Excitas al tálamo.
Lo vuelves un chincual
sobre la superficie del colchón.
Y las hormigas rojas, pequeñas y malignas,
que son tu ahí
se engendraron, multiplicándose.
¡Ahora son mías como escozores!
Un día que tu cola raspó el córtex
aparecieron con los besos y las noches.
Tu cola muerde y se retira, ponzoñosa.
De las esporas asexuadas
verificas el punto fijo.
Lo calas donde más duele, te hundes.
Y revientas tu ademán de cumiche
sin que nada prometas al niño
con esperanza de sol,
que no tiene aguijón, como tú.
Más negra no ha de ser,
la compresión infinita;
te decaes porque el alma
de tu joroba volcánica huye
y el aliento tan ígeneo y tuyo
es el puñal que visita las collejas
y el débil nervio
de las flores animales,
mi jardín, mis valles, mis cayos.
¡Pero me gusta que seas curro y majo!
y con el sarape de Tlaxcala,
surtido en tí sobre los hombros,
te enaltezco
como si fueran necesarios dos paraboides
en el Este y el Oeste
de tus cumbres ligeras, libres,
como manos de Céfiro.
9-15-1990 / De Tantralia / La Creación del mundo
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