Saturday, May 31, 2014

DIARIIO DE SIMON GUELDRES, 16-20

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16. El Dr. Iván Güeldres y la doctrina de la hermosura

 
La que se aferra al árbol de equilibrio
como relámpago serpentino
que irrumpe de los cielos rajados
de la Urania, será mi amada.

La llamaré Belleza, Tiphareth,
Clemencia, cambio y sustento.
Sólo ella transforma lo natural en divino.
El Yo sublime, sin ella, no es posible.
La intuyo como rédito de mi noveno día
en el viaje mutuo del ascenso.
]
De «Teth, mi serpiente» [2013],
pág. 91

 

               Según supo Mamá Claudia con el tiempo, Iván defendió a una mujer golpeada en cierta cantina. Que se metió donde no le llamaron, cierto.

            ––¿Y quién justificará al menonita que entra a un congal? Nos está escrito en la doctrina de Meno que nada debemos buscar fuera de nuestra aldea–, preguntaron entonces.

            Mamá fue hermosa. Su rostro, en particular. Posiblemente, ninguna mujer a papá lo atrajo más que ella. Y si bien entró a la cantina, no fue a procurar sexo, o embriagarse.

            ––Hay todavía bastante misterio en el asunto.

            ––Pero yo está muerto, hijo. Ora por él y olvida los hechos, no sea que se inspire venganza en tu corazón y por pistas desorientadoras , te veas en condena y con peores caminos–, me aconsejó ella.

            Cuando supo que yo noviaria, interesándome en Pamela, Mamá se explayó para compartir en torno a la maravillosa fisiología de la sexualidad y la idea del Molokon y mi Padre de que «con los hermosos cuerpos femeninos, se emancipa la erótica de los santos». Me dijo que era maravilloso oír a papá enamorarla con semejantes ocurrencias, aunque, con rubor tranquilo, se quedaba callada. Con sus ojos comunicadores, asentía a lo escuchado.

            ––Habló pues sobre una sexualidad–, me dijo, ––que no he de confundir con lujuria ni fornicaciones.  Me alentó a que no hablara contra mi padre ni menos creyera en lo que dice la gente que lo envidió o lo conoció muy poco.

            Me dijo, además, que si él viviera, me habría instruido  para que comprendiera lo que llamara la «fisiología maravillosa de las hormonas». A juicio de Mamá Claudia, a flor de piel se observa que tengo su bondad, su ingénita gracia hereditaria, quizás no su alegría ni su espontaneidad, porque su muerte marcó mi carácter. No sé. Y el trabajo desde niño en el campo.

            ¡He sido triste, introvertido y limitado, sin él! Ella lo nota. Pero pese a trágicamente inesperado de vivir sin él, tengo sus virtuales atractivos. No su imponente estatura ni la diversidad de su cultura, pero «inspiras respeto: ––Tienes una inclinación al cultivo de ideas propias.

            A la sinceridad de mi padre la confundieron con rebeldía; de la mansedumbre aparente, ya se sospecha que es un misterioso potencial, ¡el espíritu!

            Cinco años más joven que mi padre, mamá fue una raíz profunda que se hundía en tierras espirituales, en suelos indescriptibles. Supe que crecía en fe, en paciencia, en fondos oceánicos. La paciencia la perdí cuando mi madre murió y no sé cómo me obseden ambos. ¡Pero la amé y, posiblemente, más que que a der Artz, Vater Iván!

            Mamá Claudia, al verme trabajar en rudos oficios del campo y después clavado en los libros de mi padre, no se extrañó que a la edad de catorce me interesaran irme del Valle. Sea a Tijuana, o los EE.UU., o la misma Holanda.

            ––Con mi alemán y mi español, puedo salir a la ciudad y estudiar con mi padre; si me hubiese dicho, hazlo, no me iría a menos que viniese ella conmigo.  Adán me dice que parezco un espantapájaros. Que no estoy a la moda. Que ni siquiera otra gente que no está a la moda viste tan ridículamente como nosotros, ¿qué crees tú, mamá?

            ––Que es envidia estúpida. ¿No me repites que Pamela es preciosa? Y ella no viste a la moda. Ni sabe lo que es una minifalda ni sabe de modas... fíjate que es maravilloso que veas belleza donde otro no la ve. No la ropa lo que hace al hombre o a la mujer entes hermosos...–

            Para ir fortaleciendo mi sentido de independencia, Mamá Claudia, me habló sobre «la principal piedra del ángulo, escogida y preciosa», la piedra viva, que se llama Sión y fue valiente al decirlo: la Sión verdadera no es necesariamente una colonia, o una aldea. Es una palabra del corazón, la misma que yo estuve buscando para decir Te amo, atiborrando un cuaderno («Das Notizbuch») con memorias sobre ellos, cartas enviadas y poemas, confesiones sobre un papel porque me sentía víctima de escarnios, maltratos y prejuicios.

            Cuando mi madre me reveló que la piedra viva, la cabeza del ángulo, jamás me permitiría quedar por siempre avergonzado, mis palabras se soltaron y los edificadores que desecharon como indeseables los dones que había en mí comenzaron a temer y alejarse.

            ––Cuando te aíslan es porque te temen y respetan– me dijo.

            Antes que el diario se perdiera, recuerdo que leí la anotación del 5 de Octubre de 1975:

               Es hostil el sentimiento de creerse un vecino ejemplar, decente ciudadano. Es pesadillesco decir con alguna jactancia ... ¡al fin triunfé, lo tengo casi todo, útiles a la mano, la concreta excelencia del producto! ¡Cautela! pues de pronto el ideal regulativo de la comunidad, su voz orientadora, revienta con sus voces acusantes y la imagen más secreta y más querida por secreto empeño de belleza y de cuidado, sale a flote; te escupe la cara... Por una curiosa desviación, que es pasado al que diste la espalda y cariño que tuvo manos ávidas y ojos feroces y ambiciosos, se te dice: ¡Ya se supo, vuelve y dile al rey, aquí estoy y vengo a decir perdón y avergonzarme, ya se supo! El tenía una niña y era preciosa como Claudia, y también otra señora (que no le amaba tanto y lo encaró a las violencias, al orgullo ordinario, a los pequeños botines de las irreflexiones, a las valentonadas de lo nuevo y precario). Bajo el encubrimiento, todo fue tan infiel como el capricho, todo fue improvisado e ingrato, ¡el pasado cuando vuelve es la tristeza; el presente lo vuelve desperdicio! ¡Pero yo sólo soy el desperdicio suyo!

*
              17. ¿A dónde me llevas?


            Vagar en el corazón es la soledad sin caminos. Es el desierto. Me obsedía esta imagen cuando Adán Jr. me condujo en su camioneta a la salida más apartada de la aldea; yo me metí al corazón como un refugio. Sabía que vivía externament un secuestro.

            Según la noche avanzó fue más temible. Ni imaginé que había tal cantidad de abrojos. Cosa distinta son las tierras en Chichihualt. Yo tenía el control instintivo de sus caminos. Me aprendí de memorias los espacios para mis pisadas. En cambio, este trayecto de hoy me pierde, me asoma a vulnerabilidad. A saber la amargura de las distancias físicas y del alma.

            Siempre la Naturaleza me pareció muy hermosa; amaba los plantíos, los riachuelos, cada avecilla y las bestias: vacas, burros, cabrillas... tuve inclusive mi carromato, el buguie, aunque para nada me ha servido, porque lo jaló un caballo percherón, que ya no es mío. El Anciano Rednitz confiscó la propiedad que fuera de mi padre, él y sus cómplices.

            La vida de Chichihualt es ardua. Es sudar y no tener nada. Es un aprendizaje amargo.

            La bitácora de pensamiento güeldrerianos de papá cruza mi pensamiento.

 

Octubre 5, 1975:

 

               «... the life that endures, and preserves itself through death is the life of the spirit. Spirit gains its truth only by finding itself in absolute dismemberment»: G.W. F. Hegel

               A lo que me refiero es tal vez a la historia de perpetuas batallas, al reino donde la felicidad se vuelve una quimera: el Estado más sabio cae y con él, sus provisiones y proyectos, sus cálculos,su orden de paz o guerra, la virtud del hombre bueno y la alevosía del hombre malo son sacrificadas.

               A lo que me refiero es al paradójico poder del golpe destructivo y sus celadas que al fingir su concreta libertad y esencia activa, o lo que se plazca en la aldea llamar espíritu, Geist, pájaro iluminado, acosa bravamente hasta el tuétano que cruje con el sinsentido del fracaso y del desmembramiento.


            En los andurriales que percibí, yendo en soledad por los caminos una vez que dejé Chichihualt, yo tuve miedo. Tragué, entre las tinieblas, las noches más oscuras que las noches, gemidos que saben a peligro, buitres en acecho, silbidos de culebras venenosas. Y para mi caminar no llevaba nada. No tuve tiempo para recoger algunas cosas y echar a un morral.

            A duras penas, recuerdo la conversación de mis captores. Fuera del pueblo de Guadalupe, el de antiguos molocanos que se fueron al Valle Central, si algo me convenía, sería que viajara a 20 kilómetros hasta la Ciudad de Ensenada, rumbo al norte. «Sin duda, no querrá pasar por el Desierto de Calaviña y dormir recostado contra los nopales». Escuché las risas. Y en su hablar en español de mis captores, hay un gesto de rebeldía. Dentro de la secta de Meno, en la escuela o en la iglesia, no lo hacen. Está prohibido hablar en español, ya no en código escrito; pero, en la práctica.

            Adán, Jr. es uña y mugre con René, su primo. Han luchado, desde hace años, por formar una palomilla. Es difícil entre jovencillos tan cuidados del mundo, en cierto modo, tan espirituales como los define Mamá Claudia que habla de personalidades trasparentes, espacios de impulsos cardinales.

            ––A pie este pendejo se muere en el camino. Es molokano, cruzado con putas de Almelo.

            La referencia a putas Almelo es vituperio a Mamá y, especialmente, en la misma noche de su sepelio. Lo de molokano refiere posiblemente a mi abuelo a quien llamaban el Defensor de los Molokanos y de la fugaz República Soviética de Bavaria.

            He puesto mi otra mejilla. No sé por cuánto tiempo más. Los delincuentes me sujetan por cualquier movimiento. René y Adán, Jr. se despachan con sus vulgaridades y su común devoción por la punky-(EMO)tividad.

            ––Son jojoyitos ponedores, como Pamela, ¿ah?

            ––Que te aflojó la pepa, ¿ah, Simón? … pero lo vas a pagar.

            Las alemanas de Chichihualt son menos paridoras. Con la excepción de mi madre, las holandesas han dotado un promedio de diez hijos al matrimonio. No optó casarse cuando quedó viuda y fue por lo que asaltaron su casa con la manipulación de su patrimonio y el mío.

            ––Ich bin bestohlen worden–, protesto desde lo hondo del corazón.

            ––Por no seguir la ley de las putas de Almelo, Claudia murió sola. Fue un desperdicio, Simón. Ella sí fue un jojoyo y… petatlán. Valió queso.

            Otro de los malotes, primo de René, observa: –No quiso trato con la familia Rednitz. Ahora en el Valle de Guadalupe quien controla es el alemán. La época de los rusos y los neerlandeses valió Die Mutter.

            ––A huevo–, riposta René.

            Y dentro del camioneta, volvieron a golpearme porque estaban cerca de dónde me iban a tirar.

            ––Con razón Hitler y la Lufwaffe [la Fuerza Aérea] les dio en la madre a los holandeses antinazis, apretados hasta para dar el culo–, dijo René el Emo, aludiendo a Holanda y tal vez al bombardeo de Rotterdam, la segunda ciudad holandesa más importante en aquel tiempo.

            ––Los holandeses valen queso.

            ––Bélgica vale verga.

            ¿Para qué presumen estas cosas René, el Emo, si tiene que comenzar, sobre todo, por explicar el neo-nazismo punk del que se nutre? Si lo hubiese oído mi padre con su burla de los crímenes nazis sobre  Bélgica y Holanda, les habría sermoneado duramente. En Rotterdam, no es sólo una buena parte de la ciudad lo que fue destruído y los hogares de 78,000 personas. Se trata de 800 personas asesinadas.

            Mi padre también lo explicaba: «Se trata del principio mismo que a Chichihualt y al pueblo de Guadalupe da sentido. La inhumanidad de la violencia. Al Valle de Guadalupe, no llegaron los primeros adeptos a la secta molokana a crear negocios de quesos y cultivar viñedos. La prioridad fue no verse sujeto, nunca más, al servicio militar, a la coacción y la violencia».

            En este momento, cuando las costillas lastimadas por la tunda, me quitan concentración, me alegra que me haya recostado con las botas puestas. Visto con mi oberol, pantalones de pechera azul y una camisa negra, y mi pelo está recién recortado. ¿Qué tal si no me hubiera vestido propiamente y me asaltaran con mi imprevisión en su favor? ¿Qué tal si me golpearan aún más despiadadamente y me tocara morir?

            ––¿Dónde me dejarán?–, pregunté

            ––Donde se nos pegue la gana, pendejo.

            La tonta idea de llegar a Tijuana fue mi único propósito, pero yo conocía otro mundo que los olivares y viñedos de Guadalupe. Había oído decir que Tijuana es la ciudad más grande y poblada del estado de Baja California. Su capital, según creo.

            ––Si tienes prisa, lo más cerca es Calafia; pero Ensenada está a casi 70 millas al Sur de Tijuana… cuando llegues a Ensenada, sigue al norte… y leerás un letrero que dice 'Aquí empieza la Patria'.

*

                                          18. Cuéntamelo todo


               Mamá Claudia, cuando ya estaba enferma, sólo me conversó una vez sobre Los Rednitz (a los que llamaba Regnitz). Fue un domingo, meses antes de morir.

            Ella tenía ideas que, por de pronto, consideré extrañas. Decía que no olvidara el amor a cada cosa, a cada circunstancia, aplicado a todo, porque ese amor sobre el que ella hablara era el verdadero Ser y lo que nos hace y hará cardinales y transparentes. Para ella, el Ser no es una cosa neutra, sino algo que nos busca. El Ser viene por nosotros y nos corresponde, como criaturas o almas animales, hacer espacio para éste. Mamá dice que el Espíritu se recibe, que se enciende como la zarza de fuego, y que la personalidad cardinal, transparente, es la buena tierra, la Sión interior, donde ocurre tal epifanía. La Biblia es un libro de metáforas sicologistas, esotéricas, en buen sentido, no pagano.

            Dentro de lo que deseara explicarme, había el juicio posible que emitiera contra la Familia Rednitz y su explicación para mi queja de que ellos nos hastían. O buscan para incentivar sus pleitos. En la escuela, por ejemplo. En las ya casi desaparecidas Juntas de Hermanos de los Discípulos de Menno.

            Supe que los Regnitz que llegaron al Valle de Guadalupe son alemanes de Bavaria. Lo fue el padre de Adán, Jr, y el Jefe Bávaro, motejado así en contraposición del Abuelo Molocano. Vorläufer Gründer se decía a los ancianos o jefes de la cepa fundadora, no estrictamente en referencia a nexo de consanguidad. Se radicaron con la secta en el decenio de 1920. Mamá redondeó el decenio, fechándolo a los mediados del '20. Sin embargo, tenía la seguridad del motivo por el cual llegaron. El primer matrimonio de los Rednitz se consideró una víctima de la Abdicación de Noviembre, o la Declaración de Anif. El rey Ludwig III liberó de obligaciones y juramentos al personal que servía a él y el Estado. En ese momento, el abuelo de los Rednitz ostentaba una oficina militar. Lo que advino, inmediatamente, fue un nuevo gabinete, con un tipo de gobierno republicano, bajo el premier socialista Kurt Eisner.

            Mamá Claudia había escuchado a Iván Rednitz, padre, dando referencias del arribo de la primera familia Rednitz al Valle de Guadalupe. Y ocasionaba curiosidad y zozobra que dijera que el primero de los Rednitz fue militar y vivió los pocos meses del Gobierno de Eisner. «Vivimos la época del terror». Otras familias de Bavaria que llegaron muchos antes que los Rednitz se enteraron que Eisner fue asesinado en 1919. Y en los años que subsiguieron a este derrocamiento violento se originó una represión muy sangrienta contra los comunistas. Se estaba ya en los preludios del Nazismo. Un advenimiento del poder totalitario, extremista y homicida, que ella marcara con el hito del incidente de la Cervecería, el Putsch de 1923 y la conversión de Munich y Nuremberg en baluartes del Tercer Reich.

            De las notas del Diario una noche, me leyó lo siguiente:

11 de marzo de 1960

               Con la Comunidad de Chichihuatl, en Guadalupe, vivió un hombre que ha dicho en sermones en los campos que, antes de hacerse pacifista, sirvió a la monarquía Wittelsbach en Bavaria. Culpa, con mucha amargura, que el revolucionario socialista Eisner fuese con su presión sobre el gobierno de Ludwig la causa de que perdiera el empleo. La monarquía cayó en noviembre de 1918. El oficio del hermano de Bavaria, ingresado al Discipulado de Menón, fue militar y tuvo un cargo administrativo en el servicio castrense. Hasta la fecha, él parece un varón de Dios, disciplinado para el trabajo, aunque ocasiona incomodidad cuando se gloría de que su jefe en el ejército bávaro fue Anton Graf Von Arco, quien fue condecorado por el régimen Nazi como héroe del movimiento. Nos parece inapropiado que, a pocos días de que la Fuerza Aérea Alemana bombardeara, varias ciudades holandesas y de los Países Bajos, el Anciano Rednitz predique ante los menonitas holandeses que lo han acogido, sin preguntar sus expedientes, sino confiando que es un hermano por devoción a los preceptos de paz, misericordia y perdón... Anton von Padua Graf, recordado por muchos alemanes de Bavaria como el asesino del dirigente socialista Kurt Eisner en febrero 1919, no es digno de encomios en el Valle de Guadalupe.

               Es hecho conocido que Von Padua Graf fue un aristócrata, monárquico y autoproclamado anti-Semita, a pesar de que él mismo tuvo ascendencia judía. El asesinato del judío Eisner constituyó un acto de guerra racial en el que se validarían ciertas aspiraciones ultranacionalistas. Con el asesinato de Eisner, un judío acomplejado de su genética quiso probar que era valioso para cualquier grupo aunque se le rechazara su membresía solicitada a la Sociedad Thule Society, en parte porque es en parte judío.

               Al proseguir con su interpretación sicológica y espiritual de qué pudiera estar sucediendo con el primer Rednitz, explicó;

            ––Aún en la pasividad, en el lugar seguro donde se escondía, aquí en el Valle, Iván Rednitz, padre de Adán, seguía siendo un soldado negativo, organizador de impulsos que subrayan agresividad, destrucción y separación. Un representante de la maldad temible, según la frase del Benefactor molocano. Fue el primer gran divisor que se asentó en Chichihuatl y el modelo de su ideología los enseñaba a los suyos para crear el grupillo bávaro.

            Esencialmente, su problema, sus conflictos internos y crisis existenciales, radicaban en un simple hecho: no creer en la bondad fundamental de las personas.

            ––Es redescubrir al hombre innatamente bueno, al ángel espiritual, lo que puede convertir al menonita en exponente sincero del Reino de Dios en la Tierra. Y si un ácrata ateo, como fue el benefactor Güeldres, pudo redescubrir al hombre en la piedra angular de su Sión interna, en las doce puertas de la carne y en el alma biológica y decir, «Gracias, Dios mío, que nos hiciste buenos, potencial e innatamente aptos», todo el mundo tiene la oportunidad. El ateo Güeldres se hizo molokano y, sucesivamente, menonita.

            Iván, padre, pidió a los Güeldres de la Admistración y al Obispado menonita, hospitalidad y, en tales fecha, dijo que no huyó por razones políticas, que era un estudiante de Leyes y dio simpatías a Eisner y al Partido Independiente Social Demócrata de Alemania. «Tengo mucho en común con usted, profesor. El amor a la ley, entre otras cosas».

            Esta fue la mentira; pero, la esposa de él, quien era más afable y con mayor estabilidad emocional, conmovió a los Güeldres. En apariencia, fue más sincera y declarativa sobre la razón para el refugio.

            ––Estamos desesperados, señor mío... Sé humilde, Adán... No terminaste la carrera. Eras brillante, con un buen empleo... ¿Sabe, señor mío? El sabe mucho. Fue oficinista, con responsabilidades administrativas. Puede ser útil aquí. No somos gente de campo; pero estamos en miseria.

            ––Comprendo.

            ––Hemos sido perseguidos.

            Güeldres asumió equívocamente que el régimen represor de Eisner y sus partidarios lo aterrorizaban.

            Lo que vendría en aquellos años, después del asesinato de Eisner, fue y había sido razón suficiente para abandonar el país. Los Güeldres disciernen estas razones. Las compadecen.

            ––Quédense. Veremos cómo se les ayuda y ocupa.

            De las categorías de personalidad, los Rednitz son más que los inteligentes, los planeadores extroversos. De mis ancestros, en contraposición, ella dice: –Dos seres maravillosos porque eran Inteligentes, más perceptivos que curiosos, más analíticos que reflexivos, más artísticos e ingeniosos que refinados y sofisticados, bien informados más que cultos y más versátiles que originales, pero, ¿sabes, hijo mío?... siempre compasivos y profundos, porque creen que Dios honra al hombre bueno. Dios le abre el espacio para que sea Dios Quien les infunda el Ser-espíritu, decía Mamá Claudia.

            ––Pero: ¿confiarán los Rednitz su Ego a Dios?–, le pregunto.

            ––Claro que no. Creyeron que a Dios lo pueden engañar identificando la fe con lo que no lo es, sino con la dependencia en sus rasgos de personalidad... Son organizadores mundanos, líderes fuera del círculo de Dios, mentirosos, carentes de escrúpulos, responsables en apariencia porque son obreros eficientes para la maldad y el engaño. ¿Y qué hacen aquí? ¿por qué elijen una comunidad de 300 familias, aisladas y dóciles? Son planeadores, con el corazón deliberado por sus causas, no la causa de todos. La comunidad ha sido el medio para su fin egoísta y personal. Son prácticos, pero no concienzudos, parecen serios, mas no confiables... ¿Es confiable la persona que afirma tercamente que el hombre es malo por naturaleza y que no tendrá redención? ¿Tomó Jesús la cruz en vano? ¿Se hizo humano en la carne y en el dolor del alma: para que simplemente se burlaran de su sacrificio?

            ––Entonces, Mamá, ¿desprecias a los Rednitz tanto como yo?

            ––No he dicho que los desprecio, aún cuando nos produzcan ansiedad. Hablo sobre los dos. Reconozco que son agresivos, con mucha sutileza; es un rasgo cardinal que los distingue... pero pienso que sufrirán mucho más que nosotros, porque niegan la realidad de lo que está dañado por sus actos. No son humildes. Han venido ocultándose en un lugar que no les pertenece y no se hizo para eso. Esta colonia menonita no es el medio natural para que vivan. Tendrán que transformar la aldea a su gusto para que se queden. Es por lo que han luchado por el poder comunitario desde 1920 y lo van a seguir haciendo. No van a cejar hasta despojar de tierras a cada holandés, o a los rusos que dejaron la Villa de Guadalupe y se mudaron con nosotros... En fin, yo creo que fracasarán y una vez se queden con todo se aniquilará entre ellos...

            Lo que está claro es que el Abuelo bávaro no aprendió español. Su hijo mayor, sí. Y tuvo seis hijos, al menos. Con gente que habla español, hace sus desvergüenzas y los culpa. El ordena la desvergüenza y deja sin empleo a los holandeses que pueden cumplir el trabajo desde dentro de la comunidad para mantener su cohesión de grupo. Quien controla las oportunidades, controla el poder y se vuelve el poder económico de quien no tiene propiedad.

            ––¡Mamá, vámonos de aquí!

            Es obvio que, no en todos los seis hermanos Rednitz, hay el mal influjo del Abuelo Bávaro. Algunos han desertado la aldea por antipatía con él, pero, principalmente, porque los negocios de vino les tientan. Buscan las oportunidades en otro lado. Y Ensenada necesita de estos expertos del Valle de Guadalupe, que destilan buen vino y hacen quesos sabrosos. El ruso se regresa a la vida humilde y anónima de Chichihuatl. El bávaro ambicioso toma la Ruta del Vino y se va a Guadalupe. Allá despoja, con su codicia, y olvida que había sido un hermano menonita y su visión de prosperidad no fue acumular por egoísmo y sentido de grandeza ante los hombres.

            No es suficientemente irrebatible lo que yo sospecho. O tal vez lo que Mamá Claudia no dijo, ––porque sólo a Dios corresponderá que lo diga y que se juzgue más allá de las dudas––. Si el Abuelo bávaro de Iván, Jr. fue un militar, adepto a Anton von Graf.  merece castigo. Y si peor aún, fue cómplice y las armas del gobierno monárquico las traficó para que se hiciera resistencia a Eisner y se atacara a los comunistas, ese papel que tuvo es fantasma del mal y la razón para que se le persiga y se le castigue.

            Un instinto de auto preservación, impulso de vida en el peor sentido con que se infiera el significado de vida, cuando estuvo recién casado, lo hizo mudarse de país porque, como soldado reprimió a los militantes socialistas. Fue un asesino. O el traficante de armas para los asesinos.

            ––¡Mira donde nos metimos! Mamá, si tengo miedo,, es por tí».

            ––¿Para qué tenemos un Dios, hijo?

            Cuando más destacó como criminal, ya no era miembro de la Armada. Se le dio de baja con la Abdicación de Ludwig. Mas se quedó, con sus gestos conspirativos, al lado de Von Padua Graf. Y, sin la necesidad de clandestinidad, traficaba y se daba el lujo de buscar a sus viejos aliados en la Armada y visitar la cárcel para favorecer a los homicidas. Opera con mañas de enemigo infiltrado y utiliza su mujer dulzona y llorona, a sus hijos, a sus nietos...

            ––Así llegó hasta tu Abuelo...

            Sea tal explicación el por qué ha sido la costumbre de los Rednitz entrar a la casa de mis padres en el Valle de Guadalupe y al consultorio que el Dr. Güeldres tuvo en Chichihuatl. Se infiltra, aprovecha noches y ausencias, aprovecha sombras oportunas.

            A su regreso de Rotterdam y Almelo, pasada la guerra y la victoria sobre Hitler, el Abuelo Molokano documentó sus sospechas sobre los Rednitz y su papel de complicidad en el asesinato de Eisner.

            En una ocasión, lo expulsó y mandó a su mujer, la rogona... Terminó con lástima por ella y por sus hijos.

            ––No supo la maldad que tienen entre cuero y carne. En las entrañas, supongo.

            ––Hijo, hay diferencias entre el que tiene la bendición de Dios y el que roba y no es feliz con lo hurtado. Esa impulsión de su rapiña, su personalidad, es ya un castigo. Te leo de algo que escribiera tu padre en días en eras un pequeñín:

 

12 de marzo de 1960:

               «Lo hablé en dos o tres ocasiones con el viejo Adán Rednitz. Su padre (Iván) había conspirado con invasiones de morada y suficiente razón fue para que se lo expulsara de la colonia. No digo que mis papeles valgan, al punto de clasificar como robo lo que haya sido la intención del invasor. Digo que es inmoral que un Anciano rebusque escritorios, archivos, cajones de documentos que no son suyos... Y, por conversaciones que tuve con mi propio padre, una vez regresó de la resistencia y organizó viajes de cooperación con organizaciones de refugiados judíos, se han perdido una serie de fotos que él había adquirido. Las fotos las escondió en mi casa y, con las mismas pensaba que enmendaría un error que cometió a mediados de 1925. Entre 1920 y 1924, en la celda 70 de la Prisión Stadelheim, estuvo recluido Anton Von Padua Graf, sentenciado a muerte... eventualmente, con su sentencia reducida a cinco años, por un juez anti-socialista y ultraconservador. El Anciano Rednitz, de los menonitas del Valle de Guadalupe, aparece en fotos tomadas en 1925, visitando a Anton en la prisión, por lo que la amistad con el asesino convicto parece estrecha. Una vez, como segunda indiscreción de mi apasionado padre, lo advirtió: «Usted visitaba en la prisión al asesino de Eisner, ¿verdad?» y, por supuesto, Rednitz lo negó. «Sucede que las fotos no mienten. Las fotos que yo tengo» y tenía una carta de alguna parentela de la mujer de Von Padua Graf, o de la esposa de Rednitz, que también fue de la cepa de los Arco-Zinneberg... Dicho ésto, ya sé lo que Rednitz y los Arco-Zinneberg temen a tantas millas de Bavaria. Crímenes, o complicidad con los torturadores, sí, su vínculo con los Nazis».

               Una frase de Mamá Claudia, Pamela la adoptó y me placía al oírsela. «Cuéntamelo todo». Todo lo que me hiera, lo tendría que decir a mamá. Todo lo que vea y no entienda. A ella, por confianza, ir para que me absolva. Es una frase, no digo de perdón, de consuelo. De fe en la bondad innata que he traicionado porque no me sinceré del todo con mamá. Guardé mis mañas para desobedecerla.

            Quien es afable lo cuenta todo y no teme. Yo no soy tan afable. El ángel de la Sombra me amarga, me sugiere el mal.

            ––Tén una pequeña radio, dile a tu madre, obséquiala. Abba está de moda, escúchalos. ¿Qué necesidad de que tu madre lave a puño todo ese traperío de la familia y de otras vecinas... cuando basta una carta a los Arhaus, a los Delfzij, y te compran una lavadora  eléctrica, una nevera tan grande como la de los Rednitz, para que siempre tengas helados en la casa y no andes sediento? Se necesita ser tan jodido, olvidado de Dios, para que no hayas probado jamás la Cocacola ni hayas visto cubitos de hielo, excepto los de las granizadas que caen ocasionalmente sobre los campos?––, ah, pero sé que es diablo quien me habla así.

            ––¿Y me dices cuéntamelo todo?

            –Si te cuento todo lo que el demonio dice, te echas a llorar, me abrazas y lloras y me quemaría tu angustia...

            Me gustaba que ella me dijeran cómo soy, o cómo voy siendo. Que aplicara sus categorías de personalidad para marcar la diferencia que me particulariza frente a seres como Adán Rednitz..

            ––Te hace afable para Dios el que eres cortés y cooperativo, más que desprendido y flexible. Eres cálido más que indulgente y servicial; eres considerado, tierno, bondadoso, todavía no lo suficientemente compasivo ni justo.

            ––¿Crees que soy cariñoso?

            ––¡Qué pena, hijo mío, que te sientas solo! ¡Ni siquiera eres abiertamente afectuoso conmigo! Pero no es culpa tuya. Ni son cosas de genes ni de introversión dañina... Eres muy jovencito aún para saberlo todo... pero cuéntamelo todo, hijo mío. Yo te ayudo. Cuéntamelo todo... El cariño lo vamos edificando cada día. No se da todo de una vez.
 

 *

        19. Memorias del Dr. Güeldres sobre Claudia

 

Todos los que quieren un Más Allá
de beneficios, ajenos a méritos propios,
el mundo de regalo, son peticionarios
de infiernos atormentadores.
De «El Libro de anarquistas» [2014].
pág, 122 

 

               Dijo Mamá Claudia (para que yo no sufra ninguna ambivalencia y confusión el día en que defienda las memorias familiares) que ella e Iván nacieron el uno para el otro. Son almas que unió la voluntad desde lo más transparente y cardinal del servicio. Se hallaron en circunstancias difíciles y llegaron juntas de Almelo y Amsterdam hasta Ensenada. Se enamoraron a primera vista. Se trataron como si se hubiesen conocido desde remotas edades y eternidades.

            Rememoro la historia antes de que mis padres llegaran a México a mediados del decenio del '40. Desde muy niña, Mamá estudió pintura y la artesanía de porcelanas porque a eso se dedicaban sus padres antes de mudarse de Rotterdam a Almelo.

            El padre de Claudia nació en Rotterdam y allá tenía una mansión, residencia principal, con vista a las riveras del río Nieuwe Maas. Allá él divorció a su primera mujer y procreó tres hijos que Mamá Claudia no conoció, hasta que cumplió catorce años, porque la separación del Abuelo Delfzij de su primera mujer no fue agradable. Esta mujer con la que procreó los primeros tres hijos fue vanidosa, orientada a los gozos materiales y al derroche. Mujer grosera que acusaba al marido de ser ahorrativo y mezquino. El no lo era, en rigor, y el hecho es que le dejó la residencia de lujo, la casi totalidad de lo que ella le pidió, y aún una casa más pequeña que preparaba como sorpresa para su hija en los costados del central Erasmusbrug y, en el horizonte, la vista del río, probaría que no se ataba con cortedad su mano al dar. Y amaba a Rotterdam, su ciudad natal, y la parte metropolitana más grande de la Boca del Rin {Rijnmond] en el Sur de Holanda.

            El abuelo materno se enamora platónica y calladamente de las bellas. Le han gustado las mujeres bellas y elegantes, no por lujuria de la carne. El las compara con arte. Las identifica con diosas. Ha tratado con ese tipo de mujeres que pueden comprar porcelanas y arte miniaturista. El ha vivido entre artistas y joviales burghers, como los que, con rápidas y vigorosas pincelas capturara Frans Hals e imitaran los artistas que han pintado para las porcelanas de la Empresa Delfzij.

            Nunca fue tan feliz como cuando conoció a la señorita Arhaus: la pintora. Eran tan juvenil como brillante, aunque pintaba poco y soñaba mucho. Eran un carnaval de ideas a las que ninguno hizo caso, hasta que él se interesó. Lo flechó con un encanto que sólo a él pertenecía. El fue quince años más viejo.

            ––Para mí, no hay nada viejo. Hay ganas de vivir, o de morir.

            «¿Usted qué desea?»

            Un día él se dio la oportunidad de quererla y escapó a Almelo, se casó y, de plano, que necesitaba ese incentivo porque su esposa lo tenía hasta la coronilla. Quería dejarla más rápido que corriendo.

            «Y ya, como lo había exprimido, pensó que no tenía más».

            Firmó la petición de divorcio a ciegas, con celos sí... pero sin ganas de reconsiderar que él pudiera quererla por los hijos y esperar un miklagro... y Claudia Rosa Arhaus, la madre de Mamá, fue mucho más que lo que él deseara. Fue ayuda idónea y no derroche y, sobre todo, alguien con quien pudo continuar una vida sexual y romántica. Con Claudia Rosa Arhaus de Delfzij, reobtuvo una vida íntima llena de amor, respeto, transfiguración, ternura y sexualidad compensada, y como fue posible nacieron las dos hijas y el varón que crió en Almelo y se trajo al Valle de Ensenada, con la mediación de Güeldres.

            Al abuelo paterno lo bautizaron el Cosaco, porque era muy barbado, con el don de lenguas, la oratoria persuasiva y, claro está, debido a que hablaba el ruso, el alemán, el francés, el inglés, como si hubiese nacido mamándolos de cuna. El refinamiento artístico y la sensualidad refinada, facilitó el despertar de la habilidad de comunicación intuitiva con los mundos angelicales...

            Mamá Claudia nació en 1925, cinco años menor que Iván Güeldres y tenía esa genética espiritual de los Arhaus, la de su madre Claudia Rosa. Y tenía el talento para la pintura.

            El abuelo Delfzij nunca descuidó dar su cariño a los primeros hijos que dejara en Rotterdam; pero les enteró de que se había casado por segunda vez. No fue esto una razón de alegría para su primera mujer que terminó avejentándose por los corajes y haciéndose tan amargada como para no disfrutar de todo lo que Delfzij le dejara. Que era prácticamente todo lo que él tuvo en Rotterdam, lo que heredara de su parentela tradicionalmente porcelanera. Y como castigo de sus vanidades, fueron sus hijos, mismos que culparon a su padre rico, por pedir mesura a su mujer en el uso del dinero, quienes hallaron que, con el bombardeo del 1940, rehacer la vida, sin capital y sin patrimonio, sería doloroso.

 

12 de mayo de 1964

               A solicitud de Claudia Rosa Arhaus y casi 20 años de nuevas riquezas, hechas e incentivadas en el curso del segundo matrimonio, con ella, a los hijos que él dejara en Holanda, cede propiedades. «Nos quedamos con lo necesario para viajar a América y comprar un terrenito que, tras la guerra, se compraba con irrisorias cantidades. En Holanda, la etapa de reconstrucción sería mucho más cara... Te recuerdo, hijo mío. Que yo no traje fortuna. Sólo la experiencia de la guerra, mi título profesional y mi deseo de trabajar, aunque me escondiera en los montes para hacerlo, para olvidar la guerra. La riqueza mayor que traje fue el vientre de tu madre (Claudita) y la devoción al mutuo amor, a la alegría creadora de los dos... Puede que te digan que el Molokano Güeldres fue rico y fue mi mejor apoyo. Por gratitud a él, admito que es cierto; pero, de Amsterdam a México, no pudo con carga que tuvo. La guerra es cruel y empobrece. Hemos tratado de vivir de nuestro trabajo.
               Ambos, hijo mío. Lo más hermoso de esta comunidad y el apoyo que nos brindan los rusos es cada cual trabaja que según su habilidad y se nos garantiza alimento y servicio médico.

               Claudia Arhaus de Delfzij conocía bien el negocio de las porcelanas, y le dijo a su marido que tenía nuevas ideas de arte contemporáneo, alusivas a la vida holandesa, con que se ilustrarían sus porcelanas. Y, de pronto Thomas de Keyser y Bartholomeus van der Helst, retratistas, se unieron con Claudia Rosa para los negocios en Almelo y funcionarios y personajes corporativos con mucho dinero requerían las porcelanas de Delfzij; — ya, con los años, no se supo si preferir las escenas campesinas, típicamente holandesas, antes pintadas por Adriaen van Ostade, que las vanidosas solicitudes de los funcionarios y millonarios de Amsterdam y Rotterdam.

               En 1940, Claudia «la Muñeca de Porcelana», la hija primogénita en el nuevo matrimonio de Delfzij, cumplió quince años y habiendo muerto la primera esposa de su padre, la llevaron a Rotterdam para que estudiara en la Willem de Kooning Academie, esto es, la Academia de Bellas Artes en Blaak 10, y si bien los estudios de arte le encantaban, desde dos años antes la hacían alternar su vida en Almelo con clases de verano en la Academia. A los 15 años, cuando se le admitió con propiedad, sin que entendiera por qué lo hizo, ella abandonó la Ciudad. Hizo la travesía sola desde Rotterdam a Almelo. Dijo que fue la nostalgia lo que la motivó a dejar la Academia. No hizo más que llegar a Almelo, después de varios días de viaje, cuando el 14 de mayo, un ataque de la aviación alemana desangró el corazón de la ciudad. Fue bombardeada sin piedad por los Nazis.
               Si la adolescente se hubiese quedado, tal vez habría sido una de las 800 víctimas alcanzadas por las bombas. La hermosa casa de Delfzij y la planta de artesanos y su almacén de invaluable porcelanería, ubicada en lo que hoy son los edificios de Mittal Steel Company N.V., subsidiaria de Arceklor Mittal, de Luxembourg, quedaron parcialmente destrozados. La casa resistió más.
               Los hijos de Delfzij, por primera vez, dijeron: «Somos pobres» y, en Rotterdam, de un día para otro, y por meses y años, 80,000 personas estaban desamparados, buscando un parque, jardín o rinconcillo entre los diques de Schielands Hoge Zeedijk para guarecerse.


14 de mayo de 1962

               «Me ha preguntado mi amada Claudia si recuerdo, o reparo, en la fecha que es hoy. Es el aniversario del Bombardeo alemán sobre Rotterdam. Es la fecha que a mi padre y a mí nos hizo faltar al juramento que hicimos: ser pacifistas y luchar por comunidades utópicas, al amparo de la Luz de Dios. La invasión alemana inspiró una feroz resistancia en toda Holanda. El ejército holandés capituló se reportó lo acaecido en Rotterdam y la amenaza de bombardeo a otras ciudades por la Luftwaffe alemana... Sí, desde la cocina, Claudia recuerda cómo salvó su vida, huyendo con una premonición de una ciudad que quedaría sin corazón, «Stad zonder hart».
               Dejo en Das Notizbuch unas palabras para nuestro pequeño que duerme con la inocencia de sus dos añitos... Quiero que un día sepa que él es parte del milagro de que nos hayamos salvado de la Segunda Guerra... Para ese tiempo, entre 1940 y 1944, yo hacía estudios de Medicina en la Academish Medisch Centrum de la Universiteit van Amsterdam... Ví a los jóvenes, aún a prometedores y brillantes profesores, tomar las armas y unirse a la resistencia clandestina... Yo ví que lo hizo mi padre, que en era un profesor de Leyes y Filosofía, en la misma facultad.
               Ciertamente, me sorprendió cuando llegué a su casa y lo encontré, limpiando un fusil del que pensaba no separarse, hasta que la tierra húmeda y lodosa de Holanda no sea rescatada de las alimañas...

               «¿Papá que haces con ese arma?»

               Arriesgaría su vida quien admitió la doctrina de Meno y ayudó a organizarse a los molokacanes en Guadalupe y otros menonitas en Chihuahua... «No te preocupes». Lo que haces no estás bien, le dije. ¿Has perdido el juicio?
               «Mir geht es ausgezeichnet!»... porque en México se le espera y dijo que aquel año de 1940 sería el último que regalaría al mundo, a la historia profana, antes que de una vez y por todas vistiera el pantalón vaquero de mezclilla y sus botas de labrador...
               Hoy es un día de milagros, Claudia, grito. Escúchame. Mi padre y yo regresamos y en medio, de bombardeos y escaramuzas, él sobrevivió. Y nosotros y tu padre, que me entregó tu mano, para que te buscara el camino con los menonitas. El sendero nos ha salvado y, en medio de las balas y el miedo, los que nos quedamos en la universidad, nos lanzamos a las calles, a la atención de los heridos... y en las noches a leer los libros, a tomar exámenes, a responder a la Academia en estado de emergencia... y recuerdo que llegaste, con dieciseis o diecisiete años, a Amsterdam con tus padres, a buscar un edificio, en funciones desde 1880, que instituyó en tal hecha la Vrije Universiteit de Amsterdam...
               Claudia, tu madre, se matriculaba en la universidad libre de los protestantes en el programa de Enfermería...
               ¡Qué flexible son las mujeres angelicales!
               Me han hablado bastante sobre ellas y ya conocí la que anhelara, como el porcelenero halló la suya, tu madre, Claudita.... ellas, las mujeres angelicales, dominan la fuerza cósmica del Tripura Sundari y nacen ya con el despertar de la comunicación intuitiva con esos mundos del servicio y el consuelo... Amplificada la pureza de sus cuerpos y sus mentes, ellas tienen las habilidades de curar a través del magnetismo, con la mirada o la imposición de manos... Curan renunciando al egoísmo y la violencia...
               Vi a tu madre, hijo mío, en Amsterdam, y no he visto una enfermera más hermosa, dedicada... y el mismo día que la vi, atendiedo enfermos y heridos de guerra, le dije: «¿No te gustaría ir a la Nueva Sión de la mano conmigo?»
               Su respuesta fue sí, pequeño Simón...»

 *
=

                        20. Pamela Arnol, mi madre y yo

 
Su casta desnudez iluminaba,
su labio sonreía, su aliento perfumaba
y el mirar de sus ojos encendía
una inefable luz que se mezclaba
del arbor al crepúsculo indeciso...
Eva era el alma en flor del paraíso.
De «Eva», Manuel María Flores (1840-1885),
poeta mexicano 

 

               No me culpes, Pamela. El día que te ví y no pude contenerme y decirte: «Hoy me enamoraste», noches antes conversé con mamá y la inmensidad pictórica, estética, con que observa a la gente. Ella me habló sobre los Arnol, tu bella familia. Los evocaba como la artista que es y con las manías que tiene.

            Dijo que tus hermanas les recuerdan los rostros que pintaba Johannes Vermeer. Sabía su referencia a «La Niña con pendiente de perla». Así son ellas en la vida real, como esas niñas de los retratos de Vermeer. Mas para aludirte, para describir con ese amor que mamá desde los lienzos evoca, buscaba en su mente, en su experiencia estudiosa que data de sus años en Rotterdam, cuando ella misma era adolescente, un artista especial y recordó a una pintora de Varsovia. Son a sus rostros los que tú perteneces.

            Tamara de Lempicka pintó un cuadro [ Niña con Osito] que recuerda el estilo con que ella pinta. Es el cuadro de Lempicka el que mejor capta muchos momentos espirituales que pienso que has vivido, porque, ¿recuerdas? ... Mamá Claudia cosió con telas una muñeca de trapo que tú amaste mucho. La aferrabas a ti como la niña que Lempicka pintara, con el Teddy Bear en los brazos. Ella cita muchos rostros de Tamara, títulos de cuadros donde hay algo tuyo; pero, no me culpes. Es manía de mamá y su privilegiada memoria.

            Cierto es que un día que visité tu casa fue como uno de los días más íntimos de mi erotismo adolescente. Ese día pensé en tu desnudez y tendría la sensibilidad, o el erotismo estético, que tan distintivo es en mamá. Que todo lo observa hermosamente orientador. Lee señales en las formas, descubre mensajes en libros acumulados de arte, que le envía su hermana mayor que vivió entre nosotros y se regresó, porque Chichihuatl la deprime. Ella dice que, a la mente hermosa, todo se revela. Todo.

            Ahora recuerdo que Doña Susana Arnol, tu mamá, nos invitó aquel domingo a probar sus pancakes, con sirup de maple y que, en el camino que va a la cocina, te hallé aún no vestida del todo. No tenías las faldas habituales que te llegan a los tobillos, ni tus zapatos de cordón. Te ví descalza con una regadora de latón. Ahora sé que duermes con la muñeca de trapo que te hizo mamá Claudia. Que tienes un ropón blanco que tiene vuelos en sus mangas cortas y que no se extiende más abajo de la mitad de tus muslos.

            Desde esa mañana, tus muslos de pubertaria se me han grabado en la memoria. Tus piernas, Pamela. No me culpes. Me pregunto si es saludable que yo sienta... «lascivia, cochina lascivia», porque como tal lo describe el subjefe de los predicadores, Adam Rednitz, Sr.

            Creo que ese día ví cuán abundante es tu pelo rizado, cuán lindos son tus brazos, cuán lozana eres en tus extremidades. Sin embargo, a los doce años de edad, eres misterio para mis ojos. No creo que se abunden otros momentos, por ahora, en que te pueda mirar como la niña de Tamara de Lempicka que con su manos izquierda sostiene al Teddy Bear y con la derecha la agarradera de una regadera de latón verduzco, yendo hacia donde tenga un rosal.

            Este diciembre, de 1972, cuando te sientes a la mesa, no sé si mi rubor me delate. Sin que nadie me hubiese visto, yo sí te ví salida del cuadro de Tamara y, si bien conozco tu carita, tus ojos azules, tu boca pequeña de muñeca, ahora conozco un poco más... ahora te observo diferente. Eres más linda. Quizás en lo que mi mamá no repara cuando habla de rostros femeninos, como la figura existiera menos en los cuadros, hoy te ví de cuerpo entero.

            No sé, si en las fascinaciones de Mamá con la pintura, la Mille del Teddy Bear será la misma Jovencita con Vestido Verde que Tamara pintara en 1930. Es tan hermosa. Ya está su pelo, igualmente amarillo, desoculto de la cofia, y su cuerpo se viste de sus formas espléndidas. Con la mano, dobla el ala del sombrero blanco. Evita que el sol la golpée, o la ciegue, para que sus ojos permanezcan abiertos.

            En ocasiones te he visto ese gesto, Pamela. Sólo que no vistes con un traje verde tan ceñido. Tus senos aunque túrgidos, son pequeños. ¡Qué sensualmente encantadora te imagino, si fuera cierto, que Tamara de Lempicka te ha pintado para mí y la única pista que me da es Mille, vestida de blanco, y yo el Teddy Bear que le prometo desde mi corazón! Si yo pudiera pintarte, lo haría... pero me temo que no tengo talento para nada. Mis versos no te hacen justicia, amada mía.

            Quisiera decirte que, por lo visto del trasunto de tu desnudez, estoy tan feliz como si me obsequiaras tu fotografía. ¡Ah, pero no se nos permite este tipo de regalos mundanos! Ni siquiera que grabe tu voz en una cassettera. Ni que tenga una canción que conozca y que hable de amor y que se pueda oír un Gran Te Quiero de mis labios.

            ––¿Qué puedo tener yo, qué regalarte?

            Imagino que este aislamiento es más intenso para Mamá Claudia porque la mitad de su vida, por lo menos, la vivió en ciudades que ella menciona como «hermosas, pero a veces tristes». Mamá Claudia dice que Chichihuatl es como un pedacito, reconstruido con recuerdos, de Almelo o las casas de Groninga, Frisia y, ¿por qué no? Amsterdam... pero, hay un vendaval silencioso de cronopios en el Valle de Guadalupe y sólo con la imaginación se podrá recobrar la viveza, o la intensidad de la belleza que hay aquí y es que, a base de muchas renuncias al mundo, nos encerramos... negamos lo que en verdad queremos y queremos sólo la sombra de lo que se está prohibiendo. «¿Dónde está la luz en este Valle?»

            Mamá, quien se afije muy pocas veces y se expresa con lágrimas, refleja una tristeza que está en los cuadros que evoca. Ella dice que la fotografía que más ama se hizo en el Renacimiento. Dice que Da Vinci la pintó cuando hizo su «Dama del Armiño» y que ya, que no recuerdo a mi abuela, Claudia Rosa, consulte la belleza de «La Joven» que pintara Sandro Boticelli. Se trata de un perfil de mujer con ojos verdes. Viste una blusa roja, como no verás que ninguna mujer en el Valle de Guadalupe utilice, porque «hemos olvidado la alegría de los colores». Un día, si tengo tiempo, saco los libros que mamá esconde del alcance de los Rednitz. Los mete en baúles. Le mete llave. Son su riqueza privada, una parte sagrada de su vida. «No todo hay que decirlo», me ha dicho a veces.

            Claudia Rosa cuidaba sus largas trenzas, se hacía un moño con su cabello abundante y rubio. En la coronilla, se ponía una diadema con cuatro grandes perlas.

            ––Hemos cambiado las perlas por rastrillos que necesitamos para arar la tierra, por utensilios que en la cocina se requieren, por tarros para vaciar la leche del ordeño; pero, ¿sabes, Simón? Las mujeres del Valle siguen muy bellas, como Pamela y sus hermanas que parecen sacadas de los retratos de Vermeer.

            ––¿Tienes muchos recuerdos de tu vida en Almelo?

            ––Los más felices–, me dijo.

            ––Como tus libros de arte.

            ––Sí. Antes de que nacieras, yo pintaba bastante. Y miraba esos libros, ya no, porque me lo sé de memoria.

 

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