Saturday, March 28, 2009

Los blasfemos


Para dar carrete a mi discipulado, zahiriéndome, Adán, Jr. me comparaba con mi padre que, ya muerto, ni ocasión tendría de armarse con una de sus ocurrentes frases y darse defensa ante lo que la familia Rednitz llamara el rearmamiento moral y espiritual de la Familia del Pacto. ¡O dar defensa a su persona y la mía!

«No eres como tu padre», me decía un pretendiente celoso. El sí lo conoció más tiempo que yo, que apenas lo avizoré por retratos y bocetos que Claudia pintó y lo que pueda yo recordar antes de mi edad de seis años que es muy poco.

«No tienes su estatura. Ni su verga ni su conocimiento».

«Um Gottes Willen!», exclamo yo. No quisiera responder en sus términos y en el lenguaje bravucón que me habla. Sé más español que él. El que conversa así, tan sangrón y carrilludo, es un descerebrado. No parece educado en esta comunidad que aún se dice santa, apartada del mundo.

«Eres un flaco, rata escuálida, puto».

«Oh Gottogott!»


Pienso que exagera. Delgado sí. El sí es fofo, vale queso este pretencioso huevonudo.

«¿Entiendes lo que te hablo? Verstehen Sie mich?»

«Ich verstehe».


Y entiendo aún mucho más sobre lo que él no entenderá: ¿Por qué Pamela se fijó en mí y no él para su amor adolescente? Este boquirroto se cree un «hijo de papi», el ladronazo. Como sabihondo Emo, si se atreve a jactarse con sus estupiditas de punk, es que porque ha leído la revista «15 a 20», o el magazine «Tú» y su padre se lo ha llevado a desbalagarse por el Malecón de Ensenada. «Para que vea mundo, pazguato», me dijo. Cree que el Cinemo Star lo hizo más viril que yo. Utiliza un español irreverente y, ciertamente, se cree un niño burgués.

«Iván fue un indecente», René se echó a reir.

Ese día alegó que no disfruté de la familia rica, ambiciosa e influyente, como la que tuvo Papá Iván y mi abuelo cuando en el decenio del ’30 y ’40 fueron protegidos por Alvaro Obregón y, aún antes, por el gobierno de Porfirio Díaz. El segundo simpatizó, como mi abuelo, con los molokanes; en cambio, Papá Iván pasó por la colonia Hegue, que representara el Reverendo Johan Loeppky y Benjamín Goertzen.

«¿Y tengo yo alguna culpa de que tu padre nos robara?», profería yo.

Si mi padre hubiese vivido, me habría dicho que los hombres actúan conforme a ideologías. Habría citado a Gramsci, o a los anarquistas que leía, con tanto discernimiento. «No hay organización sin intelectuales, es decir, sin organizadores y dirigentes. Una masa humana no se distingue y no se hace independiente por sí misma». Pero estoy ante un Emo acomplejado y, si alguna lástima tuve por él, se fue acabando en la medida en que se metió en mis asuntos y empezó a imitar a su padre, siendo hipócrita como él y desperdigando sus blasfemias para vilificar a papá. Antes, según fue conociéndole en la escuela, podía comprender que no tenía la capacidad de organizar a nadie. Que no podría ser otra cosa que el que no sabe independizarse a sí mismo de la familia que lo forma, la de un ladrón y blasfemo, sin la capacidad de ser el Jefe.

«Wer sind Sie? …¿Crees que Pamela te preferirá?» Das hier ist meine Freundin»

«Das hier ist meine Verlobte».


No es con los güevotes que se gana el cariño y el respeto de Pamela. No pienso volver a hablar con René, el Emo.

Mi madre comentó otra idea sólida de mi padre, que sí, siendo cristiano, leía sobre política al punto que lo clasificaron ein Sozialist, ein Liberaler, ein Linker. Lo dijo muchas veces: «Ich interessiere mich für Politik» y fue escándalo cuando aseguraba, en sus predicaciones, que la guerra, o los métodos violentos del poder, es la segunda tentación más fuerte después del sexo. El sabía utilizar el púlpito en la iglesia y sacar el máximo provecho del privilegio de dar un sermón porque él vio la comunidad de los menonitas en Ensenada moviéndose hacia la dirección de los alemanes como Rednitz. Y los doscientos molokanes rusos que llegaron a Baja California y se establecieron en el Valle de Guadalupe, de veras, fueron como los pre-reformistas de Lyon, como los originales fundadores del menonismo y los anabaptistas entregados a la fe. Los anabaptistas de Suiza y Holanda sufrieron años de persecuciones. Sabían organizarse con la resistencia pasiva y es el por qué Menno Simonsz, contemporáneo de Lutero fue exitoso.


3 de diciembre de 1969
«Escribo para que sepas, cuando ya hayas crecido y aprendido a leer el alemán, hijo mío, que vivimos un tiempo tenebroso y las trincheras aún vigentes de la utopía comunitaria, van hacia el peligro… Antes, por causa de las guerras mundiales, había más compasión y connatos de corazones ablandado por la persecución y el sufrimiento… Había diálogo con las Juntas de Hermanos en nuestros grupos de resistencia cotidiana a la ignorancia y el fanatismo. No había obispado corruptos y los jefes intelectuales, ya ancianos, como J.F. Wiebe, Klass Heide, Johan Loeppky
y Benjamín Goertzen, cuidaban lo que se hizo en México, de Ensenada a Chihuahua, de Hermosillo, Sinaloa a Veracruz… Insistían en que se educara a los pequeños, niños y niñas, como yo espero educarte, aptos para comprender la seriedad de los problemas de la vida diaria, la bondad del trabajo y las labores de campo, que son tan importantes como cuidar de los hermanitos menores y aprender a organizar la comunidad de los vicios y las presiones externas… Hijo mío, ora siempre en silencio, nunca jures en voz alta porque el tentador oye, y no es un ente metafísico, es el vecino y el que te ordena que alimentes sus cerdos, o cuides sus vacas… No discutas en público el concepto de nación, pero no lo rechaces. La política, válida y proactiva que quiero que practiques es la paz y el consenso».


Mentira es que el tema de la fornicación haya sido para él priortario, consejos fue que dio en privado. Como médico. De la poesía de William Blake, quien glorificaba la inocencia y la energía del deseo, el erotismo, «arrows of delight», habló con quien pudiera entenderlo. Cuando murió se apoderaron de sus libros y sus anotaciones.

Escucho a este patán, hijo de Rednitz.

«Iván fue un indecente».

«Was haben Sie gesagt?»

«Lo que oíste, lo que sabe todo el mundo».


«Ich verstehe Sie nicht».

«Ni en alemán entiendes… Que iba por su jojoyo a Tijuana a matar la rata, a buscarse su puta».


Otros dijeron que se deleitaba con traguitos de Courvoisier, el cognac de Napoleón, y se le subían a su cabeza. Entonces, sería que hablaba de sexo y se iba a curarse la malilla, la abstinencia de un buen ano.

«Seguro que a picar el ojo de payaso… porque no creo que mujer alguna de entre los menonitas de Chichihuatl le satisfaga sus indecencias».

«Was haben Sie gesagt?»

«Lo que oíste».


Hombre de ciencia, al fin, Iván Güeldres parecía fascinado por el hecho de que el estrógeno ejercía una poderosa influencia sobre las habilidades del cerebro femenino: es decir, en su memoria, concentración y en su sensibilidad. Esta hormona promocionaría un crecimiento de las neuronas femeninas, a su juicio; pero, al opinar sobre estas cosas con campesinos, cosa que nunca hizo, seguro que no le comprenderían.

Los Rednitz sí, porque hurtaban sus libros y necesitaban desfigurar hasta lo indecible todo lo que pensaba y dejó escrito para mí.
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