo que usted no ha entendido nada. Ese perro del que hablo no es un perro. Es el poder del pueblo. Esa dulce mansedumbre que hoy tiene con el hormiguero no es la sandez ante una masa numerosa. El hormiguero es la comunidad organizada. Es la patria. Las hormigas son la clase obrera y la gente alrededor del perro, que lo ajota a que lama y con la lengua las aplaste, son la verdadera jauría. Usted es uno de esos noveleros. Así es que usted entiende la política, novelería de chusma. Así son sus Cortes, audiencias de noveleros, creadores de legislaciones agresoras, peticiones de un poder aplastante, dientes, lenguas, patas y azotes de rabo, contra el pobre... pero el perro devorador, odioso, de mi cuento ha quedado en el olvido. Esta es la nueva etapa y perspectiva del sentido de la historia. Estoy hablando para ustedes, hijos del Circo Romano, sobre un futuro. Les profetizo un nuevo Poder de amor solidario, no de la fuerza de un Estado represor y coercitivo. Ese perro bobo sabe más que usted. Más que todos ustedes, españoles de espadas y sables. Ese perro compadece. No ve al prójimo como simples gusanos, hormiguitas. El ve lo alternativo, los potenciales futuros, esperanzadores y sabe que el día que haya unidad en ese hormiguero, de criaturitas frágiles, la rebelión será mayor que en Jerez de la Frontera o en Alcoy donde se lucha por trabajo, libertad y autonomía».

«¡Usted es un pobrecito hablador», le dijo el guardia, dándole la espalda, moviendo la cabeza con rechazo y marchándose.

«Los hormigas son débiles, pero en grupo pican», le gritó el loco.
Por su parte, el Dr. Liciaga no le perdió la pista. Escribió en una carta, desde Barcelona, a sus parentela en Pepino, antes que la muerte también a él le cerrara los ojos, el 27 de octubre de 1900, que había escuchado la fábula más maravillosa que alguna vez escuchara y que, pese a la muerte de Manuel Corchado, la sonrisa que le produjo el cuento no se le ha quitado. Confesó que cinco años después de la muerte de Corchado murió el fabulista y que espera al morir él, recordarlo. El donó el ataúd y el noble entierro del anarquista en 1890.

03-14-2004

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[«El Pobrecito hablador», periódico dirigido por Adolfo Medina, editado en Mayagüez (Puerto Rico) de 1900 a 1902, dedicado a la defensa de los trabajadores; más que anexionista, Medina González fue un socialista-anarco, adcrito inicialmente al Partido Republicano de Barbosa. En 1903, publicó una recopilación de artículos con el título Medinadas. Fue biográfo del poeta Luis Rodríguez Cabrero (Diabolín), ensayo publicado en 1923, dos años antes de morir en Aguadilla.]

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Levante el corcho y gane

Más que en la radio, porque todavía hay vergüenza en las emisoras, se escucha en velloneras que una daga está perdida y que un fulano la tiene. Ese es Marcelo. La verga que le calculan mide 10 pulgadas. Le consta a su mujer, Juana La Muda, pero preguntan a él, cuando lo ven: «Marcelo, ¿donde tienes la daga?»

Al parecer, no es una bribonada. Sólo un chascarrillo pueblerino. Confianza con él por parte de la gente que, en Pueblo Nuevo, Stalingrado, Tablastilla y de ahí hasta el viejo Guayabal, es pícara. La canción de Peñaranda dio el motivo. Está pegada.

Es el año de 1954. Don Marcelo, como siempre, trabaja. Duro que trabaja. Levanta drones de basura, a puro brazo y con la sola protección de unos guantes de tela, grasientos y cochinos.

Casi siempre viste de kaki, con manchas de todo desperdicio en su pantalón raído.

¡Es hombre sencillo, campesino, trigueño! Ya tiene dos nenes de su mujer, Doña Juana, quien es hermosa, tetona y con buen trasero. Ella es muda, pero es, por igual, su orgullo y su contento. Viven en un cuartucho pequeño en la barriada Stalingrado, frente a Santos González y es vecino de otra gente pobre de los callejones.

«Marcelo, ¿dónde tienes la daga?», preguntan, choteándolo.

Dijeron que La Muda habló cuando la perforó entre los muslos.

«La vimos de encargo».

«Sí, parece que viene cría», dice él.

«Entonces te habló y te lo dijo. ¿O te echó gritos?»

«No dijo ná».

«¿Ni Ay?»

«¿Ni echó de habladas?»

«Ni diabladas, carajo», alegó Marcelo La Daga casi riendo.

«¿Con diez pulgadas de bicho? ¡No! Esa muda algo habrá dicho».

Se acostumbró al relajo. Marcelo no se enfada. Hombre de Dios, lo ofenden y se queda callado. Es un hombre de principios y ser bueno es uno.

Otro día igual. La jodida canción «Marcelo, dáme la daga» lo tiene rechoteado.

Mas este día no se lo echarán a perder con ironías. La muda (que ha estado bebiendo un ponche vigorizante, producto de la Cervecería India), dará por seguro un hijo fuerte, bien nutrido. Van a decir adiós a la anemia y las jincheces.

El hambre siempre ha sido un enemigo de los pobres.

Este ponche es mejor que la malta, con huevos, yema y clara batidos. Todo lo tiene. Es super-nutritivo y lo anuncian en radio y televisión, según parece, con esa propaganda que dice «Levante el corcho y gane».

Y su mujer que espera, ya lo viene probando.

«Marcelo, ¿dónde tienes la daga?»

Está demasiado contento para que este burlón lo chacotée.

Con esa humilde tan suya, casi reverencialmente le responde:

«Donde la tengo no te lo puedo decir ni menos enseñártela porque aquí hay gente decente y hay que respetarla».

No esperaban esa respuesta ante tantos fulanos, así que felicitaron a aquel hombre tan bueno y tan pobre como torpe de labios. Un analfabeto que no encuentra la palabra adecuada y sabia para defenderse ante los truhuanes de ocasión que nunca faltan ni en tu barrio. Mas es una verdad: ¿Quién no quiere a Marcelo La Daga, el basurero? Si él te limpia las calles, si él te barre el batey, se va silvando de tu predio. Es un hombre útil. Un ser humilde, grande de músculos, minúsculo de labia.

¡Es un alma de Dios, con un morcillo grande y prieto!

«Te veo feliz, Marcelo!», observaron.

«Es que no lo saben. Levanté el corcho. Me pegué con la chapa».

«¡Coño! ¿Y con cuánto?»

Era lo que esperaba que le preguntaban para ponerse ancho de orgullo. Se sentía rico.

«¡Con mil pesos!», respondió Marcelo.

«¡Válgame Dios! ¡Las mil vírgenes!»

«Eso es tener daga pa' dar».

«¡Hoy si que habla la muda!»

Y prometió que habría su cervecita para cada vecino del barrio. Sí, celebraciones. Es un dineral lo que ha ganado y le viene de perillas ahora que su mujer echa barriga por su causa de su daga. Feliz se puso Stalingrado por Marcelo.

Después de mostrar y convencer con la chapita de la suerte y cuyo corchito peló, con paciencia en su casa, utilizando una cuchilla de bolsillo, con $20 que tomó prestados, se lanzó a Mayagüez. Dicen que fletó el carro y se hizo acompañar de un guardaespaldas, porque, si le dan el dinero, vendría rico. $1,000 en aquellos tiempos serían muchos centenares de veces su sueldo.

«Voy a tener nevera», dijo.

«Mira, con ese dineral, carro propio».

Sin embargo, esa misma tarde llegó triste. Stalingrado lo esperó, rebosante de alegría, y él vino cabizbajo, casi lloraba. Su acompañante tuvo que explicar que la chapa no era válida. Que rayó la cifra de $1,000, que se perdió un pedacito del signo $. Muchas tonterías dijeron para no honrar la promesa del concurso. Había premios de $50, de $100, de $500... y esos mil, no lo van a pagar si no traen el signo de $... Son mil dólares.

«Esto me suena a vil putada. Han de ser unos ladrones».

Casi todo Stalingrado examinó la chapa.

«Tú levantaste el corcho, Marcelo. No dejes que se burlen de tu daga».

«Es que en Mayagüez no te conocen».

«Es verdad no me conocen».

Cierto. Le dieron largas sin dignarse a mirarlo, porque su mejor muda de ropa estaba pintarrajeada con una mancha de plátano. Se había bañado, pero le hicieron entender que olía a mugre. Lo vieron prieto y pensaron, se seguro: «No te bañas». En verdad, habrían pensado que la suerte y las gratas bendiciones no se aplican al pobre.

«El mil y el signo están claritos. El concurso no termina hasta diciembre», aseguró el barrio en pleno.

La noticia del engaño también corrió como celaje. Marcelo levantó el corcho y no pagaron su premio.

Reanimado por la solidaridad y esas ideas que ilusionan de pronto, Marcelo se fue directamente al distribuidor local del ponche. Un almacenista regional, si se quiere, de productos de India Incorporated. Felipe López Lugo le dijo: «Estoy para servirte, Marcelo».

«Gané y no me pagaron», dijo el pobre negro basurero.

«¿Te hallaste la tapa en los desperdicios?»

«No, señor. Compré los ponches porque mi mujer está esperando».

«Entiendo».

Don Felipe examinó la chapa de metal. Usó una lupa. Hizo sus alardes de zorro viejo y concluyó: «¡Es una pena! La cifra de mil indica el premio, pero los concursos tienen sus reglas. La Cervecería tiene sus expertos y sus asesores. Un premio se concede en acorde a ciertas normas y son rigurosas. Deben cumplirse. Si no validaron la tapita del producto el problema es grave... Vamos a hacer una cosa, Marcelo. Te voy a dar $150 por la tapa. Voy a arriesgarme a que pierda ese adelanto que he de darte; voy a ver si lo cobro en tu nombre; pero, por de pronto, me voy al intento, pierda o gane. Sé que tú necesitas e hicíste ya planes con el premio».

Rumbo a Stalingrado, se fue el hombre. Hipotecó la tapa. No va contento del todo, pero dice: «Algo es algo».

Alguien se encabronó en el bar de Millán: «¡Coño! ¿La vendíste? Tanta bicho para'o y tan pendejo. La Daga, ¿qué has hecho?»

Entonces, pagó al colillo de borrachines unas cervezas, así los tendría contentos.

Al paso de los días, quien estaba feliz fue el comerciante López Lugo. Chiflaba de puro contento. Daba los buenos días. Había cobrado unos $1,000 la misma tarde que vio llegar con rumbo a su almacén al pobre Marcelo.

Al verlo tan contento, se dio un momento y dijo al camionero: «Espérame un minuto», pues, estuvo en tareas de recogido. Colocó un dron de basura, a mano, a flor de tierra. Se quitó las guantes mugrientos y entró al establecimiento.

Don Felipe fingió que no oyó su grito. Y lo dejó con la mano extendida. No quiso saludarlo.

«¡Ay, qué pena, Marcelo! Lo supe hoy, por voz de mi abogado. La tapita no sirve. No se pudo validar. No cumplió con las reglas que te dije. En fin que perdí los $150 que te dí, pero no te preocupes. No te los estoy cobrando. Sólo te digo para que lo sepas».

«Lo siento, don Felipe».

«¿Ya lo has gastado?»

«No, no es eso, pero casi...»

Todo se sabe, al fin. Dijeron que Pepino es un pueblo afortunado. El premio mayor ya fue cobrado.

El más suertudo de los pepinianos llegó a la empresa India. Ante ejecutivos de la promoción «Levante el Corcho y Gane», fue trajeado. Es hombre blanco, respetable y eficaz al dar explicaciones.

Aludió al poder de sus asesores legales. Tiene abogados que puede consultar, si es necesario y, además, al cobrar va de por medio su prestigio como hombre de empresa, almacenista y distribuidor de sus marcas. Por casi todo el centro-oeste de la Isla, él es conocido. Dizque que pagó más de $350 por la tapita de un ponche. Planteó, conclusivamente, que la validez de la cifra bajo el corcho, acorde a las reglas del concurso, es incuestionable.

«Vengo a cobrar el premio», dijo Don Felipe.

Ya no hubo remilgos. La frase clave fue mis abogados.

Diciembre 2005

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Memorias de Genaro Eleuterio en el ‘Pueblo del Que se Joda’
«Nihilista es un hombre que no acata ninguna autoridad, que pone en duda y no acepta ningún principio de fe, por muy respetable que sea»: Turgunev

«Yo soy el espíritu que siempre niega, y con razón, pues todo cuanto tiene principio merece ser aniquilado, y por lo mismo, mejor fuera que nada viniese a la existencia»: Mefistófeles, en Fausto, Goethe

Desde una cárcel en la islita de Vieques, Don Genaro se ha apurado a recoger unos recuerdos, llevándolos a tinta, con una pluma que casi siempre está seca. Ahora es un preso común y, teniendo un quinqué por lumbre, en calabozo cuando no hay ni quien lo vigile, más es lo que medita que lo que puede escribir. Antes fue Escribano Real, le sobraba para tinta y pergaminos. Además, entonces, tenía muchos amigos, con los que podía lamentarse y echar puyas contra la misma reina Isabel II, a la que gusta llamarla Gorda Estúpida y, con amigos de la Milicia del Pepino, vociferaba que los grandes Generalazos de Madrid y otros puntos de España (más refiriéndose a Narváez, Espartero y O'Donnel), son recua despreciable de incompetentes, «seres antiheroicos» que adormecen a la nación en el Antiguo Régimen cuando el mundo se mueve hacia un modelo liberal. «Llegamos al último tercio del siglo XIX como los güevos del perro: atrás y como el culo, bajo el rabo».

«Sí. Es indecoroso, o vamos... incomprensible, que un hombre culto como Genaro Eleuterio se explaye con ese coraje», dice todavía Luis Chiesa, el ex-Alcalde que lo exilió a Vieques. Ha dicho, en varias oportunidades, que Don Genero es un nihilista y que lo tiene entre ojos.

«¿Qué nihilista ni qué ocho cuartos? Sé que es la palabra de moda en el vocabulario político de los Zares, pero no me aplique esos lexis, o discursos... yo sí le voy a dar los nombres de los nihilistas de Pepino... que no son muy distintos a los que sé de España»... sí, él daba nombres y habría jurado que, como él, pensaba Cebollero e Ibarra, sus amigos del Cuartel de Milicias.

«Nunca me gustó que hablara así sobre la Reina», le dice ahora a uno de ellos, sargento que se rajó de dar apoyo al Grito. «Es cierto que ella no tuvo dotes para el gobierno y era tonteja, siempre presionada por la Corte y los generales, pero ella da nos el trabajo... con la Regencia de María Cristina fue peor y entre los generales había rencillas y una guerra civil... todo fue mal desde que murió Fernando VII y Cea Bermúdez quedó como primer Presidente del Consejo de Ministros», recuerda en cambio que dijo a don Genaro.

«¡Por mil demonios, Chiesa! Cea Bermúdez y Fernando, el difunto, fueron el mismo tipo de escoria: absolutismo. Martínez de la Rosa fue quien abrió un poquito de luz, poquita luz en aquellos caminos tenebrosos de la ingobernabilidad dentro de la tiranía... Entiende, Chiesa, la verdadera luz la dio la Constitución de Cádiz, no esa vana bicoca del Estatuto Real de 1834... ¿Acaso no te gustaría que haya partidos políticos en España y que se extienda acá, a Puerto Rico?... Y paz, si acaso me insinúas que son los liberales quienes traen sublevaciones, si paz es paz... la trajo Álvarez Mendizábal».

Así hablaría don Genaro, antes que creyera que a Chiesa lo iba corrigiendo para el día en que se diera el cambio. Tenía fe en el Dr. Ramon Betances y en un par gentes poderosas en el Pueblo de Pepino y Lares y hasta pensó que Eusebio Ibarra y Manuel Cebollero, eran de éstos. Bravos contactos en la Milicia de la Junta Secreta El Porvenir...

Dándoselas de educador bona fide, Don Genaro los tomaba como oyentes y cómplices, mas eran veletas. Humos. Vientos arreciados en aras de choteo. Ellos, dos militares que apoyarían lo que él soñaba y sabía, por sus vías, que podría ocurrir en España ahora que Serrano, Prim, Pi y Margall, movían algo de hilos del liberalismo español...

Han sido listo los milicos locales. Por eso escribirá con tristeza que de héroes románticos pasaron a antihéroes. Sin embargo, en privado, ellos dos, Ibarra y Cebollero, lo azuzaban. «Díme, Genaro, cómo se mueve la política en España y que puede que pase en Puerto Rico». A fin de educarles, Genaro les habló sobre la crisis internacional que se observara en Europa, la Caída de Narváez, primer Duque de Valencia y ministro español y los sucesos de la Noche de San Daniel, y educaba en faenas, asuetos de aburrimientos, a este alcaldillo mediocre, sucesor de Joaquín Martorell.

Eran los días en que, por temor a alzamientos, la reina Isabel II de Borbón preparaba su exilio y el mediocre de Narváez apretaba las nalgas. Amadeo de Saboya husmeaba, desde mucho antes. El exgobernador Prim i Prat quería protagonismo; pero leer de estos laberintos las palabras escritas con hilos de plata era tarea de iniciados. Don Genaro Eleuterio López era uno de los pocos que sabía hacerlo y dizque, entre novelitas por entrega, desde España, le venían escondidas mensajes que eran sus prendas de gramática parda.

«Lo que ocurre en España en esta década de 1860 es lo mismo que ocurre en Rusia... Allá es contra el absolutismo zarista que se opone resistencia y la guerra se materializa con el terrorismo. En España el terror es canalizado con la acción de los generales. Vea la llamada Noche de San Daniel... Allá, en Rusia, la gente sufre y permanece en la miseria y la ignorancia. Con España ocurre igual; pero, de las arcas pública se derrocha el dinero para combatir en Trafalgar, Chile y Perú, o en hacer un ferrocarril desde Madrid al Irún, o seguir en los banquetes y la cortesanía paraisitaria... y hay crisis de liquidez en el mundo. Y el asunto es que en España, hasta el obrero católico, defiende la riqueza a la Iglesia y, peor cuento... al mejor de los economistas que fue don Alvarez Mendízabal, lo vituperan. Lo sacan del camino y todo cuanto propuso, con la alianza de José María Calatrava, con sus muchas conciliaciones necesarias, lo van tirando al olvido.... y mire usted ahora la resultante crisis, decenio tras decenio. Ni se han cumplido y sustentado las reformas económicas en el ejército español ni en la hacienda pública ni se prosiguió la desamortización de los bienes de la Iglesia católica. El fin del desconteto entre partidarios liberales ni conservadores persiste y es gran parte por la culpa de esa tonteja gordiflona...»

«¡Alabado sea el Señor! que no se te quema la lengua, Escribamo. Con razón, Francisquito Lugo y Pablo de Rivera me dice que eres un nihilista, que no tienes fe ni acatas autoridad alguna... Que eres como el renegado Salec, descrito por Cervantes en La gran sultana...»

«No, Chiesa, no. Estoy diciendo que hay que abrir paso al progreso y la democracia. Que esta obediencia isabelina, en España, ya no tiene sentido. Y es la causa de la violencia. Ella terca haciendo mollero con Ley Sálica... La Noche de San Daniel no tiene sentido. Isabel II como pretexto y marioneta de los generales no es útil. España requiere un sistema de parrtidos y un pueblo con derecho universal al voto... ¿Cuántos decenios, ya idos Alvarez Mendízabal y Calatrava, necesitaremos antes que estalle la próxima guerra? ¿Es mucho que estos dos jóvenes uniformados se instruyan sobre la política? ... porque puede que sean Prim, Serrano y Topete, los que vengan mañana y sustituyan a los enviados por la follona estúpida que ni pinta ni raspa!»

Y siendo que Don Genaro se aprovechaba de su vejez y su sapiencia, para no respetar con sus palabras a la hija de Don Fernando VII y María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, Don Luis le preguntó si es acaso partidario de Carlos María, cuñado de la reina y enemigo de sus causas.

«No, Chiesa, no».

Juró que todo lo origine una tercera guerra carlista y alzamentos campesinos (como los dos originan con sus tercas propuestas) merece su repudio. «Ni con Isabel ni con Carlos. Ni isabelinos ni carlistas. Me repugnó el Alzamiento en San Carlos de la Rápita y la Sublevación campesina de Loja, aunque sí entiendo más al veterinario Rafael Pérez y su movimiento en defensa de la tierra y el trabajo y es que los carlistas y la Reina Boba están llamando a la Muerte con sus voces y, nosotros en las antillas, cruzados de brazos...»

Y Luis Chiesa, perdido el temple, exclamó al fin: «¿Y qué quiere que hagamos si Isabel es quien manda y si no mandara ella, ¿quién si no Carlos?»

«Pues te diré: Existe un principio de soberanía popular. Que el pueblo mande y con su voto elija... Si quieres, inventa un pueblo para una Reina Boba. A éste no lo llames Fuente Ovejuna, ni tampoco El Pepino... aunque sí, hay de esos especímenes que llamaste los nihilistas. Mas yo no soy uno de los que mencionara Francisco Lugo y Pablo de Rivera... esos nihilistas ya no son los mismos que confiaban en el positivismo de la ciencia, venga su altruísmo comteano de Francia o Inglaterra. Ya ni siquiera están encorajinados, con el liberalismo intelectualista. Ya nada de nada bueno... y es por eso que estoy triste. No son héroes románticos que van en apoyo del pueblo y hacen suya su causa... Ahora no van a ninguna parte. Van al Casino, a los gallos, a jugar baraja. Van a las casas de jíbaro jincho, a seducir arrimadas... Son fríos cínicos. Deciden voluntariamente el fracaso de sus vidas y sus pueblos. No creen sino en velar güiras. Sus discursos son perversos, sin melancolía, antiheroicos, criminales incluso... Están allí, donde hay un chorrito de licor y barajas y se reúne una juventud incrédula y descorazonada, con Vasallo y Martorell a la cabeza... ya no creen en nada. Se van a poner a aplaudir lo que se cueza en España y la desangre mucho más. Cuando eso suceda van a decir, que se joda, que se joda todo. Que se joda...»

NOTA: Tras la secuela de Revolución de Septiembre de 1868 y el Pronunciamiento de Prim, Serrano y Topete, se origina efectivamente el exilio de Isabel II y una rebelion en Pepino y Lares. Reprimida, el Escribano Don Genaro Eleuterio López es deportado a Vieques y se hizo obvia la traicion de los dos militares en que confiara, Ibarra y Cebollero

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El dia que nos pidieron cuentas

a don Jeremías Beauchamp Olmo (1897-1979)]

«Hubo un día que nos pidieron cuentas…»

El había nacido en Las Marias, pero tenía una casa en Pueblo Nuevo y primos en el barrio Perchas. Según Margarita González, su vecina, el Buen Jeremías, ese bendito señor sería como un pionero benefactor de lo que fue Pueblo Pueblo, porque su finca se convirtió en pedacitos / parcelas que vendió poco a poco / para fundar ese sector urbano. El bromeaba con ella «echándole miedos» con «revolucionarios de Lares», que vendrían y quemarían el Pueblo. Mas esta fue una broma entre amigos, un relajo de vecinos que se chotean uno al otro, por cosa de confianza.

Ella era del PER, el partido de los anexionistas de Juan Bautista García Méndez («sólo porque es de Pepino»). Más bien, según su lógica política, lo que ella sería, o pretendió serlo en los tiempos de la Depresión, fue una partidaría de la idea de que se unieran los republicanos puros con los socialistas, faena que impulsaba Antonio R. Barceló, haciendo migas con Santiago Iglesias Pantín. El miedo de quemas, o el tema obsesivo… no les vino ni ella ni a él por viejos. Es un asunto de folclor o imaginario colectivo que caigan centellas y quemen la iglesia. O por descuidos con una vela, una vieja beata incendiara el Poblado.

En el caso de Margarita, es que su bisabuela le echaba miedo con la gente de El Porvenir, un grupo secreto de independentistas que quisiera romper el nexo de la isla con España y, para ahondar en el choteo, la bisabuela le dijo, lo mismo que decía Beauchamp Olmo, que si es que vienen los alzados comenzaran en Lares, lo harían por carambola después en Pepino. Esto es: ultrajarían a las viejas católicas, de esas que no se casan y visten santos y se pasan mascullando maledicencias contra las putas.

Para quien conozca de qué raíz viene ese cuento, investigarlo es fácil. Es una de esas ironías de su bisabuela que, siendo violada de chamaca, a pesar de todo, no perdió ocasión de conquistar a tres maridos. Tenía sentido del humor y mucha sana diablura. Se juntó en amasiato tres veces y, conocidos los defectos de sus enamorados, tres patadas por el culo dio a todos ellos «y a cagar pa’l monte», les decía. Un hombre que no trabaja no sirve para nada, aunque sea guapote y cingue deliciosamente.

Margarita, feona, estéril, a veces tonteja e influíble por cualquier vacilada, fue tardíamente que le tocó la suerte de hallar a su Sindo, uno de esos Arvelo, con mucha pinta, pero vagos. De los que nunca trabaja, a pesar de que andan bien vestidos, afeitados, perfumados y diciendo cosas bellas, con alegría y hasta lirismo. Un viejo-verde, aunque más joven que ella, galante y piropeador. En fin, que fue ella quien, con bondad de Jeremías, halló dónde meterse en Pueblo Nuevo con él, su Arvelo. Eso así, los dos una parejita agradecida, que bendecía el nombre de los Beauchamp Olmo y los Beauchamp Angleró, que son cepa de los mismos.

«Para hacerte el cuento cortito», ésto que era un estribillo de Margarita, cuando quería darse prisa, porque siempre fue hacendosa, servicial y le gustaba andar para un lado y para el otro, después de faenas como doméstica con los Rodríguez, los García y otras familias ricas del pueblo, un día se supo sobre lo que hizo un utuadeño y el triste final que tuvo. Hubo tres asesinatos, seguida de una matanza en Ponce.

Fue en los días de febrero de 1936. Un día 23, exactamente, que Elías Beauchamp e Hiram Rosado se vengaron como represalia a la Matanza de Ponce, echándole balazos al coronel de la policía Riggs, asesor del Gobernador Blanton Winship. Lo mataron en San Juan y una vez que a Hiram y Elías los capturaron, la policía los mató en el mismo cuartel. Así de simple.

Esto fue una conmoción como la Masacre misma. Lo de Ponce fue en Ponce, pero, que se matara a un jovencito bueno, como Beauchamp, fue como si la masacre hubiera ocurrido en Pepino y, concretamente, en Pueblo Nuevo. Por varios días, iba la policía a apostarse en las cercanías de la casa de Don Jeremías Beauchamp Olmo, como si él tuviese que ver con el crimen de Riggs, o fuese un cómplice de aquel muchacho.

Ocurrió que tener ese apellido se convertía de repente en un delito. «Ser un Beauchamp es tener cola que le pisen», decía la policía. Margarita que supo sobre lo de Ponce y no quiso salir, por muerta de miedo, cuando oyó sobre el caso de Beauchamp y Rosado, se levantó espantada, salió como una histérica a buscar a Jeremías. Ella todavía no vivía con Arvelo. Y quería, como sacar algo de su alma, desahogarse. De pronto recordó aquellas pláticas suyas con don Jeremías, aquellas cuasi bromas, de si arribarían unos lareños a violar a las beatas. De si conviene o no conviene que el Partido Unión, de Barceló, haga un pacto de alianza con los republicanos puros. Un entendido político entre Barceló y Santiago Iglesias.

El asunto es que, unas llamadas «fuerzas vivas» de organizaciones, tales como la Asociación de Agricultores, la Cámara de Comercio, la Asociación de Productores de Azúcar y otras, encabezadas por Eduardo Georgetti, cabildearon ante el Congreso y la Administración de Washington para desacreditar a Barceló y el clima de hostilidad se hizo terrible. Lo acusaban de mostrar tendencias hacia la izquierda social, de ser un comunista con una agenda para fortalecer su agarre con las masas del pueblo, porque, en verdad, que habían estado hambrientas. Y el Partido de la Unión, hasta ese entonces, había sido el mejor partido, sin ser abiertamente independentista. Mas ahora había riñas entre Tous Soto y Barceló… ¡Tanta riñas que al oír estas cosas en los bufetes legales de los ricos en el Pueblo, a ella se les pegaban como obsesiones! Ha querido saber, desde que dieron el voto a las mujeres, si algún partido quiere despegar a Puerto Rico de los EE.UU., «porque si eso pasara, nos moriremos de hambre».

Su bisabuela le decía, por ridiculizar sus temores: «¡Coño, ya nos estamos muriendo y estamos pegaos a los americanos! Esos políticos lo que batallan y discuten es el control de los puestos políticos». Habían pasado diez años, desde ese 1925, en que un Comité de Territorios presentó su informe a favor del proyecto de ley concediendo a Puerto Rico el derecho a elegir su Gobernador por el voto popular para el año 1932, diez años en que, entre Margarita y don Jeremías, no se volvió a cruzar un comentario tan fuerte como aquel de rebeldes procedentes de Lares para ultrajar a señoritas… mas ella ha recordado aquellas conversaciones como si fueran este día y se levantó de una hamaquita, en medio de sobresaltos.

«¡Coño, Margarita! Te aseguro a los gringos lo menos que les importa son las cuestiones políticas. En Washington, la preocupación será siempre cómo seguir explotando esta isla, tan llena de problemas económicos», y pese a sus ironías, con la bisabuela, hallaba paz. La vieja sabía más que todos los García Méndez juntos, más que el esposo de Doña Bisa, con todo y su título de leyes… Ahora, como si hubiera predicho algo, o se hicieran realidad sus vaticinios, se peleaba Barceló con Córdova Davila, el Comisionado Residente, que no entendía que Santiago Iglesias, también quería reformas de justicia social, sólo que en Yanquilandia, como la bisabuela nombrara el Capitolio y Casa Blanca en Washington, que pactara una alianza con Santiago Iglesias sería como pactar con el comunismo y, por razones de «seguridad nacional», no conviene.

«Si los independentistas tienen triunfos sociales, con base al sindicalismo y el anarquismo de Santiago Iglesias, se desacreditan ante los ojos de los EE.UU. y, localmente, se engrandecen, ganarán muchos votos y, si desde Washington se nombrara un gobernador puertorriqueño, no va a ser uno de ellos, no va a ser Albizu Campos, seguro que será ese buscón de Santiago Iglesias, ese español, gallego, vendepatria», analizaba su dolor de muelas de Mirabales. «Y Santiago Iglesias está buscando puesto, no justicia».

¡Qué falta le hacía ahora ir con Jeremías! Quien, en política, pese a lo bromista, está bien ubicado. Guarda el equilibrio. Debe estar pasando una tristeza, si es que, por la Matanza de Ponce y de esos muchachos, se lo comerán a preguntas, como aseguran los vecinos.

«¡Ojalá que no se le haya botado la canica!», decía según iba por las callejuelas de Pueblo Nuevo, oyendo las sirenas de carros policías. «Ay, Virgen de La Moreneta, ¿qué estará pasando cerca de la casa del pobre Jeremías?»

No se acercó a las verjitas de él, frente a su casa, aunque había uno vecinos curiosos. No lo hizo hasta que se fue la patrulla y lo vio que no iba dentro de ella. Respiró hondamente. Temía que por ser un Beauchamp se lo llevaran al cuartel para matarlo.

Al fin, sacó valor. Se fue donde él, abrazó a su esposa, que tenía un nene en brazos. Allí estaban algunas gentes de su parentela. Vio a su hermana Francisca, a quien también conocía, parentela de su esposa, que son González Irizarry e Irizarry Sepúlveda. Se abrió paso entre ellas:

«Aquí está la otra Margarita que faltaba», la saludó. «Y es que quien nada debe, nada teme».
Margarita hubiera querido hasta aplaudirlo, aunque no lo creyó apropiado, sino que lo abrazó. Ella, hablando con los García, supo que los Beauchamp peligrosos, esos que tienen cola, son los del Grito de 1868, uno que vinieron de Francia, hasta Haití, Cuba y Puerto Rico con los Sterling, y esos… como Pablo Antonio son mayagüezanos…

«No hay nada que temer, mujer tranquila», dijo Jeremías, separándosela del pecho, porque lloraba y lo ocultaba, abrazándolo. «No pasa nada. A todos nos llega el día en que hay que dar cuentas y decir de dónde procedemos. Acabo de decirles a esos policías, que Carlos María Beauchamp Giorgi, alcade de Las Marias, fue repetidamente puesto por las tropas americanas leales y cuatro veces electo, hasta recientemente en 1921. Y les dije que si consultaban quiénes han sido ya Secretarios del Senado, hallarán a un tal Ramón Beauchamp González… y yo no niego a mi pariente, al que se llama Elías. Ni estoy para aplaudir ni para que justifique la forma criminal en que en el cuartel lo mataron. No es éso. Digo simplemnete que la gente buena y querida cuenta también y ser Beauchamp no es malo…

17-02-2000

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