Thursday, January 20, 2011

El pueblo en sombras / 22-28


Del 1 al 9 / 10 al 16 / 22-30

La paliza

Dante, in his Inferno, gives the name of Chiron to the keeper of the lake of boiling blood, in the seventh circle of Hell: Ivor H. Evans

Doña Margarita Milita Rivera, viuda de José Torres Pino, alias el Indio, supo que, en campo y pueblo, se la distingue. La comunidad la quiere y respeta. Madre ejemplar, centauresa poderosa, no sólo sus hijos, el pueblo entero, la amarán mientras viva. Las memorias de sus piedades carmelitas y misericordias se guardaron en lugares visibles. Cuando ven a los Torres-Rivera, o se acuerdan del contratista El Indio, o Don Elipidio, el Maestro, por mencionar a algunos, la bendicen.

Es muy linda esta familia que formara. Su ancestro y su progenie, su talento y prudencia. Aníbal se graduó con los primeros honores de Farmacia; Elsa, la doctora, brilló como nadie en las escuelas de Medicina, tanto en España como en Puerto Rico. Tommy, recién se graduó del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas. Es ingeniero. Raúl, primer hijo de su carne, también optó la carrera de ingeniería.

En fin, sólo una madre como Milita, a sus críos los anima a educarse, a ser tan ejemplares, luchadores, exitosos... El boticario Aníbal, gloria de la Facultad de Farmacia, en la Universidad de Puerto Rico, ya entendió el arquetipo quirónico. El Negrito, como lo llaman cariñosamente, lo preguntó a Toño el Loro cuando abrió en los albores del '50, su farmacia. Y aquel seudo Centauro, mandulete sabio ya por viejo, hermano de Feya tan bonita que tuvo enamorado a Otilio (Fuentes) el zapatero, con mucho de su entusiasmo, lo explicó: «Si lo llaman Quirón, don Aníbal, bendiciones son que le estarán echando porque el Buen Centauro sabía acerca de todo y enseñó a los héroes del Olimpo música, medicina, cacería. Dio buen consejo a todos y Zeus, o Júpiter, el gran dios, lo colocó en los cielos entre las estrellas, llamándolo Sagitario. Le estuvo agradecido». En fin: Quirón es un centauro bueno. Y un centauro es mitad bestia, mitad humano. Y se pregunta el Negrito si eso puede ser, no sólo en los mitos. Y la enciclopedia ambulante, Loro Guillé, le dice: «Más que lo que imagina es el vecino en que menos se piensa más bestia que humano».

Esta es la secuela de un balance de gozos. Ella, Rivera Bourdón, dice que Dios y la Santita de Avila (Teresa de Jesús) la bendijo. Ahora tiene sus medianas abundancias y han nacido hijos de su carne, con el matrimonio de Cheo el Indio. Ha criado hijos que no son suyos, sobrinos, niños prematuramente en orfandad y sin cariño.

Tommy fue uno de estos hermanos de crianza. Lo enseñaron, siendo el más joven en la casa, que días se turnan en la vida y son duros. En días de zozobra, pobreza y confrontación, irrumpe la Luna negra. Muere la luna blanca. «Esta es el alma y, les diré más, hijitos míos. Existe el karma», dice Doña Margarita, «entonces, hay que llenar la casa de luz», y a la tarea, como siempre ha de llamarla, «la responsabilidad, el trabajo, la herramienta, el equilibrio».

Aníbal, Hiram, Elsa, Noel El Finito y Carlos, hijos de sangre, la oyen como si hablara un numen. Milita está muy feliz a los 70 años de edad. Fue el momento en que confiaron a Tommy, a quien no siendo suyo, lo quiso. Será al último que instruya como a todos. Se le alimentó y dio vestido; se le pagó una carrera, la que habría gustado a El Indio si viviera: Ingeniería.

Doña Margarita se ha puesto a recordar a su marido. Era flaco y alto, dijo a los pequeños, quienes nunca lo vieron. Lo adivinan por palabras que ella dijera en ocasiones que venían al caso. El Indio habría sido un matemático notable, empero, calculó líricamente toda sus obras. Tenía ojos finos y audaces para echar perspectivas y edificar cimientos. Pepino no tuvo, antes que él, un constructor tan hábil, pese a sus ojos de buen cubero.

Fumaba un cigarro de tabaco fino, confeccionado en Cuba, el Savarone.

Un día cortó en trozos unos tallos de ausubo y dio unas órdenes que parecieron vaticinios: «Que se me haga, díganlo a Vargas Labaille, un ataúd bonito». Y se murió dos días después de haberlo dicho. Después, tras recordar su entierro, doña Margarita dijo que ella también fue buena y servicial. Fue una Carmelita sin convento, una misionaria como la Monja de Avila. Oraba mucho por el pueblo y sus pobres.

Jíbaros jinchos, hambrientos, malvestidos, dejaron la espesura de los montes y, en tareas de amor social, la conocieron porque, en 1925, decía el Dr. Felipe J. González, al ver que salía de La Carmen, donde se surtió de mercanías, Rivera Bourdón es una centauresa, arquetipo de Quirón o Pholus. Un rayo lunar de Isis tiene por alma y ese cangrejo duro de experiencias es su hogar. Sus respuestas instintivas a la vida, al sufrimiento de otros, las sacó de precintos sagrados y los pequeños cangrejitos de su sangre fluyen, desde lo subjetivo y vivo de la carne, con virtudes afines. Como Quirón, nacido en Tesalia para educar a Aquiles, Heraclés, Apolo y otros dioses y héroes, la Matrona Margarita es la centauresa, lectora de Santa Teresa: hospitalaria, caritatativa, amorosa.

Vivió y creció en Pepino, comunidad aún imprudente y con un pasado de conductas bestiales en remojo; pero un árbol de ash-tree a Milita le recordó su origen, su temenoi, la raíz de su vivencia sicológica. Muchos son los que sufren cuando la seguridad falta. En la Isla, como en las lejanías de Tesalia, se necesitará la estructura y disciplina. El carácter importa, hijitos míos.

No le cuenten a ella que vio el hambre antes de que llegaran los cuerpos en pena, los estómagos tristes.

«Desde los diez años te crío, Tommy. Sé ingeniero y graduáte. Házlo por el Indio».

Y él miraba a su hermanita de crianza; otra que, como él, llegó a este hogar tan bendito.

«Lo prometo», dijo. Ella fue la adolescente más linda que Tommy había visto y calladamente la amaba.

Y él, por cercanías en el hogar, sucumbió al amor de aquel pimpollo. Ella cumplió los 17 años y él completó su carrera. Tiene 6.2" de estatura, atlético, labios rojos y bembos, pelo negro, rizoso; pero su piel es blanca, aporcelanada. Es un buen tipo, gregario, alegre. Buena gente. Por eso a la muchacha, que aún no finaliza los estudios secundarios, él le gusta. Un duro sentimiento ahora les duele como pareja. Se aman en secreto, ha salido preñada y doña Margarita se ha aferrado a la idea de que Tommy y la muchachuela han cometido, cuando no incesto, abuso de confianza..

La matrona está triste y no se atreve decirlo. La preñada vive los nervios del miedo. A Tommy el disimulo aparente y externo es una procesión por dentro.

La centauresa no es ciega. Precomprende lo extraño y, según pasan los días, a la pequeña de la casa, a la nena de sus últimos desvelos, le pregunta: «¿Qué te pasa?»

Al crecer su barriga, ella no tuvo más remedio que decirlo.

«Maíta, me he enamorado».

Se le rompió el corazón al saberlo.

Lo desgarrante fue saber que Tommy faltó dentro de lo que llama la cueva cálida, la ecología de su hogar y su cariño. Se portó como Hílaco, el centauro, que violara a la virgen Atalanta. Ha salido una Luna negra y no desaparece. Una energía de Urania desvela. Se ha vestido de color oscuro y sus hijos han llegado. Ahora es a la madre a quien preguntan:

«¿Qué le pasa a usted, maíta?»

Aníbal tomó la voz cantante. Lo supo todo. Reflexionó, en términos más oscuros que la noche sin luna, que las luchas contra centauros salvajes en Tesalia. La matrona, ya vieja, se siente como un Quirón flechado en el alma más que en el cuerpo, y no sabría, no supo, sin embargo, el poder que convocó su nombre. Lo que inspiraba ella, queriendo o no queriendo. Pero, claro que no lo hubiera querido.

El negrito de la botica llamó a todos los hermanos. Esta vez sólo importó la herencia químico-genética: la sangre. Se dañó la confianza de otros nexos. Un vínculo moral que pudo haber entre ellos. «A nuestra madre se le faltó el respeto», fue lo que dijo Aníbal, el boticario.

Al culpable lo citaron a un paseo. El se sentó en asiento delantero; tras de sí, la amada que lo buscaba en un espejo. Elsa manejaba. Subieron en dos carros, como quien divide el transporte hasta un festejo. Tendrían que ir todos. Entretuvo a los jóvenes con cierto disimulo. Se cercioró ella misma que había un romance prohibido, viento en popa. Un romance incestuoso y, «qué mala pata, dentro de su propia familia». Sentía un calor insano en las orejas. «Y yo no soy una santa, como maíta». Lo triste habría de ser que se llenara de tirria y escándalo el prestigio de los Bourdón y Torres-Pino». Y claro Pino y Bello.

Por eso, ella participa. Ella acude a la causa común de este repudio.
Los hermanos se habían prometido casamiento, formar su hogar aparte, hacer las cosas bien a fin de que «maíta sufra menos y nos perdone».

Al segundo carro habían subieron Aníbal e Hiram, Noel y Carlos. Lo planearon todo durante el trayecto. Cerca del Campo de Tiro, estacionaron los coches. A la doctora Elsa dijeron: «Quédate con la muchacha; pero... él que baje y venga con nosotros».

Y el ingeniero Tommy acompañó a Hiram, ex-candidato a Alcalde por el Partido del Pueblo, que cofundó con Moisés Vargas y Aníbal, el boticario. A la distancia, se vio a otros hermanos que avanzaron a pie a cierto lugar determinado. Uno llevó una silla y otro, una bolsa con sabe Dios qué cosas adentro.

«¿A dónde vamos? ¿Por qué tanto misterio?»

«¡Cállate y no preguntes más!»

A Tommy dio la impresión de que iban a regañarlo con palabrotas de brutal resonancia. No fue necesario que le trajesen tan lejos. Va a mantenerse callado, en humildad. El cree en la gratitud y el respeto; pero se enamoró... Y vio la silla en medio del paraje y dijo: «Me van a interrogar con estilo de película de gánster».

«¡Siéntate!», fue una orden seca y cortante.

Haría más o menos, dos semanas que Aníbal e Hiram habían dejado de hablarle. Tal pareció que olvidaron su nombre. El comprendía el enojo, mas nunca le dijeron: «Deja la casa donde está maíta Margarita y véte; lárgate con la virgen que manchaste, malagradecido».

Tendría que ser hoy, cuando él informe, que sí la llevará consigo. Está buscando casa y ya tiene ofertas de trabajo.

«¿Qué castigo crees que mereces si muriera maíta por tu culpa?», preguntó Aníbal.

«Hablo con ella cada vez que puedo. Trato de explicarle».

«¡Ya ni habla, sólo llora!», reaccionó Hiram.

«¿Cuánto crees que valen sus lágrimas», volvió a la carga Aníbal, quien se colocó una manopla en la mano.

«Mucho», balbuceó ya con miedo el ingeniero.

«Dáme un número, quiero oír números, cualquiera sea...»

E intentó levantarse de la silla; pero, dos de los presentes lo asieron por los brazos y lo resentaron en una silla que sería de suplicio y escarmiento. Y Aníbal, quien orquestó el atropello, lo golpeó con manopladas hasta que su puño quedó manchado con la sangre de su rostro.

«¡No hagan ésto! Juro que hablé con ella y me voy de la casa».

«¿Cuántos días necesitas para irte?», preguntó Hiram.

«Uno o dos, cuanto antes».

«Es mucho, afrentao», mas le adelantó dos patadas en los güevos que lo tiraron de la silla, pese al esfuerzo de quienes lo sujetaron.

En fín, que lo golpearon con saña que avanzó hasta la noche. Indicaron cifras. Precisaron que todo tiene medida, o se da en dosis como medicamento. Que la vergüenza es finita si él, tan malagradecido, desacredita a la familia de ese modo. Faltó al deber y la obediencia. Redujo al dolor moral a una mujer que fue más santa que sus rezos. Falló a las responsabilidades. Tanto que lo escupieron, le hincharon la cara a bofetones. Y falta... porque, en vez de callar, grita y maldice...

«Ojalá sufran... sientan este dolor... ay, ay... este dolor... que yo estoy sufriendo».

Lo desconyuntarían a patadas.

«¿Quién tendrá confianza, malnacido, con quien se burla de su hermana y su madre?»

Entonces, se turnaron con manoplas y palos. Le rompieron la camisa para azotar sus espaldas.

«... que Dios les mande el pago... el que se cobran... que no sea menos que este dolor», lloró antes de desmayarse.

Le dieron una patada por cada año que pasó en la casa. Le golpearon las costillas con un palo, seis cantazos, cuando estaba sin aliento en el suelo... cada año que tardó en hacer carrera, a costa de los mayores que le mantuvieron, fue cobrado con viles latigazos. Cada uno tuvo un motivo para zumbar sus golpes, invocando al Indio y la madre. De pronto creyeron que lo habían matado porque estaba en el suelo y le sangraba el cráneo. Por segunda vez, perdió el conocimiento.

Carlos y Noel se asustaron y fueron por la hermana.

«Elsa, ven un momento».

La novia tenía miedo y no sabía por qué. Ni sospechaba que estos hombres (que habían sido tan buenos, casi sus padres) cometieran semejantes salvajadas.

«¿Qué pasa?», preguntó.

«¡Quédate ahí. Esto es asunto de familia».

No bajó. Tal vez fue mejor, siendo que está sensitiva por su embarazo.

Elsa se personó a la escena. Examinó el cuerpo.

Se limitó a decirlo.

«¡Este desgraciao aún vive! ¡Dénle un macetaso en mi nombre!... Quiero irme a casa».

Para finalizar la golpiza, azotaron el centro de su nuca después que se hizo un esfuerzo por sentarlo.

«¡Elsa te mandó este regalo!», dijo Aníbal.

Un hebillaso en plenos cascos con un cinto. El cinto de Elsa. La doctora.

Regresaron al automóvil. Hicieron señales de que ella partiera primero que ellos.

Estaban demasiados salpicados de una sangre fraterna para que la adolescente preguntara y les escrutara las presencias, menos que se pusiera majadera con ellos.

La boda que preanunció el ingeniero no se efectuó. Quien lo halló, inerte y comatoso, fue Toño Lebrón y lo llevó al hospital. De la paliza, jamás se repuso. No recordó ni su nombre. Vivió con la memoria perdida y, con la tendencia a pudrirse en vida. Un golpe en el cerebro lo inutilizó física y mentalmente. Tomó muy pocos años para que muriera en Aguadilla, sin el amor de nadie.

12-3-2006

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Doña Dolores habla sobre su madre Lala

... Cuando doña Dolores murió, yo —con todos mis achaques y los sacrificios que represento, a mi edad— dije a mi hija, llévame a Mirabales, voy a verla... Doña Dolores fue, entonces hasta ese día, una viejita, a la que no cupo más arrugas en el rostro; mujer linda de cuna. Tenía ojos azules, mirada cristalina y atenta; el carácter de una mozuela, por curiosa y soñadora. La hallabas siempre sentada en su hamaca y mascando su tabaco, esperando que alguien viniera a escucharla o a leerle... Tenía la voz dura, bien mandona... quejosa, irreverente a veces, mas en el fondo del corazón no había campesina más noble y generosa; más que lo que nadie imaginara; indoblegable, orgullosa, a pesar de verse golpeada por tanta maldad... Estaba orgullosa de ser mujer de campo y, aunque no tuvo más educación que la que le dio Doña Eulalia Prat, estaba enterada de todo y tenía viveza, inteligencia que si se hubiese cultivado, con libros, formalmente habría sido, como fue la esposa del Dr. Alicea Güemes...

Desde los tiempos de Andrés Cabrero Escobedo, el nombre de la familia Prat se hizo muy mencionado y querida en mi familia. La madre de Doña Lola fue bautizada por él... Con la muerte de Doña Lola, yo creo que algo de mi familia, Cabrero y Rodríuez Rabell, también se va, se pierden los recuerdos en común; la raíz de españoles y criollos de pura cepa, que hacían interesante al campo y que tenían una forma de ser, que no es la de la jíbara sumisa, sino la de una mujer de hacienda, como la descripción sicológica de Doña Bárbara, dada por Rómulo Gallegos: María Luisa Rodríguez Rabell Vda. de Negrón

Doña Dolores, a juzgar por lo poco que Aurelia María de los Remedios y su esposo Blanco, padre, recordaron y compartieron con A. Bastide, fue una mujer que deseó haber estado en el lugar de Josefa Vélez Prat y Cadafalch y que, pese a solvencias menores a las que obtuvo la primera, tuvo el mismo coraje de ser autodidacta. Vivió desafiando a todos con una curiosidad esplendorosa ante su mundo. Se convirtió en observadora crítica de su momento histórico. Este fue el por qué se convirtió en un deleite durante mi adolescencia la investigación de aquellos asuntos históricos sobre los cuales ella hablaba con entusiasmo: a saber, el Grito de Lares, la Abolición de la Esclavitud, el Centro Español Incondicional y las partidas de tiznaos y comevacas. A éstos, les calificaba como las tardías cáfilas de anarquistas, cuando no, incendiarios o embrisques. Todo pasó durante el lapso que viviera.

Nació el 5 de mayo de 1869 en una pequeña finca de Mirabales, barrio de este pueblo, y su madre Eulalia la parió con ayuda de una partera. Doña Dolores Prat anteponía su apellido materno y se negaba a utilizar el de su padre, a solicitud de su propia madre- Este fue el Tomás Nuñez. Sobre Doña Eulalia (1830-1890), según el recuerdo de su única hija, supo que fue renuente a casarse, aunque la rondaron muchos varones. Doña Dolores o, simplemente, Lola, sí se casó varias veces.

El abuelo fue don Manuel Prat, muy celoso en cuanto a quiénes daría sus hijas en matrimonio. Doña Dolores guardaba algunos recuerdos de sus tíos; pero, en especial, de sus sobrinos. Entre sus tíos estaban: Edelmiro, Leonora, Cielo y Dominga, a los que jamás vio. «Yo supe que Leonora murió y que a veces el viudo venía a ver a Lalita; a Dominga, la conozco por cartas que envió a mi mare».

Don Manuel separó en secciones la antigua hacienda Los Vélez, ya que Edelmiro y Dominga fueron los primeros que se casaron. También actualizó los métodos de administración. Un licenciado de Arecibo visitó Los Velez, con este propósito, a mediados de 1854. Este, de quien se sólo se recuerda que era Cardona-Coll, dijo conocer muy bien las mejoras y métodos tributarios y administrativos que el oviedense Alejandro Mon hizo en el Ministerio de Hacienda, cuando fue el oficial de más rango allí, en España. Hablo sobre la experiencia adquirida cuando estuvo al servicio del señor Mon en Madrid, una vez que egresara de la Escuela de Leyes, entre 1838 y 1844.

Con cierta timidez, este abogado confesó inesperadamente que Leonora le atraía. Esta fue bella y lozana. Hizo, pues, ante el viejo Manuel Prat, una descripción de sus antecedentes, su generosidad y vida célibe, que no fue solicitada, sino que brotó tan espontánea y repentinamente del letrado, como su mismo amor por ella, al saberla hija mayor de Prat y soltera. Cardona pidió la oportunidad de visitarla durante algunos días y, al cabo de los cuales, congeniaron.

Leonora (1824-1860) tenía 30 años y él, 43. «En aquel tiempo aquello era estar viejo», dijo doña Dolores. «No era él bien parecido ni nacido en la península; pero tenía oficio respetable y propiedades en su natal Arecibo. Don Manuel lo halló hombre gentil, aunque tantiño mollejón. A varios días de estas visitas, Leonora informó a su padre que el Licenciado Cardona le simpatizaba. Y acordaron que la Navidad fue una fecha adecuada para casarles.

De hecho, la Navidad de 1854 no fue la última que Leonora pasó junto a sus padres en Mirabales. Mas marcó el inicio de una vida nueva, ya que se mudó a la ciudad de Arecibo. Vivió en el sector urbano, donde él tenía bufete y varias residencias. La mejor la escogió para ella y los hijos que procrearan, que fueron dos: Antonio (n. 1856) y Cosme (n. 1859).

Tampoco esta boda animó mucho a Eulalia, madre de Dolores, a que siguiera su ejemplo. Tomás Nuñez sí se entusiasmó. Gritó su amor a los cuatro vientos. Un terrateniente, a quien llamaran Pablito Luiggi, también puso ojos en Eulalia y no amedrentó a Nuñez, el terco, porque, ya hombre, éste miraba a Eulalia de otro modo. Sin embargo, ella hizo claro quererlo sanamente, sin interés sexual por él. Pablito si fue del agrado de su padre; pero la muchacha le tuvo otra clase de cariño, no de índole marital. Otro Luiggi, imagino que el padre, fue el mayordomo principal de Los Velez.

En el testamento que dictó Manuel Prat al licenciado Cardona, testó para los Luiggi la parte de la hacienda que correspondió a Cielo (1828-1843), quien había muerto. Pablito fue descrito como ahijado. O para fines prácticos, como sustituto consolador del pequeño muerto. Su padre y los suyos, fueron enaltecidos por su fidelidad y sus servicios a Los Velez. «Así era mi abuelo; de eso se trata el honor, de saber honrar», dijo Dolores Prat.

Eulalia, la soltera, razonó en vida que este ahijamiento (sumados a dos o tres encontronazos agrios y desplantes de Eulalia) convencieron a Luiggi, el chico, de ubicarse. Es cierto que una vez, cegado por celos y la obsesión fallida por olvidarla, Pablito se encaró a Tomás Nuñez. El rival se agasajaba con el magreo y Eulalia, a los 23 años, necesitaba de tales arrebatos a escondidas. Al sorprenderlos, Pablito articuló varias impertinencias y ambos se midieron a los golpes. Entre las habilidades que adornaban a Nuñez, una era para tirar los puños, esquivar y resistir. Pablito se había encontrado a uno más bravo que él. Horma de su zapato. Fue, con esta lección, que desistió.

Su gran amor fue un mulato que le estuvo prohibido «en aquellos días antes de la Abolición» y ésto fue lo que supo de su madre. Eulalia estudiaba dibujo y se sintió tan atraída por un adolescente hermoso. Jabao. Este jornalero fue muy especial. El tendría 12 años, poco más o poco menos. El pretexto utilizado por Eulalia para acercársele fue que él sirviera de modelo para sus prácticas de dibujo. Había observado los ojos azulinos a veces, grises otras. Su piel era más pálida que la de otros peones de la negrada. Guillermo tenía el pelo grifo. Amarilluzco en la niñez, castaño oscuro al crecer... Para su hermana Dominga y ella, el niño fue una rareza. Lo menospreciaban por su pelo ensortijado que tendía a ser más rubio que oscuro. Mas su piel, acanelada y lozana, motivó las primeras coqueterías burlonas a las dos.

A los 10 años, Eulalia lo llamaba Negro Jincho y Dominga, Guillito, el Jabao o El Albahío... Como la peonada, él se retiraba a las rancherías de arrimaos, después de su faena diaria.

Ni Dominga (1826-1867) ni Eulalia tenían la oportunidad contínua de verlo ni valorar su crecimiento. Muy pocas veces, los peones de campo, sin autorización, se acercaban a la casa del amo. Eulalia tenía prohibido rebasar ciertas áreas de la hacienda, donde el activo tráfico de peonaje la expusiera a peligros o al trato con servidumbre. Al aprender a jinetear, Eulalia cedía a secretas desobediencias. A menudo, se acompañaba de Luiggi para despistar su intención de merodear el campo, donde supo que Guillermo podría hallarse.

Después de la edad de 18, Eulalia tuvo sus pretextos para bocetear paisajes y rostros menos familiares. Entonces, se metía muy adentro de viandales y siembras de algodón. Y, cuando menos esperaba, un capataz cortaba su lento galope y advertía. Se enojará su padre. Vuélvase, niña, le decían, «y mi mare ni caso les hacía». El capataz estaba obligado a protegerlas de cualquier agresión por parte de la peonada. Se veía a negros trabajar en los campos y casi nunca estaban contentos y, por igual, Don Manuel, su padre, pedía que se le informara sobre las desobediencias que se vieran, aún las de sus hijas. ... aquel contrayao negro le gustó a ella, oye, desde niñajos se querían... Mare Eulalia hizo su primer retrato de Guillermo, «A la edad 12 años». Le produjo una fruición inquietante... memorizar su rostro y pintarlo.

Con los años, Guillermo provocó mayor admiración y no a ella solamente. En parte porque se dedujo, o sospechó, que fue hijo de alguno de los Prat con las negras... ¡Entre la negrada, incluyendo a Cangara, se le decía Guillermo Prat! Esta mujer mortificaba a don Manuel diciéndole que Guillo fue fruto de Edelmiro (1821-1865) con la negra paridora que le trajo Scharrón.

Eulalia, a los 21 años de edad, traía a muchos hombres gulembos, con la baba al pecho. «Juanito Carmona robó algunos besos de su boca; pero ella se aburría con él», por sus clichés de rústico bucolismo mirabaleño. A Eulalia los lugares comunes de la sicología diaria, no la interesaban. En las pláticas de Juanito, los tópicos rutinarios siempre fueron las vacas y cerdos, la crianza de animales de campo. Y terminó con él. Había ya poco en común, a excepción de la amistad entre sus padres.

Nuñez se predecía como el potencial vencedor de esta competencia por «la machota, que fue uno de los tantos nombres que dieron a ella «y que mala suerte, soy hija de ese canalla (Nuñez)... en esto de hallar marido, mare Lala tuvo una suerte trágica. Ella quiso elegir cuando eran los padres los que casaban a las niñas... Mi abuelo era peninsular y se enojó de que su rabona, al parecer, la más lista y guapa de todas sus hijas, se fijara en hombres que no tenían ni donde caerse muertos, por ejemplo, el negro y el hijo de José Carmona, gente buena, pero ignorante e inculta... así que, celoso, quizás por la vejez, se aprovechó de la misma hurañez y veleidad de Eulalia para quitarle amoríos, o buscarle otros que le cuadraran a él y no a ella... A Carmona le dijo que no buscara nada con su hija. No fue ni necesario. Y, por su parte, ella ocultó que mejor es verse con Guillermo, el prieto, viéndolo a escondidas de mi abuelo. Fue el gran secreto de ella y no secreto, al fin de cuentas... Carmona sufrió cuando se le negó la mano de Eulalia. En represalia, el padre y el hijo dejaron el pueblo y se alejaron de la familia Prat. Y que se fueran, alegró a ella... En la sociedad del Pepino del siglo XIX, quienes daban la norma de finura y gente bien fueron los Cabrero».

Manuel insinuó a Cabrero Escobedo que se comunicara con la cepa Mendoza en Suramérica, donde Cristóbal Mendoza, pariente de su mujer, había sido «Alcalde de Bariñas, Juez de la Corte Superior de Caracas e Intendente de Venezuela» (María Luisa Rodríguez Rabell Vda. de Negrón).

Fue un balde de agua fría. Agramilaba ladrillos. Para quien a menudo repetía que no llevo leña al monte, el pueblo de las Vegas dell Pepino debería ser una bazofia, aramio de berbecho y, por el contrario, Caracas el lugar de los cachacos y el camí de la felicitat para su hija. Don Ramón Arteaga Pumar, también venezolano, se jactaba para no ser menos que aquel que se llamaba home de paratge. Fue hijo de marquesa y capitán de milicias. Sus hijas María del Pilar, María J. y María Luisa Arteaga López, deseaban, con igual tesón, esposos con abolengo en la vieja España.

«¡Vaya suerte! Se casaron localmente con hijos del país. Y mi mare Lala, caray, sin marido, con su barriga por causa de un sinvergüenza antiespañol».

Cabrero Escobedo dijo que, por su línea materna, hubo sediciosos dentro de la familia y que fueron sujetos a persecución, durante las etapas cruciales de las luchas contra España. Aún así, para bien casar a Eulalia, contactaría a sus parientes en Bariñas. «Alguien habrá, alguien». Aclaró, por ejemplo, que Cristóbal Mendoza fue parte de una Junta Revolucionaria en 1810 y de ésos «de esa cepilla de cáscaras amargas, seguro que usted no va admitir ninguno». Quedó advertido.

Según Dolores Prat-Prat, «no tuvimos necesidad de formar cabildos para interesarnos en Bolívar y Betances. Ellos supieron hacer su trabajo y ya duro está el alcacer para hacer zampoñas... No importa lo que hagan los revolucionarios, aún el que se queda o el que huye, se siente español, si ha nacido con esa idea en la sangre. Se necesitan muchas generaciones para que se quite de la cabeza lo que es la verdadera patria y la tradición. Mi abuelo fue más nacionalista a su manera y más conservador que todos los Cabreros juntos que se mudaron a Pepino».

Cabrero Escobedo, después de todo, comulgaba con el constitucionalismo español. Más importante aún, fue su respuesta a la falta de realismo con que Manuel explicaba el asunto de casar a la menor de sus hijas. Del tema de la rabona, dijo: «Que se venga un criollo con linaje y le doy hija y hacienda». Había decidido que así lo quería. Y no llegó nadie. Nunca.

A Eulalia le gustaba escribir cartas. O más bien, leerlas porque sus hermanas mayores se fueron de Mirabales, bien casadas. En aquellos tiempos, a pesar de tan primitivo y lento correo, las cartas entre los hijos que viajaban y sus padres, entre parientes y amigos distantes, constituían el instrumento de educación y difusión de ideas, más barato. Simón Bolívar, el gran revolucionario, llegó a escribir más de 3,000 cartas, cuyo fin era publicitar las luchas emancipadoras; también José Martí y Ramón Emeterio Betances formaban sus extensos epistolarios, ex profeso. Por esta razón, mediante las cartas, se sabía y se comunicaba «(sobre) aquello» que era dificultoso publicitar en gacetas y publicaciones.

Una hubo (Josefa) y fue atendida en Mirabales y dejó más de una raíz amarga en la Hacienda de los Prat-Velez. Esa Josefa sacó al padre de Eulalia toda la iracundia de que fue capaz. Aquello que se vivió fue otra cosa, «muy distinta a lo que hoy ves». Surgieron de sus labios algunos nombres de parientes, gobernadores y eventos históricos, que ayudaron a fijar las fechas de aquellas memorias que Eulalia aún tenía.

En vísperas del casamiento de Leonora, el nacimiento de Francisco José, el tercero de los hijos de Dominga Prat-Vélez, y del nacimiento del primero de Pamela y Casildo Vélez del Río, en el pradejón de La Dársena estaban citados más de 50 peones de las estancias de Manuel Prat, Edelmiro y Juan A. Luiggi. Entre ellos, estaba el servicio doméstico, 10 negros, esclavos y libres, pardos y mulatos, arrimados e hijos de esclavos, sin condición definida de muleques. A excepción de los esclavos, se pagaba jornales en pesos a muchos que compraban sus cartas de horros o negociaban el servicio de sus hijos, como abono a la cuenta de su manumición. Allí estaban para dar cuenta Higinio Arvelo Vélez, el viejo Hermida Gavarres y Cardona Coll, prometido de su hija mayor. Prat escribiría su testamento y repartiría sus bienes entre los hijos casados. Lo hizo en vida para que «nadie se peleara por tierras» (D. Prat)

Allí se aplicó en Los Velez el Reglamento de Jornaleros. Para entonces, simplemente llamados la ley de la libreta, pero más jodidamente perseguidora, ampliada y corregida por Cardona. A cada peón se le prepararía una libreta. Esta incluía sus nombres, un número para sus cédulas de vecindad, fecha de nacimiento o edad, condición civil (libre o esclavo), arrimado o con domicilio fuera de la hacienda, si soltero o casado, horas y tipo de faena asignadas, condición de su salud (e.g., si había sufrido bubas o adolecía de atrofias físicas), deudas con la tienda de despacho, o préstamos concedidos a usura, si poseía aperos de labranza propios o si utilizaba los provistos por la hacienda, número de hijos o familiares en la hacienda, si tenía convicciones por delitos antes y después de su contratación, caporal que lo supervisaría, su juramento de fidelidad a la Corona y al patrón y, claro está, la confirmación católica. La Libreta de Los Velez se diseñó para que, cada 15 o más días, se anotara la fecha y cantidad del jornal cobrado y no se produjeran más quejas de que alguien quedó sin paga alguna vez. Prat se sentía generoso al fichar de este modo a todo el mundo.

El mismo sistema se aplicaría por el cuñado de Prat en la hacienda de Cidral y la familia de Lisandro Alicea en Furnias. Pedro Sebastián dijo que organizaría el mismo en Juncal, tan pronto Emilio Avelino lo iniciara en Cidral y Edelmiro en Las Marías. A excepción de Edelmiro, la tarea se quedó en promesas en las fincas de Emilio (1805- ), Casildo (1808-1877) y Pedro (1831-1878).

En el curso de este proceso, el Licenciado Cardona, Hermida y Arvelo, supieron que había peones que no abonaban a sus cuentas en la tienda de despacho, otros que tomaban frutos y viandas a cuenta propia de los cultivos de la hacienda, sin que se autorizara este privilegio, peones que utilizaban aperos de labranza, machetes y picos, carretas y mulas, pertenecientes a la hacienda, aunque vivían domiciliados fuera de Los Velez y fueron contratados sobre la base de utilizar sus propias herramientas y carretas, otros que dieron por suyos caballos de Los Velez. Se hizo un mal conteos de rese, según informes y cuentas. No hubo acuerdo tampoco entre el número de cerdos y cabras. En menos del año de cotejo, habían desaparecido o utilizado para festejos de Navidad tantos como 25 cochinillos.

No hubo un particular renglón de producción y bienes, que no reportó algún tipo de pérdida, hurto o tasación impropia. Cierto es que, en las épocas de lluvias y temporales, se registraban las pérdidas; mas aún con estas restas, el número deficitario resultaba inexplicable. El único año que fue nefasto en la producción de la hacienda fue 1851, según las cuentas de Manuel y Edelmiro. Fue por causa del huracán San Agustín que en los primeros días de agosto arrasó pueblos y campos en la Isla. En sólo un año, mediante las rogas de axuda, se reconstruyeron casas de labranza, hórreos y establos. Se trabajó, noche y día.

Por los estragos de San Agustín, se apresuró el corte de árboles e hicieron reparaciones a cercas y corrales. La espesura de los bosques de Prat, Alicea y Vélez, antes los enriquecía. Ya no. Manuel Prat y Ayats reconoció que las rogas de axuda que patrocinó fueron indispensables, aunque Cabrero Escobedo y el Alcalde Pedro Perea las confundieran con arengas y precauciones excesivas. En 1852, como evidencia, fue la última vez que los Prat remodelaron la casa del amo. Se quiso vivir con más servicios y lujos esta vez.

Nicodema, mujer que vino de Cuba con Josefa Vélez, administró un taller de costura e instruyó sobre costura muchas mujeres de la peonada, pocas veces se les pagaba, pero tenían alimento de la finca. En la tienda de despacho, se abrió una sección de venta de camisas de trabajo y pantalones. Y, en la llamada Dársena, se abrió una cabestrería, donde se preparaban y vendían cinchas, cuerdas, jáquimas y otros artículos de fibra, jarciería y cables, manufacturados en la hacienda. A la cabestrería y el taller de costura de Nicodema, llegaron compradores de Isabela, Camuy, Lares y Moca.

2.

Así lo cuenta doña Dolores: «Después que el abuelo Manuel se fue a Cuba quedó visto que su mano dura hizo falta. Si alguIen robó, estando él en la hacienda, no era gente sufrida, si la mayordomía y yéndose el amo, había que ver, se multiplicaron las manos largas... Mentían y el viejo Prat acusaba a los indolente: Los maldecía: ¡Son ociosos que comen de mis campos, envían sus hijos a mi escuelita, porque yo sí les hice una escuela... y no salen de sus cobijas a honrarse con su trabajo!... Ahí se equivocaba... a espaldas de él, la gente que sus hijos ponían a velar, se montaban en sus caballos y queriéndose ver más señores que el patrón y sus hijos, no pasaban de ser unos segundones, que les cambiaban las marcas a la tierra, formaban sus propias fincas en lo que era del amo, y seguían trabajando para el amo, en apariencia, y todo lo que cultivaban lo vendían para sí y uno para el señor... cuando Doña Eulalia quedó sola, todo el mundo en su hacienda era parcelero y nadie se atrevía mirarla a la cara porque le estaban robando... y ni modo que ella dijera, te voy a sacar de ahí... Después de todo, ella quería que todo el mundo trabajara y comiera... Venían con quejas a ella. Gente en tus terrenos, señora, y llenan carretas y no las traen a su tienda, sino que las venden por fuera... Déjalos, decía mi buena Mare Lalita, son gente con hambre... ¡Mentira! si no ella, yo y Guillo nos dimos cuenta. Son los mismos a quienes Don Manuel hizo caporales e hizo mercedes al verles hambrientos o siendo golpeados de otras haciendas. Sepa que había gente abusadora en la Hacienda de Cecilio, gente como el negrero de los Bernales, abusos en las haciendas de Del Río y Monsiú Alers, el usurero.

Manuel Prat guardaba las libretas y cédulas de vecindad de mucha gente que pidió trabajo... Una vez que sobraron las libretas, se dijo que tales vecinos habían muerto, renunciado o escapado de Los Velez, mi mare se sorprendió. Se puso a averiguar con los vecinos. Y vio que estaban en sus terrenos, pero decían que allí habían vivido, por años y con sus parcelas... Gente que dio tierra antes que luchar por ella, como hicieron en los días de Bascarán, Babilonia y Flores Cachaco...

Según explicaría Dolores Prat, si el abuelo hubiese conocido sobre estas cosas, él les sacaría a pistoletazos de sus terrenos. Se habría encolerizado de que veintenas de sus peones no hayan tenido sus bautizos («confirmación cristiana»), ni que hicieran nada para procurarlos para sus hijos... En aquellos años, medio mundo fue hereje. Ni registraban los nacimientos. Entre los negros, una persona lo comprendería, ya que casi todos tenían edad de muleques; pero, carajo, fue la gente blanca y católica, que molestó a mi mare que ni a misa iba, ni a la iglesia para las Fiestas obligatorias y que dijeran que son tierras suyas, las nuestras.

Doña Eulalia Prat contaba a su hija que halló 18 casos de afecciones tales como: pérdida de dedos (en alguna de las manos), rencos, corcovados, picados de viruela, asmáticos, artríticos y «cortos de vista» que recibían a jornal de Los Velez y que su padre (Don Manuel) quería un médico para la hacienda, anhelo que nunca se cumplió, porque Dominga no regresó jamás con el Dr. Alicea. Se quedó en Barcelona. Hermana ingrata.

«Cardona tenía sus métodos para averiguar las cosas. La culpa no siempre fue de los amos. ¡Mijo! los alcaldes y las Juntas de Sanidad que no servían para nada; pero él agarró su parte y nos vendió tierras sin permiso. Era un ladrón por lo suyo; pero estuvo casado con mi tía» (D. Prat).

3.

«Un día que había faltado el maestro Coll a sus clases, pues ya sufría achaques, mi mare comenzó a enseñar como si fuera maestra», ésto contó Eulalia, quien regresó de la escuelita de Cidral y ofreció su colaboración. Por ser dibujante, su letra se dijo fue legible y bella.

... Ella misma interrogó a la gente en la fila de peones pa' hacerles libretas, escribirlas a mano. Como tenía memoria de diosa, seguramente, se acordaría de todos ellos. Hasta aquellos ladrones que, con el tiempo, se halló en terrenos de los Prat por Las Marías y Añasco... Esto de dar libreta en una hacienda, como la ley pidió, fue largo y tedioso. Tomaba su tiempo, su rigor. Venancio era tarda'o para escribir; el otro burro, Higinio Arvelo, demasiado impaciente con una peonada analfabeta que apenas entendía las simples preguntas sobre las que se quiso una respuesta... El se levantaba, airadamente, una y otra vez, se relajaba con su cigarrote, y todo por no echar bravatas con la gente.... Eulalia lo refería a la sorda (al joven Higinio) como «burro cargado de letras», con poco caletre. ¡Estúpido!, y si topaba con su mirada se lo decía.... Este bribón la espiaba cuando ella iba a los encuentros con Guillermo, ya no para pintarlos, si no se quedaba con él. Se hicieron amantes, como hoy se dice... Edelmiro tenía poco interés por libretas de los peones. Este Edelmiro fue bruto y la mujer de él, hiena, que lo llevó a la ruina... Mi mare no quiso ni mencionar su nombre. La hizo sufrir mucho en sus últimos días... Dijeron que Leonora, la que se casó Cardona, se enceló porque, con discresión y respeto, la presencia de Lalita, mi mare, lo deleitaba. Ella trabó de sus lenguas a peones, con tan solo preguntar edades, si en solterías, mancebías o casamientos... Una sonrisa de malicia, o de coqueta indignación, les bastaba y tartamudeaban de suyo, aún los que se creyeron muy currutacos. Los dejaba hechos jalea, así de linda la pintan... ¡Recuerdos a montón que tengo y yo, como tú, muchacho, le preguntaba sus secretos para que me contara; sabía que era feliz cuando lo hacía porque sufrió mucho! ¡Sufrió mucho también!

En vida y presencia de Don Manuel, nadie se atrevió descaradamente a galantear a Eulalia Prat. Es decir, nadie que careciera de prosperidad y no presentara credenciales de peninsular. Se decía que si Prat se la negó a uno de los Carmona, Eulalia tendría que tomar pareja entre cachacos y gachupines; pero, curiosamente, el valor que tomó un mulato durante el trámite de tener una libreta de Los Velez fue memorable. Es uno de los recuerdos que Dolores Prat-Prat incluye entre el acervo de los más románticos y valientes que se relacionan a Eulalia. Y fue recuerdo intensamente triste al revelar las costumbres y tratos humanos en la sociedad colonial y racista.

Guillermo se colocó en la fila para que se hiciera su libreta de peón. Y al preguntársele su nombre, añadió como apellido Prat. La reacción que se produjo en la mesa del trámite pinta de cuerpo entero el racismo de los mayordomos Arvelo y Hermida. Y Dolores Prat, al citar lo escuchado por su madre, lo reprodujo del modo siguiente:

«¡Cómo se atreve, hijo de puta!»

«¿Qué dijo el mulato?», preguntó Hermida.

«¡Mejor ni lo repito!»

«¿Alguna soez palabrota, ¿no?», comentó Cardona.

«¡Si éso fuera, pasa y lo perdono! Este negro se cree peninsular, ¡habráse visto!», se exasperó Arvelo, que lo interrogó para el trámite.

«¡Dílo, Higinio! Por mí, no tenga pena. ¿Quién no dice palabrotas? Creéme que todas dije como pirraquilla de bajíos y, muy pocas veces, me asusto si las oigo», convidó Eulalia, con sonrisa que exculpaba a Guillermo y que pretendió que se eliminara la tensión que se había creado por la súbita explosión del ánimo de Arvelo.

«Pregunté si él tiene nombre cristiano y apellido... a este bastardo. Dijo que se llama Guillermo Prat. ¡Qué atrevimiento! ¡Guillermo Prat!», informó Arvelo. Y entonces, Eulalia quedó fría y comprendió el odio de su padre por la relación de coqueteo que él y ella se traían.

«No... porque están los Centrich, que no son Prat de Llusanés ni Vélez de Vinarós! Y están los Prat de Arecibo, el primo Francisco».

«¡No, niña, no entendíste! El caso es que éste falta el respeto a su patrón. ¡Solo gente blanca se nombrará aquí con el apellido Prat! Así lo pidió don Manuel. Y mire que conozco cómo él piensa.

Y no satisfecho con acusar a Guillermo de usar el apellido del amo, al ver llegar a don Manuel, exarcebó más el escándalo.

«¡Don Manuel, don Manuel!», gritó súbitamente. Prat-Ayats se personó en compañía de varios otros.

«¡Ya veréis, jáyaro de mierda!».

«Don Manuel, don Manuelito! Venga, patrón!»

La escena no pudo ser más humillante para el mulato.

«¡Que es Prat!», dijo señalando al negro.

Manuel, aunque había palidecido, observó con rencor y fijeza al muchacho y, sin que mediara palabra, soltó un jinquetazo contra Guillermo que lo sacudió como maraca.

4.

Eulalia salió a los capazos y calmó la riña.

«¡Vaya caramillo que armáis!», reprochó Eulalia, cara a cara, a Arvelo cuando ella se aferró a su padre, abrazándolo, para evitar que peleara.

«¡Cuarenta azotes de látigo!», propuso Cardona.

«¡No! También es mi asunto».

Manuel dio jicarazo con el alegato. Besó la mejilla de Eulalia, aunque se fue mortificado rumbo al taller de cabestrería que lo divertía. Sintió que lágrimas de su hija se estamparon en su pómulo y que quemaban en el suyo al mojarlo. Quiso que la tierra lo tragara.

Después del incidente, según pasaron los años, se fue haciendo más obvia la atracción de Eulalia Prat por el negro. Fracasaban sucesivamente sus noviazgos, el más dramático el movido por el terco asedio de Tomás Nuñez. Este había descubierto una forma de atraer el alma romántica de la muchacha: ¡la poesía!

A veces cuando iba al Pueblo, a visitar a los Cabrero y a fiestas del Dr. Rabell Rivas, escuchaba a declamadores y se fascinaba con ese arte, hoy perdido. Tomás Nuñez fue uno a quien escuchó muchas veces. Le hablaba acerca de gente interesante. Eulalia se jactaba, por igual. ¡La Tía Josefa! y, empero, se enojaba cuando Nuñez le aludía a ella, con décimas del triste episodio de Las Golondrinas.

Cuando terminó este romance, al fin se creyó equivocadamente que no lo vería más. Ocurrieron, sin embargo, delaciones por boca de éste que originaron el enfrentamiento de Nuñez y Manuel Prat... Muchas curiosidades inquietaron a Manuel en torno a la subversiva y prestigiosa personalidad del Dr. Ramón Emeterio Betances que para satisfacerla encargó al maestro Coll a enterarse de sus andanzas y darle informes. Cuando creyó que ya era tiempo de escribir a Dominga, dándole cuentas de cierto puertorriqueño, fascinante para su esposo, Manuel se personó sin aviso a la escuelita de Cidral y, mientras ataba su caballo Canelo, vio a Tomás Nuñez. Y se enojó por verlo.

Este tipejo, primo de Manuel González, estaba allí... de plano, echando cuentos a su hija. Y ahora, la situación había cambiado. Ya sabía quién era él. «¿Quién iba a decir que, por querer saber de Betances, mi abuelo se enterara de la clase de ideas que tenía en su cabeza el sinvergüenza de mi padre?», se preguntaba Dolores, hija de Eulalia.

Ya tenía la edad 30 años. Todavía Tomás corría neciamente tras sus faldas. Tenía la garganta seca de tanto declararse. La Prat fue su guarapo de jalapón. Su martirio. Al hallarlo, Manuel le dijo:

«¡Sóis necio! Os mandé a hacer gárgaras a otra parte. Mi hija no está para comer jiguillos con nadie; dijo que no sóis al que ama», advirtió Manuel, «Entiende, hijo de puta, que no se casará».

«¿Es que tiene alguno?»

«¡No véis tres en un burro! ¡No os ama y que te baste!»

«Dígame la verdad, don Manuel. ¿Luiggi la sigue pretendiendo? ¿O será Coll?»

«Dejadla en paz, ya no quiere hombre».

«¡La quiero, don Manuel, y le digo más. ¡Cuídela del mulato!»

«Hijo de puta, ¿qué decís?»

«¡La verdad, don Manuel, la verdad! Es que de tanto quererla, se engaña, se niega a admitirlo, ¿o qué es? ¡Está encaprichada con ese mulato al que dibuja, el Jabao!»

«¡Follonete, no respondo de mí y hoy te muelo a garnatadas!»

«¡No me levante la mano, no me amenace! Está viejo para medirse conmigo y poquitita paciencia que tengo con las amenazas».

Quien con 60 años no comía miedo y porque quien pega primero, dos veces pega, Manuel surtió un primer jinquetazo a la boca del treintón. En el suelo, echó dos patadas. Tomás lo asió de una pierna y lo derrumbó. En el suelo, ninguno de los dos fue tan hábil en el reparto de puñetazos.

Sin embargo, en lucidez de instintos agresivos, Manuel jugó con los codos e hizo que sangrara por sus narices. Se puso en pie, después de recibir una patada en la rodilla izquierda que resintió. En pie, como rayo, su rival echó dos barrecampos. Al tercero le pegó en las costillas y al cuarto en la cara. Don Manuel aguantó y lanzó el suyo sin alcanzarlo. Emparejaron con golpes al estómago.

Lógicamente, la muchachería en la escuela, no más de una decena, descubrió el espectáculo y se fugó del saloncito en estampida. Los gritos de alto del maestro Coll y la maestrita, furiosa y desesperada, que corrió hasta don Manuel, ayudó en algo. Por no pegar al padre de su amada, delante de ella, Tomás bajó las defensas y se puso de blanco para el puñetazo que, de plano, le partió la boca, como si fuera de astillas. Eulalia ordenó a Tomás Nuñez que se fuera, a gritos.

«¡Me la debes!» dijo él. Le dolía la boca, «pero me las va a pagar» y no dijo más. Desamarró su caballo y se fue. Su ex-novia gritó: «¡Cobarde, cobarde!» por haber golpeado a un anciano.

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La ginecóloga

A Elsa Torres Rivera, M. D. (f. circa 2002)

Hija de Don José Torres y doña Margarita, buena cepa, Elsa sufría por otros. Decidió que estudiaría medicina. Se quemaría las pestañas, desafiándose a sí misma, pues hay aceite en su lámpara.

Tuvo por alma a Psique, curiosidad y belleza. Delgada, de 5.5" de estatura. Tiene su cara redonda, ojos orientales y labios finos, no bembos, que a muchos cautivaron. De España a Puerto Rico.

Tuvo sus senos túrgidos y grandes. En ese pecho, amplio regazo, late la nocion de que las quimeras no existen. No irá a buscar un monstruo. Ni un princezuelo azul ni a un cuaco americano. Mejor que ni se case. Un colmillú dijo que es fea y, porque ella no es bobolonga ni sumisa, agregó que es pedante.

No hay esquemas para las ilusorias y temerarias incongruencias, sólo unas tareas que cumplir. Ella las cumple. Las ha cumplido con dolor. Regresó de España con un título bien merecido. Venció a incrédulos facultativos españoles, neofalangistas que a las negras las observan con recelo, por estúpidas.

«Saben mover las nalgas. Huelen a sexo, ¿qué otra cosa?»

Se impuso, al fin, ante los fachos más pedantes del franquismo, su vocación apasionada, su intelecto superior para la ciencia.

En el Hospital de Distrito de Aguadilla, ella hizo su internado. Ya es ginecóloga… y, al parecer, se ha enamorado, aunque no vino a Puerto Rico por eso.

Su moral es natural y el mundo que la rodea, todavía es incomprensivo, chauvinista, prohibidor. Miran a lo externo. Una flor de castaño rojo está en su frente, como una marca, Caín / Eva que sudan su pecado y los hombres mediocres lo comentan.

«Esa mujer es güevúa. Elsa es pata».

Tendría su encanto cuando se llevó para su primer amorío a una recién casada (Caqui Berríos, chaparrita de color de rosa, a quien llamó «Bonita mía»); encantadora tendría que ser quien otro segundo amor lésbico lo obtuvo con una mujer más madurita, ya parida con par de hijos.

«Soy así; ya puede que no cambie», perjuró.

Es una rescatista nata, como lo fue su madre, quien dijo que los dead-end kids, no existen mientras queden seres altruístas. Esto lo acepta y lo lleva en el alma como el grato aprendizaje de sus primeros años.

«La vocacion de curar me viene de maíta», dijo.

En unos cuarteles largos, en las esquinas de la Calle Guajataca y los caminos de salida que van para Hoyamala, desde mediados del '20, en Pepino, aterrizaban los desnutridos y remendados por un caldo de gallina, o por café y pan. En la tarde, se les sirvió su plato de viandas. Al enfermo, al recetar, lo que doña Margarita dio fueron cucharaditas de aceite de bacalao. Al haraposo, entre esa gente pobre de las dos Hoyamalas, su donativo de ropa y zapatos.

«Si, sin ese ejemplo de Maíta, ni yo sería médico ni Aníbal, boticario».

Elsa llevaba ya 30 años de carrera cuando volvió a los estudios. Esta vez en Puerto Rico. Nueva especialidad, radio-anestesista. Además de su práctica, la Dra. Torres Rivera teorizó, enseñó medicina y supo quiénes, en su pueblo natal y en Aguadilla, más que médicos fueron matasanos, intrusos en este sacerdocio.

Con títulos y reválidas compradas a la Junta Examinadora, el rico se burló del pobre y del enfermo. Esto la enfadó muchas veces. No es justicia para quien ha estudiado tanto. Se graduó con honores. Se explica, en parte, su desencanto con los truhanes. Mayoritariamente, dijo ella, son hombres, lambiscones y arribistas.

«Isis va en aras de Osiris mutilado, pero, ¿quiénes van por la mujer, la parturienta en dolor, la mórbida, tres veces explotada en la sociología, quién que la saque del infierno, o los oprobios, con plena responsabilidad y rectitud?»

Mas bien, las maltratan en vida. Les dan golpes.

Elsa sabe amar, cosa difícil, ‘como Maíta amaba’. Desearía que la amaran, no por frías demandas ni por lástima. Ni por conveniencia ni agresión coercitiva. Su amor, si es que es uránico, escorpiónico, serpentino como los flujos sanguíneos, algún día le entregara su misterio. Ojalá sea pronto. De las honduras de ese amor tan venéreo, tan órfico-venusino, de las séptimas esferas del Infierno de Dante, que el celo de la bella Afrodita se transforme en compensación. Que sea grato cuando ella despierta. Como Esculapio, Elsa vive en aras de recobrar, no sólo el conocimiento que faltara, algo más alto anhela, la Sabiduría.

«Aprender más del arte de curar y del verdadero corazón y la rosa es lo que quiero».

«Búscate un hombre», le dijo su corteja. Está un poco enojada porque Elsa le ha pegado.

Alguna angustia, o frustraciones, la trigueña se las quita de sí con las cervezas. Otras veces con sexo. Es como una yegua que se chorrea de gusto, chocho con chocho, ombligo con ombligo. Con otra maricona, cachapea y orogenitaliza. Se imagina que es un varón centaurizado; pero, dentro de si, se preserva su ente humanizado, compasivo, que comprende al enfermo, a su pareja, a su mundo. Amar es ya un ejercicio más dificil. No es sólo sexo.

Ha vivido y vencido entre varones que compiten, pero que, desde un culto materno, aún parecen que están alejados del secularismo. Son dogmáticos. Ha nacido en un pueblo que es vitrina mimética de vicios y desastres. Es pepiniana.

La tierra que vio nacer a María Juana Beníquez, pianista virtuosa, también negra no le gusta; vio que María Juana sufrió por las calles del desprecio una vez se vio descompensada, cleptomaníaca e ida de sí misma porque, en justicia, a los dolientes de corazón no los proteje nadie. No se les acerca quien los comprenda y los apoye. Al visionario lo apartan.

Elsa recuerda qué realenga y miserablemente vivió la Dra. Marcianita Echeandía; se prefirió llamarla vieja loca. En este pueblo, a las energías creativas del pobre, o del rico, las desarticulan, las desarmonizan. A estos sujetos, los que son más brillantes, les aplican el ostracismo y, el destino de altruísmo de los corazones generosos, se dispersa en pobreza si son ricos; o con burlas de la novelería, si son pobres. La peor pobreza es verse solo / sola.

Se ha asustado de pronto.

Llevan seis años juntas; pero una víctima de sus golpes se ha quejado: «Te voy a dejar, Elsa. Te vas a quedar sola», la amenazó su corteja.

Alguien ya le dijo, al mudarse a Guaynabo: «No hagas eso. Te has vuelto maltrante. Son muchas pelas a la pobre de Esther, quien te ha querido por años».

De 1957 a 1974, por lo menos. La conoció, como enfermera, en Aguadilla y se la trajo consigo.

Elsa enfrentó por primera vez los celos.

La nueva anestesióloga, respetada nacionalmente por sus diagnósticos precisos, cambió. Protegería ese amor. Dejaría de beber tanto y de tundirla con palizas como se hizo costumbre.

Cuando todo parecía que iría bien y mejor organizada estaba su vida, vino el diagnóstico de cáncer.

«No sé si ésto es la muerte, Esther», le dijo. «Perdóname las pelas que te he dado. Siempre habrá una que no olvido. Heraclés flechó mi seno. La maldición se mudó hasta mí».

Su pensamiento fue al pasado más reciente necesariamente. No se lo dijo todo.

«También yo he sufrido y no me quejo», anticipó para ella.

No fue una muchacha del montón. Su inteligencia fue interrogadora. Un alto nivel de serotonina le dio memoria de elefante. Quiso olvidarse de algo. Es imposible. Fue cómplice. Acto indigno lo que hizo con un medio-hermano que, en colectivo, los maldijo. Está al pendiente. Se va cumpliendo todo como una profecía.

La mujer siente el dolor con más agudeza que los hombres. Psique pregunta por lo monstruoso, la morbidez, la enfermedad. Eros dice que entre la crueldad y el afán de perfeccion espiritual las distancias son cortas. Nunca ha temido perder la razón o el equilibrio, pero Elsa bebe mucho. Y lo sabe, no se lo justifica. Lo sufre. Mas su mente sigue lúcida, decenio tras decenio. Y todo lo recuerda. A veces piensa que tuvo carencias afectivas en la infancia, porque su madre fue de TODOS y ella habría querido, momentos más intimos, secretos particulares entre ambas.

Tiene la certeza de que dominará esta situación.

«Ha sido mucho mi egoísmo. Voy a pedir perdón».

Aunque no tiene un trapo rojo por lengua ni ganas de quejarse, la doctora Torres Rivera ha evaluado que el mundo todavía está acosado por dos pasiones imperiosas: la Virtud (que sugiere, házte eterna, soporta, calla, no devuelvas los golpe, sufre) y la Líbido, que preanuncia los placeres de la carne, delicias a veces inmorales y que se callan. No se comunica el placer, de todo a todo, pues, el poder tiene para ofender a propios y extraños. La dicha venérea estigmatiza, irreconcilia. Ronchas levanta. Callejones tiene para que se cumpla, con caracajada o violencia, la experimentación con la psiquis.

El amor es un derecho natural. Es el por qué del misterio por el que hemos nacido. El amor organiza el caos y, sentirlo como Elsa, es reorganizar su mundo y el de otros. No hay criterio ético que a ella diga: Ama de este modo; no hay otro modelo. Cuando bebe, cerveza tras cerveza, lo confiesa:

«Nada es mas bello que la mujer desnuda. Su rosa, su lirio abierto. Su pezones hinchados. Y pegarle la boca a sus senos y mamar en su raja, la viscosidad, el sabor lactoso, la acritud…. Subirse a ella, como se encima, se adhire el macho, lleno de comezones».

Ella lambisquea, succiona, mete los dedos. Explora vulvarmente como esperta, besa y ama por la energía erótica que regula y recula sus hormonas para que el amor surja del Caos. Ama por lo mismo que ama el varón: razón de hormonas: oxitocinas, química de la testosterona, erotismos de la serotonina, sustancias sedantes y antidepresivas. Fraternización bioquímica que inunda la sintáxis recursiva, el lenguaje.

Se ha despertado de un sueno. La golpean. Y es gente neptuniana, criaturas de mar. Dicen que no salga de cierto lugar. Que no vuelva a su casa. En su casa, no existe ni el dolor ni el karma. Hay una cruz cardinal que su madre adoraba porque significaba la Puerta Final. Saliendo por ella, no se vuelve al mundo del sufrimiento para liarse con reencarnadas almas en pena.

Ahora ve los rostros, entes que visten de purpura y parecen toreros y rejoneadores a caballo, en la Gran Fiesta del Vigia de Oriente y sus emperadores. Quisiera ver a quien sobre un trono descansa y, por desgracia, es Franco.

Esto no hace ningun sentido. Elsa desconoce que suegna. Y, al final, los detalles oníricos mientan a España. Toros. Establos de caballos. Espacios abiertos de Domecq y Andalucía. Ha visto una mujer que se cubre con un manton el rostro. Ha de ser ella, se imagina. Lo descifra gracias a tan difíciles asociaciones.

«¡Volver es lo que quiero, volver!»

Piensa que está muy lejos, pero, un detalle de pronto le revela que no es asi. Vio el Campo de Tiro, un mojón, el camino del que leyó Bahomamey: 2 kms. Vio a los hombres, arqueros. Como indios o moros, o griegos o neptunianos, disparan flechas y a ella le duele el busto, porque también amarra un arco y la correa cruza donde tuvo un seno como si fuese una amazona, con el pecho cortado.

«Despierta», implora Esther. Le besa con delicadeza en el busto, pero, en el pesadillesco tramo de este inconsciente exaltado, ya Elsa no es Diana, la Cazadora ni siquiera es totalmente hembra. Es una centauresa. Su cuerpo es mitad yegua y el rostro, un motivo arabesco…

«¿Qué pasa con mis senos?», oyó Esther que dijo.

Cuando la rearropa con la frisa, la soñadora siente que penetra en la cueva. Es la vulva de Esther que la protege. Allí se quiere amparar, con miedo al mundo, hasta que le abran esa puerta, con la Cruz Cardinal, dibujada por los sacerdotes de la Mar, conocedores del misterio de Neptuno…

«Abran esa maldita puerta», gritó Elsa. Oye gritos internos. «Esos gritos», como los de su medio-hermano Tommy.

«No. Desmembrarán a Osiris. No lo veas», alguien le advierte. Y no sabe de quién es la voz y ni desde dónde se lo dice.

La luna se volvió roja sobre el barrio Bahomamey.

«Abre esa maldita puerta», grita Elsa.

Su hermanita, amante de Tommy, se había encerrado en el auto.

Es muy linda, pero no cree en los espirales del karma. Tendrá un bebé en días de mucho vicio y violencia entre los hombres. Se ha dejado seducir por centauro de la canalla salvaje.

Alguien abrió al fin. Esther la desarropó y la sensación fue grata. También juntaron los sexos. En el sueño se sintió mitad caballo, de la cintura hacia abajo; pero redescubrió sus pechos. A medida que Esther se los besaba, la doctora decía más incoherencias, aún no depertaba…

... Volvamos al Aeropuerto, no tardará en que veamos la otra Puerta Abierta, y pediremos que se nos abra, mujer... Vamos volando… olvídate de Tommy. A él le corresponde navegar, a gatas hasta El Barandillo, pero tú y yo volaremos… se están matando los centauros, en España y Tesalia, en Pozas y en Juncal, en Bahomamey y Guacio… pero Quirón es bueno, abre puertas que estuvieron cerradas, abre el amparo… él nos daría la vida si pudiera, no merece la agonía, pero nos daría la vida y la paz, su amor infinito por el género humano…

Ahora, con el placer de volar, sentía las secreciones…

Por la misma razón, en España, se enamoró. Alla voló por primera vez. Aprendió a beber vino, a darse a la bohemia, a combatir el estrés con voluntad de su sangre, a manejar ciclos de sueño al asomarse la noche. Y un dia, con una bruja, aprendió a volar y descubrió el pequeño falo de la amiga, y cómo se agigantó al contacto con el aire y la altura, porque volaron de Tesalia a Madrid, de Sevilla a Barcelona… y una escoba estaba bajo la pelvis de ambas. Una escoba para las dos.

Hoy fue una sensación distinta.

Al amanecer, Elsa bajó de la cama. Buscó la escoba que no existe. Una Puerta Cerrada que no existe. Osiris con el cuerpo desmembrado y no existe. Tommy que no existe; duele calladamente porque ha muerto. La familia Rivera-Bourdón se va haciendo pedazos, paulatinamente.

Elsa está triste. Y ya sabe por qué.

Tiene ya la serotonina en sus raseros y, con cierto pavor, ya controlado, la sospecha del cáncer. Duele uno de sus senos. No es que lo sueñe. Aunque el sueño trajo a Tommy a su memoria.

Y ahora la tristeza es más que triste. Es culpa.

Para comenzar el día besó a su amada, Esther, la enfermerita y, en vez de ir a su consultorio, notarizó su testamento. Todo como herencia sería para Esther, pero un carabalú se formó en su casa. Un egoísmo dualístico espera que reparta con los suyos.

«No se casó esta pata».

Esther no vivirá en desamparo ni en miseria moral por ser lesbiana.

El dolor moral de todos que alguna vez provocó Doña Milita ya no será en vano, aunque ya no se trate de su hermano.

«Querrámonos más que antes, ¿me lo prometes?», propuso a su corteja.

A Esther no le dijo la razón. La muerte de la doctora y el obsequio de su herencia, en pocos años, vino por sorpresa.

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Papá se quiere ir a Cuba

a doña Dolores Prat, mi bisabuela


Nos tenemos que marchar!
¿Por qué? hoy nos preguntamos;
¡piensa! por qué abandonamos
esta cuna, este lugar!
¿Por qué este peregrinar?
¡Pepino es nuestro bohío!:
Juan Roure Marrero (pepiniano adoptivo)


Con los curas, por ejemplo, el Padre Hilarión Gallardo, los vecinos y políticos de las villas coloniales consultaban los rumbos de la política en España y sus impactos locales. ¡Era tan difícil y cambiante! La amistad de los Prat con los Cabrero y Arocena permitía que éstos, el remanente de los Prat-Vélez y él, se politizaran y, estando ya Dominga Prat en España y ante la negativa de Eulalia a dejar al barrio que amaba, ese mundillo fantasmal de Mirabales, al sur de Calabazas, acorralado por Guacio y Perchas #2, la familia insistía en que Eulalia se educara fina y conservadoramente, «de modo que te cases con alguno, que venga y quiera tierras aquí, o que vea cómo sacarte a otros rumbos. Aprende política, hija. Está bien».

... mi abuelo (Manuel) todavía se jactaba de que llevó una vida peleonera. No fue afecto al machete, como se pelearía en Mirabales, mucho después... Lo elocuente y verbal no le quitaba rabia, adrenalina feroz. Le gustaron los duelos a puño y pistola; sí dio sus buenos golpes a Guillermo y a Tomás Nuñez, también se peleó con los abusadores dominicanos, los hijos del Alers, excepto Eugenio el afrancesado. ¡Los otros eran amigos del trago, el juego y el batuque! Un campesino le pedía prestado a Monsiú y él pedía su hija en garantía... Manuel se estuvo peleando con Pedro, otro negro que había adquirido para reproducir sus esclavas en la hacienda y que terminó bajo las patas del caballo Canelo... El abuelo peleaba por política. O hacía bilis con ella. Creyó en algunos principios y fue difícil para él ponerse una etiqueta, decir: «Tengo un partido».

De 1858 a 1863, España vivió el descrédito del gobierno progresista de Espartero y el nacimiento de la Unión Liberal, partido intermedio entre el liberal y el progresista. Francisco de Paula Montemar representó la orientación del Partido Progresista y formó parte de la Junta de Gobierno de Badajoz en el movimiento revolucionario de 1854. Francisco de P. Montemar abogaba por la instauración de Amadeo de Saboya en el trono español. El unionismo monárquico se impulsaba, bajo el liderazgo del General Leopoldo O'Donnell. Este y el General Narváez fueron los más firmes puntales del reinado de Isabel II.

Un día llegó a oídos de Manuel y su familia que advino al poder de Puerto Rico el General Juan Prim y Prat y él le confería una mayor estimación que a muchos otros gobernadores que se supo porque lo pensaba hasta pariente y, en alguna ocasión, protector de Josefa, parienta de su mujer, cuando quiso introducirse en las sociedades madrileña y barcelonesa. Entonces, ella también tuvo la colaboración y amistad de Gabriel Baldrich y Paláu.

Dominga seguía enviando cartas. «Y mi mare escribiéndole. Lala amaba a Dominga con todo el dolor de su soledad y sus malos ratos en este Mirabales de barrancos y de intenso olor a ñame y negros. Dominga siempre animaba a mi mare a casarse, a su padre a que la enviara a Barcelona». Eulalia escribía pidiendo que le contara acerca de todo, poetas, políticos y modas. E influenciada por su esposo, Dominga en sus respuesta, decía que se identificaba con el gacetillero Castelar.

A la edad de 33 años, Castelar tenía fama del más feroz de los periodistas y oradores republicanos y, a los 27 años, había publicado su impresionante obra histórico-filosófica, La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo (1859). En las cartas de Dominga, Topete importaba menos; pues, advertía que «si abandonó a Josefa, persona malandruca sería, ya que Josefa fue encantadora»

«Y ahora quiero saber quiién es Topete», preguntó Lala en carta que enviara. Dominga envió una décima que había inspirado otras al estilo de las que se cantaron en los tiempos de Arocena-Ozores. Un ex-alcade de 1893 y juez de paz de 1898, que arrastró a don Lino, el masón, de la cola de un caballo.

Por sus cartas y por las veladas defensas de Dominga a Castelar y a los revoltosos que el General Narváez sofocara durante la llamada Noche de San Daniel, Manuel Prat temió que el Dr. Fermín Alicea se hubiese desviado hacia el radicalismo liberal. Por eso, jamás comunicó a su hija lo que supo sobre el Dr. Betances, es decir, satisfacer la curiosidad de su marido por este médico que tanta impresionaba a Fermín. Esposo de Dominga.

Manuel Prat imaginaba, por su cuenta, que Emilio Castelar y el Dr. Letamendi serían tipejos de la misma prosapia zafia de Betances. ¡Hebertianos contemporáneos, juaristas! —como dijo el maestro Coll, tan conservador como Prat. Ahora Doña Dolores entendía por qué su abuelo se estaba haciendo cada vez más incomprensible para su madre. Aquel maestro Coll, que fue tan distinto a Lino Guzmán, el masoncito arrastra'o.

Peor aún, para el maestro Coll, de Los Velez, el mismo Prim fue republicano, unitario y anticlerical. En el nombre del partido al que se adhirió, tuvo el sello por mote: ¡radicales! ¡Toda esta información sobre el médico caborrojeño que el Maestro Coll recaudó y explicó con tanta brillantez a don Manuel quedó grabada en la mente del abuelo, como si presintiera algo! De hechio, renació su miedo al Napoleón haitiano: ¿quién sería esta vez? ¿Quiénes son los nuevos maquiavelos de las antillas? ¿No es el anexionismo yankee otra amenaza? ¿Quién será peor, James K. Polk, presidente del Partido Democrático, que amenaza con anexar Cuba y el sur de México, o Lincoln, el republicano, que lucharía por capturar a Jefferson Davis, jefe de la Confederación sureña, esclavista ardiente? Antes de la guerra civil, cuando fue Secretario de Guerra del Presidente Pierce (1853-57), Davis favoreció los planes expansionistas en Cuba y Nicaragua.

... hermanita mía, tú sabes tanto. Tú si sabes decir las cosas. Aquí en Pepino se vive en un barranco. Hablé con Mercedita Cores para ofrezca el recado de tu esposo a Miguel Rodríguez Cancio... Y con papá no se puede hablar. Dice que me va a dejar sola porque yo no le hago caso por pensar en musaranas... me siento tan sola en verdad, si no fuera por Guillo, quien me da una amistad desde lejos, porque a mi padre no le levantaría la mano como hizo a Nuñez... Dice él que se quiere ir a Cuba y tú me dices que Cuba es batey de una guerra que nunca se acaba...

2.

«¿Cómo que irse a Cuba? ¡Has trabajado duramente! ¿Dejar todo por miedo a ese tajalán que fuñe en las trastiendas? ¡Esos agitadores sueñan con Jauja! Mire, don Manuel, ese Betances terminará como aquellos que son como él. ¡Guillotinados! ¡O en el Morro!» , explicaba Coll, oriundo de Arecibo, pero catalanista como Prat. Añadió: «Durante la revolución en Francia, a los pleiteros como Betances se los llamó jacobinos. ¡Pedían sufragio universal, confiscación de propiedades a la nobleza y a la clase pudiente en general, justicia social! ¡Qué va, mentiras!»....

En diecisiete años de silencio conspiracional, las Colonias americanas invirtieron lucrativamente en Cuba. La alianza de intereses cubanos y extranjeros fomentó las fábricas de azúcar, ranchos de ganado, ferrocarriles, muelles, bancos, sociedades anónimas y oficinas bancarias, empresas pesqueras y navieras y explotación minera. En estos años, precisamente, lucró don Nepo «La Pasca» Ortíz y quería compartir con Manuel Prat su renacimiento. Ambos supieron alentarse en tiempos de pobreza y orfandad en España.

«Quizás yo tenga la misma suerte, si me voy a Cuba», decía Manuel Prat a Eulalia, sólo por hacerse importante y hacerla sufrir. «En lo que el abuelo no se fija es en que ya está solo, más solo que yo, con una vieja enferma, nuestra pobre mare, no son hijos que trabajen un fundo y él no es mozuelo ya, o más, aunque se crea uno, por sus morrillos duros. Quiere ser aventurero; se cree Quijote y soñador», escribe Eulalia en su carta.

Se han sentado en el batey, frente al balcón, los vecinos de siempre que visitan a Manuel. Este día se quedó Coll y está comunicativo. Tiene una racha de nostalgia por su padre desde la mañana. Eulalia es observadora y paciente. Lo escuchó y todavía lo oye. Está obsesionado por los recuerdos que su padre tuvo de la Revolución Francesa, a la que llama un fracaso.

«Mi padre me contó sobre Luis de Saint Just, enemigo de Dantón», oyó Eulalia que Coll dijo a don Manuel. Arocena escucha con una teoría de que él ha nacido para ser héroe. La gente del Valle de Oronoz.

«Había apoyado el ataque de Robespierre a Jacques-René Hébert... Las ideas hebertistas son como el moriviví. Renacen, se multiplican como moscas. Vea: México se despedaza... Son gente airada, enragés, calvatruenos, endemoniados. Son herejías anti-cristianas... Quieren venganzas, el endurecimiento del Terror. De ahí que hizo bien Robespierre. Mandó a guillotinar a Hébert... pero se matan entre ellos mismos, porque sin Dios uno se hace criminal... Ahora que en México se han metido los hebertistas para impulsar ideas ateas y atacar a Nuestra Santa Madre Iglesia, hay que rezar mucho, don Manuel, porque, como en tiempos de Robespierre, son intereses extranjeros los que se barajan. Conspiran, pervierten y animan a la plebe a atacar a los amos... ¡Son alemanes y franceses! Unos traen el socialismo alemán, otros el anarquismo francés y otros la masonería inglesa... Haití y Santo Domingo están como perro y gato... México, pura matazón, ejércitos de España, Inglaterra y Francia, muchos perros y una sola presa—, de este modo el Maestro Coll parecía más convincente que el ex-alcalde Cabrero Escobedo y el Dr. Rabell Rivas.

«Entonces, Cabrero me dice mentiras. Me dijo que ya España no quiere maltratar a México. Que fue por eso que Juan Prim fue querido en Puerto Rico».

«¿Querido? Tu pariente Prim i Prat, si es que es de los Prat bueno, es un calvatrueno, republicano», acotó Arocena.

«Ese peor que Betances que le dice a los negros que son iguales a los blancos. No quieren una sociedad de trabajo. Quieren guerra, regímenes de generales. No quiere que trabaje ninguno, ni blanco ni mulato. Eso es anarquía», intensificó con su ataque el maestro.

Y porque España vivía en pobreza, según la pintura ofrecida en las cartas de Dominga, la misma Eulalia sufría más que Manuel Prat, su padre. Ni modo que deseara acompañarlo en su búsqueda estúpida de un paraíso para que ella se case. «Alguno que no esté muerto de hambre, ni ande en la gresca, debe haber en alguna parte. Alguno de limpia sangre y gran saber que llegue a redimir a Eulalia de su soltería».

«A lo que mi padre dijo, Lolita yo dije: ¡ay, tu abuelo, tras viejo, está chocho, paíto» (Dolores Prat).

Tanta gente en este pueblo de Pepino, del Cura a los Amell, Arteaga-Echeandía, Alers y Cabrero, se dedican a pensar que las colonias del Norte se naufragarían con Lincoln y que la esclavitud es y será indispensable para el progreso. Dice que los estados esclavistas de Norteamérica miran a Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, con codicia. «Pero es codicia benévola: el yankee no es malo. Malo es el francés, el holandés, el inglés pirata. En este tema, lo que se define como el anexionismo en Cuba, tengo sentimientos ambivalentes», medita Coll.

Eulalia les ha llevado un tazón de café a Arocena y al pasar ante Coll piensa: «Hasta hoy te conozco» Su padre prefirió un vinillo que tenía en reserva. Por más que lo ofreció, se prefirió el café que cuela la muchacha.

«Este vino lo mandó Dominga desde Barcelona», presumió.

«Mamá se tendió en su cama. La tienen mareada de tanto que hablan de poner mares por medio y acabar con las revoluciones del mundo».

«Tú eres una soñadora. Véte al guiso y déjate de bayú», la regañó el padre, orgulloso de que se vea tan hermosa. Arocena, había notado él, al tenerla ante sí, se derretía como una manteca.

3.

Para el año 1860, cuando el alcalde era Antonio Firpo, escucharon a don Manuel contar sus sueños guajiros. Era un deseo de hallarse con su amigo de juventud, desde la infancia. Nepomucerno La Pasca. Se escribieron por haberse redescubierto en parientes de Prat que emigraron a Cuba. Y fue en los años en que, durante la Guerra Civil en los EE.UU. (1861-65), Cuba se volvió punto estratégico para ambos grupos en lucha, la Unión Federal y la Confederación. Los puertos cubanos fueron la base de trasbordos, adquisición de armas, puestos de observación y fuente de suministros, para cualquiera de los bandos. Los esclavistas del Sur, al igual que España, protegían la prevalecencia de la esclavitud. Y yo estaba orgullosa de papá porque él se llenaba a boca con emoción, no defendiendo la esclavitud, defendiendo una libertad que la quitan los que la prometen. Decía sobre la libertad cosas extrañas; pero ciertas. Le hubiera gustado, no ser niño en los tiempos en que los franceses invadieron a España. Atreverse a ser un héroe, antinapoleónico. Un héroe como Prim, que combatió la monarquía de los Borbones y de Isabel II y que se habría comido vivo a Napoleón, lo mismo que a Pepe Botella.

«La Pasca me dice en una carta: Sea por mí que vendan o se vayan, manumitidos, todos los esclavos a Norteamérica; para mí que se pelean allá es negocio. El negro oprimido en Cuba es motivo para guerra. Que se vaya el esclavo y se acaba el motivo. La guerra es beneficiosa; pero lejos del país en que uno vive... fíjate que tiene razón, hijita. La Pasca siempre fue listo», me dijo mi padre.

Y yo estaba orgulloso de él porque le dijo a Cangara, la paridora: Véte ya de aquí. No quiero más esclavos. El contacto con La Pasca te habría dado algunas ideas que no fueran las del mollejón de Coll y de Cardona, gente blanda, sin la energía tuya, sin amor a la tierra y al campo, porque es gente que estudia números y finanzas para robar, o hacer usura como los Amell y los Alers, ¿no te lo dijo Pedro Echeandía?

La administración colonial no tenía la mismas simpatías que los cubanos cultos, los escritores, profesionales y empresarios, que se confiaban en la fórmula: «Norteamérica sin esclavitud, Cuba sin esclavitud». En territorios rebeldes, la administración del Presidente Abraham Lincoln había declarado, en enero de 1863, la libertad para todos los negros sujetos a esclavitud. Sin embargo, sería hasta el año 1865 que la Abolición se confirmaría con la Decimotercera Enmienda de la Constitución y el gobierno de ocupación del Sur. La Era de la Reconstrucción.

Debió ser La Pasca lo que hizo que Don Manuel cambiara tanto. Perdonó a Pedro, a quien odió profundamente. «No es Coll ni Cardona quien lo educa a usted. Ahora que lo pienso detenidamente, desde 1860, ha cambiado mucho. Maduramos ambos y recuerdo a Pedro y las ganas que tuvo de matarme, junto a Edelmiro. Y, de veras, hubiera podido hacerlo y no lo hizo».

Pedro daba gritos de libertad y redención negra en los campos, especialmente, en la hacienda de MIrabales. Edelmiro lo manumitió para callar que dijera todas las cosas que había visto. «Aún liberto dijo todo lo que quiso; había perdido honor y vergüenza, que es lo que más vale. Libertad y pelotas son meras pendejadas, lindas en la boca, pero feas en la vida, si no tienes honor ni respeto por la gente» (D. Prat)

Descalzonándose, Pedro se jactaba de contar con pene más negro e imponent que la noche. Así como cada rasgo de su fisonomía. Grande, duro, musculoso, no quería que nadie dudara de su virilidad ni de sus reciedumbre.

Omitía a sus rivales, en este renglón, Emilio Avelino, en sus mejores tiempos, Manuel, el barquero y amo de Mirabales, y su hijo Edelmiro. ¡Ellos sí se midieron a golpes, sin temor a su musculatura, llevándose la mejor parte! Entre la peonada, empero, cara a cara, nadie lo mentaba como Quebrao más de una vez. Este fue su apodo, desde la vez que Canelo, caballo del patrón, bailó zapateao en sus verijas. Casi se muere. Don Manuel suspendió la rabia que le tuvo y lo llevó a curar, después de haberse peleado con él.

4.

En 1861, cuando se publicitó en la prensa el asunto de las Leyes de Reforma, dictadas durante el gobierno de Juárez, la Iglesia del Pepino llamó a una Fiesta de Precepto. Don Manuel dio el día libre a sus peones. «¡Idos a misa!», incitaba él. «¡Rezad por mis hijos Cielo y Dominga!»

La peonada salió a pie, desde la madrugada, hacia el pueblo. Fueron a las misas especiales por la paz entre confederados y unionistas en las Colonias americanas, paz en México y Santo Domingo. Se harían cantos y ofrendas por enfermos. ¡Limosnas pagadas por la protección divina a los enfermos de bubas, raquitismo y viruelas! Don Manuel hizo una donación para las misas. Supimos que el párroco criticaría, en homilía de ese noviembre, el mal precedente establecido en México. El gobierno de los liberales, modernistas y ateos. También se dijo que el gobierno liberal de Juárez declaró la nacionalización de los bienes del clero, la separación de la iglesia y el Estado, la creación del registro civil, la secularización de los cementerios y el amparo de nuevos cultos.

«¡Herejía, herejía, disfrazada de libertad de consciencia, expresión civil y culto!», preanunció el párroco. Vieron al mismo Joaquín Martorell y su alcalde segundo, Francisco Caparrós, persignándo y gritando: «¡Pobre México!».

El año de la absolución de la esclavitud en las Tierras Americanas, Pedro, el Quebrao, andaba feliz. Salió de sus parejes solitarios. «Un día la misma cosa sucederá en El Pepino», dijo. Su mundo era Mirabales; pero supo sobre Lincoln y el Norte... y que allá se mataban por un poco de justicia para el negrol Se mataban los mismos blancos del Sur y del Norte.

«¡Que sé yo, peleaban para que no haya esclavitud! ¡Se acabó la esclavitud!», Pedro el Quebrao, gritaría felizmente. «¡Pero arrecuelda que, si aquí en Pepino se acabara, tampoco habrán garañones a jolnal!», decía la gente para picar la cresta de aquel esclavo de los Prat, según un relato de Dolores.

«¿Y ya qué importa? Más vale la libertad que las pelotas», contestó.

Sobre el camagüeyano, José Agustín Quintero, también se habló en la Iglesia. Se supo que estaba en misión encargada por Jefferson Davis ante el Presidente Benito Juárez, en México. Peleó como mercenario al lado confederado y, aunque este ejemplo alegró a esclavistas como Amell, Orfila, Alers, Scharrón, o Arvelo, y yo estaba orgullosa de papá porque él se llenaba a boca con emoción, no defendiendo la esclavitud; esta vez mandaste a callar a Arvelo y Hermida Gavarres... Defendiendo una libertad que la quitan los que la prometen. Prat decía sobre la libertad cosas extrañas; pero ciertas. «Citaste a La Pasca: mira a José Agustín Quintero, con su inesperada unión con los juaristas mexicanos. Nos descorazonó».

En su juventud, Francisco Amell, de Pepino, conoció a Quintero. En las fiestas navideñas y tertulias, se le llamaría traidor. Amell mostraba su cultura política de tintes anti-abolicionistas e incondicionales. Escarnecedor del amigo de su juventud. «Y yo estaba orgullosa de tí, cuando dijíste ante el mismo Nuñez, antes de que se pelearan tanto: Luis Padial Vizcarrondo, de pronto abolicionista, con un nombre que se baraja para la diputación en Cortes, estuvo sofocando como militar a los que piden libertad en Santo Domingo. Quiero saber y no entiendo eso de liberal; liberales y matando a negros, por ser antimonárquicos. Estuve orgulloso de usted, Manuel».

Aquel día tras su pelea y el accidente, Manuel Prat y Ayats había dicho: «Es la mejor cosecha de café y viandas en muchos años y no permitiré que el duelo por la muerte o las heridas de algún peón ensombrezca la celebración»-. Y como siempre, se efectuó la Fiesta de la Cosecha.

El caballo de Don Manuel destrozó uno de sus testículos del que había sido una leyenda. El pasante médico vino y extirpó. «¡Una trompada del catalán fue lo que echó a Pedro al suelo! Al caballo Canelo le creció fama, sólo por brincarle encima de un güevo».

Y Pedro acumuló mucho rencor, a partir del accidente. Habría preferido morir a conciliarse con esta realidad: ¡un testículo menos! No dio otro hijo a la hacienda, aunque él dijera que sí. Sin embargo, ni Prat ni sus mayordomos exigieron las tareas de lechiga que antes tuvo. Sus días cachondeos terminaron. Quizás, por lástima o remordimiento, Manuel se hizo de la vista gorda. Pedro siguió de «ocioso, privilegiado tajalán» en Los Velez.

«Pero no me gusta verlo aquí, hijita. Que se vaya con todos los negros. Ya no quiero esclavitud, si me he quedado solo porque mis hijos se van».

«¿Quieres irte a Cuba? ¿Crees que no verás yankees allí?»

La mayor de las colonias del Caribe pagaba por los gastos de legación y sostenimiento de consulados españoles en Norteamérica. El contrabando de esclavos africanos, chinos y mexicanos, entraba al país debido al contubernio entre gobernadores y traficantes.

«Hay más yankees en Cuba que en cualquier otro país del mundo, con la excepción de Gran Bretaña».

Los yankees y los franceses fueron las únicas gentes que, colectivamente, don Manuel no tragó. Doña Eulalia aprendió a discernir que este escrúpulo de su padre era un germen, aún no maduro, de anticolonialismo y anti-imperialismo.

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Nico Chavito

Este es un pueblo cagao. Yo no quiero que me entierren aquí: Nicolás González
«Chavito»


Nico Chavito, quien vivió en los fondos de Pueblo Nuevo, dijo que él no sabe cómo entró el pecado a su carne y a su consciencia. Alguna vez vio la Crátera de Apolo y se entretuvo en la noche con tal pensamiento. El miraba al cielo nocturno, con la esperanza de observar la constelación de las Pléyades. Dijo que estuvo sediento de espíritu, pero no supo buscar la susodicha alma. Que las Pléyades mientan a las palomas y la paz del espíritu. Que donde quiera que observa para dar mentís a su fe, siente la habladuría de la lujuria, la codicia usurpadora y una miseria decepcionante. Se cuida de recibir una disciplina reaccionaria y represora; pero no tiene la fuerza para negarse a ejercerla él mismo.

A Nico Chavito le dicen que es poca cosa. El no sabe por qué. Lo olvidó. O se hace el sueco. Quizás es que él no progresa, como quiere. No tiene más presunción que la Vespa, aunque algunos amigos suyos se acreditan con la ambición de moda. Ser rico, serlo cuán rápidamente sea posible. Irse en búsqueda de los Verdes Prados / in USA / porque ya la inteligencia se acabó. Galbraith, el economista de moda, preconiza el Estado Pordiosero. Papá-Estado da mantengo y la sociedad de los ricos sostiene a los tontos en esta moderna permisividad de nenes lindos, caprichosones y piquitos de oro. Nico filosofa a veces, quejosamente, que el Estado Pordiosero todavía no le ha dado nada. Miserias que ofrezca el Mantengo que se la den a quien no pueda irse a New York a sacar dólares del judío, al riesgo de batirse con negros e italianos, o sucumbir a este demonio, la tecata...

El Adversario alega que no hay verdad. El ser es incognoscible. Esa es la forma en que entró el pecado: la mentira, según Nico y, ¿por qué no? El olvido ayuda. «Nadie está interesado en nadie, verdaderamente. Menos en este pueblo cagao». No hay verdad. Ni progreso. Ni pan ni tierra ni libertad. No hay ni mierda.

Nico fracasó, por causa del Demonio, en la tarea de buscar, con corazón sincero, un aleluya al Señor para su boca. Y le echan la culpa al Dr. Spock y Luis Ferré. Y en Pepino, a Mon Román y Piro Pérez Cancio. En este pueblo, sin memoria, se nos mira como a pulgas. Se nos minusculiza. Uno no es quien quiere ser y no es a otros ojos como es uno. Lo empequeñecen. El no es Nicolás. Es Nico. Y, visto según él mismo lo ve, parece que a su vida han puesto un precio de centavo. Por esta razón, tiene un coraje hoy y no trae de la grifa que le gusta. Ni un corte de heroína.

Este es un viajero en monkey hunt. O sea, en el esparcimiento. Esta noche se desvelará hasta que salga esa paloma misteriosa que él llama la Serenidad de la Inspiración. El espíritu en sí encarnado. Así podrá sacar los arpegios sublimes a su guitarra. Ya verá el grupo de bohemios las sorpresas que Nico Chavito da.

Dijo que ha querido que su vida transcurra distinta a lo que ha sido. Es un rezongón con las pléyades que le niegan luz. Refunfuña a su mujer. Está casado y la castiga. Tiene en la mira a una dominicana que habla inglés y le pide: Introduce Charley! O sea, dáme pinga, puertorro. El dice que es anti-retributivo, pero, cuando el instinto llama él va. Ofrece el Banging Off de las pléyades oscuras. Se va a la playa en su bici Vespa... y no quiere ser así, pero se le hace tan arduo calcular el placer y el dolor. El no dice, al pasar un buen rato e irse con amigos a festejar la alegría, que Magui tiene el mismo derecho. Es un ultramontano bestial. El le pega el cuerno y lo que sea que truene. Dijo que la soledad ya ni pueda nutrirse de él. Ya está creada con ese robar contínuo del Establecimiento y es la verdadera Babilonia, sumándose al alma, embotándola hasta dejarlo ciego ante la luz y ciego por las tinieblas.

Sus amigos que llegan de Perth Amboy, Brooklyn o el Bronx, son glotones. Unos puercazos en materia de la yerba. Lo instruyeron con sus trucos para el pánico con ácido, polvo de baterías, ajax y Alka Selzer. Nico siempre anda volando, wigged out, pese a que dice que las nifiadas son sábados y domingo. Mientras inhala, suspira una frase que parece quejumbrosa, o la satisfacción de su gratificada voluntad: «Ay, mi hermanito».

Anol Morales es otro de los serenateros. Vivió en el Sur del Bronx. Allá adquirió el tono de jodedor con que se estila. «Tú sabes, pana, tengo que meterme algo para afinar la nota». Y tú sabes, you know, tú sabes, you know, mi pana. Andaba con su cucharita, siempre callado, observador, creyendo que lo sabe todo. El es quizás hasta más iluminado que Nico. Aunque a veces parece, borderliner schizo, paranoico, con tanto... tú sabes, mi pana, tanta jeringa en la vena, quien cuando adolescente, en la escuela secundaria se sacaba el puntaje de excelencia, 4 puntos exactos. Mas ha perdido la fe y en el 1966, lo perturba la adicción y el alcoholismio... No cosechó la dicha ni con el matrimonio... Se casó con una hija de Nery Soto y de sus tres hijas, que han crecido bonitas, una de 18 años de edad se lanzó al vacío desde el balcón de un hotel del Condado y «tú sabes, pana, duele, you know». «Fue para acabar de joderlo», dice Nico.

Paco El Bolo, quien trabaja en la Central Plata, se unió a la jodedera en Pueblo Nuevo. No se sabe si es la posguerra miseriosa o el triunfalismo anticomunista de Hoover y McCarthy, no se sabe si el anti-soberanismo local, todo se combina con esta edad de oro muñocista, que dio ya el Pan y se olvidó de la Tierra... «La libertad a la mierda, como Albizu», dice El Bolo a su hermana que ha llegado de Columbia University al Pepino... «¿Quién hay que sueñe con las verdaderas libertades?» De cierto que de su grupo serenatero, ninguno. Ningno de los compinches de Paco el Bolo.

Sara Rivera, su hermana, maestra de matemáticas, lo aconseja en vano. La otra hermana, Matilde, enseña el español en los colegios. Estudió un posgrado en la Columbia University. En el decenio del '50, ella fue una profesora de méritos. Pensaba en la libertad patria; pero, con la paciencia de un maestro. Es académica, orgulllo para cualquier nación; pero...Paco, siendo ya padre de Magui, linda y cachendosa, es árbol que anda torcido. «No te ha faltado el consejo. Y son las amistades. O más bien, el machismo».

Los amigos y él no saben cómo Nico acumula espadas y bastos. Cómo le hace para vivir, mal que bien, y sostener a su familia. Ya saben que Magui, si por algo le ha peleado, es para que se cuide. El se jacta de que el Demonio lo tienta con más de una mujer. La revienta de celos y la golpea.

Ya que se compró una Vespa, se va en aras de sabiduría de lo Alto, posiblemente, para atravesar la circularidad del tiempo y saber de los secretos del Eterno Retorno. Estuvo de moda la dichosa Vespa y colocarse al hombro un hatillo de viajero y esperar el Sol en el Oriente y comenzar desde el Norte de la Nariz a nifiarse el Sur del ombligo. «Excuse me, but my nature calls!». A veces temen que se quede un viaje y no pueda seguir tocando la guitarra. Así él se gana sus pesos.

El día que conquistó a Magui se sentía el dueño del Nuevo Comienzo y era, en realidad, el dueño del Final, porque se hizo más vicioso. Y cada día más loco. Más irresponsable. Ella le dijo que buscara de Dios. Que no se indulga tanto en la vida mala: el placer, la impaciencia, el escapismo. Entonces, se la cingó por el ano, porque sabía que, en tales asuntos, ella es pudorosa. Muy chapada a la antigua. El no. El es macuarro. Sus amigos le dicen, como la dominicana, you're a poofy poper. Un puerco, apestoso adicto.

Y le da el mismo ataque de risa que verificó con ella después de verla llorar. Fue la primera vez que supo que Magui temblaba y, por miedo, hasta se orinaba encima.

El conoció la rosa blanca del amor puro. Pensó que la vio al conocer a Magui, hija de Paco el Bolo. Pero se ha sentido crecido. Es tan indeciso, sin fe. Un pichiruche. Con la greefa, Nico filosofa sobre la consciencia cósmica. O más bien, pierde la noción de tiempo sin sacar nada en claro. No es gente que lea y estudie. El cree en vuelos, en que se le regale el misterio sin buscarlo.

Ahora la serenata se extiende y perdura. No le ha sacado brillo a la guitarra. Hasta la consciencia le dice que es músico mediocre. «Y no es verdad», perjura él y le dice a los serenateros.

«Sosténme la guitarra, hermanito. Ya es hora de que ponga remedio a ésto». De la misma, hebilla y chapa de su correa, saca su navajita, sus químicos de batería, el surtido de polvos. Y se nifea, con un gusto profundo. Y, adelante, a cantar el que canta y a escucharlo, porque estos acordes vienen inspirados.

2.

«¿Qué te metíste, Nico?»

«Tocaste como nunca».

«Es Magui que te tiene enamorado, ¿verdad?»

Explica que es algo que sabe sobre la duración y el tedio. El tiempo es artificial. Si el Eterno Dios se caga y se mea en el tiempo, lo ignora porque es invención humana, cosa-ídolo de la Babilonia, si Dios no cree en las pendejadas del Greedy Pig, hasta el rico-comemierda, todo el mundo, pueden esperar.

«Hasta Magui», lo chotean.

«Que Magui espere, mi hermano», reenfatiza Nico Chavito.

«¡Qué suerte tienes, Nico!», han comentado más de una vez sin sentir que él se molesta. Magui es una hembrota. Esto dicho por alguno con malicia.

«Es tu musa, Nico».

Que no haya enconos. Cierto es que aluden a Magui como una rosa blanca. Como magi. Magia. La niña es un sol. Un sol que le da una oportunidad de ser feliz en esta era de hijodelagranputas. Y él no oye consejos. En su lugar, por escuchar estas cosas, en vez de contento, se encela. El hatillo de viajero (al que llama su consciencia, su superconsciencia de guachimán cósmico) está con agujeros. En vez de oro de sol y copas, dentro de la talega, para que inicie su viaje tan anhelado en el curso de los días, lleva únicamente el papel que corta del testamento, deshojándolo para enrolar su greefa. Mario Román, trompetista de la banda municipal de Toño Vega, al verles en los viajes de las tecaterías, dejó de frecuentarlo. Sólo dijo: «Pobre Magui; no sé cómo lo soporta como yerno Paco el Bolo».

Nico Chavito es lo que llaman un popper, poofy / asqueroso popper, no siempre tiene para ácido bueno, heroína no cortada ...y no que no haya tenido sus verdes prados, esparciendo mota para los glotones. A veces piensa que se le mete el diablo. Y que no hay Felices ' 50, como dice la gente de La Pava. Por lo menos, Pueblo Nuevo sigue siendo lo mismo. «Pepino es un pueblo cagao», donde día a día se mira a Wilson, gritando TI TI TI, desde esa cabecita con boca del tamaño de un puño. A veces es Rita la pordiosera o el negro Coconé, quien lo entristece...

Como lo ha mortificado que vean más mérito en ella que en él y él no es nada retributivo, los ha citado a la casa a todos. Ya saben lo que Nico pretende. No es la primera vez. Y, en fin, que ha convencido a uno, uno que no lo sabe.

«Nico con química en la cabeza es cabrón. No vayas. Mira que es tarde».

«¿Qué es lo que quieres que vea, Nico?»

«El poder del espíritu mío».

«Confieso que tocaste como genio en contacto con la musa».

«¿Musa? ¿Quieres ver cómo llora una musa?»

«¡No! ¿Cómo te inspira?»

«Quiero que presencies cómo llora una mujer».

Y a esa hora, 2:30 de la madrugada, llevó al amigo a la casa. Abrió la puerta con sigilo; pero, una vez dentro dio gritos y puños en la puerta de la habitación conyugal. El visitante vio que ella salió medio asustada, vestida con una bata.

«Mujer, ¿por qué no salíste a recibirnos o me esperaste en la sala? Tenemos una visita. ¿Qué va a pensar de nosotros?»

«No sabía», dijo con una voz casi inexistente.

En el área de cocina, estaba parado el visitante y Nico se le acercó, susurrándole al oído: «Lo que vas a ver te sorprenderá». Paso seguido, revisó un caldero.

«Oye, nena, no veo ni una sopita Campbell hecha».

«Si quieres, te la preparo».

«Al menos un café para el amigo».

Ella se abriga bien con su bata, da unos pasos a la cocina, pero ya está temblando. Nico sonríe con triunfo.

«No. Ya me hicíste quedar mal».

«No tardo».

«¿Como la que me hicíste ayer? ¿Una sopa sin sabor, una sopa insípida de mierda?»

«Como ya es tarde».

«¡Cállate! Me voy ahora mismo con la dominicana; pero te voy a dar antes unos burrunazos para que me aprendas a atender como se debe».

Y la simple palabra burronazo la hizo orinarse en las pantaletas... Suellta su llanto a lágrima viva, suplicándole a Nico: «¡Chavito, no me pegues!»

«Vela. Mira eso», pide al visitante.

Con el mero amago de Nico y el instinto de escapada de Magui se produjo un charco de meados a su paso. El amigo vio la musa en angustia y lo sorprendió un escalofrío. El agresor sólo se ensanchó con su ataque de risa y dijo a su amigo: «Vamos a echarnos una cervecita por ahí. El bar de Millán está abierto...»

3.

A mediados de 1975, cuando murió, no se le enterró en Pepino. Se supo que no lo había querido. Y no que el pueblo y sus mujeres no lo hayan perdonado. El formó un grupo religioso, cambió su vida. Era seguido y tenía, junto a otros, su templo y sus predicaciones. Ya hablaba como un hombre arrepentido.

Dijo que, al fin, supo cómo el pecado entró a su carne y a su consciencia. Cada día observa la Crátera de Apolo y se entretuvo en la noche, en oración, con tal pensamiento. Todavía mira al cielo nocturno, y observa la constelación de las Pléyades cuando el cielo es claro. Dijo que estuvo sediento de espíritu. Está en lo profundo del alma. Añadió que las Pléyades mientan a las palomas y la paz del espíritu. Y la última palabra que dijo, ya viejito, fue: Amén.

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Juanito Rosa
a don Juanito y su esposa Angela Cardona, mi exprofesora en la Escuela RMT
A él lo conoce y lo quiere todo el mundo. A la gente prepotente y malvada, y no necesariamente se refería a Tite Pagán, la desarma sin violencia. Con su estilo comedido y culto, Juanito Rosa Méndez es un hombre que cavila. Sabe mucho sin trasladarse a lo elato y presuntuoso. A menudo, al platicar con maestros abusivos de vieja escuela, o mérito vetarro, cita con ironía al Dr. Pangloss del Candide, ou' le optimisme. No que esté contra algún tutor para las mocedades ni contra ninguna esperanza; pero él prefiere que el cimiento de lo soñado no sea ilusorio, desorientador o carezca de solidez. Hay cosas que observa y no le gustan y su función social, en la vida del Pueblo en Sombras, es ésa. Corregir con paciencia, verificar lo equívoco. Juanito es auditor municipal y secretario para asuntos educativos.

Es autodidacto. No fue a la universidad, pero es un intelectual verdadero. Con afectos de pueblo. Se conoce a Quevedo y Góngora al revés y al derecho; le gusta la recurrencia al decir breve del concepto y no está mal que la ironía sea un adorno. Alega que el pueblo que ha de ser poeta comienza en a niñez y, por lo menos, desde 1965 en adelante, se ha formado un alumnado malvado, irrespetuoso y estúpido. Futuras vedetizaciones de pendejos con suerte, con consentidos, narcisistas y viciosos.

Juanito Rosa aún cree en la poesía pensante, en la profundidad. Discute a Voltaire, Rousseau, Schiller y, al recordar a su padre, recita las coplas de Jorge Manrique. Con su esposa Angela Cardona, maestra de español en la Escuela Ramón María Torres, repasa a García Lorca y la Generación del '27. El ama a España, no un hispanismo vacuo. Es albizuísta de corazón, pero no uno que pierde la chaveta como muchos en Pepino, por razones más triviales que la patria.

Sobre él, a ciencia cierta, se sabe que su padre trabajó como secretario en la Corte del Pepino cuando chanchullaban los gringos y los republicanos de Cheo Font y el corrupto González, coercisionador de Lares, y aspiraban a quedarse con el poder en el pueblo, seguramente, aliados con los Echeandía y Oronoces. El y su padre fueron distintos. Creyeron que Narciso Rabell Cabrero sería el hombre del cambio: el Padre del Pepino Moderno. «Sí. El merece la distinción de haberlo sido», dijo Juanito a su esposa Angelita.

Ahora, en los '70, después del plesbicito del estatus, lo que juzga es una nueva horneada de ladrones. Las Alcaldías son cuevas de Alí Babá, porque la política no es seria. «Ahora sí que vamos a robar» es consigna a sotta voce del anexionismo y Mon Román y otros tantos populares, estadolibristas con Hernández Colón como su papito, urden. «Antes que lo hagan ellos, que seamos nosotros. Anticipemos este golpe».

Por esta razón, el cavilar autocrítico de Rosa Méndez se ha hecho triste. Tiene nostalgia de Muñoz Marín, aquel en quien creyó «y que ya no está con nosotros; excepto que le bendecimos tras su muerte». En torno al Vate piensa más que en su cepa. Que es la misma que la de Santitos Rosa y de Cabán Rosa, el temible jefe de las partidas sediciosas, Juan Tomás Cabán fue jefe irreductible de los comevas y tiznaos. Boca de humo. Ante Muñoz, con quien tenía acceso incondicional, directo, cosa de distinción a su conocimiento, Juanito trascendía a una bohemia verdadera. Luis Muñoz Marín, de Barranquitas, era como él.

Veían en el bosque. El panorama extenso y amplio. Las perspectivas posibles. Creyeron ver los asomos de un Hombre-Bestia colectivo comiéndose al jíbaro del país. Por eso después que se regresaba de su rumbo y de su tertulia en La Fortaleza, Juanito parecía totalmente repleto, recargado de energía y se veía, moralmente feliz, en lo que cabe, porque hizo sus descargos de consciencia con «un mortal que es poeta y estadista vigoroso». Alude a Muñoz, el benefactor de los puertorriqueños, el visionario del Estado Libre Asociado.

Ahora que el Congreso federal aprobó y se traerá a Puerto Rico elare WelFAREf / nuevos programas de beneficencia para pobres, Juanito entre verso y verso, salpiques de la Generación del '27, especialmente, el andaluz Miguel Hernández, dejó dicho que cree en el mérito personal, «mucha caridad no es buena; pero el hambre es siempre mala»; cree en el carisma weberiano; pero la gente de Pepino es tribal y rencorosa. Y los niños se van haciendo marionetas, mecánicos, sin consciencia. «Están más sanos que ayer, Muñoz, pero ya son ventajosos. Si no hay control, no hay sentido de respeto. No hay decencia. Ni espíritu de buen vecino».

Mas ahí está Juanito Rosa, muñocista hasta la médula, albizuísta en el corazón. Un intelectual que le sabe al Vate todos sus secretos: por ejemplo, cuando en 1920 tuvo sus pininos con el Partido Socialista de Santiago Iglesias y le hizo campaña para la elección de noviembre, antes de la muerte de Barbosa, el pitiyankee. En 1927, Muñoz denunció la políca expansionista e imperialista de los EE.UU.. «Ni Albizu lo hubiera hecho mejor». En la elección de 1932, «el Vate y yo votamos por el Partido Unionista y por Albizu Campos al Senado».

Como regresó recargado de memorias, Juanito recuerda muchas coas: el boicot electoral del Partido Nacionalista a las elecciones de 1932, la disolución del Partido de la Unión. Ese mismo año, Muñoz fue electo por el nuevo Partido Liberal, la misma gente unionista; sólo diferente el nombre. En 1935, la Matanza en Río Piedras durante la gobernación de Winship; en 1936, Elías Beauchams que mató al jefe policíco, Corretjer que cae cautivo en La Princesa y es Muñoz quien le tiene clemencia. «No fue lo mismo para Albizu, cuando cayó preso en julio en 1936, pero a Muñoz yo se lo dije. Se lo dije en nombre de todos los muertos en el 1937... yo quiero a mi país, Muñoz. Lo quiero más que Julio Pinto Gandía. En Pepino, no hay quien quiera más a Borinquen que yo».

«Yo se lo dije a Muñoz cuando él firmó La Ley 53, la maldita Mordaza. Yo se lo dije en nombre, no del municipio donde me ocupó Méndez Cabrero antes de la Constituyente. Se lo dije en nombre de la amistad. Le dije: tú firmaste La Mordaza y eso no es ser amigo de esos puertorriqueos que, por desesperación, matan a policías como Antongorgi o mueren en Río Piedras o Ponce. Y cuando yo se lo dije: allí en la oficina de mi Vate estaba Ernesto Ramos Antonini, Ernesto Juan Fonfrías, Vicente Géigel y Palés Matos»

Siempre escuchador, sonriente y comprensivo, Juanito dijo que no guardó otra amargura. Supo cuando perdonó a Albizu, dos años después que la Legislatura revocara La Mordaza. «Es cierto que el Vate pidió la amnistía en el '59 y mira si no hay poder en la isla que el perdón ejecutivo le vino 15 años después. Mira si hay un Hombre-Bestia colectivo, gestado en cada rincó de la tierra, que te han intentado matar los mismo que desean asesinar a Rómulo Gallegos, a Fidel Castro, a Albizu en el mismo hospital presbiteriano del Condado», y lo dicho no era una queja contra Muñoz. «Por primera vez, me vine de Pepino, aunque no me llamaste, y te dije: Te comprendo, Vate. Ahora sólo vine a agradecerte y a pedirte que hagas llegar a mi pueblo ese programa de zapatos escolares».

A Juanito le importó la gratitud. Sabía que no sería Muñoz quien traerá una libertad política que fue emblemática por decenios: Pan, Tierra y Libertad. Siempre estuvo dispuesto al recórdarselo al Vate. «Tú sabes que yo soy abizuísta; yo soy en Pepino quien te recuerdo tu Talón de Aquiles». Entonces, le dijo lo que oyó de la boca de Antonio Celestino. Desde antes de 1950, Tite Pagán González fue uno de los hombres de Muñoz. Pagán tenía camiones, equipo y movía nmcha gente. Daba empleos y La Pava contenta. El Departamento de Obras Pública le daba los conratos para hacer carreteras de Yauco a Ponce, de Aguadilla a Arecibo; «pero yo quiero que sepas lo que él dice y por qué la gente dice que está loco. Es mejor que lo sepas por mis labios. El ha caído en gracia de la gente; pero, de elecciones no sabe. Las convierte en sensentido, en imagen de sí, no de sustancia. El dice que tú mandaste a los agentes federales a Ponce. Ordenaste un bombardeo con gases a la casa de Albizu. Que lo sacaron inconsciente. Que fue el operativo para que sufriera una serie de hemorragias cerebrales; él te limpió el camino a La Fortaleza y no le has pagado, sitiándole la casa, poniéndole en chirola nuevamente... Dice que los senadores pipiolos Susoni, Eugenio Font y Rafael Betancourt, toda la gente que movilizan en sus distritos, van a prestarle el voto en noviembre. No a tí, a él, a Tite... Que se vaya despidiendo ya como cacique Puyi Méndez y Alfredo Colón de Aguadilla; 'ya si el mismo Vate viene a mis precinto, lo derroto'; así habla él, porque presta a todo el mundo, como loco, y la política la cimenta en billetazos; pero no hay gratitud, Luisito. El poder, cuando se sube a la cabeza, llena el corazón con las mentiras».

2.

Angela, me puedes creer que no me siento viejo. Las buenas cosas que yo tuve que hacer las hice. Yo he sido fiel al Vate. Ve y llama a Syraida y Elba Rosa, que estoy muy orgulloso de mis hijas. Quiero decirles que se cuiden. Que sean buenas maestras, como tú, Angelita, como tus hermanas Juana y Rosita, esposa de Paco Lugo.

No es que me voy a morir; pero, me gustaría dejar memoria de algunas cositas que he pensado, desde la vez que ví a los niños de tu escuela. Te ví dando regalitos de reyes porque todavía hay muchos niños pobres en Pepino, niños que son abandonados o bastardos...

Cuando yo me crié. Era tan difícil ir a la escuela. Podía decirse que había escuelas de hambrientos y escuelas parroquiales. En 1915, se permitió por primera vez, que se enseñara en español del primero al cuarto grado. Fue cuando era el Comisionado Paul Miller. No, cuando tú enseñabas en Lares, tus primeros años de maestra, ya todo había cambiado. No se enseñaba en inglés. El colonialismo cultura e idiomático lo sujetó José Padín en su puño y, más tarde, Pedro Cebollero... Díle a mis hijas, si algún día yo falto porque me iré primero, que Juanito Rosa amó a los maestros, a los alumnos, a su terruño. Díle que también amé el idioma y a los poetas, que lo mantienen vivo, sea De Diego o Corretjer.

Que no haya maestros como Onofre Torres, director escolar de La Marias. ¡Eso sí que sería bueno! porque sólo traen a los salones sus complejos de inferioridad, su insatisfacción cultural sus desviaciones. Me contaron que él tira como sacos de ñame o de yautías a las maestritas sobre los escritorios. Desprecia lo ajeno, cree que una mujer es una hembra consentida, una muñeca más o meno civilizada. Es un fornicario. Hay que sacar a esa gente de las aulas. Siempre que hablan sobre las «Muñequitas Consentidas», lo que valoran de la mujer es que excita la testosterona, o peor, para ellos la que que pare, aunque no ofrezca placer en la cama, sino en el peligro....no es la que educa y cría y, después, el producto de esa generación que nace de estos machistas con su muñequita consentida, es el «Nene Bribón», esos cachorros, medio delincuentes. Que pintan con garabatos las paredes de la escuela; rompen las persianas y entran a robar. No hay respeto del nene bribón por la escuela. Esto es lo que pasa cuando la maestra se deja manosear; cuando el varón toma la escuela por burdel y no se les dice: La escuela es un templo.

Al niño no se le puede dejar que haga lo que le venga en gana. Así como yo no apoyo, al maestro que disciplina a reglasos y cocotazos, o jaloneando las orejas, como antes, tampoco con que la escuela sea pasiva con los narcisistas y los deje que sean enemigos de su propia clase y huérfanos de su propia dignidad. Mira cómo están las escuelas, Angela. Niños que fuman marihuana, o ya van al bar, o dicen que nada importa educarse. No dan su respeto a la familia ni los mayores. A veces porque hasta sus propios padres no entienden que es la occidentalidad. No hay memoria, No se habita el pasado, sólo porque es un reto muy grande ser como Prometeo. ¿Qué si el Prometeo es Albizu y con lo que se lucha es un modelo planetario, occidenta, de Bestias Colectivas, que son regresión anti-cultural?

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