Wednesday, August 20, 2008

Declaración de amor



Matoaka, alias Pocahontas

En aquellos tiempos, ese día que llegaste y lo víste,
tú andabas con un perro, rabicorto, tú no usabas
enaguas, tus pechitos eran incipientes,
casi redondos, pequeños; tú no sabías de ese amor
sobre el que hablan, maliciosamente, los adultos,
pero víste al chaparro de piel clara y él parecía
otro niño y te miraba. Eras más arisca que él.
Siempre has sido lúdica, traviesa, impredecible.

Cuando tenías doce años y había pasado tiempo,
lo volvíste a ver, él sí ya tenía barba y estaba
flaco, moquiento; pero te guiñaba los ojos,
invitándote a hacerle compañía y, entonces,
supíste lo que es estar enamorada
y regresabas cada vez que podías.

El entendía tu lenguaje; tú estabas fascinada.
El explicó que la Tierra es redonda
(pero todavía siente que anda perdido
y pertenece a este monte de algonquianos)
y utilizó para ubicarse alguno de tus senos;
él dijo que el sol calienta la tierra y compadece
antes de que advenga el rudo invierno de la muerte;
pero tú ya lo sabías y como sol rojizo
en atardeceres de Virginia
te abrazaste a él, le has pegado los muslos y tu risa.

Tú aprendíste a ser ardiente y, con él, no sabes
cómo; quizás ayudándole a que probara
con su boca, todo lo que es tuyo y obsequias,
hasta el beso, hasta el sabor de tu lengua
y tus párpados y de tus manos que él lame
como si fuera tu perro.

Y un día, antes que él fuese un alcalde
del miserable pueblo, lo capturó tu padre.
Vino un guerrero por él, vino Opechancanoug,
deseoso de matarlo, porque él ha visto
que te toca,te mancha de piel blanca.



Te acomoda en su pecho y te complaces,
jariosamente, princesa y quedas,
trémula entre sus brazos,
y él te roba la vida.

De tu propia mano se alimenta
y te llama hermosa, él es el primero
que te ha llamado atrayente,
adorable, deseada, Pocahontas.

Ahora la aldea te sabe enamorada.
Se ríen, en pueblo indio, de tu audacia.
Te ven tan feliz con las mejillas rojas,
Hasta el caminar cambió, pareces otra.
Y tu padre está, por cierto, preocupado.

En dos ocasiones, ya intercedíste por extraños,
invasores, de piel blanca. Y el cacique pregunta:
«Acaso, ¿sabes tú qué buscan?»
«Padre mío, yo sólo sé mi anhelo.
El buscará también algo mío.
Es tan dulce cuando habla su lenguaje.
Es tan extraño cuando él habla el mío
y yo entiendo y lo amo y pienso
que él es bueno; él escribe con símbolos
y tiene un compás y viene y va en grandes barcos;
yo sólo le digo: Tengo un perro y muchas plumas
para adornar mi pelo largo y tengo un alma,
aún con pocas lunas y soles; pero, por amor,
todo daría, todo, todo lo que tengo».

3-12-2005 / El hombre extendido

Pocahontas / La Naranja / Blogsite político

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