Se necesita nutrición cuando se es niño.
Redención con raíces: amor, cuidado.
Después de viejo, se pudre el alimento,
se yace en los vaivenes del olvido: el desencanto.
Uno halló su camino y, mal que bien,
aprende algunas cosas. Se camina.
Uno se cuida solo, experimenta.
Quien no chupó a tiempo leche santa
verá su amor transido, fruncido el ceño,
y al proyecto del ser, malencarado,
puerco destino, como azar tardío.
Pero la cuita, ajena o propia, por tarde,
se deyecta y el cuidado debido nunca sobra.
Alimento de amor, leche de madre,
dádnos, aunque en palabras sea,
los besos de trincha, el consejo sin muerte.
¡Amanos de nuevo!
Hay quien crece desnutrido en los reclamos,
no te saben querer, ni tú has podido
en la etapa más inerme de los días.
¡No te culpo, te queremos, te añoramos
porque eres como una luna en la noche
y siempre luna y siempre cielo, madre,
y enterrar los huesos en tu nombre es nacer
y estar triste y amando, consuelo!
Puede que sea tarde
(¡unos días más que ayer, menos que mañana!)
más guárdate siempre generosa, fiel,
y que no digamos, no sirves de nada
cuando estemos tristes, solos, marcados,
aborrecidos, y no te conozcamos
tan bien como al recuerdo.
Saca ese pezón más rico
que los siglos, y ama, a contragusto
de la vejez prevaricante y la adultez y la
angustia...
¡Aún somos niños!
*
Del amor adolescente
Sabía muy poco del placer, como tú
y, aún así, dije: ¡Eres perfecta!
Era yo, entonces, un niño de 14 años
y me gocé, ¡ay con tu presencia!
pues tu ser de estrellas o de pies ligeros
fue atisbo ilusionante.
Con albores de tu sexualidad,
gesticulé inocentemente, nos cautivados
y me fugué por un instante
a no sé qué rumbo, a qué lugar cotidiano,
común, esfera primordial
que nos dio sombra
y solaz y arrobamiento.
Por primera vez abrí mi ser
a coincidencia mágica, corpórea, en tu ahí
que comenzó a ser mío.
Yo supongo que miraba igual tú;
pero tus ojos tan brillosos curiosearon
un instante por los míos, tu mano suave
(habría de ser tan dulce) me tocó
y elevaste tu suspiro a certidumbre
¡y qué bien me tocaste
que te amé,
por ser redonda como una naranja
y blanda como una uva!
y quise entrar a tus labios, absurdo cielo
y me alegré de ser carne
y no ser aire y ala y misterio y ángel
porque todo eso me invadió seguramente
por miedo de
besarte y más ganas tuve que miedo.
Me agasajaste.
Tenías la edad del rosal, ¡qué me importa!
Lozana, tersa piel, alitas de golondrina,
ágiles huesos, cantarina voz,
y te ví las rodillas, la dicha de los muslos,
y calzabas tennis shoes, como yo,
calcetines de fino algodón rosa y orlado encaje,
suelto short-pant de color violeta.
¡Y pensé que me trenzaba
con tu cálida carne!
Examiné tus pantorrillas, suaves muslos
y el restañido de tus bragas amarillas
y quererte, en tan íntimos detalles,
me dio más pensamiento que los libros
y más dispersión que el universo que se expande.
Te dije: ¡Eres perfecta!, camino del talón,
en giros de estampia y, convertida en adiós,
tomaste un llavero que cayó,
o dejaste caer, para mirarme
y hallaste mi mano.
¡La mía que todo lo habría dado
para acariciarte y cerrar el círculo
y contenerte y comenzar a amarte!
2.
¡Me gustaste tanto, chiquita!
Volví por
el ciclón y sendas de tus pasos,
por el talón que giraste, por tus muslos
que inventaron geografías y árboles y tallos,
por tu braga, por tu
espalda
que me llenó la mirada de ramajes.
Y por tu blusa top; que
reveló el universo
más desnudo que el alma temblorosa!
¡Cómo serás,
niñaja, fantasmilla de luz,
que tomaste tu llavero, animalito sutil,
atrabancada,
y echaste tus pasos más fugaces a los rumbos
y primero que
yo, te despedíste, esquiva,
con senda altanería de ser impredecible,
perfecta, indescriptiblemente cotidiana/
Eres entonces: ¡perfecta,
veloz, inefable!
*
Tus dedos
Al soltar
mis dedos
al abismo me echaste, al asombro:
¡Me dejaste plantado en el encanto,
te ausentabas, ay, soledad del deseo!
¡Y derrotas victoriosamente
con el contorno espinal y tu escapada
y tu adiós, que es tímido tanteo
en el fondo, cimero, salvaje, primitivo.
Me ofrendaste la silueta y el placer,
contigo iba llegando oscuramente luminoso.
¡Era tu sol orbitante, era tu noche sin cita!
¡Ay, si hubiera durado más, sí,
más, mis dedos albergados en tus palmas,
tus dedos que desgajan racimos
de secretos y acarician el miserio y la alegría,
el entendimiento en la carne,
revelando la idea de lo divino
a los cielos terrenales!
¡Mis dedos entre tus dedos,
catharsis, proeza, sortilegio!
te he querido así,
vencería mi premura, yendo a tí,
habría visto más
de tus senos incipientes,
tan guardados,
más de tu castaño pelo,
bailarín en tus hombros,
más sustancia en el ocaso,
más promesa en el amanecer!
Me agasajaste, en fin,
y fue cuando dije adiós
a tu curva redondez, a tu braga
y rabadilla, a tu prisa,
a tu inocencia;
señal del ahí que crezco
para algún ser compensante,
uno dulce y arisco como tú.
Mi amada está presente en la mirada de los dos
y atada a los dedos suyos que se van.
*
Crecimiento
Se dolía lo que fue, ese en sí
tan objetivo que nadie mira,
que se crece entre el tedio y el caos.
Dijeron: Es un cacharro sucio,
vaso en deshonra, caracol
que olvidó el tiempo y se vistió de broza
y anillos a flor de su penumbra.
Se dolía cada esfuerzo
con que su interno potencial jalaba al alba
si la distancia guiñaba los ojos
y el corazón naufragaba hasta el fondo.
Era apenas... todavía... un sueño
y estaba de rodillas, quizás en
devenir, pirueta óntica... sin cosmos.
A veces quiso ser un pedruzco.
Y verse en las manos de los niños
y hacer suyos los ojos azorados,
curiosos, sin prejuicios, aunque la punta del pie
de los solemnes sabihondos,
los que nadie son con todos dijeran:
Es puñado de sedimento,
amorfo, al hallar en su camino su presencia.
Como pata chueca de cienpiés que sube
a su madero fue juzgado.
Como gusano a la zaga que
jamás estará suficientemente en alto.
Es una lengua sin habla,
el falso meteorito que en sílice no fragua,
espantajo de todo y de nada.
Espejismo de una llama
que nadie sabe lo que quema.
Un imposible que está aquí,
sin ahora, sin mañana, eso es.
Y el poema se dolía, se dolía
porque era en sí, lleno de afán,
y. en cada caso, él como tal,
que iba creciendo.
Ya comenzaba a decir,
despierta, Soledad,
estoy contigo.
Marzo, 1998
*
Búsqueda
Tuve que buscarme en el silencio
poco a poco, triste, solo,
lastimosamente tímido, ignorado.
¡Así
me hirió la vida, en la forma del tambor
que no vibra, en la anonimia de lo
incomunicado!
Y tenía mucho amor y una escalera de dudas
y muchas preguntas y mucho miedo.
Y aún así, mi madre me quería
y aludía a mi dolor, al ser
circunstancialmente vulnerable,
solitario, y yo me preguntaba
sin emitir palabras: ¿quién me salvará
de los ojos de los días, quién llenará
mis ojos de cotidiana dicha?
*
Jacinta
Aquí puedes llegar, Jacinta,
el
traspatio te espera.
El sendero sonríe.
Mi puerta se conmueve.
Mi
escoba con ternura
a tu paso echa flores.
El sofá tira besos.
La
cama conspira
y te recibe.
Abre mi nevera que la cocina te aguarda.
Llenemos una copa con escarcha del freezer.
¿Recuerdas? ¿cuando niñajos?
no teníamos cervezas
(por tanto, juguemos como antes a raspar el hielo
y cubrir de tamarindo el agua congelada).
Ahora es diferente, Jacinta.
Nos sobran las mieles para el beso robado
y el raspado en el alma con
botellas de vino.
Llenamos las botijas del deseo
con la piel más cómplice que en vela...
Nos comunicamos tan gratamente como costillas
golpeadas por Dios hecho ternura y por el Diablo
traviezo, ardidos en pecado por comernos a besos.
Por eso, visitante deliciosa,
acércate con tus clavos y martilla mi cruz:
mi boca ha de sangrar como Cristo que
aprendió a hacer parábolas con la mujer en ajetreo,
o sus intrigas y su dulce presencia
en hacendosa friega, por amor.
Seca la vajilla de tensión que te emociona.
Una toalla de mis ojos en la cocina se tiende
y te va alcanzar, no lo dudes, Jacinta.
Sudaremos por amor y nos secaremos
después de mirar, a párpados desnudos,
la humedad con que el placer devuelve
al fuego originario, su magma más caliente
y sus piedras irrefrenadamente lanzadas.
Entra a mi baño.
El espejo se aburre de
verme
con mi barba a solas y tu carita
más suave que los pétalos será la
novedad,
la nueva fiesta, la grata imagen
que se guarde, sin réplica
imperiosa de rutina.
Empapa mi rostro con el jugo de cebollas
de tu tacto, ház mil tasajos con tus artes galaicas
de cocina; pero, el puerco no lo como, ya lo sabes,
yo prefiero al cordero, tan judaico,
y a tí, borrica femínea,
sobre el lecho sin contemplaciones.
El piso más limpio,
el alimento más sabroso,
son tus labios.
Tu escobillón, que desempolva todo,
nunca más detergente que cuando me ensaliva
limpiadoramente la piel, tu boca ardiente;
el paño de tus muslos refriega a las paredes
(me reluce in profundis, por misa de tu higiene).
El tiempo de tu piel, agua caliente.
Regresa, Jacinta.
Esta es la casa que te pertenece.
Son tus objetos.
Tu presencia dió virtud
a cada puerta, a cada patio, a cada escondrijo.
Y la madera cruje, el hormigón se arma.
El mobilario te aclama y el amor, por ser tanto,
se escapa por ventanas, se refugia en las flores,
se trasiega entre bardillas, atajos y callejas,
y se regresa una y otra vez, creyendo
que hemos terminado,
pero estamos en amor aún.
Y así será, siempre que me invadas
y me entregues tus diligentes cuidados
de jovenzuela enamorada, mujer,
amiga, amante.
Estos objetos ya son gritos de tu piel.
Nada me llama a la mesa, sin tí.
Toda olla tiene alguno de tus nombres.
Cada sartén me calienta al evocarte.
Cada cortina es un vestido que voy echar abajo
para entrar al misterio más bello y puro...
Por eso, tu cuerpo es más sabroso que la sal.
Más inmenso e incontable que las arenas
(deseado como playas del Caribe que es mío;
afortunado como ha sido arribar
a tierras de Orense, tu tierra
donde han formado su casa Los Piñuelas...)
Todo lo que has tocado
ha cobrado el encanto de tu mágica tibieza
y el peso existenciario de tu vida
se refugia, como gesto, que te copia
y crea curvaturas en mi espacio.
2.
Me gustas y mi casa te llama,
con el mismo pretexto, le gustas.
A primera vista, se tentaron mi
corazón y el tuyo
y nos entró por los ojos el afán de ser ventanas
en la casa de nuestros propios cuerpos
y arroparnos bajo la imisma colcha
para explorar un mismo anhelo.
Jacinta, tu boca es agua de pozo.
Mi pozo te llama con nostalgia de tus manantiales.
De tus pechos, pende la tersura
que yo anhelo, frutas que tú provees, fascinaciones
que se materializan porque mi devoción te cita
y mi casa es el santuario que comparto contigo.
Toda tú me gustas. ¡Toda!
Eres la verdadera casa de mi casa.
El descanso verdadero de mi cama.
El verdadero ver de mis ojos
cuando estás en los pasillos.
La verdadera luz que se enciende
cuando busco, en vano,
la sabiduría desde esta urgencia de solidez
que nos da el cuerpo.
Lo que sostiene el abrazo del cielo con la tierra
sí algo, divino es como mujer,
bello es como muslos suaves,
ojos grandes, pelo largo, pechos de mujer,
boca de mujer, iluminado es como el alcoiris que traes
formado de gestos, asombros, detalles,
risa, ingenio, ternura de mujer...
¿Cómo fue posible que fabricaras mi casa verdadera
con la energía tan pura y elemental que se expresa en el ser?
Bajo mi techo, cada cosa habla de tí, Jacinta
y tan sólo por causa de tu feminidad...
*
Cuando eras tan pequeña
Cuando eras tan pequeña,
la mañana me quitaba la luz y te escondía.
Ni pensaba en buscarte.
Tu cuerpo seguía tierno.
Eras tan vírgen, tan prohibida
y, en cuatro patas,
provocabas mi cuerpo.
Al mediodía, el sol canicular
con igual deseo quemaba;
pero en la cama se servía
un almuerzo de inocentes
abrazos y, con las bocas,
lamíamos el bocado.
Después, firmes tus
pies, caminabas.
Te fugabas al mi inmenso gozo.
Ahora, ¿en qué bordón te apoyas?
Es de tarde, esfinge mórbida y ansiada.
¿Se detendrá tu boca ante otra que llama?
¿Se marchitarán ambas como hojas
torcidas por falta de alimento?
¿Es la noche una forma más prohibida
de alejarte y ausentarte en cuclillas?
*
Un niño se devora
Un niño se devora corazón adentro.
Dejaste su garganta seca y sedienta su boca.
Y tu sombra, tu ilusión, están vivas todavía
para que lo tortures con memorias
de combates inútiles y guerrillas prohibidas.
Han sido tan necesarios tus besos
que escribí la historia de tus labios
en Micenas, Siria y Egipto...
Cada león que revela tu cuerpo
tiene mi olor, aunque tu rostro
ya no lo reconstruya y yo siga creyendo
que las bocas se olvidan y se callan y se mueren.
____
Epica de San Sebastián del Pepino / Canto al hermetismo / Indice / Evaristo y la Trevi
Sunday, July 05, 2009
Cuando se es niño... / Del amor adolescente / Tus dedos / Un niño se devora
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