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1. Algo así como un tonto
El abuelo Benavito (Simón Abram) dio el triste título de klotz
a su primogénito. Desde niñito, Andrés tuvo historia de 'klotz, zaham'
y yo, el sobrino, aunque tuve una vaga idea sobre lo que con el término se
significara, lo escuchaba de mi padre y el propio Andrés. Con tiempo a mi
favor, entendí que Andrés se hizo dignamente, en tiempos de mi abuelo, el desentendido
de la acusación. No se tomaba en serio la opinión ajena, ni aún la que
viniera del Venerable Simón Abram. Supo no mostrarse dolido, así podrá reírse
en sus caras cuando venga el tiempo de pesar las verdades y hacerlo.
Una vez (una de esas veces en que conversaron, si decirse
cosas lacónicamente implicara un conversar), Abram, mi padre, condenó a Andrés.
Utilizaba el epíteto: Tío Tonto:
«Que andas en fachas, como si fueses un pobrete y no como quien ha
nacido de nuestra clase».
Mi tío guardó silencio porque («¿a ti que te importa? si
no vivo del dinero de mi padre, yo doblo el lomo»). Comprendió que a Abram le
entretiene el mito de las clases sociales, en tanto él no hace distinciones de
personas, pues, pecado es.
Klotz, entre raznochintsy,
es lo que soy.
Quiso sugerir algo así, ¿a quién le importa si soy a
esta altura desclasado, o si como y si bebo?
A esta altura, la penuria y escarmiento de la Guerra y el Holocausto. Al
tío no le pasó inadvertido el menosprecio de los dos por los raznochintsy en aquella La Habana
cosmopolita. Había comerciantes de cualquier extraña procedencia y etnia:
libaneses, por ejemplo, propietarios de las mejores tiendas por lo que en La
Habana se podían comprar tejidos, muy finos,, sobre todo, en la calle Muralla,
y había el puesto de fritas, como excepción, propiedad de un cubano, porque todos
los demás eran negocios de judíos, polacos, chinos, españoles y portugueses…
Tío Andrés valoraba en su cuadra a un “tren de lavado”, como se le decía a las
lavanderías y tintorerías de los chinos. Rápida y a precio módico, baratísimo, lavaban
y planchaban la ropa. Allí, con ellos, las mujeres cansadas lavaban las sábanas
y los mismos chinos iban tendiéndolas al sol. En cualquier esquina, mas
apartados de la calle de la judería, había un puesto de chinos: además de
vender frutas, hacían helado (uno de mi gusto y preferido, el de “orejones”, como le llamaban al
elaborado con frutas secas) y distintas frituras. La especialidad eran los
chicharrones de viento y de tripitas. Con un “medio” (cinco centavos de peso), comprabas un cartuchito lleno.
Como al klotz de Andrés le gustaba esa gente,
se le dice que no puede ser más extrafalario, si anda como Klotz, entre 'raznochintsy', o que parece un chino, de los que pulula
en el tren de lavado de la calle 5ta y D. Un día me llevó a ver los
chino porque iba a dejar su ropa, y observé las planchas enormes y el vapor… Vi
pequeños puestos de frutas, pero también restaurantes de primera. En el
trayecto me decía: «No hay que ir a
Paris, New York, Milán, Barcelona o Londres para estar al tanto de la moda, la
pintura, el cine, la música y la literatura. Y comer como se come por aquí.
Antes de
regresar a La Bodega, daba un vistazo a la Calle Prado para verse con amigos baturros de la Beneficencia Asturiana y,
en la misma calle, la Unión Árabe. Las sinagogas de los asquenazis estaban en la Calle 13, esquina I, y la
sinagoga sefardita en la 17 y E. Todavía mi Mamá da sus detalles de la
carnicería kosher en Muralla. La
calle más recomendada por Tío Andrés para adquirir las telas más maravillosas
(de las que él mismo fue importador). Trajo hasta diseños exclusivos, piezas
únicas que contrataba en Paris, Barcelona y New York, con diseños de artistas
de vanguardia, Después se fascinó con las guayaberas. Sr volvió más criollo.
«A ti te va bien, ¿o no?», le preguntó Abram, dispuesto a
sacar unos pesos y ayudar a su hermano, pero... Novás Calvo le dijo: «Este,
desde muchacho, tuvo la costumbre de aquellos sefarditas medievales...
humildes en apariencia. Mi socio guarda y deposita para su vejez lo que ha
ganado en afanes y viajes. Ha de tener en bancos suizos su fortuna». Andrés oye
que ríe a mandíbula batiente. Bancos suizos, un decir. En colchón agujereado,
tal vez.
«Hablo en serio».
Novás Calvo insistió: «Joder, que tiene más que tú».
Imagino que es, por temor a que moriría tan pobre y
desheredado como Paquira... y, aún creyó, antes que se le diera un pedazo de la
hacienda en Ceiba Mocha, Benavito no dejaría para él ni dos peniques... y no
fue así.
Ya ves. No fue así. Sorpresas te da la vida.
Del patrimonio de Antonio, dudo que Andrés lo beneficiara
porque hizo migas con Rachel Abram y los Lecsinka. «De modo que, sin nadie que
lo imagine, puede que sea más rico que tú».
Desde ese instante, Novás Calvo se le hizo odioso a mi
padre.
No supe preguntar a Tío Andrés: «¿De qué te acusan? ¿Qué
haces tan mal para la burla?» Temí que me redujeran a lo mismo. Fui apegado a
él.
Esta gente acusadora logró (como éxitos humanos y
materiales) más que él. Se envanecieron. Por de pronto, que sea Andrés el
Tonto... Y Abuelo, por lo menos, vivió tiempos duros. Soy el menos idóneo para
imaginarlo.
Puede que sea porque mis definiciones sobre la historia y
la historiografía son inadecuadas y pobres. Ahora bien, cuando más cerca he
estado de verme como ese payaso estúpido del que hablaran los amargados y
resentidos de mi parentela paterna (hasta contra ellos mismos) fue por causa de
algo que escribió mi padre, echando maldiciones:
* «Maldita sea la hora en que la conocí»... [y fue cuando
aprendí a ser rezongón, por preguntar a quién maldijo]. Fue al judaísmo mío,
que es el mismo de mi madre por la reformación del mundo. Tikkun Olam.
* «Que la devoren los perros como a Jezabel». [Hablar así de Mamá, mi abejita, me hería].
* «Maldita sea la redención y haz lo que te plazca».
* «Oye, gusano de Jacob, trafalmejo que estoy en
las sínsogras del Seol».
* «Al carajo con los judíos comuñangas, caterva de
cogiocas».
* «Has comenzado a comer cabalongas, gusano de Jacob».
Se necesitan muchos años para expiarnos en los entresijos
de la historia concreta y, muchos más, para morder el silencio de Dios. Este
año, con tales maldiciones, marcó el ateísmo de mi padre Abram. Este fue
momento de deslindamiento y entre él y yo.
«¿A quién conociste que la maldices?»
Siempre supuse que fue a mi madre. Tu esposa. Y, por
igual, muchos años urgí como ella para perdonar y querer al padre que tuve, sin
odiarlo como lo hice por momentos. Él me dio materialmente todo lo que pudo y
se espera. Bendecir con la palabra es un aprendizaje que se agradece y escarbar
por qué no se bendice, por igual. He tratado de lograrlo, de adquirir ese
conocimiento que me faltó y me marcó tan feamente.
Cuando dentro del cajoncito del poste tan sagrado que me
enseñaron a besar como a los mezuzot, hallé escrita en su letra tan
inconfundible, mensajes como los citados, me sentí el klotz ... yo,
irremisiblemente, lloré. Pensé que se habían cerrado para siempre las puertas
de comunicación, que sería el comienzo de mi tarea de transmutar mi admiración
por antipatía y decepción. Estoy decepcionado de mi padre, hijo del santo
Simonico ben Abram.
Me lastimó con sus maldiciones y él lo sabía. Para mí, la
maldición suya contra mi madre (creyéndolo hombre justo, profeta al que yo me
confiaría), me hería como puñalada y, cuando supe, que ni siquiera vaticinó en
mí al gusano del abraxa, sino al
perico de los palotes, al chango candongo, al trafalmejo, me sentí
infecto como si comiera zeraim de basurales y cabalongas, junto
con los puercos.
¡Padre, padre, por qué me abandonas!
Benditos aquellos quienes la Historia la aprendieron,
sufriéndola, la vivieron en guerra y turbación continua, pero terminaron como
vencedores. Pobre de aquellos cuyas heridas son del alma, espíritus apagados,
aunque no sean los tullidos, por heroicos y belicosos, que medran sin
desgarraduras. Andrés fue andariego, viajero en medio de la guerra. Parece que
infiltró muchos frentes de combate, sin fusil. Rara resistencia para que se le
juzgue entre los perdedores y, al final de cuentas, no tuvo condecoraciones que
mostrar.
«Me podrán decir tonto, pero no cobarde», eso es una de
las cosas que la familia admite con él. Es valiente sin echar tiros, tiene
siete vidas de gato.
A veces pienso que le piden demasiado a un judío simple,
bueno, no tan sofisticado como esos europeístas, casados con rusas y
holandesas. Andrés es nuestro solterito sefardí. Dice que los alemanes le caen
en los cojones y se los parten; mejor no dar con ellos. No, él prefiere pasar
por cobarde, aunque no sienta miedo, por bruto, aunque sea sabio y no pisar
esas sinagogas, donde hay demasiado eslavismo sionista. Y galas leopoldinas.
En 1965, Andrés se quiso ir a España cuando supo que el
Generalísimo Francisco Franco se reuniría con representantes de comunidades
judías. Tenía mucha fe en ese proceso legitimador de las comunidades. Sería
como un nuevo Israel ibérico-sefardí. Fue su última idiotez, creer que se puede
reconciliarse con el fascismo, pero quería esa ilusión, verse en la tierra «en
que vivimos desde la Edad Media, por lo menos».
Sara adoraba una casa que el tiempo truncara en Sevilla y
Abram utilizó como refugio cuando tuvo que dejarlo todo en Cuba por exilarse
voluntariamente y presumir el odio por Fidel Castro, que nunca lo molestara, y
contra el colonialismo ruso-marxista triunfante... Ah, como se hartaba, tal
comemierda, padre de quien les hace este cuento, cuando el problema es no amar
suficientemente una Cuba Revolucionaria para todos. Y, sin embargo, como Simón Benavito,
su hijo quería estar cerca de lo que llamaba la Fe.
Y a su hijo el Tonto le dijo que eso de irse de Cuba, una
dictadura marxista, como la que Fidel Castro iniciara hacia una dictadura de fachos, a las garras del franquismo, son cosas de un klotz. Similar estupidez. No cambiaria
las cosas de raíz.
Bobada inútil. España, como país, no merece que la
semilla fértil que el judío representó vuelva a nacer en su suelo. Como a
pueblo, los viejocristianos escupieron en 1492 el rostro del judío y sus
conversos mentirosos al expulsarlos.
En 1966, se reconoció que un primer niño judío nació ese
año en España desde aquella expulsión de 1492. Al tontico de Andrés le habría
gustado que fuese yo.
2. Un documento proscrito
Mi padre, que no escribió sobre sí mismo y se alimentó
con la angustia, me ha prohibido que escriba sobre la familia y es la razón,
por la que este documento ha sido redactado tantas veces como destruido y, por
más que lo ocultara, él lo hallaba. Y no sé si lo pueda terminar, o reescribir de
nuevo, por cuanto me dijo que, si lo hallara, lo vuelve a quemar.
Él lo busca. Lo rastrea. No puedo yo tener nada tan
privado que él, irrespetuosamente, no persiga como inquisidor. El odia la
memoria de su judaísmo y de las conversiones. Se hizo un ateo sin raíces.
Está viviendo en linderos de sus propios tabúes y este
documento es el tabú que me ha prohibido. Como a él le da vergüenza que haya
tonto de capirote en la familia, por respeto a él, yo no puedo ser uno. En
cierto modo, ésta es una enseñanza de mi padre, tal como yo la padezco. La
enseñanza de la historia desenmascaradora y el miedo. Esforzarse en pensar, en
posar de que reflexiono, es un 'dictum'. Debo seguir alguna norma
discursiva que me justifique. Es un reto si anhelo que yo valga algo ante sus
ojos.
Mi madre es distinta. Como una abejita me dice: «Ama y
aprende, no te preocupes de la bobada de si eres o no exitoso axiomista, o si
sales matasanos o mulero. Ser feliz es lo que importa en la vida».
¿Para qué sirve este acopio, arrasador e indetenible de
civilización, si lo interpretamos desde la desilusión cultural del pasado y el
aspecto perspectivo de lo amenazador? Lo desafié y le dije: «Voy a forjar el
retrato de la familia y lo que me digas lo pondré... y, siendo que eres la
persona a quien mejor conozco, después de mi madre, sincérate. No me persigas
ni persigas a los tuyos. Lo peor pasó y estamos vivos... «mira, si Fidel Castro
no te gusta, vete a España, o sigue tu labor con los yanquis... Andrés el
Tonto, tu hermano, dice que tiene fe en Franco y se vuelva a comer las uvas que
España despreció. Estas uvas amargas del judío y las comunidades que una vez
forjaron la Sefarad... Te haré justicia cuando tú no te la hagas y te
citaré, tal como recuerdo que hablaste, hayas tenido o no la razón. Esta es la
oportunidad de que me mires de frente».
Siempre he escrito con miedo de perderme por esta
encrucijada agónica porque él no cree en la historia, sino en sus omisiones.
Todo es feliz y éxito, si te alías con el bando que vence. Mas no puede ser
feliz el hombre que yo conozco.
«Eres más infeliz que Andrés y eso mienta fracasos».
Dime tus fracasos y te diré quién eres.
Sé que lo espiritual no se completa jamás, a menos que
uno duerma a la carne y se salga por el ombligo y decida ser un animal sin los
ojos abiertos. Este riesgo lo tengo atravesado; yo quiero rastrear la
animalidad que me toca. Hacerlo antes de morir. ¿Se podrá, de veras, predecir
algunas cosas? y hablar de ti, Abram, quien se cambia el nombre, pero es Abram
sin vítores, a secas, aunque no le guste.
Ahora que recuerdo a Abram, el hijo de la Sueca, su imagen es la de un hombre afligido y
contradictorio. Sin vuelta de hoja, pese a las grandes diferencias entre ambos,
él me fraguó como hijo de su tristeza, que es la condena de la historia, o la
tentación que es por ella, seguidas las definiciones con que pretendió que me
instruyera. Lo recuerdo como si soñara con él. Él murió ya.
Lo veo. Está lijando unas maderas con la que fabricará el
primer tefilím, para mi casillero, que colocará en la pared, al lado de
la puerta del balcón esquinado, con salida a la calle Neptuno, que colinda con
mi habitación.
3. El tefilín: Alguna vez él tuvo fe
«Elohay, neshamá shenatáta bi teorá»: Elohai Neshamá
Oh, mi Dios, el alma que me diste es pura: Plegaria
Vivimos en La Habana vieja. La casa es enorme, de tres
niveles, paredes anchas y fachada colonial. A mi casa, entonces, la
describieron como La Bodega de los Suecos. Este recuerdo, sacado de lo
profundo, trata de revelar que alguna vez Abram, «el que se hace el sueco», el
decorado de ateísmo, tuvo fe. Y hasta cree en el huesito de Luz y el rocín de
la Resurrección. Mi padre, quien conoce el secreto del cráneo y cada hueso, sus
debidas neuronas y conexiones y sustancias, discute sobre una porción del Bereshit, huesito extraño capaz de
reconstruir el cuerpo entero y porciones del alma, sólo que habrá que ir a
Tierra Santa.
A veces ubica el lugar supuesto del huesito («Luz») en el
cóccix, en la base espinal, otras en el dorso del cráneo, donde se anuda.
Siempre que me conversa sobre la fe, sale a relucir el hueso y la cajita sacra,
que puedo lleva a la frente como símbolo del hueso Luz y a la mano, o el bíceps,
donde se atan, con siete vueltas, las correas de cuero del tefilín y seis veces alrededor de los dedos.
Pero, obviamente, él no espera que yo ande por las calles
con una casillero de tefilín en la cabeza, o en mi entrecejo, o me lo cuelgue
con dos correas que me alcanzarán los hombros. «Tú, sólo grábalas en tu
corazón, y tenlas en tus sagrados portales».
«¿Y eso de tener fe / emunah,
qué es?», pregunté.
«Que aunque no haya Dios, lo vas a creer, a inventar y
adorar, sin preguntar si es justa la absurdez. Aquí en la tierra nada es justo.
Techiyat HaMaitim vendrá en su momento a completar un mundo, que se
supone que no sea como esta mierda que vivimos, o que es». Se colaba en la jerga
de estudiante en los EE.UU., para referir un mundo idílico, Olam HaBa, the world as it was supposed to be.
Con el tiempo, por comprender, supe que tenía más de
Unamuno que de Kierkegaard. Y a la Era del Mashiach, mi padre la
describía como el final de tal expectativa del creer, Yemot HaMashiach. «En
la oportuna era cumplida de la fe es cuando ocurrirá el Techiyat HaMaitim
y veremos que la Fe, después de todo sirvió para algo. Tú, hijo, cree en la Fe,
no tienes que dejarte trenzas ni vestirte de negro; sólo esperar y creer,
pacientemente, en las cosas deben reflejar algo mejor a la realidad presente.
Lo que hoy es un mundo de mierda, Olam Hazeh».
Mi padre me hizo un tefilín para que viva mi hueso de
Luz, «shel Rosh» y lo ubique. «Si lo
ubicas, ya eso es fe». Tal vez vea yo que es tan real, «lo sentirás, hijo,
maravillosasmente». Mamá sonrió al oírlo. Es que el ateo soltaba plegarias:
Explicar una visión restauradora del mundo, «porque el que tenemos está trunco
y las vasijas rotas. Se ha retirado la luz y dios se va y se pierde, sólo queda
un Nombre».
Atá bratá, atá yetzartá, ata nefajtá bi, veatá meshamrá
bekirbi, veatá atid, litlá miméni, ulehajazirá bi leatid labó. Kol zman
shehanshamá bekirbi, modé (1) aní
lefaneja, Adonay, elohai velohei avotai, sheatá hu ribón kol hama-ásim, adón
kol haneshamót, moshél bejól habiryót, jai vekayám laád. Baruj atá, Adonáy,
hamajazir neshamot lifgarim metim.
Tú la creaste, Tú la formaste, Tú la insuflaste dentro de
mí, y Tú la cuidas dentro de mí, y Tú me la quitarás y me la devolverás en el
futuro. Mientras el alma esté dentro de mí, yo te agradezco, Oh Señor, mi Dios
y Dios de mis padres, Señor de toda la creación, Dueño de todas las almas,
Bendito seas, Oh Dios, que restituyes las almas a los cuerpos muertos.
Este no será visible, desde la calle, porque está en la
segunda planta, protegido por la curva del pasamano de la escalera interior o
techada... Nadie puede verlo, sino el que entra a La Bodega por la puerta que
nos corresponde y quien, en los pasillos de mi piso, se detiene a saber qué es
tal tefilín.
« ¡Qué importa!»
Él lija la madera con bejucos de carey y me instruye que
cuide el casillero como si fuera mi
propio corazón, o mis pupilas. Que sea celoso con los trozos de Shemà que pondrá dentro él. Insiste en
que, para mí, exclusivamente, él lo fabrica. En este cajoncito, él representa
el gran mandamiento de Deuteronomio
6:5, palabras que claman oye, Israel a lo que parece el Infinito Silencio y el
traspaso visible de su comunión, como frontales entre tus ojos y cuanto yo lea
los mensajes del tefilín, con la fidelidad que él espera, veré que en éste se
contendrá la herencia que, de sus consejos y palabras, se supone que guardaré:
... y las
escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas...
Para él, el Adversario, fuente de todos los males, padre
de las desgracias, será por siempre la turbulencia del ser-en-el-mundo sin admitir la separación. «Ten fe. Espera El quiso
que una plétora de historia, dicha por hombres con pre-definiciones, en la que
soy espantajo y guajana al viento, me sirviera de guía y que yo la bebiera como
mi sopa de lentejas. Lo confieso. Esta es la sopa que no he tragado por mi
gusto.
Este es el por qué escribo esta memoria, cuando ya no me
queda ni padre ni madre que prohíban mis palabras.
4. «Tengo planes para ti»
Mi padre fue un silencioso empedernido. Tenía sus tesoros
de ternura y gracia escondidos, alma adentro, bajo la piel, aunque su aspecto
fue de roca. Le tapiaron la lengua y del alma le dejaron sólo sus ojos fuera.
¡Sí, parece que él no tuvo su tefilín de alegría como frontales entre sus ojos y el mundo! Le
fui un poco desconocido, bastante si juzgo, por ejemplo, que le fue recordar
mis cumpleaños, promesas de visita o datos que son importantes durante la
infancia. Aún el nombre por el que yo quería ser llamado. Mah ta-arij haleida shelja?
«¿Se acuerda?»
«Aney ‘al ha-she-eilot? No es bueno que le hagas preguntas a tu padre. Él sabe
por qué hace las cosas, Él sabe lo que le conviene recordar y cuando… Ha-im ata mevin?»
«Pero eso no es lógico, papá».
No obstante, fue eminentemente atractivo, elocuente e
inteligente. A duras penas, por hostil conmigo y lo fue según crecí y me le
opuse, al evolucionar hacia la rebeldía adolescente, yo a ratos lo admiraba.
Aun no creo que yo haya perdonado y sanado cicatrices que dejó en mi madre y en
mí
Para buscar la sustancia de sus méritos, géren hama alot, porque es un médico que
lee a los patriarcas, se fue mi mente a la niñez. Se fue tan remotamente que
recuerdo los libros que tenía sobre su mesa.
Mi padre estuvo contento. Tal vez porque yo cumplí cinco
años. Cierta señora que él llama, seguramente con ironía, Becerra vendrá a la
casa a enseñarme a leer y a escribir. Su esposo, cuando venga, me enseñará a
leer el alfabeto hebreo; y noción discursiva / nusaj / en torno a
algunas oraciones, las primeras que debo aprender para que cuando cumpla mis
trece de edad, se me presente en la sinagoga de La Habana, se me apruebe en Bar
Mitzba y se me ofrezcan estudios del Talmud. Visualiza que seré médico. Su
plan para mí es que lo sea, «pero hay tiempo, paso a pasito» y creyó que creceré
en entusiasmo, en humildad y que no sería capaz de juzgarlo. Inspirar en la
meta es posible cuando lea la obra médica «Gérem hama alot» ('Sustancia
de los méritos') de Yehosua ha-Lorqí que Vidal Yosef ben Labí tradujo del
hebreo al latín antes de su muerte en 1456.
«Abre ese libro. Es muy antiguo. Vacíate en él».
Jazor ‘al zeh.
Repite. Ante cualquier libro al dar alguna tarea, la tutora aconseja: habla
poco y despacio, eso es vaciarse y solo repite con amor lo que te diga el
ministro, ‘abres el libro, entras al vacio y te metes en el mismo’, Uno debe
concentrarse con toda la voluntad. El paso primero con que vencer el ruido es
hablar despacio, daber
le-at, dejar que quienes te hablen sean los
ángeles de la paz. No los juzgues, niño, hijo
del libro.
Recomienda: Oye como dice el que estableció la paz y nos dio una
oración conocida, Oseh shalom: la de obediencia y
misericordia, la de integridad y humildad, oración que con su saludo origina la
alegra y la sanación: Shalom alejem
malajé hasaret malajé Elyón, mimélej maljé hamelajim Hakadosh Baruj Hu. /
Boajem leshalom malajé hashalom malajé Elyón, mimélej maljé hamelajim Hakadosh
Baruj Hu. / Barejuni leshalom malajé hashalom malajé Elyón… Si no crees que
hay ‘ángeles de paz, ángeles del Altísimo’,
en vano invocas
el Supremo Rey de reyes, el Santo bendito o el Supremo Rey de Reyes… Vacio es
que uno puede ser lleno. Uno es judío cuando oye los ángeles. Y para oírlos:
habla de espacio, te callas… y, ciertamente, hay
que leer, formarse con la Torah, pero
sobre todo es preciso leer el inconsciente, la angelicidad, pues en ese libro
de tirada única está escrito el guión de la vida. El «el estatuto del
inconsciente, puede que sea tan frágil en el plano óntico y en la ética
cotidiana, pero es la sed de verdad más poderosa. Sea lo que sea, hay que ir a
él, porque los ángeles huyen si no hay silencio.
« A mí lo que me interesa es la ciencia, como a
Mama que era aviadora».
Pues que sea, desde hoy, hablar de espacio y dar tiempo a
los ángeles a que te digan cosas que deben decir y aprender… Desde ya, a la
tutora se le dijo que es grande mi conocimiento sobre el esqueleto humano. No
tendré problemas con la biología porque nací para heredar la biblioteca
particular de los Abram (médicos con cierta reputación y exclusiva clientela en
La Habana). El que aun vive y talla mi tefilín nos dará la privacidad y comodidad que
necesitamos. Y Becerra tendrá que habituarse a la visión de la calavera. Está
colocada al lado de su escritorio sobre un taburete. La Huesuda parece una
marioneta, porque un cordel atado al cráneo y conectado al techo la sostiene en
pie.
Hace dos años, yo perdí el miedo a verla porque él,
sentándome en sus rodillas, me enseñó que es el juguete más interesante para
los sabios. Y para 'der Arzt', el que ha de ser médico.
« ¿Y ella tendrá miedo si la ve?», pregunté. Levanté una
patica al esqueleto que roza al taburete.
«No creo; pero tú indícale que sabes el nombre de cada
hueso».
« ¿Sí?», asentí.
Este fue el único regalo que me dio, el primero de
septiembre de 1955. No festejamos con otra ceremonia. Con los años, comprendí
que su primogénito, murió en fecha previa a mi nacimiento, es decir, el mismo
día y mes, años antes. Y nunca habló de él... Tuvo esto como señal, yo no sé de
qué... Por esta razón, nunca se hizo fiesta en los días en que yo la esperaba y
su tristeza impregnaría cada rememoración durante mi onomástico.
Entonces, sospeché que su apacible contento no se debía
al plan de celebrar mi cumpleaños únicamente, sino a otras llamadas que
recibía. Un telefonazo lo interrumpió en su tarea artesanal y él, al responder,
se contactó con alguien que no sé quién pudo ser. Platicó en alemán por largo
rato.
Ese año, el Tratado de Viena restauró la
independencia de Austria y tal asunto le interesaría más que lo yo podría
imaginar, a la edad que tenía.
Con el tiempo, él halló las alegorías necesarias para
decirme el por qué. Por lo menos, él querría comunicarme, al yo alcanzar la
edad apropiada: que debo aprender a cruzar la raya hacia el bando de la honra y
revertir el orden de la dialéctica.
5. «¿De qué rayos o rayas me hablas, padre?»
Mucho de lo que supe sobre Abram durante mi niñez no fue
dicho en palabras; no fue escuchado del modo habitual; pero lo comprendí,
investigándolo concienzudamente. Por mi cuenta, invertí los órdenes dialécticos
a los que fié mi credulidad y mi padre tuvo razón: había sido hegeliano, lleno
de gesticulaciones, sin saberlo, y me costaría ser parte de los Trece de la
Fama. Entenderlo como él e inclusive me costaría enseñar a cantar al
pájaro, al Dios de Abraham cuando viniera a mí, con sus múltiples formas de
sabiduría.
«Un día te diré sobre los Trece de la Fama», me dijo.
«¿Cuándo?»
El Dios panteístico / sin rostros humanos / de sus
rituales, en el fondo de mi corazón, me daba miedo.
Ni siquiera fue él quien me dijo el significado de los
trece de la fama y la raya marcada por Francisco Pizarro. No me habló de las siete lámparas de Leopoldo. En realidad,
casi no me hablaría sobre nada, a pesar de lo mucho que tenía que contarme y
que prometía que me diría para que yo aprendiera a juzgar a los hechos en la
plenitud de su contexto. ¡Tan fácil que habría sido, si me dijera, lo que yo
quería saber sin tantas alegorías!
Yo estuve ferozmente en espera de estímulos para amarlo y
él... a cada paso, presto a colocar mi vida en el tablero para señalar mis
faltas. Me dijo la Tutora: Que haces muchas rabietas cuando dejo la casa. Salgo
a trabajar, hijo. No es la forma para que me desconfíes. Que hablas como un
perro que salta a morder y desobedeces el precepto, ‘habla despacio’. Gam zu letová —esto también es para bien. Que no lees lo que
dejara en el casillero y fracasa ante la
Shemá, base de la creencia que a todos dice: —Escucha… entonces: —Obedece a tu padre en la unicidad de HaShem.
No lo juzgues. Escríbeme cada día en los marcos de tus puertas: —Lo quiero. La Bodega es la casa que te doy, a mas
te doy las mezuzot, y pedí que vayas
atándolas a tus brazos y a tu cabeza —yo también hice los tefilín míos. Y quiero que
las últimas palabras que se digas antes de morir, es que amas a Tu Padre en mí
y lo perdonaste porque vio el mundo en términos de guerra…
Decía mi padre que un día comprendió que HaShem carece de
su cuerpo físico. Es inmaterial. No es nada nuevo, menos que así lo diga un
científico. Dios es Eterno, atemporal, infinito, por encima del tiempo y más
allá del espacio. No pudo haber nacido y no puede morir. No asume una forma
humana ni se vuelve pequeño para que se envanezca el hombre y destruya Su
Unicidad y Divinidad,
La Torá dice:
Dios no es un mortal… no hay tal cosa como el Cristo, el encarnado, en chancletas
y vagando por el mundo. Esa es una caricatura vulgar que crearon los mismos
griegos y romanos, azuzándola entre judíos. Y la han preservado y cumplido con
mas soberbia más de 15,000 religiones que se han turnado a lo largo de la
historia. Esta es una blasfemia y, por eso, el Dr. Abram contra un mundo que ya
le parecer sin sentido se expresa con rebeldía y dijo que marco su raya. El
mundo es demasiado conspirativo y desacralizador para que no sea tratado con un
látigo. Debido a que quiso que se
respetara la unicidad divina, el Uno, se creyó el representante de la idea de
alguna suprema venganza.
Esto propuesta del Dr. Abram puede que haya surgido
durante los años en que viviera en Holanda. Cuando Mama dice que puede que él
se haya vuelto loco y que sea participe de alguna obsesión con la hispanofobia,
toma en cuenta lo que han conversado desde cuando fueron novios. Tenían las
amistades equivocadas, influyentes maestros o teóricos de Filosofía de la
Historia que justificaron la hispanofobia, que a su vez solo era expresión del
intento holandés para intentar conquistar las
posesiones lusas de ultramar, cuando éstas pasaron a formar parte del Imperio
hispano (1580-1640) al heredar Felipe II el trono de Portugal, y empezar así a
desarrollar su propio imperio.
« Todo es un empeño humano, político por dar continuidad a
la codicia, a las hazañas imperiales. Esto no tiene que ver con Dios ni con lo
que los judíos pensemos, o lo ya pensado por los grandes profetas, o ángeles
mensajeros, o ministeriales. Si. Hay quien utiliza a Dios / HaShem/ Allah / como
el pretexto de quisquillas y etnocidios… Tú lo utilizas. Escucho el discurso
con defiendes a Dios y al Dólar en un mismo contexto y, así envenenas a tu hijo
para que sirva a esta dictadura y la corrupción vigente que no es muy distinta
a la en el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, se vivía. Te ubico en
los años de la rebelión de los Países Bajos, preludios de guerras comparables a
las gestadas por la nobleza local, gente que codiciaba el oro de España que era
el oro de América Latina. Ayer como hoy, unos pocos descubrieron esas técnicas
de propaganda contra el gobierno español, la Iglesia católica y la Inquisición,
que utilizadas con odio se llevaron de frente a los judíos. Nos forzaron a la
diáspora»…
La mayoría de la población en Europa seguía siendo católica pero ciertos
nobles flamencos usaron la ideología de la Reforma protestante como instrumento
nacionalista para conseguir independizarse de España…
«Medita sobre tu caso. En los años de la guerra, de tu servicio, te hizo
daño vivir en Amberes o ver los bombardeos sobre Amsterdam, pero yo tuve menos trauma que tú… Tengo la
herramienta de la Fe y tengo la teoría social del marxismo, como mi padre. La
lucha no es una venganza en el nombre de Dios católico, como no pude ser en
nombre de HaShem y los judíos porque la propaganda presenta a unos y otros como
bárbaros, irreligiosos e ignorantes, así pintados por ser inferiores desde el
punto de vista racial pues, por su historia, España es mezcla de judíos y moros».
Mamá se jacta con cierta autoridad cuando habla con él.
«Separo el grano de la paja. No filosofo sobre esa basura que ya se lo que
es: codicia, pretexto para explotar, invadir, dominar… todo eso no es Dios, No
lo meto a mi tefilín. No me lo amarro al pecho… Tú metes hasta la corrupción y
crueldad de Leopoldo en el mismo casillero que a Dios y así quieres el respeto
de Karl. No se puede… Si el oye a su ángel, no te oirá.».
Leopoldo, el
ingeniero, se fue a San Antonio, Texas, y lo dejó con el desafío de cruzar una
raya, que él cruzó a su modo, cuando quiso. En mi casillero, con cierto dolor,
dijo que Leopoldo, a la postre, fue traidor. El que mandó a sus hijos a la
guerra.
En mi casillero él dejó, además de trozos del Shemá y las bendiciones diarias del Shemoneh
Esrech, las mejores evidencias de su temperamento. ¡Muy oscuro, tanto que
cuando se me hablaba sobre Leopoldo A Oscuras, yo creía que era una
alusión sarcástica a mi padre!
¡Mas cuidado ¡Tijeretas han de ser!
Abram, el Ocultador, el que todo lo omite, fue el nombre que le di. El Hermético, así le
decía.
Y él supo que el sol tramonta en la campiña y, entonces,
con la puesta de sol de los viernes hasta la puesta de sol de los sábados, bajo
un árbol de tamarindo, él molía las penumbras en un almirez. Comía, por cierto,
una ración de almendras y bebía un buche de agua. Fue frugal y digno. Lo fue.
Sus manos fueron hábiles, fuertes y calientes. Su paso fue tan ligero y ágil,
que nunca caminamos juntos ni al compás. El marcó los rumbos, empero. Yo, como
corderito, a ciegas, lo seguía y repetía cada pisada que él dejara sobre tales
senderos que, despreciativamente, han sido llamados judiadas.
En el lenguaje de los gentiles, tal vez significaría que nunca
dejaremos de ser gusanos, gente de segunda, piojos de la Humanidad, y cada
torpeza nuestra sería motivo para burla y escarnio. Con su ligereza al caminar
y yo siempre a la zaga, él me comunicaba que yo tendría que luchar para gozar
el triunfo sobre la separación, si yo le amaba. El no me bendeciría sin yo
colocarme a su lado. El tendría que ser mi amparo, mi ejemplo, en las tierras
ajenas, donde se camina sin Dios. Mas aquel verdadero Abram, de Dios fue amigo
y caminó con Él.
Este no es dios ni es como el amigo que yo esperaba. Sólo
un hombre que impuso condiciones para darme su amor. Y por ser tan condicional
y por saber que su contexto configuró una zorra con dos rabos, Göffer und
Menschen, el zorro mundo de dioses y hombres, pregunté:
« ¿Con quién caminaré yo? ¿Podré ser amigo de mi padre?»
Le di la oportunidad de volcarse en el mundo de los
hechos, de reducir a un valor práctico su noción de divinidad y de Juicio
Celestial, das Himmelgericht.
En 1963, prometí a mi abuela y al tío Tonto que, pese a salir
de Cuba, tras la Revolución, de teja arriba, es decir, contando con el Dios
silencioso e invisible, guardaría el linaje de mi separación, según había aprendido entre los míos.
Nos fuimos a España. Esa era la ilusión de Andrés, el
crédulo, enterado que ya Franco diera el permiso para que se dialogue sobre la
presencia legitimadora de judíos en España.
«Ya no seremos sospechosos de ser manos negras o agentes
de anarquistas o nihilistas rusos», explicó el tío.
Al fin de cuentas, mi padre se arriesgó a ungirme y me
llevó ante Su Celo («die Ahnfrau der Schweiz») y ante El Tonto, judíos
por gracia de la tradición, únicos entre aquellos que sobrevivieron? al Dr.
Simón («Benavito») ben Abram Sbarbí, mi abuelo, y al padre de éste, Ruy, el
rabino de Ceiba Mocha, y al Dr. Moritz Abram Matías y a la austríaca María
Lecsinka y, sobre todo, a los venerados sardones,
el boticario Gregorio que, en 1848, trajo la fe del Shemá a Cárdenas y
Matanzas.
1 comment:
Este adelanto me lo llevo.
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