Juan Berga, doctor en mieles y delicias, no cree en el pecado original o, si cree, adjudica su causalidad temible a la esterilidad. Como gallito inglés, se aterroriza con la posibilidad de la impotencia. Su leyenda será el mérito de su mosquete. Sin sexualidad, según, él no hay belleza ni sentido en la vida. Sin parecerse a Greta Garbo, una mujer está condenada estéticamente.
Si no chupa la verga a su padre, la mujer no estará ungida por el rey Ciniras o los sabios de Oriente. Y dice que Démeter será como un buitre si no pasa las nalgas, o le presta a su hermana. Si te huelen las axilas, mejor cágate.
Ese mundo es muy externo y determinista. Es el mundo de los gallos ingleses. Por eso Lord Byron es su héroe. Se perfuma hasta el culo. Anda muy catrín, en su creencia, porque por los calzoncillos de seda él paga hasta ochenta dólares.
Sin embargo, él mismo está vacío. No sabe comunicarse de otro modo que no sea en función de la cama. Por su egocentrismo y sexomanía, se desvinculó de la gente sencilla, moral y compasiva y, si da la cara por causa de alguno de esos apuros, lo hace entre las sombras...
Cree que una casta iniciática de machistas paganos o de putas le develará lo sagrado. «La moral es ajena a lo sagrado», dice él, apropiándose la frase. Es una cita de Paz.
Supone él que hay un desafío out there, at the Academy, al decir: «Yo soy la ciencia, la prudencia, la lógica positiva». No. No hay mérito alguno en tal postura porque él no sabe ni de lo que discursa. De joder si sabe, aunque va ya de picada. Lo incómodo es decir: «I am the crazy one»... el enemigo de todos los sistemas aceptados de conocimiento verificable.
Los irracionalistas y los ruleteros de lengua verde, están en combate y si buen sexo se trata, asegurarse que tiene con qué y funciona.
El invoca y organiza calandracas. Vive en salones parisinos y cafés-chantants con estafadoras y viejas zuzurronas, puras comadres, que son las que le dieron su familla de Juan Mañara. Es también un lounge lizard aferrado a la belle époque de un París del Novecientos que ya no existe. Cuando regresa a México se comporta como el gallito inglés. ¿Ha reparado en su acento de Cambridge?
Si no chupa la verga a su padre, la mujer no estará ungida por el rey Ciniras o los sabios de Oriente. Y dice que Démeter será como un buitre si no pasa las nalgas, o le presta a su hermana. Si te huelen las axilas, mejor cágate.
Ese mundo es muy externo y determinista. Es el mundo de los gallos ingleses. Por eso Lord Byron es su héroe. Se perfuma hasta el culo. Anda muy catrín, en su creencia, porque por los calzoncillos de seda él paga hasta ochenta dólares.
Sin embargo, él mismo está vacío. No sabe comunicarse de otro modo que no sea en función de la cama. Por su egocentrismo y sexomanía, se desvinculó de la gente sencilla, moral y compasiva y, si da la cara por causa de alguno de esos apuros, lo hace entre las sombras...
Cree que una casta iniciática de machistas paganos o de putas le develará lo sagrado. «La moral es ajena a lo sagrado», dice él, apropiándose la frase. Es una cita de Paz.
Supone él que hay un desafío out there, at the Academy, al decir: «Yo soy la ciencia, la prudencia, la lógica positiva». No. No hay mérito alguno en tal postura porque él no sabe ni de lo que discursa. De joder si sabe, aunque va ya de picada. Lo incómodo es decir: «I am the crazy one»... el enemigo de todos los sistemas aceptados de conocimiento verificable.
Los irracionalistas y los ruleteros de lengua verde, están en combate y si buen sexo se trata, asegurarse que tiene con qué y funciona.
El invoca y organiza calandracas. Vive en salones parisinos y cafés-chantants con estafadoras y viejas zuzurronas, puras comadres, que son las que le dieron su familla de Juan Mañara. Es también un lounge lizard aferrado a la belle époque de un París del Novecientos que ya no existe. Cuando regresa a México se comporta como el gallito inglés. ¿Ha reparado en su acento de Cambridge?
En México es un gallito criollo pero Del Mónico's, o Jacaranda's o del Ambassador's. Los perros son más honestos. Se cogen en las calles. Estos gallitos implumes se esconden en las sombras. Y no saben de qué carne se hartan. Les pasan gatos por gallinas.
Ahora les da por echarse con las criaditas, pobres gatas indígenas, que una vez se las parcha o medio parcha, callan por la vergüenza y porque no le echen del servicio.
Del extranjero, Juan Bergas viene surtido de unas dosis de pergonal, 3 veces a la semana, cuatro meses del año. Tener esperma en las bolsas de las pelotas importa un carajo a quien lo ve. Ni ya a sus alumnas convocadas a sus calandracas, orgías atediantes, con quien se acompañan o creen en él porque reparte buenas calificaciones a quien le elogie una noche de romance, por así decirlo. No oír a Juan ni a sus amigos y colegas, después de todo, será como desligarse de esos erotismos fragmentarios, yendo por uno más pleno, totalizador, órgano por órgano.
19-08-1980 / De Cuentos para esoteristas y otras menudencias
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