Sobre una carta anónima del 15 de agosto del 2006
Me enoja esta misiva porque no fue firmada y, entonces, acudiré a este medio, el Foro Pepiniano, para darle respuesta; me entristece que, a esta altura del tiempo, haya quien no sepa decir a una sobrina, o «una nena» que ama su pueblo y quiere escribir sobre él, que en una familia no todo el mundo es perfecto, que hay erranzas y causalidades que obligan a alguno/as (los que llevaron nuestros apellidos) a tomar decisiones que no siempre son o fueron las mejores. La prostitución, por ejemplo.
No es el fin del mundo. Razones habrá, máxime en épocas y tiempos duros, para que así actuaran. ¡Qué bueno sería si en vez de reproches, juegos al escondite, se supiera comprender y hacerles una defensa sensata a ellas!
Hay, por supuesto, que saber decir a un pequeño / a, sin tapar el cielo con un dedo, que no siempre un pariente(a) ha actuado bien, no siendo del todo perverso(a). Que a veces es heroico ir y lavar pisos y escupideras de un rico antes que degradarse en alguna inmoralidad; o que a veces es una voz de protesta y desafío (la idiosincracia ajena) que se tome una decisión inmoral, en medio de la miseria, para sobrevivir, aunque no se hubiese querido. Hay caracteres distintos, urgencias distintas, en cada individuo.
Si este fue el caso, hay que saber hablarlo, comunicarlo y, aún más, decirlo a un niño(a) porque los tabúes son más dañinos.
Una persona cuyo interés es incluirme entre los creadores de los «chismes más sucios y cobardes de la más baja ralea pepiniana, a la que (usted / yo) evidentemente pertenece» (sic.), me escribe una carta sin firma, sin remitente, sin otra noción (inevitable) para mi información que el que la carta fue despachada desde San Juan (Puerto Rico). Pide que «Dios me perdone», por el daño que hago, con mi investigación oral, mi trabajo literario / histórico sobre Pepino, al dar «información fatula con nombres verdaderos, muy conocidos en el Pepino, gente muy buena, decente y trabajadora». (sic.)
Esta persona reconoce que «en muchos aspectos, su (mi) trabajo es encomiable» (sic.) y que, pese a su «pequeña investigación» sobre mi persona «en el pueblo se le tiene en gran estima y admiración y se toma su trabajo muy en serio».
No. A mí no me interesa que una carta comience diciéndome «distinguido profesor López Dzur»; si la sustancia del asunto es insultarme. O echarme culpas que no tengo. Que se dé vuelo el fulano(a), quien sea mujer u hombre. A mí se me habla de frente, con nombres y apellidos y se me dice con qué tipo de aproximación, ocultamiento o verdad se me hablará o emplazará al pedírserme cuentas. Así lo han hecho quienes han aportado a mi Website de Historia Oral sobre Pepino, los que me han colaborado para bien y que, aún requiriéndoles yo su nombre y apellidos, se han sentido cómodos, aunque sea yo quien conceda mi discresión cuando suplican «no menciones mi nombre, no digas ésto, pero ésto es real; lo sabe todo el mundo».
Otros (para mí los indispensables, los citables) no son así, pues prefieren ser frontales: «Lo dije yo; se lo firmo. Puedes grabarme... Es mi testimonio». Esto es lo bonito de hacer Historia Oral, pese a que se publica en muchas ocasiones «material sensitivo», no falsedades ni chismes.
Lo que sucede es que hay quien da su nombre, afirma con valentía, no se esconde. No cierra sus propios ojos para acusar al que dice / informa / testimonia históricamente a tiempo, de modo que se evite que «muchas décadas después» venga cualquiera con la conclusión de que se miente, o se tiene una agenda escondida.
La agenda escondida la tiene quien no habla a tiempo, porque dizque se aliviará o atenuará de este modo «el sufrimiento inmenso que se le ha causado a esa familia, hijos, nietos y bisnietos de los aludidos» (sic). O sea que callar hace más bien a la necesaria catharsis. ¿Al callar yo, quedó callado el mundo? No. Eso es ingenuo.
No. Yo no tengo ni buenas ni malas razones para «ficcionalizar eventos reales», «ni para validar como ciertos eventos ficticios, cosa que se repite constantemente en su página de internet» (sic.). Esto es una interpretación de quien me escribe un anónimo y sabrá por qué no puede ser concreto, específicamente alusivo al referente, al personaje / persona / situación / que él / ella quiere defender. Su alusividad no tiene sustancia ni tiene presencia porque algo oculta para escribir en anonimato, en nebulosidad, en ocultamiento. Historia oral, historia poderosa la mía, pero CON NOMBRES Y APELLIDOS y un cúmulo social de referencias y alusiones, con opinantes concluyentes. Si es lo que busca, está en mis páginas tal como ha sido posible, no como me da la gana.
En la historia de la comunidad, el contexto / pretexto son posibles porque basta que un sujeto memorable eche su fama para quedar apresado en la red informativa de lo rescatable y hay mucha vox pópuli para nutrir su razón de ser y sus ejemplaridades… no basta echarse a dormir (ni el historiador ni el historiado) para acallar los clamores que dan razón para hablar de él / ella / o su circunstancia.
Ahora bien, el historiador selecciona entre lo más clamorado, publicitado, públicamente reconocido por una comunidad, aunque surja la gente que dice que no debe hablarse de éso, como quien me escribe la carta que me motiva esta respuesta. Los calladores, los anonimistas son censuradores tardíos. Y es la gente que menos respeto me inspira. Obstruyen, no clarifican nada. Este es un ejemplo.
¿Con qué autoridad llaman cobarde al historiador oral si a la hora de defender a sus alegados difamados no mencionan sus nombres? Ni el suyo ni el de sus defendidos... ¿Quién está haciendo más daño? No es mi caso.
Cualquiera de mis individuos / personajes o personalidades, públicas o privadas, validadas para un testimonio oral e historiográfico, si me interesa es porque tiene un largo sabor de pueblo, de anecdotario, de imaginario pueblerino, de choteo colectivo y, sí, chismografía y escándalo, no sólo a sotta voce, o secretividad nebulosa. Son desglosamientos a voz plena en el Pueblo. Seres con super-escándalos, por buenos o por malos. Se desprende de quien me escribe que ser prostituta es el acabóse, el fin del mundo, digno de escarnio… tanto que hay que callarlo durante mil generaciones. Nunca me atrevería sugerir algo así ni inferir que por alguien haberlo sido deja de ser una persona trabajadora, simpática, digna de ser amada, respetada o admirada por otras virtudes cívicas o individuales.
Yo abordo este tipo de individuos o personas en el folclor local con amor, con delicadeza, con poesía, como si se tratara de Mantillita la Beata, Guillé el Loro, El Gringo de Cubero, Marcianita Echeandía, La Carlita o cualquiera otro. Con sus defectos y sus virtudes, no olvidaré que son seres humanos.
¿Que dejará un mal sabor de boca (para una persona prudente) si se toma en consideración que estas gentes (en torno a las que se historiza) por algo fue memorable?; si alguna vez lo que hicieron o dejaron de hacer fue de escándalo o lugar común, o comidilla social, ¿lo será por siempre? ¿Quién será el que tenga la autoridad moral para recordarlo peyorrativamente (no yo), aunque me concierna dilucidar el espíritu de época y la ejemplaridad, si alguna, que dio el sujeto de ese acontecer, por el tiempo que haya sido?
En primer lugar, esa autoridad surje de quien lo admita como lo que fue, sin pretender ocultarlo. Esto es, que LO ASUMA, lo confronte en el tiempo o, si viejo, en su tiempo. Autoridad de quien lo entienda en su posteridad y no se ponga en actitud de DENIAL, o renegación, sea o no familia. La vergüenza, si es lo que procede, póngase a un lado y búsquese la perspectiva del amor y la comprensión. Eso está claro en mi historia y en mi ficción; amo más que desprecio a nuestra gente, la más sufrida o despreciada; pero no soy tapachín por ninguno ni del pasado ni del presente.
El quid aquí en esta carta anónima es el siguiente:
«¿Cómo se sentirían sus hijos (si es que los tiene), sus hermanos, sobrinos, etc. si leyeran un cuento o una poesía, donde se mencione a su madre, con nombre y apellidos, y se diga que trabajó de puta en los bares de Pueblo Nuevo y que, si no fuera por Doña Bisa, que la sacó de allí y se la llevó a su mansión victoriana a lavar y a pulir inodoros y escupideras de plata y de mármol, usted y sus hermanos no hubieran nacido?» (sic.)
¡Mire cómo me gustaría saber a quién se refiere! Tendría palabras aún mucho más gratas y sensatas que las puedan leerse en mis monografías.
Si, por alguna razón, he tocado la historia de la gente más humilde (y aún la degradada) de Pueblo Nuevo (las que fueron prostitutas por necesidad en los bares de Millán Matos, u otras historias parecidas), nadie se llame a engaño. Es para comprenderlas, para dar el testimonio de su desesperación, su tragedia circunstancial, la explotación epocal en que vivieron y el atractivo vital con que sobrevivieron. No hay empeño de ficcionalización ni de idealización. Sencillamente, hablo sobre lo que pasó y sobre lo que muchos hablaron, o aún recuerdan; excepto el que calla en anonimato, sencillamente porque hay quien se avergüenza de ser pobre, o cargar un «pasado» menos dizque HONORABLE para las nuevas burguesías o hipócritas sociales, aunque lo que ya fue sabido, sabido es. Triste pasado, pero PASADO al fin y cierto.
Las ocultaciones / anonimatos vienen sobrando. Lo importante es una reflexión que asuma, entienda sociológicamente su realidad y que perdone y corrija lo ya-sido sociológica y políticamente. Esa es mi función como recopilador de relatos.
Víctimas / familiares / culpables, si los hay más allá de las circunstancias inferiorizantes, se recobrarán al darse la corrección política del pasado, de lo sido, mediante la consciencia político-social, lo ideológico.
Esta carta recibida es una nube de humo, una invocación al ocultamiento, al cállate, una teoría de la mentira y el apocaimiento, nociones ya superadas en la historiografía. Afortunadamente, no creo en éso, pues no se beneficia de tal modo a mis hijos, mi familia, vecinos, ni mi patria en general... Podemos, al menos, pública o privadamente, discutir muchos detalles de lo que falta en el anecdotario público, hacer clarificaciones, pero que sea frontal, sinceramente, con nombres y apellidos, no ANONIMAMENTE, que es la actitud más despreciable con que he confrontado por decenas de años de investigación y diálogo; no transijo en ésto, la base de mi trabajo. Ni culpo la posteridad por los errores de los que nos procedieron; ni paso juicio divino, ni determinista, por lo que fueron otros.
Sencillamente, concluyo que el río suena cuando agua trae y lo que está en el conocimiento de una comunidad no se lo quitarán de su acervo nadie, el afán individual y privado de unos pocos. Ni familiares ni ocultadores.
¡A hablar de frente y ánimos! No se justifica una carta tan larga para decir tan poco...
CARLOS LOPEZ DZUR
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