Saturday, March 28, 2009

Mi abuelo y mi padre


La cultura no nos protege de nada. Los nazis son la prueba. Puedes sentir una admiración profunda por Beethoven o Mozart y leer el Fausto de Goethe, y ser una mierda de ser humano. No hay conexión entre la cultura con C mayúscula y tus opciones políticas o éticas (…) Nuestra sociedad se desliza por la memoria que le queda de haber formado parte de los buenos. Vive de los restos. (…) Yo no creo en la esperanza. No tengo esperanza en nada. Si nos fijamos en el mundo, todo es un horror. Ser una persona decente se pone difícil. En Occidente creíamos que habíamos encontrado un equilibrio, pero para el resto de la humanidad, la vida es una pesadilla: Jonathan Littell


Los Güeldres hemos caímos en desgracia. Soy la segunda o tercera apostasía entre misioneros que han deseado vivir en Dios. Es por la carne que caemos, o por devoción al conocimiento. Quedé huérfano de padre, casi a la edad de 6 años, sin nadie que me dijera qué pasó con él, si los mafiosos de Sinaloa y Tijuana lo mataron, o si sencillamente él abandonó a mi madre remordido por su desvergüenza. Mamá dijo que jamás regresó. Un corrido alega que lo fulminaron con veintenas de tiros.

Una fuerza mayor, desconocida hasta entonces por mi espíritu, se desató contra mí por causa de esa muerte. No fue otra cosa que la realidad que existe fuera del espíritu; una realidad más impía y feroz que todo sentimiento que yo tenga guardado como contenido de mi alma. Este fue el choque de los mundos, la esfera menonita tan privada y la esfera de los perversos...

Marzo 5, 1975:

Este es el recuerdo que tengo de mi padre, el Dr. Güeldres, nacido en Amsterdam, Holanda: de manos fuertes, gran estatura; él mismo construyó la casa que vivíamos; todas las alacenas, taburetes para su consultorio, libreros, mesas y sillas, él las talló; con esa manos que trajeron al mundo a tantos bebitos, incluyéndome; él miraba con gran ternura, lo sé por sus fotografías, donde me sonríe. Supe que esos mismos ojos suyos vieron tantos partos; de las mujeres hermosas de los alemanes, de las pocas holandesas de la Antigua Orden Amish que hicieron migas entre hermanos de Chichihuatl y que se mudaron a la colonia en el Valle de Guadalupe... Mi madre fue una de ellas».

«El nunca usaba corbatas; vestía humildemente casi siempre; pero tenía finos trajes, demasiado grandes para mi talla. Cuando sentía frío, yo me envolvía en uno de ellos, uno que me gustaba... y yo me sentí orgulloso, cuando por algún viaje, él se engalanaba e iba al aeropuerto. Se ausentaba pocas veces, pero se ausentaba».

«Me gustaba mirar las fotos en que le rodeaban sus amigos, aún aquellos que terminé odiando por haberlo condenado... Tenía yo el pasatiempo de mirar sus fotos. Por ella supe cuánto me amó y cuánto amó a mi madre. Le dijeron vanidoso y que una cámara fotográfica es un objeto inconveniente, tentación que da el Demonio».

Mi padre hablaba holandés, alemán, inglés y el extranjerizado español, lleno de los localismos de la frontera. Que aprendiera el caliche tijuanense fue cosa de escándalo. Tenía tantos amigos en la aldea como fuera de ella, y siempre que venían los gringos a Chichihualt, él era llamado como si fuese un alcalde, o conciliador de la Antigua Orden de Jacob Ammann».


En los últimos años, tras la muerte o el abandono de mi padre, en 1975, me enamoré de Pamela. Escondido en un establo, yo le escribí unos estúpidos poemas, mis ingenuas cartas, mis ocurrencias ante lo que ya soñaba que fuese mi noviazgo. Hasta ahora, por mi vida, no he realizado cosa más importante. Ellos me hablaron de armonizar con algo. Mencionaron a Dios, a la gente, a la Naturaleza, a la granja que me dejaron dentro de la Familia del Pacto. Comencé, por desgracia, perdiendo la familia desde joven, conociendo que hay hermanos del Pacto a los que jamás le trataré como familia, sin antes entender que son una legión de sicarios antifraternos... Sí, me gusta la soledad y los animalitos del campo; pero, me han dicho que, sin cultura, no podré defenderme y me va a maltratar hasta quien no tiene un mínimo de la inteligencia natural que tengo... Existe el deseo por utensilios que gritan por su necesidad y me siento miserable si no los obtengo.

Escribo y es una dicha que lo haga. Aprendo, me consuelo. Las primeras anotaciones en el diario se relacionan a la niña más bella del mundo. ¡Pamela! y es lo mejor que he tenido, la he disfrutado y hacerlo ha sido como empezar a echar a perderlo valioso.

Yo quise pedirle perdón, hacerlo ante toda la aldea; pero nunca diría, sin mentir, que me arrepiento…No hallé otra cosa que alegría en quererla. Ella era el paraíso. Un ángel que, con sexo, se manifestó. Se fundó la vida ese día, el germen de mi vida verdadera, y me ví en carne, glorificado en ella. Pamela y yo hicimos el amor. Nos entregamos.

Las veces que me sorprendieron en la tarea ilusiva de amarla se rieron, se asustaron. Me agredieron con ironías. Yo no tenía derecho a soñar con la niña más bella del mundo. Por suerte, en tales ocasiones, nunca robaron un texto que evidenciara el nombre de ella.

Sin embargo, Pamela recibió algunas de mis declaraciones de amor. Ella sí sabía que yo la aludía. Ella fue esa niña. Admitía serlo cuando me sonreía en la iglesia y me advertía en la distancia, cómplice de mi ensueño.

Se necesita de bastante hipocresía para ir por la vida con una sonrisa en los labios, o para ser paciente y escuchar a otros, y estar íntimamente apabullado, insatisfecho, sediento, sabiendo que te acusan por el pasado del que no tuvíste control. Papá fue más arriesgado que yo. El fue inquieto, física e intelectualmente. Dejó en casa muchas revistas de ciencia y teología, arte y poesía, enciclopedias y diccionarios y, si se lo permitieron, fue porque era el médico de la colonia.

De ese legado personal, nunca supe si lo hubiese interesado que leyera, o lo guardara para mí. Me atrajo, a final de cuentas, porque ni teníamos televisión. Ni fui a cinema alguna hasta que fui expulsado de la aldea. En contacto con las lecturas, la dizque levadura y cizaña que trajo la familia Güeldres, una vida interior se forjaría sin darme cuenta.

Y de algún modo tendría que observarse porque el clan juzgó que soy una fruta sana en apariencia; pero pudrida por dentro. Nunca se murieron los recuerdos que tenía de Iván, mi padre y yo, ya ausente de Chichihuatl, me empeñé en preservar lo poco que se me dijo sobre él y comencé el diario, o el memorial de las cosas comunes. Siempre he escrito cantidades de tonteras. En la colonia alguien dijo que yo nací para escribir los salmos de mi siglo; pero, con un padre como el que tuve, que se fue a la Avenida Revolución a jugar y darse copas, tendrían que cuidarme con la Ley de Moisés, no con la Ley de la Gracia.

Alguien habría que localizaba mis escritos. Los pasaría por fuego como si fueran pergaminos proscritos y adulterantes de la Opera omnia theologica de Meno. Un poema que mencionara a Pamela Arlon desaparecía. Todo lo que fue suyo y mío lo perdí... pero queda uno que otro poema con la culpa de haberla perdido. De la misma manera, todo lo que anoté de mi padre, de saberse, fue sospechoso.

El recuerdo Papá se quedó conmigo como una de esas memorias que se han de guardar como tesoro, aunque ellos, hostigadores de la colonia, quemaran las fotos suyas, así como desaparecieron cartas que envié a Pamela, amenazádome de que no la busque. A ella la apartaban de mi cercanía. Desde que cumplió la edad de 13 años, momento en que me enamoré, le dijeron que no me hablara. Que me huyera. Fue antes de que me sacaron a empellones de la villa. Me dieran sus golpizas en el trayecto y maldijeran a papá por pecador; ¿por qué yo habría de ser distinto?

Pamela se casó con otro. La convencieron de que me aborreciera lo mismo que la aldea hizo, en repudio de papá.

No perdonaban que el Dr. Iván Güeldres, mi padre, diera tal ejemplo de fornicación a los aldeanos y a su hijo; él, a quien todos llamaron el más sabio de los menonitas de Chichihuatl, en el Valle de Guadalupe, quedaría expulso de la aldea e indenfenso ante los enemigos que hizo en un momento de debilidad, orgullo y ebriedad. Sí. Papá se enfrascó a puñetazos con narcos de Tijuana y venció. Echó una noche abajo toda su linda estampa de hombre pacifista. El quitó la mujer a un pistolero sinaloense; hasta lo aluden en un corrido. Ni arrepentido habría de permanecer en el Cuerpo de los Santos.

Mi abuelo también fue un bohemio. Fue el primero de los fracasos misioneros y se dijo que abjuró su fe y se entregó ciegamente ateísmo por causa del nazismo. El los combatió y lo ganó un rencor venenoso.

Mi padre, por el deseo de ejercer la medicina, se libró de la milicia. Odiaba a los nazis que bombadearon a Holanda; pero el abuelo fue más duro.

Me informaron que el día de mi nacimiento algunos vecinos que él convocó al festejo no sabían si estaba más contento por el hecho de tener al primogénito, que tanto deseara, que por el arresto de Adolfo Eichmann, capturado en el Congo Belga en 1960, y dos años más tarde ejecutado en la horca.
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