Somos pobres y humildes, ¡piedad! ¡Ella y yo! De nada podemos jactarnos. Ninguno nos cree virtuosos ni creadores. Nadie nos toma en cuenta. Somos soportadores, carpinteros del interior.
El progreso no se hizo para las bestias ni la miel para los burros. Somos los fracasados. No estamos ahí.
«¡Ojalá un rayo los parta y sólo queden las quintas de los millonarios!», nos dicen. Vivimos en sótanos baldíos, desarmados, sin odio suficiente para defendernos. No supimos robar los almacenes, porque somos cobardes, ni atacar a los indefensos, porque somos buenos. No aprendimos a ganar, porque somos tontos, ni hacer violencia, porque somos enfermos.
Los querubines nos juzgan a priori. Nos detienen bajo sospecha de crímenes que otros cometen. Las cucarachas se acomodan con nosotros. Ellos las derramaron, con escarnio, para que veamos que no somos dignos de los huesos y la sangre que tenemos. Ni de lo que se comen las sabandijas.
¡Aún los perversos son de carne y hueso, de igual hermosura que los pobres sin dicha! Ellos no lo entienden. Los metafísicos quieren que vivamos a distancia, aunque nos han llamado hermanos una que otra vez y por nosotros inician recolectas. Migajas que se reparten.
Ten piedad, Baal de baales. Los feos, oscuros y malditos en la tierra, todavía piden un poco de vida y amor, residuos del pan diario, una promesa, una esperanza... y no sabemos confiar en los caritativos, triunfadores incólumes, perfectos ante sus dioses llenos de prudencia soteriológica y anticipadas bendiciones. No dejes que los piadosos, fundadores de agencias de beneficencia, asilos y cárceles, nos recuerden, instante por instante, migaja por migaja, que no merecemos alimento ni libertad ni abrazo.
Somos pobres y humildes. A veces nos sobran las ganas de morir por algo más hiriente que sus acusaciones.
Dános tu piedad, baal de baales, porque Tú sí nos comprendes un poco.
Aún para ustedes se abren todos los brazos. Ocupan los asientos en los templos y nadie les obliga a partirse la madre con los seres cochambrosos. Ignoran que éstos ya pueblan las villas y lanzan a suicidas, escaleras abajo, con las narices llenas de mota. Los borrachos dan tumbos en la esquinas, después que se chupan las babas de los pájaros negros.
Pero, de allá para acá, estamos nosotros, los menos afortunados, indígenas alertagados, amenazados de muerte, que no tapamos el cielo con la mano, ni aguantamos chingaderas a los invasores, y que sólo tenemos por opción el milagro de milagros, el alma de toda piedad, orar y ser oídos, aunque tengamos que colgarnos al techo, orar y morir...
Es que no soy hombre moderno. Nunca dije: Soy un hombre concreto, indomeñable del presente. No se me puede pedir los sorbos de ciencia, milagros de tecnología y hazañas actualísimas de organización. Soy prácticamente inútil. No me complazco en el Siglo de las Grandes Ideas mientras existan los pájaros negros. Así somos ella y yo.
Los científicos no evitan las catástrofes. Se veda a ellos que platiquen con los dioses y se coulguen de sus pies. Tienen que ser más santos que los santos, pero fabricar las armas de la matanza, curar con pócimas a los hombres del poder, sin agradecer a la Madre Tierra que todo lo prodiga. Ya no seré científico. Ya no quiero una colonia en la Luna. ¿Yo? Sí, prefiero ser un demente. O morir en los túneles de luz.
Me alegra que ella, quien me acompaña, no sea otra mujer del presente. Ella es como yo. ¡Qué maravilla es tener a alguien a quien llamar COMO YO!
Tampoco le piden que aporte al siglo de las Grandes Ideas. Ella no puede, no sabe. Otra tarada. Me gusta que no tenga arrepentimientos, que no vaya a misa, como la madre que la parió. Ella me perdona las fascinaciones, las cobardías y las estupideces que yo expreso; me perdonará las que siga cometiendo mientras viva, diariamente. Ella tiene el alma hambrienta de combate y resistencia. Está triste, como yo.Tal vez es afortunada. Digo, sería por excepción.
No tiene ningún mérito pasar por la vida sin vencer al interno rival. O quizás mi pájaro negro es el suyo. Habita en mí, pero es de ella también. Yo no sé. Su mérito es que se entristezca por mi tristeza. Su perdón me ayuda. Lo combato por los dos. No estoy tan solo. Yo y ella, la solidaridad.
Como toda alma hambrienta, ella creyó a las autoridades, a los atávicos controles del pasado, a las hordas de Don Nadie. Se engañó. No puede matar su pájaro negro, quizás porque no lo siente dentro de sí... Ella ha dejado de ser histórica y pública, tradicional y colectiva. El mundo es cruel. Ella lo sabe. Que los don Nadie, no importan donde estén, son dañinos. Lo entiende como yo y sí tiene mérito. Comparte mi soledad. Comprende mi batalla.
Ella se acostó a mi lado y comió del pan de fuego. Fue ladrona del maná y su hambre se hizo hermana de la mía y, por tanto, otros la castigarían en las torres de la envidia, la opresión y el sarcasmo. Para ella, nuestra locura vale cualquier sabiduría y cualquier gesto de amor. Sin embargo, nada diremos. Si lo digo es sin querer, cuando hablo a solas, solo.
Si me besa la boca, si habita mi alma, es nuestro secreto. Puede que el pájaro negro mío y suyo hayan muerto y nuestras almas se volverán más hambrientas que cuando los invasores se alojaron. El perdón que nos redime no lo dictará Don Nadie ni sus instituciones. Sólo nosotros podremos a través del proceso, porque el hambre nos hizo buscar el amor y el placer que hay en nuestros cuerpos.
El alma en hambre de libertad es la esperanza que ambos tenemos para todas las edades y todos los futuros. Hemos matado algo que nos separó. Puede que vengan otros desencantos para culminar la tarea de aquellos que nos encadenaron. Eso sí nunca lo sabremos, pero mientras esto sucede, vamos a seguir amandonos libre y generosamente.
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