A Catita le dijeron que el Coco no existe.
—Por supuesto, es mentira. No existe—, dice Bassols y acarició la mejilla de un niño que lloraba. —El Coco es un invento pa'bobos—. A Catita se lo explicaron, muy someramente. Alguna vez trataron de asustarla. —No hay tales martirizantes figuras. No hay verdugos—. Quizás el miedo irracional a lo desconocido hace que la gente diga esas bobadas. No hay ni por qué creer cuentos de hadas ni tampoco que se crean cuentos de horror. Ahora, cuando sólo por vieja le dicen Catita, inspira autoridad con su mirada desafiante y valiente. Aprendió que lo único espiritualmente deformador, logrero y por lo que se arrugan, los supersticiosos, es la cobardía, la comoplicidad, la falta de transparencia. El único Coco en su familia fue uno que se puso por veintidós años una máscara de hierro para no asumir, en su familia, que su corazón estaba en bellas herejías que desafiaban el Tradicionalismo.
El embajador está mirando a un hombre impertinente. Este es un ccco / cacudo / que hablaba de cuquitos. Se ha decidido a acompañar al grupo de niños que viajará a México. A este monse si lo dejan vende terrenos en la Luna y por lo que mete floros, cazando a pazguatos. Un par de años lleva, cercándose de niños, con ojos pedófilos, se integró al Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo Español, con sede en Barcelona. Se dice partidario de un pacifismo filantrópico, sin banderías ni preferencias políticas. No tiene delitos. Su expediente limpio sólo indica que es célibe, amanerado, amigo del mucho rezo y comer en conventos, o al fiado.
—Creo en salvar a los niños— y da la impresión, por sus persignaciones, de que es católico y piadoso; empero, abrió la boca y soltó las entelequias de demonios que no existen. Tal vez no se dio cuenta de que estuvo mencionando las sogas en la saca del ahorcado. Da la impresión de inmaduro. O matrero, pero es servicial. Sólo que se pega a cualquier grupo, por cena o desayuno.
—Eso de aliar en un mismo cuento a niños y cocús no lo haga más—, le dijo Bassols al hombre. El terco asintió, mas no tardó en repetirlo. Esta vez dijo que sólo intentó ser divertido. El caso es que los niños dormirán esta noche con escasa luz, apenas lamparitas. Escasean las velas. Hay mucha penurias en París. La luz eléctrica es ineficiente y el castillo es frío. Los pequeños se ponen nerviosos, máxime si los amedrentan con espectros fantasmales o relámpagos inesperados y truenos ensordecedores. Cuandos son niños, crecidos en la abundancia y la comodidad que merma por la guerra, lo mejor es evitar ese surrealismo atrabancado. La escasez es ya mal agüero y ocasiona su nerviosismo.
En la habitación del Castillo Reynard que han asignado a Soledad, como madre que disimula la angustia [va a separarse de su hija] dio atención a quien contaba lo que viviera, junto a algunos republicanos que lograron su escapada desde Gerona. El Gobierno de la República dejó su sede en Barcelona, presionados por los bombardeos franquistas. Se mudaron a Gerona. Allá observaron cómo se ametrallaba a los civiles, no sólo a guerrilleros del Frente Rojo. No quería que se abriera un rumbo a Francia. Es que sin se van esos judíos geroneses se van de España las bocas más chismosas. Y los falangistas prefieren matarlos en sus patios.
Ella hizo breve la plática, cortó a tiempo, ya supo o sobreentendió que se confirmó la muerte de su esposo. Es mejor que Ana Soledad no se entere de mayores detalles. Ella verá cómo puede enterrar o reclamar ese cadáver, sin que exponga inútilmente su vida. La nostalgia hace hablar. Aquel señor quiso ser la enciclopedia. Es que es judío: El ama la Costa Brava, y Gerona es la ciudfad que noreste peninsulat que él más ama y la cercanía a la frontera es como una puerta. Se ha puesto a llorar porque ya no visitará el Carrer de Sant Llorenc, cerca del portal, se sienta y vigila lo que fue su casa, en el barrio judío. El se conoce las estrechas calles de Gerona. Es de los pocos que detectó un lugar, ruta exacta, donde aún está la yeshiva medieval que fundó Nahmanides.
Francia permitió, por primera vez, que llegaran por sus fronteras muchos de los heridos de la retirada de Barcelona y Gerona. Y un buque francés, el inolvidable Sinaia, se ha comprometido a zarpar desde el puerto puerto de Séte y relocalizar a niños españoles. La idea es que no vean más episodios perturbadores de guerra. —No es sólo el Coco de la Violencia, que es tan monstruoso, aún más que los Cocos del hambre y la enfermedad, por sus pepitas de kókkos, y que escupe el Monstruo mayor, el Cus etíope, el demonio deforme y feo—. «Que se vaya a un pinchi teatro este pendejo», piensa Bassols.
Soledad, ante la nueva mención de los Cocús, sonríe a su hija. A los nueve o diez añitos, Catita es tierna todavía. Suele decirle que abra bien los ojos y escuche únicamente lo que convenga. Chismes no son verdades y abunda más el chisme que lo cierto. Es preferible velar a dejarse hundir en pesadillas. O dejarse arrastrar por la histeria. Por eso, al igual que Bassols, el Ministro en Francia de Cárdenas, confía que Ana Catana será protegida. No creerá lo que ha oído. «Este sujeto está cagando el palo». El diplom0tico lo piensa, pero, no lo dice.
Historias negativas propaladas sobre la situación de los primeros niños en México, que viajaron en Mexique, las repite como si trajera una agenda para desalentar que se hagan estos viajes. Cuentan, por ejemplo, que de los primeros 456 menores, entre huérfanos de guerra e hijos de combatientes republicanos, de los que ya embarcados desde España en el vapor de bandera francesa Mexique, unos 200 se han perdido en el camino. No que se hayan lanzado al mar, sino que escaparon de los caserones. O no se han personado a las clases ni a sus dormitorios. No hay disciplina, especialmente, entre varones. Consiguen licor y cigarrillos. —Con deciros que en Escuela Industrial España-México, ya murió un chaval—.
Es cierto que problemas han surgido con el director Lamberto Moreno y los docentes de la Escuela Industrial España-México. Murió electrocutado uno de los niños, Francisco Nabot Satorres, y los alumnos, se han inquietado. «Van dos veces que se amotinan», informa el gracioso, alegando que viene de México. «Soy parte bona fide de estos proyectos». Ha faltado atención, estilo; no les enseñan siquiera la historia de su patria; no se explica por qué su presencia es una lección para México. Estos han llegado en medio de la guerra y, en adición a alimentarlos, ¿habrá alguno que entienda que necesitan algo más profundo que el que aprendan un oficio?
No fue este informante quien lo dijo primero, pero, se irán corrigiendo errores. Se destituyó al director, se ha advertido que no se tolerará la hispanofobia, presente entre maestros durante estos primeros años.
Ante niños que ha reído o llorado juntos, por varias semanas de espera, hay expectativas que Bassols comprende. En el Casillo de Reynarde, alquilado como residencia diplomática, duermen sobre el suelo con frazadas. El desayuno no falta; pero, las necesidades emocionales no se cubren del todo. Esta es una emergencia. Quienes han llegado son niños con buenos baúles, visten bien, pese a que se arriesgan emocionalmente a perder mucho. Sobre todo, lo que es más valioso: la compañía inmediata de sus padres, o protectores.
—Esto no es, en rigor, caridad para el que no tiene medios ni patria ni patria: este es el experimento, tal vez utópico, de que la solidaridad es posible. Entre pueblos, como México y España, y entre ciudadanos mexicanos, maestros, cocineros, servidores y niños, de las edades de seis o 13 años.
El fulano se disculpa. Alegan que ama el folclor. No quiere desmoralizar ni asustar a los niños. Posiblemente, en México, la hispanofobia sobre la que viene hablando, exageradamente, el sector falangista, no es tanta. «Es buena fe con el peor estilo. Falta de sensibilidad cultural»; peor es la insinceridad del que dice que es innecesario qie se lleven a esos niños y les mata los padres, encarcela y tortura sus parientes. Bassols le ha dicho: —Yo no lo quiero a usted cerca de estos niños...
—Mis expedientes policiales son inmaculados.
—Pero usted habla demás.
—Que se les adoctrine en acorde a la educación socialista de los Generales y anti-Cristeros es tan peor remedio como la excusa de asesinos franquistas. Franco y las tropas del Gobierno están cometiendo atrocidades—, razona el hombre.
—Pero eso discútalo privadamente conmigo.
—No esconda la verdad, don Narciso.
—No haga este momento más difícil, no le hable de Cucús... o el Caco o el Coco. En su lugar, si es verdad que ya conoce a México, recuérdeles las pancartas, tendidas desde los altos edificios de Veracruz y otros puntos, camino al Distrito Federal y Morelia, que les dicen: «Bienvenidos, niños de España»—.
Narciso Bassols alega que se emocionó ver el 7 de junio de 1937, el amor que expresó su país por ellos. Desde el Distrito Federal, seguió la ruta hasta que el día 10 ya estaban en la ciudad de Morelia. Frente a Palacio de Gobierno, se reunieron centanares de mexicanos a verles como si se tratara de ángeles, no meramente pequeñines.
El pueblo mexicano está advertido de que la mayor parte de familias republicanas refugiadas, algunos como estos niños, vive en campos de concentración. —Aquí, en los castillos de Montgrand y en éste, Reynard, no hay fusiles apuntando a la cabeza de nadie. Es uno de los pocos sitios donde el trato no pretende ser frío, ni la disciplina militarizada como si fuera su sino sobrevivir entre alambradas—.
—¿De qué consuelos puede hablar usted? ¿Por qué no es sensible si lo están oyendo los niños?
Novela: En memoria de Catana
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Ante niños que ha reído o llorado juntos, por varias semanas de espera, hay expectativas que Bassols comprende. En el Casillo de Reynarde, alquilado como residencia diplomática, duermen sobre el suelo con frazadas. El desayuno no falta; pero, las necesidades emocionales no se cubren del todo. Esta es una emergencia. Quienes han llegado son niños con buenos baúles, visten bien, pese a que se arriesgan emocionalmente a perder mucho. Sobre todo, lo que es más valioso: la compañía inmediata de sus padres, o protectores.
—Esto no es, en rigor, caridad para el que no tiene medios ni patria ni patria: este es el experimento, tal vez utópico, de que la solidaridad es posible. Entre pueblos, como México y España, y entre ciudadanos mexicanos, maestros, cocineros, servidores y niños, de las edades de seis o 13 años.
El fulano se disculpa. Alegan que ama el folclor. No quiere desmoralizar ni asustar a los niños. Posiblemente, en México, la hispanofobia sobre la que viene hablando, exageradamente, el sector falangista, no es tanta. «Es buena fe con el peor estilo. Falta de sensibilidad cultural»; peor es la insinceridad del que dice que es innecesario qie se lleven a esos niños y les mata los padres, encarcela y tortura sus parientes. Bassols le ha dicho: —Yo no lo quiero a usted cerca de estos niños...
—Mis expedientes policiales son inmaculados.
—Pero usted habla demás.
—Que se les adoctrine en acorde a la educación socialista de los Generales y anti-Cristeros es tan peor remedio como la excusa de asesinos franquistas. Franco y las tropas del Gobierno están cometiendo atrocidades—, razona el hombre.
—Pero eso discútalo privadamente conmigo.
—No esconda la verdad, don Narciso.
—No haga este momento más difícil, no le hable de Cucús... o el Caco o el Coco. En su lugar, si es verdad que ya conoce a México, recuérdeles las pancartas, tendidas desde los altos edificios de Veracruz y otros puntos, camino al Distrito Federal y Morelia, que les dicen: «Bienvenidos, niños de España»—.
Narciso Bassols alega que se emocionó ver el 7 de junio de 1937, el amor que expresó su país por ellos. Desde el Distrito Federal, seguió la ruta hasta que el día 10 ya estaban en la ciudad de Morelia. Frente a Palacio de Gobierno, se reunieron centanares de mexicanos a verles como si se tratara de ángeles, no meramente pequeñines.
El pueblo mexicano está advertido de que la mayor parte de familias republicanas refugiadas, algunos como estos niños, vive en campos de concentración. —Aquí, en los castillos de Montgrand y en éste, Reynard, no hay fusiles apuntando a la cabeza de nadie. Es uno de los pocos sitios donde el trato no pretende ser frío, ni la disciplina militarizada como si fuera su sino sobrevivir entre alambradas—.
—¿De qué consuelos puede hablar usted? ¿Por qué no es sensible si lo están oyendo los niños?
Novela: En memoria de Catana
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