LA MUERTE DE LA ALEGRIA Y LA INOCENCIA
A mi mamá in memoriam, a mis hermanitas Rachel y Rebecca
Cuando fui dulce en medio del tabú y la miseria circundante,
era porque te tenía, Abejita,
era porque eras tú
mi alegre sabiduría...
Tú sabías confirmar mis sentimientos:
yo quería al niño que llevó sus piojos
a la escuela y los echó en muchas cabezas.
En todas, menos la mía.
En festejo, me hurgarías tú
el cabello, con yemas de tus dedos,
shampoo, con yemas de huevos y qué gozo,
que me acariciaras, palmo a palmo mi cráneo...
mira si lo recuerdo que agradezco
al muchacho piojoso, el milagro oportuno
de tus manos en dulce rastreo
que me da miel de tus manos, que me da hebras
de tus bendiciones.
Quise aquella hijastra de los tuberculosos,
nieta de aquel fumador tan apestoso
y que tosía y se quedaba tieso, con su gargajo
asfixiando su pecho, sí aquel vecino
cuya mujer fue muy puta, porque Clarita
tenía ojos verdes y seguía flaquita, ardiente
aunque ya no era hermosa, ni medianamente jovenzuela
y su nena, con sólo pantaletas, corría a mí
y me surtía con abrazos. Ni siquiera eran besos
ni siquiera sabíamos qué es estar enamorados
o el sentirse fascinado por algún deseo.
Eramos ella y yo inocentes y no me dijíste échala.
Valoraste su dignidad sin asco.
Viste que es una linda niñaja sin otra riqueza
que inocencia, sed de cariño, en desaseo tal vez
y con el ombligo al aire, en pantaletas.
No había problema con bañarme
colectivamente, junto a toda la muchachería
porque es mayo y llueve y bajo el agua
da gusto irse desnudo, como en la romería
y cagarse de gozo; yo era dulce y arisco
como un gato, hambre de júblo me engordaban
tales cosas, pero contigo era sumiso
y te podría contar dónde, cómo, qué hice
y saber que no habrá ningún castigo.
Tal vez, no, siempre, en expectativa de tu forma que extraño
por ser tan la sutil exhortación que canaliza
el cuidado, protecciones, cautelas...
Habrías podido matarme y yo decirte te adoro.
Yo contigo aprendí todo, a querer dibujar
porque tú dibujas, a querer cantar porque tú cantas.
Quería silvar como silvas, pero mi aliento o mi boca
no aprendía tu silvo; yo creí a ciegas en Dios
porque tú eres judaica y tienes un corazón
de sefardita; yo era dulce
en medio del tabú y la miseria circundante,
y me creí el más rico, el más listo de todos
y no dolía ser pobre
porque te tenía, reina-Abejita,
y por tí me creí amado del Universo entero,
y con garantes de todo tipo, así que, si a tí preguntara,
lo más arduo, seguro que vendrías
con abundancia de respuestas y soluciones.
A tí es a quien se quiso, yo sólo era una sombra
de tu paso por el mundo, sombra más muda
porque tú si sabías, a mi juicio,
la razón de todas las cosas, cada secreto
y dolor del vecindario y cómo hacer milagros de justicia.
Eres la sanadora del planeta, tú, enfermerita milagrosa,
que curaste mi ceguera con borra de café
y que sacaste de mi barrigota una legión
de lombrices y parásitos, curaste mi farfallota
y mis varicelas... ¡Cómo de sanadoras
tus manos fueron que mi tez fue comparada
con la loza!
Y me cosíste la mayor parte
de mis pantalones (y camisas) y eso que eras
costurera aficionada, peluquera sin título,
partera por necesidad de las más pobres
vecinas de aquel barrio, tú servías para todo
y yo (para nada), bueno... sólo para darte compañía.
Y, por señas tan orondo: ¡ah, por mi madre hacendosa!
Una genia en las comunas y, seguido ya que cortaste
mi cabello, presumido: es mi mamá quien lo corta y lo peina
y me hace este gallo y esta compartidura
y me alimentabas (nunca me faltó pan a tu lado
ni algo que echar como merienda en mi fiambrera)
y, más ufano, en el colegio, anunciaría
que no recuerdo un día que me pegaras;
ni un Día de Reyes o Navidad sin algún regalo.
(¡Que lo sepan las adineradas de mi pueblo:
la madre de él es la razón de su dicha!)
Para que yo me enorgullezca no se necesitó
otra cosa que esta confianza en su amor,
el diálogo y, conste, prescindo de la idea
de que por hacerme defensa
sacó su cresca y su ira, madre de agallas;
tú no podías verme vencido por alguna tristeza,
o amenaza y por eso, casi faldero,
si salías, yo quería ir contigo.
Díme, abejita, si un infierno de vuelos te ocasiona
el cansacio, oh, mamá yo me canso contigo, te auxilio.
Te doy mi aliento, si te acosa el asma,
te doy todas mis alas. Las agito yo, si tú no las agitas.
Contigo el mundo es dulce aunque haya penuria...
Y en medio de lo prohibido,
¿quién me vencerá o negará debida justicia
a nuestras causas? No en medio del tabú
y la miseria circundante cuando estabas
viva y yo, por tal razón, a mi alegría
la designé el dulce panal de tu reino...
pero un día te perdí y contigo se fue
era porque te tenía, Abejita,
era porque eras tú
mi alegre sabiduría...
Tú sabías confirmar mis sentimientos:
yo quería al niño que llevó sus piojos
a la escuela y los echó en muchas cabezas.
En todas, menos la mía.
En festejo, me hurgarías tú
el cabello, con yemas de tus dedos,
shampoo, con yemas de huevos y qué gozo,
que me acariciaras, palmo a palmo mi cráneo...
mira si lo recuerdo que agradezco
al muchacho piojoso, el milagro oportuno
de tus manos en dulce rastreo
que me da miel de tus manos, que me da hebras
de tus bendiciones.
Quise aquella hijastra de los tuberculosos,
nieta de aquel fumador tan apestoso
y que tosía y se quedaba tieso, con su gargajo
asfixiando su pecho, sí aquel vecino
cuya mujer fue muy puta, porque Clarita
tenía ojos verdes y seguía flaquita, ardiente
aunque ya no era hermosa, ni medianamente jovenzuela
y su nena, con sólo pantaletas, corría a mí
y me surtía con abrazos. Ni siquiera eran besos
ni siquiera sabíamos qué es estar enamorados
o el sentirse fascinado por algún deseo.
Eramos ella y yo inocentes y no me dijíste échala.
Valoraste su dignidad sin asco.
Viste que es una linda niñaja sin otra riqueza
que inocencia, sed de cariño, en desaseo tal vez
y con el ombligo al aire, en pantaletas.
No había problema con bañarme
colectivamente, junto a toda la muchachería
porque es mayo y llueve y bajo el agua
da gusto irse desnudo, como en la romería
y cagarse de gozo; yo era dulce y arisco
como un gato, hambre de júblo me engordaban
tales cosas, pero contigo era sumiso
y te podría contar dónde, cómo, qué hice
y saber que no habrá ningún castigo.
Tal vez, no, siempre, en expectativa de tu forma que extraño
por ser tan la sutil exhortación que canaliza
el cuidado, protecciones, cautelas...
Habrías podido matarme y yo decirte te adoro.
Yo contigo aprendí todo, a querer dibujar
porque tú dibujas, a querer cantar porque tú cantas.
Quería silvar como silvas, pero mi aliento o mi boca
no aprendía tu silvo; yo creí a ciegas en Dios
porque tú eres judaica y tienes un corazón
de sefardita; yo era dulce
en medio del tabú y la miseria circundante,
y me creí el más rico, el más listo de todos
y no dolía ser pobre
porque te tenía, reina-Abejita,
y por tí me creí amado del Universo entero,
y con garantes de todo tipo, así que, si a tí preguntara,
lo más arduo, seguro que vendrías
con abundancia de respuestas y soluciones.
A tí es a quien se quiso, yo sólo era una sombra
de tu paso por el mundo, sombra más muda
porque tú si sabías, a mi juicio,
la razón de todas las cosas, cada secreto
y dolor del vecindario y cómo hacer milagros de justicia.
Eres la sanadora del planeta, tú, enfermerita milagrosa,
que curaste mi ceguera con borra de café
y que sacaste de mi barrigota una legión
de lombrices y parásitos, curaste mi farfallota
y mis varicelas... ¡Cómo de sanadoras
tus manos fueron que mi tez fue comparada
con la loza!
Y me cosíste la mayor parte
de mis pantalones (y camisas) y eso que eras
costurera aficionada, peluquera sin título,
partera por necesidad de las más pobres
vecinas de aquel barrio, tú servías para todo
y yo (para nada), bueno... sólo para darte compañía.
Y, por señas tan orondo: ¡ah, por mi madre hacendosa!
Una genia en las comunas y, seguido ya que cortaste
mi cabello, presumido: es mi mamá quien lo corta y lo peina
y me hace este gallo y esta compartidura
y me alimentabas (nunca me faltó pan a tu lado
ni algo que echar como merienda en mi fiambrera)
y, más ufano, en el colegio, anunciaría
que no recuerdo un día que me pegaras;
ni un Día de Reyes o Navidad sin algún regalo.
(¡Que lo sepan las adineradas de mi pueblo:
la madre de él es la razón de su dicha!)
Para que yo me enorgullezca no se necesitó
otra cosa que esta confianza en su amor,
el diálogo y, conste, prescindo de la idea
de que por hacerme defensa
sacó su cresca y su ira, madre de agallas;
tú no podías verme vencido por alguna tristeza,
o amenaza y por eso, casi faldero,
si salías, yo quería ir contigo.
Díme, abejita, si un infierno de vuelos te ocasiona
el cansacio, oh, mamá yo me canso contigo, te auxilio.
Te doy mi aliento, si te acosa el asma,
te doy todas mis alas. Las agito yo, si tú no las agitas.
Contigo el mundo es dulce aunque haya penuria...
Y en medio de lo prohibido,
¿quién me vencerá o negará debida justicia
a nuestras causas? No en medio del tabú
y la miseria circundante cuando estabas
viva y yo, por tal razón, a mi alegría
la designé el dulce panal de tu reino...
pero un día te perdí y contigo se fue
la educación en la inocencia.
La injusticia vino a ocultar el recuerdo,
a dementir lo que dices,
La injusticia vino a ocultar el recuerdo,
a dementir lo que dices,
a dar recomendaciones
que no son las que enseñaras.
Estos otros me dicen:
«No dejes que una niña, hija de puta,
coquetée, se te abrace y venga
con ínfulas de novia o de amiga».
«Tú no puedes hacerte asiduo de El Pulgoso,
si es quien lleva sus piojos a la escuela;
no te juntes con tal o cual palomilla,
acuérdate que la gente juzga
hasta por lo que sólo es aparente».
«No te digas, obrero, porque educado has sido
como Hijo del Libro, y tu moral ha de ser
santa como la Torah».
En el mundo hay conflictos, polémicas,
violencias, no te metes con él, no contiendas,
sé apolítico, no te arrimes ni ayudes a nadie
a no ser que te convenga...»
Ha muerto mi madre
y el mundo cambia con ella.
¡Qué extraño es cuando todo el mundo
ahora me predica que vale la pena ocultar
lo que realmente se piensa!
Que hay que ser hipócrita, insolidario,
que no permita que nadie hurgue dulcemente
mi cabeza ni vea que estoy desnudo
porque el mundo está lleno de líbido asquerosa
y gente que tiene tisis, gonorrea,
vicio por sangre y malos pensamietos
y no merecen mi cariño ni ayuda...
que no son las que enseñaras.
Estos otros me dicen:
«No dejes que una niña, hija de puta,
coquetée, se te abrace y venga
con ínfulas de novia o de amiga».
«Tú no puedes hacerte asiduo de El Pulgoso,
si es quien lleva sus piojos a la escuela;
no te juntes con tal o cual palomilla,
acuérdate que la gente juzga
hasta por lo que sólo es aparente».
«No te digas, obrero, porque educado has sido
como Hijo del Libro, y tu moral ha de ser
santa como la Torah».
En el mundo hay conflictos, polémicas,
violencias, no te metes con él, no contiendas,
sé apolítico, no te arrimes ni ayudes a nadie
a no ser que te convenga...»
Ha muerto mi madre
y el mundo cambia con ella.
¡Qué extraño es cuando todo el mundo
ahora me predica que vale la pena ocultar
lo que realmente se piensa!
Que hay que ser hipócrita, insolidario,
que no permita que nadie hurgue dulcemente
mi cabeza ni vea que estoy desnudo
porque el mundo está lleno de líbido asquerosa
y gente que tiene tisis, gonorrea,
vicio por sangre y malos pensamietos
y no merecen mi cariño ni ayuda...
Por eso sé que estás muerta, Abejita.
En medio del tabú y la miseria circundante,
ya no tengo a mi lado dulzura, sólo recelo
y tabú y a mi oído, instruyéndome,
hay cosas tan distintas
a tu sabiduría...
Ahora siento, sin tus protecciones,
que los ángeles no sólo mueren. Los matan.
Todo el prejuicio y el odio militan más que los generosos.
Las abejas nacen sin alas y ninguna,
En medio del tabú y la miseria circundante,
ya no tengo a mi lado dulzura, sólo recelo
y tabú y a mi oído, instruyéndome,
hay cosas tan distintas
a tu sabiduría...
Ahora siento, sin tus protecciones,
que los ángeles no sólo mueren. Los matan.
Todo el prejuicio y el odio militan más que los generosos.
Las abejas nacen sin alas y ninguna,
nadie, alza su vuelo ni confirma que el mundo
puede sostenerse en pos de una inocencia eterna.
2000 / Del libro Las zonas del carácter
___
Plática de vecinas / Sequoyah Virtual / 69 / Mis credos incrédulos / Avisos de 3 Días de Tinieblas / Selecciones de El hombre extendido / Más textos de El Hombre Extendido / Arcano macabro de la infancia / Canto a la libertad / El lenguaje / La matriz espaciotemporal de la Nana / El amor en las puertas / Lamento ante la representación del Ego / Ética a Nicómaco / Los terroristas / Los niños dopaminales / Los embrutecedores / Para reinventar los altares / Asesora de todos los distónicos / Moisés / Olam ha Asiyá / Assiah / ¿Hacia dónde Meg Whitman conducirá California? /
puede sostenerse en pos de una inocencia eterna.
2000 / Del libro Las zonas del carácter
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