En los días de los demonios de Jiquilpan, según la metáfora de Pedro para mentar a los cardenistas de Michoacán que vieron que Ana Catana llegó para quedarse y fue la niña más hermosa entre las españolitas que se educaban en Morelia, el ex-Gobernador y después Presidente nunca quitó el dedo del renglón. Visitaba los lugares donde ella estara. Su colegio, sus centros de trabajo, su vecindad, y su casa. El quería saber de ella, no al revés. Ana Catana fue discreta y no movió intencionalmente el tapete a ningún hombre. Si era por deseo, por codiciar a la hermosa española que el Tata la protegió, se amarró las ganas. Perdió ante otro español que llamaban El Baturro.
Cárdenas supo que éste era putañero y afecto a las cantinas. Y, aunque Ana Catana se casó con él, o se juntó, ella fue mujer de armas tomadas, media bruja y no lo quiso en la casa por borracho. Alguna vez Cárdenas le dijp, como quien conversa de padre a hija, «por amor a mujercitas como usted, fue que cerré las cantinas y burdeles». Y, al parecer hizo más, con el Poder de su parte, tierras que fueron de El Baturro y su familia se las quitó «y dicen que se las dio a Lopitos, a la familia del Zorro», a gente más trabajadora y honesta, que habían sido sus dueños decenios antes.
El baturro, padre de Minerva y Pedro, el Puto, se dedicó al chupe, se puso flaco y murió de cirrosis. Murió cobardemente, sin batirse a tiros, en cierto duelo en que estuvo comprometido o sucedió que, a la mera hora de los chingadazos, le entró la tos y la vomitera. «Y muérete o dispara para que no avientes el pedo». Dicen que murió en extrañas condiciones de susto. Como si una venganza le llegara por la vía del embrujamiento. Al pasar de los años, se dijo como chisme que su ex-mujer pudo haberlo matado. «Le hizo algo», es lo que alegan, «algo mágico, o diabólico», porque es mujer que lee de Química y ciencias, que en Michoacán se entienden como cosa del Diablo.
Cuando se habla de Cárdenas y su aprecio por la viudita, que fue una esfigie de dos caras, como Juno. No fue el mismo cariño que tuvo por los niños de Morelia el que tuvo por Ana Catana, es que la colegiala creció hermosa. Hablaba bonito y era como un lujo tenerla, sentada entre otras damas, que acompañaban al Gobernador o al Presidente, cuando visitaba Morelia. El decía: «Quiero en la tarima de actos a la chavalita». La transterrada. La Niña de los Pirineos. Siempre tenía que solicitarla, sin negarse, y ya con hijitos, abandonada o viuda, igual... lucirse sentada, con otras damas del Pueblo que averiguaron, que sus amores con El Baturro fueron intempestivos. Aquel borracho ateo, jugador y pendenciero, no tuvo la decencia de llevar a la iglesia a las criaturas... y lindas que le salieron esas vidas, dos angelitos, Minerva la Mayor y el varoncito Pedro, envidia porque el rostro más bello que vieron por generaciones lo tenía él. —Dan ganas de comérselo a besos—, le decían a Doña Ana cuando, así advertidas por torva opinión, prejuzgaban que ella lo jaloneba por las calles morelianas, explicándole: —No creas que yo cargo varones al hombro, como es costumbre de mujeres en este pueblo. El hombre que, a su edad, camine y siga el paso de su madre. Sé buena cría y camina, porque mira a Minerva que es mujer. Y siendo niña, camina—.
Todo el mundo cambia. Ana Catana ya ha leído lo que dice la prensa del Presidente Calles, que fue o que es dizque espiritista, creyente del Niño Fidencio y los Nazis. Cuando Cárdenas era chamaco, fue muy idealista, justiciero y filantrópico. Entonces, no fue jamás amigo de los nazis o la Falange española que victimizó la familia de Ana. Mas ahora sospecha que su protector fue envenenando con ideas trotskistas. Cuando llegó a la Presidencia, ya los comunistas lo mangoneaban. Resumo. Eran el poder detrás del trono.
En los tiempos de Cárdenas, especialmente después que salió con su Domingo 7, pariendo a Minerva y Pedro, se dejó de respetarla. Hubo un cierto distanciamiento y, siendo así, en la escuela a los críos se los mortificaba. Se les refirió como putativos. O «aveztrotzkianos de Ruth o la Siberia», donde sólo hay estepas. «Hijos de Nadie», como en la novela que pasan a las 7:00 por el 2. «Vaya esas son metáforas que utiliza Pedro, el puto delirante, tu hermano»; pero, Ana Catana se encargaba de darle correazos hasta que dejara de decir estas cosas, aunque fuese tan poéticamente como lo hacía, por causa de la esquizofrenia o la poesía, que es lo mismo. [Ruth fue el nombre de la embarcación que trajo a Trotsky a México»].
Ana Catana dice muy poco de estas cosas: Que los realistas en España mataron a su padre. Jamás lo vio después de los cinco años. Es decir, no lo recuerda. Nunca tuvo una foto de su padre y si la tuvo la perdió. O se la quitaron en el barco que la trajo por el Puerto de Veracruz. No le explicaron bien. Sí, sabe ue la embarcaron en el Sinaia, en 1939... No traía nada, excepto el morralito con dos pantaletas y un vestido. Supuso que los mismos curas robaron su baúl con la mejor de su ropa. Sería ropa muy fina para que la vieran otros huérfanos, los más pobres. En su lugar, le dieron un morral que no era suyo, idéntico al de otras muertas de hambre, expatriadas de Morelia, según los vecinos.
El tiempo probó que no vendieron sus cosas. Ni que los curas fueron los ladrones. Callistas resentidos, enemigos de Bassols, hicieron la faena. Dizque buscaban unos documentos que se extraviaron entre joyas, libros, vestidos en baúles encadenados, consignados al nombre de Ana / Possé; no de Ana Catana de Marchiel; pero no le dijeron nada porque Ana Catana tenía menos de 10 años de edad y su caso perdía como número entre la grande agenda de la burocracia filantrópica. Y el barco atracó en el Puerto de Veracruz y se le reunieron a verla, se le dieron sus consuelo, se le trató, al fin de cuentas, como a cualquier otra bojeta, en la prángana.
Eso sí, Ana Catana ha vivido agradecida. Con el Santo Bassols en la boca y sus avemarías. Lo único que no cuadra, o no resolvió y la mortificó, como una sombra, es que se le dijo: —Cuando llegues a México, no pierdas de vista tres baúles que estarán en tu nombre. Solícitalos. Díle que te los guarden o muden al lugar a donde vayas.
Le dijeron que eran tres baúles grandes. Con su nombre. Cerrados con una llave que le colgaron al cuello para que no se olvidara; pero le dieron un morral con pantaletas y un vestido y le pidieron las llaves, porque «esas llaves tan feas son las que te hace llorar».
Fue un detalle tan tierno cuando le preguntaron: —¿Por qué lloras, niña Anita, si el Presidente Cárdenas y don Narciso Bassols, le van a dar donde vivir, donde estudiar, donde comer? ¿Por qué lloras? —
—Por Soledad.
No entendieron que lloraba a su madre muerta.
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