Sunday, April 18, 2010

Declaración de las primeras impresiones


a mi mamá y mis dos hermanitas,
Rebecca y Rachel

1.

Hay una esencia serena, mujer.
Me la da tu sonrisa como un leve reflejo
que transparenta el alma.
Comienzas a obsequiarme sin premeditaciones.
Me siento protegido, confiado, por esos labios
que no bostezan ni aburren.
Que no tienen torcidos dilemas escondidos.

La primera impresión para quererte
son esos músculos del semblante tranquilo,
sin misterio, o engañosos enigmas.
Sonríes y te he sentido mía
como si me besaras.

2.

Tú vienes con tu cordialidad y está bien
que lo seas; pero lo cordial se calcula,
se instruye, se posa y hay gente cordial
que es ladrona y asesina, egoísta, superficial,
gente que no equilibra la virtud
acorde a muchos avatares de la expectativa.

Gente que es mejor no tenerla por rival.
Repentinamente, la cordialidad se les transforma
con la imprevisión de las primeras pruebas.
No es cordialidad por lo que juzgo yo
ni a las gentes que me agradan lejanas
ni a las gentes con que quiero profunda cercanía.

3.

Te conozco inofensiva y me das miedo.
Más me agradaría que pueda hallar un signo
dulce y provocador de adrenalina.
Conozco tantas moscas muertas en la calle,
seres cobardes y agachones, gente que tira
la dignidad a las cloacas; ¡ay, tu beso inofensivo
no me gusta! No me dice tu cara que habrás
de hacer defensa de mi casa, que has de ser fiel
a lo que sea el tipo de lucha que nos rete.

La vida es dura. Batalla pues. Que sepan otros
y tú misma que a veces hay que matar las tentaciones,
que hay sacar las garras y dejarse de poses,
ese posar de cucaracha muerta, en vez
de huir, si es necesario y volar con fuerzas de águila
o atacar como gata bocarriba.

No seas inofensiva, sé benévola y justa,
saca las vivaces agallas, marca el límite.
Dí que vales, que tu aparente paz
puede ser una guerra, una causa,
lealtad activa para quien sea tu amado.

4.

Yo sé, mi amor, que uno juzga desde lo que es
y lo que tiene ya aprendido.
Y las zonas del carácter engañan.
Tiene sus laberintos; pero, ahora que te he hallado,
¿dónde tu curiosidad se hallará con la mía?
¿Qué haremos para no aburrirnos si nada
quieres aprender, si te veo tan satisfecha,
tan reacia a lo nuevo, a lo viejo, a lo presente?

¿Dónde, mi amor, tu curiosidad
alcanzará lo profundo que te ofrezco,
yo, que tan livianamente me acerqué
y te dije acompáñame, vayamos juntos
hacia alguna aventura? ... y has comenzado
por decirme, no te compliques la vida,
aquí estamos bien, tenemos todo...

¿Todo? ¡Menos tu atención,
menos un encuentro con lo que yo
filtraría hasta lo profundo de tu alma
para poder designarte: Compañera!

5.

Te dejo porque eres toda virtud social,
esclava de cada expectativa de poderes
que no son autónomos, interiores,
legislados desde el fondo del universo nuevo,
sorpresivo, ambicioso; lo nuestro, lo anhelable.

Todo lo quieres condonado por un qué dirán,
instituciones que han regulado nuestras vidas
sin darnos ni lo mínimo ni el saludo.
Sólo piden, esperan, controlan.
¡Qué bueno que no debemos nada
a ese mundo, que aún será posible
que acusemos su cordialidad
de recuas por chingaqueditos, hipócritas,
malversores del aire que juntos respiramos!

No me hacen falta, te digo, y te dejo
porque los defiendes, quieres ese mundo virtuoso,
rutinario, te conformas con cotidianidad de sierva
de los otros y mi mismidad
se va quedando seca,
con sed que no colmas tú ni el mundo.
No te asomas a mí y me tapas el pozo
de la compañía que me complementaba,
tu alma que en prncipio fue esponja empapada
para darme su corazón de agua,
manantial de amor profundo.

Te dejo. La soledad sin tí sería menor
no sabiendo que estás con ellos
sin estar conmigo.

6.

Hay extrañas coqueterías en tí.
Tenías que ser mujer para ser así
de encantadora; qué linda niñas eres.
Creces, envejeces, no se nota,
porque no pierdes el alerta, la viveza,
la alegría, forma femenina de alborotar
dulcemente el mundo.
Con tu ajetreo todo,
todo lo magias. Con delicadeza de hormiga
o de avecilla cantadora,
o de afanes minuciosos, en todo forjas
la fiesta de besos y de cantos.
En todo pones la risa, recomendaciones,
cautela protectiva, en todo quieres ser madre,
y niña a la vez, o una anciana curiosa.
¡Cómo crece extrañamente
la edad de tu cuidado, esa vanidosa costumbre
del ornato! Todo debe ser limpio, estético,
por más humilde que sean los recursos
y es que así eres, la inocente coqueta que adorna
la vida como si fueras una flor en lo más alto
y novle del ramo, el árbol de nuestras vidas...

7.

No eres la más elocuente de las mujeres
que yo he conocido; tú lo admites;
pero eres buena y justa. Sabes cúal es el rival
que nos asedia: ese poder corruptor
de la ambicion dominatriz que no lleva
a ningún lado, pero se viste con discursos y moral,
palabras huecas que incentivan prejuicios
y temores... tú sí sabes que no necesitamos
organizar muchas palabras para decirnos:
«Te amo»; no necesitamos exhaustivas razones
para ser misericordiosos, que a veces es inversión
dar lo que nos sobra, que a veces restando
se suma. No eres la más inteligente mujer
con que me he topado.
A la Fe la llamas tu Ciencia,
pero a tu Sabiduría la llamas «el Trabajo».
Tu dios es tan simple amor sin teología,
quererse cotidianamente con la simple pregunta,
«¿tienes hambre? ¿comíste? ¿te sientes bien?
Te veo triste»;
¡ay, amada mía, yo no cambio
esa elocuencia tuya, casi de simple campesina,
por nada que dicten academias y congresos.

No cambiaría tu femenino ser
por nada sublime que me prediquen
las publicidades del mundo, ni tu fe
por recetarios ni hegemónicas pamplinas
del discurso social que organicen
la nación o cualquier imperio del mundo.

8.

Yo sé, amada mía.
La gracia natural de los cuerpos cautiva.
La simpatía en la mujer es como un gancho.
La hermosura jala más que una carreta
Las hembras afectuosas, fácilmente,
son como el anzuelo idóneo que nos caza,
empalagoso fruto al final, aunque antes
nos atrapa y a veces nos tira y nos rechaza
cuando más seguros y gozosos presumimos.
«Esta belleza es mía
Esta nena es mi lazo».


Uno se emputa hasta con lo que no le conviene.
Hay gracia, simpatía, belleza esplédida,
que son sólo genética reinante,
pura hembritud pagada de sí misma,
dándose su precio con los mejores postores
y no siempre es uno, no uno
pobre, feo, lleno de amor y de apetito.

¿Cómo librarse sin sufrir de estos apegos,
la nalga elocuenta de la hembra,
la apariencia coqueta de la nada,
o lo externo, la ausencia de misericordias afectivas
que puedan, al final, servir de ancla
al corazón humano que la anhela?

... por eso hago yo estas declaraciones
de primeras impresiones
mirando en mi mismidad con temor de agua pudrida;
por eso medito sobre el amor al lado de las alcantarillas
y sientos hambre de alimento espiritual
cuando veo estos cuerpos urbanos
y me da por finalmente por extraviarme
hacia campos lejanos, en soledad expectante,
para poder armonizar toda mi vida.

27-08-2001 / Las zonas del carácter

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