Monday, March 30, 2009

Memorias de Iván sobre Claudia

Dijo Mamá Claudia (para que yo no sufra ninguna ambivalencia y confusión el día en que me toque defender las memorias familiares) que ella e Iván nacieron el uno para el otro. Son almas que unió la voluntad desde lo más transparente y cardinal del servicio. Se hallaron en circunstancias difíciles y llegaron juntas de Almelo y Amsterdam hasta Ensenada. Se enamoraron a primera vista. Se trataron como si se hubiesen conocido desde remotas edades y eternidades.

Rememoro la historia antes de que mis padres llegaran a México a mediados del decenio del '40. Desde muy niña, Mamá estudió pintura y la artesanía de porcelanas porque a eso se dedicaban sus padres antes de mudarse de Rotterdam a Almelo.

El padre de Claudia nació en Rotterdam y allá tenía una mansión, residencia principal, con vista a las riveras del río Nieuwe Maas. Allá él divorció a su primera mujer y procreó tres hijos que Mamá Claudia no conoció, hasta que cumplió catorce años, porque la separación del Abuelo Delfzij de su primera mujer no fue agradable. Esta mujer con la que procreó los primeros tres hijos fue vanidosa, orientada a los gozos materiales y al derroche, grosera y acusaba al marido de ser ahorrativo y mezquino. El no lo era, en rigor, y el hecho es que le dejó la residencia de lujo, la casi totalidad de lo que ella le pidió, y aún una casa más pequeña que preparaba como sorpresa para su hija en los costados del central Erasmusbrug y, en el horizonte, la vista del río, probaría que no se ataba con cortedad su mano al dar. Y amaba a Rotterdam, su ciudad natal, y la parte metropolitana más grande de la Boca del Rin {Rijnmond] en el Sur de Holanda.

El abuelo materno se enamora platónica y calladamente de las bellas. Le han gustado las mujeres bellas y elegantes, no por lujuria de la carne. El las compara con arte. Las identifica con diosas. Ha tratado con ese tipo de mujeres que pueden comprar porcelanas y arte miniaturista. El ha vivido entre artistas y joviales burghers, como los que, con rápidas y vigorosas pincelas capturara Frans Hals e imitaran los artistas que han pintado para las porcelanas de la Empresa Delfzij. Mas nunca fue tan feliz como cuando conoció a la señorita Arhaus: la pintora. Eran tan juvenil como brillante, aunque pintaba poco y soñaba mucho. Eran un carnaval de ideas a las que ninguno hizo caso, hasta que él se interesó. Lo flechó con un encanto que sólo a él pertenecía. El fue quince años más viejo. «Para mí, no hay nada viejo. Hay ganas de vivir, o de morir. ¿Usted qué desea?»

Un día él se dio la oportunidad de quererla y escapó a Almelo, se casó y, de plano, que necesitaba ese incentivo porque su esposa lo tenía hasta la coronilla. Quería dejarla más rápido que corriendo. «Y ya, como lo había exprimido, pensó que no tenía más». Firmó la petición de divorcio a ciegas, con celos sí... pero sin ganas de reconsiderar que él pudiera quererla por los hijos y esperar un miklagro... y Claudia Rosa Arhaus, la madre de Mamá, fue mucho más que lo que él deseara. Fue ayuda idónea y no derroche y, sobre todo, alguien con quien pudo continuar una vida sexual y romántica. Con Claudia Rosa Arhaus de Delfzij, reobtuvo una vida íntima llena de amor, respeto, transfiguración, ternura y sexualidad compensada, y como fue posible nacieron las dos hijas y el varón que crió en Almelo y se trajo al Valle de Ensenada, con la mediación de Güeldres. Al abuelo paterno lo bautizaron el Molokano o el Cosaco, porque era muy barbado, con el don de lenguas, la oratoria persusiva y, claro está, debido a que hablaba el ruso, el alemán, el francés, el inglés, como si hubiese nacido mamándolos de cuna.

El refinamiento artístico y la sensualidad refinada, facilitó el despertar de la habilidad de comunicación intuitiva con los mundos angelicales... Mamá Claudia nació en 1925, cinco años menor que Iván Güeldres y tenía esa genética espiritual de los Arhaus, la de su madre Claudia Rosa.

El abuelo Delfzij nunca descuidó dar su cariño a los primeros hijos que dejara en Rotterdam; pero les enteró de que se había casado por segunda vez. No fue ésto una razón de alegría para su primera mujer que terminó avejentándose por los corajes y haciéndose tan amargada como para no disfrutar de todo lo que Delfzij le dejara. Que era prácticamente todo lo que él tuvo en Rotterdam, lo que heredara de su parentela tradicionalmente porcelanera. Y como castigo de sus vanidades, fueron sus hijos, mismos que culparon a su padre rico, por pedir mesura a su mujer en el uso del dinero, quienes hallaron que, con el bombardeo del 1940, rehacer la vida, sin capital y sin patrimonio, sería doloroso.
12 de mayo de 1964
Me recuerda Claudita que, a solicitud de Claudia Rosa Arhaus, casi 20 años de nuevas riquezas, hechas e incentivadas en el curso del segundo matrimonio, la cedieron él y ella para los hijos que él dejara en Holanda. «Nos quedamos con lo necesario para viajar a América y comprar un terrenito que, tras la guerra, se compraba con irrisorias cantidades. En Holanda, la etapa de reconstrucción sería mucho más cara».

Te recuerdo, hijo mío. Que yo no traje fortuna. Sólo la experiencia de la guerra, mi título profesional y mi deseo de trabajar, aunque me escondiera en los montes para hacerlo, para olvidar la guerra. La riqueza mayor que traje fue el vientre de tu madre (Claudita) y la devoción al mutuo amor, a la alegría creadora de los dos...

Puede que te digan que el Molokano Güeldres fue rico y llegó como apoyo. Por gratitud a él, admito que es cierto; pero, de Amsterdam a México, el no pude cargar lo que tuvo. La guerra es cruel y empobrece. Hemos tratado de vivir de nuestro trabajo. Ambos, hijo mío.

Claudia Arhaus de Delfzij conocía bien el negocio de las porcelanas, y le dijo a su marido que tenía nuevas ideas de arte contemporáneo, alusivas a la vida holandesa, con que se ilustrarían sus porcelanas. Y, de pronto Thomas de Keyser y Bartholomeus van der Helst, retratistas, se unieron con Claudia Rosa para los negocios en Almelo y funcionarios y personajes corporativos con mucho dinero requerían las porcelanas de Delfzij; — ya, con los años, no se supo si preferir las escenas campesinas, típicamente holandesas, antes pintadas por Adriaen van Ostade, que las vanidosas solicitudes de los funcionarios y millonarios de Amsterdam y Rotterdam.

En 1940, Claudia «la Muñeca de Porcelana», la hija primogénita en el nuevo matrimonio de Delfzij, cumplió quince años y habiendo muerto la primera esposa de su padre, la llevaron a Rotterdam para que estudiara en la Willem de Kooning Academie, esto es, la Academia de Bellas Artes en Blaak 10, y si bien los estudios de arte le encantaban, desde dos años antes la hacían alternar su vida en Almelo con clases de verano en la Academia. A los 15 años, cuando se le admitió con propiedad, sin que entendiera por qué lo hizo, ella abandonó la Ciudad. Hizo la travesía sola desde Rotterdam a Almelo. Dijo que fue la nostalgia lo que la motivó a dejar la Academia. No hizo más que llegar a Almelo, después de varios días de viaje, cuando el 14 de mayo, un ataque de la aviación alemana desangró el corazón de la ciudad. Fue bombardeada sin piedad por los Nazis.

Si la adolescente se hubiese quedado, tal vez habría sido una de las 800 víctimas alcanzadas por las bombas. La hermosa casa de Delfzij y la planta de artesanos y su almacén de invaluable porcelanería, ubicada en lo que hoy son los edificios de Mittal Steel Company N.V., subsidiaria de Arceklor Mittal, de Luxembourg, quedaron parcialmente destrozados. La casa resistió más.

Los hijos de Delfzij, por primera vez, dijeron: «Somos pobres» y, en Rotterdam, de un día para otro, y por meses y años, 80,000 personas estaban desamparados, buscando un parque, jardín o rinconcillo entre los diques de Schielands Hoge Zeedijk para guarecerse.

14 de mayo de 1962
«Me ha preguntado mi amada Claudia si recuerdo, o reparo, en la fecha que es hoy. Es el aniversario del Bombardeo alemán sobre Rotterdam. Es la fecha que a mi padre y a mí nos hizo faltar al juramento que hicimos: ser pacifistas y luchar por comunidades utópicas, al amparo de la Luz de Dios. La invasión alemana inspiró una feroz resistancia en toda Holanda. El ejército holandés capituló se reportó lo acaecido en Rotterdam y la amenaza de bombardeo a otras ciudades por la Luftwaffe alemana... Sí, desde la cocina, Claudia recuerda cómo salvó su vida, huyendo con una premonición de una ciudad que quedaría sin corazón, «Stad zonder hart».

Dejo en Das Notizbuch unas palabras para nuestro pequeño que duerme con la inocencia de sus dos añitos... Quiero que un día sepa que él es parte del milagro de que nos hayamos salvado de la Segunda Guerra... Para ese tiempo, entre 1940 y 1944, yo hacía estudios de Medicina en la Academish Medisch Centrum de la Universiteit van Amsterdam... Ví a los jóvenes, aún a prometedores y brillantes profesores, tomar las armas y unirse a la resistencia clandestina... Yo ví que lo hizo mi padre, que en era un profesor de Leyes y Filosofía, en la misma facultad.

Ciertamente, me sorprendió cuando llegué a su casa y lo encontré, limpiando un fusil del que pensaba no separarse, hasta que la tierra húmeda y lodosa de Holanda no sea rescatada de las alimañas... «¿Papá que haces con ese arma?» Arriesgaría su vida quien admitió la doctrina de Meno y ayudó a organizarse a los molokacanes en Guadalupe y otros menonitas en Chihuahua... «No te preocupes». Lo que haces no estás bien, le dije. ¿Has perdido el juicio? «Mir geht es ausgezeichnet!»... porque en México se le espera y dijo que aquel año de 1940 sería el último que regalaría al mundo, a la historia profana, antes que de una vez y por todas vistiera el pantalón vaquero de mezclilla y sus botas de labrador...

Hoy es un día de milagros, Claudia, grito. Escúchame. Mi padre y yo regresamos y en medio, de bombardeos y escaramuzas, él sobrevivió. Y nosotros y tu padre, que me entregó tu mano, para que te buscara el camino con los menonitas. El sendero nos ha salvado y, en medio de las balas y el miedo, los que nos quedamos en la universidad, nos lanzamos a las calles, a la atención de los heridos... y en las noches a leer los libros, a tomar exámenes, a responder a la Academia en estado de emergencia... y recuerdo que llegaste, con dieciseis o diecisiete años, a Amsterdam con tus padres, a buscar un edificio, en funciones desde 1880, que instituyó en tal fecha la Vrije Universiteit de Amsterdam... Claudia, tu madre, se matriculaba en la universidad libre de los protestantes en el programa de Enfermería... ¡Qué flexible son las mujeres angelicales!

Me han hablado bastante sobre ellas y ya conocí la que anhelara, como el porcelenero halló la suya, tu madre, Claudita.... ellas, las mujeres angelicales, dominan la fuerza cósmica del Tripura Sundari y nacen ya con el despertar de la comunicación intuitiva con esos mundos del servicio y el consuelo... Amplificada la pureza de sus cuerpos y sus mentes, ellas tienen las habilidades de curar a través del magnetismo, con la mirada o la imposición de manos... Curan renunciando al egoísmo y la violencia... Ví a tu madre, hijo mío, en Amsterdam, y no he visto una enfermera más hermosa, dedicada... y el mismo día que la ví, atendiedo enfermos y heridos de guerra, le dije: «¿No te gustaría ir a la Nueva Sión de la mano conmigo?» Su respuesta fue sí, pequeño Simón...»

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