Vagar en el corazón es la soledad sin caminos. Es el desierto. Adán Jr. me condujo en su camioneta a la salida más apartada de la aldea; yo me metí al corazón como un refugio. Según la noche avanzó fue más temible. Ni imaginé que había tal cantidad de abrojos. Cosa distinta son las tierras en Chichihualt. Yo tenía el control instintivo de sus caminos; me aprendí de memorias los espacios para mis pisadas. En cambio, este trayecto de hoy me pierde, me asoma a vulnerabilidad. A saber la amargura de las distancias físicas y del alma.
Siempre la Naturaleza me pareció muy hermosa; amaba los plantíos, los riachuelos, cada avecilla y las bestias: vacas, burros, cabrillas... tuve inclusive mi carromato, el buguie, aunque para nada me ha servido, porque lo jaló un caballo percherón, que ya no es mío. El Anciano Rednitz confiscó la propiedad que fuera de mi padre, él y sus cómplices.
La vida de Chichihualt es ardua. Es sudar y no tener nada. Es un aprendizaje amargo.
Octubre 5, 1975:
«... the life that endures, and preserves itself through death is the life of the spirit. Spirit gains its truth only by finding itself in absolute dismemberment»: G.W. F. Hegel
A lo que me refiero es tal vez a la historia de perpetuas batallas, al reino donde la felicidad se vuelve una quimera: el Estado más sabio cae y con él, sus provisiones y proyectos, sus cálculos,su orden de paz o guerra, la virtud del hombre bueno y la alevosía del hombre malo son sacrificadas.
A lo que me refiero es al paradójico poder del golpe destructivo y sus celadas que al fingir su concreta libertad y esencia activa, o lo que se plazca en la aldea llamar espíritu, Geist, pájaro iluminado, acosa bravamente hasta el tuétano que cruje con el sinsentido del fracaso y del desmembramiento.
En los andurriales que percibí, yendo en soledad por los caminos una vez que dejé Chichihualt, yo tuve miedo. Tragué, entre las tinieblas, las noches más oscuras que las noches, gemidos que saben a peligro, buitres en acecho, silbidos de culebras venenosas. Y para mi caminar no llevaba nada. No tuve tiempo para recoger algunas cosas y echar a un morral.
A duras penas, recuerdo la conversación de mis captores. Fuera del pueblo de Guadalupe, el de antiguos molocanos que se fueron al Valle Central, si algo me convenía, sería viajar 20 kilómetros hasta la Ciudad de Ensenada, rumbo al norte. «Sin duda, no querrá pasar por el Desierto de Calaviña y dormir recostado contra los nopales». Escuché las risas. Y en su hablar en español de mis captores, hay un gesto de rebeldía. Dentro de la secta de Meno, en la escuela o en la iglesia, no lo hacen. Está prohibido hablar en español, ya no en código escrito; pero, en la práctica. Adán, Jr. es uña y mugre con René, su primo. Han luchado, desde hace años, por formar una palomilla. Es difícil entre jovencillos tan cuidados del mundo, en cierto modo, tan espirituales como los define Mamá Claudia que habla de personalidades trasparentes, espacios de impulsos cardinales.
«A pie este pendejo se muere en el camino. Es molokano, cruzado con putas de Almelo».
La referencia a putas Almelo es una irreverencia y, especialmente, en la misma noche del sepelio de mamá. Lo de molokano refiere posiblemente a mi abuelo a quien llamaban el Defensor de los Molokanos y de la fugaz República Soviética de Bavaria.
He puesto mi otra mejilla. No sé por cuánto tiempo más. Los delincuentes me sujetan por cualquier movimiento. René y Adán, Jr. se despachan con sus vulgaridades y su común devoción por la punky-(EMO)tividad.
«Son jojoyitos ponedores, como Pamela, ¿ah?»
«Que te aflojó la pepa, ¿ah, Simón? … pero lo vas a pagar».
Las alemanas de Chichihualt son menos paridoras. Con la excepción de mi madre, las holandesas han dotado un promedio de diez hijos al matrimonio. No optó casarse cuando quedó viuda y fue por lo que asaltaron su casa con la manipulación de su patrimonio y el mío.
«Ich bin bestohlen worden», protesto desde lo hondo del corazón.
«Por no seguir la ley de las putas de Almelo, Claudia murió sola. Fue un desperdicio, Simón. Ella sí fue un jojoyo y… petatlán. Valió queso».
Otro de los malotes, primo de René, observa: «No quiso trato con la familia Rednitz. Ahora en el Valle de Guadalupe quien controla es el alemán. La época de los rusos y los neerlandeses valió Die Mutter».
«A huevo», riposta René.
Y dentro del camioneta, volvieron a golpearme porque estaban cerca de dónde me iban a tirar.
«Con razón Hitler y la Lufwaffe [la Fuerza Aérea] les dio en la madre a los holandeses antinazis, apretados hasta para dar el culo», dijo René el Emo, aludiendo a Holanda y tal vez al bombardeo de Rotterdam, la segunda ciudad holandesa más importante en aquel tiempo.
«Los holandeses valen queso».
«Bélgica vale verga».
¿Para qué presume estas cosas René, el Emo, si tiene que comenzar, sobre todo, por explicar el neo-nazismo punk del que se nutre? Si lo hubiese oído mi padre con su burla de los crímenes nazis sobre los Bélgica y Holanda, le habría sermoneado duramente. En Rotterdam, no es sólo una buena parte de la ciudad lo que fue destruído y los hogares de 78,000 personas. Se trata de 800 personas asesinadas.
«Se trata del principio mismo que a Chichihualt y al pueblo de Guadalupe da sentido. La inhumanidad de la violencia. Al Valle de Guadalupe, no llegaron los primeros adeptos a la secta molokana a crear negocios de quesos y cultivar viñedos. La prioridad fue no verse sujeto, nunca más, al servicio militar, a la coacción y la violencia».
En este momento, cuando las costillas lastimadas por la tunda, me quitan concentración, me alegra que me haya recostado con las botas puestas. Visto con mi oberol, pantalones de pechera azul y una camisa negra, y mi pelo está recién recortado. ¿Qué tal si no me hubiera vestido propiamente y me asaltaran con mi imprevisión en su favor? ¿Qué tal si me golpearan aún más despiadadamente y me tocara morir?
«¿Dónde me dejarán?»
La tonta idea de llegar a Tijuana fue mi único propósito, pero yo conocía otro mundo que los olivares y viñedos de Guadalupe. Había oído decir que Tijuana es la ciudad más grande y poblada del estado de Baja California. Su capital, según creo.
«Si tienes prisa, lo más cerca es Calafia; pero Ensenada está a casi 70 millas al Sur de Tijuana… cuando llegues a Ensenada, sigue al norte… y leerás un letrero que dice Aquí empieza la Patria».
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