A Nadine Gordimer, escritora surafricana,
galardonada con el Premio Nobel
Su padre, judío refugiado en la Rusia zarista,
no le dijo: El negro es bueno. Doliente lo supo
y no tendió la mano, y él llegó a Sur Africa
donde había que redimir la identidad política
en medio de las desigualdades
raciales, económicas, humanas.
¿Qué le importa a un relojero, como él,
si los golpean, o los escupen, a los arrebatan
de todo lo que tienen? El vio en Europa
cosas mucho peores y, entonces,
todavía fue un hombre de utopismos.
¡Qué mal amigo es el hombre para el hombre!
Todo lo hermoso murió en la primera Gran Guerra.
Y creció tan amargo, echando réspice
a su mujer y a su hija.
Se casó, huyendo de Lituania,
cerca de la frontera latvia, con Isidora
y ella es mujer más buena con el prójimo.
El apartheid es horrendo y la orfandad
de la negrada, tan inmensa...
Ella ha fundado un crèche para esos pobres niños
de las rebambarambas y el güeto. Y la hija,
Nadine, recaptura ese amor social y hace memorias.
Cosas hacen las dos y a él no les gusta.
Y hasta la casa, donde vive el relojero,
tan ajeno al sufrir sociológico
como había sido posible cuando se siente
incapaz de dar fajón que seduzca los pasados,
ha tenido que decir: Keiner kommt devon,
nadie se salva. Entró una fuerza represora
a buscar en los baúles y gavetas de su casa,
a confiscar las cartas de un criado,
a decir a Nan Gordimer, el judío,
ni en Sur Africa es sagrado tu aposento.
Y mi amiga Nadine Gordimer,
adolescente en la escuela católica privada,
comienza ya a sospecharlo y desdecirlo:
Será valiente por él, aunque su madre
la refiera por su débil corazón
y voluntad de restinga
[pese a lo profundo y piadoso de su alma].
Ella oye y ve. Es tímida, solitaria,
pero la represión la despierta.
Lo vio todo, lo supo de primera mano.
Tendrá que combatir contra la indiferencia.
Y hacer que amigos derroten el racismo
y la pobreza de esos negros
que ve, llenos de infortunio.
Indice: Libro de la amistad y el amor
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Sequoyah 7 / Blog: Carlos López Dzur /
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