Primera Parte
1. Nostalgia de 30 años cruciales del pasado
En esta monografía, ofreceré muy interesantes testimonios, recogidos mediante investigación oral y documental, sobre cómo se juzgó y se participó en Pepino de las dos ideologías más poderosas y pulsantes que tomaron control del proceso político y económico-social en Puerto Rico durante los albores del siglo XX: el unionismo y el anexionismo. Son dos movimientos de reacción a la Ley Foraker (del 2 de abril del 1900).
Esta ley también conocida como The Organic Act of 1900 hizo de Puerto Rico el primer territorio no incorporado de los Estados Unidos de América, dio el primer Gobernador civil a la isla después de la invasión de 1898 y preparó a los puertorriqueños (y los pepinianos, por tanto) para que se interesaran en la nueva relación, no siempre grata, con la nación que venciera a España tan fácilmente en la guerra.
A partir de las respuestas dadas a los retos surgidos de la Ley Foraker y la Ley Jones, fructificará el Pepino moderno.
El unionismo y el anexionismo profundizaron en la psiquis nacional el escenario y praxis del colonialismo que se viviera y que aún se vive todavía. Para sobrevivir con dignidad y pujanza moral en aquellos tiempos, cuando todavía el campesino, orgulloso de su jibaridad fue la mayoría, se tendría que invocar los valores de su criollez, la fraternidad colectiva, toda la fuerza contenida en su personalidad, su pasado formativo y convicción personal, tal como se guardara por nuestra gente como acervo.
Los primeros treinta años del nuevo siglo no fueron fáciles.
Entre otros hechos lastimosos, están los siguientes:
* 1899: Comienza la decadencia de la industria cafetalera con el huracán San Ciríaco.
* Sólo 14 personas tenían su educación superior de una población de 16,412 personas en San Sebastian; unas 9,556 personas mayores y niños mayores de 10 años de edad no saben ni leer ni escribir; otros 4,990 niños no van a la escuela y de los menores de diez años sólo asisten 101 niños.
* 1900: La pérdida del mercado europeo para el café por causa de la imposición del sistema tarifario estadounidense.
* 1901-1904: el descrédito que arropa la alcaldía del Pepino, aún bajo el dominio estadounidense, por causa de la filiación de José González Hernández con los comevacas y tiznaos y la venta de protección a las víctimas para lucro personal, siendo el primer alcalde del siglo.
* Muere en Lares, Aurelio Méndez Martínez, líder independentista, el primer legislador pepiniano a la Legislatura bajo el nuevo régimen por el Distrito de Lares / San Sebastián. Durante la Revolución de Lares de 1868, Don Aurelio fue en el Gobierno Provisional de la frustrada República el candidato a Ministro de Gobernación.
* Muere uno de los poetas más queridos y conocidos del Pepino, Ramón María Torres («Moncho Lira»), nacido en 1868, a quien el párroco Dr. Quintín Octavio Perdomo tomó como su protegido, siendo su mentor y guía.
* En 1906: Un incendio destruyó el centro urbano de Pepino. Al menos, 80 casas incendiadas.
* 1912-1921: El presidente demócrata Woodrow Wilson inicia la política de intervención en los grandes conflictos internacionales. Los puertorriqueños comienzan a utilizarse militarmente como carne de cañón.
* 1913: Muere el patriota Rosendo Matienzo Cintrón, uno de los organizadores del Partido de la Independencia, ex-presidente de la Cámara de Representantes en 1904, 1906 y 1908. En 1912, se separó del Partido de la Unión, por diferencias con Muñoz Rivera. Consternación en todo Puerto Rico.
* 1914: Muere uno de los más eruditos y queridos sacerdotes que laborase en Pepino, el Dr. Quintín O. Perdomo, Doctor en Teología y Derecho Católico.
* 1917: Ley Jones
* 1918: Terremoto ocasionó daños a la Iglesia Católica, la Casa Alcaldía y la Escuela Whitter.
* Muerte en La Habana, Cuba, del patriota pepiniano Gerardo Forest Vélez (1859-1918), quien recibió un título en Farmacia en 1879, y en la guerra mambí contra España obtuvo el rango de Coronel.
* 1922: Muere Avelino Méndez Martínez el 20 de diciembre. Nacido en Moca, patriota de ideas avanzadas, considerado uno de los líderes intelectuales de las Partidas Sediciosas. Su hijo mayor, Andrés Méndez Liciaga, diría sobre él que atendía el clamor de los necesitados, «escuchaba sus demandas y remediaba en parte sus necesidades», pues, estuvo guiado por un «corazón abierto al bien, a la justicia y la caridad» (Boceto histórico del Pepino, 1924). Rehusó la Alcaldía Municipal de Pepino al pedido del Capitán Brackford el 19 de septiembre de 1898.
* 1928: Huracán San Felipe arrasó con la industria cafetalera en Pepino
* Muere Narciso Rabell Cabrero, exAlcalde, Director Escolar y paleontólogo pepiniano.
* 1928-29: Período de Turbas Republicanas, El Corral de Electores (para robo del voto) y asesinatos polticos. Reincidencia del caciquismo.
* Efectos de la Depresión. Miseria en el pueblo.
«En aquel entonces, las carretas de bueyes son el medio de transportación. Las calles eran caminos vecinales que cuando caía un chubasco o aguacero se convertían en ríos de bajes o, peor aún, fangales. En aquella época, la vida era muy dura» (Testimonio de Horacio Hernández, 1995, desde Altadena, California). [1]
* 1932: Otro huracán, San Ciprián, arrasa con cafetales y fincas de frutos menores.
Con ésto en mente, se puede proceder al análisis.
Con la influencia de los EE.UU. llegará un desafío y una tentación, cuya intensidad nunca antes se experimentara: un anhelo / desafío por el progreso al que Francisco Alberty Orona definió poéticamente al decir que será la juventud (la que):
abrirá las puertas
de un mañana promisorio
tornando la semilla en sementeras...
(«Mirada ausente», en: Cantares al Pepino, p. 2)
El progreso se convierte en un ideal muy propio de los jóvenes. El mañana («ir-avanzando») dará más que «lo sido», ya acontecido. La desigualdad en la distribución de la riqueza, ese viejo fantasma, tiene que ser superada. Estos márgenes de libertad de acción a la vista son mayores que los que antes hubo con España y su vulnerable autonomía. Vendrán, sobre todo, los jóvenes a probarlo.
Es apresurado describir categóricamente la idiosincracia del pepiniano, pero dos momentos han cursado en la historia puertorriqueña en las que ésta ha tenido sus pruebas de fuego. Uno fue el movimiento separatista de 1868 y otro fue la presencia norteamericana y lo que, tras aprobarse los estatutos Foraker y Jones, se les planteara.
Decía Alberty Orona que el pepiniano, en su fluir de existencia, es añorador y ensoñador. Es capaz de evocar «tiempos idos» y «quimeras ilusorias»; pero, a la hora de los vendavales y las pruebas intensas de lo real, el pepiniano verifica lo que tiene «poco arraigo» en beneficio de la verdad de su ser. En su texto Añoranzas, a este proceso cognitivo de su añorar, lo dispuso como un resultado filosófico: «Trastocar ilusiones en verdades». [2] Es el poder del trabajo lo que produce esperanzas de vida placentera. Pepino es «progresista y alerta» (Ibid). ¿Qué quiso decir con ésto? ¿Qué implicación social tiene? ¿Cuán alertas ante lo irremisible de las espectativas?
Con ésto se infiere cómo incidiera una ideología de importación «americana». Futuro y progreso se han asimilado y la resignación a la miseria no es admisible. Ya nomás. Obviamente, en la historia social de San Sebastián hay mucho dolor. ¿Fue una parte de ese dolor el «olvido de su grandeza antañal» (frase de A. Rafael Seguí), que se evoca y añora, entre nuestros poetas del pasado y el presente?
Pero el desafío cimero es lo dicho por Alberty Orona: Ha llegado la hora de trastocar las ilusiones en verdades. Esto es posible. El pepiniano concibe una herencia sobre la cual fundamentar sus valores; se «ha forjado un prototipo» regional (Eliut González). En lo más pobre de sus días y arduo de su vida social, es un pueblo trabajador que Luis Fernando Martínez evocara con los individuos que mencionó colectivamente en un texto. Ellos son hoy una parte del imaginario social de lo pintoresco, pero, que en su tiempo, fueron la sociología viviente del trabajo.
En su poema A mi pueblo, esos jornaleros o empresarios miseriosos y que representaron la vida cotidiana del Pepino de 1900 hasta final de 1930, son:
El aguador, el lechero,
el revendón, carbonero
(que) empiezan ya a desfilar
y a la Plaza de Mercado
de su sueño despertar.
La gente comienza pronto
su diaria actividad y allá,
en la sierra, se oye
al leñador laborar.
Larrache, el sacristán de la iglesia,
las campanas toca ya
y Chalo con su batea
de mallorcas bien repletas
comienza ya a pregonar.
Los garrafones de leche
se escuchan ya vaciar
y Catalina, la Negra,
la cande la va a juntar.
Mulas, caballos y vacas
empiezan a pulular
y el sonido de sus cascos
son notas de actividad.
(Luis Fernando Rodríguez, en: Cantares al Pepino, ps. 94-96) [3]
El pequeño agricultor, el hatero, el trabajador de la caña y el Ingenio azucarero La Plata, revendones, dulceros, carboneros, aguadores, lecheros, criadas, costureras, parteras y maestros, tenderos, carniceros, ventorrilleros etc. tales son los productores de la vida material del Pepino del 1900 a 1930. Estos como personajes tienen su presencia en la incipiente literatura del siglo XX. Como clase y familias privadas, sostuvieron a su prole contra viento y marea, porque muchas veces, como sucedió en el Siglo XIX, el gran hacendado y el comerciante próspero los menospreció y aún les negó sus beneficios económicos, sociales y políticos. Este grupo, ciertamente proletarizado, poseyó más bondad y valores que recursos para vivir. Siempre fueron los más sufridos. Si de algo carecieron fue de educación formal o destrezas para adaptarse al nuevo orden que vendría, a riesgo de hacer ya innecesarios sus empleos.
Según avanzó el proceso de cambio, la educación que se fue adquiriendo fue ya una que identificó «capitalismo, democracia, progreso tecnológico, educación pública y obediencia a las leyes» (de los EE.UU.) con el propósito de americanizar, asimilar, completándose el desmantelamiento de las «costumbres de ayer», las «Costumbres del Pepino del siglo pasado», diría Mariana Rivera Alers de Rivera.
Un interesante texto del profesor y poeta Jerónimo Ramírez de Arellano, «Del pretérito», describe algunos aspectos materiales del escenario pueblerino. Evocó los años del ex-Alcalde Manuel Méndez Liciaga (1884-1964), vividos en un pueblo de «pretérito glorioso», «naturalmente bello». Ese «viejo Pepino» de los Treintas todavía conservaba la virtud de la solidaridad.
Si juzgamos que el sentimiento de solidaridad es el factor cohesivo de las ideologías, al faltar ésta, la pepinianidad, la puertorriqueñidad y las virtudes unitarias del ser que nos dio el sentido de autoctonía e identidad, se tendría como riesgo que tal pepinianidad se viniera abajo.
La solidaridad como pepinianos fue el arma secreta, el ancla de salvación, en el proceso de sobrevivir como pueblo, a partir del 1900.
En conversaciones con Marina R. de Rivera y su hijo Alberto Rivera en la década de 1970 (para la preparación de esta monografía), ambos coincidieron en dos hechos: los principales problemas que tuvo el Pueblo de Pepino al despertar a los desafíos del siglo XX y adaptarse al nuevo régimen que impuso los EE.UU., fueron la salud pública y la educación.
Para Doña Mariana Rivera Alers, educación y salud «van de la mano y una no sabe qué debe ser primero; cuando falta la educación, por desconocimiento, se cometen errores que afectarán la higiene, la salud y la personalidad; cuando no hay salud, sea por el hambre o por el malvivir, la educación no entra al estómago ni a la cabeza». [4]
En poema suyo, en el que el deseo es «revivir del pasado cuanto guarda», aún del siglo XIX (ella vivió 18 años en tal siglo y fue una de las pocas niñas con acceso a la educación, pues provino de la próspera familia de la época, los Alers), señaló ese problema fundamental: en Pepino faltaba un sistema de instrucción, la democratización y masificación de la educación pública. No obstante, a su juicio, Pepino hubiese servido de modelo por la virtud colectiva de su fineza y bondad.
Al envejecer, a la edad 86 años, escribe el poema A mi Pepino, con la aflicción de cómo han cambiado las costumbres y la calidad moral del pepiniano:
¡Cuánto tiempo ha transcurrido
que ya llegué a la vejez!
causándome pena ver
en «Costumbres del Pepino
de fin de siglo pasado',
modelo que fue tomado
de personas que en verdad
no poseyendo instrucción
sólo tuvieron bondad!
(Mariana R. Rivera Alers, escrito en diciembre de 1967,
e incluído en: Cantares al Pepino, ps. 83-85)
Si bien es absurdo, inútil y contraproducente, regresar en forma acrítica al pasado, como fuga de un presente caótico, hay que considerar que no se puede perder la fe en la historia sin caer en varios peligros: la pérdida y el equívoco. El conocimiento de la historia funciona como motor de cambio cuando no se suscribe a los llamados discursos canónicos y legitimadores del poder. Eduardo Millán, lúcido crítico de literatura, ha dicho citando a Leminsky, que la batalla contra lo nuevo es una guerra perdida y lo nuevo debe pasar, necesariamente por una revaloración del pasado, no por un retorno de él.
La tentación es engordar el olvido. Con olvido, en un sentido hermenéutico-existencial, miento una actitud que M. Heidegger, describió de este modo: la imposición provocante (Ge-stell) de la técnica que conduce al hombre a extravío, a la autodeterminación fatídica, al olvido de su esencia. En los riesgos de la manipulación técnica del mundo, de sus maquinarias y sus aparatos, se oculta un modo precedente del desocultar y el producir, con el peligro de llevar a la fatalidad, al desarraigo. El hombre eregido como sujeto investigador, interpelado por la Gestell, inquiere su objeto, enceguecido, fuera de la constitución misma del ser. [5]
Con la entrada al siglo XX, el líder puertorriqueño oportunista y burgués en general y, en particular, el de cada pueblo de la isla en posición de poder, quiso desautorizar el precedente vivido dentro la política pública de España que mantuvo a Puerto Rico en la ignorancia. «A menor nivel intelectual en las colonias, mayor sumisión» (O. Parga, Jr.). Este líder descrito es quien más presto está al olvido ya que se entusiasmará con los ingenieros militares norteamericanos que vinieron con la invasión a construir «la red de carreteras principales, las comunicaciones telefónica e inalámbricas que permitieron la entrada de la Isla al nuevo siglo». [6]
Según Heidegger, quien me sirve en las interpretaciones que hago de la historia en mis monografías, los seres humanos «somos lanzados a una situación histórica que no podemos eludir». (Heidegger, loc. cit). Ante ésta debemos participar con el más libre y propio querer, es decir, aceptar la situación, ser en ella, siendo que «ser consiste en ser conscientes», y el ser es ocultado por lo que existe, con su «constante presencialidad» y cuidado o inquietud torturante («Sorge»). El querer debe darse en base al ser-los-unos-con-los otros en ejercicio de la solicitud («Fürsorge") y procuración («Besorge»). Siempre tenemos la esencialidad misma para una orientación que es, o son los materiales «a la mano», para que se nos descubra su significado.
El sociólogo E. Durkheim rebautizó lo que, en 1895, Le Bon llamara la mente colectiva como psique colectivo, reconociendo que el comportamiento colectivo sustituye en ocasiones al comportamiento individual, contagiándolo con emociones o acción. El progreso es peligroso cuando el hombre individual o colectivamente idolatra, o se apega a una mercancía u objeto mercantil y el sujeto deviene en objeto. La aparencia encubre la esencia del fenómeno. El olvido incluye, de este modo, el sentido de actuar sobre conceptos que son la expresión sobre el Ser-mismo y la toma de consciencia de la propia existencialidad.
Olvido es un desagradecer al ya no ser endopáticos, actitud que nos pide el procurar de los demás y ayudarles a ser libres en su cuidado («Sorge»). Olvidar es, pues, lo contrario «al recuerdo que se interna en la historia... como el único camino transitable hacia lo inicial», no como historiográfico, o lo meramente pasado, sino como «pensar rememorante que piensa a la vez en el ser que esencia (lo ya sido esenciante) y en la destinada verdad del ser... y cómo desde esa determinación el ser abre un ámbito de proyección para la explicación del ente... y a un pensamiento para la reinvindicación del ser». [7]
Recordaré ahora a una gente que transitó por ese camino de la esencialidad para ubicarse en el habla en torno la vida en los primeros treinta años del siglo. Quienes participaron en la Tertulia de la Farmacia La Central son individuos muy especiales. Como la Farmacia Rabell, La Central surgió muy temprana en el siglo y Manuel Méndez Liciaga (1884-1964), fue su fundador y propietario por cuarenta años. Se graduó, mediante estudios libres, en Farmacia y aprovechó los cursos acelerados de inglés y pedagogía que ofreció la Universidad de Cornell para aspirantes de maestros, lo que le permitió, desde 1904, trabajar en escuelas de Utuado, Aguada y Pepino. En la década de 1920, fue director escolar en San Sebastián y, como su hermano Andrés, fue uno de los organizadores y líderes influyentes del Partido Unión de Puerto Rico. Ambos, Manuel y Andrés, tenían intereses tan diversos como la política, la educación, la historia y la literatura. Ambos se educaron con uno de los pocos, aunque más conocidos maestros de la época española, Manuel A. Durán y Figueroa.
A fin de ubicarse en la situación y la continuidad del espíritu patrio, Méndez Liciaga, Francisco Rosado y Miguel de Jesús Martínez, entre otros, promueven las tertulias nocturnas en la botica, una tradición que duró por muchísimos años y que como el primer ateneo libre, públicamente abierto, para estimular los asuntos cívicos, creativos y culturales, donde inclusive la añoranza del pasado tuvo cabida. De «la tertulia» llegó a participar la juventud que comprendió la labor educativa desplegada por Manuel Méndez Liciaga y, desde allí, se comentaba la política, los discursos de los oradores aspirantes a cargos nacionales. No se tomaba como una mera charla, de índole dispersadora y sin fijeza, sino que lo que se conversara sirviera para orientar sobre «lo que está esclarecido y lo que no», al decir de Heidegger.
La Tertulia de La Central fue una inyección contra el olvido que aspira a sepultar lo inmanente, «el sentido que depende de la existencia» y por el cual es la libertad («la libertad que constituye el fundamento del fundamento existencial». [8] Y el problema fue que este proceso de exorcisar el olvido fue y es más difícil que lo que se piensa. En ese Pepino de los Veinte comenzaron a moverse intereses de ambición desmedida, si bien en la política el objetivo de la administración municipal fue crear infraestructura, oportunidades educativas y los unionistas locales aseguraban triunfos, alejándose de la mentalidad asimilista de algunas antiguas y poderosas familias, aún resentidas por los golpes que diera la clase liberal y proletaria a sus intereses.
Autonomista, en tiempos de España, Narciso Rabell Cabrero, [9] fue el segundo alcalde de Pepino bajo el régimen norteamericano. Su primera incursión política fue en el Partido Federal y posteriormente en el Partido de la Unión.
Nombrado por el Gobernador William H. Hunt, como alcalde tuvo que socorrer el Casco Urbano que se incendió pavorosamente en 1906. Impulsó una reconstrucción planificada del Pueblo, siendo el propulsor del primer acueducto y la primera planta eléctrica en la zona urbana. De las fincas de su padre, el Dr. Narciso Rabell Ribas, oriundo de Cataluña, se proveyó maderas, sin costo alguno. Rabell Cabrero urgió la aprobación de ordenanzas municipales para la tarea reconstructora. Padre del Pepino Moderno es uno de los primeros en crear consciencia de que la salud y la educación fueron las primeras prioridades para echar adelante a ese Pepino que tantas veces, en su historia, ha tenido que levantarse del desastre, los ciclones y la desorganización.
Manuel Rivera Negroni, hacendado pepiniano, uno de los primeros Alcaldes bajo el régimen tomó el cargo en 1910. No lo abandonaría hasta 1924. Durante su período, se construyó la Plaza del Mercado y se instaló por primera vez una planta de servicio municipal de energía eléctrica.
De estos tres hombres (Manuel Méndez Liciaga, Narciso Rabell y Manuel Rivera Negroni) que son, a mi juicio, la figuras más inspiradoras, críticas y ubicadas en la esencialidad del «material a la mano», no solamente fáctico, sino trascendente, de la vida pepiniana en esos treinta años, reflexionaré en capítulos posteriores y les extrapolaré con sus opuestos. Retomaré en el primer capítulo el tema de la invención del presente y la revalorización del pasado a la luz de la crítica de las ideologías.
___________
Notas bibliográficas
[1] Testimonio de Horacio Hernández, 1995, desde Altadena, California. Pertenece a su libro aún inédito, y que obtuve por cortesía y amistad de su autor. Su título es Recuerdos: La gente de mi pueblo, Capítulo 1; ver también Andrés Méndez Liciaga, Boceto histórico del Pepino (1ra, edición 1924; segunda edición (Ediciones Ateneo Pepiniano, San Sebastián, 2004), ps. 88-89, 108, 128-129, 141, 170.
[2] Francisco Alberty Orona, en: Ramón L. Cardé Serrano, Cantares al Pepino (1ra. edición, San Sebastián, 2003), ps. 1 y 3.
[3] Luis Fernado Rodríguez, incluído en: Ramón L. Cardé Serrano, Cantares al Pepino, ps. 94-96.
[4] Entrevista con Mariana Rivera Alers, viuda de José Rivera Muñiz. La entrevista fue realizada en mi casa en San Sebastián en 1973. Doña Mariana, nacida en 1882, estudió sus primeras letras con una maestra privada en Pepino, de origen aristocrático, María de Jesús Arteaga e hizo estudios superiores, posteriormente, en el Colegio de Isabel Suárez en Añasco. Publicó en 1969 un libro titulado Añoranzas sagradas. Citamos varios poemas suyos en este trabajo, tomados de la antología recopilada por Ramón L. Cardé Serrano, Cantares al Pepino (1ra. edición, 2003), p. 83.
[5] Martin Heidegger, El ser y el tiempo (Fondo de Cultura Económica, México, 1951), con prólogo y traducción del alemán de José Gaos, ps. 300 y 310; además, Michael Sauval, El olvido del ser, según Martin Heidegger, en: http://www.sauval.com/articulos/olvidodelser.htm y Carlos Eduardo Peláez, Heidegger y algunos textos sobre estética, en: http://www.utp.edu.co/~chumanas/revistas/rev28/pelaez.htm; Cf. vid además: Alberto Carrillo Canán, Poesía, lenguaje e interpretación en Heidegger, en: http://serbal.pntic.mec.es/cmunoz11/carrillo.html y ] I. M. Bochensky, La filosofía actual (FCE, Mexico, 1997), p. 16.
[6] Senador Orland Parga, Jr., La Invasión americana, en: http://www.orlandoparga.com/publish/aricle_17.shtml [7] Paul Roubiczek, El existencialismo (Editorial Labor, S.A., Barcelona, 1970), ps. 190-91 y Heidegger, M., El recuerdo que se interna en la metafísica (Destino, Barcelona, 2000), traducción de Juan Luis Vermal.
[6] Senador Orland Parga, Jr., La Invasión americana, en: http://www.orlandoparga.com/publish/aricle_17.shtml [7] Paul Roubiczek, El existencialismo (Editorial Labor, S.A., Barcelona, 1970), ps. 190-91 y Heidegger, M., El recuerdo que se interna en la metafísica (Destino, Barcelona, 2000), traducción de Juan Luis Vermal.
[8] Bochensky, p. 160-61.
[9] Narciso Rabell Cabrero nació el 27 de septiembre de 1873, hijo de Elvira Cabrero Echeandía. Estudió en Maricao en el Colegio, dirigido por Felipe Janer, donde fue condiscípulo de Luis Lloréns Torres, Rafael Martínez Nadal y otras figuras que echarían fama y prestigio en Puerto Rico entero. Obtuvo el Bachillerato en Artes y Ciencias y acudió a España para obtener su Licenciatura en Farmacia (1895). A su regreso, fundó la Farmacia Rabell (1896). Murió el 10 de febrero de 1928.
[9] Narciso Rabell Cabrero nació el 27 de septiembre de 1873, hijo de Elvira Cabrero Echeandía. Estudió en Maricao en el Colegio, dirigido por Felipe Janer, donde fue condiscípulo de Luis Lloréns Torres, Rafael Martínez Nadal y otras figuras que echarían fama y prestigio en Puerto Rico entero. Obtuvo el Bachillerato en Artes y Ciencias y acudió a España para obtener su Licenciatura en Farmacia (1895). A su regreso, fundó la Farmacia Rabell (1896). Murió el 10 de febrero de 1928.
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