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CARROñA EN LOS CAMPOS DE GESTELL
Todavía quiero mi subjetividad. Dígase
que es mi único presente, el hoy concreto
que encarno en el otero oscuro.
Un perro soy que no quiere la cadena
ni ser golpeado cuando reparten mendrugos.
Aspiro no sólo a porvenir.
Husmea por saber qué proyecto secular...
ha de brindar el mundo. Quiero mi espacio
Mi claro, mi tierra, mi yo. Mi noosfera.
Mi zorro bueno.
Exhalo este suspiro ardiente de necesidad.
En el horno de la Naturaleza, mis pies que arden
en suplicio tengo, lengua que gime
porque no está al margen de causalidades
y tendido está el yo en la estantería,
tan malcontento.
Sociedad quiero, historia social;
referentesa en qué vengar o redimir
la moral sin moral, metafísica de caníbales
inmundos, analfabestias ajenos
a la insecularizable Gracia
de mi vigente Yo.
Del trayecto del amor y la entropía,
son tránsfugas quienes me hostilizan.
De la necesidad de libertad
no toman consciencia y me oprimen.
De la necesidad incomprendida,
su carroña comen, porque son hienas
para quien, como yo, va herido, mordido
por los límites morales,
por lo arcaico que siempre dice SI,
por el medio que se vuelve Soporte
y esqueleto de la necesidad.
Todavía quiero mi búsqueda, dígase
que es el único rescate de Mí Mismo
cuando se cansa el corazón de esperar
(en medio de existencia degradada, obliterante,
banal, hombre y mundo que jamás se concilian).
Entonces, la paciencia es un juego de torturas
del Gran Titiritero, el Uno, el Se,
Don Nadie / Das Man / el mundo
y el Yo, carroña, en los campos del Gestell.
08-12-1986 / de EL LIBRO DE ANARQUISTAS
*
Frag. 6.
... Antes bien, el lenguaje es la casa del ser habitando
en la cual el hombre ex-siste: Martin Heidegger
Sujeto nuestro que habitas el edil
y pastas el lenguaje,
dános la lana cotidiana,
ovejuna ternura, becerritos de adecuadas símiles
y vallados de estrofas perfectas
sobre la modesta gracia de los montes.
Separado sea el sujeto de áridos predicados.
Santificado sea el olor de las maravillas.
Singularizado sea el pudor del reino al pervivir
y con el rostro vírgen de las corderas
tengamos contentamiento.
Venga tu reino de hierba fresca.
Derrámese sobre el pasto la humedad y el rocío
bajo inéditas lunas que sean adjetivas a la vida.
Dános panes y estrellas sin menguante.
Líbranos del abismo durante las tentaciones;
pero no nos quites el soluto
ni la ironía ni el silencio
y, funda ocasión para que el verso armado ofenda
a los Don Nadie y los separe de nuestros hatos.
Quítanos los dones del Uno
y lárgalos al carajo
con sus caras largas y sabidurías.
Acompáñanos en la luz de la metáfora
y la tiniebla de la escribiduría
para enunciar como hijos del verbo protónico
aquello que nos salva del derrumbamiento
y llévanos al redil, por la casa de las palabras,
porque es la Morada donde reside el Ser.
De «Heideggerianas»
*
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