Historia no es ni lo pasado, que ya no es, ni lo de hoy que pasa fugazmente; la historia como historiarse es el actuar y padecer cabal a través del presente determinado por el advenir que se hace cargo de lo sido... No todas las referencias hacia la historia pueden devenir científicamente objetivables y situables, y justamente las esenciales no: Martin Heidegger
Todo pepiniano tiene un pedacito privado —y público— de la historia de su pueblo, es decir, de lo sido en esta geografía y sociedad —como posibilidad existentiva— en que se precisa el destino propio, el destino en común y la historia del mundo. De modo que cada uno de ellos, en cuanto compueblanos, son parte de la historia que me interesa y del libro o los libros posibles que otros y, aún yo, habremos de escribir. La historia total de San Sebastián de las Vegas del Pepino es tan monstruosamente gigantesca como pepinianos, o puertorriqueños de otras vecindades, haya disponibles para aportar su pedacito de relato, su pieza para el rompecabeza general y colectivo, el Gran Relato, con páginas de historicidad y destino en común, Geschick.
No entendí este concepto tan profundamente, cuando inicié mi primer ensayo sobre la historia regional, como ahora lo entiendo. Lo poco entendido, entonces, motivó que, en la década de 1970, desde mis primeros años universitarios y siendo aún adolescente, me interesara en la historia de Pepino y, particularmente, en conceptos de Historia Oral (Allan Nevins) [1] como metodología de elucidación.
En el transcurso de varios decenios, reflexioné sobre mis notas y mis entrevistas realizadas. E hice mis propias revisiones de artículos y ensayos escritos con pretensión historiográfica. Ha sido tarea dura y nostálgica. Llevo más de 20 años de residencia en los EE.UU. y México.
A pesar de ésto, he meditado, ya con mayor madurez, sobre los posibles enfoques, ya que a algunas aproximaciones previas las rechacé de plano. Y ahora, únicamente, seguiría adelante, si mediante este medio que provee la Internet, obtuviera otras piezas del rompecabezas: las que han de aportar otros: es decir, aquellas personas prestas a dar detalles, sugerencias, historias propias, genealogías, fotos, anécdotas o documentos, orales o escritos, que enriquezcan esta versión de base, que será siempre incompleta, pero dinámica, como es la propia vida en la historia... No renuncio al proyecto original que me ata al pueblo de mis amores.
He topado una y otra vez con diversas observaciones de Martin Heidegger en torno a la tematización historiográfica. Tematizar el pasado como objeto del mundo sido-ahí, los entes a la mano de ayer, sin que éstos sean algo «pasado», sino presente, es también contar lo venidero, con el peligro de la constante destrucción («Zerstörung») del advenir («Zukunft») y de la referencia histórica hacia el advenimiento («Ankunft») del destino.
El gran filósofo alemán, que ha influenciado mi filosofía de la historia, advierte que hay épocas que no son historiográficas, pero no dejan por ello de ser históricas. Para él, «sin erranza no habría ninguna relaciones de destino a destino, no habría ninguna historia. Las distancias cronológicas y las concatenaciones causales pertenecen, es cierto, a la historiografía, pero no a la historia». [2]
Esto significa que, semi-oculta por los datos, aunque intuíble y leíble entre líneas, pese al incompleto mosaico de concatenaciones causales y distancias cronológicas, es sospechable otra significatividad tanto o más rica. Su riqueza late como tal. Es aprovechable.
Una de las perspectivas que aprecié, con mi primer ejercicio de historiografía, ésta que aparentaría ser muy localista (los orígenes de la cultura pepiniana), por igual, me llevaría a una idea que Herbert E. Bolton elaboró. Visto que «el sentido de la unidad de América es la unidad esencial del Hemisferio Occidental», «el pasado debe y puede utilizarse con miras al presente». [3]
Al estudiar la evolución del pueblito, oficialmente fundado en 1752, y redescubrir a sus primeros Del Río, Salas, Castro, Liciaga, López de Segura, González de la Cruz, Borrero, Luciano, Ortiz de la Renta, Cabrero, Echeandía, Prat y López de Victoria, al tratar de comprender las divergencias coloniales, las partidas de miñones, los bandos de policía, la aplicación de reglamentos para jornaleros y esclavos, los descontentos de vecinos con sus patrones del Viejo Mundo o con los propios criollos, en roles de opresores, al explicar el por qué de las tradiciones migratorias comunes (e.g., la Cédula de Gracias para los inmigrantes venezolanos o del Haití Español) y el surgimiento de una conciencia nacional, de la que las «conspiraciones en verso» de Las Golondrinas (1851), la rebelión de Lares y Pepino en 1868, las Partidas Sediciosas de 1898 y las turbas republicanas de las décadas de 1930 y 1940), se evidencia que cualquier municipio y país del hemisferio ha pasado por fermentos y experimentos sociales parecidos, de modo que como dijera el Dr. José Basadres, en una ocasión, en América, de norte a sur, de confín a confín, los países y sus gentes han encarado «los mismos peligros, los mismos enemigos, el mismo reto, el mismo destino». [4]
Bolton, por su parte, define bien uno de mis enfoques comparativos:
... Tengo la intención de poner de manifiesto, a grandes rasgos, el hecho de que se trata de fases comunes a la mayor parte del Hemisferio Occidental: Que cada historia local tendrá un significado más claro si se estudia a la luz de las otras; y que mucho de lo que se ha escrito acerca de cada historia nacional no es más que una muestra de una pieza más grande. [5]
Ahora estoy conciente de que cuando fuí por documentos, artículos de prensa, entrevistas con personas que vivieron, o poseyeron una aprovechable memoria, con y por la que se conserva la data epocal de mi objeto de estudio, no obtendría el relato sobre el mero acontecer aislado e irremisiblemente «sido-ahí», sino sobre el destino en el cual el «Ser, que es la historia, se da y se niega a la vez», como observara Heidegger. El Pepino histórico se da, se abre, en ocasiones, como prolongación de Europa; porque es innegable que nuestros antepasados fueron españoles y ellos trajeron consigo sus ideas e instituciones tradicionales; pero, con la historia de Pepino, como en otras, se niega —a su vez— una parte de esa mentalidad que los antepasados europeos sustentaron ante la necesidad, objetiva y material, de construir una estructura social en campos y villorios fundados, donde no existía ninguna clase de sociedad europea, excepto uno que otro indígena, a quienes la prepotencia militar y el subyugamiento practicado por Juan Ponce de León y otros capitanes posteriores les ahuyentó de la isla, o les forzó a morir. O cuidarse del contacto con los «blancos».
Esto favoreció el reajuste de las ideas, sentimientos, costumbres y métodos europeos, particularmente, en cuanto lo que concierne a progresos político-prácticos y la consciencia de formar parte de una determinada fuerza hegemónica. Entiéndase el proceso (de «trato cuidado») ante el quehacer moral y político.
Pero, como se revelará en estas secciones del website Trece monografías histórica sobre San Sebastián del Pepino, la historia de la América hispana, así como la historia de Pepino como uno de sus cubujones de especificidad en el Caribe, no ha de ser simplemente la historia de España en América, sino que es también una visión de futuro, es decir, un poder ser.
Obviamente, ya no somos europeos. Ni colonia europea, bajo control de criollos que advendrían como pequeña burguesía. La autoconsciencia crítica de sus intelectuales. es decir, de organizadores y dirigentes, movió a Pepino hacia la misma dirección a la que se moverían, como bloque histórico triunfante, otros pueblos. La Guerra Hispanoamericana (1898) hizo romperse el cordón umbilical que a nuestra sociedad regional ató al españolismo. La organización del Comité del Partido Republicano (de Barbosa), a principios de siglo, anticipó una ideología anexionista respecto al nuevo interventor, dado un rol protagónico a éste, como ideología orgánica, en el Establecimiento.
Desde entonces, a partir del surgimiento del PER y el PPD, se ha oscilado entre el panamericanismo y el anexionismo incondicional. La influencia de los EE.UU. es factor, no siempre condicionante, pero sí influyente, en la evolución y destino («soluto» intramundano) de las ideologías puertorriqueñas.
No hay organización política —ni moral ni espiritual— sin intelectuales. No hay cultura filosófica ni transformación práctica de la realidad sin ellos. Al decir intelectuales defino al intelectual tradicional que es el que suele ser derrotado como funcionario dentro de las superestructuras que se encargan del desarrollo y la difusión de la visión de mundo por la clase dominante. La intelectualidad, por igual, incluye al intelectual orgánico (A. Gramsci) que es el funcionario que, con su filosofía empírica, se activa en la modificación del ambiente, corrigiendo, ajustando y perfeccionando, las iniciativas ideológicas, morales y sociopolíticas, o sea, las visiones de mundo existentes en cada época determinada o unidad cultural-social.
«El Ser mismo en cuanto destinable ("geschickliches") es, en sí, escatológico». El ente dado como esencia epocal del ser es una época de erranza. La historia es un proceso dialéctico, pero no sistemático del ser que se «re-presenta» como material conservado, soluto concreto y repetido del Dasein-sido-ahí, objeto propio de la historiografía.
Las nostalgias por España que obtuve como ethos de entrevistados —como Doña María L. Rodríguez Rabell, Dolores Prat, Pedro T. Labayen, etc.—, son parte de ese material conservado; pero ya expresado como erranza, soluto en sus límites e imperfecciones.
Ese pasado no puede volver, aunque sí expresarse en solidaridad con el esfuerzo de los que desbrujan la tierra de la historia en común y separan el grano y la paja, lo falso y lo verdadero, ante vituperios y confusiones sobre la Leyenda Negra de España y su colonialismo, que sí fue esencialmente real.
En el desarrollo de la unidad cultural hemisférica, contrario a lo que Bolton pensara, el progreso cultural no siempre sigue a la prosperidad material. Ni el ser de la historia, en cuanto destino, se condiciona por la densidad de la población o la extensión geográfica. Puerto Rico es una nación, ser histórico, con misión esencial dentro del hemisferio, independientemente, de su pequeñez territorial y las directrices predefinidas por los estadounidenses. Las cuestión política no cancela su identidad latinoamericana, ni la verdad de su esencia histórica. Frente a España o a los EE.UU., que es el nuevo patrón, Puerto Rico es parte de la historia de la libertad, que es el interés común que cada país comparte con el hemisferio y con Norteamérica.
He descubierto que la historia oral permite que muchos de los entrevistados examinen la cosmovisión de una época, aunque no puedan precisar temporal y cuantitativamente sus hechos y datos.
Hallé casos en que el relator, como Manuel González Cubero, [6] quien vivió como testigo la presencia de tropas estadounidenses en Pepino, en 1898, fue capaz de forjar el ethos de la invasión al rememorar aquellas cualidades propias de la época y de la gente que conoció. Estas posibilitaron que se viviera sin temor y con la confianza de que el proceso de la invasión americana, cambio de soberanía o derrota de España por los EE.UU., conduciría hacia un mayor progreso, así como a la comprensión o acercamiento personal a su destino en común con otros hombres.
Ethos es precisamente tal fe en la nobleza ideal o universal, la fe en el hombre, y que permite una visión moral del futuro. González Cubero alegó que recibió de los «invasores gringos más cariño y atención», cuando fue niño y las tropas ocuparon El Tendal, «que el que tuve después, ya que se fueron». No obstante, él no recordaría ni nombres ni apellidos de aquellos que impresionaron tan gratamente su niñez, casi afectivamente.
El justificaría su falta de memoria para los nombres «de gente que yo distingo y quiero» (sic.), con o por la misma causa que se pensaba limitado para recordar los apellidos y nombres de sus abuelos, «por la edad en que deje de verlos y no porque tenga mala memoria». El nombre de las personas, fechas de los incidentes y utilidad de detalles contextuales, según dijo, para él, tuvo menos importancia y memorabilidad que los sentimientos y afectos con que se solvía con y ante ellas.
... No se me ocurrió nunca preguntar el nombre y apellidos, ni edades, de otra gente, menos de mocoso. ¿Qué me importa? Pienso que, de haberlo hecho, seguro que se me olvidaría lo que dijeran de todos modos. [7]
González describiría fisonómicamente al «hijo de Pedro, el Cubano, que trabajaba con los Cabrero, y «al que los gringos hicieron soldado», pero no recordaría su nombre Blanco Ortíz Vélez del Río (1876-1917) ni el nombre de su hijo (Blanco Aurelio (1896-1932), al que tuvo mayor oportunidad de tratar. El primero sirvió en Cuba en la sofocación de la revuelta del (Partido de la Raza Negra; el segundo, Blanco, hijo, en la Primera Guerra Mundial. [8]
González Cubero se acordó de Bartolo Medina «que también anduvo con los gringos y los médicos Cancio y Franco».
Aludió, en entrevista, a las quemas de las residencias de José y Agustín María Font-Feliú, Cheo Font, el pie de la espada blanca y de Avelino Méndez, el verdugo de los españoles en 1898.
Para González Cubero, su niñez se desplegó dentro de un escenario que, si por algo fue temible, no fue por la prepotencia del invasor ni por su superioridad militar sobre los Batallones Voluntarios de Alfonso XIII, sino por la incertidumbre encarada por muchos españoles, en particular, los que se regresaron a España o se fueron de Pepino, «el rumor falso» que se propalaba, o se supuso sin fundamento, y que explicaría del siguiente modo:
... Que los gringos dieron un plazo para que los campesinos se vengaran de los amos y se mataran todos los que quisieran, unos a otros, antes que el Capitán Brackford se decidiera a intervenir; pero este fue un rumor, cosas del miedo. Yo no lo creí. No tenía malicia. Otros muchos tampoco lo creyeron.
Mientras su madre sufría con miedo a las quemas y escaramuzas del fin de siglo, el niño se abandonó a lo inevitable, a lo amenazante y «dejé de tener miedo». Descubrió que «los americanos no comían gente, que éso fue otra mentira de algunos españoles y de los alzaos».
El uso que González hizo del vocablo misión describiría algo más profundo que los operativos militares, o de socorro, o la predictiva jornada, eufemísticamente dadas por los emisarios del Norte como pretensiones redentoristas («Proclama Miles»).
El equivaldría el término misión a destino, en el sentido de habérselas con la posibilidad y el peligro (Heidegger). Asunto práctico. «Mi destino fue conocerlos, ver llegar a los yankees, cuando la misión que tenían era parar el teatrito a la gente violenta que se peleaba por tierras o la poca comida que había...» (González Cubero).
Destino en común: Tradición, Misión y Proyecto
Otro caso interesante se produjo con mis entrevistas con Pablo Arvelo Latorre para quien el Grito de Lares, la época de los Compontes y la Invasión Americana, como clásicas tematizaciones historiográficas, se relacionaron con la misión que se asignaron los hombres ante la adversidad, la lucha por determinados cambios y también con la muerte. Otra vez la existencia del ente concreto que lucha y el ser-en-el mundo fue un habérselas.
«... Cuando la gente no quiere morir, es cuando más sufre...», filosofaría Arvelo. [9]
Este relator oral de historias dijo que, en la memoria del que escribe la historia (oficial), «los únicos que se recuerdan (como protagonistas) son los que tienen un destino, o fueron hombres temibles, porque a la gente buena y pobre nadie la recuerda» (sic., cf. Entrevista con Pablo Arvelo Latorre, loc. cit.)
Cuando pedí a él que nombrara a las personas con destino, méritos y personalidades tales que se hicieron queridas y memorables para su comunidades, o barrios rurales, él quedó momentáneamente perplejo. No cayó en la trampa, fácil y gratuita, de apurar los nombres ya conocidos de funcionarios oficiales, esto es, nombres de grandes hacendados y comerciantes, que fueron alcaldes, jueces o síndicos. Algunos de los que conoció o acerca de los que, por su edad, tuvo referencias, dadas a él por sus padres o amigos de mayor edad, ni siquiera llegaron a ser hombres prósperos.
Para él, según se infiere, la historicidad se compete con la fidelidad a la tradición, es decir, a cierto patrón de lo repetible que sólo es posible por el combativo seguimiento, o al decir de Heidegger, por la estancia-en-sí-mismo del haberse-resuelto avanzando y la «réplica de la posibilidad».
Esta coyuntura no significa que la perpetuación de una concreta tradición histórica, por la sustentación de una ideología conservadora, asaz caprichosa, será siempre validada, o que una vez vencida, se regresará al pasado para atarse a ésta; aviniéndose hacia un progreso impropio y falso.
En ocasiones, lo tradicional, por el apego sentimental, se concreta para materializar la convicción y la autenticidad del comprender más señero y de otros comportamientos que no vale designar como reaccionarios.
Pablo Arvelo defendió apasionadamente el hecho que su familia, padres y abuelos, hayan sido conservadores, que su casa haya servido para refugiar a gente perseguida durante los tiempos de tirantez entre las familias Alers y Vélez del Río y otras, antes del Grito de Lares, así como, posteriormente, durante la invasión norteamericana y las Partidas Sediciosas.
Ser conservador, por definición de Arvelo Latorre, fue cierto tipo de «co-participación» que involucraría cierto sentimiento y pasión en aras de destino en común (Heidegger), siendo, por ende, característico de la historia la fidelidad a la generación en la que se ha sido prohijado. «... Mi familia y yo tenemos un pedacito de historia», dijo, «aunque no su escribirse, sólo el contarse...» Este historiarse con el pasado, tematización de lo sido ahí y en la comprensión de su presente, a la mano, a menudo queda como mera historia de vencedores y vencidos, a partir de datos recogidos en la esfera jerárquica más alta.
Aunque campesino, Arvelo Latorre fue mucho más articulado y reflexivo que González Cubero. Sus detalles resultaron más concretos, verificables y coloridos. Además, él supo extraer sus moralejas de las vivencias históricas. Creyó en tradiciones y en fidelidades y, sobre todo, en las personas que encarnaron tal contenido. En las entrevistas con él, usaría la palabra proyecto para referirse a ellas.
... Mucha de la gente que conocí, como Narciso Rabell (Cabrero) fue gente de muchos proyectos —relataría el anciano—. Don Narciso se interesaba lo mismo en una piedra que tú llevaras ante él que en una plantita o helecho. Tenía interés por la ciencia y la política. Y por eso fue alcalde, hombre grande... Sabía la importancia de los partidos, así como organizar a la gente y criticar a los partidos cuando ya no sirven; sabía sobre el campo, la electricidad y el deporte... El primer parque que tuvimos en el pueblo lo hizo él... Todo es interesante, te enseña algo y la gente que tiene proyectos y vive para ellos, como ese señor, sabe convencer y educar al pobre... Según mi padre, otro hombre con la cabeza llena de proyectos, hombre inquieto e inteligente, pese a que tenía mal carácter, fue el que apodaron el Barquero, el mentado Manuel Prat (insertado del autor: 1800-1866). Fue artesano, dibujante y alguna vez hizo un gran bote de vela, muy grande, en la bajada de su hacienda, cerca de una quebrada... La gente lo creyó loco; quizás por eso se fue del campo; pero todavía, antes de la Primera Guerra Mundial, se asomaba la gente y quería saber si era cierto que ese bote existía... Don Blanco, padre, el suegro de Doña Laura, llevó a los gringos a verlo. Fueron a averiguar... Alguna verdad hubo sobre ese bote, que estuvo allí cerca del pozo...porque hasta la hija más pequeña del señor (insertado del autor: Eulalia Prat Vélez, n. circa 1830-1890) y su vecinita de entonces, que fue la abuela (del pintor Francisco Rodón: nota del autor). Ellas vieron esa barga, hablaban sobre ella y cómo los temporales la destruyeron. Las niñas dibujaban. En sus pinturas sobre cómo fue La Barga, así como decía el barquero, uno figura que sería una nave poco comúm... estas niñas dibujaban el barquito de Don Manuel amarrado a vigas y pilares, como res sobre la vieja barranquera del pozo, como pájaro amarrado de las alas. Eso fue lo curioso, la Dársena existió porque el señor tenía conocimiento y las niñas hablaron sobre el asunto por largo tiempo, aunque dejara de existir...
... Mi padre sí recordaba la época cuando la distracción más importante del peonaje y, sobre todo, de los estancieros, fue apostar, beber o chismorrear, sobre quiénes llegarían a tener más tierras, si los venezolanos o los catalanes y mallorquines. Había una competencia de bandos, se jugaban apuestas y se apostaban hasta los gallos... Cuando el barquero se fue a Cuba, se dijo que huía de Betances y ése andaba por la Martinica... Se supo su ida (de Prat) y que murió su hijo varón, el mayor, o que un negro lo mató...
Entiéndase que cuando él aludió sobre venezolanos y caraqueños se refiere a la presencia y orígenes de las familias tan conocidas de los Cabrero, Echeandía, Belazquide, Arvelo, Mathos, Arvizu, Arteaga Pumar y Rodríguez González, entre otras de este pueblo. Francisco Ramón Arteaga López (1812-1891) eligió esposa entre la parentela Vélez de Mirabales, Lorenza González Vélez.
Estos dos ejemplos aluden a lo que Heidegger llamara destino («Schicksal») y que fue la útil perspectiva desde la cual mis entrevistados narraron la historia de su pueblo. «Destino es el nombre del historiarse de la vida propia». Para el filósofo Heidegger, somos alcanzados por el destino porque «somos destino en el fondo de nuestro ser. En cuanto destinables, referencia al fin, al destino. Pensar lo sido es llevarlo al destino, a la primacía del advenir en la temporalidad y la historicidad, ya que el destino constituye la historicidad original del Dasein».
El destino que se despliega como comprensión y toca la estructura del ser-en-el-mundo, la significatividad posible como referencia y apertura a la iluminación del ser, es llamado proyecto. «El proyecto, Entwurf, es la estructura existencial del ser de la amplitud y su fáctico poder ser» (Heidegger).
Me impresiona que la historia oral permita que el entrevistado se sienta partícipe de determinados proyectos, en este sentido de advenimiento fáctico y soluto del Dasein. La persona no está encerrada en sí, sino soluta, abierta, desatada y despierta, en el mundo. Por esta razón, no se hace historiografía ni proyecto ni destino por cosas-objetos, que en cuanto tales son precarios y desaparecen, sino que la historicidad auténtica se entrega por la relación del ser concreto, el hombre con el mundo, que es esencialmente aquello que lo angustia, su preocupación.
El mundo se presenta primiginiamente como mundo de utensilios, con carácter pragmático; pero es posible, por causa de proyectos, escapar a las inautencidades de intrigas, placeres vanos, negocios y, sobre todo, el temor a la muerte y la falta de rico soluto. El proyecto libera, abre, solve y deyecta.
En cuanto ser-uno-con-otro, el historiarse del Dasein («ser-ahí» de cada persona) constituye un historiarse-con («Mitgeschehen») su destino («Schicksal») y destino en común («Geschick»). El más pleno historiarse de cada persona se forma en esta co-participación del Dasein y su generación, porque «en la lucha y en la coparticipación se hace libre el poder del destino en común».
Al aprovechar las experiencias individuales de mis entrevistados, recordé otro concepto existencial inspirador de esta aproximación a lo historiable. «La angustia individualiza («vereinzelf») —dice Heidegger— y abre así al Dasein como solus ipse... no como una cosa, sujeto sin mundo, sino que pone al Dasein ante el mundo como mundo».
Incondicionalismo y Liberalismo
En los relatos y documentos que hemos adquirido, hemos visto a Josefa Vélez en exilio y en regreso, «en trajín» y «trato con» las facetas del liberalismo español, menos cuajables por causa de la anarquía y caprichos de la estructura militarista, por lo general, partidaria de la monarquía. Por igual, D. Josefa se observaría en angustia y soledad personal, en trajín con sus penurias económicas y, por su lucidez de cayuca, de cabeza pensante, como mujer que, aún vacilaba, aunque comprendía el proceso del México independiente, por haber vivido atada a un estilo de vida cortesano.
Desde Mirabales, Dolores Prat Prat (1869-1972), con mayor mediocridad y ambivalencia que Eulalia, comprendería su destino ligado a su madre, quien se obsediera con la altivez que cultivó tal cepa de españoles y criollos ya que, en 1898, se vieron castigados por campesinos armados (la quema parcial de su finca en Mirabales). [10] A los segundos, como clase social, los Compontes les radicalizaron, al verse frustrados sus anhelos libertarios y, sobre todo, sus reclamos de justicia social. Campesinos armados significaron la alianza ante la posible provocación de la angustia, desde el soluto colectivo del Uno.
Para 1898 y, en tasas mayores en décadas previas, el 85% de la población de Puerto Rico fue analfabeta. [11]
Habría que entender, en tal contexto, la valía social, privilegio y estima personal que se asoció con poseer educación suficiente. Los aptos culturalmente afinaron y representaron a las ideologías de moda, ya sea para la modificación de aspiraciones políticas o de ideas morales, haciéndolas parte del poder y del bloque histórico generacional.
En España, la clase intelectual y dirigente se pronunció moderada, en algunos momentos. Liberal en otros. Los bandos militaristas dieron su apoyo casi siempre al absolutismo, siendo tranquillas al existencial haberse-resuelto-avanzando. (Heidegger)
Prácticamente, en las colonias, la contraseña fue llamarse español incondicional y añadir tal adjetivo a toda esfera de coparticipación, a saber, sus centros de reunión, sus partidos, negocios y credos.
Como secuela del Grito de Lares, los primeros partidos políticos se formaron en la isla de Puerto Rico. En España y en las antillas se comenzaría a hablar en términos de liberal reformista como opuesto a liberal conservador. La fecha en que ésto ocure es 1873, tras la proclamación de la República Española.
Entre mis entrevistados, sólo D. Dolores Prat-Prat fue tan suficientemente precisa como para rememorar que, tras el Grito de Lares, hubo una recortada ley de emancipación de esclavos (antes que la Monarquía Constitucional de 1873, el 22 de marzo, aboliera definitivamente la esclavitud). Fue la llamada Ley Moret que concedió la libertad a los esclavos nacidos después del 17 de septiembre de 1868. Sin embargo, fue enfática al declarar que no recordaba, si acogida a tal ley, su madre Eulalia Prat emancipó a los suyos. Entre unas risitas pícaras, D. Dolores recordó que «a mi mare la perdía el jabato (nota del autor: Guillermo Prat, esclavo que ella liberó y que tomó como marido ocasionalmente, en su juventud, cuando soltera); pero ella liberó a todos, tan pronto sucedió la Revolución de Lares, no sé si antes de esa ley».
Así también en Pepino, se inventaron contraseñas ante la revuelta y el desvío. Algunos comerciantes peninsulares, más por fijación con el credo incondicionalista que por nostalgia, dieron a sus casas comerciales o a sus haciendas aquellos nombres que enaltecían sus regiones de origen en la Madre España o que enfatizaban sus ideales políticos conservadores. De hecho, el Partido Liberal Conservador cambió su nombre a Español Incondicional, en 1873 y en Pepino la clase hacendataria, españoles de hueso colorado, se alió al mismo. La mayoría de los criollos y campesinos siguieron identificándose como reformistas.
Por ejemplo, entre los españoles incondicionales, en el libro de Arsenio Bastide sobre Josefa Vélez Cadafalch, se anotó que tanto ella como Manuel Prat y Ayats, consideraban a Mirabales, Furnias y Las Marías, como su «Nueva Cataluña», perdida en montes ultramarinos. Algunos catalanes, como él, habían dejado simiente e instituciones en el área. Venancio J. Esteves, rico agricultor de la ruralía pepiniana, defendía la institución del consell de riepto, juntas de justicia autogestionada, dirimida con duelos a pistola.
SINDROMES DE MALESTAR: Durante la administración de los Gobernadores coloniales De La Torre y Juan Prim, Francisco J. «Paché» Vélez (1777-1845) e hijos armaron a miñones y convocaron rogas de axuda. [12]
El regionalismo sentimental por las tierras de procedencia nunca se articuló como separatismo político, sino como lealtad tradicional a España entre tales familias. Daban a las Cortes de Madrid como fuente y símbolo de unidad y seguridad del pueblo, ante la imposibilidad de entender sus propios miedos a la anarquía. Localmente, la defensa y seguridad práctica de la familia y la propiedad, se hizo a cuenta propia, como si España no pudiera hacer nada (Echeandía Font). Esta fue la interpretación del incondicionalismo español, a pesar de los interregnos en los ministerios españoles: «España en el corazón; pero nuestra familia en la pistola» (Arvelo Latorre).
Las familias Jaunarena Azcue y Laurnaga Sagardía bautizaban sus negocios, muy a la navarrense. Seguían considerándose eskerras e incondicionales, e.g., Euzkalerría, Vasconia, Casa Sagardía, Laurnaga y Co. [13]
Manuel Prat y su prole enseñaban el catalán a sus hijos y a los hijos de éstos; también el castellano porque, sobre todo, creyeron en la unidad del Reino Español. Esto fue parte de la historicidad social y el haberse —o no— resuelto avanzando, políticamente, de estas familias en los apéndices coloniales.
A la hora de la verdad, del soluto práctico, los españoles y el peonaje que les sirviera abrió los brazos a los estadounidenses. Para abrazar la hispanidad en el corazón, hubo que abrazar la seguridad práctica: las ideologías de progreso y de conveniencias; para abrazar el autonomismo, se quiso siempre la admisión de prioridades prácticas y de transición. El pueblo llano supo verbalizarlo siempre, con vis del refrán: Barriga llena, corazón contento, lo que equivale a seguridad social y libertad en el corazón.
Un ensayo de Isabel Picó Vidal, The History of Women's Struggle for Equality in Puerto Rico, incluído por Nash y Sofa en el libro Sex and Class, destaca la importancia, en cada período histórico, de la visión de hombres y mujeres que, independientemente de su clase, defendieron los necesarios cambios legales, sociales y morales, para establecer la igualdad política, económica, social y personal, de los sexos. [14]
ALFABETISMO, BLANQUITAJE Y PODER: Para 1867, antes de la rebelión de Lares, el analfabetismo en la isla alcanzó más del 83.7% de la población. El racismo intenso afectaba a más de 309,891 residentes, clasificados como no blancos, es decir, mestizos, mulatos y negros. En Pepino, muchos se asignaban un lugar oscuro en la sociedad, por internalizar un colonialismo sicológico, una lectura subliminal de la desigualdad de clases y la precariedad del acceso educativo para la gente pobre «no blanca». Padró Quiles, ex-legislador, hijo de esclavos, enfatizó en sus libros de historia obrera, las batallas dadas por él contra el Cura J. Aponte, portavoz de la burguesía blanca en Pepino y, cómo él, al fin y a la postre, triunfó proveyendo por la vía legislativa la primera Escuela Superior para San Sebastián al vencer sobre los intereses privados y racistas de la Academia Santa Rita.
En los relatos de doña Dolores Prat-Prat se pueden contejar las memorias de hechos previos aún más dramáticos, en particular, el acceso prácticamente nulo a las escuelas para la gente de color. Cuando su madre, la maestrita de Mirabales, intentó romper con la costumbre de recharzar el ingreso de pardos y negros en las escuelas (para que no se interrelacionaran clases «racialmente antagónicas») «Juan Orfila le salió al paso», «difamándola» y el padre de ella, «porque tenía los medios, creó entonces la primera escuela del barrio Cidral y pagó de su bolsillo para que ella enseñara, a todo el que quería aprender y tenía mollera, fuese blanco o negro», Arvelo Latorre). [15]
Doña Eulalia se convirtió en objeto de las críticas y las «burlas de los Orfila» (sic. Entrevista con Dolores Prat, loc. cit.)
Este es el por qué, en esta historiografía, reconstruyo, con esmerada continuidad, cuáles fueron las inquietudes y desvelos de Josefa Vélez, Eulalia Prat Vélez, Doña Luce (Lodze), Clementina Urrutia Carire y aquellas pioneras de la participación política en los comicios municipales: María Mayol, América L. de Rodríguez, electas asambleístas en 1932, Ramona Ramos de Pérez, electa asambleísta en 1936, Nilita Vientós Gastón, María Luisa Rodríguez Rabell, etc., tan activas en las décadas del '30 y '40. De las primeras mencionadas, habría que recordar —según datos de la tradición oral que les conociera— que D. Josefa Vélez Prat y Cadafalch (1795 -¿1866?) hablaba el francés y el catalán exquisitamente (A. Bstide); Clementina Urrutia, el inglés.
En algunas de estas mujeres, fue admirable el deseo de educarse esmeradamente para ocupar un rol decisivo e influyente en la sociedad: e.g., Nilita Vientós Gastón, primera mujer abogada puertorriqueña, y la Dra. Marcianita Echeandía Font y Feliú (1870-1954), la primera científica nacida en estos predios.
Con doña María L. Rodríguez Rabell, viuda del Juez Eduardo Negrón, conversaría sobre literatura, historia y política, con entusiasmo y fervor. Octogenaria, a la fecha que elaboraba mi investigación para este trabajo, Doña Bisa había leído autores tan interesantes como: José E. Rodó, J. Ingenieros, Alcides Arguedas, Alfonso Reyes, Germán Arciniegas, Ernesto Sábato y el boom de la novela latinoamericana. Conocía la novelística rusa, de Tolstoi a Dostoyevsky, y muchos autores del Sur estadounidense, porque la historia de la Guerra Civil, los episodios de los Carpetbaggers y la Era de Recontrucción del Sur, la fascinaban. Con la novela Lo Que el viento se llevó, se identificaría, por su instinto de clase, con la posición social y finura de las sureñas, ya que fue mujer culta y con visión aristocrática de su misión y destino en la vida.
Ante la relativa anonimia del pueblo chico, damas como Doña Bisa representaron lo que A. Gramsci designó como «una voz comunitaria tradicional», quien con su punto de vista promocionaría activamente su visibilidad y su expectativa de futuro. En su caso, aquella adorable mujer que conocimos y visitamos a menudo sería el símbolo viviente de la pequeña burguesía, católica, culta y tradicionalista, cuya herencia provino del conservadurismo peninsular de una clase próspera y que llegó a Pepino, por la vía de las migraciones venezolanas.
Durante la administración de Rafael Méndez Cabrero, de 1960-64, la señora Rodríguez Rabell ocupó el cargo de asambleísta municipal.
La importancia de contar con destrezas en comunicación escrita e idiomas extranjeros fue reconocida por Josefa Vélez y Clementina Urrutia. Ambas se vincularon con algún tipo de actividad política y cultural durante el siglo XIX. Fue curioso que Clementina, nacida en España, haya regresado a Pepino, por la vía de Nueva York, huyéndole a la influenza. Quiso morir aquí, como campesina. Irónicamente, Josefa también quiso morir en Mirabales, donde se acriollaron sus hermanos y fallecieron sus padres (Josep y Bernarda). Sin embargo, Josefa murió en México.
La vinculación de Urrutia Carire a cierto personaje de mayor visibilidad histórica, como Gerardo Forest (Velez) , hizo que su nombre pasara a la historiografía local. Lo mismo se indicaría sobre Josefa Vélez y sus vínculos con Gabriel Baldrich, Juan Prim y Juan Bautista Topete, padre. Sin referencias de ellos a su existencia, esta pepiniana se habría perdido entre las sombras y sería imposible identificarla como una hija del Caribe, con ambiciones de movilidad y avance para su condición de mujer. Lamentablemente, el mismo Bastide, que la admiró, enfatizaría, por halagar a su esposa, pariente de la misma, el pretexto de admirar su belleza y no el caudal de ideas e inquietudes, que serían su más profunda esencia y lo que más preocuparía a Josefa, al madurar y «cansarse de cometer disparates».
Eulalia Prat Vélez-Cadafalch (1830-1890) fue beneficiaria del estímulo que D. Josefa Velez originó en Mirabales y Cidral, por una visita realizada en 1841. Fue ella quien motivó que se crearía la escuela de primeras letras y de oficios, los talleres de costura y jarciería, y que ésto no se quedara en las meras promesas del hacendado Prat. Por la buena posición económica de esta familia en tal época, Eulalia y sus hermanas (Dominga y Leonora) aprendieron los rudimentos del francés, el catalán y, en el caso de Doña Eulalia, la pintura y el dibujo.
Hasta donde ha sido posible investigar, Eulalia Prat y Mercedes Elizaldi (nota del autor: abuela del pintor Francisco Rodón), fueron las primeras cultivadoras pepinianas de las artes plásticas. Ambas fueron vecinas. Desafortunadamente, si alguna obra se produjo entre estas damas, no sobrevivió. Una referencia en el libro de Bastide mencionó la afición de Eulalia a las artes y la lectura; pero, referencialmente, se trata de aficiones privadas.
En las mujeres de las familias Velez y Prat, Josefa y Eulalia, destacaron sus espíritus rebeldes, inconformes, perfilándose, intelectual y moralmente, adelantadas a su época y a la madurez de la consciencia histórica del periodo colonial.
Eulalia Prat-Velez acogió el principio emancipador de la esclavitud antes de producirse la y el Estatuto de Abolición. Su hermana Dominga Prat (1826-1867), casada ya con el médico Fermín Alicea G. y Britapaja, del barrio Furnias, y establecida en Barcelona (España), se aficionó a la lectura de los liberales radicales, republicanos españoles, y fue una admiradora de Emilio Castelar. El Dr. Alicea fue colaborador del sabio español Letamendi y del Instituto Pasteur, de Francia.
Quizás por ésto, la admiración de algunos de los más alertas hijos del pueblo, en el viejo casino peninsular y en alguna que otra página de las ediciones de Don Simplicio, se filtran alusiones a los Prat-Vélez, en especial, la belleza e inteligencia de sus mujeres. Uno entre esos hombres brillantes, llenos de sabiduría y profunda ironía, fue Pablo E. Rodríguez Cabrero, quien hizo defensa y memoria de Eulalia Prat o de su antecedente inmediato, su tía Josefa. Y fue precisamente en rechazo a las décimas de Las Golondrinas y la exclusión de Doña Eulalia del Casino Español (más tarde, rebautizado como Centro Español Incondicional).
CASINOS Y TERTULIA: El pueblo del Pepino mantuvo su tradición de tertulias y casinos. Casino no en el sentido del que, bajo la presidencia del ex-Alcalde J. N. Oronoz Font en la década del Cuarenta o del Dr. Pedro M. Coll en 1970, auspiciaría bailes de galas durante los días del Patrón —San Sebastián Mártir— y elegiría reinas para carnavales; casino, en el sentido de foro para escuchar a los oradores y conferencistas más respetados del espectro de las ideologías orgánicas y para intercambiar opiniones en favor o en contra de las ideas at issue. En la época pre-autonómica, cuando se fundó el Casino Español, también llamado Centro Español Incondicional. Baldorioty de Castro, Eugenio María de Hostos, Juan Hernández Arvizu, Luis Muñoz Rivera, Luis Rodríguez Cabrero, José de Diego y José C. Barbosa, desfilaron por el podio y sus ideas fueron sujetas a debate. El Casino se abría permanentemente y la clase dominante e intelectual —filósofos orgánicos, al decir de Antonio Gramsci—, contemporizaría allí.
El casino fue la institución que permitió que la historia se pensara, se adviniera como proyecto, desde y por sus protagonistas, en el hallarse presente, allí y fuera de allí. Aún descrito como español incondicional, el casino local acogió en calidad de invitados a figuras, otrora consideradas feroces autonomistas y separatistas: e.g., el Dr. Gerónimo Gómez Cuevas y Baldorioty de Castro, ex-diputado a Cortes en 1869. También se plantearon, en la sala del casino, asuntos de justicia para la resolución ad hoc de sus miembros, por ejemplo, que se desconociera por el Gobierno Español el título profesional concedido a Barbosa por una universidad norteamericana, título que lo convirtió en el primer médico graduado en los EE.UU.
Con el transcurso de los años, esta función del casino pasó a segundo plano y se convirtió en lugar de juegos y bailes. El tema de las partidas sediciosas, por su contenido de violencia y su virtud polarizadora, hizo tabú su mención. Se rehusó el análisis de las causas que las produjo. Se prohibió que, conocidos los hechos de violencia de 1898, se hablara de política o de revoluciones en el casino.
Este tema político pasó a los gremios obreros y sociedades de artesanos, e.g., la Alianza Obrera (1902) de José Tirado Cordovez, la Logia Redención, cuando no, los periódicos de precaria duración en el siglo, de El Circo al Eco del Culebrinas. Del modo más informal, a la botica La Central. Otros intereses literarios, teatrales, filosóficos y periodísticos, animaron a literatos, pedagogos prestigiosos, masones y espiritistas. Entre estos últimos, había contertulios de Manuel Méndez Liciaga.
Méndez rescató una tradición de diálogo ecléctico e intercambio de ideas que se vio debilitada en el Casino y dio acomodo a los encontronazos dialógicos en su botica, donde surgió la tertulia de La Central. A las animadas conversaciones (improvisadas a partir de cualquier tema cadente del momento) acudieron el Dr. Miguel Rodríguez Cancio, Víctor Primo Martínez González, Francisco Latorre, Eugenio «Geñito» Nieves, José Rivera Calasánz, el Dr. José Franco Soto, José Padró Quiles, ex-legislador, el ex-profesor Lino Guzmán y otros. Los fallecimientos de Méndez Liciaga en 1964 y Franco Soto, poco antes, fue el golpe final a tal tradición.
LITERATURA Y VIDA CULTURAL: ¿Habría una rica vida cultural en los albores de San Sebastián? ¡Pocas escuelas y alto alfabetismo son más documentables; pero algunos nombres se hallan de personas con inquietudes literarias, a saber: Joaquín E. Barreiro (1877-1924), telegrafista oficial de Pepino en 1898 y colaborador de periódicos tales como La Correspondencia y El Demócrata (Cayey, 1899); asimismo, los hermanos Andrés y Manuel Méndez Liciaga, de quienes hay prosa poética y artículos publicados que datan de 1900, por la literatura.
Ejemplo es el homenaje de D. Manuel al Charco del Peñón, escrito en 1906.
Don Andrés fue el primer historiador sobre asuntos municipales. Fue autor del Boceto histórico del Pepino (1925). Ambos militaron en el Partido Liberal y colaboraban con el semanario aguadillano Atalaya.
Juan Hernández Arvizu fue el primer gran jurisconsulto nacido en estas tierras y ocupó altos cargos en Jerez de la Frontera (España) y varias gobernaturas españolas. Este cultivó el arte de la oratoria y en el Casino del Pepino disertaba sobre política peninsular.
El Dr. Pedro A. Cebollero, las doctoras Mariana Robles de Cardona y Marcianita Echeandía Font, investigadora de la poliomielitis, Nilita Vientós Gastón, primera abogada litigante en las cortes puertorriqueñas, y el Dr. Segundo Cardona Bosques, se cuentan entre los primeros catedráticos sebastianeños que han enseñado en universidades locales y extranjeras. ¡Letrados en el más profundo y pleno sentido de la palabra!
De entre talentosas y más jóvenes promociones de investigadores en el campo de la literatura y la sociología, habría que mencionar al Dr. José Luis Méndez, graduado en la Sorbona, interesado en la sociología marxista de la literatura e integrado a la enseñanza universitaria, el profesor José Ignacio Cardona, la historiadora María Libertad Serrano Méndez, Migdalia González y otros.
Otros poetas, cuya obra ha sido antologada o ya promovida en libros, han sido Ramón María Torres, Manuel J. Cabrero Echeandía, Elpidio H. Rivera, Joaquín Aymat Cardona (n. 1907), Jerónimo Ramírez de Arellano, Juan Avilés Medina, César G. Torres, Victor Alberty Ruíz, Rafael Seguí Borrero, Víctor López Nieves (n. 1919) y otras generaciones más jóvenes, cuya obra literia arranca de los mediados de 1960, con grupos post-modernistas, e.g., Ramón Vargas Pérez (n. 1941), Héctor Soto-Vera, Joaquín Torres Feliciano, Juan Roure, Jr., Ramón Soto Ríos (n. 1941) y otros.
ARTES PLASTICAS: La pintura ha tenido cultivadores excelentes: Emilia Arbona Vda. de Oronoz, Pedro T. Labayen Jaunarena (n. 1916) María Emilia Somoza (n. 1938), Carmelo Aponte Feliciano (n. 1935), Francisco Rodón Elizald (n. 1934), Isabel Bernal, Alfredo Cancel, Olga Rivera Torres (n. 1949), Eduardo Colón Peña y otros. Una organización llamada ExpoArte durante la década de 1980 promocionó el trabajo de artistas locales mediante exhibiciones anuales.
BELLAS ARTES: Entre estos organizadores y artistas se hallaron: Jorge I. Barreto, Aníbal Castro, Pedro T. Labayen, Angel D. Adames, Luis A. Cortés, Orlando Nuñez, Juan A. Pérez y Ramón Soto. En 1978, el Fideicomiso Para el Desarrollo de las Artes (FIDARTE), creado por los ingenieros Narciso Rabell Méndez, Camilo Almeyda Eurite y Salvio Rabell Méndez, pepinianos residentes en San Juan, auspiciaron un portafolio de serigrafías inspiradas en la Fiesta del Patrón, en actividad celebrada en el Casino del Pepino. La exhibición incluyó trabajos de los pepinianos Isabel Bernal (nacida en 1935), Pedro T. Labayen y otros no pepinianos, pero grandes artistas como Rafael Tufiño, Antonio Maldonado y Angel Casiano.
LA MUSICA Y TROVADORES: La música es otra actividad donde el talento local ha descollado, en especial, en la ejecución e interpretación con instrumentos típicos, como se revela por nuestros múltiples cuatristas del pasado y del presente, Benito Fred Barreto (n. 1907 en Pueblo Nuevo) y su padre, don Ceferino (q.e.d., todos fallecidos), José Chandí, Pasos Nobles, Tino Potranca, Güelo Medina, la familia Scharrón y Miguel Rodríguez («El Loco»). ¡Muchos de ellos ya fallecidos! De Angel Mislán Huertas, compositor de danzas del siglo pasado, al bolerista contemporáneo Lorenzo Ruíz Anglada, habría otros retoños de más jóvenes compositores.
Los músicos han destacado en instrumentos de viento y cuerdas: Juan F. Acosta, en el bombardino, María J. Beníquez, en el piano, Manso Estrella, Juan Daniel y Raúl Hernández, padre, con sus violines, Vicente Saras y Yin Pérez, en la guitarra, entre otros.
De Cheo Gorrión, el Trovador, Ramito, el cantante de temas campiranos, a las interpretaciones líricas y románticas de Papo Valle, Margie Castro y Sophy Hernández, hay mucho que admirar en diversidad de géneros.
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Bibliografia
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