Wednesday, March 04, 2009

Unos minutos con el conquistador

«¿Quiénes son los jóvenes?», preguntó el galante huésped en la casa del Bobo. Lo sorprendieron dos visitantes. ¡Muy dispares entre sí!

«¿Usted qué, o de qué, o con qué? Neta, hijín, ¿qué sopa me guisa, o qué? Soy amigacho del Bobo y de la casa. Soy Jerry. Jerry o el Yeris. ¿Usted qué, o con qué? ¿Cagas gordo o qué, o por qué? ¿Muy gañán, o qué, qué onda o qué rollo me tira, 'ñor? Y ella es mi guarrita, Cèline, celincita... ¿Y qué, o con qué? Jerry me llamo. El Jerry, para los cuatachos... Y la neta, ¿qué traes? ¿Por qué estás aquí... ¿En qué la giras? ¿Eres gato en la casa o qué, o con qué?»

«Entonces: la señorita es su novia... El joven y usted son amigos».

«¿Y a usted qué, o con qué, o por qué? ¿Le cuadra o me orbita con mala vibra, o qué? Conozco esta casa. Es casi mi cantón y a usted ni lo ví, no sé ni por quién ni a qué cuentas está aquí, ¿no?»

«Pregunté solamente, jovencito, y sea como sea, lo entendí Soy el licenciado Estirado Alcocer...»

«¿Se estira al dar coces, o cose para estirarse? Yo no entiendo. Jerry no tiene que entender».

«Jeremías Campas es mi novio», dice la perjudicada.

«El Yeris, jorra' y tú la mera maromera, ¿o no, Cèline?»

«Ayer, cuando vine por mi prima, le ví. Nos saludamos de lejos. ¿Cómo está usted, licenciado?», vuelve a saludar la chiquilla.

«Pues, si amigos resultaron, no hay tos, hijín. ¿O qué?»

El licenciado Alcocer se siente estupefacto ante la jerga y la petición.

«Después de las presentaciones de rigor, llámelo, ¿no? ¿Le llamas o qué? Hágale MIAAAUUUUUUX». El Yeris se carcajea.

«No es criado ni mayordomo, Yeris», lo regaña ella.

«¿Voy por él? Piiiirrrrriiiiiii...uuuxxx... pirrixxx... Mejor subiré, ¿por qué no, o qué? Con el permisiux, milic».

«Vé. Al cabo, sé que está en el Gym», agrega la novia.

Y Jeremías fue rumbo a una escalera, dejándoles solos.

«¿Se quedará mucho tiempo en México?», pregunta ella.

«Dependerá de algunos factores femeninos». Ha visto que está más curva que una pista para carreras de velocidad y que en su cara de niñaja hay na madurez que mienta el erotismo o la audacia. «¿Fuma usted?» Aprovecha para comérsela con los ojos. ¡Está rechula la susodicha novia de Jeremías.

«No, noooo... señor», dice con un gritillo que parece temor al galán que se aproxima más que un rechazo al cigarro.

«Mi novio fuma», dice ahora como quien presume.

«De él, lo creo todo... Es un maldito...

«¿Qué?»

«Es un maldito... vicio... el cigarro... ¿Le ofrezco algo de beber, Cèline?... Ah, disculpe. Esta es la única casa sin cantina en la ciudad... Ya sé, ya sé... Pero, ¿un refresco tal vez? se lo puedo ordenar... ¿Pasarás a la sala?»

«Tenemos prisa. No se preocupe».

«Por favor… ah... Se me ocurre por lo que antes preguntó, ¿por qué no salimos tú y yo una noche de éstas?»

«¿Qué?», reacciona extrañadísima. «¿Quieres conocer a mi padre? ¿O alternar con El Yeris».

El licenciado la escruta, con fijeza de mirada, y la ruboriza.

«¡Para nada!», ella reaciona en silencio, «¿Quién se cree él para ofrecerme un cigarrillo o licor, quién para que prejuzgar al locochón de Jerry y me invite a salir y me diga de él lo creo todo, ¡ay sí! ¿Y de mí que cree?» Y la reflexión, no verbalizada, es por razón de que ya sabe lo que comentan algunos: Que El Yeris se la come, que tiene dotes de mamadora, pese a la carita angelical y unas nalgo-otras-ocasiones, te ví y te congrio-Tulo.

«¡Muchas cosas podríamos planear entre nous! Tengo un mes para dejarme regalar», diría muy lanzado y quitado de la pena. («¡Ni que estuviera tan bueno!», piensa ella). «Después a los negocios, como siempre», acotó para que se sepa que es un burguesito exitoso.

«Tengo 16 años», dice para insinuar que él es un adulto. Prefiere a su Yeris. ¡Na', mi novio se pone majadero!», y ésto ya lo expuso con coquetería, también como una amenacilla tácita. Planearía, si acaso, que no se dejará embaucar por esta águila tunante. «Es peligroso que se le vea con nosotros».

«¿Peligroso? No entiendo».

El no quiere admitir que ella ha dicho que no.

«Sí me entiende».

Dio la espalda a su interlocutor para hacer una mueca y susurrar, cuanto más suavemente lo permitiera su desazón, viejo menso... Su novio que bajaba a la sala por una elegante escalera de la mansión alcanzó a oírla.

«¿Menso? ¿Quién, o qué?» Jeremías observó al conquistador. Se relamía al mirar el traserito de Cèline. Que está comible la fulanita es lo que piensa. ¡Qué mociña más mañera! Sexo a primera vista.

«¿Quién es el menso, o qué? ¿Así nos llevamos, hijín?»

«Pintémonos de colores, sí», pide ella.

«Pues apúrale, Cèline, ¿o qué?.. y mi carnal, El Bobo, me lo respetan, los dos, o se las ven conmigo». Ríen nerviosamente.

«¡No seas payaso, Yeris! ¿Qué te dijo mi primito? ¿Va o no?», pregunta ella.

Al Bobo, que ambos procuran porque es muy divertod, lo invitaban a un reventón.

«Pero mataba a trompadas al Monje Loco. Mejor que siga su rollo».

«¿Está bien?», pregunta ella, quien más lo proteje.

«Tupía la pera… Bah, pero no es nada. La mano hinchada. Dice que no le duele».

«Llamaré a Doña Catalina», su madre.

«Salió con Catherine y mi padre», comenta el galanteador, «yo me encargo».

«Ojo al gato... Pues, ahí nos vidrios, milic».

«¡Por favor, vaya a ver su manita!» El Bobo es otro niñajo, adolescente.

«Ya, pendeja. Apúrale. Nos pintamos, ya dijíste».



02-08-1984 / De: Cuentos para esoteristas y otras menudencias


Muestrario de palabras



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