Un pordiosero viene
vestido con las galas del harapo.
Hombre de la guerra asqueado,
armado está con muchos desafíos
más largos que sus años.
En soledad hambriento, tentado,
si acaso por raíces de alimento
muerde de su nostalgia, traga
del desencanto y el acecho.
Un segador es que abrazará a su hijo.
Será el mentor, el guía y tendrá
que inventar el horizonte
y el ocaso que cuelga de las catenarias
(hasta el amor de Penélope, tan sola,
que rehilvana los días, la espera,
que destruye en la noche del tormento).
Un pordiosero viene.
Llegó cuando los truhanes y parásitos
comen a sus anchas, se multiplican
suciamente como ácaros.
Dilapidan los tesoros, enferman
su mundo y quieren a una reina
que los acaricie y patria, con aplauso.
Pero el NO es más auténtico
que las causas prestigiosas del banquete.
El NO tiene la fuerza de la flecha y el arco.
El pordiosero entró a la casa.
Vino a limpiar la barrumbamba.
El orden es subjetivo en su fuero,
mostrenco, poderoso, necesario.
No tuvo otra alternativa que advenir
cuando nadie lo esperaba.
Es Odiseo, camino de regreso inaplazable.
Los parásitos no pertenecen al futuro.
Ha tenido de plano que matarlos.
3-5-1985
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