Friday, March 27, 2009

La expulsión


El círculo alemán de Adán Rednitz exigiría ¡el poder de la villa! Es lo que han querido para sí y sus familias. Fredrika de Bülow, la única voz compasiva a mi favor, testiga fiel y vecina valiente en la aldea, advirtió que no es una en la recua de esta borregada. Y, siendo yo también distinto,. no se me engañará ni con los rezos silenciosos de los bávaros, que son menos honestos que el siseo de una culebra a punto de atacar, ni con abrazos en la esquina. No se me engañará con ademanes reprensivos ni con miradas de refilón. «De él dependerá si la villa subsiste como algo más que un caserío», dice Fredrika. Ella preguntó acerca de mi expulsión. Que se me echara de la comunidad cuando más necesité del amparo congregacional no fue un acto cristiano. Había muerto mi madre. Fredrika ha sido mi protectora. Ha sabido lo que ha representado mi ancestro para la villa.

Antes del sepelio, lo último que Susana y Pamela preguntaran fue:

«¿Es cierto que te vas?»

«No. Al menos que alguien me esté echando, ¿ah? Todavía no».

«Se dice desde hace semanas».

«... pero, ¿a dónde?»

El rumor había persistido sospechosamente por varios días. Fredrika me alentó a pedir cuentas en la sabriña. Y abrí mi boca en el foro. Cuando uno decide irse de un lugar, debe tener otro por destino. Es cuestión práctica, parte de uno saber acreditarse. «Y ver qué tiene que sea propio». Fredrika ha ayudado a Mamá Claudia, con la administración, desde que cayó enferma. Ella compró el féretro. Ella escribió a mis tías y le dijo: «Claudia se enterrará en la villa porque así me firmó instrucciones; así ha sucedido». El día llegó. Me dijo: «Has un gesto de poder. Te toca».

Ese día, con la edad de 17 años, me vestí con ropas blancas en espíritu y fui anciano ante la villa y los invité a enterrar a mi madre, según la costumbre menonita. Fredrika me sonrió y me dijo: «Hablaste más fuerte que lo que esperaba; habló tu corazón son sinceridad. Es el más grande discurso, Hablaste como tu Abuelo», me susurró.

«¿Cómo persona alguna en este pueblo se atreve a tanto? Rumora o asegura, que me voy... ¿Pues a dónde? ¿Cómo anticiparon que me voy si no lo he dicho yo? ... si apenas el cadáver de mi madre espera, aún caliente, frente a ustedes, si alguno hay que quiera ayudar a enterrarlo... yo no puedo solo y nadie se me acerca, excepto la señora Fredrika... y me dijo: 'No te vas, no puedes irte... hasta que no se me explique: ¿Qué se hará con la casa de mis padres y de qué legajos leeré qué se hizo con los bienes de los míos, a quiénes pediré cuentas? Esta villa es una sociedad donde la gente tiene derechos. Puedes irte, pero, hasta la para irte hay un trámite'... A ustedes, a toda la membresía de la Familia del Pacto, les pido: Vamos a enterrar a Mamá Claudia. No me dejen a solas con ésto».

Terminado el sepelio de Claudia Arhaus Delfzij, viuda de Güeldres, volví a mi casa y permanecí en ella, ahora una casa vacía, sin la vida bella y deseada que animó sus paredes. Esperé a Fredrika. Al menos, yo pensé, que vendría a despedirse, o a acompañarme nuevamente. Ahora sí, caería contra mí la peor de las persecusiones. Me dejaron solo.

Ninguno de quienes lo esperé se acordó de mí. Ni ella, a quien Fredrika refiere como mi novia. ¡Tanto tenía yo que agradecer a la maestra Fredrika! Y no llegó y a mi novia no pudo traerla al sepelio de Mamá... (Luchaba mi causa sin yo saberlo).

¡Si llegaron los cuacos, hermanos falsos, rudos y groseros, cuando lo ceremonial acabó y me vieron rumbo a casa! Innecesariamente, me jalaron de la cama cuando ya estaba recostado. A empellones, los Redniz me subieron al interior de una camioneta después de arrastrarme por el traspatio de mi casa. Encendieron el vehículo y arrancaron.

Dizque se me dejaría a las puertas de Babilonia. Adán, Jr., manejaba, su primo René, el Emo, dirigía una palomilla de golpeadores. Cinco cuacos, abusadores. Adán sabía que mi deseo fue ir a una ciudad, sea Tijuana o las muchas de las que supe su nombre, como Amsterdam o Almelo. Sólo su nombre. He sido como un niño que se perdió en medio de una selva y, a la muerte de sus familiares, nadie vino por él. Jamás he salido de Chichihuatl, la comunidad del aislamiento.

El objetivo del secuestro por los cuacos fue simple: Que yo no pasara una noche más entre los menonitas. Redniz, el joven, alegó que la Antigua Orden holandesa, con misioneros ácratas, como mi padre y mis abuelos, hizo mucho daño a la edificación espiritual del poblado en el Valle de Guadalupe. Tomó tal idea del Temible Bávaro y de su padre, Adán, Sr.

Que la colonia tuviese una vida espiritual verdadera no desvelaba en lo mínimo a Adán Rednitz ni aquellos alemanes de su corillo, cónsonos a sus métodos. Echaban el cascabel a otro. Mentían. Guardaban su rencor, sin jamás confesarlo, y pasaban tal resentimiento a los hijos, van tres generaciones. Disfrazan su ambición con sermones y callada competencia. Ejecutan sus planes, no siempre con escrúpulos. El Temible Bávaro fue un asesino. Justificaban en Dios lo que no es de Dios. Y lo que colmó mi paciencia fue que dejaron de proteger a mi madre con la diligencia con que antes lo hicieran, cuando mi padre estuvo con nosotros, cuidándonos. Ni ella ni yo, al padecer, abríamos la boca para echar amenazas, o con quejas; sólo clamábamos al que juzga con justicia, al que enmienda los males. Pagamos el mal con bien, porque, somos menonitas de fe y verdad.

Un día lo intenté. Echar de mí las coyundas con que me uncían los amos y los veedores; pero ví cómo empobrecimos y quedamos apartados de comunión. Sólo nos quedó el hambre y la soledad en medio de todos ellos, tan colectivistas y autojustificados. A tres años de la muerte de mi padre, yo traté de ser rebelde, de hacer oír mi voz. Quise ser el jefe de la casa.

Trabajé como pudo un niño en los viñedos de Rednitz cuando mi madre enfermó; no quiso la carga que Rednitz puso sobre mí. «¡Mira qué pueblo, mamá! No nos quiere». Me pidió que no juzgara a los hermanos ni a la villa por sus caciques... Entonces, murió antes que yo supiera cuán preocupada estuvo por mí... Aún así, sus palabras fueron: Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey. Yo no cumplí del todo. Tengo una espina de rebeldía y no me la han podido sacar. Ni la almas puras y aguantadoras como Claudia pudieron.

¡Qué suerte que me sacan de aquí! Finalmente, tendré que afirmarlo.

No habría soportado que los ojos de Fredrika me recriminaran. Si los ojos del padre de Pamela Arnol, o doña Susana, quienes fueron buenos conmigo, me despreciaran, dígase que ya conocí la muerte. Irme sin Pamela me avergüenza; yo muero... Esta desesperación me agoniza... Fue ingenuo que yo pensara en lindas despedidas. Que tuviese el tiempo a mi favor. De momento yo me transformé en rebelde. Era lo que tenía que pasar. Era ya lo que se pudo ver en los ojos, en los gestos, en la presencia mía. Por eso me adelantaron la largada. «Con este pendejo haremos carajos», me dijeron. Me echaron a la basura y, envalentonarse así, ¿habrá asustado a los Arnol? ¿A Pamela? [A tí no, Fredrika].

Sólo en días de vida de mi padre, días en que leía para mí su diario, yo era el niño armónico, el fuerte, el ángel luminoso, que en el silencio del que escucha, se oye.

Aquí, en una camioneta en veloz marcha, con el demonio al volante, recuerdo las evocaciones de mi maestra. «Nunca pierdas la calma, aunque veas que el pánico crece a tu alrededor». Vano que insista: No puedo, me llevó pateco... Que imitara a mis padres, su bondad con la colonia, por ejemplo. Mamá y un par de sus hermanos arribaron a Ensenada con la oleada del regreso del benefactor Güeldres. El Molokano fue uno de los fundadores de la Empresa Colonizadora de los rusos y de la villa menonita del '20. Por esos años se fue; cada diez años se va, es lo que esperan; siempre vuelve. Algunos, muy pocos, lamentan que haya venido.

De mi parte diré que éstas son familias que conocí y quiero. En otros casos, sólo referencias que obtuve por boca de mi madre son las que doy. Unas veces, porque murieron par de años después de yo nacer o, como en el caso de una tía materna, cuando tenía la edad de tres años. La información oral ha estado presente. Se apetece. Otra de mis tías se regresó a Holanda con su hermano pequeño. Luego nos visitó dos veces. Conozco a las generaciones de mis coetáneos Rednitz, lo mismo que a los Arnol, Van Vandraken y Bülow. Hay fantasmas con legado; otros son de carne y hueso. «Los fantasmas son históricos: son energías y karmas», decía Mamá Claudia; porque, para aparentar sabiduría, más de una vez lo dije: «Los fantasmas no existen. Usted a mí no me echa miedo». Sin embargo, ese día era el Fantasma Rednitz. Un hombre pervertido por gente que ya no existe y él me estuvo echando miedo. Utilizaba el nombre de todos los muertos en mi genealogía, en la suya, en la de otros propietarios holandeses y bávaros de la aldea. Mencionó a... los Stroganoff, a los Van Vranken, a los Bibayoff de 1903...

¡A mi Abuelo Molokon se le enterró en la villa rusa de Guadalupe con alabanza y en dignidad ante unos pocos! Así él lo quiso. Del pueblo ruso, ya no quedan sino ruinas, el museo y terrenos baldíos, e infinidad de gente que deseaba comprar a sus dueños... para cultivar más viñedos y sumar a la Ruta del Vino. Se inició, hace pocos meses, el Festival de la Vendimia, siempre será en agosto. Y un Bibayoff-Delgoff salió de la nada.

Me llevo ciertos recuerdos. En los últimos años, tras la muerte o el abandono de mi padre, por 1975, me enamoré de Pamela. Escondido en un establo, yo le escribí unos estúpidos poemas, mis ingenuas cartas, mis ocurrencias... ya soñaba que, con la hija menor de Los Arnol, se admitiera mi noviazgo. Más por lo escrito, que por lo visto, se me acusa y se han sorprendido de mi tarea ilusiva de amarla. Se han reído y asustado. Me agredieron con ironías. Me hicieron sentir que no tenía derecho por contar con sólo 15 años; pero, tres años antes, ella me cautivó.

Mamá bendijo un retrato pintado por Tamara de Lempscika. «Esta niña de rizos, con el pelo amarilla, plateado, con una regadera en la mano, será tu amor de juventud». La nombré como la niña más bella del mundo. Y si bien salí de sus cercanías, expulso de la villa, le hice el amor antes de largarme. Sí. ¡Cuán lejos he llegado, cuán atrevido fue mi corazón y mi sexo! Fue mía, en espiritu y en carne... Y, cuando nadie vio y fuimos tan discretos, hace varias semanas, se comprobó su embarazo y, si es cierto que las penas matan y los desalientos precipitan las condenas, mamá se murió de pena. Y estoy en la aflicción con consciencia del daño que hice, sin la oportunidad de hablar. Los fantasmas no dejan. Obstruyen para que haya tormentas en los vasos de agua. Y la comunidad pregunta: ¿Cómo ha podido darse ésto, con dos chicos, que ni ruido hacían y que parecían invisibles? No que seamos invisibles, es que nadie ha querido vernos ni ayudarnos. Este síndrome fantasmal no deja ver ni oir. Todo lo trunca, lo deja a medias, sin concretas explicaciones.

Las semblanzas de Fredrika, aún las escasas referencias al pasado de mi familia, no habrían sido suficientes para atenuar mis curiosidades. Es la frustración que tengo, quiero saber más y no sé cómo. ¿Seguirán dejando que crezcan los fantasmas: los nudos de lo incierto? ¿Quién hará el exorcismo investigador? Ahora sólo quedo yo... He desconocido, por obstrucción de topdos, que tengo derechos y que se me deben muchas cuentas.

Pero nadie ha querido ayudar cuando pregunto algo. ¿Existe algún documento que pruebe jurídicamente que existo? ¿Qué se puede hacer conmigo, qué otro daño? Desde que mi padre no volvió a la aldea y pregunto por él, me han hecho sentir que vivo entre zombíes, muertos que nunca se entierran, tumbas que no declaran a quién tiene bajo tierra,m en su foso... Esto es la villa: lugares de muertos vivos, fantasmas, como mi madre... los jefes de la villa, son sepultereros. Escarban lo que parece vivo; echan cal de olvido sobre los muertos-vivos...

Seres que amo vivieron con el sincero y profundo anhelo de «llevar la cruz» por amor a Cristo; vocación de misioneros. Esto me alegra y a la vez me entristece. No creo que pueda hallar quien hable, aunque mi interrogatorio lo haga a gritos. Por primera vez, siento que tengo la opción de regresar a donde fui expulso y preguntar por qué lo hicieron. Arreglar cuentas es mi pase.

Y lo sé. No fui fiel a la autoridad de la Palabra de Dios ni virtuoso ante los ojos de la Familia de la Fe. A lo mejor hicieron bien con alejarme; sólo pedí que acepten que no los rehuyo. Me aislan. No quieren que nadie me busque ni me ofrezca cariño. Yo estuve expulso antes llegara Rednitz a patearne. Definitivamente, fue envidia. Envidia que atacó, en un principio, al Molokano, a su esposa, a Iván, mi padre, a Claudia, a Fredrika y, finalmente, a mi persona.

¡Qué absurdo que sea la tristeza de mi expulsión la precipite alguna toma de consciencia; qué afortunado que la necesidad me haya evitado sucumbir en el ateísmo y la ingratitud! Me gusta pensar que tengo fe. La idea de que el amor por Mamá Claudia, Fredrika y Pamela, me han redimido, es consoladora; la idea de que las cartas, diario o notas de mi padre, son la oferta de como un nuevo evangelio, no irreconciliado del todo con la vivencia de Menno Simonis. Algo comienza a cortarse, a segmentarse para mayor pureza. «¿Quién trajo aquí levadura?», Rednitz predica. El fantasma Rednitz. Grita con una voz que infunde temor en la gente. En todas. Menos en la mía.

El corte vino con violencia. ¡Me asaltaron (cuando estaba más perdido que Carracuca), confiado en mis esperas y en ver a Pamela, con sus padres, entrar a casa. Ese es el momento clave de la expulsión. Bajé la guardia. No esperé lo suficiente porque no pude. Mamá se temía una acción como ésta y mira... se murió para no verla, o tal vez anticipó que iba a suceder y se murió en el adelanto profeético.

Fredrika evocó la bondad de Claudia Delfzij e Iván Güeldres. Sin mencionar por sus nombres a mis acusadores, reprobó la severidad con que plantearon mi discipulado y los planes que tendrían conmigo a partir de ese día. Se me privó de comunión (no porque yo lo solicitara), sino porque me excluyeron. Ahora tienen la mano libre para robarse todo y seguir oprimiendo al Molokon Stroganoff-Van Vranken-Gueldres... En mi caso, si no estoy con Pamela esporque irrumpieron los cuacos a mi casa, me golpearon y me tiraron por un camino apartado. Y, para ésto, alguna venganza se fragua. Tal vez me toque ser el detonante.

Ahora estoy untándome en mis pies una pomada. Están en carne viva. Pero llegamos al sector de una bahía, sobre la Avenida Reforma y Cortez. Entramos a la Farmacia Del Sol y un médico ha dicho: «¿Por qué te has hecho ésto? ¿De dónde vienes, pobre muchacho?» Contesté que vine de un oscuro cementerio, un lugar donde ya no había vida y que salí de una tumba profunda...

El legado Dr. Güeldres («levadura intelectual»), mi padre, será mi defensa. Entre las viejas familias que habían servído como Forgeher, o ushers, y se designaban, sin consenso, diáconos y ancianos), está el eje deliberativo de la Comunidad del Pacto. Algunas serán mis aliadas; otras no, ya los compró la maldad o el miedo.
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