Recuerdo una época en mi niñez, en la que mi propia ignorancia, por desgracia, me impidió ayudar. Había razones para esa clásica definición de la ansiedad como «tensión anticipatoria, o vaga amenaza o disfraz del sentimiento de fracaso» ante las relaciones interpersonales. Mamá sufría. Ella sabía que, de la noche a la mañana, no se podía cambiar a quien fue mi padre. Un fantasma. Un ser que no fue más que una proyección que él hizo de otro. De una imagen en una pantalla. Mi padre se llamaba Pedro. Tenía ancestros asturianos. Nosotros, Pedrito y yo, no usamos el apellido de él, poque no nos lo dio. —Los fantasmas no tienen apellido—, como decía mamá. Si consideramos este otro lado que duele, o invita a que se tenga lástima por él, fue un hombre teatral, inmaduro, según lo describe Mamá. Me dijo que cuando murió Rodolfo Valentino en Nueva York en 1926, papá Pedro adoptó su mito. Aquí tiene este detalle. Dice que la primera generación del 1900, esos primeros 30 años del Siglo XX, son la Generación del Narcisismo. Una en que los hombres se ponen, ya no sólo el uniforme de cachacos, de militares modernos. Visten el uniforme de la Eugenesia y dizque el Buen Nacimiento... Hay que buscar una excusa para decir, «yo no soy el hombre-simio», la bestia darwiniana. La guerra, la fealdad y la miseria, no son mi legado.
Este tipo de hombre, o de tío alega para su filosofía social, que la herencia ha sido mejorada, hay mejoras sustanciales de su genética. Herencia no es sólo un patrimonio material que se deja al morir, o se lega... Hay rasgos sanos y evidentes, inteligencia protectiva y belleza, que nos hacen superiores al promedio de la gente, y que deben considerarse una parte de la herencia. Con la complicidad de padre e hijo, Mamá me explicó por qué no exigió el apellido Valdez para Pedrito y yo. Como su hipócrita propuesta de alivio al sufrimiento humano, estos hombres narcisistas que han cuajado, son los perfectos seductores en los decenios del '20 y 30. Mamá dice que a ese gajo de sinvergüenzas perteneció Pedro Valdez, mi padre, y pertenecía la imagen de Rodolfo Valentino. Usted, cuando hable con ella, observe cómo a quienes tengan por nombre Pedro, Rodolfo y / o Adolfo, los califica de gilipollas. A su juicio, son putos, todos por parejo. Hombres que quieren ser bonitos para que su bonitura sea un arma más contra nosotras, un arma más, sofisticado machismo...
No estudio estas cosas, como Caterine, no sé mucho sobre artistas de cine, pero... dicen que Rodolfo Valentino fue afeminado. Que desafió a duelo a periodistas que le dijeron: Lo eres. En estos narcisistas, como fue mi padre, la orientación genética se vuelve fuerte, obsesiva, su visión eugenésica se profundiza amoralmente y el narcisismo personal obliga a que se vaya por componendas y cómplices. Mamá no sirvió a Pedro Rodolfo Valdez Valentino, como se presentaba, haciéndolo más náufrago de su propia mentira, no fue la cómplice propicia...
—No, tú, Baturro, dejáos de gilipolleces—.
—¿No crees que es mi nombre de pila, ah?
—Por supuesto que no, eres un baturro y, a más de que seas torpe, no ando yo buscando hombres bonitos... Agradezco si encuentro compañeros de trabajo y de buena voluntad, mas por ahora... ni siquiera eso. No ando buscando macho...
—Mentira. Eres linda, te andará por tener... macho. ¿No estoy guapito, nena?—
—¿Y eso pa' qué te sirve, si eres un baturro?—
—Para mejorar, la raza. Por ahi es que debemos comenzar a discutirlo... para haya selección natural, no artificial, de los mejores especímenes. Acaso, si estuviera en tus posibilidades un diagnóstico prenatal, ¿te negarías la oportunidad de influir en el propósito de que tus hijos sean sanos, bellos e inteligentes?... Te voy a decir ésto, entre Los Valdez, mi padre es el primero que lo dice: No te vayas a buscar una tarasca, malhecha y hedionda, para que yo le entregue mi heredad... De modo, que yo sé donde pico y con qué guitarra me acerco y doy ronda, con danza nupcial... Yo he viajado toda la República. Reviso las jorras y nunca pierdo de vista el modelo que me llena el ojo. No es la primera vez que te observo.
—Cierto. Abora me sigues a la universidad.
—Yo estudié aquí. Unos meses, sé que aquí pierdo el tiempo. Aquí vengo a revisar ganado... aunque yo lo hago, viendo ciertos modelos.
—¿Por ejemplo?
—Con pelo oscuro, Louise Brooks, güeras grandullonas que sean como Greta Garbo, Marlene Dietrich, una que otra que sea flacuchona como Claudette Colbert; una bobarra, insulsa, como Ginger Rogers... ahora te lo voy a plantear de otro modo, porque estamos ya en la época del condón y las píldoras, yo no puedo entender que una universitaria, como eres, no sepa quién es Constance Bennett y menos Louise Brooks, que fue la flapper más famosa de su tiempo, los '30... Si yo digo que, hasta mi madre lo dijo, ésas son mujeres bellas no pasan de moda... Yo me parezco a Rodolfo Valentino. Lo confirmé por ver sus películas.
—¿No has visto sus películas?
—Películas mudas, gringas, no...
—Okay. Veo de dónde vienes. Yo soy mujeriego, no lo niego. No es suerte, es pinta y voluntad... Y, ¿sabes? hasta mi padre vio a quien se te parece, se peina como tú, se maquilla como tú... Constance... mi padre se ha jalado la polleta por ella porque mi madre murió... Esta es la época de Pedro Infante, Jorge Negrete, ¿los oyes? ¿vas al cine a verlos? ¿Tampoco?... Tú sí que me necesitas. Estás muy jodida y virgen... ¿Cómo te llamas?
—Ana Catana...
—Horrible, no te hace justicia ni el hombre... Y eso que hablas francés y nacíste en Europa... mas ahora, formalmente reunidos, porque yo lo he forzado, parece que te hubieran criado, amarrada a un corral. Ajena al mundo, no sabes ni por donde se orinan los cabros... ¿Tienes vida? ¿Dónde está la mente tuya? ¿Has tenido alguna vez ganas de coger, de ser mujer, y olvidarte de los malditos libros? ¡Yo te voy a enseñar, me cago en la retaguardia que sí! ... ¿Un pinchi, puto empleo, es la meta de tu vida? Sea, va... pero apuesta conmigo a la vida... No muy lejos de aquí, a la vuelta de la Calle Corregidora y la casa en que naciera el Cura Morelos, ¿sabes quién es? ... está una abarrotería. Papá puso tal almacén, dizque que pa'que yo me componga... yo no puedo atender ese lugar. Yo siempre ando con mis negocios para aquí y para allá. Se comprende. No estoy tan chamquito...
—Me dijeron que tiene par de hijos.
—Yo soy soltero. Te han mentido.
—No importa. Por lo que le avisaron sobre mí es porque necesito trabajo...
—Comencé mi propuesta. La abarrotería atiéndelo tú, son tres empleados y tú, si hay trato... mira, yo voy a buscar el afiche que tengo con la foto de Constance Bennett... si, con honestidad, me dijeras tu parecido a ella, ya tienes empleo y, en la planta alta de la aborrotería, te puedes mudar. Yo saco a mi padre y te quedas ahí. El quiere irse al campo con sus caballos. El puso ese negocio para mí. Mas ni él ni yo nacimos para vender abarrotes... él, si no respira bajo el cielo, se muere... y cuidado, que él agarra vieja también, así con 60 años, ruco, como está, y él no bebe como yo, que me raspo. Se acuesta siempre sobrio para amacizarse con la vieja que caiga. A él lo tengo que sacar, porque se va enamorar de tí y, por tí, Constance, que sería capaz el cabrón de desheredarme... Entonces, ¿qué?-
—Empleo condicionado a qué, ¿eh?—
—Casa y verga. No está mal el negocio para una foránea. Que no tiene seguridad laboral ni familia... ahora bien, es la verga mía. No la de él, tú no me traiciones...—
—¿Por qué la inseguridad, Valentino? ¿Acaso tu padre es mejor que tú?
—¿Jugarías con fuego para probarlo? ¿Apuestas conmigo, o por qué esa insolencia?
—Insolente tú desde el primer segundo...
Recuerdo esa época en mi niñez, cuando mamá me dijo que apostó por primera vez. Que es tan fácil... copiar el modelo malo, tentarse con la primera ilusión de lo que conviene, aunque una no sepa la dimensión del error. El demonio en la forma de Valentino avanzó, día a día, ganándole su confianza. Sincerarse es más que hablar sin tapujos. Hay que tener ideales y compartirlos. Mamá creyó que lo podía ubicar en su mundo, bajarle los humos, seducirlo con su hermosura interna y externa... pero él era Pedro Rodolfo Valentino de Mierda de Valdez/
Y él la aventajaba en edad y malas mañas. Al principio, jugaba a la generosidad, a la sincera identificación. Sólo forjaba su trampa. La llevó el día que se graduó de la Universidad Michoacana a que le cortaran el pelo, tal como en la foto que él llevó de Constance. Ella prefería ahora el pelo corto, con el estilo de Louise Brooke. El insistió. «Yo quiero que le gustes a mi Padre. Que él viva la fantasía de Constance Bennett, porque mi madre se llama Constanza, ¿entiendes?» Ella le dijo: —Pero es mi pelo—. «Pero, carajo, tú vas a apostar conmigo. Es un juego de par de días».
Durante esos días, ella se portó como no habría querido. Conoció a Los Valdez. Se distrajo con su mundo vulgar. Le sacaron confusas alegrías, cosas ocultas, neutralozadas por la soledad y el humillarse del exilio. Le sirvieron horrores de vino y terminó borracha. Se acostó con El Baturro Valdez. No le dio tiempo a negociar si de veras quiso hacerlo. Sería la primera vez. Sólo supo que amaneció con él y no se sentía virgen. Y si es cierto que el hijo estaba en su cama, por las miradas y lascivias del padre, no se convenció, no tuvo certeza de si pudo haberse revolcado con él, que la tocaba confianzudamente como si fuera una mesera sacada de la cantina o de un prostíbulo. Por causa de la apuesta tuvo que decirle a los dos que ya no juega más y que piensa que no beberá una gota de licor mientras viva...—
—Borracha no se vale—, les dijo. Vencer sobre los machos, a puro golpe, será arduo y tiene ganas de golpearlos. Echos juegan rudamente como si fueran mocosos, con una marimacha. Le han roto su ropa, la abren de pierna, se le suben. Hasta el viejo quiere ir en profundo. Y Valentino se quita la máscara zorruna y la protege de su padre.
—Es juego. Déjala viejo, mira que tiene coraje y te pega...—. Buenas uñas que tenía Ana Catana.
La vida de él, ah sí, no cambiaría. Cuando ella se fue, la buscaba, a deshoras, cuando supo que no quiso ni su compañía ni su auxilio. «El viejo se fue, ya no hay juego». Una segunda vez que abandonó la abarrotería, que le dio empleo por unos años, le dijo que su padre murió. Que le perdonara que a él lo excitara besuquarla, deseándola, sabiendo que Pedro es padre de sus nietos. —Es culpa mía, te puse al alcance de él. Y te hizo daño. Te besaba por soledad, por la pérdida de la otra Constanza que era mi madre. ¿Te hizo daño?—
Todo acoso sexual daña. Yo sé, mamá. Ofende. —Sólo fue su juego...—, justificaba El Baturro. Son dos tales para cuales, machistas...
—Yo no te quiero al lado de mi hija—, dijo al chantajista cuando vino a procrear a Pedro, el segundo hijo con Ana Catana.
Dicen que la más linda de las mujeres de las que se jactara El Baturro, «la Bennett que preñé dos veces», fus mamá. Cuando se emborrachaba, en cantinas o donde estara, decía: «Sólo esa ingrata, me partió el corazón»... Para que no hablara sobre mamá, se pensó en matarlo. Voisin se puso celoso cuando nació Caterine. Y buscó gente que lo provocara y golpeara.
Dicen que que El Baturro llegó a encelarse de su propio padre, porque, tan dura es la catalana, que no le dijo: «Estás guapito, Pedro». No se lo dijo. Le echó un discurso sociológico, empero, declarándolo parásito. Lo comparó con un ladrón en el sentido más burdo: el que nunca aprende a ser un hombre productivo. El que, con prodigalidad, todo lo derrocha porque no le ha costado su esfuerzo, sacrificio de su parte. Al menos, Pedro I, el padre del Valentino de Marras, crió sus caballos, tenías energías naturales en el cuerpo e hizo que pariera la tierra. Este otro sólo entierra el nabo para que le digan «varoncito y guapito», no macho-Narciso, suplantador de puto.
Si ésto es así, en cuanto a expectativas sociales fracasadas, mi padre emocionalmente es igual. Como esposo no se pudo contar con él para nada. Entró a la vida de Ana Catana para hacerla parir. Ella no se arrepiente, al final de cuentas; pero no frivolza el dolor y el odio que guarda, con un esfuerzo de no contaminar a sus hijos con la memoria de lo ingrato.
El marido no fue llamado Eros, el placer a sus puertas. —Dímelo con tu vocesita que soy mejor que ninguno de los que te haya comido las nalgas, dándote por ojo, boca y narices, mira, puta, que me parte el corazón, no saber cómo piensas y me mortifica verte con ese politicón, Voisin...—
¡Qué estúpido obseso fan de las películas de los años 20! Ahora con celos... Cuenta mamá que iba a San Diego a ver cine, cuando no lo había en Michoacán. Viajaba por todo el Norte para seguir la imagen de Lupe Velez, o de Constance, o Louise... Dicen que Narciso lloró, como si fuera una vieja, cuando murio Rodolfo Valentino. «Mi hermano. Mi gemelo».
—Para decir eso, tú debes sentirte más solo que yo. Sin embargo, yo tengo hijos y un Camarada de Oro, socialista, Cárdenas y cada año sé de combatientes nuevos, —Para amorosos; yo no necesito a putos como Rodolfo Valentino. ¡Qué pena me das, Baturro!—
Lo mejor que El Baturro descubrió fue que Constance Bennett podía ser tan real como la adolescente de la Escuela Industrial España-México o la Universidad Michoacana de San Nicolás. Mamá se recogía el pelo, como ella, caminaba como ella, pero tenía voz. Era de carne y hueso, exístía cercana... No era una escena en una película muda... Ni fue una casualidad que el padre de El Baturro viera primero. Pero ambos la tuvieron tan cerca, era más linda que Constance, eran más fuerte y tierna, y en vez de amarla, la golpeaban con la punta de capullo, con el pene de sus desprecios...
Si pudiera consolarte, Mamá, por ese recuerdo de la apuesta...
«No lloren, pinchis viejas. Aquí estoy, pa' lo que me manden. Llegó por quien lloraban». Otra vez. Viene borracho... Siempre ha vestido bien para donjuanear. Llega como un patrón. Seduce como un Valentino. Va a los cines, después donde haya mujeres y naipes. Suplanta a Rodolfo Valentino, quien dejó el mito abierto, porque murió a los 31 años. El tenía 30 años de edad cuando entró a la vida de mamá, diez más que ella. Y la embarazó. Ahora tiene 38 y vuelve.
—Es posible que no lo sepas. O no lo quieras creer. Pero, realmente, Rodolfo Valentino no ha muerto.
—¿Qué trae?—, preguntó mamá.
Emsayó una escena de tango, con una imaginaria mujer. La que evoca de Los Cuatro Caballos del Apocalipsis.
—Déjate de payasadas. Debo completar unas lecturas para entregar para una clase en la universidad. Estoy tratando de terminar una maestría.
—Los hombres seductores, de sangre caliente, no tenemos libretos que estudiar... El Latin Lover es ídolo no ya del cine de matineé, es lo de menos. Subiré a las camas de las niñas, aún insatisfechas porque nadie las llena de besos y les hace arder en la piel con los deseos de posesión y humedad. Vengo por una segunda oportunidad. Quiero que me des un hijo que se llame como yo.
Y Ana Catana, con casi 30 años de edad, erró otra vez. Nunca se lo ha podido perdonar.